EN DEFENSA DE GAYO RABIRIO, ACUSADO DE ALTA TRAICIÓN
1 1 A pesar, Quirites, de que no es propio de mi práctica al comienzo de mis intervenciones dar cuenta de por qué motivo defiendo a cada cual[1], dado que siempre he considerado que respecto a cualquier conciudadano era suficientemente justo para mí el motivo de la amistad a la hora de sus litigios[2], sin embargo en esta defensa de la vida[3], el honor y todos los bienes de Gayo Rabirio, me parece que debe exponerse el fundamento de mi servicio, porque la que me ha parecido ser la causa más legítima para defender a esta persona, esa misma se espera que os parezca a vosotros para absolverla.
2 En efecto, si por un lado lo añejo de nuestra amistad, el rango de este hombre, la razón de humanidad, la inalterable línea de conducta de mi vida, me han incitado a defender a Gayo Rabirio, por otro lado, sin duda, a hacerlo con el mayor empeño me ha obligado el bien del Estado, mi deber de cónsul, el propio consulado, en fin, que, junto a la salud de la República[4], me ha sido confiado por vosotros.
En realidad, a Gayo Rabirio ni la culpabilidad en un delito, ni la odiosidad hacia su vida, Quirites, ni, si se quiere, viejos, justificados y graves resentimientos de sus conciudadanos[5] lo han llevado a un peligro capital, sino que con el propósito de que se eliminase de nuestro derecho público aquel supremo recurso de soberanía y de poder que nos fue entregado por nuestros antepasados[6], para que a partir de ahora la autoridad del Senado, el poder consular, el consenso de los hombres de bien[7] no pudieran nada frente a la peste y perdición del Estado, precisamente para derribar tales fundamentos se ha atacado la vejez, la debilidad y la soledad de este hombre exclusivamente.
3 Por todo ello, si corresponde a un cónsul cabal, cuando ve que todos los pilares del Estado son quebrantados y arrancados, aportar su ayuda a la patria, acudir corriendo en defensa de la seguridad y los intereses de todos, apelar a la lealtad de sus conciudadanos, considerar su propia seguridad menos importante que la seguridad común, corresponde también a los ciudadanos honrados y valientes, tal como os habéis mostrado en los momentos críticos de la República, cerrar todos los caminos a las sediciones, reforzar las defensas del Estado, creer que el poder ejecutivo está por entero en los cónsules, el deliberativo, por entero, en el Senado, estimar que el que ha seguido estas directrices es digno de 4 alabanza y honor antes que de castigo y suplicio. En consecuencia, el esfuerzo de defender a este hombre es principalmente mío, pero el afán por salvarlo deberá ser común a mí con vosotros.
2 Así, en efecto, debéis opinar, Quintes: que desde la memoria de los hombres ninguna cuestión más importante, más peligrosa, que deba ser prevenida más por todos vosotros, ni ha sido suscitada por un tribuno de la plebe[8], ni ha sido combatida por un cónsul, ni se ha llevado ante el Pueblo Romano[9].
Y es que en este proceso no se sustancia otra cosa sino que a partir de ahora no haya en el Estado ningún control público[10], ningún común acuerdo entre la gente de bien contra la locura y la osadía de los demagogos, ningún refugio ni garantía de salvación en los momentos más críticos de la República.
5 En estas circunstancias, antes que nada, como es necesario proceder en una lucha tan dura por una vida, un honor y la totalidad de unos bienes, de Júpiter Optimo Máximo[11] y de los demás dioses y diosas inmortales, con cuyo apoyo y auxilio mucho más que con el buen juicio y la prudencia de los hombres se gobierna esta República, solicito y ruego su benevolente y favorable atención[12] y les suplico que permitan que el día de hoy haya amanecido, no ya para guardar la integridad de este hombre, sino sobre todo para consolidar la República.
En segundo lugar, a vosotros, Quintes, cuyo poder se acerca en el mayor grado a la omnipotencia de los dioses inmortales, os ruego y os conjuro a que, como en un solo trance se encomienda a vuestras manos y votos la vida de Gayo Rabino, el hombre más desdichado e inocente, y la seguridad del Estado, manifestéis, en la suerte de este hombre, la misericordia y, en la seguridad del Estado, la sabiduría que acostumbráis.
6 Ahora, Tito Labieno, dado que te has opuesto a mi diligencia con apremios de tiempo y me has constreñido, desde el tiempo reservado y establecido para la defensa, a un tramo de media hora, nos someteremos, tanto (y esto es lo más inicuo) a las condiciones del acusador, como (lo más lamentable) a la potestad[13] de un enemigo.
Por lo demás, en esta imposición de la media hora me has respetado el papel de abogado defensor, me has quitado el de cónsul, porque este tiempo me resultará un espacio casi suficiente para la defensa, pero escaso para expresar mis lamentaciones[14].
7 A menos que creas que debe respondérsete con una larga alocución acerca de los lugares santos y los bosques sagrados[15], que, según aseguraste, habían sido profanados por mi defendido. Respecto a este cargo nada se ha declarado jamás por tu parte, salvo que tal cargo fue presentado contra Gayo Rabirio por Gayo Macro[16]. En lo cual yo me maravillo de que recuerdes qué lanzó contra Gayo Rabirio Macro, su enemigo y hayas olvidado qué dictaminaron unos jueces imparciales y bajo juramento.
3 ¿Acaso sobre un acto de peculado[17] o un incendio de un archivo es menester articular un largo parlamento? En una acusación así un allegado de Gayo Rabirio, Gayo Curcio[18], fue exculpado con todos los honores, en consonancia con su categoría moral, a resultas de un juicio muy sonado, mientras que el propio Rabirio no sólo no se ha visto expuesto a un proceso por ese tipo de cargos, sino ni siquiera en ocasión alguna a la más leve sospecha por una palabra.
8 ¿Acaso hace falta responder con más empeño acerca del hijo de su hermana? De él dijiste que fue asesinado por mi defendido[19], porque se buscaría una justificación del duelo familiar para un aplazamiento del juicio… ¿Qué hay (¿no es cierto?) tan verosímil como el que a este hombre le haya sido más querido el marido de su hermana que el hijo de su hermana, y más querido hasta el extremo de que uno quedó privado de la vida con la mayor crueldad mientras se le procuraba al otro dos días para un retraso del juicio[20]?
¿O es que hay que pormenorizar más sobre los esclavos ajenos retenidos en contra de la ley Fabia, o sobre los ciudadanos azotados y ejecutados en contra de la ley Porcia[21], en tanto que Gayo Rabino es honrado con un apoyo tan entusiasta por parte de toda la Apulia, por el extraordinario afecto de la Campania y en tanto que para rechazar lejos su peligrosa situación han acudido, no ya las personas, sino, por decirlo así, las regiones mismas, puestas en pie hasta parajes bastante más lejanos que lo que reclamaban el motivo y los límites de la vecindad en sí?
Así que, ¿para qué voy yo a preparar un alegato extenso contra lo que figura al principio en la misma demanda de una mul9ta[22]: que este hombre no se preocupó ni de su honra ni de la ajena? Es más, sospecho que me ha sido fijada por Labieno la media hora con la intención de que no me extendiera más sobre la honra. Con ello, te das cuenta de que para esas acusaciones que requieren de un abogado diligencia, la famosa media hora me ha resultado demasiado larga.
Aquella segunda parte, la que se refiere a la muerte de Saturnino, quisiste que fuera demasiado reducida y limitada: no invo10ca y reclama ella el ingenio de un orador, sino la protección de un cónsul, porque en lo concerniente a un proceso por alta traición, que sueles acusarme de que ha sido suprimido por mí, el cargo es contra mí, no contra Rabino; respecto a lo cual, Quintes, ¡ojalá lo hubiera suprimido yo de nuestra República, o el primero o el único, para que eso, lo que ése pretende que sea una acusación, sea un testimonio intransferible de una gloria mía! ¡Y es que, ¿algo se puede desear en mi caso con preferencia a haber suprimido en mi consulado el verdugo del Foro, la cruz del Campo[23]?!
Pero una gloria tal pertenece en primer lugar a nuestros antepasados, Quirites, quienes, tras la expulsión de los reyes, no conservaron, en un pueblo libre, ningún vestigio de la crueldad real; en segundo lugar, a muchos ciudadanos esforzados[24], que quisieron que vuestra libertad no resultara odiosa como consecuencia de la crueldad de los castigos, sino protegida por la suavidad de las leyes.
4 11 A tenor de ello, ¿cuál de nosotros, en definitiva, es hombre del pueblo, Labieno? ¿Tal vez tú, que consideras que debe emplearse contra ciudadanos romanos, justamente en su asamblea, el verdugo, las cadenas, que ordenas que sobre el Campo de Maite, para los comicios por centurias[25], en un lugar consagrado por los auspicios, se clave y se levante una cruz para el suplicio de ciudadanos? ¿O quizá yo, que veto que la asamblea se infecte con el contagio del verdugo, que proclamo que el Foro del Pueblo Romano debe ser purificado de tales huellas del nefando crimen, que sostengo que debe conservarse sin mancha la asamblea, sin profanar el Campo, sin violar el cuerpo de todos los ciudadanos romanos, sin menoscabo el derecho a la libertad?
12 ¡Vaya con el tribuno de la plebe amigo del pueblo, custodio y defensor del derecho y la libertad! La ley Porcia remueve las varas del cuerpo de todos los ciudadanos romanos[26], este misericordioso restablece los látigos. La ley Porcia arrebató al lictor la libertad de los ciudadanos, Labieno, hombre del pueblo, la entregó al verdugo. Gayo Graco llevó adelante la ley[27] de que no se celebrase juicio sobre la vida de ciudadanos romanos sin orden vuestra; este amigo del pueblo ha conseguido, no que no se forme juicio por los duunviros sin orden vuestra sobre un ciudadano romano, sino que, sin ser oída la defensa, un ciudadano romano sea condenado a pena capital[28].
13 ¿Tú (¡hasta eso!) me haces mención de la ley Porcia, de Gayo Graco, de la libertad de los aquí presentes, en fin, de cualquier hombre del pueblo; tú, que no solamente con suplicios desconocidos, sino hasta con una inaudita crueldad en tus palabras has intentado violar la libertad de este pueblo, poner a prueba su benevolencia, trastocar sus principios? Porque esas palabras tuyas que a ti, hombre clemente y amigo del pueblo, te deleitan —«Ea, lictor, átale las manos»—, no son impropias únicamente de nuestra libertad y tolerancia actuales, sino de Rómulo siquiera o de Numa Pompilio; de Tarquinio, el rey más déspota y cruel, son esas fórmulas de tortura que tú, hombre dulce y amigo del pueblo, evocas con el mayor placer: «Que se le cubra la cabeza, que se le cuelgue del árbol estéril»[29]; palabras, Quintes, que hace tiempo yacen aplastadas en esta República, además de por las tinieblas de la antigüedad, sobre todo por la luz de la libertad.
5 14 Pero ¿es que si esa acción[30] tuya fuera de interés general y si presentara alguna faceta de equidad o de legalidad, Gayo Graco la habría pasado por alto? Está claro que la muerte de tu tío te aportó un dolor más insoportable que a Gayo Graco la de su hermano[31], y a ti la muerte de ese tío al que nunca viste te resultó más cruel que a él la de su hermano, con el que había vivido en la más perfecta armonía, y pretendes vengar la muerte de tu tío con arreglo a un derecho semejante que aquél, si hubiera perseguido la de su hermano, en el caso de haber querido actuar siguiendo semejante procedimiento; y una añoranza parecida de su persona dejó en el Pueblo Romano ese Labieno tío vuestro[32]. ¿Acaso tu amor por la familia[33] es mayor que el de Gayo Graco, o tu ánimo, o tu prudencia, o tus recursos, o tu prestigio, o tu elocuencia? Aspectos que, aun en el supuesto de que en él fueran de muy es15casa entidad, incluso así se reputarían de la máxima en comparación con tus capacidades. Ahora bien, dado que Gayo Graco superó a todos en todos esos terrenos, ¿cuánta distancia, al final, crees que se interpone entre tú y él? Pero Gayo Graco habría muerto mil veces con la más cruel de las muertes antes de que un verdugo se instalara en su asamblea, el que las leyes censorias quisieron que se apartara, no digo ya del Foro, sino hasta de este cielo y aire y de una residencia en la ciudad.
¿Y se atreve el amigo a llamarse hombre del pueblo, a mí enemigo de vuestros intereses, siendo así que este individuo ha estado rebuscando todo tipo de crueldades de los suplicios y de las fórmulas no solamente en vuestras tradiciones y las de vuestros mayores, sino en los testimonios de los anales y en las memorias de los reyes[34], yo con todos mis recursos, con todos mis pensamientos, con todas mis palabras y actos me he enfrentado y resistido a la crueldad? Si no es que, por ventura, deseéis encontraros en una situación que los esclavos, si no tuvieran a la vista la esperanza de la libertad, no podrían soportar a ningún precio.
16 Digna de lástima la ignominia por los juicios públicos[35], digna de lástima la confiscación del patrimonio, digno de lástima el exilio; pero aun así, en cualquier calamidad se conserva algún vestigio de libertad. En último extremo, si se presentara la muerte, muramos en libertad. Pero el verdugo y el cubrimiento de la cabeza y el nombre mismo de la cruz, que se alejen, no tan sólo del cuerpo de ciudadanos romanos, sino hasta de su mente, ojos, oídos; porque de todas esas infamias, no únicamente su práctica y el sufrirlas, sino incluso su condición, su espera, por no seguir, su misma mención, es inmerecida para un ciudadano romano y un hombre libre. ¿O es que a vuestros esclavos del temor a todos estos castigos la benevolencia de sus dueños los libera tan sólo con una varita[36], a nosotros de los azotes, del garfio[37], del terror, para terminar, de la cruz, ni los logros obtenidos, ni la vida pasada, ni los honores de vuestra parte nos rescatarán?
17 la vista de lo anterior, confieso y, más aún, Labieno, declaro y pongo por delante que tú de aquella cruel, inhumana acción, no propia de un tribuno, sino de un rey, has sido apartado por mi sensatez, por mi valor, por mi autoridad. En el transcurso de tal acción tú, aunque todos los precedentes de nuestros mayores, todas las leyes, toda la autoridad del Senado, todos los principios religiosos y el derecho público de los auspicios[38], los desdeñaste, no escucharás sin embargo de mí tales cuestiones en un espacio de tiempo exiguo como el que se me ha reservado. Se me dará tiempo sin restricciones para la correspondiente discusión.
6 18 Hablaremos ahora sobre la acusación que se refiere a Saturnino y sobre la muerte de tu ilustrísimo tío. Arguyes que Lucio Saturnino fue muerto por Gayo Rabirio. Pero eso, Gayo Rabino, valiéndose de los testimonios de muchos, en el transcurso de la defensa elocuentísima de Quinto Hortensio, ha dejado probado ya que era falso. Por mi parte, si estuviera a mi disposición en su integridad, afrontaría esa acusación, lo reconocería, confesaría. ¡Ojalá la marcha del proceso me permitiera esa facilidad, la de poder pregonar que Lucio Saturnino, enemigo público del Pueblo Romano[39], fue muerto a manos de Gayo Rabirio! (No me perturba en absoluto ese griterío; al contrario, me reconforta, porque indica que hay algunos ciudadanos desorientados, pero no muchos. Jamás, creedme, este Pueblo Romano que guarda silencio me habría hecho cónsul si hubiera creído que iba a quedar desconcertado con vuestros gritos… ¡Cuánto más moderado ahora el alboroto! Mejor dicho, contenéis vuestras voces reveladoras de vuestra necedad, testigos de vuestro número escaso.)
19 Gustosamente, insisto, confesaría, si pudiera sin faltar a la verdad, y también si me correspondiera empezar[40], que Lucio Saturnino fue abatido por la mano de Gayo Rabirio, y opinaría que un acto tal fue bellísimo. Pero como no puedo hacerlo, confesaré lo que tiene menos valor para un elogio, para la acusación no menos: reconozco que Gayo Rabirio tomó las armas con la finalidad de matar a Saturnino… ¿Qué ocurre, Labieno, qué confesión más grave de mi parte o que acusación mayor contra mi cliente estás esperando? Si no es que probablemente piensas que hay cierta diferencia entre alguien que ha matado a un hombre y otro que se armó[41] con la intención de matar a un hombre. Si el que Saturnino fuera abatido fue una acción impía, no pudieron tomarse las armas contra Saturnino sin cometer un crimen; si reconoces que se tomaron las armas legalmente, fuerza es que reconozcas que fue eliminado legalmente, ***[42]
7 20 Se promulga un senadoconsulto: que los cónsules Gayo Mario y Lucio Valerio hicieran llamar a los tribunos de la plebe y pretores que les pareciera oportuno y dedicasen sus esfuerzos a que el poder supremo del Pueblo Romano y su soberanía permanecieran intactos[43]. Recurren a todos los tribunos de la plebe, excepto a Saturnino; a los pretores, excepto a Glaucia[44]. A quienes deseen que la República esté a salvo[45], les ordenan que tomen las armas y los sigan. Obedecen todos. Procedentes del templo Sanco[46] y de los arsenales del Estado se entregan las armas al Pueblo Romano, distribuyéndolas el cónsul Gayo Mario.
Ya en este punto, por dejar a un lado lo demás, de ti concretamente, Labieno, inquiero: cuando Saturnino ocupaba armado el Capitolio, estaba a su lado Gayo Glaucia, Gayo Saufeyo, hasta aquel Graco[47] liberado de los grilletes y del calabozo (añadiré, pues así lo quieres, al grupo a Quinto Labieno, tío tuyo); en el Foro, en cambio, los cónsules Gayo Mario y Lucio Valerio Flaco, detrás el Senado en bloque, aquel Senado justamente al que vosotros mismos, que difamáis a estos padres conscriptos que ahora están, tenéis por costumbre ensalzar, con el fin de restar categoría del Senado actual más fácilmente; cuando el estamento ecuestre (¡de qué caballeros, dioses inmortales!; nuestros padres y una generación gracias a la cual tenían entonces un gran papel en la administración del Estado y toda la dignidad judicial[48]); cuando todas las personas de todos los estamentos, que creían que en la salvación de la República residía la suya propia, habían tomado las armas, ¿qué tenía que hacer finalmente Gayo Rabirio?
21 De ti directamente, insisto, Labieno, inquiero: cuando los cónsules habían llamado a las armas cumpliendo un senadoconsulto, cuando Marco Emilio[49], príncipe del Senado, se había presentado en el comicio con armas, el cual, sin poder caminar apenas, consideraba que la rémora de sus pies le supondría un estorbo, no para perseguir, sino para huir; cuando, en fin, Quinto Escévola[50], consumido por la vejez, arruinado por la enfermedad, manco y paralizado y sin fuerzas en todos sus miembros, apoyándose en una lanza mostraba tanto la fuerza de su ánimo como la debilidad de su cuerpo; cuando Lucio Metelo, Servio Galba, Gayo Serrano, Publio Rutilio, Gayo Fimbria, Quinto Cátulo[51] y todos los que por aquel entonces eran de rango consular habían tomado las armas en defensa de la salvación común; cuando todos tos pretores, toda la nobleza y los en edad militar acudían corriendo, Gneo y Lucio Domicio, Lucio Craso, Quinto Mucio, Gayo Claudio, Marco Druso, cuando todos los Octavios, los Mételos, los Julios, los Casios, los Catones, los Pompeyos; cuando Lucio Filipo, Lucio Escipión, cuando Marco Lépido, cuando Décimo Bruto, cuando el mismo Publio Servilio aquí presente, a cuyas órdenes serviste tú, Labieno, cuando el aquí presente Quinto Cátulo, bastante joven entonces, cuando el aquí presente Gayo Curión, cuando, en una palabra, todos los personajes de mayor lustre[52] estaban con los cónsules, ¿qué era lógico entonces que hiciera Gayo Rabirio?; ¿acaso encerrado y escondido permanecer oculto en un lugar secreto y tapar su cobardía con la custodia de la oscuridad y las paredes, o bien dirigirse al Capitolio y reunirse allí con tu tío y con los demás que acudían a la muerte como refugio para el oprobio de su vida, o con Mario, Escauro, Cátulo, Metelo, Escévola, es decir, con toda la gente de orden, formar alianza no sólo para la salvación, sino también en el peligro?
8 22 Tú, en definitiva, Labieno, ¿qué harías en una situación y circunstancias semejantes? Cuando la razón de la cobardía te empujara a la fuga y los escondites, la maldad y el desvarío de Lucio Saturnino te invitaran al Capitolio, los cónsules te convocasen a la salvación y la libertad de la patria, ¿qué autoridad, en tal caso, qué llamada, la facción de quién querrías seguir, la orden de quién querrías[53] por encima de todo obedecer?
23 «Mi tío —alega— estuvo con Saturnino.» ¿Y qué? ¿Tu padre, con quién? ¿Y qué? ¿Vuestros parientes, caballeros romanos? ¿Y qué? ¿Toda la prefectura, la región, vuestra vecindad? Todo el territorio Piceno[54], ¿por ventura siguió el desvarío del tribuno o la autoridad[55] consular?
En lo que a mí se refiere, esto es lo que sostengo: que nadie jamás hasta el presente ha confesado acerca de sí mismo lo que tú pregonas ahora acerca de tu tío. Nadie, os lo aseguro, ha podido encontrarse tan depravado, tan corrompido, tan desprovisto, no hablemos de cualquier sentimiento de honor, sino más aún, de simulación de honor, que confiese que estuvo en el Capitolio con Saturnino.
Pero vuestro tío estuvo. ¡Pues que estuviera; y que estuviera incluso no por ninguna desesperación por su patrimonio, ni arrastrado por heridas de índole personal; que su relación estrecha con Lucio Saturnino le impulsara a poner su amistad por delante de la patria! ¿Y por eso procedía que Gayo Rabirio se separase de la República, no compareciera en medio de aquella muchedumbre armada de gente de bien, no obedeciera la llamada y la autoridad suprema de los cónsules?
24 Y bien, lo que nosotros vemos es que en ese tipo de circunsTancias había tres caminos: o que se quedase con Saturnino, o con la gente de bien, o que se quedara escondido. Quedarse escondido era equivalente a la muerte más ignominiosa; permanecer con Saturnino suponía locura y crimen. La virtud y la dignidad y el sentimiento del honor le obligaba a estar con los cónsules. ¿Y tú conviertes en motivo de acusación eso, el que Gayo Rabirio estuviera con aquellos contra los que si hubiera luchado habría sido el más demente, el más infame si los hubiera abandonado?
9 Por otra parte, Gayo Deciano, del que tú haces mención cada poco, por el hecho de que, cuando acusaba a un hombre célebre por todas las marcas de infamia[56], Publio Furio[57], con gran adhesión por parte de toda la gente de orden, se atrevió a quejarse en la asamblea por la muerte de Saturnino, resultó condenado. Es más, Sexto Ticio[58], por tener una efigie de Lucio Saturnino en su propio domicilio, fue condenado. Dejaron establecido los caballeros romanos con aquel juicio que es un ciudadano dañino y que no debe ser mantenido en sus derechos cívicos quien, valiéndose de la efigie[59] de un elemento sedicioso de maneras de enemigo de guerra, o pretendiere honrar su muerte, o excitar por medio de la 25 compasión la añoranza de los mal informados, o manifestare su voluntad de imitar la perversidad. Por eso me parece un misterio de dónde has podido obtener tú, Labieno, esa efigie que posees, pues, tras ser condenado Sexto Ticio, no se ha encontrado a nadie que se atreviera a tener semejante objeto. Si hubieras oído tal extremo, o si hubieras podido conocerlo directamente por tu edad, jamás (eso, seguro) una efigie como ésa, que, colocada en su casa, había llevado a Sexto Ticio a la perdición y al destierro, la habrías traído hasta la Tribuna y la asamblea, ni jamás habrías empujado tus barcas hacia esos escollos contra los que veías que se había hecho pedazos la nave de Sexto Ticio y el naufragio en los mismos de la fortuna de Gayo Deciano[60].
Pero en todos estos asuntos cometes fallos por ignorancia. En efecto, has asumido una causa más alejada que tus recuerdos, una causa que murió antes de que tú nacieras; y una causa en la 26 que tú mismo, a no dudarlo, te habrías encontrado si por la edad hubieras podido, esa causa la llevas a los tribunales. ¿Es que no te das cuenta, en primer lugar, de a qué personas y a cuán prestigiosos hombres muertos acusas de un crimen especialmente grave, en segundo lugar, de a cuántos de entre los que viven arrastras bajo la misma acusación a un peligro extremo para su vida? ¿Porque si Gayo Rabirio cometió un delito capital por haber llevado las armas contra Lucio Saturnino, a él, seguramente, le proporcionará alguna atenuante en su condena la edad que entonces tenía? pero a Quinto Cátulo, el padre del aquí presente, en el que concurrieron una suprema sabiduría, una eximia virtud, una singular humanidad; a Marco Escauro, con aquella dignidad, con aquella sensatez, con aquella prudencia; a los dos Mucios[61], a Lucio Craso, a Marco Antonio, que en esos momentos se encontraba extramuros con las tropas[62], las muestras de sensatez e ingenio de los cuales fueron las más sobresalientes con mucho en nuestra patria; a otros dotados de igual excelencia, guardianes y conductores del Estado, ¿de qué modo, ya fallecidos, los defen27deremos? ¿Qué diremos de aquellas honorabilísimas personas e irreprochables ciudadanos, los caballeros romanos, que en aquellos momentos a una con el Senado respaldaron la salvación de la República? ¿Qué de los tribunos del erario[63] y de los integrantes de todos los demás órdenes sociales, que en aquel trance tomaron las armas en defensa de la libertad común?
10 Pero ¿por qué hablo sobre todos aquellos que obedecieron la autoridad suprema de los cónsules? ¿Sobre la reputación de los propios cónsules qué va a ocurrir? A Lucio Flaco, un hombre enormemente trabajador tanto en su actividad pública a diario como en el ejercicio de las magistraturas, en el sacerdocio[64] y en los actos religiosos que presidía, ¿lo declararemos, muerto ya, culpable de un crimen horrendo como es el de parricidio[65]? ¿Añadiremos a este baldón e ignominia de una muerte incluso el nombre de Gayo Mario? A Gayo Mario, al que con toda justicia podemos llamar padre de la patria, creador, diría, de vuestra libertad 28 y de esta República, ¿lo declararemos, muerto, culpable de un crimen como el de un parricidio abominable? Y es que, si Labieno ha sostenido que se debía clavar una cruz en el Campo de Marte para Gayo Rabirio porque acudió a las armas, ¿qué suplicio, entonces, será inventado para el que lo convocó?
Y si se dio salvaguarda a Saturnino, dato que es repetido por ti una y otra vez, no se la dio Gayo Rabirio, sino Gayo Mario, y éste mismo la violó si no se mantuvo en la palabra dada[66].
Esa salvaguarda, Labieno, ¿cómo pudo ser concedida sin un senadoconsulto? ¿Hasta tal extremo eres forastero en esta ciudad, hasta tal extremo desconocedor de los principios y usos de nuestro pueblo que ignoras eso, que pareces estar de paso en otro país, no desempeñar una magistratura en el tuyo?
29 «¿En qué puede perjudicar esa cuestión —observa— a Mario?» ¿Porque carece de sensaciones y de la vida? Pero ¿es así? ¿Habría vivido Gayo Mario en medio de penalidades y peligros tan graves si con su esperanza y su mente no hubiera concebido sobre su persona y su gloria nada más allá de lo que los límites de la vida pedían? Aunque, supongo, tras haber aplastado en Italia a contingentes cuantiosos de enemigos[67] y haber librado al país de un asedio, creía que todos sus logros morirían al mismo tiempo que él. No es así, Quintes, ni ninguno de nosotros anda metido en los peligros de la nación con gloria y valor sin estar guiado por la esperanza y la recompensa de la posteridad. Por eso las almas de las gentes de bien me parecen divinas e inmortales, aparte de por otros muchos motivos, sobre todo además porque el espíritu de todo aquél profundamente bueno y sabio tiene tal presentimiento sobre el futuro que da la sensación de que no aspira a nada salvo a lo eterno.
30 En consecuencia, pongo, decididamente, por testigos los espíritus, junto con el de Gayo Mario, también los de los demás hombres eminentemente sabios y valerosísimos ciudadanos, espíritus que me parecen haber transmigrado de la vida de hombres hasta la religión y la santidad de los dioses, de que considero que se ha de luchar por su fama, gloria, memoria, no menos que por los templos y santuarios patrios, y, que, si tuviera que coger las armas en defensa de su renombre, no las cogería con menos arrojo que las cogieron ellos por la salvación común. Y es que, Quirites, la naturaleza nos ha trazado un recorrido muy corto de vida, inmenso de gloria.
11 Así pues, si honramos a los que ya se han retirado de la vida, dejaremos para nosotros unas condiciones de muerte más favorables. Pero si desdeñas, Labieno, a los que ya no podemos ver, ¿ni siquiera por estos a los que ves crees que debe velarse? Declaro 31 que no hay nadie de todos estos que se hallara en Roma aquel día, jornada que tú estás llevando ajuicio, y que estuviera entonces en edad militar, que no empuñara las armas, que no siguiera a los cónsules. Todos aquellos por cuya edad puedes tú conjetural cómo actuaron en aquellos momentos son citados ajuicio por acusación capital en la persona de Gayo Rabirio.
«Pero a Saturnino lo mató Rabirio.» ¡Ojalá lo hubiera hecho! No trataría de evitar yo su suplicio, sino que reclamaría una recompensa; porque, si a Esceva, esclavo de Quinto Crotón, que fue quien mató a Lucio Saturnino, le fue concedida la libertad, ¿qué recompensa condigna habría podido concederse a un caballero romano? Y si Gayo Mario, por haber ordenado que se cortasen los conductos por los que se suministraba agua a los templos y moradas de Júpiter Optimo Máximo, porque en la cuesta del Capitolio… de ciudadanos malvados***
12 32 Así que el Senado, a la hora de juzgar a instancias mías ese caso[68], no fue más diligente o más riguroso que todos vosotros, cuando rechazasteis la repartición del orbe de la tierra, y de aquel territorio campano en concreto, con vuestros sentimientos, ademanes, voces.
33 Yo proclamo, pregono, declaro lo mismo que aquel que es el promotor de este juicio[69] no queda ningún rey, ninguna nación, ninguna tribu que debáis temer; ninguna peste ocasional, ninguna procedente del exterior que pueda introducirse subrepticiamente en nuestra República. Si queréis que esta ciudad sea inmortal, que permanezca eterno este imperio, su gloria imperecedera, debemos guardamos de nuestras pasiones, de los hombres turbulentos y ansiosos de revoluciones, de los males internos, de conspiraciones domésticas.
34 Pero frente a esta clase de amenazas, como gran defensa os dejaron vuestros antepasados aquellas tan sabidas palabras del cónsul: «quienes quieran que la República sea salva». Haced caso a esta arenga, Quirites, y con vuestra sentencia no me arranquéis la luz, ni arrebatéis a la República su esperanza de libertad, su esperanza de salvación, su esperanza de grandeza.
35 ¿Qué haría y o si Tito Labieno hubiera llevado a cabo una matanza de ciudadanos[70], igual que Lucio Saturnino, si hubiera forzado la cárcel, si hubiera ocupado el Capitolio con gente armada? Haría lo mismo que hizo Gayo Mario: llevaría el asunto ante el Senado, os animaría a defender la República, yo mismo, armado, me enfrentaría junto con vosotros a los armados. Ahora, como no hay sospecha alguna de lucha, armas no veo, no hay violencia, ni muertes, ni asedio al Capitolio y la ciudadela, sino una acusación maligna, un proceso cruel, una causa asumida en su totalidad por un tribuno de la plebe contra el Estado, no he creído que debíais ser llamados a las armas, sino exhortados a votar contra el ataque a vuestra soberanía. Por ello ahora os pido a todos vosotros y os conjuro y os exhorto. No va por ese camino la costumbre: que un cónsul, cuando***
13 36 ***… teme; quien ha recibido esas cicatrices y marcas de su valor con la cara al frente en defensa de la República, ése teme profundamente que pueda recibir alguna herida en su fama; a quien las incursiones de enemigos nunca consiguieron rechazarlo de su posición, ése contempla ahora con espanto el ataque de conciudadanos, ante el que ha de retirarse necesariamente. Ni 37 pretende ya de vosotros permiso para vivir con dignidad, sino para morir con honor, y no se afana tanto por disfrutar de su casa como por que no se le prive del sepulcro de sus padres[71]. Ninguna otra cosa os ruega y suplica sino que no lo privéis de exequias solemnes y de una muerte entre los suyos, que permitáis que el que nunca intentó evitar ningún peligro mortal defendiendo a su patria muera en su patria.
38 He hablado hasta el término que me ha sido asignado por el tribuno de la plebe. De vosotros requiero y solicito que consideréis esta defensa mía un ejercicio de lealtad en pro del peligro de un amigo, el cometido de un cónsul en pro de la salvación de la República.