IV. EN BUSCA DE UN CRITERIO DE DISTINCIÓN
1. Si, a pesar de las repetidas polémicas, la distinción entre derecha e izquierda sigue siendo utilizada, el problema se traslada: ya no se trata ahora de comprobar su legitimidad, sino de examinar los criterios propuestos para su legitimación. En otras palabras: mientras «derecha» e «izquierda» se utilicen para designar diferencias de pensamiento y acción política, ¿cuál es la razón o cuáles son las razones de esa distinción? No hay que olvidarse de que la polémica sobre la distinción nació precisamente de la idea de que los criterios adoptados hasta ahora o no estaban bien definidos o se habían convertido en engañosos con el paso del tiempo y con el cambio de las situaciones. Afortunadamente, junto a quienes los niegan también han existido, y nunca de forma tan numerosa como en estos últimos años, quienes los sostienen proponiendo soluciones a la cuestión del criterio o de los criterios. Puesto que además las respuestas son más concordantes que discordantes, la distinción viene de algún modo a ser convalidada.
El libro de Laponce, profesor de la Universidad de Toronto, Left and Right. The Topography of Political Perceptions[19], publicado en 1981, es la obra principal sobre el tema, meta de los análisis anteriores, y punto de partida de las investigaciones posteriores. El autor hace algunas observaciones generales y sugestivas acerca de las metáforas especiales utilizadas en el lenguaje político y distingue principalmente el ordenamiento espacial vertical, alto-bajo, del horizontal, derecha-izquierda. Como he dicho en el capítulo anterior, existen otras, pero por ahora nos limitaremos a estas dos.
El autor considera el vertical un ordenamiento fuerte, y el horizontal un ordenamiento débil, nacido de la Revolución Francesa cuando la relación horizontal habría sustituido a la vertical. En realidad, se podría observar que durante la Revolución Francesa surgieron los nombres «derecha» e «izquierda», pero, desde luego, no la concepción horizontal de la política, si con esta expresión se entiende el conflicto entre partes contrapuestas que es elemento esencial, y por lo tanto de cualquier época, de la lucha política o de la política como lucha. Dimensión vertical y dimensión horizontal de la política están la una al lado de la otra, también porque representan dos relaciones diferentes, e independientes la una de la otra, del universo político: la relación gobernantes-gobernados por un lado, y la relación de los gobernantes entre ellos o de los gobernados entre ellos, por el otro. La dimensión vertical no impide en absoluto la dimensión horizontal: la una y la otra están normalmente presentes a la vez, pero pueden faltar, ora la una ora la otra, solo en casos extremos: la primera en una guerra civil, la segunda en un sistema despótico donde el máximo poder lo detenta uno solo y las divisiones en la base están prohibidas. El autor se limita a decir que la metáfora horizontal nunca ha eliminado del todo la vertical. Cabe añadir que no la eliminó, por la simple razón de que no podía eliminarla: las dos metáforas tienen funciones representativas distintas y la esfera de las relaciones políticas está representada globalmente solo por la una y por la otra en conjunto.
Otra curiosa y discutible observación es aquella según la cual la díada es especialmente importante en democracia, porque las elecciones reducen los grupos contendientes a dos, el uno contrapuesto y alternativo al otro. Aparte de la consideración de que la reducción a dos contendientes alternativos no es efecto de las elecciones en general sino de un determinado sistema electoral, lo que produce el dualismo en democracia es algo mucho más universal que el sistema electoral: es el principio de mayorías, por el cual, respecto a todo tipo de decisión colectiva, se forman necesariamente una mayoría y una minoría.
Además, el principio dual en política está presente, mucho más allá de esta o de aquella forma particular de régimen político, en la ya conocida y antes mencionada definición de política como esfera de la relación amigo-enemigo que el afortunado inventor de esta fórmula, Carl Schmitt, compara, aunque con arbitrariedad o contaminación de planes distintos, con los binomios verdadero-falso, bello-feo, etcétera. Pero siempre será necesario distinguir, cosa que no parece que Laponce esté dispuesto a hacer, una dualidad, como la de amigo-enemigo, y las otras con ella comparadas, en la cual uno de los dos términos siempre es el positivo y el otro es siempre el negativo, del binomio derecha-izquierda, donde los dos términos pueden tener una connotación positiva o negativa, según las ideologías y los movimientos que representen, y por tanto las personas o los grupos que se apropian de ellas. Mientras que decir que lo falso es negación de lo verdadero, o lo feo de lo bello, confiere a falso y a feo una connotación de valor negativo, decir que la izquierda es negación de la derecha, o viceversa, no conlleva un juicio de valor negativo de la izquierda o de la derecha, porque el juicio axiológicamente negativo de una negación depende únicamente del hecho de que se haya emitido un juicio axiológicamente positivo de la cosa negada.
Es innegable que en su significado original, antes de convertirse en una metáfora del lenguaje político, el binomio derecha-izquierda tuvo una connotación de valor unívoca, por el hecho de que uno de los dos términos, derecha, tiene una connotación siempre positiva, y el otro, izquierda, siempre negativa, y que esta unidireccionalidad ha quedado en la mayor parte de los usos metafóricos del binomio, empezando por el lenguaje religioso, donde los buenos están sentados a la derecha, y los malos a la izquierda del Padre. Pero la correspondencia unívoca no sirve en el lenguaje político, donde tanto la derecha como la izquierda pueden representar el lado positivo, o, análogamente, el negativo de la contraoposición. En el lenguaje político los buenos y, respectivamente, los malos pueden encontrarse tanto a la derecha como a la izquierda. Depende de dónde provenga el juicio. El juicio de valor positivo o negativo que se da sobre la derecha y la izquierda es parte integrante de la misma lucha política, donde la metáfora espacial ha perdido totalmente el significado originario, y representa dos lugares no axiológicamente connotados, porque sentarse a la derecha o a la izquierda tiene como punto de referencia no el padre común, sino únicamente el presidente de una asamblea, que es neutral como institución.
Laponce mantiene incluso, con una afirmación que de hecho parece infundada, que, en contraste con el lenguaje tradicional, especialmente el religioso, donde la izquierda representa el lado malo, en el lenguaje político la izquierda siempre está asociada con rasgos altamente positivos, como futuro, creatividad, justicia. Mientras la mayor parte de las culturas no políticas, al menos en Occidente, tienden hacia un dominio de la derecha, la cultura política contemporánea, según el autor, tendería hacia un dominio de la izquierda (pero la mayor parte de sus ejemplos se refieren a Francia por el análisis de las elecciones de 1880 a 1970). La observación de que revistas tales como New Left y Keep Left no tengan réplica en la derecha queda desmentida por el surgimiento, en las últimas décadas, de una luchadora y ambiciosa nouvelle droite. Ya que este dominio de la izquierda representa, según el autor, un aspecto negativo de nuestra época, esto demuestra cómo su investigación está orientada ideológicamente, aunque de manera abierta, y no subrepticia.
El análisis de las tendencias ideológicas de nuestro tiempo, llevado con mucha precisión, y con una rica documentación de sondeos realizados en distintos países y en tiempos diferentes, está dominado por la contraposición entre religión y política, consideradas respectivamente como el momento positivo y negativo de la historia: el dominio de la izquierda sería una prueba de la negatividad de la política. Sería como decir, aunque llevando a sus extremas consecuencias una tesis más aludida que desarrollada, que existiría una correlación, naturalmente perversa, entre lo positivo de la izquierda y la negatividad de la política. De la contraposición entre momento religioso y momento político se deriva la insistencia con la que el autor, manejándose entre las varias propuestas de distinción, que emergen de los diferentes sondeos analizados, pone especialmente de manifiesto el hecho de que la distinción entre derecha e izquierda se resuelve en última instancia en la distinción entre sagrado y profano, dentro de la cual encuentran su lugar otras diferencias, como aquella que existe entre orden jerárquico y orden igualitario, y aquella entre actitud tradicionalista favorable a la continuidad y actitud dirigida hacia lo nuevo o progresista, favorable a la ruptura y a la discontinuidad. Una de las afirmaciones recurrentes en todo el libro, y que reaparece en las más diversas ocasiones, es que la religión está a la derecha y el ateísmo a la izquierda. En realidad, la distinción así propuesta acaba coincidiendo con la distinción entre dimensión vertical y dimensión horizontal, que al principio parecía indicar una distinción diferente de aquella entre derecha e izquierda, definida en contraste con la que hay entre alto y bajo. Al final del libro, la trasposición del tema, limitado al binomio derecha-izquierda, hacia la distinción, mucho más general y comprometida, entre religión y política llega incluso a representar la lucha entre religión y política casi como una lucha entre el bien y el mal, donde el triunfo final pertenece, a pesar de todas las batallas perdidas, a la religión.
Si se confrontan los resultados de la investigación de Laponce, y aquella insistencia suya acerca de la contraposición entre sagrado y profano, con la variedad y la complejidad de las ideologías y movimientos que se han llamado a veces de derecha, a veces de izquierda, inmediatamente se tiene la impresión de cuán parciales sean estos, y por lo tanto inadecuados, sobre todo en lo que concierne a la identificación de la derecha. Existe en Europa una antigua tradición de derecha reaccionaria que es religiosa, desde De Maistre a Donoso Cortés y Carl Schmitt; pero existe también una derecha irreligiosa y pagana, que se sirve de la religión como instrumentum regni. Toda la nouvelle droite de estas últimas décadas no está orientada religiosamente. No se refiere a ninguna de las fuentes religiosas de la derecha tradicionalista. Si, además, se tiene en cuenta la distinción analizada en el capítulo precedente entre extremismo y moderación, es necesario contar con una derecha moderada que tenga una visión totalmente laica de la política: pienso en un personaje como Vilfredo Pareto, cuyas simpatías por la derecha histórica lo llevan hasta el umbral del fascismo en sus últimos años y cuya irrisión de las creencias religiosas de todo signo ha hecho que se le compare con buenas razones a Voltaire.
También es igualmente parcial la atribución a toda la izquierda de una visión irreligiosa, incluso ateísta, de la vida y de la sociedad. Precisamente, partiendo de la consideración de la ideología igualitaria, que el mismo Laponce considera uno de los rasgos característicos de la izquierda, no se puede dejar de reconocer la parte que siempre tuvo el igualitarismo de inspiración religiosa en los movimientos revolucionarios, desde los Niveladores ingleses y los seguidores de Winstanley hasta la Teología de la Liberación. Y, viceversa, existe toda una tradición de pensamiento no igualitario, de la cual Nietzsche es la expresión última, que considera el igualitarismo y sus productos políticos, la democracia y el socialismo, como el efecto pernicioso de la predicación cristiana.