El Templo

Madrugada, 2 de abril de 2010

Zuper se removió ansioso mientras Alba y Elke se despedían de Sara, la madre de la primera. Observó a través de la ventanilla del coche la cara de Héctor, su mejor amigo. Él también estaba impaciente porque las chicas acabaran de despedirse de una buena vez. Imaginó que estaría deseando quedarse a solas con Sara y hacer lo que hacen los amantes cuando por fin se encuentran solos. Algo bastante difícil en sus circunstancias, ya que las tres mujeres, Alba, Elke y Sara, vivían juntas. Aunque al menos Héctor tenía a su favor que era el «novio oficial» de Sara y, por tanto, podía quedarse con ella en casa algunas noches. Él ni siquiera podía hacer eso, solo era «candidato a sumiso».

Apretó los puños contra sus piernas y frunció el ceño. Pero no lo sería por mucho tiempo, se iba a encargar de dejar tan satisfechas a Alba y a Elke, que ni siquiera podrían contemplar la opción de buscarse a otro. Observó a sus dos acompañantes, eran la belleza personificada. Alba, la más joven de las dos, no era muy alta, apenas le llegaba a él a la barbilla. Era una mujer delgada, con pechos pequeños y estrechas caderas que la hacían parecer todavía más joven. Sus ojos rasgados, de un azul intenso, sus labios llenos, siempre pintados de rojo, su nariz respingona y el flequillo dorado que casi le cubría los ojos le daban una apariencia traviesa a su rostro angelical. Elke, al contrario que Alba, era casi tan alta como él y gozaba de un cuerpo de infarto que más de uno mataría por lamer. Sus grandes pechos asomaban descarados por el escote de la blusa, mientras que los ajustados vaqueros mostraban su culo duro y perfecto. Llevaba la larga melena rubia, casi blanca, lisa hasta mitad de la espalda, y retirada de la cara gracias a unas gafas que actuaban de diadema. Su rostro era diamantino, duro, y estaba adornado por una nariz algo larga y un poco picuda que lejos de afearla, imprimía carácter a sus clarísimos ojos azules. La alemana era mayor que él, rondaría los treinta años. Alba tenía poco más de veintiuno, y él, con veintiséis, estaba loco por ambas.

Se había sentido atraído por Alba la primera vez que la vio, hacía ya varios meses. Luego, cuando Héctor empezó a cortejar a Sara y él empezó a conocer mejor a ambas mujeres, no pudo evitar enamorarse de su vitalidad, de su brusca sinceridad y la alegría con que se enfrentaban a todo... y a eso debía añadir que sus continuas alusiones a golpearle el trasero, atarle y azotarle le ponían tan cachondo que era rara la noche que no se masturbara pensando en ellas. Luego descubrió que a Elke solo le gustaban las mujeres, y, lógicamente, se esforzó en apartarla de sus fantasías y eliminar la atracción que sentía por ella. ¡Bastante difícil iba a ser que Alba se fijara en él, como para encima intentar conquistar a Elke! Pero... ¡Oh, sorpresa! Elke parecía haber disfrutado de la escenita de hacía un par de semanas y eso abría todo un mundo de posibilidades. Un mundo en el que estaba deseando introducirse.

Miró inquieto el paisaje que rodeaba la carretera por la que circulaban. Las chicas le habían dicho que se lo pensara durante quince días y luego se pusiera, o no, el pendiente que le proclamaría como suyo. No había podido esperar tanto. Se lo había puesto el día anterior, y esa misma mañana había ido a buscarlas. Necesitaba verlas, hacerles saber que estaba dispuesto a complacerlas, que no necesitaban buscar a ningún otro sumiso porque él era perfecto para ellas. Solamente debían permitirle que se lo demostrara. Y en eso estaban ahora. Iban de camino al Templo. El lugar donde Alba y Elke hacían realidad sus más perversas fantasías... Fantasías en las que él estaba impaciente por formar parte.

Se removió en el asiento, intentando acomodar la dura erección que palpitaba contra sus pantalones. Llevaba todo el día luchando contra la excitación. Primero en la playa, donde las chicas se habían paseado ante él con un diminuto tanga, mostrándole sus espectaculares tetas sin pudor. Después durante la actuación de Velvet Spirits, el grupo en el que Elke tocaba el bajo. Y ahora, por fin, podía relajarse y dejar de preocuparse porque alguien viera el estado en el que se encontraba. De hecho, estaba seguro de que ellas estaban complacidas de que su rígida polla abultara la entrepierna de los pantalones, o al menos eso parecían indicar las miradas que le lanzaban a través del espejo retrovisor. Se movió hasta quedar sentado en el centro del asiento y, recostándose, separó las piernas para que pudieran ver bien su tremenda erección. La sonrisa que le dedicó Alba fue el mejor de los premios.

Cuando por fin llegaron a los muros que ocultaban y protegían el Templo, estaba tan encendido que cada roce de la tela contra su pene provocaba un pinchazo de dolor en los huevos, y eso le excitaba más todavía.

Contempló impaciente como Elke, que era quien conducía, se asomaba por la ventanilla abierta y pulsaba una clave numérica en el teclado de un videoportero. Un instante después las altas puertas de entrada a la finca se abrieron, mostrándole un mundo irreal. El Templo era un extraño y enorme edificio, de paredes rojas y ventanas asimétricas, de una sola planta, con una torre cuadrada de aspecto medieval que se elevaba imponente en el tejado. El edificio estaba rodeado por un inmenso jardín de piedras de mil colores entre las que se alzaban imponentes menhires. Un camino de baldosas amarillas lo atravesaba para morir en la entrada de la casa, donde les estaba esperando un hombre. Era alto y muy delgado. Su cabello, negro como ala de cuervo, caía rizado hasta sus hombros; lucía una escueta perilla que aportaba cierta masculinidad a su faz de rasgos casi femeninos. Sus ojos bicolores, el izquierdo de un azul tan claro como el agua de un riachuelo, el derecho negro por completo excepto por la delgada banda azul que lo rodeaba, estaban pintados con abundante kohl, tornando su mirada aún más penetrante. Vestía únicamente unos pantalones de raso rojo que hacían juego con sus uñas pintadas del mismo color.

¿Quién era ese tipo? Y lo que era más importante, ¿qué hacía allí?

Zuper observó perplejo como las chicas bajaban del coche y se abalanzaban sobre el hombre, colmándole de besos y abrazos. Y no pudo evitarlo. Lo odió con todas sus fuerzas.

—¡Te has teñido el pelo! —exclamó Alba pasando las manos por la larga melena del dueño de la casa—. Me encanta, te queda genial, pero estaría todavía mejor con unas mechas rojas.

—¿Ya te has aburrido del naranja? —inquirió Elke a la vez, pellizcándole el trasero. Se notaba que entre los tres había una camaradería que traspasaba las fronteras de la simple amistad—. Si quieres puedo alisártelo, te quedaría estupendo.

—He vuelto a mi color original —respondió el hombre—, estaba harto de teñírmelo todos los meses, así que decidí darle una oportunidad al negro de siempre, al menos hasta que me canse —musitó divertido al ver que las chicas ya estaban haciendo planes para su pelo. Les gustaba maquillarle y peinarle. Y a él le encantaba que le mimasen, para qué negarlo.

Examinó al joven pelirrojo que le estaba asesinando con la mirada. Ese debía de ser Zuper. Alba y Elke llevaban varios meses hablándole de él. De hecho, era su único tema de conversación; estaban entusiasmadas con él y decididas a hacerlo suyo. Era alto y desgarbado, su pelo color zanahoria estaba revuelto como si estuviera enemistado con el peine, y sus inocentes ojos verdes contrastaban con la regia nariz y los labios gruesos. Vestido con unos vaqueros y una camiseta azul de manga corta parecía uno más de los amigos de Alba y Elke. Y así sería si no fuera por el pendiente de oro que colgaba en su oreja derecha. Karol sonrió al ver que el muchacho se lo acariciaba nervioso. Parecía que las chicas habían conseguido su propósito de hacerlo suyo. Él mismo les había regalado ese pendiente a sus amigas, junto con otros dos idénticos que ellas mismas llevaban en sus orejas derechas. Esos pendientes eran una muestra de su amistad... y también una declaración de intenciones: Alba y Elke le darían ese pendiente al hombre del que estuvieran enamoradas, y Karol a su vez lo aceptaría en el Templo. Y el pendiente había sido entregado.

Carraspeó y señaló con la mirada al pelirrojo. Este le miró cada vez más enfadado. ¿Eran celos eso que leía en sus ojos? ¡Qué interesante! Inspiró profundamente para captar su olor. Estaba excitado, sí. Pero también furioso. Karol sonrió. Iba a ser divertido conocerle.

Alba siguió la mirada de su amigo, y acto seguido tomó a Zuper de la mano, acercándolo a ella.

—Karol, este es Zuper, el chico del que te hemos hablado —les presentó—. Zuper, este es Karol, nuestro mejor amigo y confidente. También es el dueño del Templo.

Zuper asintió con la cabeza, tendiéndole la mano a regañadientes.

—Encantado de conocerte al fin —saludó Karol sin molestarse en darle la mano—. Sé bienvenido al Templo —dijo haciendo una floreada reverencia antes de adentrarse en el edificio.

Las chicas le siguieron. Y a Zuper no le quedó más remedio que apretar los dientes y entrar tras ellas. Un instante después se detuvo petrificado en mitad de un inmenso salón que ocupaba tanto como una casa. Una casa muy grande. En el centro del enorme salón se elevaba una torre de piedra redonda que parecía atravesar el techo, y que probablemente se convertiría en la torre medieval, cuadrada, que había visto en el exterior. Miró a su alrededor, las paredes eran blancas, el suelo formaba un tablero de ajedrez y los muebles eran negros. Todos, excepto el sillón rojo con enormes orejas en el que estaba apoyado Karol. Acompañó a las chicas hasta uno de los sofás que había frente a este y se sentó con gesto huraño. Su erección había quedado reducida a una pequeña palpitación en su ingle y el deseo que le había devorado durante el viaje se había convertido en un odio profundo hacia el hombre que le miraba divertido desde su trono de sangre mientras acariciaba con sus largas uñas los reposabrazos.

—Así que este es el Templo del que tanto me habéis hablado —comentó Zuper desdeñoso—. Me esperaba otra cosa.

—¿Algo quizá un poco más... perverso? —inquirió Karol burlón al percibir que el joven estaba a la defensiva.

—Sí. No me malinterpretes, pero este sitio parece el capricho de un ricachón. No tiene nada que ver con lo que me había imaginado.

Alba y Elke miraron a su futuro sumiso como si de repente le hubieran salido cuernos en la cabeza. ¿Desde cuándo se comportaba como una arpía? Zuper podía ser un payaso, un irresponsable, un juerguista... pero jamás un maleducado. Alba hizo intención de reprenderle por referirse a Karol como lo había hecho, pero la mirada divertida que este le lanzó, la instó a permanecer callada.

—Supongo que imaginabas una mazmorra en el sótano, sin ventanas, con las paredes pintadas de rojo y una enorme cruz de San Andrés en una de ellas —comentó Karol inclinándose hacia delante con gesto conspirador. Zuper asintió con la cabeza, renuente—. Quizá con ganchos en las paredes y el techo de los cuales suspender a los sumisos cuando se porten mal. —El pelirrojo abrió mucho los ojos—. ¿Tal vez has imaginado varias fustas, palas, esposas, cadenas, un par de arneses y alguna mordaza colgadas de esos ganchos?

El joven tragó saliva y se removió inquieto sobre el asiento. Karol inhaló profundamente sin ninguna discreción, el muchacho comenzaba a excitarse. Y mucho. Fijó su inquietante mirada bicolor en él y continuó hablando.

—Incluso una camilla articulada, negra, por supuesto, con estribos en un extremo y esposas de cuero para ajustar en los tobillos... y una gran cama con sábanas negras cuyo cabecero son barrotes, similares a los de las celdas de una cárcel —susurró Karol.

Zuper movió lentamente la cabeza en un gesto afirmativo a la vez que llevaba con disimulo las manos a su entrepierna y se recolocaba el pantalón para dejar espacio a la erección que se estaba formando bajo la tela.

—¿Me olvido de algo? —Karol desvió la mirada hacia Alba y Elke.

—Las cajas con dildos, velas, lubricantes, dilatadores anales y el strap-on.1

—¿El strap-on? —preguntó Zuper con un hilo de voz.

—Ya sabes... el arnés para el pubis con un enorme falo insertado en él para que Elke pueda follarme... —le explicó Alba con voz ronca.

El aroma que emanaba del joven se hizo más picante, más furioso al escucharla.

—¿Era eso lo que imaginabas? —dijo Karol con voz suave. El muchacho asintió—. Creo que deberíais enseñarle la mazmorra —comentó mirando a sus amigas.

—¿Nos acompañas? —le preguntó Alba poniéndose en pie.

Karol negó con la cabeza. El pelirrojo ya estaba bastante disgustado con él como para además imponerle su presencia en su primera visita a la mazmorra. Los observó dirigirse a la Torre y descender las escaleras que los llevarían al sótano. Sonrió. Estaba deseando ver la cara del chaval cuando subieran de nuevo.

Zuper abrió los ojos como platos cuando entró en la mazmorra. Era tal y como había dicho Karol, mejor aún. Además de todo lo que había descrito contaba con un sofá clásico, tapizado en piel granate y con una ingente cantidad de rollos de cuerda de distintos grosores y colores colgados de rieles en las paredes. Se imaginó atado con ellas y su fogosa polla saltó nerviosa, apretándose más aún contra los vaqueros.

Giró sobre sus talones mientras las chicas le observaban con atención. Durante el trayecto en coche le habían dicho que ellas, con la ayuda de su gran amigo Karol, la habían diseñado y montado, pero jamás imaginó que fuera tan... perfecta. Observó la pared en la que se abría la puerta. Estaba forrada de espejos por completo. Era lo único que estaba fuera de lugar allí, aunque debía reconocer que le encantaría verse reflejado en ellos cuando estuviera atado en la cruz o cuando le azotaran... El estómago se le encogió de impaciencia al pensarlo.

—La pared de espejos da al cuarto de Karol —le indicó Alba saliendo de la mazmorra. Un instante después los espejos que había ante él se volvieron transparentes mostrando una pequeña sala, muy iluminada, con un diván rojo y una mesita. Alba estaba en ella.

—¿Cómo?

—Son espejos espía, como los que salen en las películas cuando los policías están interrogando al malo —explicó Elke acercándose a él—. Puedes ver a Alba porque ha iluminado la habitación de Karol, pero si esta permanece a oscuras, se convierten en espejos que reflejan la mazmorra mientras que en la sala son una enorme ventana a través de la que observar. —En ese momento Alba apagó la luz y los cristales volvieron a transformarse en espejos.

—Karol puede vernos desde el otro lado. —Zuper tragó saliva.

—Sí —afirmó con rotundidad la alemana—. Y nunca sabrás si te está mirando o no, porque las luces de su reino siempre permanecen apagadas... No podrás verle si él no lo permite. Solo Karol tiene ese poder.

—¡Es un mirón! —exclamó Zuper enfadado. No solo era íntimo amigo de sus chicas, sino que además, las miraba... y ¡quién sabe qué cosas más hacía con ellas!

—No volverás a referirte a él así —le recriminó Alba entrando en la mazmorra—. Es nuestro más querido amigo, y le respetarás.

—Pero... no le he insultado, solo he dicho la verdad. Es un mirón... un voyeur —rectificó con desdén.

—No lo es —rechazó Alba—. Y aunque así fuera, tú no eres nadie para juzgarlo. Karol creó el Templo para convertirlo en un refugio, en un lugar donde cumplir todas nuestras fantasías sin temor a recriminaciones obsoletas. Y tú no eres nadie para envilecer su sueño. Esta es su casa y tú solo eres un invitado, harás bien en recordarlo —le espetó furiosa.

—Eh... sí, claro. Lo siento —gruñó enfadado mirando al suelo en busca de algo a lo que pegar una patada.

—¿Qué te pasa? —Alba se cruzó de brazos y lo miró con atención.

—Nada.

—La regla más importante en nuestra relación es la sinceridad. Sin ella, no tenemos nada —le reprendió Alba—. Por tanto, te lo volveré a preguntar: ¿qué te pasa?

Zuper apretó los dientes, metió las manos en los bolsillos y negó con la cabeza.

—Creo que hemos cometido un tremendo error —le dijo Elke a su amiga.

—Eso parece... —coincidió Alba dirigiéndose a la puerta—. Regresemos al salón.

—Me molesta que Karol pueda mirar si quiere... —masculló Zuper al ver que las chicas, efectivamente, abandonaban la mazmorra.

—¿No te gusta que te miren? Recuerda, sé sincero.

Zuper se mordió los labios mientras lo pensaba.

—No lo sé —respondió al fin—. Nunca me han mirado. —Alba enarcó una ceja, instándole a continuar—. Me cabrea saber que ese tipo os ha visto follar y yo no. Que os haya follado, y yo no.

—¿Estás celoso? —inquirió Elke divertida.

Zuper se negó a responder.

—No hemos follado con Karol, aunque no te voy a negar que se lo hemos propuesto.

Zuper jadeó atónito al escuchar su afirmación. Era inconcebible que el polaco no hubiera querido acostarse con ellas. Cualquier hombre daría sus ojos por hacerlo...

—Nos gusta que Karol nos mire... y no solo a través de los espejos —aseveró Alba continuando con la explicación de su amiga—. Aunque solo hemos conseguido que entre en la mazmorra una vez —añadió por mor de la sinceridad—, pero eso no significa que no vayamos a seguir intentando que nos acompañe. ¿Supone un problema para ti? —le preguntó, directa al grano.

—No quiero compartiros con nadie —aseveró Zuper por toda respuesta.

—Lo que quieras no es importante, solo lo que yo deseo lo es —le indicó ella con voz severa.

—De todas maneras, Karol no folla. Ni con nosotras ni con nadie —le explicó Elke compasiva—. Le gusta oler a sus amigos follando... y si se lo permiten, los observa. —Señaló las cortinas que colgaban en los extremos de la pared de espejos—. ¿Te parece mal?

Zuper miró las cortinas, los espejos, la mazmorra y por último a las chicas.

—No, siempre y cuando pueda elegir si quiero ser observado o no —respondió con sinceridad ahora que sus celos se habían relajado un poco al saber que no tendría que compartirlas.

—Siempre tendrás elección —aseveró Elke, provocando un suspiro de alivio en Zuper.

Alba asintió sonriente y, a continuación, irguió la espalda y elevó la barbilla, transformándose en la dómina que realmente era. Elke se apresuró a arrodillarse en el suelo con el trasero apoyado en los talones, la cabeza baja y las manos sobre los muslos, con las palmas hacia arriba.

—Todas las escenas que llevemos a cabo serán consensuadas, y para eso debo saber qué esperas de mí y qué estás dispuesto a aceptar. Exijo sinceridad absoluta en este aspecto, y en todos los que regirán nuestra relación a partir de este instante —declaró con severidad.

—Entiendo.

—No, no lo entiendes. Quiero que me digas, aquí y ahora, cuáles son tus fantasías.

—No... no lo sé. —Alba arqueó una ceja—. Me... me gustó que me... azotaras —musitó avergonzado. Alba asintió dedicándole una hermosa sonrisa que le instó a continuar—. También me gusta fantasear con que me atas... —dijo mirando la cruz de San Andrés—. Me excita pensar que... estoy a tu merced, que puedes hacer conmigo lo que quieras... pero solo vosotras, solo tú y Elke —repitió tras inspirar profundamente—. Nadie más puede tener ese poder sobre mí —aseveró fijando la mirada en ambas mujeres. En sus fantasías solo Alba o Elke podían castigarle y usarle, nadie más. Y no pensaba ceder en eso.

—Así será —consintió Alba acariciándole con cariñó las mejillas antes de recuperar su rol de dómina—. No te obligaré a hacer nada que tú no desees, pero debes tener en cuenta que si decides jugar a mi juego, tu polla y tu placer serán míos. Solo yo decidiré cuándo te corres, cómo y con quién.

Zuper asintió con la cabeza, nervioso.

—¿De quién es la polla que cuelga entre tus piernas? —le preguntó Alba incisiva.

—Tuya —jadeó él.

—Veo que lo has entendido —asintió satisfecha—. Si quieres que te acepte como sumiso, hay unas sencillas reglas que debes seguir. La más importante ya la hemos comentado: quiero sinceridad absoluta. Si algo te molesta, lo dices. Si algo te asusta, lo dices. Si no quieres hacer algo, lo dices. Si deseas ir más lejos en el juego, lo dices. Nunca me ocultes nada. —Zuper asintió con la cabeza de nuevo—. La segunda regla hace referencia a la higiene personal. Exijo una limpieza corporal exhaustiva, y me aseguraré de que esta sea correcta —le advirtió—. No quiero ver un solo pelo cerca de tu polla, pueden convertirse en un incordio para el bondage —le explicó—. Quítate la camiseta. —Zuper se liberó de la prenda con manos trémulas. Estaba nervioso, y muy excitado—. No tienes vello en el pecho, estupendo. Líbrate del de las axilas, no querrás que las cuerdas se enreden en él, ¿verdad? —dijo burlona. Zuper negó con la cabeza, vehemente—. Cuando te llame a la mazmorra, deberás esperarme desnudo y en posición sumisa —señaló la postura de Elke con la mirada—, no importa el tiempo que tarde en acudir, deberás estar dispuesto para mí en los términos que exijo —le avisó mientras caminaba a su alrededor, observándole—. Todo lo demás lo iremos viendo con el tiempo —le indicó dándose la vuelta y dirigiéndose a la puerta—. Hemos acabado. Cuando quiera jugar contigo te lo haré saber —señaló antes de salir de la mazmorra.

—No te duermas en los laureles y estate preparado. Alba te puede reclamar en cualquier momento —le advirtió Elke saliendo tras su amiga.

Zuper abandonó la mazmorra tras las chicas, pero se quedó rezagado en el pasillo, intentando dominar la salvaje erección que abultaba la entrepierna de sus pantalones. Apoyó las manos en la pared y respiró lenta y profundamente. Había esperado que esa misma noche Alba le follara... pero no había sido así. Y mucho se temía que pasaría un tiempo hasta que lo hiciera. La expectación hizo que su excitación alcanzara límites inusitados. Gruñó a la vez que se llevaba las manos a la polla y se la apretaba con fuerza con la intención de calmar su erección con una pizca de dolor.

Cuando por fin entró en el inmenso salón, las chicas estaban tumbadas en sendos sofás, frente al trono rojo de Karol. Se acercó a ellos y se sentó en un hueco que quedaba libre a los pies de Alba.

—Has cambiado mucho desde la primera vez que te vi —le dijo Karol.

—No nos habíamos visto hasta hoy —señaló Zuper huraño.

—Claro que sí. Te vi a través de las cámaras de seguridad el pasado diciembre, en el 54Sueños. Parecías algo desilusionado por lo que veías... —comentó divertido al recordar la cara de estupefacción de Zuper y su amigo al comprobar que la discoteca LGTB no era el antro orgiástico que habían supuesto—. Imagino que no era lo que esperabas.

—Tú eres el dueño de... —Karol asintió con la cabeza. Zuper suspiró—. Estoy en clara desventaja. Sabes quién soy, me has visto antes, y yo no tengo ni idea de quién eres tú.

—¿Qué quieres saber? Pregunta, y si lo creo necesario, te contestaré.

—¿Si lo crees necesario?

—Una de las cosas que debes saber de mí es que nunca miento. Jamás. Aunque tampoco digo siempre toda la verdad... a veces, simplemente callo.

Zuper miró pensativo al polaco. Parecía tener las mismas reglas con respecto a la franqueza que Alba y Elke. Bien. Querían sinceridad, y sinceridad tendrían.

—Mis amigas —remarcó él en tono posesivo— me han dicho que puedes vernos a través de los espejos de la mazmorra, pero que no participas en los juegos... aunque ellas te lo han propuesto —masculló enfadado.

—Así es. No estoy interesado en el contacto físico con otras personas, soy un ferviente seguidor del onanismo. Prefiero masturbarme mientras huelo a mis amigos haciendo el amor que participar en sus juegos sexuales. Si además me dejan mirar... en fin, a nadie le amarga un dulce —explicó sin el menor asomo de timidez.

—¿Por qué?

Karol observó al pelirrojo con los ojos entornados antes de decidirse a revelarle sus renuencias con respecto al sexo. Al final decidió que si las chicas confiaban en él, él debería darle, aunque fuera, una oportunidad. Y además, quizá la sinceridad consiguiera que dejara de estar a la defensiva.

—Adolezco de una extraña peculiaridad con respecto al sexo... puedo olerlo. Huelo la excitación de los demás y me excito con ella —dijo dándose golpecitos con los dedos en la nariz, haciendo que su piel empalideciera ante el esmalte rojo de sus uñas—. Gracias a esta singularidad he descubierto que si hay amor entre los amantes, el éxtasis se intensifica, convirtiéndose en... placer absoluto. Algo que yo no puedo obtener en modo alguno ya que me niego a enamorarme y ceder el control de mis emociones y sentimientos a otra persona, aun en el remoto supuesto de que existiera alguien tan loco como para amarme —afirmó mientras se esforzaba por exorcizar de su mente la imagen de la ladrona—. Por tanto, la única persona que permito que me folle es aquella que sé con total certeza que me quiere: yo mismo.

—Eso es una estupidez —rechazó Zuper mirándole como si estuviera loco—. Una paja jamás puede ser comparable a un polvo, aunque no estés enamorado de la persona a la que te folles —dijo con brutal franqueza.

—Te equivocas, amigo. Quien folla sin amor solo obtiene el más volátil de los placeres —replicó Karol—. El placer como tal, crudo, vulgar, simple, está al alcance de cualquiera sean cuales sean sus deseos o sus fantasías, ya que es nuestra cabeza, interpretando los estímulos que nos llegan a través de los sentidos, lo que nos lleva al efímero orgasmo. Pero los sentidos son fáciles de engañar, basta con proporcionarles placer para que caigan en la más falaz de las mentiras, traicionándonos. Es necesario que los sentimientos intervengan para alcanzar el verdadero éxtasis. Confianza, amor, admiración, respeto... son imprescindibles para que las almas de los amantes empaticen, conduciéndolos a un placer inconmensurable que está al alcance de muy pocos.

—Chorradas. Da igual si hay amor o no, el sexo es sexo, nada más —espetó enfurruñado al ver que las chicas asentían entusiasmadas ante el estúpido monólogo del polaco.

—¿Estás seguro de eso? —le preguntó Alba en ese momento.

—Sí. Un polvo es un polvo, no importa con quién folles, lo importante es follar —afirmó antes de poder morderse la lengua.

—Cierra los ojos y túmbate —le ordenó Alba. Zuper abrió la boca para protestar, pero ella no le dejó—. ¡Hazlo!

Cuando hubo obedecido, Alba le ordenó que esperara inmóvil en esa postura y bajó a la mazmorra para regresar un instante después con un pañuelo y algunas cuerdas. Le vendó los ojos y le ató las muñecas y los tobillos al sofá, de manera que no pudiera moverse aunque lo intentara. Y por último le rodeó los muslos con otra cuerda, evitando que pudiera separarlos.

—Dame tu pañuelo, Karol —le pidió a su amigo.

Este se acercó y le entregó el pañuelo de seda salvaje empapado en Chanel n.º 5 que siempre llevaba consigo. Y luego, obedeciendo el gesto de Alba, se sentó en el suelo, junto al sofá, a la altura de las caderas del pelirrojo.

Zuper giró la cabeza intentando escuchar los pasos que le indicarían que el polaco había regresado al sillón. Se removió inquieto al ser consciente de que este permanecía frente a él.

Alba sonrió, colocó el pañuelo sobre la nariz de Zuper, privándole del sentido del olfato y, a continuación le hizo un gesto a Elke. Esta se descalzó y se arrodilló sigilosa tras Karol.

—¿Estás cómodo? —le preguntó Alba a Zuper con engañosa dulzura. El pelirrojo asintió con la cabeza—. Bien, vamos a comprobar esa teoría tuya sobre follar...

Zuper jadeó cuando sintió un leve roce en sus antebrazos desnudos, un instante después la caricia recorrió su torso por encima de la camiseta hasta llegar a su cintura. Unos dedos traviesos se colaron bajo la tela y ascendieron lentamente por su estómago, trazando espirales sobre su ombligo para a continuación deslizarse hasta su pecho y jugar con sus pezones con una cuidada sutileza que dio paso a lujuriosos pellizcos. Su pene se elevó inhiesto y de sus labios escapó un horrorizado gemido de placer. Se estaba excitando, y no sabía de quién era la mano que provocaba esa excitación. Se removió inquieto, tirando de las cuerdas que lo inmovilizaban.

—¿Te gusta? —susurró Alba en su oído.

Zuper tragó saliva, y murmuró un quedo «sí», aliviado al comprobar, gracias a su voz, que Alba estaba junto a él, que era ella quien le estaba tocando. Suspiró relajado a la vez que su pene pujaba impaciente contra los pantalones.

—Vaya, parece que tu polla está un poco alterada... —musitó junto a él, burlona—. ¿Crees que está pidiendo un poco de atención? —Zuper asintió entusiasta—. Deberíamos hacerle caso, pobrecita...

La mano que le torturaba los pezones descendió hasta su entrepierna, posándose sobre el bulto que marcaba su rígida erección. Zuper elevó las caderas, suplicante, intentando lograr con sus movimientos aunque fuera una tímida fricción. Escuchó la hechicera risa de Alba en su oído, y un instante después los dedos envolvieron su verga por encima de la tela vaquera y comenzaron a moverse. Jadeó febril cuando la excitación que llevaba intentando dominar durante toda la tarde escapó de su control, convirtiéndose en una ardiente ola de pura lujuria que recorrió todo su cuerpo y acabó instalándose inclemente en su sexo. Intentó separar las piernas para dar acomodo a sus tensos testículos, pero la cuerda que las ceñía se lo impidió. Gimió atormentado al sentir que el tenue dolor que nacía en su escroto se incrementaba, excitándole más aún.

—Por favor... —suplicó.

—¿Por favor, qué? ¿Quieres más? —le preguntó ella con una voz que prometía placer.

—Sí... más.

—¿Quieres que te agarren bien fuerte la polla, sin la restricción de los vaqueros?

—Sí... —jadeó eufórico al sentir que los dedos bajaban con lentitud la cremallera de los pantalones y luego se quedaban inmóviles.

—Pídelo con educación —le exhortó ella.

—Por favor, dómina. Deja que me corra...

—No —rechazó Alba divertida—. Aún es pronto.

Zuper echó la cabeza hacia atrás y todo su cuerpo se tensó al sentir como los dedos envolvían su ansiosa polla y la masturbaban despacio, hasta que se encontró al borde del orgasmo. En ese momento se detuvieron y comenzaron a recorrer toda su longitud con las yemas, volviéndole loco, hasta que la dócil caricia dio paso al roce casi doloroso de unas afiladas uñas. Exhaló un ronco gruñido a la vez que todo su cuerpo temblaba, preso del extraño goce que surgía al mezclar dolor con placer.

—¿Estás disfrutando? —inquirió Alba en su oído.

—Sí, dómina..., por favor... más —jadeó alzando las caderas al sentir los dedos jugar sobre su glande con extrema suavidad. Estaba al borde del éxtasis, pero para llegar a él necesitaba una caricia más enérgica.

—¿Más, qué? —le preguntó Alba. Zuper giró la cabeza, inquieto. Ya no estaba junto a él, no le susurraba al oído. Se había apartado de su lado, pero aun así seguía sintiendo su mano sobre la polla—. Responde la pregunta —le instó ella con severidad.

Los dedos que le atormentaban el glande descendieron volátiles hasta los testículos, agasajándolos con excesiva sutileza.

—Más fuerte... —suplicó, no se le ocurría otra palabra mejor para describir lo que necesitaba.

—Más fuerte, ¿qué? —le reprendió ella. Su voz cada vez más lejana.

—Más fuerte, por favor, dómina... —Lloriqueó alzando las caderas cuando las caricias en los testículos fueron sustituidas por dulces roces de las uñas—. Más duro por favor, quiero el dolor..., dómina.

—Eso está mucho mejor —aceptó Alba complacida—. No te olvides nunca de ser educado.

Zuper giró la cabeza, con todos sus sentidos alertas al escuchar la voz de Alba apartada de él. Ya no estaba a su lado...

—¿Dómina? —dejó de respirar y escuchó atentamente. La risa que brotó de los labios de la joven le llegó desde un lugar detrás de él, alejado de él—. ¿Dónde estás?

—¿Acaso importa? Sexo es sexo, da lo mismo quién te folle... —le devolvió ella sus palabras en el mismo instante que las uñas se hincaban con suavidad en el tallo de su polla y unos dientes arañaban con cuidado su glande a la vez que una lengua jugaba con la abertura de su uretra.

—¿Elke? —jadeó Zuper alzando las caderas sin poder evitarlo. Tenía que ser la alemana. Ella también tenía las uñas largas. Era ella quien le estaba tocando, y chupando, seguro.

—Me encanta el contraste que hacen tus uñas sobre la piel rosada, Karol —comentó Alba en ese instante.

—Fue un acierto que me las pintaras de rojo —admitió el polaco.

Zuper se hundió en el sillón, apartándose todo lo que pudo del sonido de la masculina voz que surgía justo a la altura de su polla... incluso había sentido el cálido aliento deslizándose por el glande humedecido por la saliva.

—¿Qué pasa, Zuper, no te gusta? —inquirió Alba burlona al comprobar que la firme erección comenzaba a decaer—. Me temo que vas a tener que esforzarte un poco más, nuestro ardiente muchacho está perdiendo rigidez —le dijo a... alguien.

El pelirrojo frunció el ceño al escucharla, ¿a quién había dirigido Alba ese comentario? ¿A Karol? ¿A Elke? Un segundo después de que la voz de la joven se apagara, Zuper sintió unas fuertes manos posarse sobre sus muslos, sujetándolos. Incapaz de contenerse, comenzó a tirar con fuerza de las ligaduras de sus muñecas y tobillos, intentando alejarse, aunque no sirvió de nada. Largos mechones de pelo le acariciaron la ingle desnuda mientras unos labios ansiosos devoraban su polla, introduciéndola en una boca que no sabía a quién pertenecía. Vio en su mente el largo cabello negro de Karol sobre su sexo, sus labios devorándolo mientras sus uñas pintadas de rojo ascendían por sus muslos hasta rozar sus testículos... Su erección mermó.

—Alba, no... —suplicó presa del desconcierto. Alba no podía hacerle eso. Había dicho que los juegos serían consensuados, que no le obligaría a aceptar nada, y él había creído sus palabras, confiado en ella...

—¿No te gusta? ¿Por qué? Solo es un poco de sexo, un orgasmo más... No puedes ver, solo sentir.

—Por favor..., Alba, no... —gimió aterrado mientras alguien continuaba comiéndole la verga, cada vez más flácida.

—¿No, qué?

—No lo quiero a él en mi polla —siseó aferrándose a las cuerdas que envolvían sus muñecas.

—¿Cómo sabes que es Karol quien te la está comiendo? —inquirió Alba burlona—. Y, aunque así fuera, ¿qué más da quien te dé placer? Es solo sexo. Te estaba gustando, y mucho, hace un instante —le recordó con afable suavidad.

—No me gustan los hombres —farfulló Zuper hundiendo el trasero en el blando asiento.

—Entonces la solución es sencilla, imagina que es Elke —propuso Alba. Zuper negó vehemente con la cabeza—. ¿Qué más da? Estás ciego, es imposible que puedas distinguir las caricias de Karol de las de Elke, por tanto no debería importarte —afirmó ella con rotundidad—. Sexo es sexo, ¿recuerdas?, tú mismo lo dijiste. —El pelirrojo volvió a negar con la cabeza—. ¿Por qué cuando creías que éramos nosotras las que te dábamos placer estabas excitado, y ahora no? Recapacita sobre ello, Zuper.

Zuper dejó de removerse contra sus ataduras. La voz de Alba le instaba a meditar, a ver más allá de lo que su mente se empeñaba en rechazar. Tenía razón, el problema no era que Karol fuera un hombre, con los ojos cerrados no podía verle. Y sus caricias eran iguales a las que podía recibir de una mujer.

—No le conozco, no sé cómo es, cómo piensa, cómo siente... No le quiero... —musitó—. No confío en él.

—Y, sin embargo, a nosotras nos quieres... —Zuper asintió con la cabeza—. ¿Confías en mí? —le preguntó con suavidad, su voz acercándose de nuevo a él.

—No lo sé... —respondió con sinceridad—. Me siento traicionado, dijiste que no me obligarías a hacer nada que yo no quisiera, aceptaste que solo tú o Elke jugaríais conmigo...

—Los sentidos pueden traicionarte —murmuró Karol junto a él. Zuper imaginó que era su aliento el que le bañaba la polla, sus dedos los que jugaban con sus testículos—. No elimines los sentimientos de la ecuación.

Zuper negó con la cabeza, le habían privado de la vista y del olfato. No podía saber quién le estaba proporcionando placer, pero Karol había asegurado que jamás participaba en los juegos, y que nunca mentía. Y Alba... ella y Elke le habían prometido que no harían nada que le disgustara y él las había creído. Su corazón, su alma y su cuerpo confiaban en las dos jóvenes. Solo su cabeza se resistía a creer en la sinceridad que ellas le habían ofrecido por culpa de lo que el sentido del oído le transmitía. Y los sentidos mentían.

—Confío en ti, Alba. Es Elke quien me está tocando —afirmó sin ninguna duda.

El pañuelo fue arrancado de sus ojos, permitiéndole por fin ver. Alba estaba de nuevo junto a él, de pie. Karol le miraba divertido, sentado en el suelo, a la altura de su entrepierna. Y Elke... Elke estaba arrodillada tras Karol, inclinada sobre sus muslos atados, con los labios a un suspiro de su pene.

—Nada es lo que parece. El sexo no es solo sexo, y el verdadero placer, solo se consigue si los sentimientos intervienen —afirmó Alba sentándose a horcajadas sobre su polla de nuevo rígida—. Si te privan de los sentidos, no puedes saber quién te acaricia, pero si estás enamorado, tu mente es capaz de descifrar si quien te acaricia, te besa, te folla, es aquel al que tú amas, y si es así... experimentarás un placer inconmensurable al alcance de muy pocos —repitió las palabras que Karol había dicho minutos atrás a la vez que empezaba a moverse suavemente sobre él—. Pórtate bien y no te corras —susurró inclinándose sobre él hasta que sus labios quedaron a un suspiro de los del hombre.

Zuper elevó la cabeza, intentando besarla, deseando más que nada en el mundo sentir la dulce caricia de su boca. De su lengua.

—No, Zuper —le reprendió ella con cariño a la vez que se apartaba y detenía los movimientos de sus caderas—. Todavía no te has ganado el privilegio de besarme —musitó recorriendo su torso con un dedo por encima de la camiseta.

—¿Cuándo? —inquirió él con voz ronca.

—No tengas tanta prisa. Antes de suplicar privilegios, debes demostrarme que los mereces —le advirtió ella moviéndose de nuevo sobre su polla.

—¿Cómo?

—Siendo un buen sumiso.

Zuper cerró los ojos al sentir la fricción que el sexo de Alba ejercía sobre el suyo. Imaginó que estaba desnuda sobre él, que era su húmeda vulva la que le frotaba la polla. Alzó las caderas, desesperado por intensificar las sensaciones y alcanzar el orgasmo. Y ella se apartó de él, dejándole frustrado y al límite.

—¿Dómina? —Abrió los ojos, y la vio erguida sobre él, lo suficientemente alejada como para que por mucho que alzara el trasero su verga no pudiera tocar su coño cubierto por los pantalones cortos de algodón. Le estaba castigando, comprendió—. ¿Qué he hecho mal? —gimió pesaroso.

—No estás siendo un buen sumiso.

—No sé cómo serlo.

—Yo te instruiré, solo necesitas paciencia para aprender —afirmó volviendo a sentarse sobre su erección—. Te enseñaré el placer de esperar, de desear sin medida... —Acarició los pezones masculinos por encima de la camiseta, hasta que estos se irguieron y pudo pellizcarlos entre sus dedos. Zuper jadeó con fuerza y alzó de nuevo la pelvis. Ella volvió a apartarse de él—. Aprenderás a mantenerte inmóvil, a suplicar en silencio, a implorar con la mirada...

Zuper apretó los dientes y obligó a sus caderas a descender.

—Descubrirás que todo sacrificio tiene su recompensa. —Alba frotó de nuevo el vértice entre sus muslos contra la erecta verga, y, a continuación, miró a Elke y asintió con la cabeza.

Zuper se tuvo que morder los labios para no gritar de placer cuando la alemana se arrodilló junto a su costado, le subió la camiseta hasta dejar al descubierto su pecho lampiño y comenzó a jugar con sus tetillas, pellizcándolas con fuerza para luego calmarlas con lánguidas caricias de su lengua.

—Te enseñaré a controlar tus orgasmos, tu placer —continuó diciendo Alba sin dejar de cabalgar sobre su dolorido pene—, y tú aprenderás que mi voluntad es el más poderoso de los placeres... que solo sometiéndote a mí te otorgaré el privilegio de oír mi voz llevándote al orgasmo —declaró moviéndose más rápido, más fuerte, más salvaje.

Zuper apretó con fuerza los dientes mientras luchaba por no sucumbir al demoledor orgasmo que amenazaba con estallar. Alba aún no le había dado permiso para correrse... La miró suplicante, reverente.

—Has de saber que la voz es el más ínfimo de los privilegios, el más fácil de conseguir —musitó rotando despacio las caderas—. Si logras dominar tu impaciencia, si consigues controlarte y someter los dictados de tu polla a mi voluntad obtendrás el privilegio de la piel. —Posó un dedo sobre el vientre desnudo del joven y todo su masculino cuerpo tembló por el electrizante contacto.

Zuper abrió los labios en un sordo gemido que no llegó a emitir, y mientras los estremecimientos previos al orgasmo se sucedían por todo su ser, se dio cuenta de que era la primera vez esa tarde que ella le tocaba piel con piel. La primera vez que sentía su tacto sobre su cuerpo desnudo.

—Recuerda —le exhortó Alba aumentando la fricción que ejercía sobre la impaciente verga a la vez que las caricias de Elke sobre sus tetillas se hacían más feroces, más dolorosas, intensificando su placer—. Todo sacrificio obtiene su recompensa. Cuanto más te esfuerces por someterte a mi voluntad, cuanto más ignores tu placer y te sometas al mío, más privilegios obtendrás. Privilegio de piel... —Recorrió con el dedo su bajo vientre hasta posarlo sobre los pantalones, privándole del placentero contacto y arrancándole un gemido atormentado—. Privilegio de labios... —se inclinó hasta que su boca casi se unió a la de él. Los ojos de Zuper se humedecieron al comprender que aún no se había ganado el derecho a besarla—. Privilegio de sexo... —le guiñó un ojo con picardía antes de retomar su posición erguida. Un sollozo sacudió el pecho del hombre al sentir el orgasmo rugiendo inminente en su interior, anunciándole que estaba a punto de perder el único privilegio que había ganado, el de correrse bajo su voz—. Hasta que el aprendiz se convierta en maestro y su voluntad sea tan fuerte como la mía —sentenció Alba, alentándole a seguir luchando—. Puedes correrte.

El placer estalló con fuerza al escuchar su orden. Recorrió veloz cada vena del cuerpo masculino y tensó cada músculo, hasta que todo él convulsionó, estremecido por un orgasmo que parecía no tener fin. Y mientras se sacudía de gozo, gritaba de placer. Y con cada ronco grito que escapaba de su garganta, un reguero de esperma abandonaba sus testículos en una eyaculación que parecía no tener fin.

—Muy bien, déjate llevar. No tengas miedo, estoy aquí, contigo. Deja que te inunde, que te domine, que te aturda... Doblégate ante el placer sin dejar de mirarme a los ojos. Dame el regalo de tu éxtasis —susurraba Alba sin dejar de moverse sobre él—. No puedes siquiera imaginar lo hermoso que eres, lo preciado que es tu orgasmo, cuánto me complaces —jadeó mientras su dulce cuerpo femenino se sacudía por el intenso placer que convergía en el punto en que tocaba al masculino.

Y en la postrimería del éxtasis, cuando los músculos del hombre temblaron exhaustos y sus ojos se cerraron ocultando la humedad que los inundaba, ella se inclinó sobre él y le susurró palabras de amor y exaltación, de lucha y pasión, de fuerza y sumisión, hasta que él la miró y sonrió.

—Esto es solo una pequeña muestra de lo que puedes llegar a obtener... ¿Vas a luchar contra tu cuerpo y tus deseos por mí? —le dijo entonces, retirándole con cariño un mechón pelirrojo que había caído sobre su frente.

—Siempre.

Alba premió sus palabras con una caricia apenas esbozada y una sonrisa radiante que aceleró de nuevo el corazón del hombre. Y a continuación le desató con rapidez mientras le mimaba y acariciaba por encima de la ropa.

—No. Descansa, tómate tiempo para recuperarte, ya has demostrado que mereces ser mi sumiso. Ahora, relájate —le ordenó cuando él hizo ademán de incorporarse.

Zuper asintió, miró a su alrededor y abrió mucho los ojos, consciente al fin de dónde estaba, de quién le rodeaba y de lo que había hecho. Observó a Karol, estaba sentado de nuevo en su trono de sangre, con una pierna sobre uno de los reposabrazos y el pie desnudo de la otra en el suelo. Sus muslos separados permitían ver sin lugar a dudas la tremenda erección que se elevaba bajo sus pantalones rojos, cuyo raso oscurecido en algunos puntos anunciaba las lágrimas de placer que había derramado su polla. Una polla a la que el polaco no prestaba la menor atención, ya que estaba hablando tranquilamente con Elke. La alemana, que se había recostado en un sofá frente a él, tenía los pezones erizados por la excitación y los muslos apretados uno contra el otro, pero aparte de eso, nada en su actitud indicaba que esperara o anhelara alivio.

Zuper tragó saliva y luchó por entender la conversación que mantenían y a la que se acababa de unir Alba tras sentarse junto a Elke. Parpadeó asombrado. ¡Estaban hablando de laca de uñas! Acababan de asistir al orgasmo más arrebatador, extenuante y brutal que había sentido en su vida, y no le hacían el menor caso. Como si fuera algo normal. Como si no pasara nada. Miró de nuevo a Karol y este le sonrió a su vez.

—¿No te han convencido todavía para que les dejes pintarte las uñas? —le preguntó guiñándole un ojo.

Zuper negó con la cabeza, aturdido por la marea de agradecimiento que le inundó al darse cuenta de que no le estaban ignorando, sino que simplemente aceptaban y normalizaban lo que había pasado. No le miraban extrañados por su deleite al someterse, ni le juzgaban por dejarse llevar por el deseo, simplemente estaban ahí, hablando, dándole tiempo a recuperarse, impidiendo con su charla distendida que se sintiera incómodo.

—No... —Carraspeó y tragó saliva, tenía la garganta seca por los jadeos que apenas un instante atrás habían escapado de sus labios—. No me lo han propuesto todavía —musitó en referencia a la pregunta que le había hecho Karol.

—¿Y si te lo propusiéramos, aceptarías? —inquirió Alba mirándole con atención.

—No. No me gustan las uñas pintadas en los hombres —rechazó él fijando sus ojos en los de la joven.

Esta premió su sinceridad con una radiante sonrisa y, al instante siguiente, los tres, Alba, Elke y Karol, comenzaron a enumerarle divertidos las ventajas de tener las uñas pintadas. Zuper sonrió. Por mucho que lo intentaran, no le iban a convencer.

—Los sentidos son fáciles de engañar, basta con proporcionarles placer para que caigan en la más falaz de las mentiras, traicionándonos —musitó Karol horas más tarde en la soledad de su habitación de la Torre—. Ojalá lo hubiera sabido hace tres años, me hubiera ahorrado mucho dolor.

Tumbado desnudo sobre su enorme cama roja, miraba su reflejo en los espejos del techo mientras meditaba en todas las veces que sus sentidos le habían engañado. En todas las veces que les había dejado engañarle. En todas las palabras de amor que Laska había pronunciado y que él había creído. En las pocas palmadas cariñosas que su padre le había dado en la espalda y que él había atesorado y anhelado. En la multitud de miradas de admiración que había recibido de sus compañeros y aliados, y en las que había confiado. Oído, tacto y vista. Tres sentidos. Y los tres le habían mentido.

Rememoró letra por letra la nota manuscrita que Tuomas le había dejado el verano pasado. En ella le aseguraba que aún era su amigo... Y, cada vez que sus dedos rozaban el arrugado papel, cada vez que sus ojos leían las palabras y sus labios las pronunciaban y sus oídos las escuchaban, Karol se sentía inclinado a creer que lo que Tuomas había escrito era verdad, que todavía podía confiar en el que fuera su más querido amigo, su confidente, su compañero de juegos... Solo su cabeza le impedía volver a caer en la trampa de la mentira, recordándole la traición de Tuomas y el dolor, físico, pero sobre todo sentimental, que derivó de ella.

No. No podía confiar en sus sentidos. Le traicionarían. Y eso le llevaba de nuevo a ella, a su ladrona. Todo su ser clamaba por volver a verla, a escucharla, a sentirla, a saborearla, a olerla... Sus cinco sentidos creían que ella era especial, que había sido creada para él. Y Karol sabía que esa era una nueva mentira más en la que debía evitar caer. Solo que en esta ocasión, incluso su cabeza la creía. No había nada racional en el deseo que sentía por ella, en la angustia que le dominaba al llegar el domingo y saber que debía esperar siete días para verla, en el alivio que le recorría cuando por fin llegaba el viernes. En la euforia que sentía durante las horas previas a su encuentro. Una euforia que le impedía dormir, comer, pensar...

Frunció el ceño, disgustado, al sentir que la erección que creía olvidada volvía a revivir. Se pellizcó el glande con el índice y el pulgar hasta que el dolor obligó al placer a retirarse y centró la mirada en la enorme luna que podía ver más allá de las ventanas. Alejó de su mente cualquier imagen de la esquiva ladrona, decidido a alejarla de sus sueños aunque fuera por una sola noche. Estaba harto de que dominara su descanso, su placer y su cuerpo. Harto de amanecer cada mañana sobre sábanas manchadas de semen. Harto de perder el control que tanto le había costado conseguir por culpa del engaño de sus sentidos. Ignoró el cansancio y mantuvo los ojos abiertos por la pura fuerza de su voluntad, pero al final, hasta la voluntad más férrea pierde la batalla. La ladrona se dibujó en el interior de sus párpados, y Karol volvió a verse reflejado en su mirada, escuchó de nuevo el gemido de placer que emanó de sus preciosos labios cuando la tocó por primera y única vez y volvió a inhalar su aroma especial, apasionado y único. Y, antes de que pudiera darse cuenta de lo que hacía, su polla estaba erecta y sus manos trabajaban sobre ella. Despertó en mitad del éxtasis. Un éxtasis arrebatador, intenso, poderoso... Inconmensurable.

Un éxtasis que él no debería poder sentir... porque lo inconmensurable solo estaba destinado a los enamorados. Y él no lo estaba.

Suspiró profundamente, ahíto de placer y volvió a cerrar los ojos. Pero no se rindió al cansancio. Tenía cosas importantes que pensar, como por ejemplo, averiguar la manera de controlar sus sueños.