CAPÍTULO III

SÁBADO: «NT 8 APRIL 7»

Repentinamente Jon se sintió con más años encima de los que en realidad tenía. Recordaba la sonrisa triste de su madre y el tono que había dado a sus palabras al decir que el hallazgo de un tesoro le sería de gran utilidad. En realidad él no había pensado mucho en los esfuerzos que su madre tenía que hacer para que continuara estudiando. El «Gay Dolphin» era para él una divertida aventura. ¿Qué significaba exactamente para ella, obligada por las circunstancias a abandonar el hogar familiar para ir a parar a una población extraña, donde carecía de amigos, con la misión de poner en marcha un hotel?

Jon pulió los cristales de sus gafas violentamente, buscando después con la vista a su prima. Ésta se había arrodillado en el suelo, dibujando algo en el cristal de uno de los ventanillos. El muchacho se encogió de hombros. «Después de morir papá», se dijo, «nos quedamos los tres solos: mi madre, Penny y yo. Y Penny es una criatura aún. Ahora no comprendería lo que estoy pensando».

Fue ella quien rompió el prolongado silencio.

—Jon: ¿por qué crees que tu madre se expresó en esos términos? No parecía estar contenta, sino muy preocupada.

Jon pensó que Penny no era tan niña como él pensara unos minutos atrás.

—Está sola, Jon —prosiguió diciendo la chica—. Para nosotros es fácil divertirnos con cualquier cosa. Ella tiene que echar mucho de menos a tu padre. Nosotros no nos encontramos a su lado casi nunca. Nos ha buscado este delicioso refugio para hablarnos de ese fantástico tesoro en tono de broma. Yo creo, sin embargo, que se alegraría mucho si diéramos con él.

—Si, Penny —respondió su primo gravemente—. Eso la preocupa más de lo que quiere darnos a entender.

—Pues vamos a complacerla. Eso es cosa nuestra, Jon. Hemos de juramentarnos. Tú eres el llamado a conseguirlo. Yo te ayudaré. No diremos una palabra a nadie sobre nuestro propósito, ni siquiera a tu madre, hasta que sea una realidad. Nadie sospechará. Seguiremos las pistas que vayamos descubriendo…

—No contamos con ninguna aún…

—Yo diría que poseemos una caja llena. ¿Se te ha olvidado ya la de cinc? Mira, Jon: para mí que tu madre cree que hay algo sobre lo del tesoro, algo real, verdadero. Es más, ansía no equivocarse. Esta habitación es ideal para guardar cualquier objeto secreto. Acércate a la ventana y mira a ver si puedes descifrar estas letras. Quizá constituyan la primera de las pistas que buscamos. Las letras son confusas. «Dios» me parece que es la primera palabra.

—Echemos un vistazo a tu descubrimiento —dijo Jon, arrodillándose junto a ella.

Le costó unos minutos hacerse con el mensaje.

—«Dios salve al Rey y a la ciudad de Rye» —leyó por fin el joven—. De poco nos va a servir. Pero es interesante… La frase fue escrita en el cristal con un diamante. ¿La escribiría un prisionero?… Se me ocurre una idea, Penny. Está lloviendo. ¿Por qué no pasamos el resto del día aquí? Nos podríamos hacer de una lámpara y encenderíamos un fuego…

Penny convino en que el plan era magnífico. Luego cerraron la puerta del cuarto y bajaron las escaleras. No había que perder tiempo. Penny fue en busca de su tía para que les proporcionara algunas provisiones.

Con gran asombro, Jon oyó que su prima le decía poco después:

—Tengo que procurarme una escoba, un plumero, etc. Antes de empezar hay que dejar la habitación limpia. Dame la llave, que yo me ocupe de eso mientras tú vas a ver a Fred. Pídele la lámpara de petróleo. ¡Ah! Y tenemos que encender el fuego, ¿eh?

Fred Vasson, que se hallaba en su refugio del patio no defraudó al muchacho, entregándole una vieja lámpara de cobre provista de su pequeña pantalla, un tubo de cristal y una cadena que servía para colgarla.

Cuando Jon subía por las escaleras con su lámpara y un saco pequeño de leños, cayó en la cuenta de que Fred no le había preguntado para qué quería aquellas cosas. Comenzaba a comprender por qué su madre sentía tanto aprecio por él.

Penny le abrió la puerta de la buhardilla, hablando por los codos.

—He estado hablando con la tía… Pareció extrañada cuando le hablé de todo lo que íbamos a necesitar aquí. Le pedí un cazo, una sartén, café, leche… Espero que no se me haya olvidado nada. La próxima vez irás tú a verla…

Penny hizo una pausa para recuperar el aliento, posando la mirada en los pies del joven.

—¿Qué es lo que miras con tanta atención? —le preguntó Jon.

—¿Son de goma las suelas de esos zapatos? —quiso saber Penny.

—No. ¿Tenías mucho interés en conocer ese detalle?

—Ven aquí y dime si ves lo mismo que yo estoy viendo —contestó la muchacha dejando a un lado la escoba, para detenerse a un metro escaso de la chimenea—. Fíjate bien: no se trata de la huella de tu zapato, ni mucho menos de la del mío… No hay ni qué pensar siquiera en tu madre.

La pisada aparecía cubierta por una fina capa de polvo.

Jon hizo un movimiento denegatorio de cabeza.

—No, mamá no usa calzado con suela de goma. Jamás le ha agradado. Se me ocurre que alguna de las doncellas pudo haber estado aquí, con objeto de limpiar esto.

—Hay dos cosas: el cuarto no se hallaba limpio y tu madre habló de hacer poco menos que un secreto de este refugio nuestro.

—Alguien debió traerle la caja de cinc hasta aquí arriba. Mamá no tiene fuerzas para hacer un trabajo como ése. ¿Fred, quizás?

—Quizás… —respondió Penny—. En cuanto se me presente la oportunidad examinaré sus zapatos. La huella parece reciente.

Jon confirmó su observación agachándose y examinando de cerca la misma, con todo detenimiento.

—Alguien se nos adelantó —manifestó la chica—. Con una intención u otra…

—Hay que pensar también en que no existe más llave que la nuestra. Penny, ¡te estoy viendo con los ojos fijos en los zapatos de todo el mundo! Ya puedes irte preparando.

—Tú ríete, Jon, pero esto debe tener algún significado.

Mientras Penny continuaba limpiando el cuarto el muchacho encendió fuego. Pronto las llamas de éste lamieron las paredes de la chimenea, cubriéndose el piso de la misma de resplandecientes brasas. Más adelante la chica descendió a la primera planta del edificio para proveerse de otras cosas que necesitaba.

—Primero comeremos —dijo al subir—, y luego examinaremos el contenido de la caja de cinc, hasta que encontremos algo. En el camino me encontré con la tía, quien me indicó que tendremos que lavar los cacharros que ensuciemos. ¡Qué fastidio! Bueno, hay una solución. Ir usándolos las veces que nos hagan falta y señalar un día de la semana para fregarlos todos juntos. Los sábados por la noche, por ejemplo.

—Hoy es sábado —le hizo observar Jon.

—Entonces dejémoslo para los viernes… ¡Oh, Jon! Tu madre creerá que estamos locos, pero fíjate en lo que me ha dado: tarta, jamón, dos pasteles de carne… Pon el cazo en el fuego que voy a hacer un poco de chocolate.

Jon hizo varios viajes a su habitación, trayendo consigo libros de notas y un montón de libros. Y también un jarro con agua y vasos, cosas de las que Penny no se había acordado. En el último de sus desplazamientos tropezó con el señor Grandon, que se le quedó mirando sonriente. El muchacho se preguntaba poco después cómo se las arreglaría para inspeccionar su calzado sin despertar las sospechas de su poseedor.

La comida resultó magnífica y pronto Penny y Jon recuperaron su natural alegría, algo oscurecida a raíz de la marcha de este último. Ya no llovía. Brillaba el sol en lo alto, sobre los rojos tejados de las casas, filtrándose por las ventanas y dibujando extrañas sombras en los tableros del pavimento. Crujían los leños en el fuego y el perfume que de éste se desprendía, así como el calor, contribuían grandemente a hacer acogedor en extremo el cuarto de que acababan de tomar posesión.

—Necesitamos varios cuadros para las paredes —opinó Jon, que estaba comiendo todavía a dos carrillos.

—Sí, ya lo sé —contestó Penny—. Cuadros en los que se vean máquinas y más máquinas… En cuanto pongas en esos muros algo por el estilo lo quito… Oye, Jon. ¿Sabes que me cuesta mucho trabajo alargar más esta espera? Me siento igual que en una mañana de Navidad, peor aún porque eso no es un presente y la sorpresa quizás sea terrible… No me gusta tanto…

Por último pusieron en un extremo de la mesa los utensilios que hablan empleado para comer, depositando encima la caja de cinc.

—Necesitaremos mucho espacio para extender los efectos que contenga —declaró Penny—. ¡Jon, Jon! ¿Y si encontráramos dentro un cráneo humano y un montón de huesos?

Oyeron un ¡clic! al hacer girar la llave en la cerradura, procediendo entonces a levantar la tapa, lo cual efectuaron con bastante facilidad. No hallaron huesos dentro, por supuesto, sino algunos legajos, varios libros y papeles arrollados que parecían mapas.

—¿No habrá también alguna bolsa de cuero, Jon? Piensa en las bolsas de cuero llenas de monedas de oro y joyas de los tesoros de los cuentos. ¿No? ¿Estás seguro? ¿Has llegado acaso con la mano hasta el fondo del cofre?

Jon se irguió.

—No seas tonta, Penny. Tenemos que hacer esto como Dios manda, examinando papel por papel.

Pero aquello no era empresa fácil. En los legajos había cartas y viejas facturas. Los textos no se podían leer así como así. Tras algunas vacilaciones, el muchacho dejó a un lado dichos papeles, prometiéndose volver sobre los mismos si no daba con otra cosa más interesante. Al coger dos de los libros produjo tal cantidad de polvo que Penny se puso a estornudar violentamente.

—Este trata del contrabando en Inglaterra —declaró la chica luego—. Mira, Jon. La obra fue publicada en 1870 y contiene varios grabados maravillosos… Delincuentes colgados de cadenas… Resultaría poco divertido el oficio de contrabandista ante la perspectiva de terminar así. Oye, y el hombre que escribió esas palabras en el cristal de la ventana, ¿no se habría escondido aquí para burlar la persecución de los soldados? Hemos de leer esta obra. No me hará ningún bien, pero deseo estar enterada. ¿De qué trata el libro que tú tienes entre las manos?

—Es una «Historia de los Cinco Puertos». ¿Por qué guardarían uno y otro en esta caja? Tiene que existir alguna razón.

—¿Qué puertos son ésos?

—Rye es uno de ellos, y también Winchelsea, y Hastings. No sé quién me lo explicó a mí… Ha de haber otros puertos. Este libro nos lo dirá. Sí. Aquí los tienes: New Romney, Hythe, Dover y Sandwich.

—¡Qué tontería! Entonces son siete, no cinco.

—Ahora no tenemos tiempo para aclarar ese punto. Me guardaré el libro, que por cierto pienso leer más adelante.

En otro más grueso encontraron recortes de periódicos. Leyeron éstos por encima, averiguando que todos se referían al contrabando y a los contrabandistas de Romney Marsh. Habían también informaciones referentes a la captura de una banda y a las escenas del juicio a que tuvieron que someterse sus miembros. En otro artículo se hablaba de la batalla de Brookland. Aquél aparecía adornado con numerosos grabados.

—¿Brookland? ¿Brookland? —se preguntó Jon, confuso—. Ése es el nombre de una pista de carreras de vehículos a motor. Al menos lo fue… Yo recuerdo que alguien nos habló de un lugar que llevaba ese nombre.

—Sí. Fue «miss» Ballinger durante el viaje. Cuando hizo referencia a Marsh… Bueno, Jon, eso no importa ahora. ¿Qué más hay en la caja? Hasta este momento la cosa no puede resultar más decepcionante. Esos papeles arrollados, ¿qué son?

Entre ellos se encontraba el que había de ser el documento que les inspirara más interés. Entre los dos lo extendieron sobre la mesa. Era un mapa, un esbozo muy rudimentario. Después de darle muchas vueltas llegaron a la conclusión de que en él se intentaba mostrar una zona de Marsh situada en las proximidades de Rye y la costa occidental.

—¡Mira, Penny! Aquí está Rye, dibujada sobre su colina. Y sobre el mar hay una figura, precisamente al lado de Rye. ¿Qué puede ser? ¿Un pájaro, acaso?

Penny saltó presa de gran excitación y al dejar el papel éste volvió a arrollarse, como si fuese un muelle.

—¡Ni hablar! —gritó la chica volviendo a aplanar nerviosamente el boceto—. ¡Somos nosotros, Jon! Es el «Dolphin». Me explicaré: es un delfín de expresión rara, alegre, supongo… Un capricho del dibujante, claro está.

Jon posó la mirada, una mirada de admiración en su prima.

—Tal vez tengas razón. Pero, ¿por qué el hombre que dibujó este mapa tenía que hacer semejante referencia al «Dolphin»?

—¡Por el tesoro, tonto! Apuesto lo que quieras a que este mapa es la pista que buscamos, la cual conduce a algún punto del edificio en que nos hallamos, ¡al tesoro!

—No veo ningún texto ni dibujo que dé a entender algo en tal sentido. Sigamos registrando el cofre, Penny. Pero veamos antes los otros detalles del mapa. Aquí está Winchelsea. Observa esta elevación junto al mar… ¡Ah! Y eso es un molino de viento… Aquí, a espaldas de Rye, veo otro. Parece como si estuviera en medio de un bosque, una estupidez…

Penny soltó nuevamente el papel que retenía por uno de sus extremos.

—¡Jon! —exclamó con voz ronca—. ¡Ya está, Jon! ¿No recuerdas que él habló por teléfono del «viejo molino»? ¡Debió estar pensando en ése!

—Es que aquí hay dos… Ambos pueden ser en la actualidad un montón de ruinas. Quizás existan muchos más, de los que no tenemos la menor noticia. ¿Es esto otro? ¡Dios mío! Brookland de nuevo. Aunque no se trata de un molino de viento. Parece una choza con el techo elevado por sus extremos, de modo semejante al de una pagoda china…

Cuanto más estudiaban el mapa más intrigante se les antojaba éste. Hablaban los dos jóvenes a un tiempo, interrumpiéndose mutuamente. Por último, Jon apartó a Penny de su lado, dejando que el papel se arrollara.

—¡Espera un poco! —exclamó riendo el chico—. Jamás descubriremos nada por este camino. Vaciemos la caja primero para asegurarnos de que no hay en ella otra cosa que merezca más nuestra atención. Finalmente estudiaremos con detenimiento ese mapa.

Penny accedió de mala gana y los dos se aplicaron a su tarea, efectuando un concienzudo registro.

—Aquí, en el fondo, hay otro gran libro —declaró Jon tras haber extraído un puñado de revistas y dos obras de reducido tamaño que hablaban de Rye—. Esto es lo que hacía la caja tan pesada.

El joven inclinó la caja, con lo cual el libro grande cayó a un lado. Entonces percibieron un débil tintineo. Penny se agachó, localizando una menuda llave. Cuando se incorporó advirtió que Jon contemplaba sorprendido el libro que tenía sobre la mesa, primorosamente encuadernado y dotado de metálicos cierres.

—Es una Biblia —dijo Jon—. Lo que se llama una Biblia familiar. Está cerrada. ¿No será ésa su llave?

Penny depositó ésta sobre la mesa.

—Me imagino que sí. Veamos otra vez el mapa, Jon. Dejemos la Biblia para mañana, que es domingo. Ocupémonos del mapa, que éste lo merece.

Pero Jon ya empleaba la llave y mientras ella hablaba percibió el crujido de la menuda cerradura al abrirse.

Penny volvió a apremiarle.

—Vuelve a poner la Biblia en el fondo de la caja, primo.

Como él no se molestó siquiera en contestarle, la chica insistió, levantando la voz… La Biblia se hallaba abierta ante Jon y éste contemplaba absorto un gran sobre blanco que tenía en la mano.

—¡Mira, Penny! Está dirigido a mí. No puede ser. ¿No crees que debe tratarse de alguna superchería?

Penny respondió negativamente con un enérgico movimiento de cabeza. El nombre había sido estampado con toda claridad sobre el anverso: «Jonathan Peter Warrender. El “Gay Dolphin”, Rye, Sussex». Nada más. El muchacho examinó el reverso… No había otro texto.

—Esto debe de ser una broma, Penny. Lo encontré nada más levantar la tapa de la Biblia.

—En cuanto desgarres el sobre te enterarás de lo que hay dentro —señaló Penny, tan práctica como siempre, con aplastante lógica.

Jon no se decidía, dando vueltas y más vueltas a aquél.

—Me parece que debiera mostrárselo a mamá —declaró.

—¿Crees que ella conoce su existencia? ¿No será esto una broma?

—¡Eres irritante, Jon! ¡Ábrelo! ¿No va dirigido a ti? Es tuyo y de nadie más. Ábrelo antes de que me saques de mis casillas… Te anuncié que esa Biblia tenía algún significado.

En lugar de discutirle la última observación Jon se echó a reír.

—¡Vamos a ello, pues! Veamos si podemos hallar la solución del misterio. Aquí ya no se ve tan bien como antes. Acerquémonos a la ventana.

Penny obligó a su primo a sentarse dándole un leve empujón, inclinándose sobre el papel con la barbilla apoyada en su hombro. Jon, rota la envoltura, le mostró unas hojas de papel cubiertas por una letra menuda y apretada.

He aquí lo que los dos jóvenes leyeron en la escondida habitación de «Gay Dolphin», situado directamente bajo el tejado del establecimiento, mientras la lluvia tamborileaba en los cristales de las ventanas y el fuego de leños crepitaba en la atractiva chimenea:

«El “Gay Dolphin”, Rye, Sussex.

Mi querido Jonathan:

Te extrañará recibir una carta tan larga y poco corriente de un viejo al que nunca has visto. Pero si eres tan sensato como me han dicho que sueles ser, confío en que pronto comprenderás por qué llega la presente carta a tus manos por esta vía. Creo que tenías catorce años cuando tu padre dio su vida por este país. Consecuentemente, me figuro que en el instante en que leas esta carta tendrás edad suficiente para darte cuenta de que la vida será difícil para tu madre en lo sucesivo. No tengo otra sobrina que ella. Es una mujer que jamás se ha sentido tan ocupada que no pudiera recordar a este anciano. Siempre halló tiempo, desde que tú eras un bebé, para escribirme varias veces al año cartas alegres, llenas de cordialidad, en las que me hablaba de ti y me daba cuenta de sus planes y esperanzas. Y esto, querido Jonathan, es un regalo inapreciable siempre, sumamente raro… Los viejos advierten entonces que los más jóvenes no les olvidan.

Al morir tu padre ella me escribió. Me hubiera gustado ayudarla, pero todo lo que yo poseía era el “Gay Dolphin”, cuya explotación he estado descuidando durante muchos años, ya que lo que más me interesó siempre fue el estudio del pasado de mi querida villa de Rye en particular. Decidí pedir a tu madre que se encargara de la administración del “Dolphin”, que viniera aquí, a establecer en esta aldea un nuevo hogar. Varios días después de haber tomado yo tal decisión, antes de haber hablado a tu madre de ella, ocurrieron varias cosas importantes. En primer lugar caí enfermo, hecho nada sorprendente considerando mi edad. En segundo término, me dejé convencer por los que sustentan que una operación me evitaría muchos dolores y prolongaría probablemente mi existencia. Escribo esta carta, así como varias otras, poco antes de ingresar en el hospital. Por el hecho de leerla ya podrás imaginarte que, efectivamente, me he ahorrado muchos dolores. Ahora sabrás ya que he legado a tu madre el “Gay Dolphin” con todo lo que contiene. Deseo que convirtáis esta antigua posada en vuestro hogar, no porque haya sido hasta ahora el mío, o porque llevéis sangre de Sussex en las venas, sino porque dentro de sus paredes hay un tesoro escondido, con cuyo hallazgo la vida de tu madre sería más fácil en el futuro.

Quizás te preguntes por qué me expreso en esos términos al dirigirme a un joven como tú. Te contestaré: porque eres en fin de cuentas un hombre y yo no quiero que el enigma del tesoro constituya para tu madre un nuevo motivo de preocupación. Deseo, en cambio, y con mucho interés, darte a conocer la débil probabilidad que se presenta de hallar aquél y las pistas que han llegado a mi poder al final de mi vida…».

Al llegar aquí Penny, cuya respiración era cada vez más agitada, a medida que devoraba el texto que tenía delante, interrumpió a su primo bruscamente:

—¡Para! ¡Alto, Jon! Vas demasiado de prisa. No pases esa hoja que yo aún no he terminado… ¡Oh! ¡Qué hombre más cariñoso, qué bueno!

—¿Eh? Oye, no me eches el aliento sobre la nuca. ¿De quién hablas?

—De ti no por supuesto. Pensaba en el maravilloso tío Charles, el pariente de tu madre. Debes sentirte orgulloso en tu papel de destinatario de semejante misiva… ¡Continúa! ¡Pasemos a la otra hoja! ¿A qué esperas? Jon suspiró, obedeciendo a la indicación de su prima.

«Si posees algunos conocimientos en relación con esta parte de Inglaterra habrás oído afirmar que casi toda la costa hasta Cliff End ha venido siendo utilizada durante siglos por los contrabandistas y que la gente de los Cinco Puertos —he dejado varios libros acerca de ellos para que los leas— son los descendientes de los que hicieron los primeros buques de madera para la Armada Británica. Los hombres de los Puertos se han caracterizado siempre por su carácter rudo e independiente. Siglo tras siglo esas ciudades han sido atacadas desde el mar y cuando nuestros buques no se hallaban luchando por nuestro Rey se ocupaban actuando como piratas por su cuenta. Ya ves, querido Jonathan, que Rye posee una historia capaz de impresionar a un joven como tú. Sus calles recogieron durante mucho tiempo los ecos de las voces de los hombres de mar, de piratas que regresaban de éste con un rico botín, de sangrientas luchas con los franceses, que entraron en la población, en ocasiones, a sangre y fuego. Y no hace tantos años que los Guardas del Rey buscaban en Trader Street los encajes y el coñac traído de Francia a cambio de la lana de nuestros borregos de Romney, que solían cruzar el Canal de la Mancha en la oscuridad de la noche.

El “Gay Dolphin” es tan antiguo como el mismo Rye. No sabría decir los años que tiene, pero me consta que fue muy utilizado por los contrabandistas de alejadas épocas y estoy convencido de que en él se guarda algún importante secreto jamás descubierto por mí. En su tiempo circulaban rumores de que algunos fugitivos de la batalla de Brookland se dirigieron a Rye y que como se vieron muy estrechamente perseguidos escondieron su botín en un sitio que aún no ha sido localizado. Tres de esos fugitivos fueron capturados y ahorcados, según se cuenta, y dos lograron huir. En Rye se afirmó que los cinco habían buscado cobijo en el “Dolphin”, pero esto no fue probado jamás, aunque a mí me parece que la posada que era entonces esa casa resultaría para ellos un refugio conveniente.

Quiero que comprendas que si bien he conocido los rumores puestos en circulación sobre un supuesto tesoro escondido aquí, no me he detenido a pensar en aquellos hasta ayer cuando las pistas anexas a esta carta llegaron a mi poder, en un momento de mi vida en que aquéllas me son de escasa utilidad. Tengo el pergamino por auténtico y hasta puedo decirte algo más. Llegó a mis manos por mediación del hijo de un servidor ya fallecido. Este hombre trabajó durante muchos años para el “Dolphin”… Aquél asegura ser descendiente directo de uno de los hombres que escaparon a su captura a raíz de la batalla de Brookland, enviándome ese documento en prueba de agradecimiento, por una atención que tuve con él.

Aquí, querido Jonathan, hay un buen trabajo para ti, una empresa que a tu edad yo hubiese dado cualquier cosa por tener oportunidad de acometer. Quizás no exista ese tesoro, pero si sucede lo contrario habrás hecho mucho por ayudar a tu madre. No te disguste si no encuentras nada. No esperes tampoco demasiado. Si hay un fondo de verdad en todo ello puede ser que existan personas que posean idéntica información. Sugiero, por tanto, que andes con cuidado, que no digas nada a nadie. Y no añadas esta preocupación a las muchas que ya tendrá tu madre a menos que te veas absolutamente forzado a ello.

Poco me queda ya por decirte. He guardado esta carta en la Biblia por el motivo que tú ya te figurarás, indudablemente. Las otras cosas que esta caja contiene te ayudarán en tus indagaciones, ya que son muchos los papeles que he reunido referentes a la actividad de los contrabandistas en esta región. El mapa, a mi juicio, merece ser estudiado con atención. Fue hallado en el fondo de un viejo armario y en él parecen haber sido indicadas las rutas que utilizaron aquellos hombres, tanto en Romney Marsh como hacia el oeste de Rye. Advertirás que quien lo trazó tomó el “Dolphin” como centro del poblado y la verdad es que todas esas misteriosas líneas apuntan a nuestra antigua aldea.

Querido Jonathan: te deseo mucha suerte en tu empresa. Suceda lo que suceda, recuerda siempre que tu padre esperaba mucho de ti, igual que tu madre ahora. El convencimiento de que tendrás esto bien presente me ha llevado a tomar la decisión de pasarte a ti estos papeles en lugar de a mi viejo amigo Harding, que no creería en ningún tesoro aunque lo estuviese viendo con sus propios ojos. Todo lo que de este asunto he comunicado a tu madre es que deseo que conserves la caja de cinc.

Lamento no haberte podido conocer.

Con el mayor afecto de tu tío abuelo,

CHARLES».

Jon se quedó quieto, con la mirada fija en la ventana, sosteniendo aún en sus manos aquella hoja del singular mensaje. Penny releyó las últimas frases. Cuando el muchacho volvió la cabeza no dejó de observar la huella de una lágrima en sus mejillas. Jon no se sentía muy optimista, ni animado siquiera. Finalmente, Penny murmuró:

—¿Y esa pista, Jon? ¿Dónde está?

Había sido unida mediante un alfiler a la última hoja de la carta. No era otra cosa que un sucio trozo de pergamino, en el que aparecía escrito lo siguiente:

—¡Verás que yo tenía razón, Jon! Yo estuve siempre segura de ello… Y te diré otra cosa, por si no has reparado… Este trozo de papel es lo que el señor Grandon anda buscando, lo que necesita. Ahí están los misteriosos papeles a que se refirió. Tío Charles se hallaba en lo cierto… Habrá otras personas que pretendan alcanzar la misma meta que nosotros.

Penny dio una vuelta en redondo y una vez de espaldas a la ventana, sentada, con los codos apoyados en las rodillas y la barbilla descansando en sus menudos puños, dijo:

—Me prometiste que nos ocuparíamos de este asunto los dos, ¿verdad? Esto es: hemos de compartirlo todo, hasta que consigamos nuestro propósito. No te irás atrás, ¿eh?

—Desde luego que no. Yo solo no podría hacerlo.

Se acercaron de nuevo a la mesa, fijando los ojos en el revoltillo que dejaron encima de ella.

—¡Tengo una sed! —declaró Jon—. Baja y hazte de un poco de té, Penny. Entretanto yo calentaré agua. Luego nos dedicaremos a estudiar nuestro hallazgo.

Cuando las tazas que emplearon se unieron a los otros utensilios de que se habían servido durante la comida, Jon cogió el pergamino. Ahora bien, cuanto más lo miraba menos le decía. Penny sugirió que aquellas dos letras «nt» podían corresponder a un nombre señalado en el mapa, pero por este camino su investigación no prosperó lo más mínimo.

—La fecha está bastante clara —dijo el muchacho—. ¿No se referirán a cualquiera de los paquetes contenidos en esos legajos?

—Yo no lo veo así —argumentó Penny—. Lo mismo puede tratarse del 8 de abril de 1957 que del 1867, 1877, 1907, 1927 o 1937. Quizás esa fecha sea la del 7 de abril realmente, con un 8 delante para hacerlo más difícil. Y no acierto a comprender por qué esas cartas han de tener algo que ver con la fecha… De igual manera, no aprecio relación alguna entre la pista y la misiva de tío Charles…

Jon asintió. En su rostro se dibujó una mueca de tristeza.

—Esas dos letras primeras me desconciertan. Pudieran ser las iniciales de algún nombre. Quizás las del hombre que envió a tío Charles el trozo de pergamino. De esto no decía nada, ¿verdad?

Mientras él ojeaba de nuevo la carta Penny manifestó:

—Quedamos en que no diremos nada a tu madre, ¿eh? Lo echaríamos todo a rodar de contar algo antes de encontrar el tesoro.

—Creo que acaba de ocurrírseme una idea, Penny… ¡Fíjate! Tío Charles dice en la carta que la guardó en la Biblia «por el motivo que tú ya te figurarás, indudablemente». ¿Crees que «nt» pudiera significar Nuevo Testamento?

Penny miró a su primo con admiración.

—¡Seguro, Jon! Localiza el Nuevo Testamento… Claro está, no se me ocurre qué relación puede tener el 8 de abril con aquél. En la Biblia no se encuentran fechas semejantes. Solamente los de Idus de marzo, pero yo creo que se trata de otra cosa.

Jon abrió nuevamente la gran Biblia sobre la mesa.

—Busca la página que comienza con Matías, Marcos, Lucas y Juan… El resto de los libros viene después, con la Revelación al final. Todo ello es fácil de recordar.

—Me acabas de dar otra idea, Penny. Veamos cuál es el octavo libro. Aquí está. Segundo de los Corintios. Pero, ¿qué significa abril? A propósito, los Idus de marzo vienen en el «Julio César» de Shakespeare.

—¡Naturalmente! No podía perderlos de vista. ¡Qué tonta soy! Oye, Jon. Al citar un texto se suele dar el capítulo tras el nombre del libro y luego el correspondiente al versículo, ¿no? Supón que en cierto modo abril es una pista para conducirnos hasta el capítulo de los Corintios…

El muchacho pasó algunas hojas del libro.

—Hay trece capítulos. Examinemos el comienzo de cada uno para ver si habla de la Primavera o de otra época.

No lograron hallar nada que tuviera sentido para ellos.

—Tendremos que leerlos todos, Jon. No tenemos más remedio que proceder así. Comencemos. Lee tú el primer capítulo. Yo, entretanto, me ocuparé del siguiente.

—Espera un instante, Penny. Acabamos de suponer que fuera una alusión a la época del año. Abril es el cuarto mes, ¿no? Leamos el capítulo cuarto…

—Versículo séptimo —dijo excitada la chica—. No hay ni que dudarlo: ahí está.

Al leer las primeras palabras experimentaron la sensación de encontrarse en lo cierto.

«Pero nosotros guardamos este tesoro, en recipientes de barro».

—¡Ya lo tenemos! ¡Ya lo tenemos! —exclamó Penny. En su emoción abrazó efusivamente a su primo.

—¿Qué te pasa? —inquirió Jon deshaciéndose de ella—. Hemos aclarado eso, ciertamente, pero sin avanzar un solo paso hacia lo que buscamos. «Recipientes de barro»… Esto quiere decir, por ejemplo, un jarro…

—¡O una antigua tetera! —opinó Penny, animosa.

—O un florero…

—O, simplemente, un agujero en determinadas condiciones excavado en el suelo.

Jon comenzó a recoger mapas, libros y papeles, guardándolos de nuevo en la caja.

—Me duele la cabeza —dijo—. Salgamos un rato de la casa, aunque esté todavía lloviendo. Me apetece respirar un poco de aire fresco. Charlaremos de esto durante nuestro paseo… Nos hemos portado bien, Penny. Creo que conseguiremos dar con esas vasijas de barro… Va a ser difícil, sin embargo, ya que tengo la impresión de que han sido enterradas en algún sitio.

—¿Qué piensas hacer con el pergamino? —inquirió Penny cuando apilaba los cacharros usados por ellos con un ruido estremecedor—. ¿Te lo coserás a la camisa?

—¡Ni hablar! Me lo guardaré en la cartera… Bueno. Yo llevaré esa bandeja. Tú toma la llave y asegúrate de que la puerta del cuarto queda perfectamente cerrada. El fuego se ha apagado. Mejor. Así no hay peligro de que se produzca ningún incendio.

Pasaron unos minutos en la cocina, donde dijeron que ellos mismos se ocuparían de fregar todo lo que ensuciaran. Allí trabaron amistad con dos de las servidoras. Jon que era muy afable cuando se lo proponía, dirigió unas palabras halagadoras a la de más edad, quien correspondió adecuadamente a su actitud. Luego, los dos jóvenes fueron en busca de la señora Warrender.

—¿Habéis estado allí arriba todo el día? —les preguntó ésta—. ¿Os ha agradado el cuarto?

—Es maravilloso, tía —contestó Penny—. Prácticamente viviremos allí durante todo el tiempo que estemos en esta casa. Supongo que no te importará…

—¡Ya lo creo que me importa! En esa habitación no se respira aire fresco y lo mejor ahora es que salgáis a dar un paseo. Ha parado de llover ya, quedando una buena tarde. Iros a explorar la población. Procuraré tener la cena preparada a vuestro regreso.

Esto era realmente lo que los dos querían. Penny y Jon marcharon a buscar sus impermeables.

Lo que necesitamos ahora —opinó Penny—, es un perro. Un animal que no sea demasiado grande, pero si bastante feroz. ¿Se opondrá a eso la tía? ¡Oh! Buenas tardes, señor Grandon. Me alegro de verle.

El señor Grandon, que se hallaba bajo el pórtico, impecablemente vestido, pareció sorprendido al oír la última frase de la chica. No obstante, se quitó el sombrero con un ceremonioso ademán. Sus dientes brillaron al distenderse sus labios en una sonrisa.

—Os proponéis respirar un poco de aire puro tras la lluvia, ¿no, Penny? Os hemos echado de menos hoy. ¿Habéis pasado todo el día dentro, quizás?

Penny le obsequió con una de sus más dulces sonrisas.

—No queremos que lo sepa nadie, señor Grandon, por lo que creo que usted no lo divulgará, pero nos hallábamos tan cansados, después de nuestro largo viaje de ayer, que hemos pasado todo el día en nuestras habitaciones, ¡acostados!

—¡Qué embustera eres! —comentó Jon encontrándose ya con su prima en la calle. Has de saber que tropecé con él en el corredor esta mañana…

—Es igual. Que no sea tan entrometido. Quería saber dónde habíamos estado.

Se deslizaron a lo largo del muro. Al mirar hacia el oeste vieron que los últimos rayos solares teñían de un bello color rojizo las tormentosas nubes que cubrían el firmamento. Por debajo de ellas corría rápido el río, en dirección al mar. En el llano flotaban unos jirones de niebla. Sólo podían ver desde el lugar en que estaban la parte superior del castillo de Camber.

—Esa niebla hace pensar en el mar, adueñándose nuevamente de sus antiguos dominios —manifestó Penny—. Ahora cubre casi toda la tierra, como si fuese una masa de agua. Winchelsea y Rye, ¿no lo ves, Jon?, se destacan en este paisaje como unas islas. Igual que siglos atrás, ¿verdad?

Jon asintió.

—Me estaba preguntando qué haría el señor Grandon si conociese esto que llevo en la cartera. Tenemos que examinar ese mapa cuidadosamente, Penny. Mañana habremos de ocuparnos de esos molinos de viento de que hemos hablado… ¡Nos enfrentamos con tantas incógnitas!

—En el mapa se ve un molino a espaldas de la ciudad, ¿recuerdas? Vayamos a conocerlo ahora mismo y a nuestra vuelta hablaremos con Fred Vasson. Este sabe muchísimas cosas sobre Rye… Me dijo que había nacido aquí. Nos dará todo género de explicaciones, sea lo que sea lo que le preguntemos. Vamos. Hemos de dejar la iglesia grande atrás.

—Primeramente descenderemos por esos escalones para ver el río —contestó Jon—. Preguntaremos a uno de los pescadores por el camino que conduce al molino. También desearía echar un vistazo a esas barcas.

Penny se mostró de acuerdo y los dos jóvenes comenzaron a bajar por el «Trader’s Passage», junto al «Dolphin». Los escalones estaban muy desgastados y el sendero era bastante inclinado. A la derecha veían los muros de las casas, pegados a la ladera de la rocosa elevación.

—Esas casas no cuentan con muchas ventanas —observó Penny.

—Por este lado no. Me imagino que esas aspilleras fueron utilizadas por los arqueros para defender la ciudad en los momentos de peligro. Seguramente las ventanas caen al otro lado.

Después averiguó que no se había equivocado.

Ya en el fondo del pasaje se volvieron hacia la izquierda. No tardaron en hallarse entre pescadores y calafates. Veíanse varadas algunas esbeltas embarcaciones, ennegrecidas en muchas de sus partes por el alquitrán. Las gaviotas revoloteaban a centenares por encima del cauce del río. Cosa extraña: la atmósfera se observaba despejada allí. Penny y Jon se apoyaron en la barandilla del puente, junto a dos ancianos pescadores, contemplando cómo el agua discurría por entre los pilares. Preguntaron por el nombre del río, que resultó ser el Tillingham, al cual en las proximidades se unía el Brede. Los dos precipitaban sus aguas después en el Pother, que desembocaba en el mar por el puerto de Rye, a dos millas de distancia. Unos minutos más tarde la juvenil pareja paseaba por estrechas calles, examinando distraídamente los escaparates de las tiendas, entre grupos de gente.

—Me agradan los sábados, especialmente por la noche. ¿A ti no, Jon?

—Me gusta concretamente este sábado y este sitio. Es diferente a cuanto hemos conocido hasta ahora. Mira, Penny. Esa debe ser Land Gate. Debemos cruzar este pórtico si hemos de seguir las instrucciones del viejo. Se parece al de Winchelsea.

Encontraron el molino de viento con bastante facilidad. Hallaríase éste como a una milla de la población, no lejos de una granja. Ciertamente que debía tener muchos años, aunque las lonas de sus aspas parecían encontrarse en buen estado y éstas en disposición de girar.

—El lugar es poco indicado para una cita —dijo Penny. Sin embargo, como él habló de un molino viejo y éste debe datar de sólo Dios sabe cuando…

—Me gustaría ver funcionar ese armatoste —declaró Jon—. ¿Regresamos ya? Le preguntaremos a Fred si por aquí hay algún otro molino. Está oscureciendo, hace frío y tengo ganas de cenar.

Descendieron de la elevación con los ojos fijos en las luces de Rye. Veían centenares de ventanas iluminadas. La niebla lo cubría ya casi todo. A varias millas de distancia, donde las olas del mar acariciaban la playa de Dungeness, el solitario faro lanzaba hacia las oscuridades oceánicas sus regulares destellos.

Al rozar con sus pies los guijarros de Lond Gate sus pasos resonaron en la breve cavidad del pórtico. Penny se cogió del brazo de su primo y éste, por vez primera, no intentó desasirse.

—Me consta que es a «miss» Ballinger a quien ese hombre pretende ver —declaró la chica—. Le seguiremos para averiguarlo.

—En el caso de haber otro molino tendremos que repartírnoslos —repuso Jon—. Espero que no sean tres… He venido pensando en los recipientes de barro. No tiene sentido, ¿verdad? Esto va a ser un auténtico acertijo. Lo primero que tenemos que saber es qué tiene que ver ese individuo, Grandon, con el asunto…

—Ya me he cansado de llamarle señor Grandon. Sé que es un auténtico villano y que al final habremos de requerir los servicios de la policía para deshacernos de él. Al fin y al cabo Jon, sabemos que va detrás de algo que pertenece a tu madre. Cuando hablemos de ese hombre voy a referirme a él con un mote apropiado: «Mequetrefe». Le cae bien éste, ¿verdad?

—¡Mira, Penny! Han encendido el rótulo luminoso del «Dolphin». Está bonito, ¿eh?

Al llegar al hotel vieron a Fred Vasson en lo alto de una escalera, ajustando una de las nuevas lámparas.

—Lista para el lunes —dijo el hombre dirigiendo una sonrisa a los jóvenes—. Esta próxima semana hemos de aparecer lo más elegantes posible.

—Fred: queríamos hacerle a usted unas cuantas preguntas sobre Rye. ¿No podríamos ir a verle a su pequeño refugio después de la cena?

—Seréis bien recibidos. Siempre y cuando la madre de Jon no se oponga. Traed unos vasos y os haré un poco de chocolate.

Así, pues, tras la cena se apresuraron a separarse de la señora Warrender, que sólo les hizo alguna que otra pregunta sobre su paseo, yendo en busca de Fred.

Por efecto de la lámpara de petróleo y la estufa en la habitación de Fred el calor era casi insoportable. Penny se alegró de haberse aligerado de ropa y Jon se quitó el jersey. Fred había despejado un banco para que se sentaran y mientras vigilaba la leche que tenía en el fuego comenzó a contarles cosas de Rye. A Vasson no le importaba que los dos jóvenes le «frieran» materialmente a preguntas relativas a la población en que naciera y sabía tantas historias que Penny y Jon se veían y deseaban para seguir el hilo de su discurso.

—¿Qué significa la frase «Dios salve a Inglaterra y a la ciudad del Rye», Fred? —inquirió Penny.

—Lo que dice, estrictamente, muchacha. Los naturales de Rye se han considerado siempre algo aparte de las restantes gentes del país. Fue uno de aquí quien dijo o escribió tales palabras. ¡Rye no podía ser regido por el mismo patrón que las demás poblaciones!

Luego Fred explicó a los jóvenes que los Owler eran los hombres de Romney Marsh que se ocupaban de transportar la lana de la región a las embarcaciones, las cuales la llevaban gratis a Francia.

También les habló de la gran batalla que muchos años atrás tuvo lugar entre los contrabandistas y las fuerzas de la Ley. Jon se disponía a preguntarle a Vasson si en las proximidades de Brookland se encontraba alguna pagoda cuando Penny se le adelantó para decir:

—Desde nuestra llegada aquí nos sentimos interesados por los molinos de viento. En lo alto de esa elevación que hay detrás de esta casa hemos localizado uno. ¿Funciona todavía?

—¡Ya lo creo!

—¿Existen otros por aquí? —inquirió Jon en el momento crítico.

—Dentro de Rye, no. Sin embargo, en Winchelsea, en un campo que no está lejos del cementerio, hay unas ruinas… Mucha gente de esta población le llama «el molino viejo»… Bueno. Pasadme ahora vuestros vasos y os hablaré de la batalla de Brookland…

Al volverse el hombre hacia el fogón, Jon fijó la vista expresivamente en Penny, quien se apresuró a decirle, en voz muy baja:

—¿Has visto? Tal como lo pensé. ¡Suerte que tenemos!