Capítulo Cinco
LIAM se puso la chaqueta, malhumorado. Había intentado hacer lo correcto, pero había sido Victoria la que lo había provocado y había quebrado su fuerza de voluntad. Porque el deseo que Victoria despertaba en él lo cegaba, le hacía perder el control como nunca lo había hecho ninguna otra mujer.
Su relación con Aurelie había funcionado bien, en parte porque habían estado separados prácticamente todo el tiempo; él, navegando en un océano; y ella surfeando en otro. Había sido fácil y sin complicaciones.
Sin embargo, separarse de Victoria aquella mañana le había resultado casi imposible. Y no le gustaba sentirse atado, ni siquiera por un lazo puramente físico.
Frunció el ceño a su imagen reflejada en el espejo. Aunque vestido de traje pareciera civilizado, su realidad era competitiva, cruel y solitaria. Pasaba semanas y meses en el mar. La única relación posible para él era con una mujer fuerte. Y Victoria no era así. Liam temía jugar con sus sentimientos. Por un tiempo, eso era lo que había hecho con Aurelie, tomando de ella lo que quería y negándole lo que necesitaba. Que hubiera encontrado un hombre mejor que él al que amar había terminado siendo un alivio.
Liam no quería asentarse. Le gustaba su libertad, navegar. No quería sentirse atrapado, ni formar una familia, ni sentirse a salvo. Le gustaba estar solo, como a su padre. Y no estaba dispuesto a tener un hijo para luego ignorarlo, tal y como había hecho su padre con él.
Victoria siempre se había entregado a los demás; tenía necesidades que él no podía satisfacer; se sentiría frustrada a su lado. Y lo que era más importante, en aquel momento sabía lo que quería, y él no debía entorpecer su camino.
Era increíble que los que habían estado más cerca de ella no se hubieran dado cuenta de que era una mujer apasionada. Pero era evidente que Oliver se había preocupado mucho más de sí mismo que de ella. Y como consecuencia, Victoria había perdido toda seguridad en sí misma.
Pero tampoco él, Liam, estaba a la altura de lo que ella se merecía. No podía proporcionarle la seguridad que quería; y no podía herirla.
Sin embargo, sí podía darle placer físico. Y enseñarle. Su propia arrogancia le hizo mascullar. ¡Cómo podía ser tan superficial! Lo mejor que podía hacer era desaparecer.
Dos horas más tare, mientras Aurelie y Marcus se juraban amor eterno, Liam se preguntó cómo habría sido la boda de Victoria. No tenía ni idea de qué aspecto tenía porque siempre había evitado que sus amigos se lo contaran, y se había negado a ver fotografías. Pero de pronto le asaltaron celos de aquella boda. ¿Estaría volviéndose loco? Lo mejor que podía hacer era volver al mar al día siguiente y entrenar hasta agotarse.
Siguió a los demás invitados a las mesas en las que la cubertería de plata brillaba a la luz de las velas. La caligrafía de Victoria marcaba el asiento de cada uno. La atmósfera era extremadamente romántica. Liam se sentó y tomó la tarjeta con su nombre. Luego le dio la vuelta y descubrió un mensaje: «Una noche. Hoy. Todo. ¿De acuerdo? V.».
Victoria se sirvió una copa de vino. En lugar de arreglarse para salir, se puso unos pantalones cortos y una camiseta, y ordenó su escritorio. Tenía un nuevo proyecto: olvidar el pasado y dedicarse al futuro. Pero no podía evitar preguntarse qué pensaría Liam al ver a Aurelie dar el sí a otro hombre. Se le hizo un nudo en el estómago. Debía resultar un duro trago.
No había sabido nada de él. ¿Y si alguna otra persona había leído la tarjeta? Menos mal que solo había firmado con su inicial.
Irritándose consigo misma por sus obsesivos pensamientos, se recogió el cabello en una coleta y reunió el material que iba a necesitar para un trabajo que podía hacer a lo largo de la semana siguiente. Pero era aquella misma noche cuando necesitaba estar ocupada.
Se quitó el reloj y se preparó para poder concentrarse. Metió el teléfono en el cajón del cuarto de baño, puso su canción favorita y se obligó a permanecer sentada.
Poco a poco, fue enfrascándose en la tarea. Era un proyecto que exigía una precisión y una nitidez exquisitas; justo lo que necesitaba.
La llamada a su puerta, cuando no sabía si había pasado una hora o diez, le paró el corazón. Dos segundos más tarde, volvió a latir a un ritmo frenético que la dejó sin aliento. Victoria se puso en pie y miró por la ventana. Todavía era de día, así que no podía ser Liam. La celebración apenas habría comenzado.
Quienquiera que fuera llamó de nuevo, justo cuando ella llegó a la puerta. Victoria abrió y tuvo que apoyarse en la jamba porque las piernas le temblaron. Si el esmoquin siempre favorecía a los hombres, en el caso de Liam el efecto era devastador.
—Es pronto —dijo ella con voz ronca.
—¿Pensabas que iba a quedarme después de leer esto? —dijo Liam, levantando la tarjeta.
—No pretendía que te perdieras la fiesta.
Liam la miró intensamente.
—No me la voy a perder.
—¿Qué tal la boda? —pregunto nerviosa.
—Muy bonita.
Victoria se mordió el labio. Súbitamente necesitó saber qué sentía por su ex.
—¿Todavía la amas?
Liam posó la mano en el vientre de Victoria y le dio un leve empujón para hacerla retroceder. Luego entro y cerró la puerta cuidadosamente. Solo entonces se volvió hacia Victoria.
—Una parte de mí siempre amará a Aurelie.
Victoria apretó los labios para no expresar el dolor que aquel comentario le causaba.
—Es lo opuesto a ti —añadió él—. Deberíamos haber sido la pareja perfecta. Ella estaba ocupada con su carrera y me dejaba seguir a mí con la mía. Nos veíamos cuando lo permitían nuestras agendas. Fue divertido, sin complicaciones. Pensé que era todo lo que yo necesitaba y lo que ella quería. Pero para Aurelie no fue suficiente y empezó a sentirse desgraciada. Hasta que un día me llamó para contarme que había conocido a Marcus. En lugar de romperme el corazón, me sentí aliviado. Éramos más amigos que amantes. Me encanta verla feliz.
Victoria sintió que se deshacía el nudo que le agarrotaba la garganta.
—Yo no habría soportado asistir a tu boda —dijo él en un hilo de voz.
Victoria sintió que la respiración se le agitaba e intentó dominar el torbellino de emociones que se arremolinaba en su interior.
—¿Porque sabías que estaba cometiendo un error?
—Lo cometisteis los dos. No eras la mujer adecuada para él —dijo Liam, que permaneció como una estatua a varios metros de ella—. ¿Por qué no salió bien?
—Ya lo sabes. Tú mismo me previniste.
—¿Y por qué dijiste que sí?
—¿Cómo iba a humillarle en público? Quería que todos estuvieran contentos —Victoria tragó saliva—. Mis padres habían repudiado a Stella; y yo pensé que no podría soportar algo parecido: quedarme sin nadie, sin nada.
Liam dio un paso hacia ella, mirándola fijamente.
—¿Qué habría pasado?
De hecho, prácticamente pasó. Aunque sus padres no la rechazaron en la misma medida que a Stella, se habían distanciado de ella; su relación era fría, desaprobaban todo lo que hacía y la consideraban culpable de la ruptura.
—Se suponía que Oliver era la mejor apuesta posible —susurró Victoria con tristeza.
—Lo siento —dijo Liam.
—No tienes por qué —dijo ella. Y sonrió—. He aprendido mucho y prefiero a la mujer que soy ahora que a la del pasado.
—Oliver era un idiota. Yo jamás te habría hecho algo así.
—Claro —dijo Victoria, riendo—, porque nunca te habrías casado conmigo.
—Eso es verdad —dijo él. Mirándola fijamente, añadió—: Pero jamás te habría engañado con otra.
Victoria se humedeció los labios y él dio un paso hacia ella, como atraído por un imán.
—¿Por qué ahora sí? —preguntó antes de ni siquiera tocarla.
—No quiero cometer el mismo error —el de no haberle dicho que sí a Liam.
—¿Estás segura? ¿Creía que no te interesaban las relaciones de una noche?
—Ya no quiero resistirme —Victoria se encogió de hombros.
Quería liberarse de la pasión que la aprisionaba y que le impedía pensar en otra cosa que no fuera él. Liam la recorrió con la mirada y, finalmente, esbozó una sonrisa.
—¿Qué has estado haciendo? —preguntó.
Victoria se frotó la frente y, al mirarse los dedos manchados, sonrió con timidez.
—He estado trabajando en un poema de aniversario para el que he usado pan de oro.
—¿Qué aniversario?
—Unas bodas de oro.
—¡Vaya, eso son muchos años!
—Lo sé. Y el poema es precioso.
—Pareces un ángel salpicado de oro —bromeó Liam. E inclinándose, le besó las marcas brillantes.
Victoria retrocedió. No había esperado tanta delicadeza y no estaba segura de poder soportarla. Quería sexo apasionado y frenético, liberador.
—Estás sentimental porque acabas de ir a una boda —dijo, alargando la mano la bragueta de Liam—. Basta de hablar.
—No —Liam le tomó las manos y se las sujetó a la espalda, logrando que su pecho se arqueara contra él. Llevo deseando esto mucho tiempo, así que, aunque solo sea por una noche —dijo, escrutando el rostro de Victoria con sus ojos dorados—, no pienso actuar precipitadamente.
Victoria tragó saliva. Estaba segura de que Liam podía sentir el latido de su corazón.
—Pienso tomarme todo el tiempo del mundo y saborear cada segundo —añadió él, sin apartar sus ojos de los de ella—. Así que no esperes pegar ojo en toda la noche.
Muda, Victoria se limitó a negar con la cabeza. Liam la soltó, acariciándole la mejilla, preguntó:
—¿Por qué has cambiado de idea?
—Porque tenías razón —susurró ella—. Lo que hay entre nosotros es pasión, y es mejor explorarla.
—¿Crees que podrás?
La arrogancia de Liam hizo sonreír a Victoria.
—Espero que sí. No va a ser más que una noche.
La forma en que Liam la miraba la electrizaba. De pronto fue consciente de su aspecto desaliñado y dijo:
—Iba a darme una ducha.
—Ya te la darás luego —dijo él con voz ronca. Y deslizó los dedos por su cuello. Al ver que Victoria cambiaba el peso de un pie al otro, alterada, susurró—: Despacio.
—No quiero ir despacio.
Liam le besó y mordisqueó el cuello.
—Claro que sí.
Victoria dudaba que eso fuera cierto si con solo tocarla le hacía desear tenerlo en su interior. Quería el contacto íntimo y el orgasmo instantáneo. Respiró profundamente y dio un paso atrás.
—Deja que te desvista —ante la mirada de sorpresa de Liam, añadió—: Quiero hacerlo. Si no...
—Está bien —dijo él.
Empezó con la chaqueta. Luego lo miró, sonriendo, y, en silencio, empezó a desabrocharle la camisa. Su pecho asomó, musculoso y fuerte, y como el de ella, se movía por la respiración agitada. Victoria bajó las manos hacia el cinturón y cuando lo soltó, se puso de rodillas para bajarle los pantalones. Debajo, descubrió unos calzoncillos negros que contenían su erección. Victoria metió las manos por debajo de la cintura elástica, y se los bajó. Liam dio un paso al lado para dejarlos en el suelo y Victoria lo observó, admirando su poderoso sexo.
—Ahora me toca a mí —dijo él.
Victoria no se movió. Solo quería tomarlo en la boca. Pero Liam, con un resoplido, la obligó a levantarse. En cuestión de segundos, le había quitado la camiseta y la había tirado al suelo. Sus pezones, apretados y duros, tentaron a sus manos y atraparon su mirada. Victoria se llevó las manos al botón de los pantalones, pero Liam entró en acción y se las retiró para quitárselos él. Luego, le bajó las bragas con una torturadora lentitud.
Victoria dio un paso para dejarlas en el suelo y se sorprendió de sentirse cómoda en su desnudez, con Liam observándola, de rodillas, con expresión de deseo. Él puso las manos por detrás de las corvas de sus rodillas y ella abrió las piernas.
—Eres aún más hermosa de lo que... —Liam calló y, aproximando el rostro, le pasó la lengua por el sexo.
Victoria lanzó un gritito y se apoyó en sus hombros para no perder el equilibrio, a la vez que, instintivamente, presionaba las caderas contra Liam.
No tardaría en alcanzar el orgasmo. Casi lo había tenido con solo desnudarse. Pero de pronto no quiso que fuera así. Liam tenía razón al querer ir despacio y saborearlo. Pero para eso quería que él la acompañara.
—Quiero llegar contigo dentro —dijo con voz temblorosa—. Y a la vez que tú.
Liam la miró y, poniéndose en pie lentamente, la abrazó contra sí.
—No voy a penetrarte hasta que llegues.
Victoria lo miró con ojos centelleantes.
—Pues no pienso llegar mientras no estés en mí y a punto de llegar a tu vez.
Liam sonrió.
—Parece que va a ser una larga noche, ¿no?
Victoria se puso de puntillas y lo besó apasionadamente a la vez que apoyaba su peso en él y se frotaba contra su erección. Él devolvió el beso con la misma pasión, recorriéndole el cuerpo con las manos.
Victoria sonrió para sí: a eso le llamaban ir despacio...
Liam alzó la cabeza y sonrió con picardía. La besó de nuevo y llevó las manos a sus senos, acariciándolos suavemente y dibujando círculos alrededor de los pezones en lugar de tocárselos directamente, y Victoria sintió una pulsante tensión en el vientre.
De pronto no pudo aguantar más, las piernas le temblaron, y Liam, tomándola en brazos, la echó sobre su estrecha cama. Ella suspiró y abrió las piernas al tiempo que alargaba los brazos para acomodarlo entre ellas.
Pero Liam no se echó sobre ella, sino que se quedó de rodillas y comenzó a acariciarla rítmicamente con su lengua y sus manos hasta que Victoria, a punto de estallar, alzó las caderas y suplicó: —Por favor Liam, por favor...
Él la miró y susurró:
—Siempre he querido hacerte esto.
—Yo también. Por favor, sigue.
Aliviada, vio que Liam se levantaba para sacar un preservativo del bolsillo y que se lo ponía. Victoria abrió las piernas para acogerlo. Pero Liam le agarró el tobillo y volvió a empezar, besando y lamiéndole los dedos de los pies y subiendo lentamente a lo largo de su pierna. Era una tortura. Y una bendición.
Victoria se retorció bajo sus caricias entre lágrimas y carcajadas, a la vez que se enfurecía por la contención de Liam. Tomó impulso y le hizo girar sobre la espalda, montándose sobre él. Liam no lo impidió, pero riendo, usó su fuerza para impedirle que se sentara sobre él.
—Eres un provocador —dijo ella.
—He dicho que primero tendrías que llegar tú.
Victoria cerró los ojos.
—Y no pienso llegar si no te tengo dentro.
—Entonces estamos en un callejón sin salida —dijo él, riendo y deslizándose hacia abajo a la vez que la sujetaba en alto—. Sabes que me encanta ganar —masculló, acariciándole los senos—. Haría cualquier cosa por ganar.
Se deslizó un poco más hasta alcanzar el punto que quería y poder usar su lengua. Victoria gritó de placer.
—Liam.
—Estalla en mi boca —masculló él, lamiéndole y succionándole el clítoris.
Los muslos de Victoria temblaron y se llevó las manos a las rodillas para afianzarlas. Liam alzó las manos a sus senos y acompasó las caricias de sus manos y de su lengua.
—¿Si llego...? —jadeó Victoria.
—¿Sí? —preguntó él, rompiendo por un segundo el contacto.
—Si... —Victoria ya no podía articular palabra.
—¿Sí? —Liam retorció sus pezones entre los dedos.
—Si... ¡Oh, sí! —Victoria se estremeció con la sacudida de un orgasmo brutal y prolongado.
Un gruñido de satisfacción resonó en la garganta de Liam, que siguió acariciándola mientras duraron las contracciones.
Victoria jadeó, ahogándose.
—Por favor —suplicó.
Y Liam la soltó. Entonces ella se dejó caer a su lado, y terminaron rodando al suelo, abrazados. Ella enredó las piernas al cuerpo de Liam, y hundió los dedos en su cabello.
Liam la miró con expresión turbia, anhelante. Ella se sintió poderosa y dijo:
—Ahora.
Liam la penetró al instante, tan profundamente que casi le resultó doloroso. Victoria se arqueó contra él, y Liam se meció hacia adelante y hacia atrás con una creciente fuerza mientras ella gemía con cada embate.
—¿Estás bien? —preguntó él con el ceño fruncido.
—No pares —dijo ella, apretándole las nalgas—. Más. Sigue —gimió.
Liam reanudó el movimiento a un ritmo perfecto. Ella contrajo los músculos en torno a él y no dejó de gemir.
—¡Liam! —gritó cuando alcanzó el éxtasis en oleadas de placer, clavándole las uñas en los hombros y los talones en la espalda.
Liam gimió, su cuerpo se tensó por una fracción de segundo y estalló con una violencia equiparable.
Un rato después, alzaba la cabeza del hueco del cuello de Victoria, donde había colapsado.
—No te duermas —dijo.
En respuesta, Victoria lo estrechó contra sí. No creía que pudiera dormirse cuando tenía todas las células en estado de hiperactividad.
Liam levantó de nuevo la cabeza, y rozando la nariz con la de ella, dijo:
—Estoy muerto de hambre. ¿Tú?
Victoria rio ante la súbita vuelta a la realidad.
—¿No has comido en la boda?
—Después de leer tu mensaje se me pasó el hambre —dijo él, sonriendo.
—Pues me temo que no tengo nada en la despensa.
Liam se levantó y fue a la cocina. Abrió un armario y suspiró.
—No me extraña. No tiene una despensa, sino un estante —le guiñó un ojo—. Pero te voy a sorprender. Nunca habrás tomado un sándwich de guisantes congelados como los que yo hago.
—¡Genial! —dijo Victoria, riendo.
—Sobre todo con pan duro —añadió él, riendo a su vez.
Finalmente, Liam encontró arroz y lo preparó con unas verduras que encontró en el cajón de la nevera. De postre, tomaron unas galletas de almendra. Era una extraña comida para la una de la madrugada, pero a Victoria le supo a gloria. Observó a Liam mientras comía, preguntándose cuántas comidas como aquella se habría tenido que preparar en sus viajes.
—¿No te sientes solo cuando haces una larga travesía?
—No. Siempre me ha gustado navegar solo.
—Pero aquellas Navidades quisiste pasarlas con una familia.
—Intentaba ser un buen huésped y ayudar —Liam le guiñó un ojo—. Además de estar cerca de ti.
Luego tomó un cinturón de tela que Victoria había dejado colgado de una silla y lo enredó y desenredó en la mano. Habiendo recuperado fuerzas, estaba en disposición de volver a recorrer cada milímetro de Victoria. Miró la hora en la pantalla del ordenador y se inquietó. Una noche iba a resultarle muy poco tiempo.
—¿Qué piensas hacer con eso? —preguntó Victoria, excitada.
—Jugar contigo.
—Solo si me dejas jugar a mí contigo.
—No lo dudes. Cuando acabe.
La luz de la lámpara del escritorio iluminaba un lado de Victoria, arrancando destellos a los rastros de pan de oro que manchaban su rostro.
—¿Por qué quieres atarme? —preguntó ella, ofreciéndole las muñecas para que se las atara al cabecero de la cama.
Liam sintió una inmensa satisfacción al comprobar que ella se entregaba a él sin reservas, con una confianza plena.
—Quiero explorarte sin distracciones —contestó. Quería trazar cada curva, cada hueco—. Me resulta imposible mantener el control si me tocas.
Quería proporcionarle placer, descubrir los secretos de su cuerpo, averiguar qué le gustaba. Nunca había ansiado tanto satisfacer a una amante, ni que esta pensara que no había otro hombre como él.
—¿Estás bien? —preguntó varios minutos más tarde, cuando finalmente atendió a las súplicas de Victoria y con sus dedos la arrastró a un orgasmo húmedo y caliente.
—Ahora me toca a mí —dijo ella, jadeante.
—Enseguida —dijo él. Pero antes, la haría estallar un vez más.
Pasó toda una hora antes de que Liam le dejara que le atara las manos, y bastó que ella lo mirara con voracidad para que se endureciera. Victoria le recorrió el cuerpo con las manos como si fuera un juguete con el que ansiara jugar. Se inclinó sobre él y lo besó, recorriéndolo con las manos, los labios, el cabello. Cuando la vio humedecerse los labios y fijar la mirada en su sexo, Liam supo que tendría problemas.
—Victoria —en parte ansiaba que lo hiciera, pero también quería volver a estar en su interior.
Sin embargo, no pudo elegir. Victoria lo chupó con tan intensidad, a la vez que usaba las manos, que Liam no pudo ni resistirse ni contenerse. Cuando acabó y él quedó exhausto, ella se levantó y lo dejó atado. Liam alzó la cabeza y la siguió con la mirada.
—¿Victoria?
Ella volvió con una pluma en la mano.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó él, relajado.
—Te falta una cosa que tienen todos los marineros —Victoria aproximó la punta de la pluma a su pecho.
—¿El qué? —preguntó él, reaccionando a las cosquillas que le produjo el contacto.
—Un tatuaje —dijo ella, riendo.
Victoria le dibujó una línea por el lateral del pecho y Liam contrajo las cosquillas. Victoria rio y mojó la pluma en la tinta.
—Tienes unos abdominales espectaculares.
Liam hizo una mueca.
—Me alegro de que te gusten. No es fácil conseguirlos —cuando Victoria sopló para secar la tinta, añadió—: No bajes más.
Ella rio.
—¿No quieres que te pinte el...?
—No —Liam se preguntó qué estaría escribiendo, pero antes de verlo quería sentir a Victoria una vez más. Y ella debía pensar lo mismo, pues dejó la pluma y la tinta a un lado y lo montó a horcajadas.
—Suéltame —dijo él. Ya no le bastaba con acariciarla y llevarla al éxtasis. Quería abrazarla. Todavía le quedaba rastros del pan de oro. Era su amante dorada.
Victoria se inclinó para deshacer el nudo y luego meció las caderas provocativamente. Liam se acomodó hasta que su sexo tocó su húmeda y caliente cueva. Luego alzó la cadera y entró en ella. Victoria se apoyó en él para poder aumentar sus movimientos. Liam contuvo la respiración para contenerse y no dejarse llevar hacia la exquisita liberación.
—Liam —gimió ella con voz lastimera.
Liam la sujetó por las nalgas a la vez que se impulsaba hacia arriba, acompasándose al ritmo de Victoria y acelerando.
Victoria gritó, gimió y finalmente solo emitió sonidos entrecortados. Liam vio su piel encenderse, sus pezones apretarse y sus labios enrojecer, a la vez que su mirada se desenfocaba.
Aquella era la Victoria que había intuido cinco años atrás, una mujer sensual y palpitante, capaz de conseguir lo que quería.
Cuando cayó sobre él, laxa, Liam la abrazó con fuerza, presionando sus brazos sobre su espalda a la vez que, finalmente, se dejaba ir.
Había descubierto que la estrecha cama le gustaba más de lo que había creído. La única manera de caber los dos era pegados el uno al otro, de costado, o uno encima del otro.
Cuando se quedó dormido, a media mañana, seguía dentro de ella.
El sudor había emborronado la tinta, repartiéndola entre los cuerpos de ambos.
Liam estaba en la ducha, detrás de Victoria, que se aclaraba el cabello de champú a la vez que él se enjabonaba el ancla que ella le había dibujado en la cadera.
Era absurdo, pero aquel dibujo, que no era más que un lugar común entre los navegantes, adoptó un significado especial para Liam. Por primera vez, sentía que algo tiraba de él y lo retenía.
Pero él no quería lazos permanentes, ni anclajes.
De pronto, una mano envuelta en un guante de crin retiró la suya y comenzó a frotar.
—Déjala —dijo, sujetando la mano de Victoria, que, obviamente, había intuido lo que pensaba.
—Está claro que te molesta —dijo esta.
Al oír la frialdad de su tono, Liam la soltó y le hizo mirarle a los ojos.
—Queremos cosas diferentes.
—No creas —Victoria esbozó una sonrisa—. Los dos tenemos nuestras carreras como prioridad. No somos compatibles —excepto físicamente. Y eso no era suficiente.
—Ya me he quedado más tiempo del que debía.
Liam solo le había ofrecido una noche. Y sin embargo, había pasado casi todo el día siguiente y seguía allí. Estaba a punto de llegar la segunda noche.
—Así es —dijo Victoria.
A Liam le molestó que estuviera de acuerdo; y más aún, sentirse rechazado.
—No podemos prolongarlo —insistió.
—No —confirmó ella con firmeza. Y refiriéndose al dibujo, añadió—: Con un poco de aguarrás, acabará de irse.
—Da lo mismo. Se irá borrando —dijo Liam. Igual que le pasaría a la emoción que sentía en el pecho.
Aquella era la decisión correcta, pero no le gustaba la actitud distante de Victoria. La atrajo hacia sí y la besó bajo el agua hasta que se relajó en sus brazos. Hasta que hicieron el amor una última vez.
Liam salió primero de la ducha. Necesitaba unos minutos de soledad para recuperarse, para reprimir el impulso de volver al lado de ella, de no marcharse. Por eso mismo, debía huir.
Victoria se envolvió en una toalla. Quería que Liam se fuera. Nada que ella dijera o hiciera iba hacerle cambiar de idea. Y ella no quería un novio a la fuerza. De hecho, no quería un novio.
Cuando salió del cuarto de baño, Liam ya estaba vestido y parecía incómodo.
—Todo está bien, Liam —mintió ella.
Liam se estiró la arrugada chaqueta.
—Ha sido mejor de lo que pudiera haber imaginado.
Victoria esquivó su mirada y replicó:
—Pero no suficiente para ninguno de los dos.
Y ella se había equivocado al creer que solo era sexo. No, era mucho más, pero solo para ella.
—Lo siento —dijo Liam.
—No tienes por qué —dijo ella, forzándose a sonreír. No pensaba pedirle que se quedara; no quería que sintiera lástima por ella. Tenía demasiado orgullo—. Ha sido fantástico —dijo en tono animado—. Pero ahora debes marcharte.
Mantuvo la sonrisa mientras cerraba la puerta tras Liam. Solo entonces dejó escapar un suspiro de angustia. Y al mismo tiempo sintió brotar un sentimiento de rabia. No pensaba cambiar su vida por nadie.
Tenía lo que quería: independencia. Y la fuerza para hacer en el futuro todo lo que se propusiera.