Adolescente Curioso
“Sé algunos trucos nuevos,” dijo el Gato con Sombrero. “Muchos trucos buenos. Se los mostraré. A su madre no le importará
si lo hago.”
-Dr. Seuss, The Cat in the Hat
Estaba acostado en mi cama, con las manos entrelazadas detrás de la nuca debajo de mi largo cabello castaño, y escuchaba el zumbido de la
lavadora en el sótano de la casa de mis padres. Era mi última noche en Canton, Ohio, y había decidido pasarla solo, reflexionando sobre los pasados tres años en la escuela pública. Todo estaba empacado para la mudanza a Fort Lauderdale: discos, posters, libros, camisetas,
periódicos, fotografías, cartas de amor y cartas de odio. La escuela cristiana me había preparado bien para la escuela pública. Definió los tabúes, después los puso fuera de mi alcance, dejándome tratando de alcanzarlos en vano. Tan pronto como cambié de escuela todo estaba
ahí listo para ser tomado –sexo, drogas, rock, lo oculto. Ni siquiera tuve que buscarlos: ellos me encontraron.
Siempre he creído que una persona es inteligente. Son las multitudes las que son estúpidas. Y pocas cosas confirman esto mejor que la
guerra, la religión organizada, la burocracia y la preparatoria, donde la mayoría reina sin piedad. Cuando recordé mis primeros días ahí, todo lo que vi fue una inseguridad y una duda tan agobiantes que un simple grano era capaz de sacar mi vida de balance. Sólo hasta mis últimos días tuve confianza y respeto por mí mismo, incluso un poco de individualidad.
Esa última noche en Canton, supe que Brian Warner estaba muriendo. Me estaban dando la oportunidad de nacer de nuevo, para bien o para
mal, en un lugar diferente. Pero lo que no pude descubrir fue si la preparatoria me había corrompido o iluminado. Tal vez ambas cosas, tal vez la corrupción y la iluminación eran inseparables.
* * *
La Iniciación del GusanoAl final de mi segunda semana en la escuela pública, sabía que estaba condenado. No sólo había empezado a dos meses de iniciado el año
escolar, ya que la mayoría de las amistades se habían formado, sino que después de mi octavo día de clases me vi forzado a tomar otras dos
semanas libres. Desarrollé una reacción alérgica a un antibiótico que estaba tomando para el resfriado. Mis pies y manos se inflaron como
globos, una erupción roja apareció sobre mi cuello, y tenía problemas para respirar porque mis pulmones estaban entumecidos. Los doctores
me dijeron que pude haber muerto.
Para entonces, ya había hecho una amiga y un enemigo en la escuela. La amiga era Jennifer, quién era linda pero con aspecto de pez por sus
grandes labios que estaban aún mas hinchados por sus frenos. La conocí en el autobús escolar, y se convirtió en mi primera novia. Mi
enemigo era John Crowell, el compendio de todo le que es cool en los suburbios. Él era un drogadicto rechoncho eternamente vestido con una
chamarra de mezclilla, playera de Iron Maiden y jeans azules con un gran peine en el bolsillo trasero y el área de la entrepierna descolorida por ser usados demasiado ajustados. Cuando caminaba por el pasillo, los otros chicos se atropellaban para apartarse de su camino. También era
el ex novio de Jennifer, lo cual me ponía a la cabeza de su lista negra.
La primera semana que estuve en el hospital, Jennifer vino a visitarme casi todos los días. Hablaba con ella en el closet (donde estaba oscuro y ella no podía ver mi erupción) y nos acariciábamos sin piedad. Hasta entonces, yo no había llegado muy lejos con las mujeres. Estaba Jill Tucker, la hija rubia del ministro con los dientes chuecos con quien me besaba en el patio de la escuela cristiana. Pero eso fue en cuarto
grado. Tres años después me enamore loca y desesperadamente de Michelle Gill, una linda niña de nariz chata, cabello alborotado y boca
ancha que probablemente se dedicó a dar buen sexo oral en la preparatoria. Pero mi oportunidad con ella se vino abajo durante una excursión para recabar fondos en la escuela cristiana, durante el cual trató de enseñarme al estilo francés. Yo no entendí ni el punto ni la técnica, y como consecuencia me convertí en el hazmerreír cuando ella le contó a todos en la escuela.
A pesar de mi falta absoluta de experiencia, estaba determinado a perder mi virginidad con Jennifer en ese closet. Pero por mucho que
trataba, lo único que me dejaba hacer era tocar su pecho plano. Para mi segunda semana en el hospital, ya se había aburrido de mí y me
había botado.
Los hospitales y las malas experiencias con mujeres, sexualidad y partes privadas eran completamente familiares para mí en ese momento de
mi vida. Cuando tenía cuatro años, mi madre me llevó al hospital a que me alargaran la uretra porque mi vía urinaria no era lo suficientemente grande para que pudiera orinar. Nunca lo olvidaré, porque el doctor tomo un largo y afilado taladro y lo encajó en la punta de mi pene. Por varios meses después de eso sentía que orinaba gasolina.
La neumonía arruinó mis años en la escuela elemental, enviándome al hospital por tres largas temporadas. Y en noveno grado, terminé de
nuevo en el hospital después de que arreglé mi cabello, abroché mi cinturón, me puse una camisa rosa de botones y decidí ir a la pista de
patinaje después de una larga ausencia. Una chica cuyo cabello rizado, nariz larga y uso excesivo de delineador recuerdo más que su nombre
me pidió patinar con ella. Cuando terminamos, un gran tipo negro de anteojos gruesos conocido en el vecindario como Frog caminó hacia a
nosotros. La hizo a un lado y, sin decir una palabra, me dio un golpe seco en el rostro. Me desplomé, y él bajó la vista hacia mi y escupió: “Tú bailaste con mi novia.” Yo me quedé ahí aturdido, con la boca sangrando y mi diente frontal chorreando sangre de la encía. Ahora que lo
recuerdo, no debí haberme sorprendido tanto. Yo era un afeminado: hasta yo me habría golpeado.
Ni siquiera me gustaba esa chica, pero casi me cuesta mi carrera como cantante. En la sala de emergencias, me dijeron que el daño era
permanente. Hasta el día de hoy, aún tengo Síndrome ATM (articulación temporomandibular), un desorden que me da dolores de cabeza y
una mandíbula tensa y adolorida. El stress y las drogas no ayudan mucho.
Frog de alguna forma consiguió mi número el día siguiente, llamó para disculparse y me preguntó si quería hacer ejercicio con él alguna vez.
Decline su oferta. La idea de sudar levantando pesas con un tipo que acababa de patearme el trasero y la probabilidad de tener que tomar una ducha con él después no parecía muy atractiva esa tarde.
La siguiente vez que terminé en la sala de emergencias fue por culpa de Jennifer. Cuando regresé a la escuela después de dos semanas en el
hospital, vagué por los salones solo y humillado. Nadie quería hacer amistad con un chico excéntrico de pelo largo con un cuello cubierto de erupciones asomándose por su playera. Para empeorarlo todo estaban mis lóbulos, que colgaban sospechosamente por debajo de mi cabello
como dos testículos mal colocados. Pero una mañana mientras salía de mi primera clase, John Crowell me detuvo. Resultó que teníamos algo
en común: nuestro odio por Jennifer. Así que formamos una alianza contra ella, y empezamos a idear formas de atormentarla.
Una noche recogí a John y a mi primo Chad en mi Ford Galaxie 500 azul cielo y conduje a una tienda de tiempo completo, donde robamos
veinte rollos de papel sanitario. Los lanzamos al asiento trasero del auto y nos dirigimos a la casa de Jennifer. Arrastrándonos en su patio trasero, comenzamos a cubrir su casa de papel sanitario, colgándolo de cualquier lugar que nos venía a la mente. Caminé hasta su ventana
para escribir alguna obscenidad sobre ella. Pero, mientras trataba de pensar en algo convenientemente obsceno, alguien encendió la luz. Salí corriendo, alcanzando un roble justo cuando Chad estaba saltando de una rama. Cayó directamente sobre mí, y caí al piso. Chad y John
tuvieron que arrastrarme con un hombro dislocado, una barbilla sangrante y una lesión en la mandíbula que, según me dijeron más tarde en la sala de emergencias, era aún peor que la anterior.
De regreso en la escuela, tenía muchas razones apremiantes para querer tener sexo: para vengarme de Jennifer; para estar en iguales
condiciones con John, quien supuestamente había cogido a Jennifer entre muchas otras; y para que todos dejaran de burlarse de mí por ser
virgen aún. Incluso me uní a la banda de la escuela para conocer chicas. Comencé tocando instrumentos masculinos como bajo y timbales.
Pero terminé tocando el último instrumento que cualquiera que se sienta inseguro sobre si mismo debería estar tocando: el triángulo.
Finalmente, hacia el final del décimo grado, a John se le ocurrió un plan a prueba de tontos para que yo pudiera tener sexo: Tina Potts. Tina parecía aún mas un pez que Jennifer, tenía labios más grandes y tenía los dientes de arriba más salidos que los de abajo. Una de las chicas más pobres de la escuela, tenía una postura arqueada que advertía su inseguridad y tristeza interna, como si alguien hubiera abusado de ella de niña. Lo único que tenía a su favor era senos grandes, pantalones ajustados que presumían su trasero bovino y que, según John, ella cogía
–lo cual era suficientemente bueno para mí. Así que empecé a hablarle a Tina. Pero, como estaba perdidamente obsesionado por mi
reputación, sólo hablaba con ella después de clases cuando no había nadie más.
Después de unas cuantas semanas, logré juntar el valor suficiente para pedirle que nos encontráramos en el parque. Previamente, Chad y yo
fuimos a la casa de mis abuelos, robamos uno de los decrépitos condones genéricos del gabinete del sótano, y vaciamos media botella de Jim
Beam de la alacena de mi abuela en mi termo de Kiss. Sabía que no era Tina a quien tenía que embriagar –sino a mí. Para cuando llegamos a
casa de Tina, la cual estaba a casi media hora de distancia, el termo ya estaba vacío y yo casi me caía de borracho. Chad se fue a casa y yo toque el timbre de su puerta.
Caminamos juntos hasta el parque y nos sentamos en la falda de una colina. En un instante empezamos a acariciarnos, y en cuestión de
minutos ya tenía la mano debajo de su pantalón. La primera cosa que pasó por mi mente fue lo velluda que estaba. Tal vez no tenía una
madre que le ensañara a rasurase la línea del bikini. Lo siguiente que pasó por mi mente mientras la masturbaba y apretaba sus senos era que estaba a punto de eyacular en mis pantalones porque estaba tan cerca de tener sexo. Para evitarlo, sugerí que diéramos un paseo.
Caminamos colina abajo hasta un campo de base ball y, debajo de un árbol, justo detrás del plato de home, la llevé al piso, sin darme cuenta siquiera de la trascendencia del lugar en que estábamos. Luché con sus pantalones ajustados, eventualmente arrancándolos de su trasero,
después me bajé los pantalones hasta las rodillas y abrí el descolorido paquete del viejo látex del abuelo como si fuera el premio de una caja de cereal. Colocándome entre sus piernas, empecé a deslizarme dentro de ella. Tan sólo la emoción de la penetración fue suficiente para
producirme un orgasmo, y aún antes de que estuviera completamente dentro, ya había terminado.
Para preservar lo poco que quedaba de mi dignidad, pretendí que no había eyaculado antes de tiempo.
“Tina,” chillé. “Quizá no deberíamos estar haciendo esto... Es demasiado pronto.”
Ella no protestó. Tan sólo se levantó y se puso los pantalones sin decir una palabra. Durante todo el camino a casa, yo seguía oliendo mi
mano, la cual parecía permanentemente manchada con el olor de la vagina de una chica de preparatoria. En su mente, ni siquiera habíamos
tenido sexo. Pero para mí y mis amigos, ya no era un chico desesperado. Era un hombre desesperado.
No hablé mucho con Tina después de eso. Pero pronto tuve que probar mi propia medicina –cortesía de la chica más adinerada y popular de
la escuela, Mary Beth Kroger. Después de observarla lascivamente por tres años, invoqué todo mi valor y la invité a salir a una fiesta cuando estábamos en último año. Para mi sorpresa, ella aceptó. Terminamos en mi casa bebiendo cerveza, conmigo sentado incómodamente junto a
ella y demasiado asustado para hacer algún movimiento porque ella me parecía toda una dama. Pero mi ideal de Mary Beth Kroger se
desintegró rápidamente cuando ella se quito toda la ropa, brincó encima de mí y, sin molestarse siquiera en usar un condón, me cogió como
un animal salvaje montado sobre un aparato de ejercicios a toda velocidad. Al siguiente día en la escuela, Mary Beth se puso de nuevo su
máscara de perfección y procedió a ignorarme como siempre lo había hecho. Todo lo que gané fueron unos profundas marcas de uñas sobre
toda mi espalda, las cuales mostré orgullosamente a mis amigos, quienes, en honor de Freddy Krueger, la rebautizaron como Mary Beth
Krueger.
Para entonces, mi primera cogida, Tina, tenía siete meses de embarazo. El padre irónicamente, era la persona que me había arreglado la cita con ella: John Crowell. Ya no vi mucho a John después de eso, porque él estaba ocupado lidiando con las consecuencias de no usar condón.
A veces me pregunto si se casaron, se establecieron y criaron niñas drogadictas de senos grandes juntos.
* * *
Castigando al GusanoUna vez que Tina abrió las compuertas, entré en un desenfreno. No en un desenfreno de tener sexo, sino de intentar tener sexo.
círculo cuatro: Los Derrochadores
Después de meses de rechazo y masturbación, conocí a una porrista rubia llamada Louise cuando estaba ebrio de Colt 45 durante un juego de
foot ball preparatoriano en una comunidad campesina fuera de Canton llamada Louisville. Aunque yo no lo sabía en ese momento, ella era la
Tina Potts de Louisville: la puta local. Ella tenía labios gruesos, nariz chata y grandes y ardientes ojos, como si fuera mitad mulata y mitad Susana Hoffs de The Bangles. También tenía cierto parecido con Shirley Temple, porque era bajita y de pelo rizado, pero parecía interesarle más el sexo que el baile. Ella fue la primera chica en darme sexo oral. Pero desafortunadamente eso no fue lo único que me dio.
Casi todos los días pasaba a recogerla y la traía a mi habitación cuando mis padres aún estaban en el trabajo. Escuchábamos Moving Pictures de Rush o Scary Monsters de David Bowie y, ahora que tenía más experiencia en controlar el orgasmo, teníamos sexo normal adolescente.
Me hizo tantos chupetones que en cierto momento mi cuello estaba demasiado adolorido hasta para moverlo. Pero no me importaba, porque
podía mostrarlos como medallas de honor en la escuela. También me daba sexo oral, lo cual me daba más derecho a fanfarronear. Un día me
trajo una corbata de moño color azul brilloso que se veía como algo que usaría un bailarín de Chippendale. Creo que quería que intentáramos interpretar personajes, pero lo más parecido que había hecho era jugar Dungeons & Dragons.
Después de una semana de tener sexo, Louise dejó de regresar mis llamadas. Me preocupaba que la hubiera embarazado, por que no había
usado condón todas las veces. Me imaginaba a su madre enviándola lejos a un convento y dando a su/nuestro hijo en adopción. O tal vez
Louise iba a hacerme pagar los gastos de su hijo por el resto de mi vida. También estaba la posibilidad se que se hubiera practicado un aborto, que algo hubiera salido mal, que hubiera muerto, y ahora sus padres intentaran asesinarme. Después de no haber oído de ella en varias
semanas, decidí llamarla una vez más, disfrazando mi voz con un trapo sobre el teléfono en caso de que sus padres contestaran.
Afortunadamente, ella contestó.
“Siento no haberte llamado en tanto tiempo,” se disculpo. “Estaba enferma.”
“¿Enferma de qué?,” pregunte lleno de pánico. “No tienes fiebre, ¿verdad? ¿Vomitas en la mañana o algo por el estilo?”
Resultó que simplemente me estaba evitando porque era una cualquiera y el tener un novio arruinaría su reputación. Esas no fueron
exactamente sus palabras, pero eso fue básicamente lo que quiso decir.
Unos días después durante la clase de matemáticas, comencé a tener comezón en los testículos. Continuó todo el día, extendiéndose por todo
mi vello púbico. Cuando regresé a casa fui directamente al baño, me bajé los pantalones y me subí al lavabo para poder examinarme. Al
instante noté tres o cuatro costras negras directamente sobre mi pene. Arranque una, y mientras la estaba observando, le escurrió un poco de sangre.
Todavía creía que era un pedazo de piel muerta, pero cuando la acerqué mas a la luz, noté que tenía piernas –y se estaban moviendo. Grité
de impresión y de asco. Después la aplasté en el lavabo, pero no se destripó como pesé que pasaría. Crujió como un pequeño crustáceo. Sin
saber que hacer, llamé a mi madre y le pregunté que era.
“Oh, tienes piojos,” suspiró con naturalidad. ”Probablemente las pescaste de la cama bronceadora.”
Aunque sea vergonzoso admitirlo, en ese entonces tomaba bronceados artificiales. Tenía una piel terrible –mi cara estaba literalmente
hinchada por el acné- y el dermatólogo me dijo que había un nuevo tipo de cama bronceadora que secaría mi piel y ayudaría a mi vida social.
Mi madre claramente negaba que su joven hijo había estado cogiendo chicas y contagiándose de parásitos. Incluso mi padre, quien siempre
había prometido que el día que perdiera mi virginidad celebraríamos con una botella de champaña que se había robado cuando trabajaba en
Kmart, no quería admitirlo. Esto era principalmente porque desde que descubrí los senos en secundaria, él había querido llevarme con una
prostituta para que perdiera mi virginidad. Así que sólo seguí el juego con la historia de la cama bronceadora.
Mi madre me compro medicina para los piojos, pero en la privacidad de mi baño me rasuré todo el vello púbico y me encargué de las
garrapatas yo mismo. (En ese entonces el rasurarme el vello corporal aún era inusual para mi.)
Hasta donde yo sé, nunca he tenido otra enfermedad venérea desde entonces. Y, que yo sepa, mis padres aún creen que soy virgen.
* * *
Hechizando al GusanoJohn Crowell y yo estábamos de pie sobre la punta de la colina frente a su casa, turnándonos bebiendo de una botella de Mad Dog 20/20 que
habíamos hecho que nos comprara un chico mayor. Habíamos estado ahí al menos una hora, perdiendo el tiempo y observando la tierra fértil
a nuestro a nuestro alrededor, el cielo lastimado e hinchado por la amenaza de lluvia, y de vez en cuando un automóvil pasando en su camino hacia la civilización. Habíamos caído en un aturdimiento autosatisfactorio cuando de repente hubo una explosión de grava.
Envuelto en un a nube de humo, un auto GTO verde viró precipitadamente en la carretera y frenó con un rechinar de llantas. La puerta se abrió lentamente y una bota negra golpeó el suelo. Una gran cabeza apareció sobre la puerta, con un cráneo enorme estrechando la piel. Tenía el
cabello rizado y despeinado. Sus ojos profundamente sumidos dentro de la cabeza brillaban como la punta de dos alfileres en el centro de dos círculos negros. Mientras caminaba, noté que, como Richard Ramírez, el merodeador nocturno, sus manos, pies y torso eran mas grandes y
largos de lo normal. Vestía una chamarra de mezclilla adornada en la parte trasera con el símbolo universal de rebelión: una hoja de
marihuana.
Con la mano derecha, sacó una pistola de la cintura de su pantalón. Levantó su brazo salvajemente y disparó una y otra vez, cada disparo
impulsaba cada vez mas su brazo en nuestra dirección. Una vez que la pistola estuvo vacía, caminó hacia nosotros. Mientras yo aún estaba
sorprendido, el me derribó de un empujón, hizo a John a un lado y tomó la botella de Mad Dog, vaciándola en segundos y lanzándola al suelo.
Limpiándose la boca con la manga, murmuró algo que sonó como la letra de Suicide Solution de Ozzy Osbourne y entró a la casa.
“Ese es mi hermano, amigo,” dijo John, con el rostro, que pocos momentos antes había estado pálido de miedo, ahora brillando de orgullo.
Subimos las escaleras detrás de su hermano y observamos azotar la puerta de su habitación y cerrarla con llave. A John no se le permitía
poner un pie en la habitación de su hermano. Pero él sabía lo que sucedía ahí dentro: magia negra, heavy metal, automutilación y notorio
consumo de drogas. Al igual que el sótano de mi abuelo, ese cuarto representaba mis miedos y mis deseos. Y aunque estaba asustado, lo que
más quería era ver lo que había ahí dentro.
Con la esperanza de que su hermano saliera de la casa mas tarde, John y yo caminamos hasta su granero. O al menos el esqueleto de
madera de lo que alguna vez había sido un granero- donde guardábamos una botella de Southern Comfort.
“¿Quieres ver algo realmente cool?,” preguntó John.
“Seguro,” asentí. Yo siempre estaba listo para algo cool, especialmente si John decía que era cool.
“Pero debes prometer no decir una palabra a nadie”
“Lo prometo”
“Las promesas no son suficientes,” dijo John. “Quiero que lo jures sobre tu madre.... No. Quiero que jures que si alguna vez lo cuentas, que tu pene se encoja y se pudra y se caiga.”
“Juro que si le cuento a alguien mi pene se marchitará y morirá,” dije solemnemente, sabiendo bien que lo necesitaría en los años por venir.
“Los ganadores se llevan todo,” dijo con una sonrisa, golpeándome dolorosamente en el hombro. “Sígueme, ganador.”
Me condujo a la parte trasera del granero, y subimos por una escalera hasta el piso superior. La paja estaba manchada de sangre seca.
Diseminados por todo el piso había cadáveres de pájaros; serpientes y lagartijas partidas por la mitad, y conejos parcialmente descompuestos con gusanos y escarabajos comiendo la carne que aún les quedaba pegada a los huesos.
“Ésto,” anunció John, señalando el pentagrama gigante dibujado con sangre sobre el piso, “es donde mi hermano hace sus misas negras.”
Era como algo salido de una mala película de terror, en la cual un adolescente aficionado a las artes negras había ido demasiado lejos. Incluso había fotos cubiertas de sangre de varios maestros y ex novias clavadas a las paredes con obscenidades escritas con gruesos y descuidados
trazos. Como si estuviera interpretando el papel principal en una película, John volteó hacía mí y dijo, “¿Quieres ver algo aún más tenebroso?.”
Yo estaba hecho pedazos. Tal vez ya había visto suficiente por un día. Pero también tenía curiosidad, y asentí con la cabeza. John levantó del piso una sucia y maltratada copia del Necronomicón, un libro de hechizos que según él contenía encantamiento de magia negra de la Edad
Oscura. Caminamos de nuevo hacia la casa y John llenó una mochila con linternas eléctricas, navajas de explorador, comida chatarra y
algunos amuletos que dijo tenían poderes mágicos. Nuestro destino, dijo John, era el lugar donde su hermano había vendido su alma al
Diablo.
Para llegar ahí, teníamos que atravesar un tubo de desagüe que comenzaba cerca de la casa de John y corría por debajo de un cementerio.
Caminamos en cuclillas sobre el agua fangosa e infestada de ratas, sin ninguna entrada o salida a la vista, concientes del hecho de que en el lodo de todas las paredes de la tubería había cadáveres. No creo haber tenido más miedo de lo sobrenatural en mi vida. Durante esa odisea
de media milla, cada pequeño ruido producía un gran y siniestro eco, y yo seguía imaginando que escuchaba esqueletos golpeando en los
tubos y criaturas vueltas a la vida atravesando el metal, listas para agarrarme y enterrarme vivo.
Cuando finalmente llegamos al otro lado, estábamos cubiertos de la cabeza a los pies con una delgada película de fango, telarañas y lodo.
Estábamos en medio de un oscuro bosque. Después de caminar media milla por entre la maleza, una gran casa apareció ante nosotros. La
hierba había crecido sobre ella, como si el bosque tratara de reclamar ese espacio, y cada área de concreto descubierta estaba cubierta con pentagramas, cruces de cabeza, logos de bandas de heavy metal y palabras y frases como cocksucker y fuck your mother.
Quitamos las ramas y hojas muertas que cubrían una ventana, entramos y examinamos la habitación con los rayos de nuestras lámparas de
mano. Había ratas, telarañas, vidrios rotos y viejas latas de cerveza. Los restos de fuego en una de las esquinas nos hicieron saber que
alguien había estado ahí recientemente. Di la vuelta, y John ya no estaba.
Lo llamé a gritos nerviosamente.
“Aquí arriba,” gritó desde la parte superior de las escaleras. “Ven a ver esto.” Aunque estaba comenzado a sentir pánico, lo seguí por las
escaleras y a través de una destartalada puerta. La habitación parecía deshabitada. Sobre el suelo había un colchón putrefacto, el cual estaba cubierto de agujas hipodérmicas, una cuchara doblada y algunos otros instrumentos. Tirados alrededor del colchón, como pieles curtidas de
serpientes, había media docena de condones usados junto con paginas de revistas pornográficas gay a punto de desintegrarse que habían
sido aplastadas contra el piso.
Nos dirigimos al cuarto de junto, el cual estaba completamente vació excepto por un pentagrama dibujado en la pared sur y rodeado de runas
indescifrables. John sacó su copia del Necronomicón.
“¿Qué diablos estás haciendo?” Pregunté.
“Abriendo las puertas del infierno para invocar a los espíritus que una vez vivieron en esta casa,” dijo con la voz más seria que pudo usar.
Trazó un circulo en el polvo del piso con su dedo. Cuando lo completó, un sonido agudo vino del piso inferior. Nos quedamos completamente
quietos, casi sin respirar, y escuchamos la oscuridad. Nada, excepto por el sonido de mi pulso golpeando en mi cuello incesantemente.
John se colocó en el centro del círculo, y buscó en el libro hasta encontrar el encantamiento apropiado.
Un golpe metálico, mucho mas fuerte que el sonido anterior, sonó desde el piso inferior. Si algo de lo que habíamos hecho tenía algún tipo de poderes, no estábamos listos para ellos. El alcohol en nuestra sangre se convirtió en adrenalina y corrimos –escaleras abajo, a través de la ventana y dentro del bosque hasta que quedamos sin aliento, sudorosos y con la boca seca. El crepúsculo había caído y algunas gotas de
lluvia aterrizaron a nuestro alrededor. Evitamos la tubería, caminando de regreso a casa a través del bosque tan rápido como pudimos en
completo silencio.
Para cuando regresamos a la casa de John, su hermano estaba completamente drogado, vagando por la casa aturdido y con los ojos rojos.
Las drogas habían apaciguado su lado agresivo, casi como si estuviera sedado, lo cual no era menos escalofriante que cuando era un
maniaco. Una gata blanca como la nieve descansaba en sus brazos, y él estaba acariciándola.
“Esa gata es su guardián,” me dijo John al oído.
“¿Su guardián?”
“Si, es como un demonio que tomó forma de animal para ayudar a mi hermano con su magia.”
Esa gata pura y de apariencia inocente se transformó al instante en una criatura malévola y peligrosa en mi mente. El hermano de John la
puso en el suelo, y tan sólo se quedó ahí sentada con las orejas echadas hacia atrás, mirándome fijamente con sus brillantes ojos verdes. De repente, me mostró sus dientes y empezó a sisearme.
“Amigo, esa gata va a matarte,” dijo John en un exitoso intento por asustarme aún más. “Cuando te vayas a dormir, va a sacarte los ojos y a arrancarte la lengua cuando trates de gritar”
Su hermano nos miró a ambos, luego a la gata, y dijo calmadamente, “vengan, vamos arriba.” Y eso fue todo: no tuvimos que escabullirnos sin que se diera cuenta ni jugar al detective. Podíamos entrar al cuarto prohibido: tal vez el hechizo de John para abrir las puertas del infierno había funcionado.
Aunque era nuevo y emocionante para mí, la habitación era exactamente lo que esperarías de un vago rural con una fascinación por Satanás.
Había una luz negra brillando sobre un póster de la muerte montando a caballo. Media docena de fotos de Ozzy Osbourne y velas rojas por
todas partes. En la parte posterior de la habitación había un pequeño altar tapizado de terciopelo y rodeado de velas encendidas. Pero sobre este, en vez de un cráneo o un pentagrama o un conejo sacrificado, había un vaso de vidrio de vidrio lleno de un liquido que parecía orina. La pistola descansaba amenazadoramente sobre una mesa cerca de la cama.
“¿Quieres fumar?” Preguntó el hermano de John, levantando el cilindro del altar.
“¿Fumar qué?” Pregunté estúpidamente.
“La hierba loca,” me dijo John sonriendo maliciosamente.
“Estoy bien, amigo. Yo ya no fumo eso,” mentí torpemente.
Desafortunadamente, no tenía elección. Pronto me pareció que John y su hermano iban a golpearme si no fumaba sus drogas.
El hermano de John encendió el bong, que ya estaba llena de hojas cafés hechas polvo, y aspiró profundamente, llenando el cuarto de un
humo dulzón cuando exhaló. Yo tosí y me sofoque con mis primeras bocanadas, pero pronto lo sentí. Combinado con el Mad Dog 20/20, el
Southern Comfort, la botella de vino que estábamos bebiendo y el álbum The Blizzard of Ozz tocando, mi mente empezó a tambalearse. El
hecho de que a nadie de la escuela le agradaba empezó a desaparecer de mi mente.
Me senté ahí mareado, perdiendo la conciencia y volviendo en mí una y otra vez, mientras el hermano de John comenzó a hablar. Su cara
estaba roja y contorsionada, y estaba nombrando docenas de espíritus antiguos y demonios que planeaba conjurar para ordenarles que
mataran gente: maestros que lo habían reprobado, novias que lo habían botado, amigos que lo habían traicionado, parientes que lo habían
tratado mal, jefes que lo habían despedido –básicamente cualquiera que se hubiera cruzado en su camino desde que tenía la edad suficiente
para sentir odio.
Sacando una navaja de su bolsillo, el hermano de John hizo una larga cortada sobre la superficie de su dedo pulgar y lo dejó gotear dentro de un plato pequeño lleno de un polvo blanco con manchas cafés. “¡Bad Angarru!” comenzó a entonar. “¡Ninnghizhida! ¡Yo te invoco, serpiente de las profundidades!¡Yo te invoco, Ninnghizhida, serpiente cornuda de las profundidades! ¡Yo te invoco, serpiente emplumada de las
profundidades! ¡Ninnghizhida!”
Hizo una pausa y dio otra fumada, después frotó sus labios con el polvo lleno de sangre, vagamente conciente de nuestra presencia.
“¡Yo te invoco, Criatura de Oscuridad, por las palabras de la oscuridad! ¡Yo te invoco, Criatura de odio, por las palabras del odio! ¡Yo te invoco, Criatura de Desperdicios, por los ritos del desperdicio! ¡Yo te invoco, Criatura de Dolor, por las palabras del dolor!”
Si así es como actuaba la marihuana, yo no quería consumirla. Yo sólo seguía observando el arma, esperando que el hermano de John no la
tomara. Al mismo tiempo, intentaba no hacerle notar que la estaba observando porque no quería atraer su atención hacia ella. Él estaba
completamente trastornado, y si aún no era un asesino, parecía no haber razón por la cual no podía serlo al final de la noche.
Minutos u horas transcurrieron. El bong seguía pasando, pero el agua dentro de él había sido remplazada con Southern Comfort en un intento
de intensificar su efecto. La canción Paranoid de Black Sabbath sonaba en el stereo o en mi cabeza, la gata seguía siseándome, el cuarto
estaba dando vueltas, el hermano de John me retaba para que bebiera el Southern Comfort del bong y John cantaba “¡bebe!” Estúpido gusano
que yo era, me llevé el bong a los labios resecos, contuve el aliento y bebí lo que pudo haber sido el peor trago jamás preparado. Después....
no se que pasó. Sólo puedo asumir que me desmayé y me convertí en tan sólo otro lienzo para las sutiles crueldades de los hermanos
Crowell.
Me desperté con un siseo a las 5:00 p.m. (que en aquel entonces era muy tarde para despertar). La gata aún me acechaba. Toqué mis ojos:
aún estaban ahí. Entonces vomité. Después vomité de nuevo. Y de nuevo. Pero mientras estaba de rodillas sobre la taza del baño, me di
cuenta de que de que había aprendido algo de la noche anterior: que podía usar la magia negra para cambiar el pobre destino que la vida me
había dado –para obtener una posición de poder que otra gente envidiaría y para lograr cosas que otra gente no podría. También aprendí que
no me gustaba fumar marihuana –ni el sabor del agua de bong.
* * *
El Gusano se quita la PielLa primera vez que noté que algo andaba mal con nuestra familia fue cuando tenía seis años y mi padre me compró un libro acerca de una
jirafa que había sido personalizado para que yo fuera un personaje de la historia, participando en las aventuras del animal. El único problema es que mi nombre estaba escrito Brain (cerebro) en todo el libro, lo cual provocaba una perturbadora imagen de una jirafa con un cerebro
colgando de su lomo. No creo que mi padre se halla dado cuenta nunca del error –y supuestamente él había escogido mi nombre.
Eso era emblemático de la forma en que siempre me había tratado, la cual es que nunca me había tratado para nada. A él no le importaba y
nunca estuvo ahí. Si quería su atención, generalmente me la daba con un cinturón doblado para hacer ruido al tocar mi trasero. Cuando
llegaba a casa del trabajo y yo estaba jugando Colecovision o dibujando, él siempre encontraba una excusa, como podar el césped o llenar la lavadora de trastes, para echármelo a perder. Pronto aprendí a fingir estar ocupado y ser responsable cuando el aparecía, aún cuando no
había nada que hacer. Mi madre siempre había disculpado sus explosiones violentas como parte del desorden nervioso postraumático de la
guerra de Vietnam que también lo hacía despertar a mitad de la noche gritando y rompiendo cosas. De adolescente, siempre que yo traía
amigos a la casa, él les preguntaba, “¿Alguna vez han chupado un pene más dulce que el mío?” Era una pregunta capciosa porque, aunque
dijeran si o no, de todas formas terminaban con su pene en la boca, al menos en el sentido cómico de la pregunta.
Ocasionalmente, mi padre prometía llevarme a pasear, pero siempre surgía algo mas importante en el trabajo. Sólo en pocas ocasiones
memorables hicimos algo juntos. Usualmente me llevaba en su motocicleta a una mina de carbón cerca de nuestra casa, donde, usando un
rifle que había tomado del cadáver de un soldado vietnamita, me enseñaba como disparar. Heredé la buena puntería de mi padre, la cual me
sirvió bien tanto para disparar pistolas de aire contra los animales como para lanzar rocas a los policías. También heredé un mal
temperamento que explota a la menor provocación, una ambición testaruda que sólo puede ser detenida con balas, un extraño sentido del
humor, un insaciable apetito de senos y un ritmo cardiaco irregular, el cual sólo ha empeorado por ingerir demasiadas drogas.
Aunque tenía mucho en común con mi padre, nunca quise admitirlo. La mayor parte de mi infancia y adolescencia la pasé con temor hacia él.
Él constantemente me amenazaba con echarme de la casa y nunca fallaba en recordarme que yo no servía para nada y que nunca lograría
nada. Así que fui un niño de mamá, consentido por ella y desagradecido. Para asegurarse de que me mantuviera mas cerca de ella de lo que
ya estaba, mi madre trataba de convencerme de que estaba mas enfermo de lo que en realidad estaba para que pudiera mantenerme en casa
y cuidar se mí. Cuando me empezó a salir acné, mi madre me dijo que era una reacción alérgica a la clara de huevo, y por largo tiempo le creí.
Elle quería que fuera igual que ella, que dependiera de ella, que nunca la dejara. Cuando finalmente lo hice a los veintidós años, ella se
sentaba en mi cuarto todos lo días y lloraba hasta que un día creyó ver la silueta de Jesús sobre la puerta. Tomando esa visión como una
señal de que yo estaba siendo cuidado, dejó de lamentarse y empezó a cuidar como mascotas a las ratas que se supone debían ser alimento
para mi serpiente. En su propio modo sobreprotector, me remplazó con la rata más enfermiza, la cual llamó Marilyn, y no sólo le dio respiración de boca a boca a la rata, sino que ahora la tiene en una cámara de oxígeno torpemente construida de plástico transparente para envolver para prolongar su vida.
Cuando eres niño, aceptas todo lo que sucede en tu familia como normal. Pero cuando llega la pubertad, el péndulo gira en la dirección
contraria, y la aceptación se convierte en resentimiento. En el noveno grado, empecé a sentirme más solo y frustrado sexualmente. Solía
sentarme en mi pupitre en clase con una navaja de bolsillo, haciendo cortadas por todo mi antebrazo. (Aún tengo docenas de cicatrices debajo de mis tatuajes.) En general, no me importaba salir bien en la escuela. La mayor parte de mi educación tuvo lugar después de clases, cuando escapaba a un mundo de fantasía –inmerso en juegos de rol, leyendo libros como la biografía de Jim Morrison, No One Here Gets Out Alive,
escribiendo macabros poemas e historias cortas, y escuchando discos. Comencé a apreciar la música como una cura universal, la entrada a
un lugar donde podía ser aceptado, un lugar sin reglas y sin prejuicios.
La persona que tuvo que soportar la peor parte de mi frustración fue mi madre. Tal vez mis explosiones contra ella eran algo más que había
heredado de mi padre. Por algún tiempo, mis padres tuvieron violentas peleas a gritos porque mi padre sospechaba que ella le era infiel con un ex policía que se había vuelto investigador privado. Mi padre siempre había sido desconfiado por naturaleza y nunca pudo deshacerse de sus
celos incluso por el primer novio de mi madre, Dick Reed, un tipo escuálido cuyo trasero había pateado mi padre el día que conoció a mi
madre a la edad de quince años. Una de sus peleas más escandalosas tuvo lugar después que mi padre revisó su bolso, sacó una toalla sucia
y exigió una explicación. Nunca supe que era lo sospechoso acerca de esa toalla –si era porque provenía de un hotel extraño o porque había
sido usada para limpiar semen. Recuerdo que el investigador en cuestión había venido a la casa algunas veces con trayendo metralletas y
revistas Soldier of Fortune, las cuales me impresionaban porque aún estaba interesado en una carrera en el espionaje. Sin embargo, el odio y la rabia son infecciosos, y pronto empecé a sentir resentimiento por mi madre porque pensé que ella estaba terminando con su matrimonio.
Solí sentarme en mi cama y llorar pensando en lo que pasaría si mis padres se separaran. Temía tener que escoger a uno de los dos y, como
tenía miedo de m padre, terminar mudándome y viviendo en la pobreza con mi madre.
En mi cuarto con mis posters de Kiss, mis dibujos y mis discos de rock, también tenía una colección de botellas de vidrio colonia Avon que mi abuela me había dado. Cada una tenía la forma de un auto diferente, y creo que fue el Excalibur el que envió a mi madre al hospital una
noche. Había llegado tarde a casa y no quería decirme donde había estado. Sospechando de su infidelidad, perdí la cabeza y le lancé la
botella a la cara, abriendo una sangrienta herida sobre su labio y derramando perfume barato y trozos de vidrio azul sobre el piso.
círculo cinco: Los Iracundos
Aún tiene la cicatriz, la cual le ha servido de constante recordatorio de no tener nunca otro hijo. En altercados siguientes, la golpeé, la escupí y traté de ahorcarla. Nunca se defendía. Sólo lloraba, y yo nunca me sentí mal por ella.
Sin embargo, la ira que tenía reprimida por haber sido enviado a la escuela cristiana, comenzó a disiparse después en la escuela pública. Mi madre me dejaba quedarme en casa como si estuviera enfermo si, por ejemplo, no podía peinar mi cabello y no quería que ninguna chica me
viera o si alguien quería golpearme en la escuela. Empecé a apreciarla por eso. Pero eso, también, sólo era una fase.
Mientras estaba en mi cama esa última noche en Canton, odié a mis padres más de lo que los había odiado antes. Finalmente empezaba a
encajar en Canton, y ahora tendría que vivir en las afueras de Fort Lauderdale porque mi padre había conseguido un nuevo y aburrido trabajo como vendedor de muebles. Había ido a los lugares mas oscuros –desde casas embrujadas hasta gimnasios de escuela. Había tenido drogas
de mala calidad, peor sexo y ninguna autoestima. Estaba todo a mi alrededor, y ahora tenía que empezar todo de nuevo. No estaba
emocionado por la mudanza. Estaba amargado y enojado –no sólo con mis padres, sino con todo el mundo.
El Camino al Infierno está Pavimentado con Amables Cartas de Rechazo
Me sentía algo solo, y pronto desarrollé hábitos desagradables que me hicieron impopular durante mis días de escuela. Tenía
al hábito del niño solitario de inventar historias y mantener conversaciones con personas imaginarias, y creo que desde el
principio mis ambiciones literarias estaban mezcladas con el sentimiento de estar aislado y subestimado. Sabía que tenía
facilidad con las palabras y el poder de afrontar hechos desagradables, y sentía que esto había creado una especie de mundo
privado en el cual yo podía vengarme por mi fracaso en la vida diaria.
-George Orwell, Why I Write
círculo cinco: Los Malhumoradoso 2
Enero 20, 1998
Brian Warner
3450 Banks Rd. #207
Margate, FL 33063
John Glazer, Editor
Night Terror Magazine
1007 Union Street
Schenactady, NY 12308
Querido John Galzer,
Adjunta se encuentra mi previamente no publicada historia, “Todo En Familia.” Sólo está siendo
enviada a su revista por el momento. Apreciaría su consideración para una posible publicación de la
historia arriba mencionada. Le agradezco por su tiempo, y estaré esperando su respuesta.
Sinceramente,
Brian Warner
Todo En Familia