CAPÍTULO XII

JUEVES: 15 6 10

Al día siguiente de la gran aventura Jon dormía pesadamente en su cama. Poco después de salir su madre de la habitación del muchacho éste abrió los ojos, sin recordar nada de momento, hasta que el lecho comenzó a crujir y a moverse, igual que si la casa estuviese siendo sacudida por un terremoto.

Jon emitió una serie de gruñidos, dando la vuelta, pero aquel movimiento no cesaba, y como no había nada que le disgustara más que le molestaran cuando dormía se echó las ropas por encima de la cabeza.

Pronto captaron sus oídos una conocida voz que gritaba:

—¡Despierta, Jonathan…! ¡Despierta, perezoso! Jonathan… ¡Despierta!

Probó en vano a conciliar el sueño de nuevo. Viendo la inutilidad de sus esfuerzos buscó en la mesita de noche sus lentes. Aún antes de encontrarlos comprendió que el dorado sol de la tarde había invadido su habitación, distinguiendo entre su lecho y la ventana una melena de rojizos cabellos.

—Penny —gruñó—, ¿por qué no me has de dejar en paz? Al parecer tendré que encerrarme aquí dentro con llave para librarme de ti. Sabes perfectamente que por las mañanas no estoy de muy buen humor. ¡Vamos, lárgate!

—¿Que por las mañanas…? Pero, querido, ¡si es casi la hora del té ya! Hace media hora que estoy despierta y pensé que nosotros dos teníamos que hablar, aprovechando la ocasión de que por aquí no parece haber nadie… Sabes lo que quiero decir, ¿no?

—Lo sé… Sin embargo, creo que no es el momento adecuado, Penny. Todavía no me siento despejado del todo y quisiera dormir un poco más…

Penny interrumpió sus saltos sobre la cama, dirigiendo a su primo una grave mirada.

—¿Te portarías mejor si te trajera una taza de té? Mira, Jon. No pienses que deseo importunarte, pero tenemos que ponernos de acuerdo sobre las explicaciones que hemos de dar a tu madre, a los señores Morton…

Jon se sentó en el lecho. Al mirar a Penny detenidamente pensó que nadie hubiera dicho que había pasado unas horas tan penosas el día anterior. ¡Qué capacidad de recuperación tenían a veces las chicas! El muchacho se pasó una mano por los cabellos, bostezando.

—¿Te encuentras bien, Penny? ¿No te has resfriado siquiera?

Ella le obsequió con una radiante sonrisa. ¡Por fin iba a mostrarse razonable!

—Me encuentro perfectamente. ¿Y tú?

—A mí me duelen las piernas. De estar en cuclillas, seguramente.

Penny se aproximó a la ventana, descorriendo las cortinas.

—Quizás estuve equivocada al aconsejarte e insistir en que no debíamos decir nada a los mayores. Es posible que no hubiéramos pasado esos instantes tan terribles ayer de haber referido a tu madre nuestras averiguaciones.

—Échame ese jersey. Me pondré cómodo ya que te empeñas en que hablemos. Gracias… Bueno. Si no dijimos nada fue porque no sabíamos qué era lo más conveniente.

—En ocasiones te aborrezco, Jon, pero otras veces me pareces la mar de simpático. Vamos a ponernos de acuerdo ahora. ¿No te das cuenta, primo, de que no sólo no hemos logrado dar aún con el tesoro, sino que incluso nos hemos olvidado de él? Contemos a los demás todo cuanto se relaciona con «miss» Ballinger y «Mequetrefe»… Oye, ¿qué habrá sido de ellos? Luego celebraremos una nueva reunión e iniciaremos las pesquisas. Si esa gente ha desaparecido alcanzaremos nuestro objetivo sin más interrupciones. El tesoro tiene por fuerza que existir. De lo contrario, ¿cómo justificar el vivo interés de la Ballinger por conocer el mapa y el significado de la inscripción del pergamino?

—¿Quieres dejarme en paz, Penny? —gruñó Jon—. Te empeñas siempre en llevarme de la mano de un lado para otro… Anda, vete a darte una ducha, a ver si te despejas mientras yo me visto. Después de comer contaremos a mi madre y a los Morton cuanto sabemos.

—¡Jon! ¡Jon! Estamos muy cerca de la meta. Sigamos el asunto por nuestra cuenta. Esto es lo que se me antoja mejor ahora.

—Nos hallamos tan cerca como cuando averiguamos lo de los «recipientes de barro»… Sal ya si no quieres que te tire a la cabeza lo primero que tenga a mano.

Penny enfiló lentamente el camino de la puerta, apretando el paso al ver que Jon se inclinaba para coger del suelo una de sus zapatillas.

Cuando Jon bajó su prima se hallaba sentada en un sillón, hablando con la señora Warrender. El muchacho le dio un beso a su madre, apresurándose a decirle:

—Tenemos muchas cosas que contarte, mamá. ¿No podríamos reunirnos con los señores Morton para charlar sobre ellas? ¿Lo soñé o fuiste tú quien me dijo que Grandon se había marchado para no volver?

—Sí, se ha ido. Yo también tengo que referirte algo… No me importa que estén presentes los Morton, pero, ¿crees que verán con agrado que les molestemos con este asunto puramente personal, nuestro?

—¿Qué pasa con los Morton? —preguntó alguien en un cordial tono de voz desde la puerta—. Supongo que no se trata de un consejo familiar, señora Warrender… Nosotros estamos dispuestos a ayudarles en la forma que sea. Nos agradaría que además de ser los primeros huéspedes del «Dolphin» nos considerase amigos de la casa.

Vasson llegó cargado de té, tostadas, mermelada y pasteles. Aparecieron los mellizos, relucientes de tan aseados como iban. Y también David, conteniendo un bostezo. Jon, comunicó a éste lo que pensaba hacer.

—Tú sabrás qué es lo que más conviene… He tenido una carta que deseo enseñarte tan pronto como sea posible.

En cuanto los mayores encendieron sus cigarrillos Jon comenzó a relatar su historia. Nadie se permitió la libertad de interrumpirle.

—Ya ve usted, señor Morton —dijo el muchacho al terminar—, que sabemos, ciertamente, que se apoderaron de la pista hallada por nosotros, pero no lograron avanzar nada en absoluto…

—Al localizar ese indicio demostrasteis ser más inteligentes que ellos. ¿Recuerdas el pergamino, Jon? ¿Qué tamaño tendría, aproximadamente?

—Era muy pequeño —repuso Jon, frunciendo el ceño—. Unas cuatro pulgadas mediría quizá… El texto resultaba bastante claro. Si me presta usted un lápiz intentaré dibujárselo.

El papel fue pasando de mano en mano. El señor Morton se dirigió a la madre de Jon:

—Me inclino a creer que estos chicos se hallan sobre la pista de algo concreto. Ahora bien, tratándose de algo reservado familiar, no quisiera que usted pensase…

La señora Warrender puso entonces de manifiesto que le quedaría sumamente reconocida por su colaboración. Luego Jon extendió el mapa en el suelo para que todos pudiesen verlo. Al cabo de un rato el señor Morton se incorporó.

—Existen demasiadas coincidencias para que todo esto sea falso. El tesoro, escondido en una parte u otra, existe, indudablemente. Quizás esté en lo cierto Jon al suponer que fuese depositado en una vasija romana. En la marisma se observa un trazado que apunta hacia aquí. Es posible que se trate del «Dolphin», especialmente realzado en el mapa.

—Esta casa fue en otro tiempo un refugio para los contrabandistas, señor Morton —se apresuró a declarar Penny—. Cuando usted vea nuestra habitación de la parte alta y el pasadizo secreto pensará igual… Creemos que aquéllos se escondían de los guardias del Rey en nuestro cuarto.

—Eso es algo que nosotros no hemos hecho nunca: contrabando, quiero decir —aclaró Dickie—. ¡Cómo me gustaría haber vivido esa experiencia!

El señor Morton, pensativo, dio unas chupadas a su pipa, recogiendo el mapa de nuevo.

—Al parecer existe cierta conexión entre el «Dolphin» y el castillo de Camber. La pista se orienta después hacia la elevación en que os refugiasteis anoche, prolongándose hasta Cliff End. Creo que muy cerca de la playa hubo en otro tiempo una hospedería que fue destruida por la furia del mar. Y si no fue destruida entonces desaparecería anoche, de todos modos. Le preguntaremos a Vasson, pero la verdad es que yo he leído en alguna parte que era frecuentada por los contrabandistas. Debe existir otra pista aún no descubierta por vosotros. ¿Tú recuerdas, Jonathan, si el pergamino tenía el aspecto de haber sido cortado o roto?

No recuerdo bien… Eso sí; el texto había sido escrito en la parte inferior…

—Lo cual quiere decir, quizá, que tú poseíste la mitad de un mensaje… ¿Nos permitiría la señora Warrender explorar el pasadizo secreto ahora? Creo que debemos hacer eso en seguida. Tengo que admitir que siento tanta curiosidad como cualquiera de vosotros, chicos.

La señora Warrender esbozó una sonrisa.

—No faltaría más. Sepa usted que yo no conozco ese sitio aún. Vayamos a verlo. Necesitaremos velas y linternas, ¿no, Penny?

La chica respondió afirmativamente. Antes de subir al cuarto fue a su dormitorio para ponerse un jersey. Se asomó un momento a la ventana. Por una razón que no había sabido explicarse se sentía entristecida. Había hecho muy poco por su tía… ¿Y si el señor Morton estaba fingiendo creer en el tesoro, sólo por no desilusionarlos?

Penny marchó en busca de Jon.

—¿Dónde están los otros? —le preguntó al verse frente a él.

—Han ido a cambiarse de ropa. ¿Qué querías, Penny?

—Deseaba decirte algo.

—¿Qué es? Estás triste, me parece… Yo también me siento algo aplanado.

—¿Crees que el señor Morton descubrirá algo en el pasadizo? Yo no deseo que suceda tal cosa. Quisiera que eso corriese a nuestro cargo.

Pronto se les unieron los demás expedicionarios y ya todos juntos subieron las escaleras que conducían al cuarto de los jóvenes. Jon abrió la puerta, echándose a un lado para que pasaran los mayores. Los mellizos hubieran abierto el panel de comunicación con el corredor en un abrir y cerrar de ojos de no habérselo impedido David.

—¿Quiere usted ver los otros papeles, señor? —preguntó Jon al padre de aquél—. ¿O vemos antes que nada el pasadizo?

—El pasadizo es lo que más me interesa porque jamás he tenido ocasión de poner los pies en ninguno. Sugiero que Jon y Penny marchen delante y a continuación la señora Warrender.

Esta distribución de fuerzas no fue muy del agrado de Mary y Dickie, los traviesos mellizos, pero no tuvieron más remedio que resignarse tras una severa mirada de David.

Al ponerse de rodillas ante el panel Penny no pudo contener una explicación. Acababa de acordarse de algo.

—¡Jon! ¿Y los hilos que tendí aquí? Me había olvidado de ellos… Los coloqué ayer por la mañana para saber luego si «Mequetrefe» había subido hasta aquí… Éste no ha sido quebrado, pero no me acordé a tiempo de examinar el del descansillo.

—Eso no interesa ahora, Penny. Vamos, haz funcionar el mecanismo.

El panel se movió y todos percibieron el habitual olor a humedad.

Jon miró sonriente a su madre diciéndole:

—Al cedernos esta habitación nos diste una gran sorpresa, ¿no recuerdas? Fíjate en lo que descubrimos después.

Todos se deslizaron dentro del pasillo. Las linternas suministraban luz suficiente para moverse a lo largo de aquél. Jon les condujo hasta la habitación de Grandon, donde tuvo que admitir que no habían dado aún con el procedimiento para abrir el panel por aquella parte.

—¿Vas a hacernos recorrer todo el pasillo, Jon, o deseas que examinemos detenidamente los peldaños y las paredes, por si encontramos algún sitio en el que sospechemos pueda haber sido escondido algo? —inquirió el señor Morton.

—Veamos el pasadizo primero —solicitó Penny—. Se quedarán ustedes extrañados cuando vean a dónde va a parar. Es posible que al llegar al final, al señor Morton se le ocurra alguna idea sobre el paradero de los «recipientes de barro».

Así quedó acordado. Penny se volvió en cierto momento para explicar a su tía que se hallaban bajo los escalones que desde una de las paredes laterales del «Dolphin» conducían al río. De pronto Jon se detuvo y la chica tropezó con él.

—¿Eres tonto acaso, Jon…?

—Tenías razón en lo que dijiste acerca de las raíces del árbol, Penny —declaró su primo—. Mira ahí. Enfoca la linterna. Parte del techo y el muro se ha derrumbado… Un momento… Aquí hay algo raro… Ven, Penny.

Ésta no dejó de advertir su excitación. Jon había dirigido el foco de su linterna a un montón de escombros que quedaban junto a sus pies.

Así fue como, al fin, Penny encontró el tesoro. Jon, silenciosamente dio un paso atrás para que el honor del hallazgo le correspondiera por entero a ella. Entre el polvo y las piedras había un objeto que brillaba. Penny se inclinó, enderezándose después lentamente con un collar de diamantes en las manos, una fila de piedras que lanzaban infinitos destellos, que parecían arder entre los temblorosos dedos de la joven.

Ésta se lanzó emocionada sobre su tía, abrazándola.

—Es para ti, querida tía —le dijo—. Era una sorpresa que te reservé desde el primer momento… ¡Fíjate! Se trata del tesoro del «Dolphin» y te pertenece. Hemos acabado derrotando a la Ballinger y sus aliados.

Se produjo entonces tal alboroto (al que contribuyeron con su característica eficiencia no poco los dos mellizos), que el señor Morton se creyó en la obligación de imponer algún orden.

—Lo más prudente es comprobar si los diamantes son auténticos antes de celebrar el hallazgo. Volvamos de momento sobre nuestros pasos.

—Yo quisiera que primero viera usted, señor Morton, el sitio en que Penny los descubrió.

Mientras los otros emprendían el ascenso guiados por la chica el padre de David se aproximó a la caída pared. Jon se había arrodillado un instante.

—¡Fíjese, señor Morton! ¿No cree usted que esos fragmentos pueden ser los restos de una vasija antigua? Yo creo que el collar se encontraba en el interior de ésta, la cual cayó quizá, rompiéndose…

—Me parece que no andas descaminado en tus suposiciones, muchacho. Llevémonos todos esos trozos a fin de examinarlos bajo una buena luz.

No llegaron ni a dar la vuelta… Debajo de las raíces del árbol descubrieron un hueco en el muro. Evidentemente, con el temporal se había producido un pequeño corrimiento de tierras que afectaba al techo y a uno de los muros del pasillo. Sin duda, las raíces habían tapado la cavidad en que se hallaba la vasija de arcilla. Jon admitió que aquella zona no había sido inspeccionada por ellos antes. El hallazgo se habría producido de todos modos… de haber sabido dónde mirar.

Cuando se unieron a los otros observaron que la señora Warrender procedía a encender la reseca leña que había en la chimenea. La señora Morton se recreaba contemplando el efecto que el collar de diamantes producía sobre el cuello de Penny.

—Penny asegura que no te molestará que nos quedemos aquí para charlar un rato —dijo a Jon su madre, todavía de rodillas—. ¿Qué te parece si nos enseñas los otros papeles? ¿Habéis encontrado algo más? De ser así no sé si podré resistirme a tantas emociones…

El señor Morton sonrió mientras dejaba sobre la mesa los fragmentos recogidos en su pañuelo. Luego Penny se aproximó a su primo, que estaba cerrando el panel.

—Eres tú quien realmente encontró el tesoro, Jon. Te apartaste discretamente para que fuese yo quien cogiera el collar… Así se lo contaré a todo el mundo.

—Vamos, vamos, no seas tonta, Penny.

A continuación mostraron a la señora Warrender y a los Morton la carta de tío Charles y los restantes documentos.

—Analicemos el mensaje —dijo el señor Morton—. ¿Dónde lo encontraste?

—En la Biblia, cogido con un alfiler a la carta que mamá está leyendo.

—Pues miremos la Biblia de nuevo. Mary, querida, acércala a la ventana si puedes con ella… Y, ¿podría echar un vistazo a la carta o es demasiado personal?

Intervino en la conversación la señora Warrender.

—Jon, hijo, ¿te has dado cuenta de que tío Charles habla aquí de «pistas», así, en plural? ¿Estás seguro de que sólo encontraste un trozo de papel?

Jon hizo un gesto afirmativo.

Mary cogió la gran Biblia con cierta dificultad y al darle la vuelta de entre sus hojas, cayeron al suelo varias cosas, una flor seca y plana, un viejo sobre que contenía un mechón de pelos y un trozo de pergamino.

—¡Ya lo tengo! —gritó con aire triunfal al coger este último—. ¡Bien por mamá y el señor Morton!

—¿Y yo qué? —inquirió Mary.

Pero nadie le hizo el menor caso.

—¡Penny! ¡David! —llamó Jon—. Fijaos en lo que hemos encontrado. Apostaría cualquier cosa a que este papel encaja en el que los otros se llevaron.

La inscripción del pergamino era muy breve:

Jon limpió cuidadosamente los cristales de sus gafas.

—¿Qué significará esto? —preguntó—. El otro papel rezaba: «nt 8 April 7», y supongo que dicho texto fue escrito encima de esos números antes de ser desgarrada la nota.

—Esa «n» y esa «t» fueron ya interpretadas por nosotros: Nuevo Testamento —declaró Penny—. ¡Sigamos la pista hasta el final! Busca el libro decimoquinto del Nuevo Testamento.

Jon se colocó el libro sobre las rodillas y empezó a pasar páginas.

—… Ahora viene el capítulo VI… Ya comprendo… Aquí está. ¡Aquí está! Esto debe ser. El versículo 10 comienza: «Pues el amor al dinero es la raíz de todo mal». Supongo que «raíz» debe ser considerado un indicio, ¿no?

El señor Morton se echó a reír.

—Muy ingenioso. Cuantos frecuentaron el «Dolphin» tenían que conocer el árbol y los contrabandistas que utilizaban el pasadizo secreto estarían familiarizados con sus raíces.

—Si estos brillantes son auténticos ya me preocuparé de que el dinero que nos den por ellos sea bien empleado —manifestó gozosa la señora Warrender—. Esto equivale a un montón de detalles que faltan en el «Dolphin» y a ciertas cosas para Penny y Jon…

El señor Morton pasó a explicarles lo que le había referido un detective por la mañana, un agente llegado de Hastings.

—¿Un detective de verdad? —inquirió Dickie nada más empezar su padre a hablar—. ¡Y habéis permitido que siguiéramos durmiendo!

El padre del pequeño hizo caso omiso de la interrupción.

—Al parecer la policía vigilaba desde hacía algún tiempo a «miss» Ballinger. Había realizado diversas transacciones de dudosa legalidad con antigüedades y cuadros. No existía ningún cargo concreto pero recelaban de ella… Grandon era una especie de ayudante. Los dos oyeron, quizá, hablar del tesoro. Puede ser que la llegada de Grandon al «Dolphin» se debiera a aquél. De todos modos la policía cree que «miss» Ballinger falsificó la carta en que se recomendaba a la señora Warrender que conservara en su puesto a «Mequetrefe», como tan acertadamente rebautizasteis a ese individuo. Aquélla ha incurrido, pues, en grave delito. La Ballinger era el cerebro del triunvirato. La policía tiene mucho interés en echarle el guante. También desea enfrentarse lo antes posible con su linda sobrina.

—¿Tienen algo contra esa muchacha? —preguntó Jon.

—Ignoramos si se trata de una sobrina de verdad o si es simplemente, una cómplice. No intentaría conquistarte, ¿eh, Jon?

—¡Jon se ha ruborizado! —proclamó inesperadamente Mary.

La madre de ésta retiró a su hija del centro del cuarto dándole un fuerte tirón del brazo.

David acudió en socorro de su amigo.

—Es posible que haya cometido algún acto censurable, pero no hay que olvidar que esa joven volvió al «bungalow» después de encerrarnos en él «miss» Ballinger. Fue ella quien arrojó por una ventana la llave del cuarto en que se encontraban Penny y los gemelos… Hay que decir eso en favor suyo.

—Quedan por aclarar algunos puntos referentes a vuestras andanzas de estos días atrás —dijo la señora Warrender a su hijo—. Entretanto convendrán los señores Morton conmigo que lo mejor es que todos os vayáis a la cama bien temprano hoy.

—Si yo no he hecho más que levantarme —protestó Dickie.

—Para eso no valía la pena haberse vestido una —añadió Mary.

—Yo no quiero acostarme aún, tía —dijo Penny.

—Además —declaró Dickie—, yo estoy muerto de hambre y no es saludable irse a la cama con el estómago vacío.

David intervino en la conversación juiciosamente.

—No creo que podamos pegar un ojo si nos acostamos. Yo le pediría a papá que nos llevase a la playa para ver cómo trabajan los hombres en el muro y trepar de nuevo por el promontorio en que permanecimos varias horas. No hace frío y la luna saldrá en cuanto se haya hecho de noche… Se trata, por otro lado, de un espectáculo educativo.

Las protestas de las señoras fueron ahogadas por las demostraciones de entusiasmo de los chicos. Minutos más tarde aquéllas se encontraban ante la puerta del «Dolphin», despidiendo a los expedicionarios.

El castillo de Camber no había conocido jamás unos fosos tan profundos alrededor de sus muros. La inundación, en las zonas llanas, resultaba ya menos impresionante. El camino estaba sembrado de charcos y barro. El grupo se internó por la estrecha carretera que conducía a la playa, donde el tráfico era intenso.

El señor Morton optó por dejar el coche en el garaje de un desierto «bungalow». En su paseo, más adelante, se vieron detenidos por un corpulento agente de policía.

—Lo siento, pero tengo órdenes de no dejar pasar a nadie. Habrán de regresar.

—No puede usted decir eso tratándose de nosotros —repuso Dickie. Somos los que…

El policía miró al chiquillo distraídamente, y entonces el señor Morton se apresuró a intervenir, explicándole que eran los niños que habían pasado la noche en lo alto del promontorio, refiriéndose también a «miss» Ballinger.

—Incurro en una pequeña irregularidad, señor, pero en fin… Procure que esas criaturas no se acerquen demasiado a las grúas.

Desde la cumbre de la elevación pudieron ver cómodamente cómo trabajaban los hombres en la reparación de la brecha del muro. Cuando la luz del día se desvaneció fueron encendidos unos proyectores, que iluminaron suficientemente la escena. Mary y Dickie se sintieron muy atraídos por el curioso trabajo de las excavadoras, acabando por descender en compañía de su padre por la ladera, al objeto de aproximarse un poco a aquéllas.

Jon y Penny se apoyaron perezosamente en una de las paredes de la casucha almacén, contemplando en silencio los restos de la vivienda de «miss» Ballinger. ¡Qué aventura la suya! Lo más probable era que en el resto de sus vidas no les sucediera nada tan emocionante. Jon admiraba a Penny por su valiente comportamiento dentro de la habitación en que quedara encerrada con los gemelos; Penny se decía que había hecho bien en confiar en la oportuna llegada de su primo, incapaz de abandonarles en aquella situación…

—¿Queréis despertar de una vez? —les estaba diciendo David—. Quiero hablaros de esta carta que he recibido de Peter.

Los dos lanzaron una exclamación al mismo tiempo, un tanto sobresaltados, como si regresaran de otro mundo.

David sacó un arrugado papel de uno de sus bolsillos.

—Creo haberos dicho ya que nosotros tenemos un club secreto. Éste quedó fundado en Witchend (Shropshire), siendo realmente idea de Peter.

—¿Quiénes figuran en él? —quiso saber Penny—. Me gustan las sociedades secretas.

—Peter, los gemelos, yo, por supuesto, un chico llamado Tom Ingles y una muchacha llamada Jenny. Le escribí a Peter notificándole lo que sucedía en el «Dolphin» y que nos disponíamos a ayudaros en la busca del tesoro. En esta carta me dice que no tiene inconveniente en que os convirtáis en miembros del Club del Pino Solitario… Os la voy a leer… Enciende la linterna, Jon. Gracias.

«No sabéis lo que lamento perderme eso. Os ruego me tengáis al corriente. Ayer vi a Tom en Onnybrook, le referí lo vuestro y me respondió que “os pasaban las mismas cosas que se ven en las películas”. Bien, ya sabéis que ése es siempre su comentario. Nos compramos dos helados y hablamos de que Jon y Penny querían convertirse en miembros de nuestro club, ya que parecen ser dos buenos elementos. Díselo, David, e infórmame en seguida. Me hubiera gustado ir, pero esta vez tenía que quedarme forzosamente al lado de papá…».

—¿Qué respondéis a eso? —preguntó David. Penny oprimió el brazo de Jon.

—¡Desde luego que aceptamos! —contestó este último—. Y quizá se nos presente una ocasión de reunirnos en las vacaciones de Navidad. En este momento llegó a sus oídos, desde abajo, el lúgubre canto del avefría.

—¿Qué es eso? —inquirió Penny.

—Ya os lo enseñaré… —dijo David riendo—. Es la señal de los miembros del Club del Pino Solitario…

Minutos después los gemelos se habían reunido con ellos.

—A papá le hemos dejado varias millas atrás —explicó Mary, jadeante.

Dickie se sentó.

—Ese hombre de la excavadora más próxima me amenazó, si no me apartaba, con cogerme con la pala y tirarme al mar, David, ¿tú crees que lo habría conseguido?

Mientras aguardaban al señor Morton la atención de los chicos se fijó en el faro de Dungeness, contestando a los débiles destellos del enclavado en Gris Nez, en la distante costa de Francia.

—Hoy es jueves —dijo con actitud reflexiva Dickie—. Y llegamos el lunes… Verdaderamente que no dejan de pasarnos cosas grandes. ¿Qué haremos mañana, chicos?