Capítulo 25
Stonehenge.
As, María, Caleb, Aileen, Cahal y Miz se encontraban reunidos en el monumento megalítico más importante de Inglaterra. Allí, no hacía mucho, Cahal había abierto un portal con el puente Bifröst para trasladar a Heimdal a su casa.
Allí, dos mil años atrás, Freyja, Frey y Njörd convirtieron a la tribu celta de los casivelanos en vanirios.
No se trataba de conectar mundos ni de convertir especies. Se trataba de viajar a través del espacio y llegar justo allí donde se encontrara Noah Thöryn. Tenían que ayudarlo.
Cahal veía los ormes, una sustancia etérea, que rodeaba todo elemento vivo en la naturaleza. Canalizaba esa energía y creaba realidades. Su verbo decretaba verdades y hacía aquello que él quería.
Ese maná, ese fino polvo blanco daba lugar a vacíos cuánticos. Él podía manipular sus formas a nivel atómico, abriendo espacios como agujeros de gusano a través de los cuales podía viajar.
Miz, por ser su pareja y compartir su sangre, tenía su mismo don. Veía esos halos alrededor de las cosas y cómo el druida acumulaba su energía a través de ellos, como en ese momento. Pero no los podía manipular.
Eso solo lo podía hacer el druida del clan keltoi. El magiker.
—Miz. —Cahal le indicó con el dedo que se acercara.
Los demás ya sabían lo que iba a suceder. La sangre de la joven científica era la gasolina principal de Cahal, y necesitaba sustento.
—¿Sabes lo que tienes que hacer? —le advirtió ella—. No te propases. No des más de lo que debas. Llévanos hasta allí y punto.
Cahal le sonrió y la besó en la frente.
—Sí, mamá.
—No. Nada de bromear. —Un nuevo temblor sacudió la colina donde estaba el cerco de piedra.
Todos se miraron, serios.
—Aliméntame, mo ghraidh —pidió Cahal con suavidad—. Que nadie mire —les ordenó al resto.
Miz se retiró el cuello alto de la gabardina. Cahal la pegó a su torso. Se dio la vuelta para mostrar su espalda a los demás. La cara de Miz cuando él bebía de ella… Era solo suya, de nadie más. Suficiente había dado cuando la transformó en la sala subterránea del Consejo Wicca. Nunca más volvería a exponerla de ese modo.
Él clavo sus colmillos en su carne y empezó a succionar. Ella hizo lo mismo con él.
Un mordisco entre vanirios era algo muy íntimo y sensual; la sangre de sus parejas otorgaba dones. Si Miz tenía su sangre corriendo por las venas, le sería mucho más fácil regresar a su estado físico natural, pues sus células leerían su memoria impresa en el cuerpo de Miz.
Cahal le pasó la lengua para cerrar las incisiones. Ella se estremeció entre sus brazos.
—¿Estás bien, Huesitos? —le preguntó con los labios pegados a su sien.
Miz asintió con la cabeza. Abrió los ojos y sonrió.
—Es solo que me encanta beber de ti. Y no me gustaría que la cagaras.
Él levantó una ceja.
—¿Me estás llamando incompetente?
—No. Pero no presumas de tu don, no hagas florituras… Aprovecha la energía electromagnética de este lugar, no lo hagas todo solo. Estalla y… vuelve, ¿entendido?
—No tienes que temer por mí. Las runas han hablado: dicen que puedo hacerlo.
—Las runas no tienen brazos para abrazarte ni corazón para echarte de menos, druidh. Como comprenderás, lo que digan, me importa menos que nada.
Le invadió el amor que sentía por ella. Miz estaba muy preocupada, pero todo saldría bien. No se iba a perder nunca más. Ella era su casa.
—Apártate un poco. —Le dio un beso fugaz en los labios.
Todos los allí reunidos, bajo la noche inglesa tan nublada como parecía que estaba en el resto del mundo, rodearon al druida.
Cahal abrió los brazos y observó toda la luz que contenía el mundo que lo envolvía. La Tierra era un lugar lleno de vida. Hasta un matojo de hierba, el más feo que podías encontrar, estaba vivo. Las piedras, las personas, el aire…
Un viento leve se levantó en el centro de Stonehenge. Miz veía perfectamente cómo su cáraid atraía los ormes a su cuerpo. Era algo mágico. Como él. Como el amor que sentían el uno por el otro.
—Soy Cahal McCloud, druidh de la tribu keltoi casivelana. ¡Y en mi poder de decretar crearé aquello que creo! —gritó, sabiendo que su palabra era ley en la naturaleza. Era un hombre de magia, capaz de cambiar la composición cuántica de todos los átomos que lo rodeaban. Poco a poco, su cuerpo desaparecía y se convertía en luz—. ¡Divido mi cuerpo, mi alma y mi sangre, y tomo lo que me rodea como una puerta a esta Tierra, a otro espacio y a otro lugar! ¡Yo soy polvo, y como polvo viajaré hasta Noah Thöryn! ¡Allí donde la naturaleza es fría y helada, hermosa y peligrosa, allí donde el berserker de ojos amarillos pelea! ¡Que así sea, así es y así será!
Cahal se convirtió en una puerta luminosa ovalada que conectaría por primera vez, y sin aceleradores de por medio, espacios separados de la Tierra.
Noah empezó a mutar, dispuesto a alejar a Loki de Nanna.
Se abalanzó sobre él con las garras y los dientes expuestos. ¿Aquel hombre era Loki? ¿Por qué no le inspiraba ni el más mínimo respeto? ¿Y el miedo? ¿Dónde estaba el miedo que debía sentir?
Noah le odiaba con todas sus fuerzas, quería arrancarle la piel y acabar con él de la forma más tormentosa posible.
Loki se echó a reír mientras esquivaba sus golpes.
—Vaya, vaya… Eres igual que él —gruñó enseñándole sus colmillos—. Igualito. Un mierda con ínfulas de superhéroe.
Noah le agarró de las solapas de aquel suéter ajustado de pedrería negra.
—¿Vas a Las Vegas a cantar, hijo de puta? —le gruñó el berserker, que le propinó un puñetazo—. ¿Y tus zapatos de plataforma?
Loki rio y trastabilló hacia atrás.
—Y tan animal. —Lo miró de arriba abajo—. Él no era así.
—¿Él? ¿Quién?
Loki se desmaterializó y desapareció.
El berserker miró a un lado y al otro. Sacó su oks de la espalda. Necesitaría la compañía y la energía del noaiti para enfrentarse a él. Adam le ayudaría a luchar contra Loki.
—¡Detrás de ti! —gritó Nanna, que le lanzó un rayo a Loki, con las alas desplegadas sobre su cabeza.
Noah se dio la vuelta para darle un hachazo, pero su brazo se quedó a medio camino.
Esta vez, lo que fuera que atravesó su pecho le dolió de verdad y lo dejó sin respiración. Noah desvió la mirada al palo que se colaba hasta su corazón. Era el extremo puntiagudo del bastón de Loki.
El transformista sonrió y pegó su rostro al de Noah.
—Sabía que así sí morirías.
—¿Qué…? ¿Por qué?
—Porque este bastón está hecho de la única cosa que puede acabar contigo. ¿No adivinas qué es?
La luz que desprendía ese barco se fue apagando poco a poco. Nanna cayó contra el suelo. Sus alas se apagaron y miró a Noah con desesperación, llevándose la mano al pecho.
—Noah… —dijo ella acongojada—. Me muero…
—¡No! —Noah no se podía mover, atravesado por el bastón de Loki. ¡Nanna se estaba muriendo! ¡Como él! Los dos estaban conectados y perdían la vida al mismo tiempo—. ¡Nanna!
—Oh… Qué tierno —susurró Loki—. Los dos enamorados unidos de nuevo. Muertos. —Retorció la punta del bastón en el pecho de Noah, que puso los ojos en blanco—. Tienes tu puto barco, la misma mujer —miró a Nanna—, creo. —Se encogió de hombros—. Y mueres como muere él. ¿Y todavía no tienes ni puta idea de quién era tu padre? Lo sabía. Lo supe en cuanto no pude acabar contigo la primera vez.
Una lágrima rodó por la mejilla de Noah.
—Yo… no te había visto antes.
—Hummus —le recordó Loki—. Él era yo —le dijo al oído, como contándole un secreto—. Lo poseí. Pero ¿sabes qué es lo mejor de todo?
Noah se quedaba sin aire. Su energía y su poder inmortal se desvanecían, como si nunca hubieran existido en él.
—Él era tu hermano —dijo Loki disfrutando del último gesto de horror del berserker.
Cuando los cuerpos de Noah y Nanna por fin quedaron sin vida sobre aquel barco, Loki se echó a reír con fuerza.
—¿Tanto tiempo para esto? ¿Ésta era tu sorpresa, Odín? —gritó sabiendo que aquel barco se comunicaba directamente con el dios—. ¿Éste era tu modo de detenerme?
Las sacudidas de la Tierra eran cada vez más fuertes. Loki sabía que no debería perder la oportunidad de rematar su faena. Cumplir su propósito iba a ser más fácil de lo que había planeado en su cárcel de cristal.
Nadie podría plantarle cara ni hacerle frente.
—Hela, hija mía —dijo Loki hablando para sí mismo—. Hazte cargo de las almas de estos dos, y esta vez no negocies con nadie para hacerlos salir.
Él era el único dios válido para los humanos. Él había conocido sus miedos, sus debilidades, sus ambiciones, y los había manipulado a su antojo. Era justo, entonces, que acabara con ellos.
Y eso haría.
Clavaría su Lævateinn sobre el punto electromagnético más fuerte del Midgard. Su tótem también abría puertas, como lo hacía Gungnir.
Y una vez que lo hiciera, que se preparase la Tierra.
Odín esperaba en el lago frente a Yggdrasil, mientras escuchaba a la manifestación etérea de Hela tras él. La diosa del inframundo no estaba de acuerdo en que, antes de que el berserker y la valkyria ingresaran al Niflheim, tuviera que visitarlos. Ellos ya estaban muertos y le pertenecían.
—Odín, devuélvemelos —pidió Hela tras él. No lo podía tocar, su imagen era como la de un holograma. No podía hacerle daño.
La joven era muy hermosa. De pelo castaño y largo, y con los ojos negros. Su rostro pálido, resaltaba con la túnica negra que cubría su cuerpo. Solo tenía un problema. Olía a putrefacción. El dios Aesir agradeció que su presencia fuera solo etérea.
Odín seguía con la mirada fija en el lago a través del cual vio la pira de madera, el barquito que traería a Noah y a Nanna.
—Hela, vete. Aquí no haces nada.
—¡Están muertos! ¡Sus espíritus son míos!
Freyja se materializó en la orilla del lago. Sus pies desnudos se mojaban, bañados por el agua cristalina de aquel lugar sagrado. Vestía de rojo y llevaba el pelo suelto sobre la espalda. La diosa también controlaba la pira que se acercaba hacia ellos.
—Hela —dijo Freyja—, tus leyes hablan de muerte. Pero estos guerreros son especiales —argumentó la diosa, estirando los brazos para detener la pira ceremonial que se acercaba a ellos—, su destino es diferente. No está ligado a ti.
—¡No me enredes, Freyja! —protestó la hija de Loki—. ¡Estoy de vuestros jueguecitos de inmortales hasta el Infierno! ¡Ésos de ahí vienen a mi casa, ahora! ¡Y no podréis hacer nada para detenerme!
Odín se dio la vuelta y encaró a Hela, que, aún que era un holograma, se retiró, temerosa de la ira del dios.
—Hela, tú ya no puedes hacernos nada. Tu mundo está cerrado, tu reino está bajo llave, como el nuestro.
—No por mucho tiempo. —Hela sonrió con la misma soberbia de su padre—. En cuanto mi padre abra los mundos, camparé a mis anchas por el Midgard. Yo —se miró las uñas— y los míos, claro. Entonces, los buscaré y me los llevaré.
—No podrás. Un espíritu vivo no puede entrar en tu castillo —aclaró Freyja.
—¡Ergo, me das la razón, diosa zorra! —gritó Hela, histérica.
Freyja la miró por encima del hombro un instante, como si valiera menos que nada. Después esperó a recibir la barquita funeraria de sus guerreros.
—¡Están muertos! ¡Dámelos!
—¡Hela! —gritó Odín, que hizo enmudecer el Asgard.
La diosa no se amilanó, pero se calló, alzando la barbilla.
—¿Ves el sol que flanquea el horizonte de Yggdrasil? —le preguntó.
Hela asintió, aburrida.
—Sí, lo veo.
—Si cuando se ponga por completo, mis guerreros continúan muertos, te los podrás llevar.
—No. No acepto el trato —se negó, rotunda—. Seguro que harás algún truquito de los tuyos…
—No hay truco —sentenció Odín.
Hela miró a Freyja y al Tuerto con hastío. Después observó el brillante sol del Asgard.
—Cuando se empiece a poner el sol —repitió Odín hablando con calma—, cuando debido a su lejanía puedas taparlo con un solo dedo, entonces, si ellos siguen muertos, te los podrás llevar. Serán tuyos.
—De acuerdo, Cíclope —accedió Hela—. Te veré dentro de poco.
La diosa desapareció en el acto. Odín y Freyja esperaron a que el barquito llegara a la orilla. En silencio.
—¿Cuánto sabes de todo lo que hice, Vanir? —preguntó Odín, caminando hacia ella.
La Resplandeciente se cruzó de brazos y repiqueteó con sus uñas sobre su codo.
—Sé lo suficiente como para mover mis fichas y darnos un par de oportunidades más.
El Aesir negó con la cabeza y sonrió.
—No fue ninguna casualidad que Nanna llevara ese collar, ¿verdad? Ocultaste el Brisingir en tu valkyria, porque sabías que, mientras ella no se mezclara en ninguna batalla, el collar nunca se activaría. Y Nanna no peleaba, ella solo recogía a mis guerreros para traérmelos.
Freyja le escuchó.
—Sí, Odín. Así era. Pero Nanna era tan importante para él como él lo es para todos nosotros. Te olvidaste de ese detalle, de algo obvio.
—¿Obvio?
—Sí. El mayor activador de todos es el amor. Su encuentro era inminente, y ella debía ayudarlo en su viaje.
Esta vez, Odín no osó reírse.
—Me sorprende que hables de amor.
—¿Crees que no sé lo que es? —preguntó ella, vanidosa.
—No importa. Lo que has hecho… Ha sido algo muy inteligente por tu parte —reconoció el dios, admirado.
Freyja resguardó el cumplido con celo. Odín nunca se los daba.
—¿Y ahora qué? El Lævateinn ha matado a Noah. Ya no se puede negociar nada con Hela, puesto que está de parte de su padre. ¿Cuál es tu carta, Odín? Porque, por mucho que lo pienso, ya no veo una solución coherente a este conflicto. Loki clavará su bastón sobre el portal estelar más potente del Midgard y eso hará que de él emerjan todos los monstruos habidos y por haber. Será un búnker. Ya no podremos acceder al Midgard. Les… dejaremos solos ante la muerte.
Odín se relamió los labios resecos y miró al frente.
—Veremos cómo va todo. Pero confío en la palabra de mi hombre. No me fallará.
Noah y Nanna abrieron los ojos al mismo tiempo.
Ella tenía su rostro apoyado en el pecho de él, que le sujetaba su mano contra el corazón.
El barquito de madera era lo suficientemente grande como para cobijarlos a los dos. Tenía flores y monedas a sus pies, como las que se le ofrecían antiguamente a los muertos. Monedas para pagar al barquero que cruzaba entre mundos, flores para soportar el perfume a muerte.
Noah tomó el rostro de Nanna y se incorporó con ella, mirando a su alrededor.
—¿Dónde…, dónde estamos? —preguntó, y la besó, con adoración—. ¿Seguimos vivos? ¿Y Loki?
Nanna negó con la cabeza, abrazándolo con fuerza, llorando contra su pecho. Recordaba perfectamente el dolor que había arrasado en su corazón. El bastón del jotun lo había matado, y, como consecuencia, también había acabado con ella.
—No. No estamos vivos…, creo Yo conozco este lugar… Es Yggdrasil —reconoció ella. Entonces se levantó y vio a Freyja y a Odín a escasos metros de ellos—. ¿Freyja?
Noah clavó la vista al frente. Por primera vez, algo sucedió en su alma, una sensación de recuerdo y añoranza brutal recorrió su mente y su persona.
Odín alargó la mano hasta él, con la palma hacia arriba.
Noah vio parte de sus facciones reflejadas en las de ese hombre con un parche en el ojo. Lo conocía. Era Odín.
—Bienvenido a casa —lo saludó con una sonrisa de cariño en sus labios—, hijo mío.