Comienza la guerra genocida
La Polonia ocupada del período 1940-1941 se desbordaba en actos de brutalidad. En la pequeña ciudad de Izbica el nuevo alcalde de los Volksdeutsche reasentados había entrenado a su perro para reconocer la estrella de David bordada en las ropas de los judíos. Las mujeres que se dirigían al pozo a buscar agua eran atacadas por el adorable can alsaciano del alcalde y asesinadas como un simple deporte... En los campos de trabajo dirigidos por Odilo Globocnik los obreros judíos encargados de construir las fortificaciones a lo largo del río Bug morían como moscas... Los guardias de los trenes de carga jugaban el mortal juego de hacerles saltar de un vagón a otro en movimiento... El número de casos similares alcanza el millar, la decena de millar: se le estaba tomando gusto al Holocausto. No obstante, en las altas esferas que nos incumben, el genocidio aún no formaba parte de la agenda. Fue la guerra contra la Unión Soviética la que marcó el giro decisivo.
El 22 de junio de 1941, las tropas alemanas entran en territorio soviético. Detrás de ellas avanzan cuatro «grupos de intervención» de entre seiscientos y mil hombres cada uno. Karl Jäger, jefe de uno de los Einsatzkommando perteneciente al grupo de intervención norte, el Einsatzgruppe-A, informó en diciembre de las actividades de su unidad, el Einsatzkommando3:
Ahora puedo afirmar que el Einsatzkommando3 ha alcanzado objetivo frente al problema judío de Lituania. Ya no quedan hebreos en Lituania, excepto los de los campos de trabajo y sus familias...
Cumplir acciones de este tipo conlleva, ante todo, un buen grado de organización. La decisión de limpiar de judíos sistemáticamente los diferentes distritos requirió la preparación de cada intervención individualmente y la investigación de las condiciones particulares de las zonas. Los judíos debieron ser concentrados en uno o varios lugares. Hizo falta igualmente encontrar el sitio y excavar las fosas necesarias para las cantidades implicadas. La distancia entre la zona donde los judíos se hallaban y las fosas era de unos 405 kilómetros. Se les transportó al lugar de ejecución en grupos de no más de quinientos con una distancia entre grupo y grupo de al menos dos kilómetros...95
Cuando este informe fue escrito, los fusilamientos masivos realizados por los «grupos de intervención» y otras unidades asesinas96 ya había causado medio millón de muertos judíos. Los nazis habían pasado ya a la era del genocidio.
Aquella no era una guerra corriente, les dijo Hitler a sus generales, sino una lucha a muerte entre dos ideologías, y el estado soviético debía ser destruido con la violencia más feroz. Los cargos comunistas eran todos criminales y habían de ser tratados como tales.97 Esta última exigencia tal vez no fue muy distinta a la orden de eliminar a los líderes polacos de agosto de 1939. Sin embargo, la diferencia desastrosa se debió a que Hitler creía que el judaísmo se hallaba en el corazón del sistema comunista. El objetivo del dictador implicaba la eliminación de la «intelectualidad judeo-bolchevique». Por tanto, la campaña contra las élites rusas sería desde el principio una campaña antisemita. Pero los límites entre el pueblo hebreo y su participación en el mundo socialista habían sido muy mal definidos.
Hitler podía contar con la aprobación entusiasta de la Policía de Seguridad. La planificación de las operaciones de los cuatro Einsatzgruppen en territorio soviético fue elaborada por Reinhard Heydrich en los meses previos a la Operación Barbarossa. En resumen, la misma élite universitaria reaccionaria que dotó al gabinete estratégico de la SD (Servicio Secreto), ahora proporcionaba los fríos comandantes de los «grupos de intervención». Los recuentos detallados enviados a Berlín, apuntando minuciosa y separadamente el número de hombres, mujeres y niños fusilados durante el periodo del informe, revelan por vez primera la verdadera dimensión del horror y la incomparable fusión de ideología aniquiladora y puntillosidad que caracterizaba a los jóvenes oficiales de Heydrich. Llamativo también era el grado de tolerancia del ejército regular, que ahora aceptaba las medidas contra la población judía como parte esencial de la lucha contra los mandos soviéticos. Tras haber aprendido en Polonia la sumisión ciega, y puesto que compartían el anti bolchevismo y antisemitismo de Hitler, el alto mando del ejército planificó un nuevo tipo de guerra.98 La infame Kommissarbefehl99 del 6 de junio especificaba que todo comisario político adscrito al Ejército Rojo debía ser fusilado.100 El ejército regular, la Wehrmacht, aceptó que dentro de su jurisdicción la responsabilidad de las «operaciones especiales» recayera en las SS, autorizadas para actuar contra la población civil sin rendir cuentas al comandante militar de la región. Tanto para el ejército regular como para los «grupos de intervención», las acciones contra bolcheviques y partisanos legitimaron cualquier acto en contra de civiles judíos.101
La nueva guerra soviética se apoyaba en el asesinato en más de un aspecto. Buen número de historiadores coinciden en que la estrategia de movilización militar total ideada por Hitler y los planes de repoblar Rusia con alemanes dependían de la apropiación implacable de los recursos soviéticos, y de sus alimentos en particular.102 El 2 de mayo de 1941, en una reunión de expertos en economía —civiles y del ejército— se llegó a la conclusión de que la guerra no se podría prolongar más allá de finales de aquel año si los soldados alemanes en suelo soviético no se alimentaban de los propios suministros rusos. La conclusión, de una aridez pasmosa, fue: «Sin duda decenas de millones (Zigmillionen) de personas morirán de hambre».103 El Alto Mando alemán deliberadamente no hizo previsión alguna de cómo alimentar a los inevitables millones de prisioneros soviéticos. Resultado: un increíble número de muertos entre los prisioneros de guerra, inicialmente superior al número de judíos ejecutados. En el transcurso del verano de 1941 creció la necesidad de alimentos debido al fracaso en el avance militar; además, saltaba a la vista que los campos no habían sido cultivados debidamente. Un clamor cada vez más acuciante pedía la eliminación de los «consumidores inservibles».104 A partir de septiembre las raciones de los prisioneros de guerra se redujeron todavía más. A finales de 1941, habían fallecido en manos alemanas la friolera de dos millones de prisioneros soviéticos.105 Aquella falta de planificación asesina demuestra que esas cifras de muertos —de seis y siete dígitos fuera del campo de batalla— formaban un aspecto integral y calculado de la campaña.
La Operación Barbarossa, por tanto, creó imperativos asesinos y alteró la dinámica de la guerra. ¿Pero significa esto que existió desde un principio la decisión inequívoca de eliminar a todos los judíos soviéticos? ¿O fue que el concepto estratégico de deshacerse de la intelectualidad judeo-bolchevique se fue ampliando hasta tomar dimensiones absolutas? Lamentablemente, desconocemos mucha de la planificación de Heydrich. Sabemos más acerca de las órdenes a la Wehrmacht, que de las recibidas por los comandantes de los Einsatzgruppen. Solamente existen hoy en día una serie de instrucciones de Heydrich a los cargos superiores de las SS y a los jefes policiales en la Unión Soviética.106 El documento indica que «todos los judíos al servicio del Partido y el Estado» se considerarán objetivos. Una instrucción que no es intrínsecamente genocida, aunque sí perfila unos límites bastante vagos. Resulta muy probable que las instrucciones verbales a los Einsatzgruppen fueran más explícitas que las escritas.107
Si observamos las intervenciones concretas de los escuadrones de la muerte, se puede ver que, en general, comenzaron dirigiéndose a un grupo reducido de funcionarios estatales y judíos con cargos de importancia, pero que luego ampliaron su competencia rápidamente hasta incluir a todos los judíos varones en edad de servir en el ejército.108 Unas semanas más tarde, entre julio y agosto, se comenzó a fusilar a mujeres y a niños, y en el periodo agosto/septiembre los escuadrones pasaron a exterminar sistemáticamente a comunidades enteras.109 ¿Fue aquella gestión asesina realizada paso a paso la consecuencia de un plan pre-establecido o cambiaron las órdenes en el transcurso del verano? De haber sido así, ¿quién decidió el cambio de magnitud de las matanzas? Los testimonios de los jefes de los Einsatzgruppen y sus Einsatzkommandos, rendidos a los tribunales aliados, son tan extremadamente contradictorios como los informes de las «intervenciones» transmitidos durante la contienda.110 Aunque tales documentos confirman la tendencia a ampliar el espectro de las matanzas, también denotan variaciones considerables en las interpretaciones de las órdenes recibidas. Ya en julio de 1941, el comandante del Einsatzgruppe-A creyó que las condiciones especiales de la guerra en la Unión Soviética hacían practicable la matanza de todos los judíos.111 Contrariamente, en septiembre del mismo año el comandante del Einsatzgruppe-C no creía que la eliminación de judíos fuese su principal tarea.112
Fueran cuales fueren las instrucciones iniciales recibidas por los comandantes regionales y los de los Einsatzgruppen, no cabe duda de que aquellas se sometieron a interpretaciones más generales o más específicas según el casó. Lo cual indica que las órdenes originales no fueron específicamente genocidas, y que la definición algo difusa de «élite judía» daba carta blanca a masacres no muy distintas al genocidio, o dicho de otro modo, la eliminación de todos los hombres judíos en edad de trabajar. Una vez realizadas tales matanzas, ampliar el alcance de la próxima no representaba más que un ínfimo paso más. Y las viudas e hijos de los fusilados, por ejemplo, no representaban una comunidad demasiado «viable» en vista de la amenazadora escasez de alimentos.
Ciertamente, Hitler creó el clima general para la radicalización de la política de matanzas. Se sabe que pedía con regularidad informes de las actividades de los Einsatzgruppen, y es probable que hasta se haya filmado una matanza para poder verla.113 En una reunión clave del 16 de julio —después de la cual Rosenberg asumió la autoridad de las áreas que aún no estaban bajo mando militar—, Hitler dijo que Alemania jamás abandonaría los territorios conquistados, y que se deberían tomar todas las medidas para un asentamiento alemán definitivo; medidas tales como fusilamientos y deportaciones. La guerra de guerrillas de Stalin dio a Hitler la excusa perfecta para «exterminar todo lo que se nos oponga» y expresar que «deberíamos fusilar incluso a aquellos que nos miren torcido».114 Tales declaraciones fueron hechas como anticipo a una victoria rápida. Pero a fines de julio, sin embargo, resultaba ya evidente que el avance iba con más lentitud de lo esperado, y que el problema prioritario sería aprovisionar las tropas. Entonces le tocó el turno a Göring y a sus órdenes severas. Entre el 27 y el 28 de julio decidió que toda la producción de víveres de los territorios ocupados del Este fuera controlada por las autoridades centrales, y distribuida solamente a quienes trabajaban para Alemania. Si la administración civil ya hacía distinciones entre judíos y gentiles, Göring extendió aquella política de discriminación a toda la Unión Soviética ocupada.115 Pero fue Himmler sobre todo quien transmitió la necesidad de medidas más radicales aún. El 17 de julio de 1941, Hitler le cedió el mando de la seguridad en los Territorios del Este, y entre el 15 y el 20 de julio, Himmler permaneció en el cuartel general del Führer. No se sabe en qué consistió el encuentro que tuvo lugar allí, pero a partir de entonces Himmler pasó rápidamente de medidas que, aunque asesinas, todavía podían considerarse de seguridad, a otras que han de calificarse exclusivamente como genocidas. El «problema judío» que afectaba a las grandes extensiones de la URSS conquistada se resolvería por medio de matanzas. Himmler no actuó exclusivamente en función de las órdenes recibidas de Hitler, sino también por iniciativa propia. Buscó y rebuscó hasta lograr de forma oficial extender su papel de comisario del Reich para el Fortalecimiento del Germanismo de Polonia hasta los ex territorios soviéticos. Así pues, una semana después de su ascenso, Himmler cuadruplicó el número de tropas de las SS que operaban detrás del frente de batalla. Eso fue sólo el comienzo, ya que además colocó los batallones de reserva de la Policía de Seguridad bajo el mando de sus «tropas negras» en el terreno: los oficiales de más alto rango de las SS y (a la vez) los jefes policiales regionales, los HSSPF.116 Por medio de los HSSPF, Himmler presionó para limpiar de una vez por todas las inmensas franjas de territorio, tanto por razones de seguridad como pensando en la futura repoblación. Quizá aún hubiera a fines de julio remilgos a la hora dé ordenar fusilamientos de mujeres y niños, pero si los hubo fueron pocos.117 Cada vez más los HSSPF cumplieron el cometido de dirigir las matanzas. Las brigadas SS y los batallones policiales bajo su mando acabarían matando a más judíos que los «grupos de intervención» desplegados a comienzos de la invasión.118 En general, las pruebas no demuestran la teoría de una única orden, neta y definida, de masacrar a la población judía. Los momentos claves, en que los diversos Einsatzgruppen deciden ampliar el espectro de sus víctimas, varían considerablemente. Lo que sí puede afirmarse es que, por una parte, en aquel ambiente asesino generalizado promovido por Hitler, varios organismos trabajaron juntos, expeditivamente, para hacer efectivas las medidas, y que en el centro mismo de aquellos organismos, se encontraba la dupla Himmler-Heydrich. Por otra parte, los jefes de los Einsatzgruppen —surgidos en su mayoría del ámbito homogéneo de la Policía de Seguridad ya descrito— interpretaron libremente las órdenes y las instrucciones. En la segunda mitad de julio y la primera mitad de agosto, Himmler, acaso por orden del Führer, dio un giro hacia un estilo asesino abiertamente genocida. Conforme aumentaban las presiones económicas, los mandos combinados de las SS y de la Policía de Seguridad encontraron una gran respuesta por parte de los funcionarios civiles; unos funcionarios que se quejaban sin cesar de los elementos indeseables y que exigían su porción de los escasos recursos existentes. La administración civil de Lituania y algunos comandantes de campaña de la Wehrmacht firmaron acuerdos con las SS para deshacerse de los «consumidores inservibles», rezagos de las primeras matanzas. En agosto de 1941, la última fecha probable, el destino de los judíos rusos ya había sido sellado.119