POR (EL REGRESO DE) MARCO MARCELO

1 1 Del prolongado silencio[1] al que había recurrido, padres conscriptos, los últimos tiempos, no por temor alguno, sino en parte por pesadumbre, en parte por pudor, el día de hoy ha traído el final, y al tiempo el principio de manifestar lo que pueda querer y opinar, con arreglo a mi costumbre de toda la vida.

Y es que una condescendencia tan grande, una clemencia tan poco vista e inaudita, una mesura tan notable en un poder supremo sobre todas las cosas, una sabiduría, en fin, tan increíble y casi divina, bajo ningún concepto puedo pasar por alto permaneciendo callado.

2 En efecto, con Marco Marcelo devuelto a vosotros, padres conscriptos, y a la República, considero que han quedado salvados y restituidos a vosotros y a la República no sólo la voz y el prestigio de aquél, sino también los míos propios.

Realmente, me dolía, padres conscriptos, y me sentía muy angustiado al ver que un hombre tal, a pesar de hallarse en la misma causa en la que yo había estado, no estaba en la misma suerte, ni podía convencerme ni creía lícito ejercitarme en aquella vieja carrera nuestra, arrancado de mi lado aquel émulo y seguidor de mis hazañas y esfuerzos, por no decir aliado y compañero.

Por lo tanto, aparte de haber dado salida a un hábito de mi existencia anterior que estaba cerrado, alzaste, además, para todos los aquí presentes, podríamos decir, una bandera[2] para esperar buenas cosas respecto a la República.

3 Ciertamente, ha quedado claro, para mí al menos, en el caso de muchos y especialmente en mi propio caso, pero también hace un momento para todos, cuando has concedido a Marco Marcelo, al Senado y a la República, sobre todo tras ser recordadas las ofensas, que antepones la autoridad de este estamento y la dignidad de la República, bien a tus resentimientos, bien a tus sospechas[3].

Él, evidentemente, el fruto de toda su vida pasada lo ha recogido hoy en la mayor cantidad, no ya sólo por el consenso unánime del Senado, sino por tu juicio, lleno de autoridad e importancia. Con ello te das cuenta, sin duda, de cuán gran mérito hay en el beneficio concedido al haber tanta gloria en quien lo recibe.

4 Es realmente afortunado aquel por cuyo perdón ha llegado una alegría a todos casi no menor que la que le va a llegar a él; lo cual, dicho sea de paso, le sucede merecidamente y con arreglo al mejor derecho, pues ¿quién hay más aventajado que él en nobleza, o en rectitud, o en afición a las mejores artes[4] o en desinterés, o en cualquier clase de cualidad?

2 Nadie posee un caudal de ingenio tan abundante, ninguna fuerza tan poderosa al hablar o al escribir, ni elocuencia tan desbordante que pueda, no digo embellecer, sino referir simplemente con detalle tus hazañas, Gayo César. Pero afirmo y diré con tu venia lo siguiente, que ninguna gloria hay entre ellas más espléndida que la que has alcanzado en el día de hoy.

5 Suelo poner ante mis ojos a menudo y mencionarlo con agrado en frecuentes conversaciones que todas las hazañas de nuestros generales, todas las de las naciones extranjeras y de los pueblos más poderosos, todas las de los reyes más esclarecidos, no pueden ser comparadas con las tuyas, ni por la magnitud de los conflictos, ni por el número de batallas, ni por la diversidad de las regiones, ni por la rapidez en las operaciones, ni por las diferencias entre las guerras; y que en verdad no han podido ser recorridas unas zonas tan distantes con mayor rapidez por los pasos de alguien de lo que han sido atravesadas, no digamos con tus marchas, sino con tus victorias.

6 Estos hechos, parece evidente, si no reconozco que son tan grandes que a duras penas la mente o la imaginación de cualquiera puede concebirlos, estaría loco. Pero así y todo, hay otras de mayor envergadura. En efecto, suelen algunos minimizar las glorias militares con sus palabras y hurtárselas a los jefes, hacerlas compartir con muchos, de forma que no sean exclusivas de los generales. Y es verdad que en los hechos de armas el valor de los soldados, la ventaja de la posición, los apoyos de los aliados, las flotas, los aprovisionamientos, ayudan mucho; pero la parte principal la reclama para sí Fortuna como en el ejercicio de su derecho, y cualquier cosa que se ha llevado a 7 cabo con éxito la considera casi toda suya. Pero, en cambio, Gayo César, de esta gloria que has alcanzado ahora mismo no tienes partícipe. Todo esto, por importante que sea, que es ciertamente colosal, todo es, repito, tuyo. Nada de esa gloria el centurión, nada el prefecto, nada la cohorte, nada el escuadrón, cosechan pitra ellos. Más aun, aquella dueña misma de los asuntos humanos, Fortuna, no se presenta a participar de esa gloria, te la cede, reconoce que es toda tuya y exclusiva, pues el azar nunca se mezcla con la sabiduría ni la casualidad es admitida en la reflexión.

3 8 Has sometido a naciones bárbaras por su crueldad, incontables por su número, infinitas por su extensión, rebosantes de toda clase de recursos. Venciste, sin embargo, aquello que poseía tanto la naturaleza como la condición para poder ser vencido. Ninguna fuerza, en efecto, es lo suficientemente grande como para que no pueda ser debilitada y rota con el hierro y la violencia. Dominar el ánimo, reprimir la cólera, ser templado con el vencido, al adversario que sobresale por su nobleza, ingenio, valor, no sólo levantarlo si está caído, sino incluso aumentar su anterior dignidad: quien haga esto no lo comparo yo con y 9 los hombres más excelsos, sino que lo considero muy semejante a la divinidad.

Y por eso, Gayo César, aquellas glorias guerreras tuyas serán celebradas, estoy seguro, no sólo por nuestra literatura y lengua, sino por las de casi todas las naciones, y ninguna época guardará silencio nunca acerca de tus laureles.

Pero, con todo, los hechos de esta clase, no sé por qué, incluso cuando se leen, parece que quedan ensordecidos por el griterío de los soldados y el retumbo de las trompetas. Y en cambio, cuando oímos o leemos que algo se ha hecho con clemencia, suavidad, justicia, moderación, sabiduría, sobre todo en medio de un acceso de ira, que para la reflexión es una enemiga personal, y en medio de la victoria, que es por naturaleza insolente y soberbia, ¡de qué entusiasmo nos sentimos inflamados, no sólo en las gestas reales, sino hasta en las de ficción, a tal punto que a menudo amamos a 10 los que nunca hemos visto! A ti, por tanto, a quien contemplamos en persona, cuyos pensamientos y sentimientos y rostro[5] apreciamos, que querrías que quedase a salvo todo lo que la suerte de la guerra le haya dejado a la República, ¿con qué alabanzas te ensalzaremos, con qué entusiasmo te seguiremos, de qué afecto te rodearemos? A fe que las paredes de esta Curia (así me parece) arden en deseos de mostrarte su agradecimiento porque dentro de poco aquella autoridad[6] va a reaparecer en esta sede de sus mayores y de ella misma.

4 Ciertamente, cuando veía hace un momento, a la par que vosotros, las lágrimas de Gayo Marcelo, persona irreprochable y dotada de un amor familiar digno de alabanza, ha ensombrecido mi corazón el recuerdo de todos los Marcelos, a los que, incluso muertos, al rescatar a Marcelo devolviste su dignidad, y salvaste casi de la desaparición a una nobilísima familia, reducida ya a unos pocos.

11 Este día lo antepones tú, con toda razón, a los más señalados e innumerables motivos de acción de gracias a tu persona. Esta acción es, efectivamente, privativa de César y de nadie más. Las otras se llevaron a cabo bajo tu mando, sin duda, pero, todo hay que decirlo, con acompañamiento numeroso y de gran empuje. Del logro presente, en cambio, tú en uno solo eres el jefe y el compañero; es él, sin dudarlo, tan grande que el tiempo llevará el final a tus trofeos y monumentos, pues nada hay hecho con el trabajo y las manos que no agoten y consuman los años; pero la 12 justicia y lenidad tuyas de ahora florecerán cada día más; y así, cuanto el paso de los años detraiga de tus empresas, tanto lo añadirá a tu gloria. Y es cierto que a todos los vencedores en las güeñas civiles los habías vencido ya antes con tu equidad y misericordia, pero en el día de hoy te has vencido a ti mismo.

Me da miedo que lo que voy a decir pueda interpretarse al oírlo de forma distinta a como yo lo siento al pensarlo: das la sensación de haber vencido a la propia victoria cuando devolviste a los vencidos lo que ella había logrado, pues mientras que podríamos haber muerto justamente todos los vencidos, por la condición de la victoria en sí, nos hemos visto salvados por el dictamen de tu clemencia. En rigor, por tanto, sólo eres invicto tú, por quien han sido totalmente derrotados hasta la condición y el poder[7] de la misma victoria.

5 13 Y este dictamen de Gayo César, padres conscriptos, observad a qué gran campo se extiende. Así, todos los que nos vimos empujados a aquellos enfrentamientos armados no sé por qué sino desdichado y funesto para la República, aunque estamos presos por una cierta culpa propia del error humano, al menos hemos quedado absueltos de un crimen. En efecto, cuando al rogárselo vosotros restituyó para la República a Marco Marcelo, me restituyó a mí, sin rogárselo nadie, para mí como también para la República, y a otros hombres de calidad para ellos mismos y para la Patria, de los cuales estáis viendo en esta misma asamblea su numerosa asistencia y su dignidad, no introdujo él enemigos en la Curia, sino que consideró que la guerra había sido emprendida por la mayoría por ignorancia y por un miedo supuesto e injustificado más que por ambición o crueldad.

14 En esa guerra, precisamente, siempre creí que se debería haber prestado oídos a la paz y siempre me dolió que se rechazara no sólo la paz sino hasta las intervenciones de ciudadanos que reclamaban insistentemente la paz. Y yo, desde luego, nunca fui partidario de aquella o cualquier otra confrontación civil, y mis consejos siempre fueron aliados de la paz y de la toga[8], no de la guerra y de las armas. Seguí a un hombre por compromiso personal, no político, y tanto prevaleció en mí el recuerdo leal propio de un ánimo agradecido[9] que, no ya por ambición, sino ni siquiera por esperanza alguna, me precipité, previéndolo y consciente, como a una voluntaria extinción.

15 Esa postura mía, tengo que decirlo, no permaneció oculta en absoluto, pues, si, por un lado, delante de este estamento hablé mucho sobre la paz con la situación sin deteriorar, además, durante la propia guerra, exterioricé la misma opinión incluso con peligro de mi vida.

Por ello, nadie será un juez de los hechos tan injusto que ponga en duda cuál fue la voluntad de César respecto a la guerra, puesto que decidió al instante que debían ser puestos a salvo los promotores de la paz y se mostró bastante más irritado con los demás. Y ello no es, tal vez, extraño cuando era incierto el resultado e indecisa la suerte de la guerra; pero el que, vencedor, estima a los promotores de la paz, ése da a entender claramente que habría preferido no luchar a vencer.

6 16 Y de esta condición, añado, soy un testigo para Marco Marcelo, ya que nuestras opiniones, tal como coincidían siempre en la paz, así también después en la guerra. ¡Cuántas veces y con cuánto dolor lo vi yo contemplando con pavor en ocasiones la insolencia de personajes bien conocidos, en otras también la ferocidad habitual de la victoria!

Tanto más de agradecer debe ser tu generosidad, Gayo César, para nosotros, que vimos aquello. Y es que ahora ya no han de ser comparadas entre sí las facciones, sino las victorias. Hemos 17 visto que tu victoria terminó con el final de los combates. No hemos visto en la Ciudad una espada fuera de su vaina. A los conciudadanos que perdimos, la violencia de Marte los abatió, no la ira de la victoria; de modo que nadie debe dudar de que a muchos, si pudiera, Gayo César los haría salir de los infiernos, puesto que rescata de la misma batalla a los que puede. En cambio, ningún aspecto del otro bando señalo más que lo que todos 18 temíamos, que su victoria habría sido despiadada. Algunos, sépase, amenazaban no sólo a los que llevaban armas, sino a veces incluso a los neutrales, y aseguraban que no había que tener en cuenta qué había opinado cada cuál, sino dónde había estado[10]; así que, a decir verdad, me parece que los dioses inmortales, aunque exigieron del Pueblo Romano castigos por algún delito, ellos, que provocaron una guerra civil tan terrible y tan luctuosa, bien aplacados, bien saciados por fin, han confiado toda la esperanza de salvación a la clemencia y sensatez del vencedor.

19 Por tal motivo, goza de ese don tan excelso y disfruta no ya sólo de tu suerte y tu gloria, sino, más aún, de tu natural y de tu conducta; de ahí procede, sin duda, el mayor fruto y alegría para el sabio. Cuando recuerdes tus otras empresas, aunque muy a menudo por tu valor, la mayoría de las veces, no obstante, te felicitarás por tu buena estrella. En nosotros, los que quisiste que quedáramos contigo en la República, cuantas veces te pares a pensar, otras tantas te pararás a pensar sobre tus importantísimos favores, sobre tu increíble generosidad, sobre tu singular cordura, dones que me atreveré a proclamarlos no sólo los bienes supremos, sino, en realidad, probablemente los únicos. Tan deslumbrante esplendor hay, en efecto, en la gloria auténtica, tan alta dignidad en la grandeza de ánimo y juicio que da la impresión de que tales cualidades han sido donadas por la virtud; las demás, entregadas en préstamo por la fortuna.

20 No te canses, por tanto, de salvar a las gentes de bien, que se dejaron llevar no principalmente por ambición o maldad alguna, sino quizá por una equivocada opinión del deber, desde luego no inicua, y por cierto espejismo de bien común. No es, pues, culpa alguna por tu parte si algunos te temieron y sí, por el contrario, el mayor motivo de elogio el que se dieran cuenta de que no debías ser temido en absoluto.

7 21 Voy a referirme ahora[11] a tu gravísima queja y terribilísima sospecha, a la que hay que proveer no más por tu parte propiamente más que por la de todos los ciudadanos en general y especialmente por nosotros, que hemos sido salvados por ti. La cual, aunque espero que sea infundada, nunca, tenlo por seguro, voy a quitarle importancia, pues tu seguridad es nuestra seguridad; así que, si hay que errar en una u otra dirección, preferiría parecer demasiado medroso que poco prudente.

Pero ¿quién es ese tan trastornado? ¿Acaso de los tuyos? (si bien, ¿quiénes son más tuyos que a los que, sin esperárselo, les concediste la vida?) ¿Acaso de aquel grupo de los que estuvieron a tu lado? No es creíble tan desmedida locura en alguien como para no anteponer a su propia vida la del jefe con el que alcanzó todo lo más alto.

Entonces, si los tuyos no maquinan ningún crimen, ¿hay que precaverse de que lo hagan los enemigos?… ¿Quiénes? Porque los que lo fueron, o perdieron la vida por culpa de su contumacia o la retuvieron gracias a tu misericordia, de forma que, o de tus enemigos ninguno sobrevive, o quienes lo fueron son los más amigos. Pero en cualquier caso, como en los ánimos de los hombres 22 hay tantos escondrijos y tantos recovecos, agrandemos, ea, tu sospecha, pues agrandaremos al tiempo tu vigilancia, puesto que ¿quién hay de todos nosotros tan desconocedor de la situación, tan ignorante de la política, tan totalmente descuidado de su propia seguridad y de la general que no comprende que su salvación se halla incluida en la tuya y que de tu vida, sólo de la tuya, depende la de todos?

A decir verdad, cuando pienso en ti los días y las noches, como es mi obligación, mucho temo, como mínimo, los azares humanos y los episodios inciertos de la salud y la fragilidad de la naturaleza humana, y me aflige que, cuando la República debe23ría ser inmortal, se apoye ella en la vida de un solo mortal; y si a los azares humanos y los inciertos vaivenes de la salud[12] se añade también la conspiración para el crimen y las insidias, ¿qué dios confiamos que pueda socorrer, aunque lo desee, a la República?

8 Por ti únicamente, Gayo César, ha de ser restablecido todo lo que percibes que por el ímpetu de la propia guerra yace (algo que fue inevitable) abatido y tirado por los suelos. Han de ser reorganizados los tribunales, recuperado el crédito, reprimidas las bajas pasiones, aumentada la descendencia, todo lo que tras dispersarse se disolvió ha de ser sujetado con leyes severas.

24 No se pudo evitar en una guerra civil tan terrible, en tan grande enardecimiento de los ánimos y de las armas, que la República, quebrantada, cualquiera que hubiera sido el resultado de la contienda, perdiera muchas de las galas de su dignidad y baluartes de su firmeza, y que ambos caudillos hicieran en armas muchas cosas que ellos mismos como civiles habrían prohibido que se hiciesen.

Todas estas heridas de la guerra son justamente las que han de ser sanadas por ti, a las que nadie, como no seas tú, es capaz 25 de poner remedio. Y por eso escuché muy contrariado aquella frase tuya tan preclara y prudente: «He vivido ya mucho tiempo tanto para la naturaleza como para la gloria». Bastante, si lo quieres así, tal vez para la naturaleza; añadiré incluso, si es de tu agrado, para la gloria; pero, lo que es lo más importante, muy poco realmente para la Patria.

En consecuencia, deja a un lado, por favor, esa sensatez de hombres doctos al despreciar la muerte. No pretendas ser sabio a costa de nuestro peligro, pues a menudo llega a mis oídos que repites con demasiada frecuencia eso mismo, que has vivido bastante para ti. Sea, pero lo aceptaría sólo en el caso de que vivieras para ti solo, o incluso si hubieras nacido para ti solo. Tu actividad pública ha abarcado la salvación de todos los ciudadanos y el conjunto de la nación. Te hallas tan lejos de la conclusión de tus empresas de más envergadura que aún no has echado los cimientos que proyectas.

Con esta situación, ¿acotarás la duración de tu vida no a tenor de la seguridad del Estado, sino de la mesura de tu ánimo? ¿Y qué si eso no fuera suficiente ni siquiera para la gloria? De la que no negarás que eres muy ávido, por muy sabio que seas.

26 «¿Acaso —objetarás— vamos a dejar una herencia poco valiosa?» No, por cierto: bastante para otros, para muchos, si quieres; para ti concretamente, poco, pues cualquiera que ello sea, aunque sea abundante, es poco cuando hay algo mayor; porque, si el resultado de tus hechos inmortales, Gayo César, debe ser que, tras ser vencidos tus adversarios, vas a dejar la República en la situación en la que está ahora, cuida, te lo mego, de que tu calidad divina deba conseguir más admiración que gloria, si es que la gloria es la fama esclarecida y extendida por doquier de tus grandes méritos ante tus conciudadanos, o ante la Patria, o ante toda la raza humana.

9 27 Ésta es, por tanto, la representación que te queda; te queda este acto[13]; hay que esforzarse en eso, en que reconstituyas la República y disfrutes de ella, tú ante todo, en medio del mayor sosiego y paz.

Entonces, si quieres, cuando, por un lado, hayas pagado a la Patria lo que le debes, y, por otro, hayas satisfecho a la propia naturaleza con la saciedad de vivir, podrás decir que has vivido ya bastante tiempo, pues, ¿qué es en rigor eso mismo de «bastante tiempo», en lo que hay algo final? Cuando eso llega, todo el placer pretérito se queda en nada, porque después ya no habrá nada.

28 Por más que ese ánimo tuyo nunca se sintió contento en estas estrecheces que la naturaleza nos dio para vivir; siempre ardió con el amor a la inmortalidad. Y en realidad, no debe ser considerada tu vida la que se contiene en el cuerpo y en espíritu; aquella, sostengo, aquella vida es la tuya, la que perdurará en la memoria de todos los siglos, a la que alimentará la posteridad, la que la misma eternidad contemplará siempre. A ella debes consagrarte, a ella manifestarte; la cual, sin duda, ya hace tiempo tiene muchas cosas que admirar, ahora espera también qué alabar.

Quedarán estupefactas, seguro, las generaciones futuras cuando oigan y lean tu ejercicio del mando, las provincias, el Rin, el Océano, el Nilo, las luchas innumerables, las victorias increíbles, los monumentos, los espectáculos, los desfiles triunfales[14].

29 Pero si esta ciudad no llega a consolidarse merced a tus consejos e instituciones, tu nombre andará vagando, sólo eso, a lo largo y a lo ancho; asiento estable y domicilio fijo no los tendrá. Habrá también entre los que nazcan, lo mismo que hubo entre nosotros, un gran desacuerdo, cuando unos elevarán hasta el cielo con sus loas tus gestas, otros tal vez echen en falta algo, y ello precisamente lo más importante: si no consigues apagar la hoguera de la guerra civil con la salvación de la Patria, de suerte que parezca que aquélla fue obra del destino, ésta de tu prudencia.

Sométete, pues, a aquellos jueces que emitirán sentencia sobre tu persona tras muchos siglos y, por cierto, no sé si no con mayor imparcialidad que nosotros, pues juzgarán, amén de sin 30 afecto ni favor, a su vez sin odio ni rencor[15]. Esto, ciertamente, incluso si entonces, como algunos creen erróneamente, no va afectarte, ahora, desde luego, importa que actúes de tal modo que ningún olvido pueda jamás oscurecer tus hechos gloriosos.

10 Opuestas fueron las voluntades de los ciudadanos y divergentes sus opiniones. No sólo disentíamos, ésa es la verdad, en pareceres e inclinaciones, sino en armas y campamentos. Había cierta confusión, el enfrentamiento se producía entre caudillos preclaros. Muchos dudaban qué era lo mejor, muchos qué les convenía, muchos qué era lo digno, algunos también qué era lo lícito.

31 Arrostró la República aquella guerra desgraciada y fatal. Venció alguien que no iba a inflamar su odio aprovechando su buena suerte, sino que iba a suavizarlo con su bondad, y que no pensaba considerar merecedores incluso del destierro o de la muerte justamente a todos aquellos con los que estaba furioso. Las armas fueron depuestas por unos, les fueron arrancadas a otros; ciudadano ingrato e injusto es aquel que, librado del peligro de las armas, retiene en cambio su ánimo armado, de suerte que es mejor el que ha caído en combate, quien ha derramado su vida en la causa, pues lo que a algunos puede parecer contumacia, eso mismo a otros constancia.

32 En cualquier caso, toda discordia ha quedado ya rota por virtud de las armas, extinguida por la equidad del vencedor. Falta que quieran una sola cosa todos los que tienen, no ya una cierta sabiduría, sino algo de sentido común. De no estar a salvo tú, Gayo César, y de no mantenerte en ese criterio que has puesto en práctica ya antes y también, sobre todo, hoy, no podemos estar a salvo. En consecuencia, todos los que queremos que lo que nos rodea se mantenga a salvo te exhortamos y te conjuramos a que veles por tu vida, por tu salvación, y todos —por expresar en nombre de los demás lo que siento en mi propio interior—, ya que crees que hay algo escondido de lo que hay que guardarse, te prometemos no sólo centinelas y escoltas sino, más aún, la barrera de nuestros pechos y cuerpos.

11 33 Pero para que mi discurso se acabe en el mismo punto del que partió, te expresamos todos nuestro profundo agradecimiento, Gayo César; más profundo todavía es el que conservamos. Y es que todos sienten lo mismo, algo que has podido percibir por los ruegos y las lágrimas de todos.

Ahora bien, como no les es necesario, a todos, hablar poniéndose de pie[16], desean que, al menos, se digan unas palabras por mi parte, para quien es obligado en cierto modo; y comprendo que se está haciendo lo que debe hacerse tras ser restituido Marco Marcelo por tu gracia a este estamento y al Pueblo Romano y a la República, pues intuyo que todos se alegran no sólo como de 34 la salvación de uno solo sino como de la de todos; lo que, por otra parte, le corresponde a un afecto elevado, y el mío hacia él fue siempre notorio para todos, al punto que apenas me inclinaría ante Gayo Marcelo, su irreprochable y amantísimo hermano; fuera de él, desde luego, ante nadie. Dado que vengo demostrándolo con mi solicitud, preocupación y esfuerzo tanto tiempo cuanto se mantuvo la incertidumbre sobre su salvación, en estos momentos, con mayor motivo, librado de las grandes inquietudes, pesares, dolores, debo demostrarlo.

Así pues, Gayo César, te doy las gracias en atención a que, no sólo rescatado por ti de cualquier contingencia, sino incluso honrado, a tus innumerables favores hacia mi persona has añadido (algo que ya no creía que pudiera suceder) una más alta cima con este hecho de ahora.