APÉNDICE II
Novela negra y cine:
confluencia desde el origen

En cualquier video club o sala de arte es posible encontrar una de las películas más vistas de todos los tiempos: El halcón maltés, de John Huston, con Humphrey Bogart, Mary Astor y Peter Lorre. Verdadero clásico del cine universal, fue filmada en 1941 a muy bajo costo y más o menos en la misma época en que Ciudadano Kane, de Orson Welles, producía una revolución en la industria cinematográfica.

Este film fue la tercera versión —y no fue la última— de la novela homónima escrita por Dashiell Hammett en 1930. Antes se habían rodado dos mediocres versiones, dirigidas una por Roy del Ruth (1931) y la otra por William Dieterle (1936, con Bette Davis).

Así como esta novela marcó un hito en la moderna literatura policial, la película de Huston también lo hizo en el cine: hoy se puede hablar de un antes y un después de El halcón maltés, también en la filmografía negra.

Hasta ese 1941 el cine negro carecía de la precisión genérica que hoy tiene. Huston se marcó a sí mismo un camino, que recorrió con otros filmes de similar tesitura como Key Largo (Cayo largo, 1948) y The jungle of asphalt-Mientras la ciudad duerme- (1950, en base a la novela de W.R.Burnett, con Sterling Hayden y una joven y bellísima Marilyn Monroe en un delicioso papel secundario).

Pero sobre todo marcó un cambio en el gusto del público, que poco a poco empezó a interesarse por el cine de género. Y el género negro, en particular, inició su camino junto al western, el cine bélico, el psicológico, etc. Se instalaron en el gusto del público parejas que fueron clásicas: Bogart-Bacall; William Powell-Mirna Loy; Barbara Stanwick-Fred McMurray. Y al mismo tiempo se imponían actores “duros” que resultaron paradigmáticos: Bogart sobre todo, pero también Edward G. Robinson, James Cagney, más tarde Lee Marvin, Steve McQueen, Robert Mitchum, Paul Newman, Lino Ventura, Jean-Paul Belmondo, Alain Delon y muchos más hacia el fin de siglo, como Gary Olman y Denzel Washington entre muchos otros.

La industria del cine, desde sus orígenes, necesitó —como factor de atracción— de altas dosis de acción y drama, de persecuciones y golpes, de amor y violencia, y, por supuesto, también debió crear héroes que el público pudiera identificar.

La literatura policial clásica ya había dado material abundante. Un crimen y varios sospechosos, un detective astuto que supera pistas falsas y cierto ambiente exótico, eran elementos ideales para el cine, y además eran producciones muy baratas. Agatha Christie, en Inglaterra, se llenó de oro con este tipo de películas, además de que sus libros eran indiscutibles best-sellers.

Tanto el cine inglés como el norteamericano recurrieron originalmente a las variantes clásicas de la literatura: las obras de Conan-Doyle o de Gastón Leroux[201]. Pero fue en Hollywood donde proliferó una variedad increíble de personajes de este tipo. Entre ellos el chino Charlie Chan (interpretado por el sueco Warren Oland); el japonés Motto (interpretado por el húngaro Peter Lorre); las populares caracterizaciones de Ronald Colman; el inverosímil Philo Vance (millonario y erudito en todas las artes y ciencias) que creara S.S.Van Diñe, quizás uno de los escritores más populares de su tiempo; y Simón Templar, más conocido como “El Santo”, creado por Leslie Charteris.

Todos ellos formaron una verdadera fauna detectivesca que, a más de inverosímil, era caricaturesca pues a los previsibles finales felices antecedían situaciones risibles, golpes bajos y escenarios absurdos.

En los años 30 el espectador empieza a dejar de ser un mero voyeur, cuando la realidad también entra a la ficción filmada. No es pequeño detalle recordar que a partir de 1931 en Hollywood fueron contratados, con muy buen sentido, muchos escritores talentosos, críticos de la sociedad norteamericana y sus costumbres. Entre ellos William Faulkner, James Cain, William Riley Burnett, Francis Scott Fitzgerald, Frank Gruber, Dashiell Hammett, Raymond Chandler, Horace McCoy y Jim Thompson, por lo menos, quienes marcaron un nuevo rumbo. A partir de sus guiones ya no podrán ignorarse las contradicciones de la sociedad norteamericana: la depresión, el tráfico de alcohol y de drogas, la corrupción, la violencia, los gángsters.

Todavía se filmaban por entonces novelas policiacas más bien clásicas de Edgar Wallace, Ellery Queen, Cornell Woolrich y William Irish (estos dos, una misma persona), pero ya autores como Burnett y Hammett imponían la nueva tendencia. Baste recordar que de este último autor se filmaron ocho películas en la década de 1930, antes de El halcón maltés de Huston.

El viejo detective-investigador no perdía vigor, todavía, pero ahora debía compartir el escenario con historias completamente negras que provenían de la mejor literatura. Eran los llamados tough writers (escritores duros) que empezaban a cambiar la industria.

Entre ellos, destacaba W.R.Burnett, de quien en el mismo año 1931 en que se filmó la primera versión de El halcón maltés se rodó El pequeño César, en base a su novela negra (Little Ceasar) publicada en 1929. Bajo la dirección de Mervin Le Roy y con una actuación consagratoria de Edward G. Robinson, ese film obtuvo un extraordinario éxito de público.

En 1932 Howard Hawks filmó el guión de Scarface, escrito por Burnett y que no era otra cosa que la biografía negra del popularísimo capo-mafia Al Capone. Algunas otras películas de este autor fueron: Pasaporte a la fama (1935), de John Ford y nuevamente con Robinson como protagonista; Alta Sierra (1941), de Raoul Walsh, con la ascendente pareja que formaron Humphrey Bogart e Ida Lupino; y la ya citada Mientras la ciudad duerme de John Huston sobre la novela La jungla de asfalto.

El crimen no paga y Los asesinos siempre pierden fueron dos verdaderos lugares comunes en los años 40, por imposición de la censura y porque la Segunda Guerra Mundial parecía exigirle al cine cierta frivolidad y moralidad: era necesario que triunfaran “los buenos” y debía subrayarse que el mal siempre recibe castigo. Abundaron entonces los policías honestos y los investigadores incorruptibles.

No obstante, la realidad había llegado para quedarse, y si un mérito debe reconocerse a Hollywood es que nunca abandonó del todo esta tesitura, más allá de las imposiciones políticas de esa década.

Humphrey Bogart se convirtió, hasta su muerte en 1957, en símbolo de realismo, rudeza y coraje personal. Eso abrió un camino prolífico para una legión de guionistas, actores y directores, porque indudablemente el carisma de Bogart fascinaba a las multitudes. El ciudadano medio veía en él la concreción de sus aspiraciones heroicas, aspiraciones naturales para una sociedad como la norteamericana, triunfalista y exaltadora del individualismo y el arrojo personal.

A partir de 1942 la huella de Raymond Chandler empieza a notarse en el cine californiano: la incorporación de sus novelas a la industria es paralela a las de otros dos grandes: James Cain y David Goodis.

De Cain destacan El cartero siempre llama dos veces, que es un clásico del cine negro desde la primera versión hollywoodense de 1946 (antes había sido rodada en Francia y en Italia) al igual que Pacto de sangre (Double indemnity) que dirigió Billy Wilder en 1944 y en cuyo guión trabajó el propio Chandler.

De Goodis sobresale el filme que de su alucinante novela Un gato del pantano (Dark passage) dirigió Delmer Daves —autor también del guión— en 1947, estelarizada por la pareja Bogart-Lauren Bacall, y con un cuestionable título en castellano: La senda tenebrosa.

En cuanto a Chandler, escribió además varios guiones: La dalia azul (The Blue Dahlia) dirigida por George Marshall en 1946, con Alan Ladd y Verónica Lake; también su propia Playback (1948); y Extraños en un tren (Strangers on a Train), de 1951, sobre la novela original de Patricia Highsmith.

Si en el cine clásico era importante sobre todo el detective, ahora también lo era el criminal, quizás porque la dureza de estos personajes no solo tenía infinitas posibilidades dramáticas sino que también hacían falta en un sentido moralizador. Directores respetados en la industria como William Wyler, Alfred Hitchcock y Robert Siodmark fueron algunos de los encargados de esta filmografía, y más tarde también Joseph Losey, un John Huston más maduro y Richard Brooks.

La década de 1950 se inició con la feroz persecución maccartista, que afectó a muchos directores, escritores y actores. Delatados por algunos de sus colegas, Hammett, Losey, Kubrick y muchos más debieron alejarse de Hollywood. Se produjo entonces un cierto vacío, porque la censura era atroz.

Paradójica, y penosamente, eso mismo alentó el nacimiento de un nuevo tipo de “duro": el cazador de “malos”, una especie de cruzado violento, machista y ferozmente anticomunista. El modelo fue el personaje del ya mencionado Mickey Spillane, Mike Hammer, que se hizo famoso mediante una serie de la televisión en blanco y negro. Esta especie de cowboy urbano, macho y justiciero, fue llevado al cine varias veces entre 1953 y 1957.

Aun cuando fue Hammer el paradigma del sistema en plena Guerra Fría, hay que rescatar algunas excelentes películas negras de esta década. Entre ellas la mencionada Mientras la ciudad duerme (que fue lo último que filmó Huston antes de la censura, en 1950) y Sin conciencia (The enforcer) una joya que en 1951 filmó Raoul Walsh —aunque él no figuró y en su lugar firmó el director francés Bretaigne Windust— con un recio y maduro Bogart en el papel protagónico. Y hacia el final de la década, pasado lo peor, la extraordinaria Sed de mal (Touch of Evil) de 1958 y dirigida e interpretada por Orson Welles.

A partir de los 60, el género negro ya se había impuesto en el gusto del público, y también en la industria. La floreciente televisión se afirmaba, entre otros recursos, con series policiales de enorme popularidad (La patrulla del camino, con Broderick Crawford, fue un clásico de los inicios de la TV). Desde entonces se produjeron detectives en serie y la violencia comenzó a trepar hacia niveles cada vez más efectistas, característica que entrado ya el siglo XXI no deja de afianzarse, para bien o para mal.

De todos modos, subsistieron investigadores del tipo del Tony Rome que interpretó dignamente Frank Sinatra, y se buscaron nuevas modalidades moralizantes en trabajos como los del Serpico de Sidney Lumet. Todo mezclado con la brutalidad vulgar de Harry el sucio, Madigan o Mi nombre es violencia (todas de Don Siegel) y con los inconcebibles y caricaturescos James Bond creados por lan Fleming, los que definitivamente se salen del género negro.

La televisión ha dado siempre para todos los gustos: Kojak, Cannon, Magnum y muchísimas series más. El simplismo siempre parece ganar la batalla en Hollywood, aunque Hollywood siempre parece capaz de salirse de sus propios moldes.

Pero también es cierto que en los 70 y 80 del siglo pasado se afirmó el auge del género. Curiosamente, algunas de las mejores películas negras fueron de la llamada “Clase B” (un cine de bajo presupuesto, sin grandes figuras y con modestas expectativas). Por ejemplo, la sensacional Cuerpos ardientes (1981), de Lawrence Kasdan, y que significó el salto al estrellato de la actriz Kathleen Turner.

Además, en aquellos años 70 hubo un muy buen cine negro francés. Y no solo allí: en Italia también se filmaron películas que pueden ser encuadradas dentro del género, y en los 80 empezó a haberlo en España. Y hay que destacar que países como México y Argentina, que siempre tuvieron una interesante industria cinematográfica, jamás dejaron de frecuentar el género negro, con suerte variada.

Por supuesto que este rápido repaso no pretende ser completo, ni mucho menos lo es la lista que sigue. Pero bien puede tomarse como un somero fichaje de algunos filmes, autores y textos negros ya clásicos, a la vez qua quiere ser un homenaje a la innovación estética y el valor cívico de una brillante generación literaria y cinematográfica integrada por autores, directores y actores incomparables.

HE AQUÍ ESA LISTA (NO EXHAUSTIVA)

DE ALGUNOS BUENOS TÍTULOS DEL CINE NEGRO

De Dashiell Hammett

En 1931 se filmó Calles de la ciudad (City streets), que fue su primer argumento en Hollywood. Rouben Mamoulian la dirigió y actuaron Gary Cooper y Sylvia Sydney.

Entre 1934 y 1941 W.S.Van Dyke filmó la saga de Nick Charles (de la novela El hombre flaco) con una pareja famosísima: William Powell y Myrna Loy, y el debut de la perra Asta.

Frank Tuttle y Stuart Heisler filmaron sendas versiones de la novela La llave de cristal en 1935 y 1942, respectivamente.

El halcón maltésse filmó tres veces (la última, por Huston, en 1941).

De Raymond Chandler

En 1944 se hizo la primera versión de su novela Adiós, Muñeca (Farewell my lovely). La película se llamó Murder, my sweet (en Argentina: El enigma del collar); se filmó en Inglaterra y la dirigió Edward Dmytrik con Dick Powell en el papel de Phillip Marlowe. En 1975 la volvió a filmar Dick Richards, esta vez en Hollywood y con Robert Mitchum haciendo de Marlowe.

En 1946 Howard Hawks filmó El sueño eterno, con guión escrito por William Faulkner, Leigh Brackett y Jules Furthman; y con la pareja estelar de la época: Bogart-Baccall.

La dama del lago también fue filmada en 1946, por Robert Montgomery, quien además de director fue el protagonista, junto a Audrey Totter y Lloyd Nolan.

En 1947 John Brahm dirigió La ventana siniestra, con George Montgomery y Nancy Guild y con el título The brasher doubloon.

En 1968, la novela La hermana pequeña se filmó con el título Marlowe, dirigida por Paul Bogart y con James Gardner en el papel principal.

En 1973 Elliot Gould interpretó a Phillip Marlowe en El largo adiós y bajo la dirección de Robert Altman.

En 1977 otra vez fue Mitchum el encargado de estelarizar No llores más, muñeca, basada en El sueño eterno y dirigida por Michael Winner.

Como ya se dijo, el mismo Chandler fue guionista de varias películas, entre ellas la mencionada Pacto desangre, de Cain, dirigida por Billy Wilder en 1944, y en 1951 Pacto siniestro basada en una novela de Patricia Highsmith y que dirigió Alfred Hitchcock.

Su paradigmático detective privado Phillip Marlowe fue interpretado sucesivamente, desde 1942, por George Sanders, Dick Powell, Robert Montgomery, Humphrey Bogart, James Garner, Eliiot Gould y Robert Mitchum.

De Ernest Hemingway

En 1945 Howard Hawks hizo una estupenda versión de Tener y no tener, con guión de William Faulkner. Ese mismo año, Robert Siodmark realizó una buena versión del cuento corto “Los asesinos”, que es de 1927, con guión de John Huston y Richard Brooks.

En 1964 Donald Siegel filmó una nueva versión de esta obra, ahora con Lee Marvin y Angie Dickinson en los papeles estelares, y con Ronald Reagan en el papel de Jack Browning.

De James Cain

Su obra más famosa, El cartero siempre llama dos veces, se filmó en cuatro oportunidades: en 1939 la dirigió Pierre Chenal en Francia; en 1942 la hizo Lucchino Visconti en Italia, con el título Obsesión—, en 1946 la dirigió Tay Garnett con John Garfield y una Lana Turner inolvidable (este fue el rodaje que catapultó a la fama mundial a esta novela). Y en 1981 Bob Rafelson realizó la última versión, con Jack Nicholson y Jessica Lange.

El cartero... es un clásico del cine negro, como lo es también Pacto de sangre (Double indemnity) que dirigió Billy Wilder en 1944 y en cuyo guión trabajó nada menos que Raymond Chandler. Esta es hoy una película de colección en la que sobresale el trío Stanwick-McMurray-Robinson en los papeles protagónicos.

También se filmaron otras novelas de James Cain, como Una serenata (Serenade) en 1956, dirigida por Anthony Mann y con Mario Lanza, Joan Fontaine y Vincent Price; El estafador y Mildred Pierce (conocida en Argentina como El suplicio de una madre, con Joan Crawford dirigida por Michael Curtiz, en 1945, y en cuyo guión también colaboró Faulkner).

Por cierto, ya en el siglo XXI la cadena HBO produjo una miniserie de cinco capítulos basada en esta última novela.

Y otro interesante detalle adicional es que Cain escribió buena parte de sus guiones en Hollywood en colaboración con Daniel Mainwaring, otro de los buenos autores del género negro.

Por cierto, su novela Retorno al pasado (Out of the past), firmada con el seudónimo Geoffrey Homes, fue llevada al cine en 1947 por el francés Jacques Tourneur, que entonces trabajaba en Hollywood. Con Robert Mitchum, Kirk Douglas y una bellísima Jane Greer, y con guión escrito por el mismo Mainwaring, este film es todavía y casi unánimemente considerado como uno de los mejores del cine negro de todos los tiempos.

De Jim Thompson

Este autor inició su actividad como guionista cinematográfico, solo después de las acusaciones a que lo sometió la Comisión del senador McCarthy. En 1955 escribió el guión de Casta de malditos, basado en una novela de Lionel White y filmado en 1956 por Stanley Kubrick,con Sterling Hayden en el papel protagónico.

Un año después escribió el guión de Senderos de gloria (Path of glory, 1957), otro impresionante film de Kubrick ambientado en la Primera Guerra Mundial y con Kirk Douglas como protagonista.

Asimismo, Thompson fue autor de la idea original en que se inspiró la serie policiaca televisiva Ironside, en los años 70.

En cuanto a las adaptaciones cinematográficas de sus obras, la más conocida es La fuga, de Sam Peckimpah (1972) con Steve McQueen y Ali McGraw. Veinte años después se filmó otra versión, con Kim Bassinger y Alec Baldwin dirigidos por Roger Donaldson.

También se rodó El asesino dentro de mí (en 1976) con dirección de Burt Kennedy, e interpretada por Stacey Kitch y Susan Tyrrell.

En Francia —donde Thompson vivió a comienzos de los 70 y su novela 1280 almas gozaba de una extraordinaria popularidad— ese libro fue llevado al cine ambientado en África y con el título Más allá de la justicia. El director fue Bertrand Tavernier, que realizó una estupenda versión, protagonizada por Phillippe Noiret, Isabelle Huppert y Stephane Audran.

En 1990 Stephen Frears filmó Los estafadores (The grifters) con Anjelica Huston, John Cusak y Annette Bening y con guión de Donald E. Westlake.

De Ross MacDonald

Hubo varias versiones de sus novelas y del detective Lew Archer, en cine y en televisión, pero las insuperables siguen siendo dos que protagonizó Paul Newman. La primera fue El blanco móvil, (en España Harper, investigador privado) dirigida por Jack Smight en 1966 y con Lauren Bacall haciendo pareja con Newman. La otra es La piscina mortal (The drowning pool) dirigida en 1976 por Stuart Rosenberg y con Melanie Griffith acompañando a Newman, más un elenco con figuras como Joanne Woodward y Anthony Franciosa.

Hay que mencionar también Blue city (1986), una fallida película dirigida por Michelle Manning y con Judd Nelson y un elenco poco trascendente. Basada en una de las primeras novelas de MacDonald, del mismo título, escrita en 1947 y que él firmó con su verdadero nombre, Kenneth Millar, fue un fracaso de crítica y de público.

En 1992, Michael Miller dirigió Conducta criminal (Criminal behavion) con una entonces esplendorosa Farrah Fawcett y un largo elenco.

En este punto conviene no confundir a Ross MacDonald con su casi homónimo John D. MacDonald, cuya novela The Executioners (1957) fue filmada en 1962 por J. Lee Thompson como Cabo de miedo y protagonizada per Gregory Peck y Robert Mitchum. La misma historia que Martin Scorsese dirigió casi 30 años después, en 1991, con Robert de Niro, Jessica Lange, Nick Nolte y Juliette Lewis.

De Horace McCoy

En 1950 se filmó su novela El beso del adiós—, la película, con la dirección de Gordon Douglas y protagonizada por James Cagney, se tituló en Argentina Corazón de hielo.

En 1969 Sidney Pollack dirigió a Jane Fonda en Baile de ilusiones, versión fílmica de la más admirable novela de McCoy: ¿Acaso no matan a los caballos?

Entre otros guiones, McCoy escribió a dúo con James Cain el de Western Union (1940), película de cowboys dirigida por Fritz Lang y basada en la novela de Zane Grey, con Robert Young y Randolph Scott.

También escribió el guión de Texas (1941), de George Marshall, con William Holden y Glenn Ford.

De James Hadley Chase

Se filmó una buena cantidad de sus novelas, entre las que destacan dos versiones de El secuestro de la señorita Blandish—, en 1951 la dirigió John Clowes y en 1971 Robert Aldrich, esta vez bajo el título La pandilla Grissom. Además, Un as en la manga (1975) dirigida por Ivan Passer y con Ornar Shariff en uno de los papeles.

Y es recordable su magnífica novela Eva, que en 1962 llevó a la pantalla Joseph Losey, con Jeanne Moreau de protagonista, acompañada por Stanley Baker y Virna Lisi.

De David Goodis

En 1947 se filmó La senda tenebrosa (basada en su extraordinaria novela Dark Passage) bajo la dirección de Delmer Davis y con Humphrey Bogart y Laureen Bacall como protagonistas.

Como guionista, Goodis no tuvo mucha suerte. Contratado por la Warner Bros, escribió el guión de El desleal (The Unfaithful), remake de La carta, novela del británico William Somerset Maugham que en 1940 había filmado William Wyler con una entonces esplendorosa Bette Davis. Pero otros de sus guiones no se rodaron, incluida una adaptación de La dama del lago, de Chandler.

Como sea, y acaso por razones del azar, años después a Goodis pareció adoptarlo el cine francés:

Disparen sobre el pianista fue dirigida por Francois Truffaut (1960), con Charles Aznavour y Michele Mercier.

Los ladrones o El furor de la codicia (sobre la novela The burglars, de 1953) la dirigió Henri Verneuil en 1971 con Jean-Paul Belmondo y Ornar Shariff y gran elenco. Esta película fue remake de una mediocre versión hollywoodense de Paul Wendkos, de 1957, con Dan Duryea y la exuberante Jayne Mansfield.

Y la impactante Viernes 13 (Black Friday, filmada bajo el título Como liebre acosada o Triple traición) fue dirigida por René Clement en 1972, con Lea Massari, Jean-Louis Trintignant y Robert Ryan en los roles protagónicos.

De Mickey Spillane

También este autor fue profusamente filmado, favorito del anticomunismo imperante en los Estados Unidos durante los años 50 y 60, y su personaje Mike Hammer fue estelarizado por Darren Mac Gavin para la televisión. Entre lo más destacado de su filmografía figuran Yo, el jurado (1953) y Bésame mortalmente (1955), ambas dirigidas por Robert Aldrich.

De Robert Wade y Bill Miller

Quienes, como ya se ha dicho, escribieron Nadie es inocente con el seudónimo Wade Miller, se rodó en 1947 una película impactante en la que el detective Max Thursday fue interpretado por Zachary Scott.

Años más tarde, y con otro seudónimo (Whit Masterson) Wade escribió la novela que Orson Welles filmó en 1958 como Sed de mal. Una película considerada aún hoy como la última de las grandes producciones del cine negro clásico y en la que el elenco resulta todavía impresionante: Charlton Heston, Janet Leigh, el propio Welles, Akim Tamoroff, Marlene Dietrich y Sza Sza Gabor. El guión es de Welles.

De Charles Williams

Sus novelas dieron origen a una docena de películas, y además él mismo escribió muchos guiones. La primera fue Todo el camino (All the Way, 1960) con Edmond O’Brien. Luego se fue a vivir a Francia y allá se filmó Cáscara de banana (1963), dirigida por Marcel Ophüls y basada en su novela Nada en su camino, con Jean-Paul Belmondo y Jeanne Moreau.

Fue coguionista de La jaula del amor (1964), dirigida por René Clément, con Alain Deion y Jane Fonda.

El gran golpe con Emmanuelle Riva y Paco Rabal, se basó en su novela The Big Bite. Y de vuelta en los Estados Unidos, en 1968 adaptó su novela The Wrong Venus, que en cine fue Por un cuerpo de mujer (Don'tJust Stand There!), con Robert Wagner y Mary Tyler Moore.

En 1970, Orson Welles adaptó su obra más famosa, Mar Calmo (Dead Calm) a la que bautizó The deep (La profundidad, o Profundo), pero que nunca terminó de rodar.

Casi veinte años después, en 1989, Mar Calmo fue filmada en Australia como Terror a bordo (en España se la llamó Calma total), con una jovencita llamada Nicole Kidman y dirigida por Phillip Noce sobre guión de Terry Hayes.

De Donald Westlake

Casi todas sus obras han sido llevadas a la pantalla, pero merece mención especial la extraordinaria A quemarropa (Point Blank, 1967), dirigida por John Boorman y con Lee Marvin en una de las mejores actuaciones de su carrera. Otra de sus películas más conocidas fue la española Two Much, protagonizada por Antonio Banderas y Melanie Griffith.

En cuanto al cine negro francés, llegaron a la pantalla casi todas las novelas de José Giovanni (diez de las cuales dirigió él mismo) y varias del dúo Boileau-Narcejac. Algunas de éstas, por cierto, resultaron películas memorables como Las diabólicas, de 1952, que filmó H.G.Clouzot, y Las lobas, de 1955, que llevó al cine el.argentino Luis Saslavsky. Y acaso la película que más impacto causó fue De entre los muertos, de 1954, que tres años después filmó Alfred Hitchcock con otro título y un formidable suceso mundial: Vértigo.

Además, directores como Pierre Chenal, Claude Chabrol y los mencionados Verneuil, Clouzot, Clement y Truffaut, entre otros, siguieron la senda marcada por Hollywood. De hecho Francia cuenta ya con una larga y muy rica tradición de cine negro, del mismo modo que en Inglaterra la hay de buen cine policial clásico.

En México y en la Argentina, como se ha dicho, este género fue muy frecuentado en la pantalla, por lo menos desde los años 40. Sin dudas, dar cuenta de ello exigiría investigaciones específicas y un espacio que supera el propósito de este libro, pero es un hecho que el cine negro tiene una extraordinaria tradición en la Argentina. De hecho casi todo nuestro cine ha seguido líneas estéticas paridas originalmente en Hollywood, en casi todos los casos trasladando literatura a la pantalla. Por lo menos desde Monte criollo (1935, de Arturo S. Mom en base a un tango de Homero Manzi) y la tremenda Fuera de la Ley (1937), con guión y dirección de Manuel Romero y con Luis Arata, José Gola e Irma Córdoba. Basada en la verídica historia del niño Eugenio Pereira Iraola —cuyos padres pertenecían a la alta sociedad argentina— quien fue secuestrado y luego asesinado por una banda de maleantes en febrero de ese 1937, y hecho que mantuvo en vilo a todo el país. La película se estrenó ese mismo año, y aunque en la ficción la víctima era una niña el público asoció fácilmente el caso.

Tampoco se trata de hacer aquí y ahora la lista de nuestro cine policial y negro —que no es materia de este libro— pero sí hay que decir que en nuestra industria cinematográfica pueden contarse innumerables películas basadas en lo mejor de la literatura argentina, de las cuales bastante más de un centenar pueden inscribirse en el género negro.

Es sabido que se filmaron numerosos cuentos y novelas de Sábato, Borges y Cortázar, una y otra vez, con diferente acierto, y que cineastas como Leopoldo Torre Nilsson filmaron varias novelas del género, algunas sobre libros de su esposa, la reconocida novelista Beatriz Guido. Y también se rodaron, con diferentes resultados, obras de Marco Denevi, Bernardo Kordon, Manuel Puig, Adolfo Bioy Casares, Osvaldo Soriano, Humberto Costantini, Ricardo Piglia, Abelardo Castillo, José Pablo Feinmann y muchos y muchas más. Y todas esas novelas y cuentos fueron trasladados al cine por enormes guionistas también escritores, como, por citar solo tres casos emblemáticos, Ulyses Petit de Murat, Augusto Roa Bastos y Aída Bortnik.

En la Argentina contemporánea se produce y filma un promedio de más de cien películas por año, y probablemente la mitad son de, o se relacionan con, el género negro. Desde Tiempo de revancha y Ultimos días de la víctima de los años 80, hasta El secreto de sus ojos que ganó en 2011 el Oscar de Hollywood, y que está basada en una novela de Eduardo Sacheri, la lista es vastísima: Nueve reinas y El aura del tempranamente fallecido Fabián Bielinsky; El bonaerense, Leonera y Carancho de Pablo Trapero; Nordeste de Juan Solanas; Plata quemada de Marcelo Piñeiro (en base a la novela homónima de Piglia); El oso rojo de Israel Adrián Caetano; Tiempo de valientes de Damián Szifrón, y decenas, centenares de otros filmes negros certifican este vínculo, al que el autor de este libro ha contribuido con por lo menos dos novelas negras llevadas al cine: Luna caliente y El décimo infierno.[202]

Finalmente, desde mediados de la última década del siglo pasado es posible afirmar que hay un nuevo cine negro posmoderno que gana adeptos asombrosamente, sobre todo en las generaciones más jóvenes. A los popularísimos filmes de Quentin Tarantino (Perros de la calle y Tiempos violentos, en inglés Pulp Fiction), deslumbrantes por su peculiar estilo narrativo, hay que añadir varios otros títulos sobresalientes: La muerte golpea dos veces y Traición perfecta de John Dahl; Un paso en falso, de Carl Franklin; Simplemente sangre y Fargo, de los hermanos Coen; e incluso Al filo del abismo (Romeo is bleeding, en inglés) en la que una impagable Lena Olin se luce al filo, en rigor, de la combinación con otro género de enorme popularidad: el comic. De entre ellos y muchos, muchísimos más, hay que subrayar un filme que está llamado a ser clásico del género, seguramente porque su concepción es clásica: El demonio vestido de azul (Devil in a blue dress), basada en una novela de Walter Mosley y dirigida por el mencionado Cari Franklin. Como una especie de remake global del género, todo en el filme es negro: el director, el personaje principal que encarna Denzel Washington, la historia y la ambientación de posguerra. Ahí está todo lo que el género negro exige y ofrece: dinero, sexo, ambición, jazz, gángsters, degradación de los afro-americanos, racismo, culpas del pasado y un impecable y preciso relato en off de una primera persona que por andar desocupada termina metiéndose en líos, como le sucedió y le sucederá a millones de habitantes de las junglas de cemento.