15

Por la mañana, nos despertamos más tarde de lo habitual y Daniel se va solo a la clínica de rehabilitación de Brian Wise. Cuando hemos abierto los ojos los dos nos hemos sentido un poco incómodos durante unos segundos, pero él me ha dado un beso, ha salido de la cama y ha ido a prepararme el desayuno, así que deduzco que estamos bien.

Me gustaría haberlo acompañado a la clínica, estar allí para escuchar los consejos e instrucciones de Brian, pero Daniel quiere ir solo y después de lo que hemos pasado últimamente, por fin he aprendido que tengo que respetar esa clase de decisiones.

Ahora mismo estoy en casa, repasando los archivos de Howell que me ha mandado Martha. No he ido al bufete porque quiero estar aquí por si Daniel me necesita. Sé que la semana que viene tendré que volver a la rutina, aunque confío que para entonces mi vida sea menos dramática que ahora.

Miro el reloj del ordenador y veo que hace más de una hora que Daniel supuestamente ha terminado. No debería preocuparme, pero no lo puedo evitar. El divorcio de los Howell demuestra no ser suficiente para distraerme y no tardo en desistir. Encima de la mesa donde he improvisado mi escritorio, está la tarjeta que nos dejó Brian y llamo para encargar las barras y las pesas.

Aunque me ponga furiosa, admiro mucho la determinación de Daniel de recuperarse. Como dijo Brian, hay gente que se deprimiría o que se recrearía en las lesiones para conseguir la atención de sus seres queridos. Él no: Daniel se pone a la defensiva si lo cuido demasiado o si insinúo que necesita mi ayuda.

Oigo la llave e, igual que ayer, no puedo evitar sonreír.

Daniel ya está en casa. Estoy impaciente porque me cuente cómo le ha ido, qué le ha dicho Brian de la rodilla y de la mano. Probablemente querrá ducharse, pero tal vez después podríamos ir a pasear o a…

—¡Cómo diablos te atreviste a ir a hablar con la policía sin mí! —me pregunta furioso, dejando caer la bolsa de deporte al suelo.

Yo me pongo en pie y me acerco a él.

—No, no des ni un paso más —me ordena, apretando los dientes—. Creía que podía confiar en ti.

—Puedes confiar en mí.

Estoy ante el sofá de pie, pero la tristeza y el rencor que impregnan su recriminación hacen que me siente.

—Salía de la clínica y he sentido por primera vez en mucho tiempo que empezaba a saber quién era, que todo por fin parecía encajar en mi vida, cuando me ha llamado el detective Jasper Erkel.

Trago saliva y Daniel cojea hasta mí. En cualquier otro hombre, esa cojera podría parecer un signo de debilidad, pero en su caso sólo lo hace más fuerte. Más decidido.

—¿Qué quería?

—¡No puedo creer que tengas la desfachatez de preguntármelo! —Deja caer la muleta al suelo y se coloca junto al sofá—. Aunque supongo que eso es lo único que te importa, descubrir qué pretende mi tío, eliminar la amenaza que pende sobre mi vida.

—Por supuesto que me preocupa —le digo, mirándolo a los ojos—. No quiero que te suceda nada malo.

—Ayer por la noche te llenaste la boca de lo importante que era que actuásemos juntos, que no nos ocultásemos nada. —Se sienta en el sofá a mi lado, pero su cuerpo desprende todavía tanta rabia que no me atrevo a tocarlo—. Me obligaste a hacer algo que no había hecho nunca, a ir al lugar dentro de mí que hacía demasiado tiempo que no me atrevía a visitar. Y todo para nada.

—No, Daniel. —Se me quiebra la voz por las lágrimas.

—El detective Erkel quería comunicarme que una de las empresas que investigué en Escocia, y cuyos nombres al parecer tú les facilitaste ayer, es en realidad la tapadera que utiliza Vzalo para vender armas en el mercado negro. Hoy mismo irán a arrestarlo.

—¡Eso es maravilloso, Daniel!

—Me has hecho sentir como un idiota, como si yo solo no pudiese cuidar de mí. Yo ya sabía lo de esa empresa, pero estaba reuniendo más pruebas para poder atrapar no sólo a Vzalo, sino también a mi tío y a los otros posibles socios que los dos pudiesen tener. Ahora, por tu culpa, porque decidiste actuar sin consultármelo, sin respetar mi decisión y mi criterio, mi tío no sólo ha vuelto a escapar, sino que estará más alerta que nunca. ¿De qué me sirve entregarme a ti, confesarte los deseos más íntimos de mi alma, si después me menosprecias de esta manera?

—No, Daniel, no lo entiendes —insisto con voz trémula.

—Tienes razón, no lo entiendo.

—Me he equivocado, lo sé. Lo siento.

—Tengo la sensación de que te equivocas muy a menudo, Amelia. Demasiado, tal vez ha llegado el momento de que ambos reconozcamos que lo nuestro no puede continuar.

Oh, Dios, no. ¿Qué he hecho? Jasper y Nathan me advirtieron de que respetase a Daniel. Incluso Marina, que no sabe nada de esta clase de relaciones, me dijo que no podía tratarlo como si estuviese indefenso. Y eso es exactamente lo que he hecho.

Frenética, desesperada por evitar que Daniel ponga punto final a lo nuestro, me vuelvo hacia él.

—No, Daniel. Tú y yo tenemos que estar juntos. Lo sabes perfectamente.

—¿De verdad crees que hablándome así vas a conseguir algo? —se burla—. El tono autoritario, las órdenes, sólo funcionan si deseo entregarme a ti. Y ahora no se me ocurre ningún motivo por el que debería hacerlo. Me has fallado, Amelia. Otra vez.

—Tú no me dijiste adónde ibas y estaba preocupada —me defiendo—. Hoy te lo habría contado, pero no he tenido tiempo.

—No te creo.

Me acerco a él y en un acto casi instintivo lo sujeto por la nuca y lo obligo a mirarme.

—Tienes que creerme, Daniel. Es la verdad.

Él entrecierra los ojos, que se le ven completamente negros. Tiene la respiración acelerada y se humedece los labios.

—No, no te creo.

Le tiro del pelo y le sostengo la mirada.

—Sí, me excita que me hagas esto —reconoce él, furioso—. Seguramente podría correrme en cuestión de minutos y no me importaría echarte un polvo. Pero nada más. No puedo darle nada más a una mujer que no me respeta, que no me conoce.

Le suelto el pelo de inmediato.

—Quiero que te vayas de aquí, Amelia. Yo tardaré un par de semanas más en volver al bufete, Brian tiene razón, ahora lo más importante es que me centre en mi recuperación y si Patricia necesita algo, puede llamarme o podemos reunirnos aquí. Cuando vuelva a trabajar allí, tendrás que irte. La oferta que te hice el día que nos conocimos sigue en pie. —Lo miro confusa y sin contener las lágrimas—. Elige el bufete que quieras de la ciudad y conseguiré que trabajes en él.

—No puedes echarme así de tu vida, Daniel. Me necesitas.

—Claro que puedo. Ahora ya es demasiado tarde para que te preocupes por lo que necesito o no, me has demostrado que no eres capaz de dármelo.

—Todo esto es sólo una excusa. Sí, tendría que haberte dicho que había ido a hablar con la policía, pero lo estás exagerando. Lo que pasa es que estás asustado por lo que sucedió anoche y no quieres afrontarlo.

Él agacha la cabeza y respira hondo un par de veces. Después, alarga la mano en busca de la muleta que antes ha dejado caer al suelo y, cuando la tiene firmemente sujeta, se apoya en ella y se pone en pie.

—No es ninguna excusa. Lo de anoche me asusta, lo reconozco, pero me asusta todavía más comprobar que me entregué a una mujer que no lo merece. Voy a descansar un rato. Ya sabes dónde está la puerta.

En cuestión de minutos, mi vida se ha desvanecido ante mis ojos. Daniel tiene razón, no me merezco su rendición. ¿Cómo he podido ser tan estúpida, tan engreída? ¿Cómo he podido exigirle que me respete y confíe en mí cuando yo no estoy dispuesta a hacer lo mismo con él? Tendría que haber sabido que no podría engañarlo, que descubriría lo que hice. Y que se sentiría decepcionado y traicionado.

No sé cómo soy capaz de recoger mis cosas, pero lo consigo. La verdad es que apenas he tenido tiempo de instalarme. Subo al piso de arriba y acaricio el sofá por última vez. Esta mañana, mientras desayunaba, he fantaseado con la posibilidad de atar a Daniel a ese sofá, de verlo tumbado encima de la piel negra, moviendo y tensando esos músculos que tanto me enloquecen.

Esa fantasía ya no se hará realidad.

Bajo la escalera prácticamente corriendo y, al llegar al piso de abajo, me detengo. Quiero ver a Daniel una última vez, quiero besarlo y pedirle de nuevo que me perdone. Suplicarle que me dé otra oportunidad para demostrarle que soy la única mujer capaz de entenderlo. Pero mis pies se clavan en el suelo.

No servirá de nada.

Él no está dispuesto a escucharme y, como bien ha dicho, si no quiere entregarse a mí, si no está dispuesto a rendirse, de nada sirve lo que yo pueda hacer.

He sido una estúpida, llevo días pensando que el más débil de los dos es el que se entrega, cuando en realidad es todo lo contrario. Cuando yo me entregué a Daniel, el poder residía únicamente en mis manos; de mí dependía obedecerle, seguir sus instrucciones, abrirle mi alma y entregarle mi deseo y, al final, completarnos a ambos. Ahora, el poderoso y el fuerte de los dos es él. Y yo lo he tratado como si no pudiese valerse por sí mismo. Mi propia condescendencia e hipocresía me dan náuseas.

No puedo enfrentarme a Daniel si yo misma siento que no lo merezco.

Me seco las lágrimas y busco un papel en el bolso.

Te amo, encontraré la manera de ser digna de ti y de ganarme tu rendición.

Amelia

P. D. He encargado los aparatos de rehabilitación, los traerán el lunes. Lamento no poder estar a tu lado cuando los utilices, pero sé que saldrás de ésta y te recuperarás. Eres el hombre más valiente que conozco y siento no haber sabido demostrártelo.

Cargada con mis maletas, salgo del apartamento y de la vida de Daniel por segunda vez.

Y me duele mucho más que la primera.