INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ITALIANA DE 1999
La primera edición de este libro, cuyo imprevisto e imprevisible éxito asombró incluso al autor, apareció en 1994. Las tesis que se sostenían en el mismo fueron objeto de tantas críticas que fue necesario hacer una segunda edición en un tiempo muy breve; esta se publicó un año después con el subtítulo «revisada y ampliada con una respuesta a los críticos». Desde entonces el afortunado libro ha dado, por decirlo de alguna forma, la vuelta al mundo. Se han anunciado ya, y han salido en buena parte, diecinueve traducciones, no solo en los países europeos, sino también en América y Asia[84]. Signo evidente de que la díada ha seguido ejerciendo una gran atracción y discutiéndose animadamente. El autor y el editor lo han observado con renovado estupor y proponen, a cinco años de distancia, una nueva edición cuyo texto es idéntico al precedente, salvo algunas correcciones formales, pero con el añadido tanto de un apéndice, que incluye un nuevo texto sobre el tema, y la correspondencia entre el autor y Perry Anderson, director de la New Left Review, además de esta introducción en la que se da cuenta de manera breve del ininterrumpido, vasto y con frecuencia encendido debate sobre el tema que ha tenido lugar en estos años.
Solo en Italia han aparecido dos recopilaciones de ensayos sobre el tema: Destra/Sinistra. Storia e fenomenologia de una dicotomia política (1997) y Destra e sinistra, due parole ormai inutili (1999); y tres libros, Sinistra e destra, risposta a Norberto Bobbio (1995), de Marcello Veneziani; Destra e sinistra. La natura inservibile di due categorie tradizionali (1998), de Costanzo Preve; Destra e sinistra. Un’analisi sociologica, de Ambrogio Santambrogio (1998)[85]. Además se han publicado varias recensiones de la edición italiana y de las traducciones, sobre todo de las inglesas y de las alemanas[86]. Los artículos aparecidos en diarios y revistas son numerosos[87]. Una vez más algunos afirman la actualidad de la distinción y la validez del criterio que he adoptado[88], en contraste con los que la niegan y la consideran, como se deduce de los títulos citados, «inútil» e «inservible» o que, pese a aceptar la oposición entre dos partes de la formación política, proponen un criterio diferente de distinción. Se ha afirmado también la idea de que la derecha y la izquierda se han convertido en puros y simples «contenedores» que se han llenado, y se pueden seguir llenando, con cualquier contenido, de forma que no son conceptos sino solo palabras susceptibles de asumir distintos significados en cada ocasión[89].
Junto a la controversia sobre el significado de la distinción ha proseguido vivamente el viejo debate sobre la naturaleza y el valor de cada una de las partes de la misma, de la izquierda en cuanto tal con independencia de la derecha, y de la derecha en cuanto tal con independencia de la izquierda, para responder a preguntas como: «¿Existe aún una izquierda (o una derecha)?»; «¿Cuál es el futuro de la izquierda (o de la derecha)?»; «¿Y si hubiera más de una izquierda (o de una derecha)?». Sobre este punto hay que señalar al menos dos libros que son a la vez contrapuestos y simétricos: Le due destre de Marco Revelli (1996) y Le due sinistre de Fausto Bertinotti (1997)[90].
La distinción ha sido acusada cada vez de dos defectos opuestos: de ser confusa, una «chapuza» (Geno Pampaloni), una «nebulosa» (Giovanni Raboni), por un lado, y de ser simplista y simplificadora[91], por el otro; en otras palabras, de no ser capaz de dominar la complejidad y de dejarse arrollar, o de dominarla demasiado, al punto de sofocarla. La primera acusación procede de los que consideran o pretenden no ser ni de derecha ni de izquierda y se encuentran incómodos en la elección entre una y otra; la segunda es propia de los que querrían ser a la vez de derecha y de izquierda y se encuentran demasiado estrechos en las dos partes. La mayor parte de las personas que participan directa o indirectamente en la vida política no padece ninguno de los dos vicios. La tendencia a alinearse donde hay partes enfrentadas es un comportamiento natural, mucho más natural que ponerse por encima o por debajo de la pendencia, como se suele constatar en las competiciones de fútbol. La alineación satisface la necesidad de identificación, la formación de un «nosotros»: nosotros de derecha, vosotros de izquierda, o viceversa. Todos los de izquierda son jacobinos; todos los de derecha son reaccionarios. No hay nada más simplificador que esta manera de situarse a un lado o al otro. Y, al mismo tiempo, no hay nada más confuso que las razones por las que uno elige una parte y no la otra.
Se ha dicho también que el que considera que no reconocer la distinción es una actitud propia de la derecha olvida que, por lo general, es propio de la izquierda atribuir la no diferenciación a la derecha. Podríamos seguir con este juego de recíproca colocación de una parte a la otra de la alineación. Lo constatamos a diario y es precisamente este juego del relanzamiento el que sigue manteniendo en vida —una vida en continuo movimiento— la distinción. En un universo conflictivo como el de la vida política, que evoca sin cesar la idea del juego de las partes y de la contienda para derrotar al adversario, dividir el universo en dos hemisferios no es una simplificación sino una fiel representación de la realidad[92]. Sería como acusar de simplismo a la distinción entre hombres y mujeres. Si acaso, es banal aducir como argumento la constatación de que una díada nunca es perfecta, y que nunca es la única díada capaz de distinguir en dos polos opuestos cualquier universo de entes. Ya he tenido ocasión de decir, y lo repito, que, según sean contradictorias o contrarias, las dos partes contrapuestas excluyen o incluyen un tercero. En el universo político hay situaciones en las que la derecha y la izquierda tienden a excluir un centro y otras en las que lo incluyen. Sin embargo, la distinción entre dos polos, derecha e izquierda, corresponde mucho más al estado real de las cosas y, por tanto, es simple, pero no simplificadora, sobre todo cuando un sistema político acepta como regla fundamental del juego, como es propio de un sistema político democrático idealmente perfecto, la alternancia entre un polo y otro.
Que luego la distinción entre derecha e izquierda no sea la única en el mismo universo político es una objeción, esta sí, simplista: en mi libro la distinción basada en la derecha igualitaria y en la izquierda no igualitaria se combina con la distinción entre extremismo y moderación, que se funda sobre la diferencia, ya no entre los fines, sino entre los medios para alcanzar el fin establecido. Con frecuencia los críticos han fingido no verla o no la han tomado en consideración. En este caso lo que es simplista o simplificador no es la distinción sino la reacción de los críticos. En otras palabras, de ninguna manera son argumentos serios sostener que la distinción no es perfecta, porque ninguna distinción lo es jamás, ni que existen otras distinciones que tener en cuenta, porque la distinción propuesta no pretende ser la única. Bienvenidas sean las propuestas de otras distinciones, como las que se han planteado en abundancia en estos años, diferentes de las que se propusieron en el pasado. Pero, dado que han estado presentes en el pasado y han convivido de manera pacífica con la distinción derecha-izquierda, es perfectamente legítimo que, en caso de que haya otras nuevas, estas puedan convivir o combinarse con la vieja. No tengo ninguna dificultad en sostener que, como poco, es oportuna una contraposición diferente, la que opone a los liberales a los estatalistas[93]. Hay que saber si esta distinción se contrapone de manera tan radical a la distinción tradicional hasta el punto de que esta acabe resultando, como ya hemos dicho, inservible o inútil. ¿Por qué no puede existir de ahora en adelante una distinción entre liberalismo de derecha y liberalismo de izquierda, y entre estatalismo de derecha y estatalismo de izquierda? Si es simplista la reductio ad unum de cualquier contraposición en las alineaciones políticas, cosa que, al menos en nuestro libro no ha sucedido, no se entiende por qué no se considera simplista la nueva distinción si se plantea, como pretende plantearse, como completamente alternativa a la precedente. El hecho de que haya estatalistas y partidarios del mercado tanto en la derecha como en la izquierda es una adquisición para la ampliación del debate que no debe ser subestimada, pero no se entiende por qué, en el momento en que se toma conciencia de ello, se vuelve «inútil» la distinción precedente[94]. El mismo Hayek, punto de referencia obligado, y aceptado como ipse dixit por los autores arriba mencionados, sostiene que el mercado no puede resolver solo todos los problemas de una convivencia civil, de forma que los límites son necesarios. Pero ¿quién debe poner estos límites? ¿Cuál es la extensión de los mismos? ¿No será que, quizá, en este punto la distinción entre derecha e izquierda vuelve a entrar por la puerta después de haber sido arrojada por la ventana?
Un discurso parecido se podría hacer sobre los que proponen sustituir la díada tradicional por aquella entre revolución liberal y revolución conservadora[95]. La necesidad de sustituir la vieja distinción por una nueva dependería del hecho de que la pareja tradicional se ha ido debilitando culturalmente a medida que se ha ido debilitando la cultura de izquierda que impuso y defendió la distinción, y del descubrimiento de la intolerancia iluminista, «la más repugnante e hipócrita de las intolerancias»[96]. La vieja distinción probaría un dualismo esquemático y, siendo ya frágil de por sí, convertiría mi libro en una suerte de «manta de seguridad de Linus»[97]. El principal punto de referencia filosófico es Augusto Del Noce, que señaló el nihilismo como el puerto al que arribaría inevitablemente el pensamiento de izquierda. A decir verdad, la nueva contraposición retoma la díada progreso-tradición. Como ya se ha observado, esta díada ha sobrevivido junto a la distinción entre derecha e izquierda, y puede seguir sobreviviendo tranquilamente en la actualidad. Hay sitio para las dos. Se tiene la impresión de que la irritación que produce frente a la pareja tradicional depende exclusivamente del rechazo a considerar de derecha, palabra con mala fama, la propia posición. En cambio, es necesario repetir que la condición preliminar para realizar un análisis conceptual de los dos términos es prescindir de su significado emotivo, según el cual la izquierda es buena y la derecha mala, o viceversa. En mi texto los dos términos fundamentales, igualdad y desigualdad, se usan como términos axiológicamente neutrales.
Al igual que en los años precedentes se atribuía la causa del debilitamiento o incluso de la esterilidad de la distinción a la caída del muro de Berlín, en los últimos años se ha considerado por lo general la causa principal de dicha esterilidad el fenómeno de la globalización[98]. Se piensa que en el momento en que los problemas económicos, políticos y culturales ya no se pueden examinar exclusivamente en el ámbito de los estados nacionales, en los que nació la distinción entre derecha e izquierda, se han «barajado las cartas de forma tan grandiosa»[99] que la vieja distinción habría perdido toda su eficacia descriptiva. A mí no me lo parece. A mí me parece justo lo contrario, esto es, que la distinción no está muerta y enterrada sino más viva que nunca. Solo quien cree en la infiltración del mercado y confía a este la solución de todos los problemas de la convivencia civil puede creer que la vía de la globalización sea una sola, la de la mercantilización total de las relaciones humanas. Cuanto más se extiende el mercado más aumentan los problemas que este genera o no logra resolver. El fenómeno de la globalización procede en todos los países económicamente más avanzados del fenómeno del desplazamiento de poblaciones de los países más pobres a los más ricos. Si hay un fenómeno que vuelve a proponer la distinción entre igualitarios y no igualitarios o, como se ha dicho en más de una ocasión, entre los que optan por una política de inclusión y los que optan por una política de exclusión, es justamente el de la emigración[100]. En un país como Italia, la política relativa a los inmigrantes distingue más que nunca cotidianamente, en las relaciones humanas, en las decisiones que se toman en sede legislativa, y aún más en general en la forma de entender el tratamiento de los distintos, la orientación de izquierda de la de derecha. Retomé el tema en la respuesta a Anderson que figura en el apéndice. Y no es el caso de repetir unas cosas tan obvias que todos podemos comprender solos. Un partido italiano ha obtenido en estos años un notable consenso manteniendo tesis exclusivistas, por no decir racistas, en relación con los italianos del sur, y ahora está llevando a cabo una campaña para promover un referéndum cuyo objeto debería ser la expulsión del territorio de la Italia del norte no solo de los meridionales sino también de todos los inmigrantes extracomunitarios. ¿Cómo podemos denominar a un partido así? ¿Cómo podemos denominarlo sino como partido de derecha? ¿Él no se considera tal?
Más compleja es la reconstrucción de la díada efectuada por el autor que parte de la contraposición entre individualismo y holismo, derivada de los famosos libros de Louis Dumont[101], que realiza una división entre individualismo constructivo e individualismo fáctico. Al cruzar las dos distinciones la izquierda comprende el individualismo constructivo y el holismo constructivo, en tanto que la derecha comprende el individualismo fáctico y el holismo fáctico[102]. El autor explica que la distinción entre constructivo y fáctico es un intento de explicitar la distinción entre interno y externo. Ilustra su propuesta con una matriz sobre la que ofrece tres claves de lectura: una vertical entre individualismo y holismo en el interior de la derecha y la izquierda; una horizontal, entre derecha e izquierda, en el interior del individualismo y holismo; la tercera, cruzada, entre individualismo de izquierda y holismo de derecha, por un lado, y entre individualismo de derecha y holismo de izquierda, por el otro. De las seis posiciones que derivan de ello algunas son de izquierda y otras de derecha. En cuanto al concepto de igualdad, considera que no se puede entender como una connotación específica de las izquierdas, porque, junto a la libertad, es uno de los dos valores clave que caracterizan toda la trama de relaciones prácticas e ideales con los que está tejido el proyecto democrático. Sostiene, de hecho, que hay que excluir de su matriz la contraposición entre extremismo y moderantismo, considerando extremistas los cuatro tipos de la anarquía, el elitismo, el fascismo y el comunismo. Concluye que, en un marco perfectamente democrático en el que el conflicto se reconozca como endémico y legítimo, la derecha y la izquierda podrían asumir la forma de dialectos de una misma lengua.
También evoca a Dumont un estudioso inglés, muy conocido en Italia[103], según el cual la izquierda debe ser definida por su compromiso con el «principio de rectificación», lo que permite considerar a las diferentes izquierdas relacionadas entre ellas por cierta similitud de familia: la familia igualitaria. El proyecto de rectificación se puede expresar de muchas maneras, pero, sea cual sea su lenguaje, parte del principio de que existen desigualdades injustificadas que la derecha reputa sagradas o inviolables, naturales o inevitables, mientras la izquierda considera que pueden y deben ser reducidas o abolidas. Para la izquierda las batallas contra las distintas formas de desigualdad son momentos de una única guerra. Considera posición de derecha la de Fukuyama, y en parte también la de Anderson, quien afirma que la izquierda ya no tiene futuro. Observa que solo en Europa occidental hay veinte millones de parados y que la creciente pobreza, la marginalización y la exclusión social de categorías cada vez más amplias de personas parecen inseparables de las sociedades liberales y capitalistas. A la izquierda se le pide inventiva programática e imaginación.
Sobre la crisis de la «dicotomía derecha-izquierda» se detiene con especial severidad Alessandro Campi[104]. Tras exponer varias razones de esta crisis, propone otras posibles dicotomías, como local-global, centro-periferia, inclusión-exclusión, individualismo-organicismo, que atraviesan transversalmente las tradicionales familias políticas determinando nuevas agregaciones que ya no se pueden reconducir al consabido esquema de la política parlamentaria. Pese a que reconoce que la popularidad de la dicotomía depende de su indudable potencia simplificadora, considera que es mejor no usarla de ahora en adelante. No obstante, que esté en crisis no significa que sea inútil o carente de significado: solo es —considera el autor— una de las posibles categorías del lenguaje político que, nacida en un contexto histórico preciso, no puede tener la pretensión de ser perenne.
Completamente distinta es la objeción que concierne, no ya a la naturaleza o a la esencia de la distinción, y al criterio o criterios en función de los cuales la misma puede seguir teniendo significado en la actualidad, sino a su aplicabilidad a la situación presente de la lucha política. Se constata que, pese a que la distinción sigue siendo válida en abstracto, de hecho la acción política de la que, antaño, era la izquierda, no se distingue mucho de la que se solía atribuir a la derecha. De igual forma que en un pasado reciente la izquierda invadió poco a poco el espacio de la derecha, al punto de hacerla políticamente irrelevante, hoy en día la derrota de la hegemonía de la izquierda solo habría dejado espacio a la derecha. Así pues, no sería cierto que la izquierda ha perdido su razón de ser. Lo que sucede es que la izquierda ya no logra hacer valer sus razones en una situación en que la política tradicional de izquierda está destinada a perder consensos. En el «club de los ricos», retomando el título de un libro del autor irreductible, pese a que clama en el desierto, y sumamente de izquierdas, Noam Chomsky[105], no existe lugar para una izquierda políticamente eficaz. Cabe responder que ello no supone que los ideales de la izquierda, que inspiran la lucha por la emancipación de los hombres de la servidumbre del sistema capitalista, se hayan apagado. Esperan su hora, pese a que nadie sabe cuándo llegará. Lo que importa es, al menos de forma ideal y profética, no darse por vencidos.
A esta distinta forma de objeción responde el autor del libro Le due destre (1996), quien no niega en manera alguna la distinción ni el criterio sobre el que se ha solido fundar el binomio igualdad-desigualdad. Sostiene que hoy en día el espacio político real en Italia está ocupado sobre todo por dos derechas, una populista y plebiscitaria (fascistoide) y una tecnocrática y elitista (liberal). Las dos derechas están en conflicto entre ellas sobre los medios, pero en muchos sentidos unidas por un fin común. El fin es explícito: «Ofrecer un adecuado apoyo institucional al proceso de reestructuración productiva en curso»; en otras palabras, gobernar la disolución del compromiso socialdemocrático y administrar el desmantelamiento de la red de reglas y garantías que permitieron el equilibrio entre capital y trabajo sobre el que se basó la democracia social en la segunda mitad del siglo XX a favor del nuevo sujeto «totalitariamente hegemónico, la empresa»[106]. Común el fin, distintos, en ciertos aspectos opuestos, los medios: la derecha populista tiende a alcanzarlo mediante una ruptura incluso institucional y un nuevo bloque social; la tecnocrática mediante la unión de la gran industria y los grand commis del capital público en declive. Además de estas dos derechas, ¿a qué ha quedado reducida en la actualidad la izquierda? En mi opinión, esta posición es simétrica, aunque desde un punto de vista crítico, y no apologética, a la distinción propuesta por Veneziani entre la revolución liberal y la revolución conservadora: crítico, en la medida en que Revelli examina desde la izquierda, es decir, como antagonista, la mutada realidad social y política que Veneziani mira desde la derecha (¡qué difícil es liberarse de la que en otra sede he llamado la «exasperante» díada!), esto es, desde el punto de vista opuesto, según el cual lo que se considera reaccionario desde la izquierda se convierte en revolucionario desde la parte contraria.
Entre las dos derechas de Revelli y las dos izquierdas de Bertinotti no existe, como cabría pensar, ninguna conexión, si bien la segunda izquierda de uno desemboca y acaba confundiéndose con la primera derecha del otro. Con todo, mientras las dos derechas del primero están unidas por el fin, las dos izquierdas del segundo se distinguen entre sí por la diferencia en el mismo: para la izquierda moderada o liberal la actual organización social es un punto de llegada que debe corregirse cada vez para limitar el exceso de desigualdades, en tanto que la otra izquierda sigue buscando una alternativa total al actual modelo social. La diferencia se puede resumir en estos dos motivos: gobernar el desarrollo por un lado, cambiar la sociedad por el otro. Mientras la izquierda liberal es interna a la dimensión del capitalismo, al igual que las dos derechas de Revelli, la otra izquierda, la «verdadera», la «auténtica», la «buena» izquierda, se propone superarlo[107]. En conclusión, mientras la izquierda antagonista se mueve en función de unas razones de clase renovadas, la moderada tiende a eliminar toda connotación social para desplazarse a la indistinta condición del ciudadano.
El ideal de igualdad como criterio privilegiado y preferido de la distinción entre derecha e izquierda ha seguido siendo uno de los principales objetos de discusión, como el lector podrá ver también en el «Apéndice». Una vez más es difícil comprender por qué se suele considerar este criterio como el criterio de Bobbio, como si yo fuese su inventor y su testarudo monopolizador. Desde el principio de mi ensayo he dicho claramente que este criterio era recibido como el más difundido entre los autores previos. Como prueba de que el principio de igualad ha sido una communis opinio, considero que es suficiente aducir el hecho de que un escritor vinculado a la derecha americana, Francis Fukuyama, haya escrito un pesado volumen para sostener que el «final de la historia» coincide con el final de la concepción del progreso histórico, propia de la izquierda, según la cual los hombres habrían luchado para lograr más igualdad, mientras la lucha que hace progresar las sociedades humanas es la lucha por la superioridad, no por la igualdad[108].
Se ha observado también que la igualdad es un término tan genérico y carente de contenido que no basta por sí solo para definir nada, hasta el punto que no hay un programa político que no haga referencia a una forma cualquiera de igualdad, que podrá ser la igualdad de los puntos de partida, de las oportunidades, de las rentas, de los resultados, entre otros. Pero yo no he escrito: «¿Qué doctrina política no está, de una forma u otra, relacionada con la igualdad?». Como ya he dicho, los diferentes movimientos igualitarios se distinguen en función de la respuesta que dan a estas tres preguntas fundamentales: «¿Igualdad entre quién, igualdad en qué, igualdad con qué criterio?[109]».
Como no podía ser menos, después de reconocer que existen muchas formas distintas de igualdad, y que también en las posiciones de derecha hay formas de igualdad, era inevitable la pregunta: «¿Cómo se distinguen las igualdades de derecha de las de izquierda?». Me la plantea un autor en un artículo argumentado en el que, tras afirmar desde su punto de vista netamente de izquierda que mi defensa del concepto constituye «un gesto políticamente no irrelevante» y que mis palabras captan en el signo en cuanto «nuestro pensamiento de izquierda se ha nutrido históricamente de esta tensión igualitaria»[110], evidencia que la díada igualdad-diferencia es distinta de la de igualdad-desigualdad, y que la ausencia de esta distinción supone un grave límite a mi análisis. Concluye que «mi apasionada peroración a favor de la igualdad no distingue de manera suficiente las desigualdades y las diferencias, la igualdad formal y la sustancial, y no discute cuál debe ser el igualitarismo de izquierda»[111].
Creo que esta pregunta está mal planteada. La diferencia entre derecha e izquierda no se plantea entre una igualdad de derecha y una de izquierda, sino respecto a la distinta forma en que la derecha y la izquierda conciben la relación entre igualdad y desigualdad. Partiendo del presupuesto, del que yo partí, de que el hombre de izquierda es el que considera lo que los hombres tienen en común en lugar de lo que los divide y que, al contrario, para el hombre de derecha lo que diferencia a un hombre de otro es también políticamente más relevante que lo que los une, la diferencia entre derecha e izquierda se revela en que para la primera la igualdad es la regla y la desigualdad la excepción. De ello resulta que cualquier forma de desigualdad debe justificarse de alguna forma, mientras que para el hombre de derecha vale justo lo contrario, es decir, que la desigualdad es la regla y que, en caso de que se acepte una relación de igualdad entre distintos, esta debe estar justificada.
Al poner el habitual ejemplo del comportamiento en relación con los diferentes, ya sean las mujeres respecto a los hombres o los extracomunitarios respecto a los ciudadanos, no se pretende decir que la izquierda incluye a todos y la derecha los excluye, sino que la regla de la izquierda es la inclusión, salvo excepciones, y la regla de la derecha es la excepción, también salvo excepciones. Con todo, es cierto que respecto a las tres preguntas tradicionales: «¿Igualdad entre quién, igualdad en qué, igualdad con qué criterio?», la izquierda, respecto a la primera, tiende a dar una respuesta más extensiva (si no «todos» contra «pocos», la «mayoría» contra la «minoría»); respecto a la segunda otorga preferencia a los derechos humanos fundamentales en relación con los bienes de consumo y costumbre; respecto a la tercera, se suele considerar más concordante con la izquierda el criterio de la necesidad y el trabajo, y más afín a la derecha el del mérito y el rango. Pero la llamada a los valores es siempre tanto histórica como políticamente relativa, de manera que, pese a partir del principio de igualdad, la distinción entre derecha e izquierda no se resuelve buscando la diferencia entre una igualdad de derecha y una igualdad de izquierda, sino distinguiendo la diferente forma en que la derecha y la izquierda conciben la relación entre regla y excepción.
No hay que excluir que buena parte de la confusión, derivada de la falta o insuficiencia de la distinción entre igualdad-desigualdad y similitud-diferencia, dependa también del escaso rigor con que se usan en el lenguaje común palabras como «igualdad», «desigualdad» o «inigualdad» (hay diferencia, ¿cuál?), «identidad», «diversidad», «semejanza» y «desemejanza». Sin embargo, considero que las cuestiones sobre las palabras, que deben tenerse en todo caso presentes para evitar discusiones inútiles, no implican un cambio conceptual que haga vano o ilegítimo el uso de la díada, y que el significado que se ha querido dar a la misma sigue siendo «útil» y «servible».
Turín, abril de 1999