Epílogo

Y ése fue el final de la Historia del Roble y el Carnero.

Se enviaron mensajeros al otro lado del mar para que llevaran a todos la noticia de que el Gran Rey había sido devuelto a sus gentes. Unos zarparon con rumbo oeste para informar de ello a Fiachadh, monarca del Reino de los Tuha-na-Manannan (aquel pueblo llamado así por la familia de Ilbrec, como había sabido Corum de labios del propio gigante sidhi), y otros zarparon con rumbo norte para dar la buena nueva al Reino de los Tuha-na-Tirnam-Beo, y otros mensajeros fueron al Reino de los Tuha-na-Anu y otros visitaron al rey Daffyn, monarca del Reino de los Tuha-na-Gwyddneu Garanhir; y allí donde encontraron tribus de los mabden les dijeron que el Gran Rey estaba en Caer Mahlod, y que Amergin dedicaba todas sus horas a pensar en la guerra contra los Fhoi Myore, y que los representantes de todas las tribus de la raza mabden eran convocados allí para planear la última gran batalla que decidiría quien gobernaría las Islas del Oeste.

Las forjas y herrerías resonaban con el rugir y el tintinear de metales y martillos mientras se daba forma a las espadas y las hachas y las lanzas eran afiladas bajo la vigilancia del más grande de todos los herreros, el sidhi llamado Goffanon.

Y el optimismo y una nerviosa impaciencia se adueñaron de los hogares de todos los mabden mientras sus moradores se preguntaban qué decisión acabarían tomando Corum de la Mano de Plata y el Archidruida Amergin, y dónde se libraría la batalla y cuándo daría comienzo ésta.

Y otros escucharon a Ilbrec, quien solía sentarse en algún campo para contarles las historias que había oído de labios de su padre, a quien muchos consideraban el más grande de todos los héroes sidhi, las historias de los Nueve Combates contra los Fhoi Myore y de las hazañas y acciones valerosas de aquellos tiempos; y esas historias (algunas de las cuales ya conocían) les dieron ánimos y reavivaron su valor, y todos se alegraron al comprender que todas aquellas heroicidades que hasta entonces se creían fruto de la fantasía de los bardos habían sido reales.

Y sólo cuando veían a Corum, pálido y pensativo, con la cabeza inclinada como si intentara captar una voz que sus oídos no lograban capturar, pensaban en la tragedia de aquellas historias y en los grandes corazones que se habían detenido para siempre sirviendo a su raza.

Y entonces los moradores de Caer Mahlod callaban y se entristecían, y comprendían la enormidad del sacrificio que el príncipe vadhagh llamado Corum de la Mano de Plata había hecho por su causa.

Aquí acaba el Quinto Libro de Corum.