Calle de La Palma

Siempre parece sencillo regresar, volver al paso anterior en el que se abandonaron tantos rastros, tantas cosas, volver a la imagen en la que uno mismo era el de antes y quedarse allí unos segundos. Siempre parece fácil volver. Estar en el punto de partida, donde comenzaron los hechos, donde se fraguó lo que más tarde podría o no llegar a romperse. Pero no es fácil. Hay quien dice que no se debería volver a los lugares donde se ha sido feliz, porque guardan en ellos un recuerdo tan perfecto que, después, cualquier novedad decepciona. En ello está Sansprénom en el Café la Palma, pidiendo una cerveza mientras espera la llegada de Paula. No han quedado, desde que soñaron el mismo sueño no se han visto, pero de alguna manera sabe que ella vendrá, que volverá al inicio como ha vuelto él, a pedirse una cerveza y quizá bailar, porque cuando uno se siente perdido regresa al inicio, no puede ser de otra manera.

Aquella primera noche, cuando Didier los presentó, fueron juntos al Café la Palma. Fue allí donde la besó por vez primera, y donde por vez primera se sintió liberado del yugo de Marga. Ya entonces la mató Paula, pero cuánto tiempo ha tenido que pasar, cuántas cosas, para que ese asesinato del fantasma se hiciera presente y real. Ha tenido que ser el sueño para que Sansprénom se diese cuenta: ya Paula mató a Marga en el Café la Palma, qué injusto ha sido poniéndola por excusa a su cobardía.

La abuela de Sansprénom siempre decía que cuando algo es demasiado bueno para ser verdad es que es mentira. Hasta qué punto esas palabras habían quedado grabadas en su mente es algo que hasta hace bien poco no sabía. Había preferido el dolor por el abandono a abandonarse a la perfección de su relación con Paula. Qué extraño es el miedo. Sansprénom tiene la sensación de haberse portado como un maldito cobarde. Y él no es un cobarde. Hasta el mismo momento en el que soñaron el sueño tan real, hasta que se despertó llorando y abrazó a Paula y la notó temblando, tan humana de golpe, no se dio cuenta de que había sentido miedo en su momento de que Marga lo abandonase, y lo hizo, de establecer otra relación, y más tarde de la felicidad tan redonda con Paula. Después llegaron las excusas, el fantasma de Marga, los sentimientos desmenuzados, el asesinato de la chica. Y por último la declaración de Paula, la sinceridad más clara, la oferta de un corazón en bandeja. Y también temió eso. Le dio tanto miedo pensar que Paula lo amaba lo bastante como para pasar por alto que la había denunciado a la policía que, de nuevo, las excusas a él mismo y el laberinto en el que se iba metiendo sin remedio. Pero entonces el sueño.

El sueño es como una descomposición de la realidad en pequeños fragmentos, reordenados aparentemente por azar. Pero en el azar Paula se manejaba tan bien… De alguna manera se coló en el sueño de Sansprénom y lo reordenó, mató de veras al fantasma, le mostró lo cobarde que estaba siendo. Desayunaron en silencio aquella mañana. No hablaron del incidente, por supuesto. Luego ella se fue a su estudio y él a trabajar. No quedaron ni en verse ni en llamarse. Han pasado dos días y el silencio continúa. Ni siquiera una inocua danza telefónica. Nada. Hasta que de pronto el deseo de volver al principio, volver a la calle de la Palma donde todo comenzó y pedirse una cerveza en la casilla de salida de este inmenso tablero de sepa Dios qué juego. Y siente que ese deseo no es azaroso. O sí, pero que quizá lo que a veces llamamos azar se parece más a la intuición, a saber antes de que ocurra.

Tantas veces había tratado Paula de contarle que en ocasiones la realidad hace pliegues por los que nos colamos para encontrarnos antes de que ocurran los hechos, o haciendo juegos de manos con el destino, y él, tan racional siempre, había preferido alejar de sí esas anécdotas contadas con el tono impersonal de Paula: objetos que aparecen, palabras que salen por diferentes bocas al mismo tiempo, descubrimientos simultáneos de una misma cosa en diferentes partes del mundo, escritores que escriben un libro que resulta tener exactamente la misma sinopsis que otro anterior del que ni habían oído hablar…

Él, tan racional hasta la fecha, se encuentra a sí mismo jugando con la probabilidad de que Paula haya tomado la misma decisión que él y se persone en el Café la Palma hoy mismo y que aparezca antes de que se canse de esperar y se marche. Hace cábalas. Hay una posibilidad tan mínima… pero Paula siempre había dicho que ella era la reina del azar y que si esperaba ver acontecer algo, por muy disparatado que fuese, acababa por ocurrir porque en realidad no era un deseo sino una intuición, un instinto que revelaba, más tarde, su existencia real y corpórea. Si Paula había deseado encontrarse con Sansprénom, si por un solo instante lo había deseado, aparecería tarde o temprano en el punto de partida preguntándose, tal vez, si se debería volver a los lugares en los que se ha encontrado la felicidad o si, simplemente, habría que guardar en el recuerdo esa imagen y no perderla para no decepcionarse después, en cada uno de los vacuos regresos.

Pide otra cerveza. Hay cada vez más gente y hace mucho calor. Se quita el jersey y recuerda que aquella primera vez no lo hizo en un arranque de coquetería, porque llevaba una camisa muy fea debajo. Es curioso el mundo dentro de una prenda que te estás quitando. Se hace la oscuridad y el sonido se amortigua, por lo que cualquier estímulo externo no esperado se agranda y redondea. En este caso es una mano pequeña que se posa en la espalda húmeda de sudor. Una mano que lleva un guante. Sansprénom no necesita salir de su jersey para saber que es Paula y, cuando por fin la ve, sabe que no necesita decirle que no diga nada para que ella calle. Se miran unos segundos en silencio. Ella parece estar a punto de llorar. Él le sonríe y ella le devuelve la sonrisa. La coge por la cintura y la pega a su cuerpo. La abraza sin miedo a romperla. Apenas si escucha la música. Todo es prenda arrancándose del cuerpo y el mundo dentro de esa prenda, donde no se necesita ver ni oír ni nada, donde el contacto de una mano se magnifica y entonces los labios que se encuentran como para reconocerse y se descubre que apenas el roce es un tanto distinto a como solía y se podría decir que es Paula y al mismo tiempo una desconocida, como si Paula fuese de nuevo la desconocida que fue. Como si esta noche fuera de nuevo la primera noche, pero, ¿por qué no?, es el mismo lugar, son los mismos, se han encontrado.

La posibilidad de que dos personas que en un futuro podrían llegar a amarse se encuentren por azar es casi imperceptible. Que esas dos personas y no otras se crucen, se encuentren y efectivamente se amen es una locura absoluta. Que después de unos acontecimientos que los distancien vuelvan a encontrarse en el mismo lugar de donde partieron porque a ambos se les ha ocurrido la misma cosa, tiende a la inverosimilitud. Así que por qué no jugar a ser los mismos que eran entonces, una herida que curar y una mujer sin sentimientos, jugar al primer encuentro y así saberse de nuevo. Sansprénom la coge en brazos para besarla sin tener que inclinarse, unos borrachos aplauden conmovidos, suena una versión dance de Fly me to the moon. Paula parece respirar con dificultad porque, como aquella primera vez, está a punto de desmayarse de encuentro y sorpresa. Se aparta un poco de él. Le dice al oído:

—Te supe desde el primer momento.

Él sonríe y la besa de nuevo. No sabe si desea salir de allí o no. Es casi imposible que esto esté sucediendo y sin embargo… ocurre. Se conocen hasta ese punto. O simplemente ella supo de alguna forma que él iría al Café la Palma como también fue capaz de colarse en su sueño. Desde el primer momento lo supo. Claro, eso es.

Unos instantes más tarde apenas son labios unidos y dientes que pugnan por agarrar un trozo de carne en la horizontalidad que da una cama. Las manos se cuelan entre los pliegues de la ropa y la van quitando como con vergüenza, como si esa fuese también la primera y tuviesen que armarse de valor para ir desnudando. Pero no es la primera, y eso se distingue en los ojos de Sansprénom y en la decisión que de golpe adquieren sus miembros atrapando a Paula de esa forma ya solo conocida y un tanto confusa. El deseo es tan grande, lo ocupa todo de tal forma que en un momento dado son solo piel, solo carne que se abre, solo chasquido, crujido, grito, gemido. En la prisa, Paula se ha dejado un guante puesto. Guante que ahora Sansprénom quita con una sonrisa mientras la besa entre las clavículas y permite que recupere el aliento. El corazón late tan aprisa… Se abrazan. El sudor se mezcla. Se besan. De repente Paula es consciente de que no han hablado aún, de que ella solo ha dicho que lo supo, pero supo ¿qué? Supo a Sansprénom entero como hoy, sin tener razones, tras tomarse un granizado con su tío, ha sentido la necesidad de beber cerveza y sus pies se han dirigido por azar al Café la Palma. Pero el azar no existe. Y las cuentas matemáticas no salen. Este pensamiento hace que se ría.

—Te quiero —dice sin pensar.

Pero cuando se dicen esas cosas viene luego el miedo. El silencio ajeno, en este caso el de Sansprénom, se convierte en una amenaza. El silencio aterra. El corazón de Paula se acelera, siente que tiene que decir algo para disimular, para romper ese silencio maldito que se le está clavando en la cabeza y que duele más que cualquier palabra, más que un «no puedo decir lo mismo». Tienen tanta importancia esas palabras, esas que nunca había dicho a otro, que siente que ha de maquillarlas.

Pero entonces Sansprénom desvía la mirada, como hace siempre que tiene que decir algo importante, y le da un beso en la nariz.

—Me he mordido muchas veces la lengua para no decírtelo yo primero —dice.

Y aunque tampoco esta vez lo hace, queda entre los dos ese pacto extraño del encuentro absurdo, esa alegría en el silencio, distinto esta vez, que los envuelve poco a poco hasta casi el sueño.

—Mi tío era amante de la chica muerta —dice de golpe Paula con voz somnolienta—. Mañana te lo explico despacio. Ahora duerme, gigante. Descansa todo esto un poco.