EN DEFENSA DE PUBLIO CORNELIO SILA
1 1 Desearía ante todo, jueces[1], que Publio Sila hubiera podido conservar el brillo de su cargo[2] y, después del desastre sufrido, cosechar algún fruto de su moderación[3]. Pero ya que la suerte enemiga ha permitido que fuera desalojado de la más importante magistratura, no sólo por la común hostilidad propia de la rivalidad política, sino por la aversión particular hacia Autronio[4], y que en medio de estas reliquias de su antigua posición, míseras y arruinadas, contara, no obstante, con gente cuyos ánimos no podía saciar ni siquiera con su suplicio, aunque con sus sinsabores sufro en mi alma una gran pesadumbre, sin embargo, en medio de las demás desgracias[5], admito de buen grado que se me haya ofrecido una ocasión en la que los hombres de bien[6] puedan reconocer mi condescendencia y mi misericordia, notorias en otro tiempo para todos, ahora, podríamos decir, interrumpidas[7], y los malos y perdidos ciudadanos, domados y derrotados, confiesen que cuando la República se derrumbaba fui enérgico y valiente; una vez salvada, benigno y misericorde.
2 Y ya que Lucio Torcuato[8], allegado e íntimo mío, ha considerado, jueces, que, si en su acusación llegaba a profanar nuestros lazos y familiaridad, podía detraer algo de autoridad a mi defensa, uniré la defensa de mi deber con la remoción del riesgo procesal de mi defendido[9], forma de actuación de la que, desde luego, no me serviría, jueces, en estas circunstancias si sólo estuviera en juego mi interés, pues en muchas ocasiones se me ha dado y frecuentemente se me dará la posibilidad de hablar de mis propios logros.
Pero de la misma manera que aquél[10] ha visto que, de cuanta autoridad lograra despojarme, tanto haría menguar la protección a mi defendido, así yo me doy cuenta de que, si consigo acreditar ante vosotros la razón de mi conducta y la congruencia de esta función de defensor, acreditaré también la causa de Publio Sila.
3 Y en primer lugar te pregunto, Lucio Torcuato, por qué me disocias de los demás hombres muy ilustres y principales de la ciudad en este cometido y derecho de defender. En efecto, ¿qué hay para que no se censure por tu parte la actuación de Quinto Hortensio, persona muy ilustre y distinguida, y censures la mía? Porque, si por Publio Sila se acometió el plan de incendiar esta ciudad, de aniquilar el imperio, de destruir el Estado, ¿no deben causarme estos hechos un dolor mayor que a Quinto Hortensio, un odio mayor; no, en fin, debe ser más duro mi juicio sobre quién parece que debe ser ayudado, atacado, defendido, abandonado en estas causas?
«Así es —dice—, porque tú investigaste y descubriste la conjuración.»
2 4 Cuando dice eso no se fija en que quien la descubrió se cuidó de que todos vieran lo que antes había permanecido oculto. Pollo tanto esa conjuración, si fue descubierta gracias a mí, está al descubierto para Hortensio tanto como para mí mismo. Y si ves que éste, dotado de tanto honor, valores y sabiduría, no ha vacilado en defender la inocencia de Publio Sila, pregunto por qué el acceso a la causa que está abierto para Hortensio debe estar cerrado para mí. Pregunto también esto otro: si crees que yo, que ejerzo la defensa, debo ser objeto de censura, ¿qué vas a pensar entonces de estos personajes de categoría y ciudadanos muy ilustres, con cuyo entusiasmo y prestigio ves que recibe gran afluencia este juicio, es ennoblecida la causa, es defendida la inocencia del acusado?
No es, pues, el único procedimiento de defensa ese que se basa en el alegato. Todos los que le asisten, que se afanan, que lo quieren libre de cargos, lo defienden en la medida del com5promiso y de la influencia de cada cual. ¿O es que rechazaría yo aparecer en unos escaños en los que puedo ver a estas galas y luminarias de la República, teniendo en cuenta[11] que yo he ascendido hasta tal puesto y elevadísima sede de dignidad y honor a trueque de muchas y grandes penalidades y peligros de mi persona?
Y para que te des cuenta, Torcuato, de a quién estás acusando, si por causalidad te sorprende que yo, que no he defendido a nadie en esta clase de procesos, no desasista a Publio Sila, reflexiona sobre los demás que asisten a éste. Comprenderás que mi opinión y la de ellos sobre éste y sobre los otros ha sido igual y única.
6 ¿Quién de nosotros asistió a Vargunteyo[12]? Nadie, ni siquiera nuestro Quinto Hortensio, cabalmente[13] el único que lo había defendido en otra ocasión de corrupción electoral[14]. Y es que creía que ya no estaba unido con él por ninguna obligación, puesto que, al cometer un crimen tan grave, había disuelto los vínculos de cualquier deber.
¿Quién de nosotros consideró digno de defensa a Servio Sila, quién a Publio, quién a Marco Leca, quién a Gayo Cornelio[15], quién de los aquí presentes los asistió? Nadie. ¿Cómo así? Porque en las demás causas los hombres de bien, si son muy allegados, consideran que incluso los culpables no deben ser desamparados. En este delito no sólo hay pecado de ligereza, sino incluso un contagio de maldad si defiendes a uno del que sospechas que está implicado en una traición a la patria[16].
7 ¿Más? ¿Acaso a Autronio no le abandonaron sus camaradas, 7 acaso no sus colegas, acaso no sus viejos amigos, con cuyo gran número rebosaba en un tiempo, todos estos que son importantes en la República? Al contrario, incluso la mayoría lo perjudicaron con su testimonio[17]. Habían llegado a la conclusión de que aquella fechoría era tan grave que no debía quedar oculta con su complicidad, sino más bien ser destapada y expuesta a la luz.
3 Por lo tanto, ¿qué motivo hay de que te asombres si ves que en esta causa me presento con los mismos junto con los que me inhibí en las demás? A no ser realmente que pretendas que yo solo entre los demás sea tenido por feroz, por áspero, por inhumano, por alguien provisto de una barbarie y crueldad sin parangón.
8 Si a mí, debido a mis logros[18] tú, Torcuato, me adjudicas ese papel[19] en toda mi vida, yerras completamente. La naturaleza dispuso que fuera misericorde; la patria, severo; cruel, ni la patria ni la naturaleza. En pocas palabras, ese mismo papel de violento y duro que entonces me impusieron las circunstancias y el interés público, me lo han arrebatado mi voluntad y la propia naturaleza. Aquélla, en verdad, me reclamó severidad para un corto tiempo; ésta anhela misericordia y dulzura durante toda la vida.
9 Por consiguiente, ninguna razón hay para que me arranques y a mí solo de tamaño grupo de hombres tan importantes. El deber de todos los hombres de bien es indivisible y su causa única. Nada habrá por lo que te asombres si me ves en lo sucesivo en el bando en el que has contemplado a ellos. Ninguna causa, en efecto, me es exclusiva en la vida del Estado; la ocasión de actuar fue más exclusiva para mí que para los demás, pero aquel motivo de dolor y de temor y de peligro fue común, pues ni yo habría podido ser en aquel momento el guía para la salvación, si los demás no hubieran querido ser mis acompañantes. Por ello es necesario que lo que fue peculiar en mí, cónsul, por encima de otros, sea ahora, simple particular, común con los demás. Y no digo esto para repartir la odiosidad, sino para compartir el mérito. A nadie adjudico la parte de mi obligación; la de la gloria, a todos los hombres de bien.
10 «Depusiste testimonio contra Autronio —dice—, a Sila lo defiendes.» Todo esto se presenta de tal tenor, jueces, que, si yo soy voluble y frívolo, no sería lógico que se otorgara credibilidad ni autoridad a mi defensa. Pero si en mí hay cuenta del interés público, conciencia del deber como particular, empeño en retener la amistad de la gente de bien, nada debe decir con menos motivo el acusador que el que Sila es defendido por mí, que con mi testimonio ha sido perjudicado Autronio, pues en el presente me parece que a la defensa de las causas aporto no sólo entusiasmo, sino también algo de buena fama y autoridad. Usaré de ella, bien está, moderadamente, y no haría uso de ningún modo si él no me hubiera obligado.
4 11 Dos conjuraciones quedan establecidas por tu parte[20], Torcuato; una la que, dicen, se tramó en el consulado de Lépido y Volcado, siendo cónsul designado[21] tu padre; otra en mi consulado. Afirmas que en una y otra estuvo Sila.
Sabes que yo no tomé parte en las deliberaciones de tu padre, hombre de gran valía y cónsul irreprochable; sabes que, si bien mi trato contigo era muy asiduo, a pesar de ello estuve al margen de aquellos avalares y conversaciones, supongo[22] que porque aún no me movía en los entresijos de la política, porque aún no había llegado a la meta del alto cargo que me había fijado, porque mis aspiraciones y mi labor forense me apartaban de todas aquellas elucubraciones.
12 ¿Quién tomaba parte, entonces, en vuestras[23] deliberaciones? Todos los que estás viendo que asisten a mi defendido, y principalmente Quinto Hortensio. Éste, no ya debido a su cargo y dignidad y su singular adhesión a la República, sino por mor de la gran relación de amistad y gran afecto a tu padre, se sentía conmovido, además de por los peligros comunes, especialmente por los exclusivos de tu progenitor.
En consecuencia, la acusación por esa conjura fue defendida por aquel que intervino, que investigó, que fue partícipe tanto de vuestras deliberaciones como de vuestro temor; y aunque cuando rechazaba esta acusación su discurso fue muy copioso y elegante, en él no había menos autoridad que facultades[24].
Así pues, de aquella conjuración que, según se dice, fue tramada contra vosotros, denunciada a vosotros, propagada por vosotros, yo no pude ser testigo. No sólo nada averigüé con mi mente, sino que apenas llegó a mis oídos el rumor de tal sospecha.
13 Quienes participaron en vuestros acuerdos, quienes investigaron aquello junto con vosotros, aquellos precisamente contra quienes se creía que se confabulaba entonces el peligro, que no asistieron a Autronio, que depusieron contra él testimonios agravantes, defienden a éste, asisten a éste, en el trance procesal de éste declaran que no se han visto impedidos de asistir a los demás por la acusación de conjura, sino por la culpabilidad de los hombres.
En cuanto a la época de mi consulado y a la imputación de la conjura más importante, será defendido por mí. Y este reparto entre nosotros[25] de la defensa no se ha producido por azar, jueces, ni sin motivo, sino que, al ver que éramos llamados como abogados defensores de unas acusaciones en las que podríamos ser testigos, cada uno consideró que debía encargarse de aquello sobre lo que había podido saber algo y sopesarlo.
5 14 Y ya que habéis escuchado con gran interés a Hortensio acerca de las acusaciones por la primera conjuración, acerca de la que se tramó en mi consulado fijaos para empezar en lo siguiente: cuando era cónsul oí muchas cosas sobre los grandes peligros para el Estado, indagué muchas cosas, recogí gran información. Nunca llegó hasta mí ningún informe referente a Sila, ninguna denuncia, ninguna carta[26], ninguna sospecha.
Sin duda deberían tener un gran peso las palabras de un hombre que como cónsul investigó con buen sentido las insidias contra el Estado, las dejó al descubierto con arreglo a la verdad, las castigó con firmeza de ánimo, cuando dijera que nada había oído acerca de Sila, nada había sospechado. Sin embargo, aún no voy a valerme de esas palabras para defenderlo; las emplearé más bien para justificarme, con el objeto de que Torcuato deje de extrañarse de que yo, que no asistí a Autronio, defienda a Sila.
15 ¿Cuál fue, entonces, la causa de Autronio, cuál la de Sila? El is primero intentó remover y arruinar un juicio por corrupción electoral, al principio excitando una sublevación de gladiadores y esclavos fugitivos; después, y esto lo vimos todos, con pedreas y tumultos. Sila, si bien su pundonor y actitud digna podría no beneficiarle, no recabó ningún auxilio. Aquél, ya condenado, se comportaba no sólo en sus reuniones y conversaciones, sino incluso en su aspecto y en su rostro de forma que daba la impresión de ser un adversario de los estamentos más altos, hostil a toda la gente de bien, enemigo de la patria. Éste se consideró tan maltrecho y quebrantado por aquella desgracia que creyó que no le quedaba nada de su antigua dignidad salvo lo que hubiera conseguido retener su moderación.
16 Ahora bien, en la conjuración de la que hablamos, ¿qué hubo tan ligado como aquél a Catilina, a Léntulo[27]? ¿Qué asociación tan perfecta mantuvo alguien con otros para logros irreprochables como aquél con éstos para el crimen, el desenfreno, la osadía? ¿Qué ignominia concibió Léntulo a no ser con Autronio? ¿Qué fechoría perpetró sin aquel mismo Catilina? Porque, mientras tanto, Sila no sólo no buscaba la noche y la soledad[28] con aquellos mismos, sino que ni siquiera se relacionaba mediante una conversación o reunión de las intrascendentes. A 17 aquél los alóbroges[29], denunciantes muy fidedignos de asuntos de la mayor gravedad, lo acusaron, a aquél cartas y mensajeros de diversa procedencia. A Sila, mientras tanto, nadie lo incriminó, nadie lo nombró. Finalmente, expulsado, o, si se quiere, dejado ir[30] de la Ciudad Catilina, aquél le envió armas, cornetas, trompetas, hachas, fasces, enseñas de legiones[31]; aquél, que se había quedado dentro y era esperado fuera, reprimido por el castigo a Léntulo, se abandonó al fin al temor, nunca a su sano juicio. Éste, por el contrario, se mantuvo tan en calma que en toda aquella época estuvo viviendo en Nápoles, donde no se cree que sus habitantes hayan sido cómplices de parecida sospecha, y el propio lugar es el adecuado no tanto para inflamar como para consolar los ánimos de los desdichados.
6 18 Por consiguiente, a la vista de tan rotunda diferencia entre estos hombres y entre sus causas, me mostré distinto respecto a uno y a otro. Venía, ciertamente, a hablar conmigo Autronio, y venía con frecuencia, con muchas lágrimas, suplicante, para que lo defendiera, y me recordaba que había sido condiscípulo mío, íntimo en la adolescencia, colega en la cuestura; evocaba mis muchos y buenos oficios para con él, también alguno que otro suyo para conmigo.
Con estas cosas, jueces, de tal modo me sentía doblegado y quebrantado en mi ánimo que apartaba de mi memoria las insidias que justamente él había tendido contra mí, que empezaba a olvidar que Gayo Cornelio había sido introducido por él en mi propia casa[32], para asesinarme en presencia de mi esposa y de mis hijos.
Si hubiera pensado sólo en mí, con la blandura y suavidad de ánimo que me caracterizan, nunca, por Hércules, habría podido resistirme a sus lágrimas y ruegos.
19 Pero cuando acudía a mi mente la imagen[33] de la patria, de vuestros peligros, de esta ciudad, de aquellos santuarios y templos, de los niños de tierna edad, de las matronas y muchachas; y cuando aquellas teas hostiles y funestas y el incendio generalizado de toda la ciudad, cuando las armas, cuando la matanza, cuando la sangre de los ciudadanos, cuando las cenizas de la patria comenzaban a dar vueltas ante mis ojos y a reabrir mi alma con su recuerdo, entonces al fin me resistía a él, y no sólo al enemigo y parricida de la patria, sino incluso a sus allegados, los Marcelos, padre e hijo, de los que el uno guardaba para mí la autoridad de un padre, el otro la dulzura de un hijo. Y consideraba que no me era posible sin un crimen execrable, el delito que había castigado en otros, defenderlo, estando enterado, en el caso de su cómplice.
20 Pero yo, siendo el mismo, no he podido resistirme a Publio Sila suplicante, ni contemplar a los mismos Marcelos que lloraban por los peligros de éste, ni soportar los ruegos del aquí presente, Marco Mésala, mi íntimo amigo. Y es que ni la causa es contraria a mi naturaleza, ni la persona ni el asunto han repugnado a mi humanitarismo. En ninguna parte se había podido hallar su nombre, ninguna huella, ningún motivo de acusación, ninguna denuncia, ninguna sospecha. Me encargué de su defensa, Torcuato, y lo hice gustosamente para que a mí, a quien, como espero, las gentes de bien me hayan reputado de firme, ni siquiera los malvados puedan llamarme, a mí también, cruel.
7 21 En este punto él dice, jueces, que no puede soportar mi tiranía[34]. ¿Qué tiranía, di, Torcuato? Supongo que la de mi consulado, en el transcurso del cual no mandé nada, y, en cambio, obedecí a los senadores y a todas las gentes de bien. En tal cargo no fue instaurada por mí la tiranía, está claro, sino sofocada. ¿O es que afirmas que no fui un tirano con ocasión de un poder tan grande y de tan gran autoridad[35], dices que tiranizo ahora, simple particular? ¿A título de qué, por favor? «Porque contra los que depusiste testimonio —explica— han sido condenados; al que defiendes, espera salir absuelto.»
En esto te respondo acerca de mis testimonios lo siguiente: que, si declaré en falso, tú declaraste contra los mismos[36]; y si con verdad, no es tiranizar, cuando dices la verdad bajo juramento, probarla.
En cuanto a la confianza de mi defendido, digo sólo que Sila no espera de mí ninguna riqueza, ningún poderío[37], nada, en una palabra, salvo mi lealtad en la defensa.
22 «Si tú no hubieras aceptado el caso —arguye—, nunca se me habría opuesto, sino que habría huido sin haberse sustanciado la causa[38].» Si de momento te concedo que Quinto Hortensio, un hombre de tanto peso, que estos hombres de esta categoría no actúan de acuerdo con su propio criterio, sino con el mío; si te admito lo que no puede creerse, que éstos no habrían estado dispuestos a asistir a Sila si yo no lo asistía, ¿quién es, entonces, el tirano?, ¿aquel al que no se oponen las personas inocentes o el que no abandona a los desdichados?
Pero en esta cuestión incluso (algo que no te hacía falta en absoluto) quisiste hacerte el gracioso, cuando aseguraste que Tarquinio y Numa eran reyes extranjeros y yo el tercero. Omito ahora lo de rey; lo que pregunto es por qué has dado por sentado que soy extranjero[39]. Porque si soy tal, no es tan de extrañar que sea rey (ya que, como tú dices, en Roma hubo también reyes extranjeros), como que, siendo extranjero, haya sido cónsul en Roma.
23 «Me refiero —replica— a que procedes de un municipio.» Lo reconozco y aun añado: «de un municipio del que ya por dos veces ha llegado la salvación para esta ciudad y para el Imperio[40]». Pero me agradaría sobremanera saber de ti por qué te parecen extranjeros los que vienen de los municipios. Nadie echó nunca en cara tal condición a aquel Marco Catón el Viejo, aunque tuvo muchos enemigos, nadie a Tiberio Coruncanio, nadie a Manió Curio, nadie a este mismo Gayo Mario nuestro, a pesar de que muchos lo odiaban[41]. En cualquier caso, me alegro extraordinariamente de ser una persona contra la que, aunque lo desees vivamente, no hayas podido lanzar ninguna injuria que no pueda ser común a la mayor parte de los ciudadanos.
8 Pero aun así, por mor de los estrechos lazos de nuestra amistad entiendo que debo advertirte una y otra vez: no todos pueden ser patricios (si quieres la verdad, ni siquiera les preocupa), ni creen tus coetáneos que les aventajas por semejante motivo.
24 Y si te parecemos extranjeros nosotros, cuyo renombre y honor han llegado hace tiempo a ser familiares a esta ciudad y a la boca y conversaciones de las gentes, ¡cuán necesariamente te parecerán extranjeros aquellos competidores tuyos que, escogidos de toda Italia, van a luchar ahora contigo por el cargo y todas las dignidades! Procura no llamar extranjero a alguno de ellos, no vayas a ser aplastado por los votos de los extranjeros[42]; si ellos emplean vigor y celo, te arrancarán, créeme, esa jactancia de tus palabras y te quitarán el sueño frecuentemente, y no permitirán ser superados por ti en la elección para el cargo, a no ser que sean vencidos por méritos.
25 Y si fuera menester, jueces, que yo y vosotros pareciéramos extranjeros a los demás patricios, tal defecto, ya veis, debería ser silenciado por Torcuato. En efecto, él mismo es de un municipio por el lado materno, de un linaje muy honrado y noble, pero desde luego de Ascoli[43]. Por tanto, o bien que demuestre que sólo, los picentinos no son extranjeros, o que se contente con que yo no anteponga mi linaje al suyo. En consecuencia, a partir de ahora ni me llames tú extranjero, no vayas a ser rebatido con mayor dureza, ni rey, no sea que se rían de ti. A no ser quizá que te parezca propio de un rey vivir de modo que no seas esclavo, no ya de ninguna persona, sino ni siquiera de ninguna ambición, despreciar toda clase de pasiones, no sentir necesidad de oro ni de plata ni de cualquier otra cosa, emitir tu opinión libremente en el Senado, atender más a la utilidad del pueblo que a su voluntad, no ceder ante nadie, hacer frente a muchos. Si consideras que esto es propio de un rey, confieso que soy rey; pero si es mi poder, mi despotismo, si es, en fin, alguna expresión arrogante o soberbia lo que te perturba, ¿por qué no lo pones de manifiesto mejor que la odiosidad de una palabra[44] y la ofensa de un insulto?
9 26 Por mi parte, con tan grandes servicios depositados[45] por mí en el Estado, si no solicitara del Pueblo Romano y del Senado ninguna otra recompensa que un descanso honorable[46], ¿quién no me lo concedería? Tendrían para ellos[47] las magistraturas, para ellos los mandos, para ellos las provincias, para ellos los triunfos, para ellos los demás símbolos de una gloria resplandeciente; se me permitiría a mí disfrutar con ánimo tranquilo y en paz de la contemplación de una ciudad que yo habría salvado[48].
¿Qué si no reclamo esto[49]? Si aquel esfuerzo mío anterior, si mi solicitud, si mis servicios, si mis trabajos, si mis velas están enteramente al servicio de mis amigos, a la disposición de todos, si ni mis amigos requieren en el Foro mi entrega, ni la República en la Curia, si no sólo el descanso de mi actividad pasada, sino ni siquiera la excusa por el cargo ni por la edad[50] me eximen del esfuerzo; si mi voluntad, mi actividad, si mi casa, si mi ánimo, mis oídos están abiertos a todos; si no me ha quedado un ápice de tiempo ni para recordar y pensar sobre lo que hice por la salvación común, ¿a pesar de todo será llamado tiranía esto, de lo que no puede encontrarse nadie que quiera ser su sucesor?
27 Muy lejos está de mí la sospecha de tiranía, pero si quieres saber quiénes han intentado enseñorearse de tal poder en Roma, los encontrarás (para que no desenvuelvas la memoria de los males) entre las imágenes de tu familia[51].
En verdad mis logros me han elevado, supongo, demasiado, y me han hecho darme no sé qué aires. Sobre estos hechos tan preclaros, tan imperecederos, puedo decir, jueces, esto: que yo, que he arrancado a nuestra ciudad y la vida de todos los ciudadanos de los más graves peligros, habré conseguido bastante si de ese tan gran beneficio no repercute precisamente sobre mi persona ningún peligro.
28 En efecto, recuerdo en qué ciudadanía conseguí tan grandes logros y me doy cuenta de en qué ciudad me muevo. Lleno está el Foro de unos hombres a los que yo, jueces, rechacé de vuestros cuellos, no los alejé del mío, a no ser que penséis que, realmente, fueron pocos los que pudieron intentar o esperar que podían destruir un imperio tan poderoso. Y o pude arrancar las teas y hacerles soltar las espadas de sus manos, y así lo hice; pero no pude eliminar ni sanar sus deseos criminales y nefandos. Por ello no desconozco con cuánto peligro estoy viviendo entre tan gran multitud de malvados, al ver que sólo por mi parte se ha emprendido una guerra eterna contra todos los malvados[52].
10 29 Pero si por un azar sientes odio hacia aquellos apoyos míos y si te parecen propios de un déspota, porque toda la gente de bien de todos los linajes y estamentos une su salvación con la mía, consuélate, puesto que las mentes de todos los malvados son hostiles y adversas a mí sólo ante todo. Y me odian exclusivamente a mí, no ya porque reprimí sus intentos impíos y su locura criminal, sino todavía más, porque consideran que, mientras yo esté vivo, ya no pueden intentar algo semejante.
30 Pero en realidad, ¿por qué voy a extrañarme si se dice de mí algo con mala intención por parte de los malvados, cuando Lucio Torcuato, en primer lugar él, echados estos cimientos en su juventud, ofreciendo esta perspectiva de la dignidad suprema, hijo, además, de Lucio Torcuato, un cónsul muy valeroso, senador de gran firmeza, ciudadano irreprochable siempre, se deja llevar de vez en cuando por excesos verbales?
Él, tras haber hablado del crimen de Publio Léntulo, de la osadía de todos los conjurados con voz contenida, sólo lo suficiente para que pudierais captarlo vosotros, que aprobáis tales cosas, hablaba sobre el castigo, sobre la cárcel[53] con voz resonante y lastimera.
31 En ello ya de entrada resultaba absurdo que cuando quería que os[54] pareciera bien lo que había dicho quedamente, pero no quería que oyeran los que permanecían alrededor del tribunal, no se daba cuenta de que lo que decía en voz alta lo iban a oír aquellos a los que trataba de ganarse, de una forma que también lo oiríais vosotros, que no lo aprobabais.
En segundo lugar, otro vicio ya del orador es no ver qué reclama cada causa. En efecto, nada es tan impropio de aquel que acusa a otro de conjura como dar la sensación de lamentar el castigo y la muerte de unos conjurados. Cuando obra así aquel tribuno de la plebe que parece ser el único que quedó de éstos para llorar a los conjurados[55], a nadie le resulta extraño, pues es difícil callar cuando sientes dolor. A ti, si haces algo semejante, no ya como a un joven de tus condiciones, sino en una causa en la que pretendes ser perseguidor de la conjuración, te contemplo con gran maravilla.
32 Pero lo que te censuro especialmente es que, dotado de ese talento y clarividencia, no consigas comprender los intereses del Estado, porque crees que a la plebe romana no le merece respeto aquello que en mi consulado hicieron todos los hombres de bien por la salvación común.
11 ¿Acaso alguno de estos que se hallan aquí presentes, a los que tratabas de ganarte contra su propia voluntad, das por sentado que o era tan criminal que quiso que todo esto[56] pereciera o tan desdichado que deseaba perecer él y además no tuviera nada que quisiera que quedase a salvo? ¿Tal vez mientras nadie censura a un hombre muy ilustre de vuestro linaje y nombre, que privó de la vida a su propio hijo para reforzar su autoridad sobre los demás[57], tú censuras al Estado, que mató a enemigos interiores[58] para no ser muerta ella por aquéllos?
33 ¡Así que estáte atento, Torcuato, a cómo esquivo la responsabilidad de mi consulado! Con la voz más potente, para que todos puedan enterarse, lo digo y lo diré siempre: ¡concededme vuestra atención quienes me concedéis vuestra presencia, con cuya concurrencia me gozo en gran manera, erguid vuestras mentes y orejas y prestadme atención a mí, que hablo de asuntos aborrecibles, según opina él! Yo, siendo cónsul, cuando un ejército de ciudadanos depravados, forjado en criminal clandestinidad, había preparado para la patria la destrucción más cruel y luctuosa, y cuando Catilina, para el hundimiento y la aniquilación de la República, estaba apostado como jefe en un campamento, Léntulo, por su parte, en vuestros templos y casas, con mi previsión, mis sufrimientos, con los peligros de mi vida, sin alarma, sin leva, sin armas, sin ejército, con la captura y confesión de cinco hombres[59], libré del incendio a la Ciudad, de la matanza a los ciudadanos, de 3a devastación a Italia, de la aniquilación al Estado. Yo, la vida de todos los ciudadanos, la estabilidad del orbe de la Tierra, en fin, a esta ciudad, asiento de todos nosotros, baluarte de reyes y naciones extranjeras, luz de los pueblos, sede del Imperio, la rescaté con el castigo de cinco hombres enloquecidos y depravados. ¿Acaso creíste que yo no iba a decir en el tribunal 34 sin prestar juramento lo que bajo juramento había dicho en la asamblea en pleno?
12 Y añadiré incluso lo siguiente, no sea que, a lo peor, algún malvado comience de repente a amarte, Torcuato, y a esperar algo de ti; y para que todos los presentes oigan lo mismo[60], lo diré con mi voz más sonora: de todas aquellas cosas que yo asumí y llevé a cabo por la salvaguarda del Estado, aquel[61] Lucio Torcuato, que fue mi camarada en el consulado y también lo había sido en la pretura, se convirtió en mi inspirador, mi apoyo, mi colaborador, siendo precisamente el jefe, el inspirador, el abanderado de la juventud.
Su padre, por cierto, hombre muy amante de su patria, de extraordinario coraje, de enorme prudencia, de singular firmeza, a pesar de estar enfermo, aun así intervino en todos aquellos hechos, en ningún momento se apartó de mí, me ayudó muchísimo, el que más, con su entusiasmo, prudencia, autoridad, gracias a que venció a la enfermedad del cuerpo con la energía de su ánimo.
35 ¿No ves cómo te arranco de la repentina amistad con los malvados y te reconcilio con toda la gente de bien? Éstos, no ya te aprecian, sino que te retienen y te retendrán siempre, y, aunque llegaras, por un azar, a separarte de mí, no por ello permitirán que les hagas defección a ellos y al Estado y a tu propia dignidad.
Pero vuelvo ya a la causa y os juro, jueces, esto: la necesidad de hablar tanto de mí mismo me ha sido impuesta en buena medida por él, pues, si Torcuato hubiera acusado sólo a Sila, yo tampoco haría otra cosa en estas circunstancias sino defender al que ha sido acusado. Pero como en todo su discurso ha arremetido contra mí, y, como dije al principio, ha pretendido despojar de autoridad mi defensa, aunque mi propio dolor no me obligase a responder, sin embargo la causa en sí misma habría reclamado de mí unas palabras.
13 36 Alegas que Sila fue mencionado por los alóbroges. ¿Quién lo niega? Pero lee la denuncia y fíjate cómo fue mencionado. Declararon que Lucio Casio les había señalado que Autronio, junto con los demás, actuaba de acuerdo con él.
Pregunto si Casio nombró a Sila. En ningún sitio[62]. Dicen que habían preguntado a Casio qué opinaba Sila. Observad la escrupulosidad de los galos: quienes no conocían la vida y el carácter de estas personas y sólo habían oído que se encontraban en una situación calamitosa semejante[63] preguntaron si estaban en la misma disposición.
¿Qué entonces Casio? Aunque hubiera respondido que opinaba lo mismo y que actuaba de acuerdo con él, aun así no me parecería que eso deba constituir un cargo contra mi defendido. ¿Por qué tal? Porque quien iba a empujar a la guerra a unos hombres bárbaros no debía disminuir sus sospechas ni exculpar a unos sobre los que parecían sospechar algo[64].
No respondió, sin embargo, que Sila actuara de consuno. En 37 efecto, habría sido absurdo, habiendo mencionado a los demás espontáneamente, no hacer mención alguna de Sila, salvo tras haber sido amonestado e interrogado. Si no es que, todo cabe, resulta verosímil que el nombre de Publio Sila no se le hubiera quedado a Casio en la memoria. Aun cuando la condición de noble de este hombre, su suerte atormentada, los restos de su anterior situación, no hubieran sido tan notorios, incluso así la evocación de Autronio habría recuperado el recuerdo de Sila. Es más, según yo lo veo, al pasar revista Casio a las influencias de los jefes de la conjuración para excitar los ánimos de los alóbroges y sabiendo que las naciones extranjeras se sienten movidas sobre tocio por la condición de noble, no habría mencionado a Autronio antes que a Sila[65].
38 Y desde luego no puede admitirse aquello de que los galos, una vez mencionado Autronio, creyeran que por su parte, debido a la similitud de la desgracia, debía preguntarse algo sobre Sila; que a Casio, si mi defendido estaba implicado en el mismo crimen, ni siquiera tras haber nombrado Autronio no le hubiera podido acudir a la mente éste.
Pero veamos, ¿qué respondió acerca de Sila Casio? Que él no tenía noticia cierta. «No lo exculpa», insiste. He dicho antes: ni siquiera aunque le hubiera acusado entonces por fin, cuando fue interrogado, me parecería eso a mí fundamento de acusación.
39 En todo caso, yo en los juicios y en las instrucciones creo que no hay que investigar si alguno queda exculpado, sino si resulta imputado. En efecto, cuando Casio dice que no sabe, ¿acaso protege a Sila o demuestra fehacientemente que no sabe? «Lo protege ante los galos.» ¿Y eso por qué? «Para que no lo denuncien.» ¿Entonces? Si hubiera creído que existía el peligro de que alguna vez aquéllos lo denunciaran, ¿habría confesado sobre su propia persona? «No sabía, evidentemente.» Supongo que Casio se hallaba sumido en la ignorancia sólo en lo concerniente a Sila, pues sobre los demás, desde luego, estaba al tanto, ya que constaba que casi todo se había fraguado en su casa. Quien no quiso negar que en aquel grupo estaba Sila para dar más esperanza a los galos, pero no se atrevió a decir una falsedad, dijo que no sabía. Pues bien, una cosa está clarísima: que cuando uno que tiene conocimiento de todos niega que tenga noticias de Sila, la fuerza de esta negación es la misma que si hubiera dicho que sabía que éste estaba al margen de la conjuración; pues aquel cuyo conocimiento de todos consta que existió, su ignorancia sobre alguien debe considerarse como exculpación.
Pero ya no busco si Casio exculpa a Sila. Me resulta suficiente el hecho de que contra Sila nada hay en la denuncia.
14 40 Desposeído de este motivo de cargo, de nuevo se lanza sobre mí, me acusa. Afirma que yo he dado cuenta a los registros públicos de forma distinta a como se dijo[66].
¡Oh dioses inmortales! (Os daré, sí, lo que es vuestro y no puedo, en verdad, achacar a mi propio talento tanto como para haber distinguido por mis propios medios tantas cosas, tan grandes, tan diversas, tan repentinas en medio de aquella muy turbulenta tempestad del Estado), vosotros, sin duda, encendisteis mi alma entonces con el deseo de salvar a la Patria, vosotros me desviasteis de todos los demás pensamientos hacia únicamente el de la salvación de la República, vosotros, en fin, entre tan grandes tinieblas del error y de la ignorancia acercasteis a mi mente la más clara luz.
41 Vi yo, jueces, que, si con el recuerdo reciente por parte del Senado no hubiera acreditado la autenticidad de esta denuncia con documentos oficiales, ocurriría que en algún momento, no Torcuato ni alguien semejante a Torcuato (pues en esto me engañé de medio a medio), sino cualquier náufrago de su patrimonio, hostil a la tranquilidad, enemigo de la gente de bien, diría que los datos habrían sido denunciados con alteraciones, a fin de con mayor facilidad, al provocar cualquier vendaval contra todos los optimates, poder encontrar en medio de las desgracias del Estado algún puerto para sus propias desgracias.
Así que, tras ser introducidos en el Senado los denunciantes, elegí a unos senadores para que tomaran nota de todas las palabras, las preguntas, las respuestas de los denunciantes.
¡Y qué hombres! No sólo de suma virtud y lealtad (de estas 42 cualidades había en el Senado enorme abundancia), sino de los que sabía que por su memoria, conocimientos, experiencia y rapidez al escribir podían seguir el hilo de lo que se hablara con la mayor facilidad. A Gayo Cosconio, que era a la sazón pretor; a Marco Mésala, que aspiraba por aquel entonces a la pretura; a Publio Nigidio, a Apio Claudio. Creo que no hay nadie que piense que a estos hombres les faltaba ni honradez ni facultades para dar cuenta veraz.
15 ¿Qué después, qué hice? Sabiendo que la denuncia había sido trasladada a los registros públicos, con la particularidad de que según la norma de nuestros antepasados esos registros estaban guardados, sin embargo, por custodia privada, no los oculté, no los guardé en mi casa, sino que de inmediato ordené que fueran copiados por todos los escribas, que se repartieran por todos los sitios y que se divulgasen y se dieran a conocer al Pueblo Romano. Los repartí a Italia entera, los remití a todas las provincias. No quise que nadie fuera desconocedor de aquella denun43cia a partir de la que se había ofrendado a todos la salvación. Afirmo, por tanto, que no hay lugar en el orbe de las tierras en el que exista el nombre del Pueblo Romano a donde no haya llegado esta denuncia en su texto íntegro.
En aquella situación tan inesperada y breve y borrascosa yo adopté muchas precauciones por inspiración divina, tal como dije, no por mi propio natural: en primer lugar para que nadie pudiera recordar el peligro del Estado o de alguna persona a la medida de lo que le apeteciese; en segundo lugar, para que a nadie se le admitiera nunca rebatir aquella denuncia o acusar de que había sido creída sin fundamento; por último, para que en lo sucesivo no se me preguntara a mí nada a mi dietario, ni pareciera excesivo o mi olvido o mi memoria, ni, en fin, se juzgase o vergonzosa mi negligencia o cruel mi empeño.
44 En cualquier caso, no obstante, a ti, Torcuato, te pregunto; si tu enemigo había sido denunciado y el Senado, con gran concurrencia, y el recuerdo próximo eran los testigos de tal hecho, a ti, íntimo y camarada mío, mis escribas habían estado dispuestos a darte a conocerla denuncia, si hubieses querido, antes de trasladarla al registro, ¿por qué callaste, si veías que se trasladaba con alteraciones, por qué lo permitiste, por qué no te quejaste ante mí o ante un allegado mío, o, puesto que te dejas llevar tan fácilmente contra tus amigos, por qué no reclamaste con la mayor iracundia y violencia?
Tú, cuando tu voz no ha sido oída jamás, cuando tras ser leída la denuncia, copiada, publicada, te has quedado quieto, en silencio, ¿de repente urdes una historia tan dramática y te desvías a una posición tal que antes de acusarme de haber modificado la denuncia, confiesas, con tu propio juicio, que te hallas convicto de negligencia muy grave?
16 45 ¿Tanto me habría importado la salvación de otro que descuidase la mía? ¿Iba yo a contaminar con alguna mentira una verdad sacada a la luz gracias a mí? ¿Podría, en fin, ayudar yo a alguien por el que creía que no sólo se habían tramado tan crueles acechanzas contra la República, sino que se habían organizado precisamente en mi consulado?
Y si me hubiera olvidado ya de mi rigor y firmeza, ¿acaso iba a ser tan loco, habiéndose descubierto escritos para la posteridad que podrían servir de antídoto para el olvido, como para suponer que los recuerdos recientes del Senado entero podían ser superados por mi dietario?
46 Yo te aguanto, Torcuato, hace ya tiempo te aguanto y alguna vez a mi ánimo, espoleado para castigar tus palabras, yo mismo lo hago volver y refreno, permito algo a tu iracundia, cedo a tu juventud, concedo a la amistad, considero a tu padre. Pero, si no te pones a ti mismo algún límite, me obligarás a que, olvidándome de nuestra amistad, tenga cuenta de mi dignidad. Nadie jamás me rozó con la más tenue sospecha al que no derribase y quebrantase. Pero quema que me creyeras en esto: no tengo por costumbre responder con gran placer a los que me parece que puedo 47 vencer con facilidad. Tú, dado que no desconoces en absoluto mi manera de hablar, cuidado con abusar de esta indulgencia mía desconocida, ojo con considerar fuera de combate los dardos de mi oratoria, que están en reserva, no creas que por mi parte ha sido dado completamente por perdido todo lo que se te ha perdonado y concedido. Aparte de que tienen su valor ante mis ojos las excusas ya citadas para tus ofensas: tu temperamento colérico, tu edad, nuestra amistad, además doy por sentado que tú no tienes aún fuerzas suficientes como para que me crea en la obligación de luchar y contender contigo. Porque, si por experiencia y por edad fueras más robusto, yo sería el mismo que acostumbro cuando soy hostigado. Ahora me comportaré contigo de forma que parezca que he preferido soportar una ofensa antes que devolver «el favor».
17 48 Y desde luego no puedo comprender por qué estás irritado conmigo. Si porque defiendo al que tú acusas, ¿por qué yo no te censuro el que acuses al que yo defiendo? «Acuso a un enemigo mío», alegas. Y yo defiendo a un amigo mío. «No debes defender tú a alguien en un proceso por conjuración.» Al contrario, nadie mejor a alguien del que nada nunca sospechó que aquel que hizo muchas conjeturas sobre otros. «¿Por qué depusiste testimonio contra otros?» Porque me vi obligado. «¿Por qué fueron condenados?» Porque se le dio crédito. «Tiranía es deponer contra quien quieres y defender al que quieres.» Al contrario, de esclavos es no deponer contra quien quieres y no defender al que quieres. Y si empiezas por reflexionar si fue más necesario para mí hacer esto o eso para ti, comprenderás que con más honradez pudiste tú establecer un límite a tus enemistades que yo a mi bonhomía.
49 En cambio, por cierto, cuando estaba en juego el cargo más importante para vuestra familia, es decir, el consulado de tu padre, aquel hombre tan sabio no se encolerizó contra sus más íntimos aunque defendieran y elogiaran a Sila. Estaba al tanto de que se nos había trasmitido por nuestros antepasados la regla de conducta de que no nos sintiéramos obligados por la amistad de nadie a la hora de alejar los riesgos de un proceso[67]. Y eso que aquel litigio era, de lejos, distinto de este juicio. En aquella ocasión, con la debacle de Sila se os proporcionaba el consulado, como de hecho se os proporcionó. La contienda era por el cargo. Os dedicabais a vocear que reclamabais lo que se os había arrebatado, para, vencidos en el Campo[68], vencer en el Foro. En aquella ocasión, quienes pugnaban contra vosotros en pro de la absolución de éste, amigos íntimos vuestros, contra los que no os irritabais, trataban de arrebataros el consulado, pugnaban contra vuestro cargo. Y, sin embargo, lo hacían sin menoscabo de vuestra amistad, sin faltar a sus deberes, siguiendo el ejemplo añejo y la norma de todos los mejores.
18 50 Yo, en cambio, ¿a qué cargos me opongo a los que aspires o a qué dignidad que os corresponda me resisto? ¿Qué es lo que reclamas ahora de éste? El cargo fue conferido a tu padre, los distintivos del cargo a ti. Tú, adornado con los despojos de éste, llegas para descuartizar al que mataste, yo defiendo y protejo al que está en el suelo y expoliado. Y en esta situación tú me censuras porque lo defiendo y te encolerizas; yo, por el contrario, no sólo no me encolerizo contigo, sino que ni siquiera censuro tu proceder; y es que considero que por tu parte estaba decidido qué creías que debía hacerse y que tú mismo eres un juez de tus deberes suficientemente apropiado[69].
51 Pero ejerce la acusación el hijo de Gayo Cornelio, y esto debe valer igual que si su padre presentara la denuncia. ¡Oh padre Cornelio[70] sabio, que ha renunciado al premio que suele darse en la denuncia, ha recibido el bochorno de la confesión por la acusación del hijo!
Pero ¿qué es, a fin de cuentas, lo que denuncia Cornelio por medio de ese muchacho? Si viejos hechos, para mí desconocidos, hablados con Hortensio, ha respondido Hortensio, Pero si, como dices[71], aquella intentona de Autronio y Catilina, cuando en el Campo, con ocasión de los comicios consulares que fueron presididos por mí, quisieron hacer una matanza, a Autronio vimos entonces en el Campo. Pero ¿por qué he dicho que lo vimos nosotros? Lo vi yo, pues vosotros, jueces, por aquel entonces por nada os preocupabais ni sospechabais; yo, protegido por una firme escolta de amigos, mantuve a raya a las huestes de Catilina y Autronio y su intentona.
52 ¿Acaso, pues, hay alguien que diga que en aquella ocasión Sila se acercó al Campo? Y bien, si entonces se hallaba unido a Catilina en una sociedad de crimen, ¿por qué se apartaba de él, por qué no estaba con Autronio, por qué en una causa igual no se encuentran indicios iguales de culpabilidad?
Pero ya que el propio Cornelio, incluso ahora, vacila en denunciar, según decís, y modela a su hijo para esta denuncia difuminada[72], ¿qué dice, en definitiva, de aquella noche en que acudió en Hoceros[73] a casa de Marco Leca la noche que siguió al día posterior a las nonas de noviembre de mi consulado por una convocatoria de Catilina?
Esa noche fue la más dura y cruel de todas las etapas de la conjuración. Se decidió entonces para Catilina el día de su marcha; entonces para los demás la condición de su permanencia[74], entonces la distribución de la matanza y los incendios a lo largo de toda la ciudad; entonces tu padre, Cornelio, algo que al final de todo confiesa, reclamó para sí aquella obsequiosa misión de, cuando llegara al amanecer para cumplimentar al cónsul, una vez hecho pasar tanto a tenor de mi costumbre como por deber de amistad, degollarme en mi propio lecho.
19 53 En esos momentos, cuando la conjuración ardía con mayor intensidad, cuando Catilina se disponía a salir en dirección a su ejército, Léntulo se quedaba en la ciudad, Casio era puesto al mando de los incendios, Cetego de la matanza, Autronio era encargado de ocupar Etruria, cuando todo se organizaba, se disponía, se preparaba, ¿dónde estaba Sila, Cornelio? ¿Acaso en Roma? Más bien estaba bastante lejos. ¿Acaso en las comarcas a las que se encaminaba Catilina? Mucho más lejos aún. ¿Acaso en el territorio de Camerino, en el piceno, en el galo[75], confines hasta los que especialmente se había abierto paso un, por así decir, cierto contagio de aquella locura? Todo lo contrario precisamente. Se hallaba, en efecto, como ya he dicho antes, en Nápoles, se hallaba en la zona de Italia que estaba más libre de una sospecha tal.
54 Entonces, ¿qué denuncia o qué aporta o el propio Cornelio o vosotros, que traéis estos encargos de su parte? ¿Que se compraron gladiadores con el pretexto de Fausto[76] para la matanza y la rebelión? Eso es todo, se han mezclado unos gladiadores, que, según vemos se exigen en el testamento de su padre.
«Se reclutó de prisa y corriendo una cuadrilla, que, si se hubiera desechado, otra cuadrilla habría podido ofrecer el espectáculo de Fausto[77].» ¡Ojalá al menos esta misma pudiera dar satisfacción no sólo a la inquina de los inicuos, sino a la expectación de los ponderados!
«Se ha obrado con gran precipitación, aunque la fecha del espectáculo quedaba muy lejos.» ¡Como si en realidad la fecha para ofrecer el espectáculo no se aproximara a ojos vista!
«Y sin que Fausto se lo esperase, a pesar de que ni lo sabía ni 55 quería, se compró la cuadrilla.» Todo lo contrario, hay una carta de Fausto en la que con ruegos pide a Publio Sila que compre gladiadores y que compre éstos justamente; y no sólo escribió a Sila, sino a Lucio César, a Quinto Pompeyo, a Gayo Memio, a tenor de la opinión de los cuales se llevó a cabo el negocio.
«Pero estaba al mando de la cuadrilla Cornelio[78].» Y si ninguna sospecha hay en la adquisición de la cuadrilla, quién estuviera a su mando en nada incumbe al asunto. Pero, en cualquier caso, se ofreció, en un papel de esclavo, para cuidar del armamento, si bien nunca estuvo al mando y este cometido fue desempeñado en todo momento por Belo, liberto de Fausto.
20 56 «Pero, aparte de eso, Sitio fue enviado por éste a Hispania Ulterior para agitar esa provincia.»
En primer lugar, jueces, se marchó cuando eran cónsules Lucio Julio y Gayo Fígulo, bastante antes de la locura de Catilina y la sospecha de su conjuración.
En segundo lugar, no se marchó entonces por primera vez, sino tras haber estado tiempo atrás por el mismo motivo algunos años; y se marchó, no ya con motivo, sino incluso por un motivo forzoso, al haberse entablado una importante negociación con el rey de Mauritania. En cambio entonces, una vez que aquél se fue, quedando Sila al cargo y cuidado de sus asuntos, con la venta de muchas y muy bellas heredades de Publio Sitio quedaron satisfechas las deudas del mismo, para que el motivo que empujó a los demás al delito, la obsesión por retener sus posesiones, no existiera para Sitio una vez disminuidas[79] sus heredades.
57 Pero además, ¡cuán increíble, cuán absurdo aquello: que el que deseaba hacer una matanza en Roma, el que incendiar esta ciudad, apartase de sí a un muy allegado suyo y lo relegara a los últimos confines! ¿Tal vez para lograr con mayor facilidad en Roma lo que intentaba, si llegaba a producirse la agitación en Hispania? Pero es que ésta de aquí se producía por sí misma, sin ninguna conexión. ¿Acaso en una situación tan grave, en unos planes tan inéditos, tan peligrosos, tan turbulentos, iba a ocurrírsele que se debía alejar a un hombre que tanto le apreciaba, tan allegado, estrechamente unido por sus servicios, por la familiaridad, por el trato? No es verosímil que a quien en circunstancias favorables, a quien en tiempo de paz había tenido siempre a su lado, justamente en las adversas y en el levantamiento que él mismo preparaba lo alejara de sí.
58 Y por otra parte, ¿el propio Sitio (pues por mi parte no ha de quedar desamparada la causa de un viejo amigo y huésped) es una persona tal y de una familia y formación tales que puede creerse lo de que quiso hacer la guerra al Pueblo Romano, que aquel cuyo padre, mientras hacían defección los demás limítrofes y vecinos, se comportó con singular espíritu de servicio y lealtad a nuestra República va a considerar que debía emprenderse por su parte una sacrílega guerra contra la patria?
Sus deudas vemos, jueces, que no se habían contraído por los placeres, sino por su afición a hacer negocios, alguien que, mientras debía en Roma, en cambio en las provincias y los reinos se le debían grandes sumas. Al reclamarlas no permitió que sus administradores levantaran ninguna carga en su ausencia; prefirió que se vendieran todas sus posesiones y ser despojado de un patrimonio muy respetable a que se produjera alguna demora con cualquiera de sus acreedores[80].
59 De esta clase de personas, desde luego, jueces, yo nunca esperé temor cuando me agitaba en aquella tempestad de la República. Aquélla era la clase de hombres horrenda y temible: la de quienes retenían, abrazándolas, sus posesiones con tanto ardor que dirías que se podían arrancar y separar de ellos sus miembros. Sitio nunca consideró que tenía un parentesco de sangre con sus heredades, y así se salvó no sólo de la sospecha de un crimen tan grave, sino también de cualquier habladuría de la gente; no con las armas, sino con su patrimonio.
21 60 Y además lo de que haya lanzado la acusación de que los de Pompeya fueron empujados por Sila a sumarse a esa conjuración y a tan abominable atentado, no puedo entender qué alcance tiene eso. ¿Acaso te parece que los pompeyanos conjuraron? ¿Quién dijo alguna vez eso o qué sospecha hubo de semejante hecho por mínima que fuera?
«Los separó —dice— de los colonos, para, una vez lograda tal desunión y discordia, poder tener la plaza en su poder por medio de los pompeyanos.»
En primer lugar, toda la disensión entre pompeyanos y colonos fue llevada ante los patronos[81] cuando ya había arraigado y había sido objeto de agitación durante muchos años.
En segundo lugar, la causa fue enjuiciada por los patronos en una forma tal que Sila no disintió en ningún punto de las opiniones de los demás.
Por último, los propios colonos comprenden que los pompeyanos no fueron defendidos por Sila más que ellos. Y eso podéis 61 apreciarlo, jueces, por esta afluencia de colonos, unas personas honorabilísimas, que aquí están, se toman gran interés, anhelan que este patrono, defensor, custodio de aquella colonia, si no lo han podido mantener incólume en todo su patrimonio y en toda su dignidad, al menos en esta desgracia en la que yace abatido sea auxiliado y salvado con vuestra intervención.
Asisten con igual celo los pompeyanos, quienes hasta son llevados a juicio por ésos[82]; quienes, lo mismo que discreparon 62 de los colonos en el paseo[83] y sus sufragios, así también opinaron lo mismo de la salvación común. Y desde luego tampoco me parece que deba pasarse en silencio por mi parte este mérito de Publio Sila: el de que, a pesar de que aquella colonia fue fundada por él, y a pesar de que los avalares de la vida política distanciaron las ventajas de los colonos de los intereses de los pompeyanos, es tan querido de ambas partes y tan grato que no parece haber desalojado a unos, sino asentado a todos.
22 «Pero de todos modos, no sólo los gladiadores, sino toda esa tropa se preparaban a la vista de la proposición de Cecilio[84].» Y en este punto se lanzó violentamente contra Lucio Cecilio, un hombre muy discreto y de grandes cualidades. De su virtud y firmeza, jueces, sólo digo que en la proposición que presentó, no para eliminar, sino para aliviar la calamidad de su hermano, fue de un proceder tal que quiso velar por su hermano, no quiso luchar contra la República; desistió apartado por la autoridad de su hermano.
63 Precisamente en este asunto Sila es acusado a través de Lucio Cecilio, un asunto en el que uno y otro deben ser elogiados. En primer lugar Cecilio[85], quien presentó algo en lo que parecía haber querido anular la cosa juzgada para que Sila fuera rehabilitado.
Repruebas con razón, pues la estabilidad de la vida política se sustenta sobre todo en la cosa juzgada, y yo no creo que haya que conceder tanto al amor fraterno que alguien descuide el bien común para velar por el de los suyos. Pero no proponía nada sobre el juicio, sino que pretendía restablecer aquella pena por corrupción electoral que había sido fijada en leyes anteriores hacía mucho. Así pues, con la citada proposición no se intentaba corregir una sentencia de los jueces, sino un vicio de la ley. Nadie reprueba el juicio cuando se queja de una pena, sino la ley; así que la condena, de los jueces, es la que permanecía; la pena, de la ley, la que 64 se atenuaba. No pretendas, pues, enajenar de la causa los ánimos de los estamentos que presiden los juicios con la mayor autoridad y dignidad. Nadie ha intentado hacer caer el sistema judicial, nada de ese tenor se ha propuesto. Siempre Cecilio ha opinado, en la calamidad de su hermano, que debe ser mantenida la potestad de los jueces, que debe ser mitigada la dureza de la ley.
23 Pero ¿para qué voy a discutir más sobre esto? Podría, seguramente, continuar y hablaría sin problemas y con gusto, si el cariño y el amor fraterno hubieran empujado a Lucio Cecilio un poco más lejos de lo que reclama el límite del deber cotidiano; imploraría vuestros buenos sentimientos, invocaría la indulgencia de cada uno de vosotros para con los suyos, pediría el perdón para el yerro de Lucio Cecilio, de acuerdo con vuestros pensamientos más íntimos y la humanidad que nos es común.
65 La ley permaneció expuesta unos pocos días, nunca se acometió el presentarla, se dejó abandonada en el Senado. En las calendas de enero, tras haber convocado nosotros el Senado en el Capitolio, nada se trató antes y el pretor Quinto Metelo dijo que él decía aquello por encargo de Sila, que Sila no quería que se presentase aquella proposición sobre su persona.
Desde aquel momento Lucio Cecilio intervino mucho en la vida política. Anunció que sería opositor a la ley agraria[86] que fue impugnada y rechazada por mí en su totalidad; se resistió a larguezas desmesuradas, nunca obstaculizó la autoridad del Senado, se comportó en su tribunado de tal modo que, una vez dejada la carga de sus deberes familiares, en nada pensó después sino en los intereses de la nación.
66 Y en esa misma proposición, por si algo se hacía con violencia, ¿quién de nosotros temía entonces a Sila o a Cecilio? ¿Acaso todo aquel terror, todo el miedo y la sospecha de sedición no dependía de la maldad de Autronio? Las palabras de éste, las amenazas de éste andaban de boca en boca; su aspecto, sus idas y venidas, su comitiva, sus tropeles de hombres depravados, nos traían el miedo y las sediciones[87]. Y así, Sila, con este tan poco recomendable aliado y compañero, tanto de posición honrosa como de desgracia, se vio obligado a perder su situación favorable y a permanecer sin ningún remedio ni alivio en la desfavorable.
24 67 Ahora citas tú con frecuencia una carta mía que envié a Gneo Pompeyo[88] sobre mi actuación y sobre el conjunto de la situación política, e intentas obtener de ella algún cargo contra Publio Sila, y, si escribí que aquella locura increíble, concebida dos años antes, estalló en mi consulado, dices que con ello sugerí que Sila estuvo en aquella primera conjuración. Sin duda[89] yo soy uno que cree que Gneo Pisón y Catilina y Vargunteyo y Autronio nada criminal, nada audaz, pudieron llevar a cabo por sí mismos sin Publio Sila.
68 En cuanto a éste, aunque alguien se hubiera preguntado hasta ahora si había llegado a planear aquello de lo que tú le acusas, bajar, una vez asesinado tu padre, en las calendas de enero[90] como cónsul con los lictores, has eliminado tal sospecha cuando dijiste que mi defendido, para hacer cónsul a Catilina, había preparado contra tu padre acciones y hombres. Pero si yo te reconozco esto, tú debes concederme que mi defendido, cuando se apoyaba electoralmente a Catilina, en lo concerniente a su consulado, que había perdido en un juicio, bajo ningún concepto pensó recuperarlo por la fuerza. Y es que el carácter de Publio Sila no admite la acusación de esas fechorías tan grandes, tan atroces.
69 Así que a partir de aquí, refutados casi todos los cargos, actuaré al contrario de lo que suele hacerse en las demás causas, de forma que voy a hablar ahora, al final, sobre la vida y costumbres de este hombre[91], pues desde el principio mi ánimo se esforzó por salir al paso de la gravedad de la acusación, por satisfacer la expectación de la gente, por decir algo de mí mismo, que había sido acusado. Ahora, ya se debe haceros volver a donde la propia causa, aun permaneciendo yo en silencio, os obliga a dirigir los ánimos y las mentes.
25 En todas las situaciones que son, jueces, de mayor peso y magnitud, qué ha querido, pensado, cometido cada persona hay que sopesarlo no basándose en la acusación, sino en la índole de quien es inculpado, pues ninguno de nosotros puede de súbito transformarse, ni la vida de nadie de repente cambiarse o su naturaleza alterarse.
70 Contemplad con atención en vuestras mentes un momento, por omitir otras cuestiones, a esos mismos hombres que fueron cómplices en este crimen.
Catilina conspiró contra el Estado. ¿Los oídos de quién rechazaron alguna vez que lo intentó con descaro un hombre que se ejercitó desde la niñez en todo tipo de infamias, deshonestidades, muertes[92] a causa no sólo de su falta de control y de su instinto criminal, sino incluso de sus hábitos y aficiones? ¿Quién se extraña de que haya perecido luchando contra la Patria alguien a quien siempre todos consideraron nacido para el pillaje a sus conciudadanos?
¿Quién recuerda las alianzas de Léntulo con los delatores, quién la enajenación de sus pasiones, quién su perversa e impía superstición[93] que se extrañe de que aquél o cavilaba con mente abominable o esperaba con mente necia?
¿Quién medita sobre Gayo Cetego y su viaje a Hispania y sobre la herida a Quinto Metelo Pío[94] a quien no le parezca que la cárcel ha sido construida para su castigo?
71 Dejo a un lado a los demás, para que no sea interminable. Únicamente solicito de vosotros que meditéis en silencio sobre todos los que se sabe que conspiraron. Os daréis cuenta de que cada uno de ellos ha sido condenado por su propia vida antes que por vuestra sospecha. ¿A aquel mismo Autronio, ya que su mención es la que está más cercana al peligro y a la acusación[95] de mi defendido, no lo ha dejado convicto su propia vida y naturaleza? Siempre descarado, petulante, libidinoso, quien sabemos que en los apresamientos por sus violaciones acostumbraba a utilizar no sólo palabras totalmente reprobables, sino incluso los puños y los pies, que desalojaba a las gentes de sus propiedades, causaba la muerte a vecinos, expoliaba los santuarios de aliados, perturbaba los procesos con la violencia y las armas[96], en los buenos momentos despreciaba a todos, en los malos luchaba contra la gente honrada, no cedía ante el Estado, no se rendía a la fortuna misma. Si la causa de este sujeto no se hallara atrapada por unos hechos tan manifiestos, en cualquier caso su carácter y vida lo dejarían convicto.
26 72 ¡Ea pues! Comparad ahora con la vida del anterior la vida de Publio Sila, conocidísima de vosotros, jueces, y del Pueblo Romano, y ponedla ante vuestros ojos. ¿Hay algún acto o intervención de éste, no diré un tanto osados, sino que pueda parecer a alguien un poco menos prudentes? ¿Digo acto? ¿Acaso alguna palabra salió en algún momento de su boca con la que alguno pudiera sentirse ofendido? Es más, en aquella grave y turbulenta victoria de Lucio Sila, ¿quién se encontró más apacible que Publio Sila, quién más misericordioso? ¡De qué gran número salvó la vida suplicando a Lucio Sila! ¡Cuán numerosos son los personajes de categoría y cualidades notables de nuestro estamento y del ecuestre a cambio de cuya salvación mi defendido se comprometió con Sila! Podría nombrarlos, pues ni ellos mismos lo rechazan y apoyan a éste con el ánimo mejor dispuesto. Sin embargo, dado que el beneficio es mayor de lo que un ciudadano debe poder otorgar a otro ciudadano, os pido por ello que lo que pudo lo atribuyáis a las circunstancias; lo que hizo, a él mismo.
73 ¿Para qué recordar la restante constancia de su vida[97], su dignidad, generosidad, su moderación en los asuntos privados, su esplendidez en los públicos? Estas cualidades se han visto desfiguradas por la fortuna en una medida en que, con todo, a la vista está lo inaugurado por la naturaleza. ¡Qué casa, qué concurrencia todos los días, qué dignidad la de sus allegados, qué desvelos los de sus amigos, qué afluencia procedente de todos los estamentos!
Esta condición, adquirida a base de mucho tiempo y mucho esfuerzo, una sola hora se la arrebató. Recibió Publio Sila, jueces, una herida dura y mortífera, pero, aun así, de tal género que parecía que su vida y natural podían soportarla. En efecto, se juzgó que Sila tuvo excesiva ansia de honores y cargos; si es que ningún otro la tuvo al presentarse al consulado, se ha considerado que éste fue más ambicioso que los demás; pero si también en algunos otros hubo ese empeño por el consulado, la suerte fue con éste tal vez más rigurosa que con los demás.
74 Y después, ¿quién ha visto a Publio Sila sino entristecido, deprimido, abatido, quién pudo sospechar que éste evitaba las miradas de la gente y la luz del día más por odio que por vergüenza? Él, aunque contaba con los muchos atractivos de la Ciudad y del Foro a causa del profundo afecto de sus amigos, quienes, por el contrario, fueron lo único que le quedó en su desgracia, se alejó de vuestra presencia y, a pesar de que por la ley podía quedarse, por propia iniciativa se castigó poco menos que con el destierro.
27 En un pudor como el de éste, jueces, y en semejante vida, ¿creéis que hubo sitio para tan abominable crimen? Miradlo a él, observad su rostro, confrontad la acusación con su vida; su vida, una vez desplegada desde el principio hasta el momento presente, revisadla junto con la acusación.
75 Dejo de momento la nación, que fue siempre lo más querido para Sila. Estos amigos, hombres de esta categoría, tan devotos de él, gracias a los cuales su situación favorable de otro tiempo se hallaba engalanada, ahora la adversa aliviada, ¿quiso que perecieran de la forma más cruel con el fin de pasar con Léntulo y Catilina y Cetego una vida de lo más repugnante y desdichada con la perspectiva de una muerte completamente vergonzosa?
No se compadece, insisto, con un carácter como el de éste, con un pudor como el de éste, con una vida como la de éste, con una persona como ésta esa sospecha.
Surgió como de nueva planta aquella monstruosidad; increíble y singular fue la locura. A partir de muchos vicios de hombres degenerados, contraídos desde la juventud, rompió a arder esta tan gran maldad de un crimen inaudito.
76 No os creáis, jueces, que aquel ataque y atentado fue de hombres, pues nunca ha habido pueblo alguno tan bárbaro y tan cruel en el que, no ya tantos, sino un solo enemigo tan cruel de la patria haya podido descubrirse. Fueron bestias monstruosas como aquellas de los prodigios y fieras revestidas de forma humana. Observad bien una y otra vez, jueces (pues nada hay que pueda decirse con más eficacia en esta causa), contemplad hasta el fondo las mentes de Catilina, Autronio, Cetego, Léntulo y los demás. ¡Qué pasiones en ellos, qué infamias, qué deshonestidades, cuán grandes audacias, cuán increíbles locuras, qué señales de fechorías, qué indicios de parricidios, cuán colmados montones de crímenes encontraréis! De unas graves y crónicas y ya incurables enfermedades de la República estalló de repente esa violencia de forma que, consumida y expulsada, el Estado pueda recuperarse y sanar, pues no queda nadie que piense que con aquellos gérmenes incrustados en la República habría podido ésta seguir en pie por más tiempo. Y por eso tinas Furias los incitaron, no para consumar el crimen, sino para expiar castigos por el bien de la República
28 77 ¿Así que hacia este bando, jueces, empujaréis a Publio Sila, desde ese grupo de hombres tan cabales que con él conviven o convivieron? ¿De este conjunto de amigos, de esta dignidad de sus allegados, lo trasladaréis a la facción de los impíos y a la sede y conjunto de parricidas? ¿Dónde quedará entonces aquella firmísima fortaleza del pudor, en qué ocasión nos será útil la vida que se haya llevado antes, para qué momento se reservará el fruto de la estimación adquirida, si en una extrema situación crítica y lid de la fortuna nos abandona, no nos asiste, en nada nos ayuda?
78 El acusador nos anuncia amenazante interrogatorios de esclavos y torturas. Aunque no presumimos ningún peligro en ellos, lo cierto es que esas torturas las preside el dolor, las regula la naturaleza de cada cual, tanto la del alma como la del cuerpo, dirige el instructor, marca el rumbo el capricho, corrompe la esperanza, debilita el miedo, con lo que en tan grandes estrechuras de la situación no se deja ningún margen a la verdad.
Sea sometida a tormento la vida de Publio Sila, trátese de obtener de ella si se oculta alguna pasión, si se esconde alguna fechoría, si alguna crueldad, si alguna audacia. Ninguna porción de error habrá en la causa, ni de oscuridad, jueces, si llega a ser oída por vosotros la voz de una vida paso a paso, esa que debe ser la más veraz y de mayor peso.
79 A ningún testigo tememos en esta causa; creemos que nadie sabe nada, nada ha visto, nada ha oído. Pero, a pesar de ello, si en nada os conmueve, jueces, la suerte de Publio Sila, que os conmueva la vuestra. A la vuestra, que habéis vivido con exquisita distinción e integridad, le interesa sobre todo que las causas de las personas honradas no sean sopesadas por la pasión o la hostilidad o la frivolidad de los testigos, sino que en las investigaciones importantes y en los peligros inesperados sea testigo la vida de cada cual aisladamente. Vosotros, jueces, no la lancéis a los pies del odio, no la entreguéis a la sospecha despojada y desnuda de sus armas naturales; fortificad la ciudadela común de la gente de bien, obstruid las guaridas de los malvados. Tenga la mayor fuerza para el castigo y para la absolución la vida, que veis que es la única que puede ser examinada por sí misma con toda facilidad de acuerdo con su naturaleza, que no puede ser cambiada ni disimulada en un instante.
29 80 ¿Entonces qué? Esta autoridad (pues siempre hay que hablar de ella, aunque será mencionada por mí con timidez y moderación), ¿qué?, repito, ¿esta autoridad nuestra, de quienes nos hemos mantenido al margen de las restantes causas por la conjuración, que defendemos a Publio Sila, en nada ayudará al cabo a éste?
Es duro de decir esto probablemente, jueces, duro si pretendemos algo; si cuando los demás guardan silencio sobre nosotros, precisamente nosotros, por el contrario, no nos callamos, duro. Pero si somos ofendidos, si somos acusados, si somos expuestos a la odiosidad, concedéis sin duda, jueces, que se nos permita conservar la libertad, si no se nos permite la dignidad.
81 Han sido acusados en un solo cargo los consulares, al extremo de que ahora parece que el título del honor más importante proporciona más odio que dignidad. «Asistieron a Catilina —recuerda— y lo alabaron.» Ninguna conjuración aparecía a la vista, ninguna se conocía. Defendían al amigo, asistían al suplicante, no perseguían la vileza de su vida en la extrema situación crítica de aquél. Es más, tu propio padre, Torcuato, siendo cónsul fue un asesor legal para Catilina, reo de concusión, hombre malvado, pero suplicante; tal vez temerario, pero amigo en tiempos. Cuando lo asistía tras ser denunciada ante él aquella primera conjuración, reveló que él había oído algo; no lo había creído.
«Pero justamente él no lo asistió en otro juicio, mientras que los demás lo asistían.» Si había averiguado él mismo algo que había ignorado durante su consulado, hay que disculpar a los que después nada oyeron. Pero si aquella situación primera produjo su efecto[98], ¿es que debió ser de más peso inveterada que reciente?
Pero si tu padre, incluso precisamente en medio de una sospecha de su propio peligro, llevado sin embargo de su humanidad, dignificó la defensa de un hombre tan malvado con la silla curul y las galas personales y las de su consulado, ¿qué razón hay para que los consulares que asistieron a Catilina sean censurados?
82 «Pero esos mismos no asistieron a los que antes que éste expusieron sus alegaciones sobre la conjuración.» Decidieron que a unos hombres atenazados por un crimen tan grave no debía llevárseles por su parte nada de ayuda, nada de apoyo, nada de auxilio. Y por puntualizar sobre la firmeza y buena disposición para con la República de aquellos cuya autoridad y lealtad hablan, calladas[99], de cada uno de ellos y no echan de menos los adornos retóricos de nadie, ¿puede alguien sostener que hubo alguna vez consulares mejores, más valientes, más decididos que en esos momentos y peligros por los que la República casi fue aplastada? ¿Quién no opinó sobre el bien común con la mayor honradez, con la mayor valentía, con la mayor firmeza?
Y no estoy refiriéndome preferentemente a los consulares, pues este elogio es común con unos hombres de grandes cualidades que fueron pretores y con el Senado en bloque, al punto de que desde la memoria de la humanidad nunca hubo en este estamento más valor, más amor a la República, más autoridad. Pero como han sido mencionados los consulares, creí que debía decir de éstos sólo lo que fuera suficiente para poner como testigo el recuerdo de todos de que no hay nadie de aquel grado de las magistraturas que no se haya lanzado con todo su empeño, valor e influencia a salvar a la República.
30 83 ¿Y yo qué? Yo, que no declaré en favor de Catilina, que siendo cónsul no asistí al reo Catilina, que depuse testimonio contra otros sobre la conjuración, ¿hasta tal punto os parezco estar privado de mi sano juicio, hasta tal punto despreocupado de mi constancia, hasta tal punto olvidado de los logros por mí conseguidos que, después de que, siendo cónsul, hice la guerra contra los conjurados, ahora voy a desear salvar a un cabecilla de ellos y voy a llevar a mi ánimo defender ahora la causa y la vida del mismo cuyo hierro emboté poco ha y cuyas llamas extinguí?
A fe mía, jueces, aunque la propia República, salvada a costa de mis penalidades y peligros, no me restituyera con su autoridad el rigor y la firmeza de mi ánimo, ínsito está, en todo caso, en nuestra naturaleza que a quien hayas temido, contra quien hayas luchado por la vida y el bienestar, de cuyas celadas hayas escapado, a ése lo odias para siempre. Pero cuando se está examinando mi cargo más importante, una gloria singular entre mis logros, cuando cuantas veces alguien queda convicto de ese crimen otras tantas se renueva el recuerdo de la salvación conseguida gracias a mí, ¿voy a ser tan demente, voy a consentir yo que lo que hice por la salvación de todos parezca que fue llevado a cabo por mí por azar y por la fortuna más que por mi valor y prudencia?
84 «¿Entonces qué?: ¿te arrogas el derecho —dirá tal vez alguno— de que, como lo defiendes tú, sea declarado inocente?» Yo, de verdad, jueces, no sólo no me reservo nada en lo que alguno se oponga, sino que incluso, en el caso de que algo me sea concedido por todos, lo entrego y lo devuelvo. No estoy moviéndome en una situación política tal, no ofrecí mi cabeza por la Patria a toda clase de peligros en tales circunstancias, no están tan eliminados a los que vencí ni tan agradecidos a los que salvé como para que intente conseguir para mí más que cuanto permitan todos mis enemigos y rivales.
85 Me parece que es duro que aquel que rastreó las huellas de la conjuración, que la dejó al descubierto, que la aplastó, a quien el Senado expresó su agradecimiento con palabras extraordinarias, el único togado[100] al que concedió una rogativa, declare en juicio: «No lo defendería si hubiera conspirado». No digo eso, porque es duro. Digo aquello que en estas causas por conspiración no voy a reservar a mi autoridad sino a mi modestia: «Yo, aquel descubridor y castigador de la conjuración, no defendería, por supuesto, a Sila si creyera que había conspirado». Yo, jueces, a pesar de indagar todo, oír mucho, creer no todo, precaver todo, repito lo que dije al principio: que por la denuncia de nadie, la confidencia de nadie, la sospecha de nadie, la carta de nadie me ha sido aportado ningún dato sobre Publio Sila.
31 86 Por ello, a vosotros, dioses patrios y penates, que protegéis esta ciudad y esta República, que, cuando fui cónsul, salvasteis con vuestro poder divino y auxilio este Imperio, esta libertad, al Pueblo Romano, estos hogares y templos, os pongo por testigos de que defiendo la causa de Publio Sila con ánimo imparcial y libre, que por mi parte no se oculta ninguna mala acción a sabiendas, que no se defiende y tapa crimen alguno emprendido contra el bien común; nada averigüé en mi consulado sobre cosa 87 tal, nada sospeché, nada oí. Así que yo, aquel mismo que pareció vehemente con los otros, inexorable con los demás, pagué a la Patria lo que le debía. El resto ya es una deuda a mi cuenta con mi conducta inalterable y mi manera de ser. Tan misericordioso soy, jueces, como vosotros; tan clemente como el más apacible. En lo que fui duro junto con vosotros nada hice sino obligado, acudí en ayuda de la República que se precipitaba al vacío, saqué a flote a la Patria sumergida. Llevados de la compasión por nuestros conciudadanos fuimos entonces tan enérgicos como era menester. La seguridad de todos se habría perdido en una sola noche si no hubiera sido adoptada aquella severidad. Pero, así como fui empujado al castigo a los criminales por amor a la República, así también me veo encaminado hacia la salvación de los inocentes por deseo propio.
88 Nada veo que haya en el aquí presente Publio Sila que sea merecedor de odio, sí muchos aspectos dignos de compasión.
En efecto, ahora no se acoge a vosotros suplicante para alejar de sí su desgracia, sino para que no se grabe a fuego lento ninguna marca de infamia nefanda en su familia y en su nombre, pues él, ciertamente, aunque resulte absuelto por vuestra sentencia, ¿qué honores va a tener, qué consuelos para el resto de su vida con los que pueda alegrarse y disfrutar? Permanecerá su casa engalanada, supongo, serán expuestas las imágenes de sus antepasados, recuperará él su antiguo boato y atavío…
Todo esto se ha perdido, jueces, todas las insignias y galas de su familia, de su nombre, de su cargo, murieron por el desastre de un solo proceso.
Pero que no sea llamado aniquilador de la patria, traidor, enemigo público, que no quede en su familia esa mancha de un crimen tan grave…, eso le acongoja; eso teme, que, al final, este desdichado sea citado como hijo de un conspirador y criminal y traidor. A este niño, que le es mucho más querido que su propia vida, a quien no transmitirá los frutos intactos de su cargo, teme dejarle el recuerdo eterno de su deshonor.
89 Este, aún pequeño, os ruega, jueces, que algún día permitáis 89 felicitar a su padre, si no por una posición indemne, al menos como corresponde a una quebrantada. A este desdichado le son más conocidos los caminos hacia los tribunales y el Foro que los del Campo y su instrucción.
No se contiende ahora por la vida de Publio Sila, sino por su sepultura. La vida se le arrancó en el juicio anterior, ahora nos esforzamos por que su cuerpo no sea arrojado fuera[101]; porque, ¿qué le queda a éste que le retenga en esta vida y qué razón hay para que esto le parezca a alguien una vida?
32 Hasta hace poco Publio Sila era una persona tal en nuestra comunidad que nadie se le anteponía en categoría, ni en influencia, ni en posición social. Ahora, despojado de toda dignidad, no reclama lo que le fue arrebatado; lo que la fortuna le dejó en su desgracia —que se le permita llorar su miseria en compañía de su padre, de sus hijos, de su hermano, de estos sus allegados—, os conjura, jueces, a que no se lo arrebatéis vosotros.
90 Era conveniente que tú mismo, Torcuato, hubieras quedado saciado con las miserias de éste, y, aunque ninguna otra cosa hubierais arrebatado a Sila, aparte del consulado, con todo sería justo que os sintierais contentos con eso. Y es que os llevó al proceso la rivalidad por el cargo, no la enemistad.
Pero, puesto que se le ha arrancado a éste todo junto con su cargo, puesto que ha quedado abandonado a esta situación tan desdichada y lamentable, ¿qué es lo que estás esperando de más? ¿Pretendes arrebatarle este uso de la vida lleno de lágrimas y tristeza en el que se mantiene con el mayor tormento y dolor? Con gusto lo entregaría una vez borrada la ignominia de una acusación tan repugnante. ¿Tal vez, más bien expulsar a un enemigo? Por muy cruel que fueras, obtendrías mayor fruto de sus desgracias viéndolas que oyéndolas.
91 ¡Oh desdichado e infeliz aquel día en el que Publio Sila fue proclamado cónsul por todas las centurias, oh esperanza falaz, oh fortuna voluble, oh ambición ciega, oh congratulaciones prematuras! ¡Qué pronto todo aquello vino a caer de alegría y placer en tristeza y lágrimas, al punto de que quien poco antes había sido designado cónsul, de repente no pudo conservar ni un solo vestigio de su antigua dignidad! Pues, ¿qué mal había que pudiera parecer que le faltaba a éste, despojado de su fama, honor, bienes, o para qué inédita calamidad había quedado lugar? Lo acosa la misma fortuna de antes, descubre una tristeza inédita, no permite que un hombre abrumado, derribado por un solo mal, perezca en una sola amargura.
33 92 Pero a estas alturas yo mismo me veo impedido, jueces, por el dolor de mi ánimo para citar más detalles acerca de la ruina de éste. Ahora el protagonismo es vuestro, jueces, en vuestra benevolencia y humanidad deposito toda la causa. Vosotros, tras ser interpuesta la recusación sin que nosotros sospecháramos nada, os constituisteis en jueces para, nosotros de forma repentina[102], elegidos por los acusadores con la esperanza de la crueldad, instituidos para nosotros por la fortuna para garantía de la inocencia. Así como yo me he preocupado por qué podía opinar el Pueblo Romano, dado que había sido duro con los malvados y acepté la primera defensa de un inocente que se me ofreció, así también vosotros mitigad con lenidad y misericordia la dureza de los juicios que se han llevado a cabo durante estos meses contra hombres especialmente osados.
93 Aparte de que la causa misma debe conseguir esto de vosotros, también es propio de vuestro ánimo y valor declarar que no sois vosotros aquellos a los que convenía con preferencia que fuera a parar tras ser interpuesta la recusación. En ello yo, jueces, cuanto exige mi afecto hacia vosotros, en la misma medida os exhorto a que con afán común, puesto que estamos unidos en una misma vida política, rechacemos de nosotros con vuestra benevolencia y misericordia una fama falsa de crueldad.