CINCO
74 HORAS, 41 MINUTOS
—¿DÓNDE DIABLOS está todo el mundo? —exigió saber Caine.
No se lo pedía a nadie en particular. Era el rey de Perdido Beach, pero era un rey sin corte. Literalmente. La única persona que estaba con él en aquel momento era Virtue Brattle-Chance, un chaval africano (no afroamericano, sino de África).
Y sí, era un niño, aunque extrañamente solemne. De hecho era sombrío. Antes vivía junto con sus hermanos y hermanas, los hijos adoptados de unos padres que eran estrellas de cine, muy ricos y famosos, en la isla de San Francisco de Sales. Pero cuando Caine encontró el modo de llegar a la isla, los niños hallaron el modo de salir de ella.
Sería un eufemismo decir que habían pasado cosas entre Caine y los chavales Brattle-Chance. Cosas violentas e inquietantes.
Pero Virtue era eficiente a su manera taciturna. Le decías a Choo, como todos lo llamaban, que entregara un mensaje, y lo hacía. Le decías a Choo que fuera a ver si había alguien trabajando en los campos de repollos, y obtenías una respuesta concienzuda y precisa.
Pero no era Drake. Ni siquiera era Turk. No servía para pegar a nadie, y ya no digamos para matarlos por ti. No era un secuaz, sino un auxiliar administrativo.
Caine echaba de menos a sus secuaces.
Y más aún, echaba de menos a Diana.
Resultaba triste pensar que ahora recordaba los primeros días de la ERA como una buena época. Cuando mandaba en Coates. Cuando entró cubierto de gloria —bueno, más bien montado en un convoy inestable de coches conducidos por manos inexpertas— en Perdido Beach. Cuando Orc y sus matones, y Drake, y Líder de Manada, e incluso Penny estaban de su parte.
Pero Penny había resultado ser una lunática traicionera. Habían matado al Líder de Manada, y también a su sustituto. Drake había pasado a servir a la gayáfaga. Y Orc había dejado de beber y se había vuelto religioso.
Si había algo peor que Orc borracho perdido era Orc citando —normalmente mal— las Sagradas Escrituras.
Los parásitos como Turk y el pequeño, chungo y llorica de Bug habían causado más problemas que otra cosa. Bug seguía deslizándose por ahí aprovechando su invisibilidad para espiar a la gente, pero no traía ninguna información útil a Caine, y cuando no se dedicaba a observar a la gente metiéndose el dedo en la nariz, robaba comida y provocaba conflictos inútiles.
Lenta, inexorablemente, Caine había dejado de mandar. Sus grandes ambiciones se habían extinguido. Ahora tenía mucha más responsabilidad que poder. Algunos chavales seguían llamándolo rey, pero no era lo mismo cuando lo hacían irónicamente y no con miedo.
Sí, aún podía utilizar el poder telequinésico para lanzar a los chavales por ahí, para hacerles atravesar paredes y arrojarlos al océano, pero ¿para qué? No necesitaba chavales muertos, necesitaba que alguien fuera a recoger los repollos asquerosos. Albert siempre se encargaba de eso, pero había desertado y se había largado a la isla en una barca cargada de misiles.
Caine echaba de menos a Albert.
Echaba de menos a sus secuaces.
Pero a quien más echaba de menos era a Diana. La veía cada vez que cerraba los ojos. Recordaba cada detalle de su cuerpo y su rostro. ¿Los labios? Sí, se acordaba de la boca. ¿De la suavidad de su piel? Sí, desde luego, se acordaba.
—Cuando los chavales tengan suficiente hambre recogerán las verduras —comentó Virtue.
—Choo, no conoces a la gente, ¿verdad? Les entrará el pánico y se fliparán. Empezarán a robarse los unos a los otros y seguramente quemarán lo que quede de la ciudad. La gente es idiota, Choo. Que no se te olvide: son idiotas desleales, traidores, débiles, chungos, estúpidos y vagos.
Virtue parpadeó y guardó silencio.
Caine miró alrededor de su guarida actual: un escritorio que había hecho levitar hasta el descansillo en lo alto de los escalones de la iglesia que daba a la plaza. Tenía una silla con ruedas. Y también un escritorio.
Caine añoraba sus guaridas previas. La actual era una mierda.
No tendría que haber abandonado nunca la isla. Allí estuvo con Diana y Penny. Podría haber arrojado a Penny por un precipicio y habría estado bien en la isla. Comida decente, una mansión bonita, electricidad y una cama blanda con Diana dentro.
¿En qué estaba pensando cuando abandonó la isla?
Echaba de menos que Diana se peleara con él. Echaba de menos su voz sarcástica. Echaba de menos cuando ponía los ojos en blanco y cuando los entrecerraba y lo miraba escéptica, como si fuera demasiado tonto para merecer su atención. Habría matado, o herido por lo menos, a cualquier otro que lo hubiera tratado así. Pero Diana no era cualquiera.
Echaba de menos su pelo. Su cuello. Sus pechos.
Diana lo comprendía. Lo amaba, a su manera. Y si Caine la hubiera escuchado, aún seguiría en la isla. Habría encontrado combustible para mantener las luces encendidas. Probablemente. Y la comida se habría acabado y pasarían hambre, pero, oye, estaban en la ERA, donde lo único que podías esperar era retrasar el dolor.
Retrasar el dolor: ese era el sentido de la vida, ¿verdad?
—Me he equivocado al tomar algunas decisiones —comentó Caine, aunque en realidad no pretendía decirlo en voz alta.
Si Diana hubiera estado allí, habría dicho algo así como «pues vale», pero de un modo más chulo, divertido y malvado, y Caine se habría enfadado, pero habría intentado besarla y ella le habría acabado dejando, y ¿de verdad sus labios eran tan suaves como recordaba?
—Bueno, es que eres implacable y narcisista y careces de toda moral —intervino Virtue.
Caine lanzó una mirada a Virtue, preguntándose si parte de lo que le había dicho equivalía a un halago. Seguramente no. Si hubiera venido de Diana, habría sido la mezcla perfecta de sarcasmo y admiración, pero en algún momento Virtue parecía haber decidido tomarse su nombre en serio. Caine no detectaba ningún sentido del humor en aquel chaval. Era como una flecha recta. Desconcertante.
—Si soy tan implacable, ¿cómo es que no bajo a la barrera y me pongo a pegar a los chavales hasta que me obedezcan?
Virtue se encogió de hombros.
—¿Porque tu madre o tus padres adoptivos podrían estar allí?
Caine se mordió el pulgar, un hábito nervioso que recuperaba cuando se sentía frustrado.
—Y por las cámaras de la tele —continuó Virtue.
—Sam frio el cuerpo de Penny delante de su… de nuestra madre —le recordó, solo para discutir.
Virtue no dijo nada.
—¿Qué? —exigió saber Caine.
—Bueno… Sam es más fuerte que tú —respondió Virtue.
Caine se planteó arrojar a Virtue a los escombros de la iglesia. Sería satisfactorio. Pero si lo hacía, el hermano de Virtue, Sanjit, se enfadaría, y Sanjit y Lana eran íntimos, y lo último que necesitaba Caine era tener problemas con Lana, la curandera. Le había salvado la vida y, pese a que Caine era prácticamente incapaz de mostrar gratitud, no era aconsejable pelearse con lo más parecido a un médico con lo que contaban.
—Tenemos visita —anunció Virtue.
Caine también lo había oído: el motor de un coche. Como la gasolina escaseaba tanto como la comida, era muy inusual oír un motor en marcha.
Una furgoneta blanca avanzaba despacio —tan despacio como solo un conductor inexperto y asustado iría— por San Pablo Avenue. Acabó parando a cierta distancia, y Caine se dio cuenta de que esperaba que fuese un problema. Podía enfrentarse a los problemas. Una pelea sería un maravilloso alivio para el tedio.
De la furgoneta bajó Edilio, seguido de Sam.
Así que igual sí que habría pelea. ¡Ja!
Pero Edilio iba delante con un Sam reticente como nunca lo había visto, incluso un poco avergonzado. Luego se bajó Toto, el chico raro obsesionado con Spiderman.
—No hemos venido buscando pelea —dijo Edilio, levantando la mano y destruyendo las esperanzas de Caine.
—Es verdad —afirmó Toto.
Caine suspiró.
—Vale, pues qué bien. Vale, Choo, vete a coger un par de sillas.
—Caine —dijo Sam, y asintió.
—Sam, ¿qué quieres? ¿Es que han subido las olas?
Sam asintió en dirección a Edilio.
—Esta es su fiesta.
Cuando llegaron las sillas, se sentaron alrededor del escritorio grande pero bastante desordenado. No había silla para Toto. A Caine no le importaba.
—Os ofrecería leche y galletas, pero parece que se nos han acabado —comentó Caine, y subió los pies al escritorio solo para recordarles quién mandaba.
—Es verdad. No tienen leche. Ni galletas —dijo Toto.
Edilio fue al grano.
—No podemos seguir así. Tenemos que volver a producir comida. Tenemos que pensar cómo enfrentarnos a los mirones. Necesitamos reglas y organización.
—Sí, muy brillante —intervino Caine—. Ojalá se me hubiera ocurrido a mí. Choo, toma nota: necesitamos que la gente vuelva a trabajar. Una idea genial. ¿Eso es lo que habéis venido a decir? ¿Me estáis pidiendo que baje y me ponga a pegar a los chavales?
Edilio hizo caso omiso de su sarcasmo.
—No. De hecho, no me parece que puedas ayudar, Caine. Nadie confía en ti. Nadie te seguirá.
—Es verdad —dijo Toto. Y entonces, respondiendo a la mirada fulminante de Caine, añadió—: Spidey.
—Ah, ya veo —dijo Caine—. Nadie confía en mí, pero seguirán a San Sammy. Oye, no quiero ser maleducado pero…
Caine levantó la mano rápidamente, y el puñetazo telequinésico alcanzó a Sam justo en el pecho. Sam salió disparado. De hecho, salió despedido hacia atrás. Voló más de tres metros. Y cuando tocó el suelo, aterrizó de culo, y el impulso le hizo dar una voltereta hacia atrás.
Caine se rio encantado. Eso estaba mucho mejor que quedarse sentado y…
Sam se incorporó más rápido de lo que Caine esperaba, por lo que tuvo tiempo de saltar a un lado y esquivar el siguiente golpe. Tenía las manos alzadas con las palmas hacia fuera. Se encontraba a poco más de tres metros. Y el problema era que Caine seguía sentado.
No resultaba fácil moverse rápido cuando estabas sentado y con los pies subidos al escritorio.
—La verdad es que preferiría no matarte —comentó Sam—. Pero solo conque muevas la mano…
Caine no bajó las manos, y apuntó cuidadosamente un poquito más allá de su objetivo.
Miró a Sam a la cara. Su hermano también lo miraba directamente a los ojos. Chico listo. Sam había adquirido experiencia desde los viejos tiempos en que eran iguales. Un luchador inexperto observaba las manos del adversario; uno listo, su rostro.
Caine tenía que controlar la mirada, no moverla, no mirar hacia…
La mano derecha de Sam seguía apuntando al cuerpo de Caine. Pero la izquierda desprendió una luz verde chisporroteante, que en un instante hizo arder la pata de la silla de Caine.
La silla se inclinó; Caine resbaló, cayó de lado, rodó rápidamente, y mientras Sam se abalanzaba hacia él hizo uno de sus últimos trucos: disparó contra el suelo que le quedaba justo debajo, y dio un salto hacia atrás debido al retroceso.
¡Y sí! Sam pasó a toda velocidad, cogiendo aire. Por desgracia, la nueva táctica de Caine no era precisa. Se quedó sin aliento, se golpeó fuerte en la nuca contra la escalera y vio las estrellas.
—Aaaay.
Caine trató de rodar hasta ponerse en pie, pero se le estaba clavando algo en la entrepierna. Intentó volver en sí y vio a Edilio de pie por encima de él. Tenía el cañón del rifle automático en sus partes sensibles.
—Si te mueves, te dispararé en las pelotas —amenazó Edilio—. ¿Toto?
—Lo hará —dijo Toto—. Aunque no está seguro de si te disparará en las pelotas.
Caine fulminó con la mirada a Edilio. Era una mirada asesina.
—Dispararías una vez… quizás, y luego te arrancaría la cabeza de los hombros.
—Cree que te arrancaría la cabeza de… —empezó a decir Toto.
—Sin duda —lo cortó Edilio—. Supongo que tienes que decidir si un asesinato más te compensará por tu… pérdida.
—¿Qué pasa, Sam? ¿No puedes pelear tú solo? ¿Tiene que cubrirte tu chico? —se burló Caine.
Sam iba a responderle, pero pareció pensárselo mejor y se quedó callado. Incluso dio un paso atrás.
Edilio intervino:
—Toto, voy a decir unas cuantas cosas al rey Caine. Tú las valorarás.
—Lo haré, Spidey.
—Una: yo no soy el chico de nadie —dijo Edilio.
—Él cree que sí.
—Dos: estoy harto de esta gilipollez constante de pelea entre hermanos que os traéis.
—Cree que es una gilipollez —dijo Toto.
—Tres: la gayáfaga y Drake…, tu hija y tu antiguo compañero…
—¿Compañero? Era mi secuaz —dio Caine—. Un compañero sería mi igual. Drake nunca fue mi igual.
—Tres —repitió Edilio—: La gayáfaga y Drake están ahí fuera, y no creo que estén precisamente de acampada.
Eso hizo dudar a Toto, hasta que dijo:
—No cree que estén de acampada.
—Y ahora, tengo una pregunta para ti, Caine: ¿crees que puedes cargarte a Gaya tú solo? ¿Sí o no?
La mirada de Caine se desvió hacia Toto. Caine ya detestaba la sola idea del atrapatrolas. Era imposible controlar a alguien que era totalmente sincero. Pero entonces se puso a pensar, y se imaginó peleándose solo con la gayáfaga. Se la imaginaba con claridad. El miedo lo reconcomía, y recordaba el dolor terrible, la debilidad…, la desesperación.
—¿Sí o no? —insistió Edilio.
—Ya sabes la respuesta —murmuró Caine.
Edilio apartó el cañón y tendió una mano a Caine, pero el chico lo miró con dureza y se puso en pie de repente. Miró la silla que ahora tenía tres patas.
—Era una silla cómoda y agradable…
Caine se sacudió el polvo. Reconocer, aunque fuera sin palabras, que no podía derribar a Gaya él solo lo deprimía. Desde el principio le obsesionaba que pudiera surgir un poder mayor que el suyo. Al comienzo solo había dos mutantes de «cuatro barras»: Sam y él. Con el tiempo, se había dado cuenta de que el pequeño Pete parecía salirse de la escala, pero eso no le preocupaba mucho, porque el pequeño Pete no era más que el pequeño Pete, a pesar de sus poderes divinos.
Pero ahora estaba Gaya, la encarnación física de la gayáfaga, y Caine sabía demasiado acerca de la criatura como para pensar que podría derribarla un solo tipo con poderes telequinésicos.
—Así que se supone que tengo que hacerme a un lado y dejar que Sam intervenga y se encargue de todo —acabó diciendo—. Eso no es…
—Yo no —lo interrumpió Sam—. Él.
Caine miró a Edilio sin creérselo.
—¿Qué? ¿El espalda mojada de la ametralladora?
Sam se puso rígido al oír ese comentario, pero Edilio lo desdeñó con un movimiento de la mano. Así que Sam añadió:
—Hay exactamente cinco personas en las que confía casi todo el mundo. Yo soy una de ellas, pero se me da fatal encargarme de las cosas…
—Es verdad —dijo Toto, y esta vez Sam lo miró mal.
—Confían en Lana —continuó Sam—. Pero bueno, hablamos de Lana, y tiene un trabajo que hacer. Y en Dekka, pero también… Bueno, ella sería la primera en decir que no quiere encargarse de nada. La cuarta persona es Quinn.
—Intenté que Quinn hiciera algo más que pescar —protestó Caine.
—Lo sé —dijo Sam—. La otra persona en quien todos confían es Edilio.
Caine ladró una risa incrédula.
—¿De verdad has venido a decirme que quieres que Edilio se encargue de Perdido Beach?
—Ya se encarga del lago.
—Eso es… —empezó a decir Toto; dudó un poco y acabó diciendo—:… mayormente cierto.
—Sí, vale, pero yo sigo siendo el rey de aquí —replicó Caine. Incluso a él le sonaba ridículo. Apuntó con un dedo a Toto—: No, no lo digas.
Intervino Edilio:
—Yo trabajo bien con Quinn. Y me llevo bien con Lana. Y con Astrid y Dekka, que se quedarán en el lago. Sam confía en mí. Y la verdad es que incluso tú confías en mí, Caine.
—¿Ah, sí?
—Sí —dijo Edilio.
—Él cree que sí —murmuró Toto.
—Sigues siendo el chico de Sam, Edilio.
—Sam no estará aquí, ni en el lago. Va a ir a por tu hija.
Caine decidió no replicar por la forma de llamarla, aunque sentía emociones extremas y contradictorias.
—¿Sam va a por Gaya y Drake él solo? Ja. Si yo no puedo hacerlo solo, él tampoco.
—Eso cree.
—Solo no —lo corrigió Edilio.
Caine tardó unos segundos en entenderlo.
—No. Mátate tú. Pégate un tiro. No. No, no, no.
—¿Estás encantado de estar aquí contando pescado e insistiendo a los chavales que trabajen? —preguntó Edilio.
—No lo está —dijo Virtue, adelantándose a Toto. Caine lo miró molesto—. Solo lleva dos días haciéndolo desde que terminó la batalla, y ya está aburrido.
—Propongo lo siguiente —anunció Edilio. Se había puesto el rifle de asalto en bandolera—: Vengo a Perdido Beach, y trabajo con Quinn, Sanjit y por supuesto con Virtue. Y puede que me traiga también a Jack el del ordenador. Lana…, bueno, ella hará lo que quiera, como siempre.
—Espérate, pensaba que Jack había muerto.
—No. Lana lo pilló a tiempo —explicó Sam—. Pero está tocado, eso seguro. Le vendría bien cambiar de aires, tener algo con lo que distraerse.
Caine negó con la cabeza, pero no se mostraba tan firme como antes.
Sam se inclinó hacia delante, con los codos apoyados en las rodillas, y dijo:
—Caine, no eres más rey de lo que yo soy alcalde.
—No, ¿y entonces qué soy? —exigió saber Caine.
Detestaba el tono suplicante de su voz.
—Eres un matón y un sociópata. Y un asesino. Pero también eres listo y fuerte y no te asustas fácilmente.
—Es verdad —afirmó Toto.
—Y amas a Diana —añadió Virtue.
—¿Qué? Cállate, Choo.
Todas las miradas se volvieron hacia Toto, quien asintió y dijo:
—Es verdad.
—Probablemente es la única persona que te ha importado en la vida —sugirió Edilio—. Y seguramente es la única persona que te ama. ¿Y vas a dejarla ahí? ¿Con Drake y esa niña monstruosa tuya?
Entonces Caine vio algo reflejado en el rostro de Sam. Una emoción que ansiaba ocultar. ¿Culpa? De repente, Sam sintió la necesidad de frotarse la cara. El instinto de Caine le advertía que… bueno, no sabía muy bien qué. Y Sam mantuvo la boca cerrada, lo cual quería decir que Toto no podría ayudarle.
Caine tragó saliva y miró indefenso a Edilio, quien asintió, aceptando su derrota.
—¿Sabes qué? —dijo Caine—. ¿Quieres Perdido Beach? Pues quédatelo, amigo mío, quédatelo.
«Y así termina mi breve reinado», pensó Caine, mordaz.
Tuvo que reprimir el impulso de sonreír, y soltó una respiración profunda y satisfactoria. Sus ojos se encontraron con los de Sam, quien esbozaba una sonrisa de complicidad, al ver y comprender, como ningún otro podría, el alivio de Caine al ceder el poder.
—Solo voy a hacerlo porque me aburro —advirtió Caine—. No voy a correr a rescatar a Diana. Ni a hacer lo que debo ni nada por el estilo.
—Eso no es… —empezó a protestar Toto, pero Virtue se le acercó y puso una mano sobre la boca del atrapatrolas.
Caine pensó que al menos Diana se lo agradecería. Y entonces sonrió. Nooo. No lo haría.