INTRODUCCIÓN

Se trata, en opinión de Gotoff[1], de un discurso único en la producción ciceroniana. Lo es (si interpretamos bien las palabras de este estudioso) sobre todo por falta de datos. En efecto, no sabemos:

1) Si corresponde a un verdadero juicio; o, si lo hubo, de qué tipo de procedimiento habría que hablar, entre otras razones porque no se conoce el precedente de que un magistrado, aunque sea discutible definir así a César, hubiera juzgado a un rey.

2) Si el defender a Deyótaro fue iniciativa del orador o lo hizo a instancias de César.

3) Quién fue su oponente legal, si fue o fueron los mismos que lo son, dialécticamente, en el texto.

4) Si resultó eficaz, dado que desconocemos el veredicto, si es que lo hubo; siempre en el supuesto de que se celebró el juicio.

5) Las motivaciones, que podrían iluminarnos algo… ¿Por qué, como parece comprobado, César admitió la acusación? Le interesaba tener las espaldas guardadas al emprender la guerra contra los partos. Pero ¿cómo lo conseguiría, castigando (de nuevo: ya le había sancionado por su colaboración con Pompeyo) a Deyótaro o perdonándolo, o dejando pendiente su resolución?

Desconocemos también los motivos de Cicerón para pronunciar su (y esto sí que consta) último discurso forense: ¿su afecto por el rey, su deseo de continuar con su supuesta influencia sobre César tras los discursos en acción de gracias por el perdón a Marcelo y en defensa de Ligario?

Nos recuerda Watts[2] que el asunto hay que situarlo en el marco de las habituales intrigas de las cortes orientales. Si unimos esto a que, como hace ver Gotoff, la estructura del discurso resulta un tanto peculiar, su sospecha de que no hubo juicio no es descabellada, si bien es el único autor consultado que la alberga, apoyándose, desde luego, en algún argumento aprovechable, como el de que no tengamos noticias de que un extranjero estuviera legitimado para pedir que se incoase un procedimiento penal[3]. En cambio, en su introducción al Pro Marcello señala que no es un discurso judicial, frente al Pro Ligario y al Pro rege Deiotaro, que sí lo son. ¿Pretende aventurar con todo ello que Cicerón preparó un discurso forense destinado a una intervención que no lo era?

Fecha

Noviembre del 45 a. C., es decir, más o menos un año posterior al pronunciado en defensa de Quinto Ligario. Es, por tanto, el último de los cesarianos. Y el último de los judiciales.

Los personajes

1) Deyótaro: uno de los tetrarcas de Galacia, a su vez uno de los territorios resultantes del desmembramiento del imperio de Alejandro.

Desde comienzos del siglo I, y hasta su muerte (en el 40), fue un valioso apoyo en la zona. En la primera guerra mitridática su resistencia al invasor favoreció al ejército romano, lo mismo que en la segunda, en la que su ayuda a Lúculo le reportó elogios públicos, oficiales, por parte del Senado. Tras otra eficaz asistencia contra los piratas isáuricos, su intervención en la tercera guerra contra Mitrídates fue premiada por Pompeyo con el reino de Armenia Menor, acuerdo ratificado en el año 59 por el Senado (a instancias de César), quien además lo declaró «aliado y amigo del Pueblo Romano».

A cambio debía colaborar en la estabilidad de las fronteras orientales. Y lo hizo: ayudó a los gobernadores de Siria y Cilicia contra los partos, a Cicerón en el 51, acogiendo incluso en su palacio a su hijo y a su sobrino; a Pompeyo en Farsalia, al que luego siguió a Lesbos, aunque poco después regresó a Galacia. Más tarde, se entrevistó con César en la frontera de su reino en el año 47, quien admitió (por conveniencia) sus excusas por haber militado en el bando rival y le reclamó ayuda para luchar contra Farnaces. A pesar de que Deyótaro se la prestó y que el dictador se alojó en su palacio tías la victoria de Zela, César, como se ha anticipado, lo sancionó: con la pérdida de parte de los territorios que ocupaba, unos legal y otros ilegalmente.

Nuestro rey no cejó en sus aspiraciones y tras Munda envió al dictador embajadores a Hispania para recuperar lo perdido y para que se le reconociera a su hijo como sucesor en el reino. Muerto César, consiguió por dinero que M. Antonio «encontrase» entre los documentos del muerto uno en el que proponía que se concedieran aquellas peticiones. Antes de que le llegara la comunicación correspondiente se apoderó definitivamente de toda Galacia, y la conservó hasta el final.

Fue, por tanto, un personaje notable, aliado valiente y honrado, ambicioso y astuto.

2) César: describamos en orden cronológico su actuación o relación con Deyótaro: en el año 59 promovió la ratificación de las decisiones de Pompeyo a raíz de su victoria sobre Mitrídates, entre ellas las que favorecían al primero. Cuando se disponía a luchar contra Farnaces solicitó o, quizá mejor, le reclamó todo el apoyo que pudiera suministrarle al tiempo que aceptaba sus excusas por haber sido su enemigo en el campo de batalla. Era una compensación pactada tácitamente, porque es de suponer que César admitía las razones de Deyótaro por motivos coyunturales y que éste, a su vez, estaba seguro de que aquél no creía en la sinceridad de sus palabras. Pese a todo, el vencedor en Zela aceptó su invitación y permaneció un tiempo bajo su techo.

Por consiguiente, lo que sorprende es que poco después despojara al rey de parte de los territorios que ocupaba, y, claro está, es aquí donde podemos formular la pregunta clave, cuya respuesta nos informaría sobre la actitud y la táctica que César adoptó en todo este asunto, y, a partir de ahí, sobre la naturaleza y desarrollo cabal del acto en el que se escuchó este discurso ciceroniano: ¿por qué César penalizó a Deyótaro justamente después de que éste le pidiera perdón, lo ayudara y lo hospedara? Hay opiniones para todos los gustos, desde las que sostienen que su intención era ésa hasta las (a mi juicio, las más valiosas, quizá porque creo que se apoyan en unas palabras del propio Cicerón en el párrafo 35) de Baños y Lob[4], para quienes los territorios sustraídos los utilizó para recompensar a sus otros aliados. Esto, si admitimos también la tesis de Lob[5] de que el perdón se lo concedió, además de por conveniencia y por los servicios prestados, por la categoría y la edad del que lo pedía, da valor a la sugerencia de Pinelli[6] de que César no se tomó muy en serio la acusación, aunque, por lo que asegura Lob[7], tampoco la defensa. Lo menos aventurado es suponer que conocía perfectamente la personalidad de Deyótaro y el terreno sobre el que se movía en ese momento. ¿Por qué no tenemos noticia del veredicto? César toleró que Cicerón presentara a un Deyótaro casi seráfico, pero no se opuso a que se actuara contra él. ¿Qué lo guiaba, la prudencia política o la astucia sin más?

3) Cicerón: probablemente es arriesgado destacar una motivación concreta. Quizá no lo sea suponer que hubo más de una y sí jerarquizarlas. Lo cierto es que todos los estudiosos de este discurso consultados coinciden en que el defensor presenta una imagen de su defendido muchísimo mejor que la que se puede obtener de otras fuentes, y ello invita a admitir que, además de la amistad y el agradecimiento, expresados sin rodeos, sobre todo, en la peroratio (párrafo 39), no estaría ausente, como en tantas otras ocasiones, el deseo de aprovechar la coyuntura para otros fines.

Antecedentes y algunos hechos

En esta ocasión, el contenido de este apartado no puede diferir mucho de lo que acabamos de exponer acerca de los personajes. En verdad, la historia del rey Deyótaro es casi la de sus relaciones con el Estado romano, sobre todo a partir de la primera guerra mitridática.

A la zona central de Asia Menor llegó en el siglo III a. C. un pueblo celta, que se aprovechó de la inestabilidad producida por el desmoronamiento del imperio alejandrino. Estos gálatas dieron nombre al territorio que ocuparon, y, aunque no rechazaron la influencia y la convivencia con los griegos allí asentados (de hecho, Galacia se conoció también como Galogrecia), conservaron su sistema de vida originario, concretamente, y es lo que aquí más nos interesa, sus estructuras sociales y políticas. Así, la parte occidental estaba dividida en tetrarquías, con tribus distintas[8].

Pero ya a finales del siglo II Deyótaro comenzó a invadir dos tetrarquías al frente de la cuales estaban dos de sus yernos. Y a comienzos del siglo I había comenzado, también, a colaborar con el ejército romano. Periodo amplio para esa colaboración lo fueron las guerras mitridáticas. En las dos primeras (88 y 82-81) los generales más beneficiados fueron Sila y Lúculo, quien consiguió que el Senado decidiera loas públicas, oficiales, para su aliado. Pero fue la tercera (74-63) la que tuvo mayor trascendencia: para los romanos, porque Pompeyo consiguió acabar definitivamente con Mitrídates; para Deyótaro, porque Pompeyo, como vimos, le concedió Armenia Menor, con el título de rey, y otros territorios, decisión ratificada por el Senado, a instancias de César, en el año 59. Ya antes había intervenido en la lucha contra los piratas isáuricos (78-75) y después en la de Craso contra los partos (54).

Ahora bien, el punto de inflexión, como se dice ahora, en la existencia de Deyótaro está en Farsalia: Pompeyo, podemos suponer, era para él, además de alguien al que estar agradecido, el representante más prestigioso y auténtico del poderío romano (César aún no contaba, pensaría). El rey y parte de su familia intervinieron en Farsalia con fuerzas de caballería. Es más, tras la derrota lo siguieron a Lesbos, desde donde Deyótaro regresó a Galacia, pero para reclutar más fuerzas. Muerto Pompeyo, permaneció en paz hasta que Farnaces, siguiendo los pasos de Mitrídates, invadió Galacia. Su reacción fue doble y curiosa: envió tropas a Domicio Calvino contra Farnaces y desalojó a sus dos yernos de sus respectivas tetrarquías. Pero Calvino fue derrotado. Y entonces entró en escena de nuevo (y ahora definitivamente) en su vida César: los dos caudillos se entrevistaron (tal como quedó dicho) en la frontera de Galacia y César aceptó, provisionalmente, las excusas de su no muy antiguo enemigo, a cambio, una vez más, de apoyo militar. Pues bien, ya se refirió antes que, a pesar de haber colaborado en la victoria de Zela sobre Farnaces y de haber hospedado en su palacio al general vencedor, César le ¿sancionó? con la pérdida de parte de sus territorios.

A la vista de las pretensiones de Deyótaro sobre su reino y sobre su sucesor, de lo que también hemos dado noticia, su nieto Castor, hijo de uno de los yernos a los que había arrebatado sus tetrarquías, y otros miembros de la familia, acudieron a Roma para impedir, presentando una acusación que debía impresionar a César y a su entorno, que el dictador accediera a lo que intentaba su abuelo. Alarmado, envió éste una segunda embajada (la primera, recuérdese, fue la de Tarragona), la cual, a la vista de que César admitía a trámite la acusación, puso el caso en manos del que sería su defensor.

La acusación

Como en otros discursos, hay que reconstruirla a partir de la defensa. Además de las dudas que tenemos sobre la identidad del acusador, de lo que alertaba Gotoff, la acusación es (también lo señala Gotoff) amplia, lo cual nos parece que podría ser otro motivo para dudar de que el discurso se pronunciara en un verdadero juicio. Es amplia, e imprecisa en buena parte. Tal vez intencionadamente. Poco verosímil, como añade Lob[9], pero este inconveniente a la hora de admitirla fue suavizado por el hecho de que el testigo de cargo fuera un esclavo médico del acusado, presumiblemente sobornado a la vista de la, en principio, parte principal de la denuncia, pero que, hete aquí, formaba parte de la embajada de su señor.

Se acusaba a Deyótaro de haber intentado asesinar a César dos años antes, cuando lo hospedó. Pero también de mantener firme e inveteradamente sentimientos hostiles hacia él. Si para lo primero no había pruebas y la imputación, aunque concreta, no tenía credibilidad, lo segundo era vago, pero sí podía apoyarse en indicios de cierta autoridad, porque procedían de datos ciertos, sobre todo del pompeyanismo sostenido por el rey más tiempo del que ahora le convenía tener que admitir. Pero también cabía sospechar de afán de venganza procedente de la merma de territorio dispuesta por César en Nicea.

Suele observarse que la parte menos solvente de la acusación terminó siendo la examinada con más atención, debido a lo que acaba de decirse. ¿Era eso lo que buscaba el acusador desde el principio, previendo que el cargo concreto, sin el apoyo de prueba consistente, sólo podría hallar acogida si se contemplaba el cargo más genérico e impreciso como algo que podía proporcionar verosimilitud al otro?

La defensa

La táctica que sigue Cicerón es psicológica y es técnica. Está utilizando la psicología cuando recalca que se trata de un caso insólito presentado ante un juez insólito, aspecto este segundo que aprovecha exhaustiva y habilidosamente para ganarse a César: el dictador es un superior, pero es también una persona con aficiones (el mundo de las letras) y actividades (como el ejercicio de la oratoria) comunes. Es probable que Cicerón buscara una complicidad en el juez, incluso dejándole ver que él mismo se daba perfecta cuenta de lo discutible de algunas de las tesis que sostenía y más aún, declarando que la sabiduría y la calidad personal de César eran decisivas para hacer frente a la injusticia que se buscaba cometer contra su defendido.

Con la misma habilidad, quizá, con mayor empeño afronta técnicamente el caso. No podemos asegurar al cien por cien que la intención de la parte contraria fuera la que acabamos de aventurar al final del apartado anterior. Pero lo que aparece en buena parte del discurso es que Cicerón invierte en su intervención el orden que adoptaba aquélla; es decir, partiendo de lo poco creíble de la intentona pretendía dejar sentado, o, al menos, muy dudoso que hubiera existido la causa a la que se vinculaba un determinado efecto. Pero para ello era muy conveniente diluir un tanto la supuesta fama de la hostilidad real, porque, si bien lo del intento de asesinato era inverosímil por lo que se refería a su propia gestación, los motivos ya no resultaban tan inverosímiles: estaba su pompeyanismo, manifestado sin rodeos al combatir en Farsalia en las filas pompeyanas y, peor aún, al regresar a Galacia en busca de más hombres tías la derrota. Y estaba también Nicea: el trato desfavorable que recibió allí podría haber generado un sentimiento de venganza nada insólito.

¿Qué hace Cicerón para neutralizar esa fama que perjudicaba a Deyótaro y con ello encarrilar favorablemente la marcha del litigio? Basta leer el discurso: ridiculizar al adversario, justificar la conducta de su defendido (lo de que combatir al lado de Pompeyo fue «un error común» ya se había oído en los discursos anteriores, poniéndose él como ejemplo, y no una traición ni un delito), y finalmente tranquilizar a César, también como hizo en el caso de Ligario y Marcelo: ya no hay enemigos, hay, por tanto, que perdonar; en el caso de Deyótaro podría tratarse, a lo sumo, de una disputa privada. Entre las dos ultimas actuaciones cabría situar el retrato casi idílicamente distorsionado que hace del rey, un auténtico lavado de imagen destinado, en parte, a justificar, pero, más que nada, a tranquilizar. O, al menos, a que no hubiera excusa buscada en la intranquilidad, porque al cabo de todo seguimos con la sensación de que César no estaba intranquilo, sino atento a sus intereses.

El tribunal

Sólo se alude a César, en cuya casa tuvo lugar la (¿eso sí?) audiencia. Asistieron, entre otros, Gneo Domicio, Tito Torcuato y el jurista Servio Sulpicio[10].

El discurso

Poco que añadir a lo que se apunta en los apartados sobre la acusación y la defensa y, más abajo, al hablar de su estructura. Ya se ha dicho que es el último forense. Según Gotoff[11] sí que lo trata como un discurso forense, aunque hace notar que es desproporcionado en la extensión que ocupan habitualmente las partes canónicas de este tipo de producciones (siete párrafos el exordio y nueve la peroratio) y desequilibrado en el tratamiento de los diversos puntos de interés: mucha insistencia en descalificar a los acusadores y ninguna mención de la ilegalidad de un demandante extranjero.

Resultado

Ya adelantamos que desconocemos si hubo un veredicto, o, mejor, un resultado sin más, no estando seguros de que la reunión en casa de César terminara por constituir un juicio, ordinario o extraordinario. Y es arriesgado sugerir cuál fue, si lo hubo.

Las posturas ante esta falta de información van desde los que se limitan a constatarla (Baños y Gotoff), hasta los que suponen que no hubo resultado (Lob), pasando por los que creen que hubo, sí, veredicto o resolución más o menos equivalente (Watts[12]), pero que César la aplazó por una táctica del tipo de la de «divide y vencerás», suposición verosímil, que basan en la situación de aquella región de Asia y en el proyecto de expedición contra los partos y a la que se suma Lob.

Aprovecha Baños para recordarnos la poca estima en que tenía Cicerón este discurso, manifestada en una carta a su yerno Dolabela[13], No hemos conseguido ver claro el porqué. ¿Por falta de entidad, por no haber conseguido su objetivo o porque se sentía incómodo elaborando algo con finalidad distinta a la de su práctica forense? También en este punto la escasez de noticias es, cómo no, determinante.

Estructura del discurso

Aun admitiendo que la división en partes que señala Gotoff en este discurso pueda ser más matizada[14], para resumir el contenido de éste nos basta con la que propone Lob, y con él Baños. Tomándola como referencia, la disposición en síntesis de la obra sería, más o menos, así:

Exordio (1-7):

Varios factores conmueven y condicionan al defensor de esta causa: la categoría del acusado, la persona del acusador y la del testigo (y acusador), la persona del juez y, al tiempo, pretendida víctima (aunque esto último sabe que no es problemático debido al carácter de César); y lo insólito y desfavorable del lugar en la que se ventila.

(Pasaje de transición: 8-10): el acusador está convencido de que César está predispuesto contra su defendido, pero eso es algo que no tiene base en la experiencia, porque un rasgo suyo es perdonar a sus rivales, y de hecho ya lo hizo con Deyótaro.

Argumentación (10-14):

La hostilidad que se achaca a Deyótaro no pudo existir. El rey nunca fue enemigo de César, sino que siguió a Pompeyo, además de por la falta de información, adecuada y de los dos bandos, sobre la política romana, por fidelidad a Pompeyo, a quien admiraba (como otros muchos) y estaba agradecido; pero también fue fiel a César cuando se le presentó la ocasión.

Refutación (15-34):

1) A la acusación de intento de asesinato (15-22): se trata de un crimen inverosímil por la calidad del acusado (conocida de todos y, en concreto, de César), por la entidad de la presunta víctima (15-17) y por lo extraño y hasta grotesco de los supuestos preparativos y del crimen mismo, amén de otras consideraciones, como las consecuencias de una acción semejante (17-19). Los hechos fueron muy diferentes de los que relata el acusador (20). (Insiste el acusador y contraataca el defensor: 21.)

2) A la acusación de hostilidad, en sus hechos y en su ánimo (22-25): falsa de toda falsedad por lo que se refiere a los hechos. Deyótaro ayudó a César en su campaña africana con hombres y dinero. E inverosímil por lo que respecta al ánimo: no podía estar resentido contra su benefactor.

(Acciones complementarias, de apoyo a la defensa): elogio de la vida privada de Deyótaro, aprovechando la crítica injuriosa del acusador (26-27); vituperio del acusador: debería tomar a su abuelo como modelo y no como blanco de acusaciones quien no es el más indicado para hacerlo debido a su comportamiento anticesariano. La saña con la que actúa puede constituir un precedente peligroso (28-32). Elogio de César: la realidad es que es el acusador el que denigra a César. Sin fundamento, porque es el más clemente vencedor en una guerra civil (33-34).

Peroración (35-43):

Ha de aspirarse a la reconciliación total, porque César no debe temer a un Deyótaro resentido, sino agradecido (aunque lo que tiene se lo ha merecido y esos méritos son indelebles) y confiado en su clemencia, evidente con todos, y especialmente loable ahora con los reyes. Sus emisarios están dispuestos a todo en pro de su señor. César debe aprovechar sus testimonios y considerar que de su decisión dependerá el futuro de los reyes.

Texto. Ediciones y traducciones manejadas

El texto del que parto es el de Clark, y lo he confrontado, como en los otros dos discursos cesarianos, con los de Klotz, Lob y Watts. Para la referencia de estas obras, junto a la de Gotoff, así como para informarse de lo que podemos explicar sobre el texto, debe acudirse, como en el caso del discurso en defensa de Ligarlo, al apartado correspondiente de la introducción al Pro Marcello.

También en esta ocasión he echado mano de las versiones de Lob, Watts y Baños. Además, para este Pro rege Deiotaro me han sido de utilidad, como podrá apreciarse, las notas de Francesco Pinelli en su Orazione in difesa del re Deiotaro, Turín, Società Editrice Internazionale, 1956.

En escasísimos lugares (al igual que en las dos obras anteriores) me he atrevido a disentir de Clark. Helos aquí:

Clark Lectura adoptada
17 Blucium Peium Lob
35 Id autem aliquid quid est Id autem aliquid est. codd. Lob, Klotz

Bibliografía

1) Obras generales

R. SYME, v. la bibliografía del discurso en defensa de Marco Tulio.

2) Estudios

M. VON ALBRECHT, «Cicéron; théorie rhétorique et pratique oratoire», LEC 52 (1984), 19-24 (sobre este discurso).

R. DIMUNDO, «Un imputato eccellente: (Cic. Deiot. 1-7)», Latina didaxis 10 (1976), 119-130.

E. OLSHAUSEN, «Die Zielsetzung der Deiotariana», Festschrift Erich Bruck zum 70 Geburtstag (ed. Por E. Lefévre), Amsterdam, 1975, págs. 109-123.

G. PETRONE, «La parola e l’interdetto. Note alla Pro rege Deiotaro alle orazioni cesariane», Pan 6 (1978), 85-104.

3) Autores antiguos

CÉSAR, v. la bibliografía del Pro Rabirio perd. Reo.

DIÓN CASIO, V. la bibliografía del discurso anterior, Pro Ligario.

TITO LIVIO, Periocha: v. volumen n.º 210 de esta colección (bibliografía del Pro Rabirio perd. reo).

QUINTILIANO, v. la bibliografía de discursos anteriores, p. ej., la del Pro Tullio.