David Goodis:
Adelantado de la posmodernidad
David Goodis es otro autor del que se conocen pocos datos personales. Se sabe que nació en una familia judía de Filadelfia en 1917, estudió periodismo en Temple University, vivió y trabajó en Nueva York, luego se trasladó a Los Ángeles y murió joven, en 1967. Al parecer fue un hombre de vida bastante gris, que al igual que muchos escritores norteamericanos de su generación trabajó como guionista en Hollywood en los años 40, escribió en revistas pulps todo tipo de relatos, incluidos por supuesto los del Oeste, y dejó una obra bastante poco valorada en el mundo literario de su país.
Sin embargo, en la novelística negra ocupa un lugar preponderante y hoy es unánimemente reconocido como uno de los más sólidos autores del género negro, por la calidad de su prosa y por la obsesión opresiva de sus argumentos y personajes. En toda su obra el hombre es visto desde las perspectivas más sórdidas, y siempre es apenas algo más que un títere que se mueve en una sociedad miserable y abyecta.
Una de las características más notables en las novelas de Goodis es la presencia del resentimiento social. El grado de rencor y odio a que se puede llegar, cuando los sueños que uno tuvo no se cumplieron, se aprecia de modo ejemplar en su obra cumbre, la extraordinaria novela Un gato del pantano[130] (Dark passage, escrita en 1958). Esta novela es un verdadero tratado sobre el resentimiento que produce la marginación: tipos que están en el lado más oscuro de la sociedad norteamericana, carentes de posibilidades y de proyectos, envidiosos y amorales, no les interesa el conflicto en Corea ni comprenden las contradicciones postbélicas y —por supuesto— se resisten al furor triunfalista y patriotero de los gobiernos de Truman y Eisenhower (1945 a 1960). En esa época la discriminación racial fue protagónica de la vida norteamericana y el patriotismo no fue otra cosa que una vulgar cacería de brujas.
Ese es, precisamente, el contexto de esta novela y de todas las de Goodis, también sorprendentes por la descripción de los tipos humanos, las reflexiones autorales y una característica común: todas son de lectura apasionante, de esas que no se pueden abandonar hasta que se llegó a la última página.
Por ejemplo en Viernes 13[131] (Black friday, de 1954) la acción transcurre en Filadelfia, en invierno, en una casa en la que se ha encerrado una pandilla de criminales. Es un aguantadero en el que los maleantes escuchan a Dizzy Gillespie por la radio mientras desencadenan una orgía sádica que se corresponde, en realidad, con la violencia externa, la de esa sociedad en la que, como señala Martini en la introducción a la edición de Bruguera, “no hay lugar para determinados proyectos vitales. Solo cabe resistir, esperar, ocultarse, golpear de vez en cuando y volver al refugio".[132]
Es un mundo sórdido en el que los códigos del hampa sustituyen a la razón y en el que los hombres, dice Goodis, vienen a ser zorrinos, “y la única forma de tratar con los zorrinos consiste en situarse lejos de ellos". En ese mundo hay una mujer delincuente, la asombrosa Frieda, que razona así: “Tú dijiste que lo mataste por dinero. Y eso te convierte en un profesional. La mayoría de los asesinatos son estrictamente productos del odio. O del amor. O de algo que uno hace en un minuto de locura y que luego lamenta. Pero cuando uno lo hace por dinero, es puramente una transacción comercial; te sitúa en un nivel especial, te convierte en un auténtico profesional".
Goodis también es autor de una durísima novela que lleva por título El ladrón[133] (de 1953), en la que nuevamente ambienta la acción en Filadelfia (alrededor de los preparativos de un golpe) y en la que los sentimientos de un asesino lo conducen a la locura y la violencia.
Pero acaso la más original de las novelas de Goodis sea una de las primeras que escribió: Al caer la noche [134] (que es de 1947). De singular intensidad, esta breve novela es un acabado producto de lo que hoy llamamos “novela de la víctima": ese tipo de punto de vista narrativo tan poco común en el género. Y el cual Goodis volvió a transitar en otra novela, La calle sin retorno (Street of no return, que es de 1952), en la que el lector va siendo testigo azorado del grado superlativo de demencia que puede alcanzarse en una oficina policial.[135]
También se ocupó del mismo tema en otra novela de 1950: Se acusa a la policía (cuyo título original es Of missing persons).[136]
El sentimiento de rebeldía contra la injusticia es esencial en la obra de Goodis. La injusticia parece tener su domicilio permanente en la marginación social, y suele perfeccionar las formas más extremas de la degradación. Desde esta filosofía, todo en Goodis es una interrogación constante sobre el papel del Hombre en el mundo. Con prosa dura y seca, era capaz de preparar espantosos cocteles, como el de Disparen sobre el pianista, versión cinematográfica del director francés Francois Truffaut basada en una de las novelas más notables de Goodis (Down there, de 1956),[137] que fue sin dudas su obra de mayor éxito y también se conoce como Música de fango, o Música en el fango[138]. En ella, y con un lenguaje extraordinariamente cuidado, Goodis demuestra que no está a la zaga de Hemingway o Steinbeck cuando narra la memorable y patética historia de un pianista mediocre acosado por dos hampones, en medio de delaciones y de una anterior entrega de su propia mujer a un empresario, con tal de poder actuar en el Carnegie Hall.
Pero sobre todo, esa visión del mundo reluce —si ese verbo es admisible en esta novelística— en la ya mencionada Un gato del pantano, que es el más violento de los frescos pintados por Goodis. Los bajos fondos, los tugurios, el alcoholismo, el vicio en todas sus expresiones, la insolidaridad, el ventajismo y la revancha, las formas larvadas y explícitas del racismo, envuelven y determinan a los habitantes de un barrio (el pantano) en donde un policía corrupto, Corey, consigue trabajo con un hampón y se constituye en uno de los personajes más inolvidables de la novela negra, circulando por ese mundo repugnante, sucio y lodoso. Esta novela es un canto triste, un auténtico blues sobre la otra cara de esa sociedad machista y reprimida, en la que la corrupción también existe. Se diría que es una novela paradigmática del punto de vista de víctimas y victimarios.
E inevitablemente es un anticipo —obviamente involuntario— de lo que serían las novelas de la posmodernidad, medio siglo después. Los personajes de Goodis —que viven esa especie de calvario que es la vida misma en esas deplorables condiciones— son auténticos productos sociales. Consciente o inconscientemente, Goodis desnudó y denunció en sus obras los ominosos resultados de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial. Como bien señala Javier Coma en su ya citado libro, esta obra “es seguramente la que mejor ha captado, dentro del género negro, el pavor producido por el clima kafkiano de la posguerra”.
Puede perfectamente pensarse que no es un mundo diferente del que en los años 90 resultó del triunfo del neoliberalismo. Muchos países que se degradaron hasta lo asombroso, como fue el caso de la Argentina en 2001, así como el de vastos sectores sociales de Colombia, México y otras naciones latinoamericanas, pudieron y aún pueden ser pensadas como el pantano de Goodis: como mundos que están llenos de gatos y de Coreys.