Laura

Él tardó en regresar. Tanto, que temí haberme equivocado al creer que volvería. De la desilusión, se me esfumaron las ganas de robar. Ya no me parecía tan divertido. Me faltaba su mirada bicolor fija en mí. Una verdadera lástima. Para una cosa, robar, que consigue llevarme al orgasmo, y perdí la ilusión. Incluso pensé en buscarme otro entretenimiento. Al fin y al cabo a las chicas malas también nos gusta disfrutar del sexo de vez en cuando, aunque sea en solitario.

Pero regresó. Y con él, el juego, la emoción, la adrenalina recorriendo mi cuerpo.

Apareció de nuevo un sábado de enero, cuando ya no lo esperaba. Me conmocionó verlo. Estaba probando mi nuevo juguete, un aparatito que había diseñado para anular las alarmas de los videojuegos, casi deseaba que fallase y tener que escapar del guardia de seguridad de la tienda, así al menos mi vida tendría un poco de emoción. Y entonces sentí su mirada fija en mí. Me giré lentamente y lo vi. Me olvidé de mi nuevo juguete, de mi plan, de todo. Le sonreí, y acto seguido me giré, escabulléndome entre la gente. Me siguió.

No ha dejado de hacerlo desde entonces.

Viene cada sábado al centro comercial. Y yo le estoy esperando. Escondida. No se lo pienso poner fácil. Me gusta verle recorrer los pasillos. Parece un animal al acecho. Un animal salvaje que olfatea el aire buscándome. Y eso me excita. Mucho. Y él lo sabe.

Al principio él intentaba disimular, fingía mirar los escaparates mientras me buscaba, ahora ya no lo hace. Entra en el centro y camina con seguridad, la cabeza erguida, las manos balanceándose junto a sus muslos, los ojos atentos y la boca entreabierta; las aletas de su nariz dilatándose y contrayéndose al compás de su respiración, de sus profundas inhalaciones. Me busca y yo me escondo. A veces me encuentra, otras veces le dejo encontrarme. He descubierto que si uso perfume le cuesta más dar conmigo... y juego con eso. Espero hasta que está cerca de mí y entonces saco la colonia del bolso y me empapo en ella. Al principio le confundía. Ahora cada vez menos. Reconoce mi colonia. Sonríe cuando la huele, y yo mojo mis bragas al ver su sonrisa. Sé que me localiza por mi olor, lo que no sé es cómo lo hace. Tampoco me importa. Él es un depredador, y yo soy su presa. O eso le hago creer. En realidad soy una depredadora como él. Y va a ser mío.

Si es capaz de ganarme en el juego.

Si alguna vez consigue cazarme.