Prólogo

Asgard.

Árbol Yggdrasil.

La Tierra.

Un reino medio destinado a albergar la cuna de una civilización con el suficiente potencial como para convertirse la precursora de una nueva era de evolución espiritual.

Eso era el Midgard para ellos, para los dioses. Para poder seguir creciendo, habían puesto todas sus esperanzas en los seres humanos. En ellos, que debían aprender con el tiempo a ser un poco mejores, a decidir si era mejor la tecnología o la conciencia, si era preferible el materialismo o el enriquecimiento personal; en ellos, a quienes se les habían dado miles de años para que eligieran dejar de crear armas y máquinas destinadas a destruir, y virus y parásitos para enfermar, para que centraran su inteligencia en cosas más constructivas y beneficiosas para la mente y el espíritu.

Los dioses Vanir y Aesir habían decidido creer en ellos, en los llamados hombres y mujeres de esa dimensión.

¿Para qué? Para nada.

Los dioses no pretendían convertir a los humanos en Budas, pero tampoco se imaginaron que la vileza y la indiferencia propias de Loki (o, como los humanos lo conocían, «Satanás»), iba a hacer tanta mella en ellos.

Al final, su mundo, su Tierra, tenía lo que se merecía.

El ser humano tenía lo que se había ganado a pulso.

Sí, era cierto que esa raza inferior se escudaba en aquello de: «Al final, pagan justos por pecadores». Pero los dioses opinaban que si los justos, los que decían que no habían hecho nada, hubieran decidido hacer algo, si hubieran tenido una décima parte de inconformismo y rebeldía en sus venas, no se hubieran dejado machacar de esa manera. Al final, no hacer nada equivalía a ser cómplice con el mal.

Ahora, ni siquiera el llamado Armagedón, que sacudía su superficie y sus principios, lo habían provocado los dioses.

El inicio de la guerra que se avecinaba la habían creado los humanos con su ignorancia y con sus ganas de más y más: más dinero, más poder, más años de vida, más juventud. Esos pocos que sometían a los millones y millones de personas que compartían aquel planeta, esos pocos con inteligencia, curiosidad insana y dinero eran los auténticos dioses. Los que jugaban y manipulaban a su antojo y engañaban al más débil o menos poderoso.

Y esos menos poderosos, que les ganaban en número, con diferencia, eran incapaces de unirse para presentar batalla.

El lema debía ser otro: «Pagan justos cobardes, por pecadores atrevidos».

Y pagaban precisamente por ser incapaces de unirse y sentir empatía los unos por los otros.

La minoría más fuerte había conseguido jugar con los principios universales y había logrado manipularlos.

Los vórtices de la Tierra despertaban antes de la llamada de la luna azul, como señalaban los hopis. El magnetismo de la Tierra se modificaba, los polos se movían, las placas temblaban… El ser humano, el más avispado y poderoso, había logrado abrir puertas dimensionales y conocía las razas superiores que lo originaron todo.

Los humanos que habían podido ver a esas razas habían decidido unirse a ellos con la promesa de la inmortalidad y la juventud eterna en el horizonte.

¿Y quiénes eran aquéllos que, desde otra dimensión, observaban el descalabro del Midgard? ¿Quiénes eran aquéllos que habían esperado, equivocadamente, tanto del ser humano? En unas culturas los llamaban los sembradores de vida; en otras, los hombres alados. Pero Odín y Freyja, los auténticos dioses Vanir y Aesir, sabían la verdad: eran ellos mismos.

Solo dioses.

Los dioses eran dioses; no eran pájaros ni astronautas.

Eran dioses.

Y no había uno solo. Había muchos.

La Resplandeciente observaba con atención la primera guerra abierta que se había producido en el Midgard mientras jugaba una partida de ajedrez con Odín.

Una partida muy especial.

Escocia había sido el punto de partida de la guerra. En esos momentos, una parte importante de aquel fascinante y hermoso país, evocador de grandes leyendas, se había convertido en un caos infernal. Edimburgo se sumía en el desconcierto y la destrucción; ardía y lloraba. Había miles de muertos entre las víctimas de etones, purs y las propias de la naturaleza, que había despertado, abriendo grietas en la superficie de la Tierra.

Grietas por las que muchos caían, algunos más válidos que otros.

Odín estaba sentado frente a ella, estudiando su siguiente movimiento, concentrado y serio. Con un ojo puesto en los siniestros de la Tierra, y otro en los rápidos dedos de Freyja, como si temiera que le hiciera trampas.

«Iluso», pensó Freyja. Si hiciera trampas, jamás se daría cuenta de ello. De hecho, lo engañaba desde hacía eones y todavía no lo había descubierto.

Habían visitado a las nornas hacía un rato. Urd, Verdandi y Skuld, las tres susurrantes que hilaban el telar del destino, los habían recibido amablemente, pero en ningún momento desviaron sus negros ojos proféticos de su tejer.

—¿A qué se debe vuestra visita, Alfather? —había preguntado Urd, la norna del pasado—. Todavía recuerdo la última vez que viniste.

Las tres mujeres se parecían mucho físicamente, excepto Skuld, que a veces hacía funciones de valkyria. Las tres lucían unas cabelleras largas y rojas, tenían una piel pálida y los ojos del color del carbón. Sus rostros (sus sienes y sus pómulos, para ser exactos) lucían xerografiados por pequeñas y estratégicas líneas grises que formaban extraños símbolos. Los símbolos de la adivinación; las runas en movimiento.

—No quiero hablar contigo, tejedora —replicó Odín mirando a Freyja de reojo, como si no deseara que esta escuchara nada más.

—¿A quién visitas esta vez? —preguntó Verdandi, que hilaba el presente y lo interpretaba a su antojo—. Hay cosas, Alfather, que en este momento no se pueden modificar —canturreó frente al telar—. No puedes volver a tocar mi telar. No lo permitiré.

Odín le dirigió una mirada de advertencia.

—Tú harás lo que yo te ordene. No obstante, norna, tranquilízate: no es a ti a quien visito.

—Me alegra saberlo. La völva anunció una profecía y los hilos se mueven solos para cumplir su destino. —La inquietante norna parpadeó al mirar al imponente dios—. Nadie puede interceder. Es un sino inamovible.

—Reza, entonces, para que intercedamos, o tú desaparecerás junto con tus hilos, Verdandi —contestó, incisivo—. Tú y todo lo que nos rodea. ¿Acaso os apetece morir?

Skuld detuvo sus manos, las cuales cruzaban hilos y cerraban dibujos y símbolos con expertos puntillazos de sus dedos. Se retiró el pelo rojo del rostro y levantó la mirada para clavarla en el Aesir.

Odín y Freyja la miraron a la vez, expectantes, esperando a que la joven hablara y les ofreciera su don.

Yggdrasil no se puede violar de ese modo. Somos sus guardianas. Sus raíces viven y deben respetarse —explicó Skuld, señalando con un dedo las raíces que se removían bajo la tierra fértil de su reino, bailando como bailaban las runas vivas de su rostro—. Su sabiduría debe mantenerse impoluta. Estás aquí en busca de algo que no te puedo dar. Yo no soy la völva.

El dios entendió aquellas palabras como una clara negación. Estaban ahí por una razón: Skuld veía el futuro. Tal vez ella pudiera decirles algo que les indicara cuándo debían actuar definitivamente.

—¿Qué ves en tu telar? —preguntó.

—Veo, veo… —canturreó la norna con voz ceremoniosa.

—¿Qué ves? —preguntó Freyja.

—Veo cosas que no controlo ni puedo cambiar —confesó, con los ojos llenos de tristeza—. Mis manos vagan solas por el telar y escriben sucesos futuros que no puedo modificar.

—Después de todo lo que ha sucedido, después de todas las fichas que hemos movido, ¿el futuro no ha cambiado nada? —preguntó Freyja, incrédula.

Skuld entrelazó los dedos de sus manos y negó con la cabeza de un lado al otro. Sus hermanas nornas no dejaron de trabajar en ningún momento.

—Hay ligeros cambios. Vuestros movimientos han sido acertados hasta ahora, pero solo han retrasado algo inevitable. El futuro continúa siendo el que es. Puede ir hacia un lado o hacia el otro, depende de la fuerza del río. Sin embargo, hay un ocaso para todos, y el nuestro se avecina… —Retiró la mirada y se centró de nuevo en parte de su telar—. Lo que hemos hecho nos ha llevado al momento del «ahora». Lo que sucederá de ahora en adelante es… —se quedó pensativa mientras buscaba la palabra idónea— inexacto. Pero lo que sucederá, con exactitud…

—Ah, lo que está sucediendo con exactitud —repitió Verdandi con una sonrisa.

—Lo que sucedió con exactitud solo lo supo nuestro telar —finalizó Urd.

Freyja puso los ojos en blanco y miró a las tres mujeres como si no tuvieran remedio. Urd hablaba casi siempre en pasado; Verdandi utilizaba siempre los gerundios presentes… La única que hablaba con cordura era Skuld, la más joven de las tres, pero siempre lo hacía en clave, porque lo cierto era que no sabía qué iba a suceder.

Yggdrasil había creado un vínculo irrompible con ellas. El árbol de la sabiduría, la fuente de la vida, vivía en esas mujeres y les contaba todo lo que sabía sobre los reinos. Pero si una de esas mujeres rompía el pacto de silencio y confidencialidad con el majestuoso núcleo del Asgard, su inmortalidad y su don desaparecía, y, como tal, uno de los tiempos del universo (pasado, presente o futuro) dejaría de existir.

—Malditas locas… —murmuró la diosa, molesta.

—Dinos, al menos, si hay posibilidad de salvación —ordenó Odín.

La joven se encogió de hombros y las runas de su rostro se movieron a través de su piel, iluminándose y apagándose alternativamente, como la luz que guía el faro de la verdad.

—La muerte es nuestra única salvación. El fin debe dar lugar a un nuevo principio —contestó Skuld, tirando levemente de un hilo dorado y arrancándolo del telar. Éste se apagó en sus manos y se desmaterializó—. Muerte y vida. Vida y muerte. Un pez que se muerde la cola, ¿verdad, Alfather?

—¿Cómo? —preguntó Odín—. ¿Cómo permito que todo acabe? ¿Cómo me dirijo a una guerra que sé qué final tendrá? —preguntó, rabioso, exigiendo respuestas—. El Midgard es mi deseo más preciado. Los humanos no han resultado ser lo que yo creía, pero sigo teniendo una ligera esperanza en ellos.

—La esperanza es lo último que se pierde, supongo —contestó Skuld.

Freyja se acercó a Odín y le susurró disimuladamente:

—A ver, ¿y si ofreces tu otro ojo? Ya lo hiciste una vez, ¿no?

Odín la fulminó, incrédulo.

—¿Qué? —replicó Freyja—. Ya ves a medias y sigues siendo igual de feo. Te pondríamos unos lentes como los del Midgard y te compraría un perrito lazarillo. No cambiaría nada.

Odín intentó no hacerle ni caso.

La visita a las nornas había sido totalmente improductiva.

Y, en esos momentos, ambos dioses intentaban buscar respuestas a los desvíos del destino en el Midgard.

Sí. Habían movido sus fichas como movían ahora las piezas del ajedrez en el que había peones en la primera fila, representados por sacerdotisas, indios hopis y otros humanos. En la segunda fila, estaba el ejército más importante, los pesos pesados: vanirios, berserkers, einherjars, valkyrias… Y, si la situación lo exigía, allí estarían los mismos dioses.

Freyja apoyaba la barbilla sobre su mano derecha, esperando el movimiento del Aesir.

Odín movió el peón y observó la reacción de la Vanir.

—Efe tres. Napoleón Bonaparte dijo que el ajedrez era un juego sin par, regio —se tocó el parche del ojo— e imperial.

—Sí, es un juego sin par. —Freyja adelantó su peón negro—. Como tu ojo. —Sonrió alzando las comisuras de sus labios—. E seis. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí, Odín. Nos hemos armado de paciencia esperando que los naipes se ordenaran, que las fichas de dominó cayeran una detrás de otra y en orden. —Alzó los ojos, tan grises, y parpadeó, segura de sus palabras—. Hemos colocado nuestros personajes estratégicamente. Unos son más importantes que otros, desde luego. —Señaló los peones y el rey y la reina—. Pero no controlamos sus movimientos. Ellos han decidido jugar y partir la baraja, y nosotros hemos resuelto hacer lo mismo: observar y ver hasta dónde podían llegar.

Odín se quedó mirando el tablero. Le encantaba hablar con Freyja, era una gran estratega y una mujer muy práctica y sincera. La diosa no lo sabía, pero él disfrutaba de cada instante que compartía con ella. Aunque fuera una calientapollas y una seductora innata, no podía dejar de admirar su desparpajo y su vitalidad.

Juntos habían luchado por su plan original. Los humanos debían erigirse como los verdaderos maestros de los dioses, pues ellos iban a aprender de una realidad llena de tropiezos y errores. Solo así evolucionarían. Únicamente así los aleccionarían sobre los males de la soberbia y la perfección que creían tener.

Freyja estuvo de acuerdo con su idea. Lo apoyó como no lo habían hecho ni sus hijos ni los dioses de los otros reinos. Ella siempre estaba a su lado.

—Tú empezaste la partida —continuó Freyja entrelazando los dedos y mirándolo a la cara—. Cuando desterraste a Loki, debiste tener en cuenta lo fácil que era para él engañar y timar. Escapó de su prisión y huyó del Asgard en dirección a la Tierra. Su cárcel de cristal, su cárcel física, está en algún lugar. Espera el momento adecuado para salir de ahí. Lo hará en breve. El tiempo ya ha llegado.

Odín asintió. Freyja no decía ninguna mentira.

—Cuando Loki empezó a reclutar traidores y humanos en sus filas —explicó él—, yo decidí incluir una variante en los planes. Mi Tierra, mi proyecto, se estaba viniendo abajo con su influencia, así que decidí mover ficha. La profecía de la adivina anunciaba el fin de los tiempos y cómo iba a ser. No quería ese final para nosotros. Por eso creé a los berserkers.

—Y yo a mis vanirios. Decidí ayudarte.

Freyja esbozó una mueca con la boca, escuchando atentamente las palabras del dios.

—Mi primer movimiento fue colocar a As Landin y darle el bastón del concilio —dijo Odín—. Después, elegí la Black Country como zona neutral para nuestros clanes, y así crear ese bulo de enemistad e incompatibilidad entre ellos. No podía permitir que formaran alianzas y nacieran híbridos. Loki podría utilizarlos en nuestra contra, manipularlos y crear una raza invencible más numerosa, capaz de acabar con todo antes de tiempo. No era el momento para que aparecieran. El plan de separar los clanes estaba premeditado, pero tarde o temprano habría una grieta, una sorpresa que decantaría el futuro y empezaría a mover los engranajes del cambio justo en su debido momento, nunca antes.

—Esperamos demasiados siglos para ello.

—Era la espera necesaria —se excusó Odín moviendo otro peón para colocarlo al lado del que ya había adelantado—. Ge tres. Entonces no era el momento, la Tierra podría haberse visto envuelta en guerras prematuras, y los humanos no podrían haber disfrutado de su carpe diem ni me habrían demostrado de qué eran capaces. Lo cierto es que esa realidad…, ese planeta no es nuestro, sino de ellos. Pero, al final, los humanos me han decepcionado. Aun así, nosotros debíamos preservar la paz, hasta que se abriera la caja de Pandora.

—Y la caja de Pandora vino en forma de Aileen, la híbrida de ojos lilas. —Freyja arqueó las cejas y acarició el mismo peón con el que ella había respondido al movimiento inicial de Odín—. Aileen lo empezó todo. Llegó a la Black Country, se enfrentó a nuestros clanes y después les hizo ver que no había tantas diferencias entre ellos. La hija de Thor y de Jade se llevó unos buenos rapapolvos, ¿verdad? —Freyja recordó los encuentros sexuales entre Caleb McKenna y la joven híbrida. Eran dignos hijos de dioses—. Pero gracias a ella los vanirios y los berserkers se unieron para luchar contra Newscientists y los jotuns de Loki. Fue ella quien unió a nuestro pelotón.

—Aileen venía acompañada de dos personas clave: Ruth y Gabriel.

—Mi cazadora de almas se enamoró de tu señor de los animales. Gracias a eso, el noaiti encontró de nuevo su don de la profecía y entró en contacto con Skuld. La norna le dio unas claves básicas para interpretar, y por ahora todo lo que recibió Adam se está cumpliendo. Además, descubrió que son sus sobrinos gemelos: uno es una brújula de portales electromagnéticos; la otra, una visionaria astral que detecta a Loki y a todo el que esté influido por él y relacionado con su magia. Ruth entró en contacto con mi madre, a la que tú desterraste a la Tierra para que controlara el despertar de las sacerdotisas y de todos aquéllos que tuvieran dones. La convirtió en sacerdotisa constante y la ayudó a manipular su don: Ruth caza almas impuras y las devuelve al caldero, y es determinante para la guerra, pero también es un faro, una especie de guía espiritual que devuelve a casa a las almas perdidas.

—Sí, así es. ¿No mueves ficha, diosa? —preguntó Odín, que materializó dos copas de oro llenas de hidromiel. Le ofreció una a Freyja y la otra se la quedó para él.

Freyja aceptó y alzó el cáliz dorado, levantándolo y brindando a su salud. Saboreó el líquido áureo y exhaló, complacida. «Mover ficha. Todo dependía de eso», pensó. Ella ya había movido demasiadas. Adelantó el mismo peón que había avanzado una casilla más.

—E cinco —anunció. Oh, sí. La partida iba como ella quería. Igual que todo lo que sucedía abajo; al menos, eso esperaba—. Sin embargo, para que nuestra partida siguiera su curso, Gabriel tuvo que entregar su vida por su amiga Ruth y morir en el Midgard, para que tú pudieras reclamar su alma de ángel y su mente de estratega, y así poder hacer de él el líder de tus einherjars. Gabriel tenía que pedir su deseo ante ti, un deseo hacia alguien de la Tierra: y pidió que Daanna encontrara la felicidad. Eso nos dio el pistoletazo de salida. Y no solo eso —sonrió comprensiva—, los hilos del destino se movieron de un modo magistral. Menw McCloud, el sanador del clan vanirio de la Black Country, estuvo presente cuando Daanna McKenna, la Elegida, intentó salvar la vida de Gabriel, dándole su sangre. Por cierto, lo hizo demasiado tarde.

—Menos mal —exclamó Odín—. Si Gabriel no hubiera muerto antes, la sangre de Daanna habría transformado al humano en algo que no nos hubiera servido de nada. Además, para colmo, habría alterado todo el futuro. Lo habría echado todo por tierra.

—Cierto, Tuerto. El deseo de Gabriel propició que tú y yo pudiéramos, por fin, contactar con As Landin para que mostrara a Daanna qué había sucedido milenios atrás para que Menw la abandonara y la rechazara, cuando Njörd, Frey y yo transformamos a los pictos. Daanna tenía que ir en busca de Menw antes de que éste se convirtiera en vampiro o se entregara al sol; de lo contrario, ninguno de los dos recibiría sus dones. Menw y Cahal eran fichas importantes para nuestros tratos, así que, al cometer el error de violar las normas contra los romanos, arrebatamos a Cahal McCloud sus emociones. Un druida como él sería acechado por los seidrmans de Loki, y era muy importante mantenerlo separado de su don, hasta que fuera el momento adecuado; sin emociones, sin sentir, no era nada. Por otra parte, Menw McCloud debía renunciar a estar con Daanna McKenna. La tristeza que sintió la vaniria al creer que Menw había estado con Brenda hizo que Daanna perdiera a su bebé, un niño que no debía nacer en ese tiempo. El sanador y Daanna eran los Elegidos, y no podían reconciliarse hasta que el engranaje divino no se moviera cómo deseábamos. Cuando le mostramos la verdad, Daanna decidió que podría intentar recuperar a Menw mientras él acababa de encontrar la fórmula de las pastillas Aodhan que tanto ayudarían a los vanirios sin pareja. Al emparejarse los dos, recibirían sus dones. Daanna podría bilocarse y contactar con todos los guerreros repartidos; Menw sería capaz de otorgar a Daanna su propio don, su semilla. Una semilla que daría lugar a la creación del escudo: su hijo. El bebé de esa mujer será un punto de inflexión para el día de los vórtices. Además, Daanna, gracias a sus bilocaciones, encontró a los niños perdidos de los clanes. Entre ellos a Daimhin y Steven, hijos de la pareja de druidas bardos y filidhs: Gwyn y Beatha. Ellos también serán importantes, aunque no todavía.

—Elegiste los castigos muy bien. Me sorprendes, Freyja.

—No sé por qué. Llevo eones demostrándote que soy más inteligente que tú. —Puso cara de hastío—. La cuestión es que todos hemos jugado y que solo hace falta creer que las decisiones tomadas llegarán a buen puerto.

—Y que el destino esté de nuestra parte.

—Y deberá estarlo, siempre y cuando no te folles de nuevo a un transformista y vuelvan a robarnos los tótems —sentenció ácidamente.

—Yo no me follé a nadie.

—Ya, claro.

Odín sonrió sin ganas y acarició su lanza Gungnir, que por fin estaba en casa después de haber pasado una larga travesía en el Midgard. De hecho, todavía olía a la sangre de Noah, de Bryn y de Ardan, que habían sido ensartados después de enfrentarse a Hummus.

Los jotuns, liderados por Hummus y Newscientists, después de años de ardua investigación, habían dado con la clave para abrir puertas dimensionales. Gracias a eso, Hummus había entrado en el Asgard haciéndose pasar por Freyja y había robado los tres tótems más importantes: Mjölnir, Seier y Gungnir. Pero, gracias a Odín, ya los habían recuperado gracias a su ejército de valkyrias y einherjars.

—Continúa, Freyja. Me gusta oírte hablar sobre lo que pasó en el Midgard —pidió Odín, solícito.

—No es verdad. Lo haces para que deje de meterme contigo.

—Por supuesto, bruja. Ahora, sigue.

Freyja sonrió, pero disimuló su gesto rápidamente.

—En el Ministry of Sound, la misma noche en la que As Landin le pedía matrimonio a María Dianceht, y que Ruth y Adam lo llevaban mal para reconciliarse, Cahal McCloud fue secuestrado por su cáraid, oculto en paradero desconocido. Ya había dicho que Daanna encontró a los niños perdidos de los clanes, la mayoría de ellos ya crecidos y dispuestos a erigirse en guerreros vengativos. Y Gabriel tuvo que descender a la Tierra con mis valkyrias y un par de einherjars para recuperar los tótems divinos perdidos. Gabriel se enamoró de Gúnnr, mi Gunny —dijo con ternura—, que era la hija secreta de Thor. Solo el kompromiss con su einherjar despertaría su furia dormida y sus dones, y la conectaría con el martillo Mjölnir, porque era el tótem de su padre. Gracias a ella y a su don de convocar tormentas y viajar a través de la antimateria pudieron recuperar el martillo.

—Y gracias a mi einherjar, Gabriel. Por supuesto. Es el mejor líder de cuantos hayan existido. Un humano conocedor de la debilidad de su raza y que posee sus mayores virtudes: el sacrificio por los demás y la compasión.

Freyja se encogió de hombros sin darle demasiada importancia. Y Odín no pudo más que admirar la preciosa y esbelta forma que éstos tenían. Freyja era como un caramelo divino: delicioso pero malo para sus dientes y su salud.

—Y su don se despertó. Gracias al don otorgado de Daanna de la bilocación, Gabriel sabía que, al descender, después de ir a Las Cuatro Esquinas, donde estaban los hopis, debía contactar con Miya, un vanirio procedente del clan kofun de Japón y residente en Chicago, lugar en el que sabían que estaba oculto el primer tótem: el Mjölnir. Encontraron su katana en los túneles de la ciudad. Entonces, Róta, gracias a su psicometría, lo pudo localizar. Gabriel, que había trabajado en los foros de vanirios y berserkers (cuando era humano), sabía que había una IP de un Starbucks de la avenida Michigan que se conectaba continuamente. Y así fue como encontraron a Miya. Ésta los ayudaría y unificaría a los clanes berserkers de Milwaukee con los vanirios de Chicago.

—Por su parte, Gúnnr se sacrificó por ellos, por sus amigos, y recuperó el martillo antes de que este golpeara en la central de Diablo Canyon y provocara un cataclismo de considerables dimensiones. Pero, al ser hija de Thor, la devolvimos de nuevo a la Tierra para que liderara junto a su Engel el ejército de las valkyrias y los einherjars.

—Y de paso ayudara a Bryn a controlar a Róta.

Odín resopló.

—Róta… Menuda diabla.

—Es una excelente guerrera y una gran valkyria —la defendió Freyja—. Ella pudo haberse ido con Loki, ceder a su sangre.

—Róta era hija de Nig, el Nigromante, el mejor aliado de Loki en la Tierra, hasta que murió.

—Claro, y Loki esperaba que Róta descendiera para llevarla a su bando. Lo que no se imaginaba era que en Róta primaría siempre más la sangre de su madre, la Sibila, llena de sabiduría y bondad, que la de Nig, llena de maldad y venganza. El Timador pensó que podría manipularla, y utilizó a los gemelos Miyamoto para confundirla: Miya y Kenshin. Róta sabía que su einherjar era Miya, porque, minutos antes de morir como humano a manos de su hermano traidor, él se encomendó a ella. Sin embargo, Miya no podía subir para estar con Róta, porque lo necesitábamos en el Midgard. Y Róta, al igual que todas mis valkyrias, no podía bajar. Por eso lo transformé en vanirio, y así no pudo unirse a ella. Miya no recordaba a Róta, pero ella sí que se acordaba de Miya. Y ahí empezó el conflicto, pues ella no entendía por qué ese esquivo samurái no la reconocía. Róta fue secuestrada por Newscientists a manos de Kenshin y Khani. Kenshin sabía que, si conseguía la sangre de Róta, tendría dones invencibles y podría liderar el ejército de Loki, con la espada Seier en sus manos. Por eso se quería unir a ella. Lo que ni Kenshin ni Seiya sabían era que Róta les daría poderes, sí, pero eran ellos quienes tenían sangre divina, pues ambos eran hijos del dios Susanoo.

—Ese dios japonés engreído —repuso Odín con desgana.

—Pues dale gracias por haberle entregado a Miya su espada especial, Kusanagi; de lo contrario, nadie podría haber vencido a Seiya. Y, al final, Miya lo venció. Así la espada llegó de nuevo a Frey.

Odín no podía rebatir aquella conclusión.

—Tienes razón —dijo con la boca pequeña—. Sin embargo, lo más preocupante estaba por llegar. Mi hijo Heimdal había desaparecido, y era el único guardián del Asgard, el que vigilaba todas las puertas. Sin él, el Asgard estaba vendido, pues no había modo de cerrarlo de nuevo. Newscientists presionaba en la Tierra. Estaban a punto de encontrar la fórmula para crear una puerta dimensional constante y permanente.

—Sí. —Freyja sonrió jugando con la reina entre sus dedos—. Aquí entraban dos elementos. Por una parte, Loki había querido a Róta por su don de la psicometría. Hummus tenía un trozo de la Gjallarhorn, el cuerno que avisaba del final de los tiempos y que era el tótem divino de Heimdal. Si Róta lo tocaba y estaba de parte de Loki, le diría dónde se encontraba el guardián e irían a buscarle para aniquilarlo y asegurarse de que no volvía al Asgard, ya que querían el campo libre. Sin embargo, Róta se mostró inquebrantable y no dejó que leyeran en su sangre, gracias a los dones que le había dado el vincularse a Miya. Eso salvó a tu hijo de ser descubierto.

—Mi pobre e inocente hijo…

—Sí. Tu pobre e inocente hijo que se hizo pasar por un niño pelirrojo mudo y enfermo rescatado de los túneles de Capel-le-Ferne. Por otra parte, Cahal McCloud había sido rescatado junto con los niños perdidos, y ahora había secuestrado a Miz O’Shane para torturarla. Ella era su verdadera cáraid, la que le devolvería su particular don. La transformó sin su permiso. E hizo bien. Miz era la única que poseía la inteligencia para encontrar la fórmula permanente de los portales, y se había asegurado de ocultarla a Newscientists. Cuando empezó a confiar en Cahal, Miz decidió crear un… —no le salía la palabra— trasto de antiprotones…

—Un acelerador de partículas a la inversa.

—Eso mismo…, para contrarrestar de algún modo el efecto del activador de los portales que querían manipular Patrick Cerril y Lucius. Mientras tanto, un niño llamado Eon, que era tu espléndido hijo —dijo con cariño—, se encomendó a los cuidados de Cahal y Miz. Estando con ellos, él podía sentirse a salvo a través de la cúpula de protección que le había creado Cahal a su alrededor, y así evitar que Hummus lo encontrara, ya que, entre hijos de dioses, se reconocen. Y fue así como Cahal descubrió que podía leer y ver los ormes, la energía que todo lo crea, y manipularla a su antojo. Una física y un captador de energías cuánticas se unían para detener a Lucius. Y lo consiguieron en una batalla apoteósica en Amesbury. Una batalla en la que Cahal utilizó su propio cuerpo para atraer a los ormes y crear un portal en Stonehenge. Ahí, Eon se mostró por primera vez, y volvió a casa gracias al puente Arcoíris que creó Cahal. Ahora, Heimdal está aquí y ha cerrado a cal y canto las entradas al Asgard. Nadie puede entrar y nadie puede salir hasta que suene el cuerno…

—Sí. Y Cahal y Miz luchan juntos en la Tierra. Él no murió.

—Bueno, sí que lo hizo, pero le perdonamos la vida por haber salvado a Heimdal, ¿no es así, Tuerto?

—Sí. Supongo que sí.

—¿O tal vez lo hiciste porque no querías que Miz se quedara sola? —Arqueó aquellas cejas rubias platino y sonrió malvadamente.

—No, para nada…

—Ya, claro. ¿Te estás poniendo colorado?

—No.

—Si al final serás un romántico y todo.

—Pero llegó el momento de recuperar mi lanza —dijo Odín, para poner fin a las pullas de Freyja—. Y sabían que la lanza estaba en Escocia. Para ello, tuvimos que dejar que los hilos se movieran indirectamente para unir de nuevo a Bryn, la Salvaje, y a Ardan de las Highlands. Ardan era un excelente einherjar, iba a ser mi líder, pero tuvimos que hacerle descender a la Tierra para que controlara las Tierras Altas del acoso de Loki y de los suyos.

—Bryn habría bajado con él. Pero enlacé su alma con la de Róta para que en todo momento controlara la maldad de su ADN. Si Róta se volvía mala, podría ser el fin para nosotras. Le hice prometer que nunca abandonaría a su hermana. Y Bryn, que es fiel a sus promesas y es la más legal de mis guerreras, escogió a Róta en vez de a Ardan.

—Eso hizo que mi guerrero se molestara muchísimo. Clamó venganza hasta que tuviera una nueva oportunidad.

—Y la oportunidad llegó cuando Róta, mientras estuvo secuestrada, conoció a Johnson, el híbrido, hijo de un berserker y una vaniria, amigos de Ardan. Johnson los movilizó a Edimburgo, al ESPIONAGE, y allí dieron con Ardan, el Amo.

Freyja ronroneó y se pasó la lengua por los labios.

—El Amo… —repitió solemnemente—. Me encanta cómo suena.

—La cuestión es que Bryn se encontraba a su merced, porque tú, antes de descender, le diste a Ardan la palabra que desterraría a Bryn y la devolvería al Asgard sin honores. Bryn se tragó su orgullo y aguantó todos sus desplantes para con ella. Adquirió una furia sin igual que sirvió para desactivar el portal de Amesbury y para ayudar a vanirios y berserkers, así como a Cahal y Miz en sus propósitos.

Freyja chasqueó con la lengua.

—Su desdén y su furia también provocaron que se rompiera el kompromiss con Ardan y que arriesgara su vida para proteger a Johnson. Yo sabía que Ardan no pronunciaría jamás esas palabras, pues amaba a Bryn y la quería a su lado, aunque fuera para odiarla. Pero cuando Bryn hizo la farvel furie, Ardan murió por dentro. Y entonces, desesperado, me la devolvió pronunciando unas palabras no para desterrarla, sino para salvarle la vida. Y eso fue lo que hice. La salvé.

—Ella te odiará de por vida.

—Puede ser —asumió Freyja con tristeza—. Pero todo lo hice por su bien. Ahora es más fuerte que nunca. Tiene el poder de mil valkyrias juntas. Es, prácticamente, invencible.

—Sí. Pero Ardan manda en esa relación.

—¿Y eso es una victoria, Tuerto?

Él rio por lo bajo.

—¿Sabes que, en realidad, no manda el que manda, sino el que deja que le manden? —Odín frunció el ceño y su único ojo chispeó—. La cuestión —prosiguió Freyja— es que juntos lucharon contra Hummus. Lucharon en los acantilados, hasta el final; hasta que la lanza los ensartó y a punto estuvo de matarlos.

—Sí. Pero no lo hizo. Los salvé. Ahora ambos son míos. Me pertenecen. Están grabados con mi runa.

—Piensa lo que quieras. Pero Bryn sigue siendo mía, digas lo que digas.

Odín susurró algo. Freyja hizo que su vaso de hidromiel se deslizara de la mesa hasta caer al suelo. El dios lo golpeó con la punta de su bota, y el vaso regresó más lleno que antes a su mano.

—No puedes ganarme, diosa. Al final, todo lo que me pertenece vuelve a mí de un modo u otro. —Acarició su lanza Gungnir con la mano libre y movió otra ficha del tablero con los ojos—. Jaque, Vanir.

Freyja centró sus ojos plateados en el ajedrez y estudió su movimiento.

—No todo lo que te pertenece vuelve a ti, Aesir —aseguró.

—Hasta ahora sí.

—¿Tú crees? Ven más dos ojos que uno —le susurró. Apoyó su barbilla sobre las dos manos, entrelazadas, y continuó mirando el juego ante ella—. ¿En qué punto crees que estamos ahora?

—En un punto de no retorno.

—Un punto de no retorno…

—Sí. El mundo empieza a agrietarse. La Tierra tiembla, sus entrañas se retuercen, su piel se seca y se abre, y de ella sangran sus heridas. Los terremotos, los volcanes, los maremotos… Todo está a un paso de empezar. Las nornas tenían razón. Por mucho que, al parecer, hayamos movido las piezas, por mucho que lo hayamos intentado, el destino sigue siendo el mismo. Se acerca el final para todos.

—La guerra ya ha empezado. Pero seguimos aquí, jugando una partida de ajedrez.

—La más importante de todas —concedió Odín pasándose los dedos por su pelo rubio.

—En el Midgard ya han perdido muchos guerreros. Ya han muerto muchísimos. Sin contar los humanos que pierden sus vidas uno a uno tras las zarpas de vampiros, purs y etones. Ya no hay dónde esconderse. Ya no hay nada que se pueda desmentir. El mundo conoce la realidad tal y como es, aunque nuestros vanirios hayan intentado manipular las informaciones y las mentes de los testigos. Ya no hay escapatoria. Y, en medio de algo tan claro…, nos lo jugamos todo a una sola carta.

—Siempre lo hemos hecho.

—Pero esta vez… se nos acaba el tiempo. He mandado a Nanna para que recoja a los guerreros caídos. Ahora mismo carga con Noah. Ella no sabe que él, en realidad, no ha muerto, ¿verdad?

Odín sonrió.

—No. No lo sabe.

—Se va a llevar una gran sorpresa.

—Me imagino.

—¿Y ahora qué?

—Ahora solo nos queda seguir esperando. El puente Arcoíris se cerró para siempre y solo hay una persona capaz de ponerlo de nuevo en funcionamiento. Si esa persona no despierta…, no tendremos modo de regresar, por mucho cuerno que haga sonar mi hijo Heimdal.

—Lo sé. Pero me preocupa dejarlo todo a una partida. Mis fichas se comportan. Las tuyas parece que no reaccionan —aseguró observando el Midgard.

—Me arriesgaré.

—No me gusta.

—¿Por qué? ¿Acaso no te gusta el riesgo?

—No me gustan las sorpresas de última hora.

—A mí ya no me pueden sorprender, Freyja. Incluso el detalle más ínfimo, ya me lo esperaba.

Ella levantó su mirada plateada y sonrió de medio lado.

—Lo peor no es que no te sorprendan. Lo peor es que creas que ya nada puede hacerlo, Odín. —Entonces, con un movimiento experto de su reina, que era ella misma, la diosa Vanir, se comió directamente a su rey—. Jaque mate, Tuerto.

Freyja se levantó de la silla, triunfal, soberbia, y se dio la vuelta para observar a través de su trono lo que pasaba en la Tierra.

Odín, que seguía sorprendido por su jaque mate, se levantó y caminó hasta colocarse a su lado. Allí, los dos dioses, manipuladores para unos, protectores para otros, asistían a la destrucción del Midgard, que poco a poco avanzaba por sus tierras, sin prisa pero sin pausa.

—Los vórtices se han descontrolado. Cada punto es una apertura en potencia. Si los jotuns ya no pueden abrir puertas hacia nosotros, las abrirán hacia otros lados. Quieren destruirnos, Odín. Y lo harán arrasando con aquello que más hemos luchado por proteger. Abrirán las puertas hacia su reino subterráneo. Un reino que ignoran y cuyo señor es aquél que más temen. Loki nos está ganando. Nos gana terreno y no claudica en su empeño por destruirnos. No podrán recurrir a nosotros cuando estén a punto de desaparecer. Se sentirán solos y desamparados… —susurró frotándose los brazos por el repentino frío que sentía—. Les estamos dando la espalda.

—No. No es verdad —aseguró Odín guardándose la reina en el bolsillo—. Les estamos dando muchas oportunidades de seguir con vida. Y la vida es lo único que otorga tiempo y esperanza. Tiempo para que todos luchen y colaboren, y para que aquél que esté destinado a reinar y a encontrar una salida la halle por sí mismo y nos dé la oportunidad de intervenir. Mientras la Tierra siga en pie y nuestros chicos no decaigan y peleen juntos, todo es posible.

—¿Confías en ellos? —Freyja alzó su mirada y la clavó en la pétrea barbilla del Aesir.

—Qué remedio.

—Si no intervenimos, será un genocidio.

—Si lo hacemos, Loki estará en lo cierto. El Midgard perderá y no tendrá razón de ser. Dejemos que busquen la salida correcta por sí mismos. Y después, si nos ayudan a hacerlo, si todos hacen su papel en el Ragnarök, entonces, solo entonces, apareceremos.

Odín pronunció sus últimas palabras con la vista sorprendentemente azul fija en la valkyria Nanna y en el berserker Noah.

—Entonces, ¿seguimos jugando? —preguntó Freyja, que se cruzó de brazos al mirar como Nanna se quedaba ojiplática, al comprobar que Noah seguía vivo entre sus brazos.

—Hasta que todas las piezas encajen, continuaremos el juego.

—De acuerdo —contestó Freyja, que se encogió de hombros—. ¿Nanna? —dijo mirando el reflejo en el agua de su valkyria—. Te dije que ningún hombre vivo podía tocarte.