La serie noire
francesa:
Simenon, Vian, Boileau, Narcejac,
Giovanni, Manchette
Georges Simenon es mucho más que el padre del famoso comisario Jules Maigret. Su caso es asombroso por un montón de razones, y no solo en lo que toca a la novela “dura”, como él prefería designar al género. Belga, nacido en Lieja en 1903 y fallecido en 1990, a lo largo de más de setenta años de actividad literaria estableció varios records: desde 1929 el inefable Maigret protagonizó más de un centenar de novelas de éxito, pero Simenon escribió otras 300 novelas de casi todos los tipos. De costumbres, de aventuras y de ambientes en los que, de alguna manera, el crimen siempre estaba presente.
Su impresionante currículum tiene por lo menos otros dos datos sorprendentes: es el escritor más prolífico del mundo, en este siglo, y comparte, con la Biblia, el privilegio de contar con el mayor número de traducciones a mayor número de lenguas. Hasta principios de los años 80 del siglo pasado, solamente, las ventas totales de sus obras sobrepasaban los 300 millones de ejemplares.
Inició su carrera a los 17 años, con una novela corta titulada En el puente de los arcos. Pero su fama fue incontenible a partir de la creación de Maigret, el detective de clásico sombrero hongo, pipa y traje negro que en la cinematografía francesa inmortalizó Jean Gabin.
Simenon vivió casi toda su vida en Francia y por eso se lo considera, de hecho y con justeza, padre de la moderna literatura policial francesa. Si bien sus novelas trajinaron siempre la línea enigmática clásica (hay quienes lo consideran seguidor de Conan Doyle y primo francés de Agatha Christie), Simenon supo profundizar en el análisis psicológico y ambiental de sus personajes, además de que se caracterizó por la rudeza de ciertas situaciones, con lo que se acercó bastante al hard-boiled norteamericano. Su estilo fue siempre sobrio, carente de efectismos y golpes bajos, y muy rico en ironías sobre la realidad contemporánea. Sus obras rara vez superaron las 180 páginas, y el ritmo de su prosa es seco y veloz.
No es del todo aventurado suponer que detrás de la pipa de Maigret se escondía la verdadera personalidad de este hombre que en 1945 fue acusado de colaboracionismo con los nazis, por lo cual debió abandonar Francia y radicarse en los Estados Unidos, aunque luego fue declarado inocente. Algo de esto aparece, sugestivamente, en una de sus mejores novelas, El negro (de 1957)[167].
Se trata de una historia ambientada en la provincia francesa: llega un negro africano (que es, inmediatamente, encontrado muerto) y el oscuro jefe de la estación ferroviaria, cojo y medio tonto pero con pretensiones de grandeza, narra la acción hasta que se devela el crimen. Lo más interesante en el relato es la pintura de la Francia provinciana, la bien trabajada psicología de los personajes y la ringlera de miserias humanas que habitan la campiña. Además, es llamativo que Simenon pone como protagonista —y principal sospechoso— a un presunto colaborador de los nazis, lo que a la vez le sirve para ironizar alrededor de los juicios que se hicieron en la posguerra, con enriquecimientos ilícitos y denuncias en un ambiente de chatura, chismes y aburrimiento. En solo 157 páginas, diáfanas y directas, Simenon logra una novela hermosa y sugerente, que retomando algunas líneas del naturalismo de Zola y de Flaubert, se erige en una especie de contracanto de cierto espíritu de superioridad francés.
Pero así como Simenon es sinónimo de literatura policial gala, cuando se habla de novela negra es inevitable la evocación de Boris Vian (1920-1959). Fue este un típico existencialista francés de la posguerra, de vida vertiginosa y aventurera, que escandalizó en más de una ocasión a la culta Francia y cuya obra (prácticamente reducida a cuatro novelas policiacas y una extraordinaria serie de cuentos negros) fue fundamental para que se instalara en su país y en toda Europa la novelística negra norteamericana. Fue a partir de Vian que el hard-boiled desplazó en Europa a la novela-enigma de cuarto cerrado.
Es famosa la leyenda de su magnífica Escupiré sobre vuestra tumba [168], novela que firmó con seudónimo (supuestamente Vernon Sullivan) y de la que dijo que solo había sido el traductor. El éxito de esta durísima novela significó, de hecho, una bofetada para la crítica francesa, que había elogiado unánimemente "la obra de Sullivan”. Solo entonces Vian hizo público que Sullivan no existía, y dijo además que así se demostraba la imbecilidad de la crítica, hasta ese momento incapaz de admitir que la novelística negra podía hacerse también en Francia.
La vida de Vian fue una carrera enloquecida, como enloquecidos son sus personajes, sus climas, la violencia y el erotismo de sus textos. De profesión ingeniero, fue un bohemio que trabajó como trompetista, crítico musical, escritor y colaborador del diario Combaty de Les Temps Modernes que dirigieran Sartre y Merleau-Ponty. Murió justo antes de cumplir los 40 años, convertido ya en un autor popular pero prohibido, multado varias veces por “ultrajes escritos a la moral y las buenas costumbres” y a la vez abominado por la “crítica seria” de toda Francia, que jamás le perdonó su burla. Verdadero enfant-terrible fue, literariamente, un indisciplinado y un cultor del absurdo, que siempre pensó que era la mejor manera de burlarse de los “hombres de letras”, a los que odiaba.
En sus novelas y en sus originalísimos cuentos, que en castellano se conocen con el título Los perros, el deseo y la muerte[169], el erotismo, la violencia y la irracionalidad no tienen límites. Escritos entre 1945 y 1952, representan lo que bien podrían llamarse conductas contemporáneas. En tiempos en los que cualquiera mata a cualquiera, y en los que es tan común ver que algunos norteamericanos se suben a la azotea ametralladora en mano y empiezan a dispararle al vecindario, nada de esto tiene por qué sorprender. Pero lo que sigue sorprendiendo en Vian es su estilo literario luminoso, despiadado, tajante, capaz de poetizar el horror como muy pocos. Ahí está esa historia de la bailarina del Bronx que se excita atropellando perros y gente con un taxi. O ese “lobo feroz” que se vuelve hombre, invirtiendo la leyenda para una aventura deliciosa. Y las burlas a la cultura francesa, violenta donde menos se la espera, en “El mirón", un cuento memorable en el que un solitario esquiador en los Alpes presencia involuntariamente el baño de nieve de tres nudistas, lo que desencadena una tragedia.
Criticado por “poco serio” y condenado porque "escribe como habla y eso no es escribir”, Vian fue fiel a sus pasiones. “Soy un obseso sexual”, escribió en una carta abierta en Combat.
Dejó una obra intensa y conmovedora, una decena de novelas y obras de teatro, canciones y ensayos breves. Quizás su novela más notable, aparte de Escupiré... sea Con las mujeres no hay manera (de 1950)[170], un texto de implacable estirpe dura, brutal hasta el espanto y paradigmáticamente violento.
Dentro de la novelística negra francesa, el dúo Boileau-Narcejac ocupa un lugar de importancia. Autores de una obra profusa y de muy buen nivel, en la que demuestran un notable oficio tanto en la forma narrativa como en el manejo de los climas, algunas de sus obras fueron llevadas al cine y resultaron películas memorables.
Ya en los años 30, Pierre Boileau (1906-1989) había escrito novelas protagonizadas por un inspector llamado André Brunel. Pero su mejor producción fue como pareja literaria de Thomas Narcejac (nacido Pierre Ayraud, 1908-1998). Con un original método de trabajo, Boileau se dedicó a idear y planear los argumentos, y Narcejac a redactarlos.
Muy prolíficos, prácticamente promediaron una novela por año, y hacia 1973 resucitaron incluso al famoso personaje Arsenio Lupin en varias novelas.[171] Son también los padres de Mareuil, un astuto, paciente y tenaz investigador que en la novela Al ingeniero le gustan demasiado los números (1959), se ocupa del robo de un artefacto nuclear, circunstancia que incluye el asesinato de un científico. Hay una sucesión de crímenes, desapariciones y conflictos que bordean lo político, hasta que Mareuil logra esclarecerlo, aunque para él es doloroso porque termina implicado afectivamente. La idea argumental parece inscribirse en ese tipo de novelística en que la paciencia policial termina siempre por hacer caer a los pillos, y además se apoya en el azar o en “casualidades” que un lector avezado no consideraría verosímiles.
No obstante estos reparos, hay en esta pareja literaria un indiscutible oficio y sus obras tienen el encanto de las descripciones parisinas, un lenguaje coloquial seco y eficiente, y, sobre todo, un fino sentido del humor que hace querible a Mareuil, personaje solitario, obsecado y enamoradizo pero siempre imperturbable mientras investiga.[172]
Entre los filmes basados en sus novelas, destacan Las diabólicas, de 1952, que filmó H.G.CIouzot, y Las lobas, de 1955, que llevó al cine el argentino Luis Saslavsky. Pero quizás la película que más impacto causó fue la basada en su novela De entre los muertos, de 1954, que tres años después filmaría Alfred Hitchcock con otro título y un formidable suceso mundial: Vértigo.
En la estupenda Serie Negra que dirigió hace cuarenta años Ricardo Piglia, entre 1973 y 1975 sobresalió el que bien puede ser considerado el mejor escritor del género negro en Francia: José Giovanni. En esa colección fue editada prácticamente toda su obra traducida al español, en excelentes traducciones de Floreal Mazía, Estela Canto y la poeta Juana Bignozzi.
De origen corso, hay alrededor de Giovanni toda una mitología, ya que fue un conocido delincuente francés en los años 40 y 50, por lo que purgó largas condenas. Se hizo escritor en la cárcel, narrando con extraordinaria veracidad —no podía ser de otra manera— el mundo del hampa francesa, los bajos fondos marselleses, la ética peculiar y los códigos de honor de la delincuencia. Con un estilo implacablemente negro, brutal y áspero, a él se deben varias de las mejores películas del cine policial francés, en las que se lucieron actores como Lino Ventura y Jean Paul Belmondo.
En la mencionada Serie Negra se publicaron varias novelas de Giovanni: A todo riesgo, El último suspiro, Alias Ho, Un tal La Roca e Historia de un loco. La mayoría fueron llevadas al cine, medio en el que Giovanni mismo se destacó, primero como guionista y posteriormente como director (Un tal La Roca y Domicilio desconocido fueron sus principales filmes). Sus novelas encabezaron invariablemente las listas de best-sellers y Giovanni fue considerado como un verdadero innovador en un medio como el europeo, donde todavía la influencia del misterio gustaba más que los temas de acción. La narrativa de Giovanni, en cambio, casi no tiene intriga; de hecho le falta misterio y todo simplemente sucede, los hechos van ocurriendo sin concesiones, página tras página, en una vorágine alucinante que recuerda los mejores momentos (que son todos) de Cosecha roja de Hammett.
De los muchos, inolvidables personajes creados por Giovanni, son antológicos Raymond y Abel, dos tipos que en A todo riesgo cruzan Italia y Francia en una inolvidable persecución que seca la boca, y que más allá de su virulencia resultan inmensamente humanos, verosímiles y éticos.[173]
Vinculado al cine, crítico literario, militante político de extrema izquierda y traductor, Jean Patrick Manchette (1942-1995) firmaba sus libros como J.P.Manchette y había heredado de su abuela escocesa la afición por la literatura policial. En 1970 se unió al cineasta Jean Pierre Bastid para soñar filmes violentos y discutir sobre una pasión común: la novela negra, que entonces hacía furor en Francia. De esa unión nació Dejad que los cadáveres se bronceen[174], que alcanzó rápida popularidad. A tal punto que desde ese título Manchette se convirtió en uno de los niños mimados de la Série Noire de la casa Gallimard, donde publicó toda su obra después de la breve sociedad con Bastid.
Su novela Nada, que fue un suceso cuando se publicó en 1973, fue considerada la más importante novela de izquierda de la década, en Francia, y ese mismo año fue llevada al cine por el director Claude Chabrol.
En sus novelas la realidad aparece cargada de ideología. El realismo crítico de Manchette, a la manera de Giovanni, se expresa en una prosa seca, descarnada, de frases cortas y lapidarias, sin dar tregua a la atención del lector. En Dejad... Manchette-Bastid narran una historia de asombrosa simplicidad: en una villa de la campiña francesa, propiedad de una pintora decadente y excéntrica, se reúne un grupo de ladrones. Asaltan un camión bancario, roban 250 kilos de oro y se instalan en la villa para dejar que pase un tiempo. Pero en un alucinante día —la novela narra ese día, hora por hora— se desencadena toda la brutalidad de que es capaz el ser humano. La tensión, la muerte, las traiciones, la codicia, la abnegación, desfilan vertiginosamente por esas 160 páginas apasionantes en las que cada personaje, especialmente un hampón llamado Rhino, es producto y exponente de la sociedad industrial europea. A pesar de un final previsible (no puede ser otro, y ese es), por el modo de narrar y por su sequedad y dureza, además de los juegos de interacción entre los personajes —incluido un insólito agente de policía, Lambert— la obra mantiene en vilo al lector.
Por su parte, Nada es la historia de un grupo anarquista que se propone secuestrar al embajador norteamericano. Excesivamente coyuntural y esquemática por su elevada carga ideológica, tiene sin embargo el mérito de la creación de algunos personajes inolvidables y un ritmo narrativo magistral.