Capítulo Uno

ELLA dijo sí

—Por supuesto —contestó Victoria animadamente, a pesar de que tenía las manos doloridas.

Haría lo que fuera necesario. ¿No actuaban así los emprendedores? Se sacrificaban, trabajaban largas horas. Lo sabía porque había leído Cómo hacerse millonario hacía unos meses. Y eso que a ella le bastaba con ganar lo suficiente como para dejar de tener la cuenta en números rojos.

En cualquier caso, escribir otras cinco tarjetas con caligrafía ornamental no era nada comparado con las que ya había hecho. Lo importante era que tuvieran éxito. Su futuro dependía de ello.

Victoria observó hecha un manojo de nervios a su clienta, Aurelie Broussard. Era imposible no admirar a aquella mujer que, con un vestido blanco y un chal azul marino, parecía brillar con luz propia. El cabello le caía en tirabuzones hasta la mitad de la espalda, y tenía el mismo color que sus ojos, un sensual marrón oscuro. Atleta, modelo y mujer de negocios, y por lo que se podía deducir de la suave curva de su vientre, embarazada de unos siete meses. Victoria no había conocido ese detalle anticipadamente, pero tampoco sabía nada de la vida personal de la antigua campeona de surf, excepto que se iba a casar en cinco días. Victoria no prestaba atención a los deportes acuáticos porque le invocaban recuerdos que prefería olvidar.

Aurelie era la mujer más guapa que había conocido en su vida; y en aquel momento, también era la persona que podía determinar el éxito o el fracaso de su negocio. Y las novias eran muy quisquillosas, más aún aquellas a cuya boda acudían numerosas celebridades.

Victoria se movió con premeditada lentitud para disimular su nerviosismo a la vez que extendía sobre el escritorio algunas tarjetas. Aurelie las estudió en silencio. Victoria había trabajado durante horas, incluida la noche, para terminarlas a tiempo. La habían contratado a última hora, lo que dificultaba la labor de un calígrafo, cuya tarea requería tiempo y calma.

—Son preciosas —fue el veredicto final de Aurelie—. Precisamente lo que quería.

Victoria parpadeó para contener unas lágrimas de alivio. Doscientas treinta y cuatro primorosas tarjetas la habían dejado exhausta.

—Espero no haber cometido ningún error, pero supongo que alguien se cerciorará de que están todas bien —comentó. No podía correr el riesgo de que algún invitado descubriera que su apellido contenía faltas de ortografía.

—Lo hará mi secretaria —dijo Aurelie—. ¿Podrías hacer cinco más antes de marcharte?

Sacó una lista del primer cajón del escritorio.

—Sí, claro —Victoria tenía el material que necesitaba, pero saber que había cinco invitados nuevos la inquietó por otros motivos—. ¿Eso significa que has cambiado la distribución de las mesas?

Había tardado horas en distribuir las tarjetas de acuerdo a las mesas, cada una correspondiente a una playa de surf.

—Sí. ¿Supone un problema? —preguntó Aurelie.

—En absoluto —dijo Victoria, forzando una sonrisa. Si era preciso, estaba dispuesta a coserse los párpados a las cejas para mantenerse despierta.

Recordaba lo importante que había sido para ella, cuando preparaba su boda, que todo saliera a la perfección. Por eso estaba dispuesta a hacer lo imposible para que Aurelie tuviera todo lo que quería. Sin embargo, aunque ella había tenido una boda de cuento de hadas, su matrimonio con Oliver había estado lejos de la perfección. De hecho, había sido un sonado fracaso.

Trabajar en la boda de Aurelie le permitiría recuperarse, al menos económicamente. Iba a acudir tanta gente famosa que incluso podrían surgirle otros encargos. Y aunque resultase irónico que, a pesar de su experiencia, se dedicara a que otros tuvieran la boda ideal, lo cierto era que no se había convertido en una cínica. Para una buena pareja, una gran boda podía representar un magnífico comienzo. Con suerte, el prometido de Aurelie era un hombre decente. Victoria no sabía nada de él.

—Estoy segura de que no me fallarás —dijo Aurelie, sonriendo, aunque Victoria interpretó la sonrisa como «te mataré si cometes un error».

—Puedo hacer las tarjetas aquí, si quieres, pero para organizar las mesas tengo que ir casa. Traeré la nueva planificación en cuanto la acabe.

—¿Y cuándo será eso? —preguntó Aurelie con una tensa sonrisa.

Victoria titubeó. Quería agradarla, pero no tenía que evitar hacer promesas que no pudiera cumplir.

—A tiempo para la boda —dijo, obligándose a que su sonrisa no vacilara aun cuando Aurelie la miró durante un minuto que se le hizo eterno.

—Gracias —dijo esta finalmente.

¡Fantástico! Victoria sacó la pluma y la tinta del bolso. Podía satisfacer a Aurelie haciendo las cinco tarjetas. Luego descansaría en el tren y estudiaría la nueva distribución, y de camino a su casa, se abastecería de suplementos para mantenerse despierta.

—¿Te gustan las velas? —preguntó Aurelie súbitamente.

Victoria se volvió. Aurelie había abierto una gran caja que había junto al escritorio y sacó una preciosa vela blanca.

—Tiene perfume a tabla de surf —dijo Aurelie, riendo—. Mi olor favorito.

Victoria sonrió ante aquella pequeña excentricidad. ¿Casarse en un castillo francés bajo la luz de las velas, con encaje y seda por todas partes? ¿Tener fuegos artificiales y una orquesta? Aurelie no escatimaba detalles. Y a Victoria le parecía genial.

—Son preciosas, como la casa. Va a ser una boda maravillosa —dijo con sinceridad.

—¡Va a ser parfait! —dijo Aurelie, guardando la vela.

Victoria tomó aire y, cruzando los dedos, preguntó:

—El menú no ha sufrido cambios, ¿verdad?

—No —Aurelie rio—. Pero ya veo por qué te recomendaron. Se ve que no te amilanas y que dices que sí a todo.

Victoria sonrió a pesar de sentirse irritada. Aurelie había descubierto su punto débil. Toda su vida había dicho sí: a sus padres, a Oliver, a toda la gente a la que había querido agradar incluso contra sus propios intereses. Entonces se dio cuenta de lo que Aurelie había dicho.

—¿Me recomendaron? —¿quién podía haberlo hecho? Solo llevaba en París siete meses. Hacía apenas unas semanas había relanzado su propia línea de papelería personalizada y arte caligráfico. ¿Habría sido algún cliente del pasado, cuando su negocio prosperaba en Londres?

Pero en lugar de contestar, Aurelie se acercó a la ventana. Victoria también había oído crujir la gravilla. Había llegado un coche.

—Oh, no —exclamó Aurelie—. Está aquí. No puede ver nada de esto. Si entra, escóndelo todo —dijo, y con la agilidad propia de una atleta, salió corriendo.

Victoria se quedó sola. Asumió que se trataba del novio y, sin poder contener la curiosidad, se acercó a la ventana.

El coche aparcado ante la puerta estaba vacío. Un asistente uniformado se acercó a él para aparcarlo en algún lugar donde no estropeara la idílica imagen del castillo. Aunque comparado con otros no fuera especialmente ostentoso, era el edificio más grandioso que Victoria había visto en su vida. Estaba rodeado de jardines formales, con largas avenidas, románticos rincones y numerosa fuentes. Era una preciosidad.

Volvió a la mesa y, tras guardar las tarjetas terminadas, sacó algunas en blanco. Luego preparó la pluma y la tinta y practicó sobre una para calentarse los dedos y asegurarse de que la tinta corría con fluidez.

—Aurelie, ¿estás ahí?

Victoria se quedó paralizada. Hizo una mancha de tinta, pero no le importó, porque le inquietó mucho más aquella cálida y relajada voz que conocía bien.

Miró hacia la puerta, conteniendo el aliento, a la vez que él entraba Liam.

¿Liam? ¿El espectacular e inaccesible Liam?

Él hizo una leve pausa en la puerta antes de dirigirse hacia ella. A Victoria no le pasó desapercibido su magnífico y atlético cuerpo. Liam Wilson era peligrosamente competitivo, le gustaba ganar a costa de lo que fuera.

Y claramente había ganado a la mejor: Aurelie.

Sus ojos marrones se clavaban en ella. Llevaba el cabello, marrón oscuro, más corto que la última vez que se habían visto. Apenas sí fue consciente de que iba con vaqueros y una camiseta blanca, porque la intensidad de su mirada la mantuvo hipnotizada.

Liam Wilson. Victoria no daba crédito. Perpleja, bajó la mirada para serenarse. ¿Cómo era posible que estuviera aún más guapo? ¿Cómo era posible que le bastara mirarlo para desearlo?

—Victoria.

Esta fijó la mirada en la mancha de tinta, aunque fue consciente de que Liam se detenía a unos centímetros de su silla.

Liam carraspeó.

—Ha pasado mucho tiempo.

Victoria intuyó la sonrisa que siempre se percibía en su voz; aquella seguridad en sí mismo que le resultaba tan atractiva. Una confianza de la que ella carecía y que envidiaba.

Centrado, ambicioso, fascinante. Liam era distinto a todos los hombres que había conocido. Alto, fuerte y decidido, hacía lo que fuera necesario para conseguir lo que quería, destruía cualquier oposición. A Oliver. A ella.

Alzó la mirada. El peligro que en el pasado había atisbado en su mirada se había convertido en letal. Su expresión, a pesar de la sonrisa, se había endurecido.

Victoria no supo qué hacer para conseguir que el cerebro volviera a funcionarle.

—¿Qué tal te ha ido? —preguntó él.

Debía estar bromeando. Habían pasado cinco años desde que se habían visto la última vez, cinco años desde que había interrumpido la declaración de Oliver y, a cinco días de su boda, la saludaba como si fuera una compañera de colegio.

Victoria desvió la mirada hacia las tarjetas en blanco, contenta de haber guardado las que Aurelie no quería que él viera.

Aurelie Broussard iba a casarse con Liam Wilson. Liam era el padre del hijo de Aurelie.

¿Por qué le costaba tanto asimilarlo? Ella había tenido la oportunidad en una ocasión de darle el sí. No a casarse, pero el sí a algo. Sin embargo, se lo había dado a otra persona y la vida los había llevado por distintos caminos.

Victoria se irguió, luchando contra el torbellino de recuerdos y emociones que sentía. Ella era feliz, y así debía comportarse.

—Muy bien, gracias —dijo, sonando lo más natural posible.—. ¿Qué tal estás tú?

—Asombrado de verte.

Liam la recorrió con la mirada, deteniéndose en sus labios, bajando la vista hacia su figura, tal y como había hecho la primera vez. Pero entonces tenía la excusa de no saber quién era.

Victoria se tensó bajo su inspección, rogando que su cuerpo no reaccionara a la instintiva atracción que le despertaba.

—Ha pasado mucho tiempo —repitió él—. Y aunque parezca imposible, estás todavía más guapa.

A Victoria se le aceleró la respiración y sintió una corriente de calor recorrerla. Su cerebro se ralentizó, y tardó en recordarle que Liam acostumbraba a coquetear. Pero en aquella ocasión era totalmente improcedente, aunque no sería ella quien se lo recordara. Era el prometido de la mujer para la que trabajaba, así que actuaría con calma y profesionalidad.

—Tú también tienes muy buen aspecto —dijo con una educada sonrisa. Podía manejar la situación.

Él se apoyó en el escritorio, al lado de su silla, pero Victoria no se movió. No permitiría que Liam se diera cuenta de cuánto la perturbaba. No era la primera vez que jugaba con ella. Recordaba la misma expresión en su rostro cuando la había encontrado en el cuarto de baño. Entonces, como en aquel momento, parecía un gato observando a un ratón sobre el que estuviera a punto de abalanzarse.

Victoria Rutherford no tenía la menor intención de volver a ser un ratón.

—Gracias —dijo él.

Victoria entornó los ojos al sentir que el enfado atravesaba su armadura de cortesía. Liam no había cambiado. Ni siquiera cuando estaba a punto de casarse.

—Victoria —susurró él tal y como había hecho en otra ocasión. Y como entonces, ella sintió que el corazón se le paraba.

Él se inclinó peligrosamente cerca, y aunque ella contuvo la respiración, no se salvó de oler su aroma a aire de mar y libertad, una mezcla embriagadora que en una ocasión había estado a punto de volverla loca. La peor de las tentaciones. El mejor amigo de su novio.

Como prometido de su clienta, seguía siendo territorio prohibido, incluso más. Así que tendría que aplacar sus disparadas hormonas. Liam Wilson no sería nunca para ella.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó alarmada, cuando él se acercó un poco más.

Sin apartar sus ojos de los de ella, Liam esbozó una sonrisa al tiempo que invadía su espacio. Ella se quedó atrapada en su mirada. Lo tenía tan cerca que podía ver cada una de sus pestañas.

—¿Te importa que te quite esto? —Liam le quitó la pluma de un tirón—. Parece un arma. Ya me apuñalaste en el corazón una vez, y no quiero arriesgarme a que lo hagas de nuevo.

Victoria lo miró, perpleja. ¡Como si ella le hubiera herido! En todo caso había sido al revés. Liam les había hecho daño a Oliver y a ella. Había roto el vínculo entre ellos y nunca habían logrado recomponerlo. Pero no pensaba decirle hasta qué punto había sido importante en su vida.

—¿Que yo te hice daño a ti? —preguntó. Y forzó una risa—. Ninguna mujer te ha hecho daño, Liam.

—¿Eso crees? —preguntó él, enarcando una ceja—. ¿No piensas que soy tan vulnerable como los demás?

—No —dijo Victoria.

—Vamos, sabes perfectamente que soy humano —dijo él en un ronroneo.

—¿Estás coqueteando conmigo? —susurró ella, atónita. Su novia estaba embarazada y se iba a casar en cinco días. Aurelie no necesitaba tarjetas personalizadas, sino un nuevo prometido.

—¡Liam!

Aurelie entró en la sala como una exhalación.

—Hola —Liam la abrazó, y alargando los brazos para mirarla a la cara, añadió—: ¡Tienes un aspecto maravilloso!

—Estoy enorme, pero no me importa —dijo Aurelie, riendo—. ¡Qué contenta estoy de que hayas venido!

Victoria sintió un nudo en el estómago. No había motivos para sentir celos. Ella estaba felizmente divorciada. Lo último que quería era no repetir errores pasados, y Liam Wilson entraba en esa categoría. Si Aurelie quería caer en la trampa, era su problema, aunque merecía que alguien la pusiera sobre aviso. Sin embargo, no sería ella quien lo hiciera. Victoria recogió las tarjetas y dijo: —No te preocupes, no ha visto nada.

Aurelie y Liam se volvieron hacia ella.

—Lo he guardado todo a tiempo —añadió Victoria, preguntándose porqué la miraban como si fuera un alien.

Liam la miró contrariado antes de esbozar una de sus seductoras sonrisas.

—He dejado al novio abajo —dijo, indicando la puerta con la cabeza—. Pero has hecho bien, porque subirá en cualquier momento.

Aurelie, en cambio, no reaccionó.

—Me alegro tanto de que hayas venido... No estaba segura de que lo hicieras —dijo sin retirar la mano que apoyaba en su torso.

—No me lo habría perdido por nada del mundo.

—Eres un mentiroso —dijo ella riendo—. Pero gracias de todos modos.

—Haría cualquier cosa por ti —dijo él, guiñándole un ojo y acariciándole la barbilla con el dorso de la mano—. Será mejor que bajes o vendrá y descubrirá todas tus sorpresas.

Victoria observó a Aurelie salir, sumida en un abochornado estado de confusión.

—¿Creías que era el prometido de Aurelie? —preguntó Liam, aproximándose al escritorio con una amplia sonrisa que no contenía la menor calidez—. ¿Creías que iba a casarme con ella y que coqueteaba contigo?

Victoria intentó esquivar su mirada, pero Liam ocupaba todo su campo de visión. Solo le quedaba actuar con frialdad.

—¿Te extraña? —preguntó, enarcando las cejas.

—No pienso molestarme en discutir —dijo él, entornando los ojos—. Igual que hace cinco años, Victoria, estoy aquí como invitado.

La confirmación de que no era el prometido de Aurelie le hizo sentir un alivio a Victoria que prefirió ignorar. Le ardían las mejillas. En su imaginación, Liam siempre era el novio.

—Tu nombre no estaba en la lista de invitados —dijo a la defensiva.

—No pensaba que pudiera venir —explicó él—. Por eso estoy entre los confirmados a última hora —añadió, indicando la hoja que Aurelie había dejado sobre el escritorio.

Liam no había ido a la boda de Victoria, y esta nunca supo si, después de lo sucedido, había sido invitado. Jamás había visto a Oliver tan enfadado. Ella y el resto de la familia habían subido a la segunda planta para cambiarse antes de la comida mientras los dos hombres salían al jardín. Victoria los había espiado por la ventana.

Liam había recibido el puñetazo sin hacer ademán de defenderse, aunque insistió en que no había pasado nada entre Victoria y él, y se disculpó por una interrupción que había sido totalmente espontánea.

Entonces había alzado la vista y su mirada se había encontrado con la de ella.

Victoria bajó la mirada a la lista de Aurelie y, efectivamente, encontró a Liam en la tercera posición.

—Ah, he creído que..., —dijo, forzando una sonrisa animada.

—Ya sé lo que has pensado. Nunca has tenido muy buena opinión de mí, ¿verdad?

Eso no era verdad, pero Victoria no pensaba revelar lo que pensaba de él. Observó la lista. Los otros invitados compartían apellidos, de lo cual concluyó que Liam no llevaba pareja. Automáticamente, le miró los dedos en busca de una alianza, que no encontró, aunque sabía por propia experiencia que una alianza tampoco era obstáculo para algunas mujeres, o para maridos insatisfechos con su matrimonio.

Aun así, sintió que la sangre le fluía por las venas con una aceleración de adolescente a punto de ir a su primera fiesta.

Claro que, si los dos eran libres, ¿por qué no podían explorar la química que había entre ellos? La respuesta fue inmediata: porque ella cargaba con demasiado peso sobre sus hombros; y él, por mucho que proyectara una imagen relajada y sin preocupaciones, parecía protegerse con un chaleco a prueba de balas.

—Lo siento —dijo Victoria. Por lo que acababa de pasar, por lo de hacía cinco años. Por lo que nunca pasó ni podría pasar. Ella había avanzado y no volvería a ser un felpudo. Tenía planes y en ellos no encajaba nadie, y menos, un hombre.

Él le dedicó una de aquellas sonrisas que despertaban en ella un anhelante deseo, y antes de que se pudiera mover, le asió la muñeca.

—No estoy prometido a nadie, así que puedo coquetear con quien quiera —dijo.

—Conmigo, no —dijo ella con voz ronca.

—¿Por qué no? Ni estás casada ni prometida.

Así que sabía que se había divorciado.

—No estoy aquí para tontear —dijo Victoria con firmeza—, sino para trabajar —añadió, tanto para él como para sí misma.

Liam la observó detenidamente, como si estuviera decidiendo si era sincera. Le soltó la muñeca.

—Entonces, deja que te vea en acción —dijo, poniéndole la pluma en la mano.

—No puedo trabajar si me miras —dijo ella, que en aquel momento se sentía tan torpe como una niña de dos años.

—Siempre has tenido problemas con que te mire.

Victoria se tensó y rezó para que Liam no notara que temblaba.

—No me refiero a ti, sino a cualquiera —mintió.

—¿Por si te equivocas?

—No. No me da miedo cometer errores. He cometido muchos.

—Entonces puedes trabajar delante de mí. Escribe mi nombre —cuando Victoria negó con la cabeza, Liam añadió—. Sigues siendo una cobarde.

—Confundes la sensatez con cobardía —replicó ella.

—¿Te gusta esto de verdad?

—Quiero que Aurelie tenga lo que desea.

—¿Así que no odias las bodas y todo lo relacionado con ellas?

—Claro que no —dijo Victoria. Liam podía ser escéptico, pero ella no lo era—. ¿Crees que porque mi matrimonio no funcionó tengo que estar amargada?

—No. Solo me extraña que te dediques a ello.

—Me gustan las bodas ajenas —dijo Victoria, guardando la pluma en su estuche—. Pero se ve que tú sigues estando en contra.

Liam se encogió de hombros.

—Y sin embargo, aquí me tienes, dispuesto a disfrutar de la boda de Aurelie.

—Eso es una mejora respecto a la última vez que te vi. Entonces no parecía que quisieras que nadie se casara.

—¿Y no tenía razón? —Liam tomó una vela y la olió.

—No podías predecir lo que iba a pasar.

—¿Eso crees?

Victoria no estaba dispuesta a considerar esa posibilidad.

—Los dos sabíamos que no era la decisión correcta —añadió Liam, dejando la vela y mirando a Victoria fijamente—. Hasta Oliver lo sabía.

—Será mejor que me vaya a casa a trabajar —dijo Victoria entre dientes.

—¿Quieres que te lleve? —preguntó Liam con una de sus tentadoras sonrisas.

—¿No te alojas aquí?

Liam sacudió la cabeza y se cuadró como si entrara en acción.

—Tengo cosas que hacer en la ciudad.

Victoria ni quería ni podía permitirse ir con él. El tren era mucho más seguro.

Alzó la mirada y vio que él la observaba con sorna. Pero cuando estaba a punto de contestar, él le puso un dedo en los labios.

—¿Qué te preocupa tanto? —preguntó con picardía—. ¿Tienes miedo a estar conmigo menos de una hora?

Victoria intentó encontrar cualquier excusa. Claro que le preocupaba pasar una hora encerrada en un coche con el hombre que representaba pura tentación.

—¿Contigo al volante? —preguntó en tono de broma—. Siempre vas demasiado deprisa, Liam, así que puede pasar cualquier cosa.

—En ese caso —dijo él con indolencia—, ¿Por qué no conduces tú?