Capítulo 16
El humo de los incendios se elevaba hacia el cielo y dificultaba la visibilidad. Pero cuando el espesor negruzco se disipó, Noah y Nanna observaron que lo que había en el pico de aquella montaña nevada era un auténtica batalla campal.
La nieve se teñía de sangre negruzca y espesa.
Los einherjars degollaban cabezas y arrancaban corazones. Las valkyrias electrocutaban sin compasión.
Ardan era un animal, un aniquilador.
Miya, elegante y letal con su espada.
Gabriel utilizaba las suyas como si fueran tijeras.
—Por los dioses —murmuró Nanna agitando sus bue con rapidez—. ¡Prepárate, Noah! ¡Nos dejamos caer!
Él asintió y se soltó de la liana, descendiendo en caída libre a más de cien metros de altura. Se transformó en el aire y esperó a que sus botas tocaran suelo; cuando lo hicieron, sacó su oks y sesgó las cabezas de dos vampiros de golpe.
Nanna armó su arco y sus flechas, y empezó a disparar a diestro y siniestro.
¿Cómo iban a vencer a toda aquella multitud?
Bryn y Róta luchaban espalda con espalda, sin separarse, rotando a la vez, girando en círculos y disparando tantas flechas como podían. ¡De cinco en cinco! ¡De diez en diez!
—¡A tu izquierda, Róta! —ordenaba la Generala.
Róta la obedecía. Sincronizadas como dos bailarinas, ejecutaban los mismos movimientos.
Por su parte, Gúnnr se mantenía en el cielo, con sus alas desplegadas de color rojo, lanzando su martillo por doquier y aniquilando cualquier esbirro volador que se acercara a ella.
Nanna observó sus preciosas extensiones que salían de su espalda, con esas formas tribales inverosímiles. Parecían alas de fuego, cortantes para aquél que osará tocar algo tan divino.
Pensó en ello. Ella tenía la espalda marcada con las mismas alas. ¿Por qué no las podía abrir?
En la cueva a Noah por fin le habían emergido, dibujadas en su piel a lo largo de cada lado de la columna, de aquella espectacular espalda digna de las mejores y más duras cargas. Era pensar en el bengala y sentir que le volvían a temblar las piernas…
Era fácil aceptar que se era débil a algo. ¿Y quién no lo sería teniendo a ese espécimen al lado? Tan alto, tan bondadoso, tan…
¡Zas!
Sus alas se abrieron y se expandieron, insolentes y bellas como las de una mariposa dragón. Nanna volteó la cabeza para admirarlas.
La luz que irradiaban iluminó su rostro. Las movió, a un lado y al otro, y se encontró planeando la cima, como lo hacía Gúnnr.
Las valkyrias la vieron y alzaron sus puños, sin dejar de cubrir sus perímetros.
«¡Asynjur, nonne!», gritaron a la vez.
Gúnnr se colocó al lado de Nanna, para informarla de cómo estaban las cosas.
—¡Preciosas alas, Nanni! —le guiñó un ojo chocolate.
—¡Gracias! ¡No sé cómo se han abierto!
—Ah, es fácil. —Sonrió, sin perder de vista a sus enemigos—. Piensa en tu einherjar y, ¡flas!, se abrirán de repente. Bueno, en tu caso, ¿qué es Noah?
Nanna miró a Noah, que junto al highlander y al samurái no dejaban a ni un no muerto con vida, por extraño que sonara.
—Noah es…
—¿Un einjerker? ¿Un berserjar?
Nanna negó con la cabeza.
—Noah es, simplemente, mío. Mi compañero —sentenció, impresionada por cómo se movía.
—¡Me alegro! Pero si quieres seguir disfrutando de él hay que matar a todo ese enjambre de ahí abajo. —Señaló la tierra bajo sus pies—. ¡Toda la cima está infestada! —explicó a Nanna, lanzando rayos mientras su martillo daba vueltas y arrasaba los cuerpos de sus adversarios—. Ardan y Miya se han encargado de arruinar todo el edificio por dentro. Está en llamas y las explosiones internas poco a poco crearán fuertes desprendimientos de roca. Han destrozado tres aceleradores más que tenían cargados con osmio. Y han deshecho la maquinaria que dejaba lista la terapia Stem Cells. Pero, al salir —levantó la mano abierta y el mango del Mjölnir llegó a ella; lo lanzó de nuevo a un grupo de tres vampiros que volvían a acercarse—, nos hemos encontrado con este ejército.
—¡Pero si la mayoría son humanos! —gritó Nanna.
—¡No lo son! —le aseguró Gunny con voz de acero—. Ya no. Eran los ciudadanos de los pueblos de la periferia del Jotunheim. Los atrajeron y los convirtieron. Ahora solo responden a las órdenes de Loki. Ya no hay resto de humanidad en ellos, así que no seas floja y achichárralos.
A Nanna aquello le pareció una aberración. Los neófitos eran mortales sin ninguna capacidad para luchar. De acuerdo que, al ser vampiros, multiplicaban sus capacidades físicas, pero estaba claro que solo actuaban como perros de presa; su única finalidad era entretener y morder. No sabían hacer nada más.
—¿Y por qué pueden caminar y volar bajo la luz del sol? —Nanna atravesó las cabezas de dos vampiros más con sus flechas eléctricas.
—Es por la terapia —le contestó—. Abajo tenían probetas llenas de regeneración celular. Una especie de «código juventud» que les hace más fuertes. Durante mucho tiempo han obtenido sangre de híbridos como Aileen o Johnson… Hay algo en ella que permite que a los nosferatus no los queme la luz solar. Y creemos que sigue habiendo muchos más como la nieta de As. Gabriel ha obtenido informes de guerreros híbridos y clonados en los ordenadores del edificio. Muchos de ellos están en el campo de concentración que tienen en Bulgaria. Es como una gran comunidad de secuestrados en la cordillera de los Cárpatos. Al parecer, allí hay muchos…
—¿Tantos como los niños perdidos que liberó la Elegida de Capel-le-Ferne?
—Más. Muchos más.
Gunny se retiró el flequillo de los ojos, que se volvieron rojizos cuando uno de los vampiros intentó atacar por la espalda a Nanna. Sin embargo, la excelente guerrera del pelo trenzado se dio la vuelta y hundió la mano en el pecho de la mujer que venía a por ella.
Cuando la miró a sus ojos sanguinolentos, la vampira parpadeó, confusa, como diciendo: «Pero ¿yo no era inmortal?».
Nanna negó con la cabeza, asqueada, y le arrancó el corazón. La víctima cayó al abismo, cordillera abajo, desintegrándose poco a poco. Tal y como hizo el corazón en la mano de su asesina.
—No tengas compasión —susurró Gunny, que sabía de las nuevas sensaciones de su hermana—. No hay ni una chispa de humanidad en ellos. El vampirismo es como una enfermedad, Nanni. Les pudre el cerebro y les arrebata la conciencia. Son siervos del Trickster. No hay más. —Cargó su martillo de nuevo y lo lanzó contra otro grupo de vampiros.
No era fácil cambiar de rol, pensó Nanna. Ella recogía a los muertos, no los mataba. Ahora debía exterminar a seres que, físicamente, estaban vivos, aunque su condición habría que ponerla en entredicho.
Uno de ellos, por sus ropas, seguramente había sido el mecánico de la ciudad. Otro era policía. Tres adolescentes vestidas a lo Barbie escocesa se lanzaron a por ella. Y un abuelito que ya no necesitaba bastón se relamía sus recién descubiertos colmillos amarillentos.
Nanna no pudo evitar sentir algo de pena. ¿Aquél era el destino del ser humano?
Armó su arco, tensó la cuerda y colocó tres flechas sobre ella.
Extendió el brazo izquierdo hacia delante; el derecho sujetó las flechas hasta colocarlas casi a la altura de su oreja.
No debía tener compasión, ya no había nada puro en ellos.
¡Zas!
En el Midgard habrían tres Barbies escocesas menos.
Noah levantó el oks por encima de su cabeza y gritó como un animal.
Que vinieran a por él. Los esperaba a todos.
Llevaba la guerra en su ADN. Siempre le habían gustado las peleas. Aunque intentara evitarlas, como último recurso se debía luchar. Entonces era el primero en la fila.
En las reyertas siempre peleaba junto a Adam. En esos momentos, él no estaba ahí físicamente, pero lo cierto era que lo sentía a su lado.
Su hacha llevaba parte de su espíritu. Era como si en cada golpe y corte preciso que ejecutaba el noaiti sujetara parte de su mango.
Su amigo del alma, su hermano. Jamás le había fallado. Y jamás lo haría.
Ardan lo miraba, asombrado.
—¡Y me llaman a mí exterminador! ¡Eres un puto carnicero, bengala!
Noah sonrió. Tenía el rostro lleno de sangre de jotun y pedía más. Exigía más.
La valkyria no le había entregado el chi, pero hacer el amor con ella le había puesto las pilas. Rebosaba energía.
Se sentía capaz de acabar él solo con todos los engendros que asolaban Rauma. Pero sabía que debía moderar su euforia.
Nanna le había dado tanto en tan poco tiempo que le parecía increíble haber sobrevivido sin ella durante tantos años.
—¡Menos mal! ¡Porque estoy hasta la polla del bailarín japonés! —Señaló a Miya, que, con movimientos secos y premeditados, vestido todo de negro, como Ardan, movía sus espadas como si fueran abanicos, sin errores, sin fisuras y daban justo donde debían dar sin recrearse.
—¡Para ti la tortura es un arte, escocés! ¡Para mí el arte es matar sin que el otro sepa que ha muerto!
Miya achicó sus ojos plateados, se agachó y alzó la espada de adelante hacia atrás, para clavar la punta de la katana en el corazón de un lobezno, cuyas fauces estaban a punto de atravesarle el cuello. Después retorció la hoja; el lobezno puso los ojos en blanco. Con un movimiento rápido y casi imperceptible para el ojo humano, Kenshin se dio la vuelta, metió la mano en el pecho del monstruo y le sacó el corazón, como quien quita una pelusa molesta en la ropa.
Menudo grupo.
Un einherjar highlander, un vanirio samurái y el líder del ejército de alados de Odín, que no era otro que el principito Gabriel, un humano cuya sabiduría y cuyos conocimientos de estrategia habían sido un punto a favor para todos los guerreros.
Y allí estaba él, un berserker en busca de su identidad, luchando junto a ellos como si pertenecieran al mismo clan.
De hecho, bien mirado, en una guerra como ésa solo había dos clanes: el del bien y el del mal.
Y, aunque ambos hacían lo mismo (matarse los unos a los otros), los objetivos estaban bien diferenciados.
Unos utilizarían la exterminación para salvar al Midgard de una plaga infestada de maldad sobrenatural.
Los otros exterminaban para arrancar a la especie humana ese supuesto valor que los dioses admiraban en ellos: la esperanza, la salvación y la redención.
A Miya le acababan de cortar una mano.
Así sin más. Un lobezno le había mordido el antebrazo cuando intentaba alzar su chokuto para sesgar el brazo que había sujetado el pie de Róta.
La valkyria gritó con horror al ver lo que el lobezno le había hecho a su einherjar. Fue hacia el monstruo y le lanzó un rayo tan potente que lo dejó chamuscado al cabo de apenas unos segundos. Cuando estaba carbonizado, cogió la espada chokuto de su vanirio y despegó la cabeza lobuna del cuerpo.
Miya tenía el brazo pegado al pecho y no dejaba de sangrar.
Ambos se miraron con preocupación, puesto que los jotuns no dejaban de llegar, y ellos solo eran ocho. Ocho frente a miles. Es cierto que la mayoría de ellos no eran expertos en la guerra, pero sus mordiscos, sus arañazos y sus golpes se dejaban notar, dolían.
—Oni, no sé si saldremos de ésta… —dijo el samurái, atrayéndola hacia sí.
—No me vengas con ésas, Kenshin —le advirtió Róta—. Te faltará una mano, pero es imposible que nadie de aquí sea mejor guerrero que tú con tu katana. Así que hazme un favor: pelea.
—Yo peleo, pero tú haz lo mismo. —La apartó y le dio una patada en la cara a una mujer vampiro con ropa de panadera que se acercaba a ellos.
Los dos levantaron la mirada hacia el cielo blanco, moteado con nubes tan negras y espesas como su futuro en ese momento.
Había tantos vampiros en lo alto que parecían nubes de moscas.
¿Cómo se suponía que iban a sobrevivir?
Los nosferatus se habían fortalecido con las terapias. Los lobeznos eran unos salvajes despiadados, y después estaban los trolls.
Un mordisco de ellos los dejaba fuera de combate en un santiamén. Y lo peor era que, aunque habían querido retirarse, no los dejaban.
Bryn y Nanna se habían aliado para, juntas, electrocutar a todos los trolls que asolaban las montañas. Pero no podían. Mataban y después, como por arte de magia, se reproducían de nuevo. Aparecían nuevos batallones peludos escalando la montaña rocosa.
Gunny intentaba convocar una tormenta para salir de ahí, pero tenía tantos vampiros alrededor que era incapaz de librarse de ellos. El martillo iba y venía, pero no acabaría con todos.
Gabriel estudió la situación.
Era una encerrona.
Sabían que el último reducto de Newscientists se convertiría también en un agujero negro, un viaje sin regreso para aquéllos que fueran a destruirlo. Por eso estaba poblado de jotuns.
El primer ejército oscuro de Loki, después de los etones y los purs subterráneos, presentaba su avanzadilla en tierras noruegas. Y solo era uno de los muchos que tendría aquel dios timador.
Miles de engendros corrían por el descampado nevado. Avanzaban hacia ellos con garras y dientes. Y el problema es que ellos, los buenos, no llegaban ni a la decena. Eran solo ocho.
Ocho excelentes luchadores contra un millar de monstruos alocados e inexpertos en el combate frente a frente, pero igual de molestos.
Ardan arrancaba cabelleras. A su alrededor tenía un cerco de cabezas que delimitaban su perímetro. Cualquiera que entrara ahí, acabaría con el cuerpo separado en dos. Pero si entraban de cuatro en cuatro, la hazaña se complicaría mucho más.
Se les acababan las fuerzas. Las heridas cada vez eran más aparatosas.
Noah corría con su hacha en la mano y arrasaba con todo el que se cruzaba por delante; sin embargo, ni su arrojo ni su fuerza serían suficientes.
Tal vez nunca podrían salir de allí.
Y era su deber, como líder de los einherjars, encontrar un modo para sobrevivir.
Tal vez algunos perecieran. Pero había alguien que debía salir con vida de esa situación.
Aquélla no era su lucha. Él no tenía por qué estar ahí metido.
Noah era alguien especial para los dioses. No tenía ni idea de quién podía ser, pero Gaby no olvidaba la profecía del noaiti.
Fuera quien fuese el berserker, él tendría relación directa con el Ragnarök.
Gabriel corrió hacia él, golpeando y apartando a todos los vampiros que se le echaban encima.
—¡Noah! —le gritó.
El cuerpo de Hummus, separado del centro de la batalla, observaba lo que estaba sucediendo.
No había nada del anterior inquilino. Aquélla era la esencia pura de Loki en su interior. Y parte de lo que quedaba de Hummus en ese recipiente, lo agradecía, porque era su padre quien lo había poseído. Y se sentía poderoso. Él era el «poder».
—No quieres ser de los míos. ¿No quieres que te lleve a casa? —le había preguntado Loki desde su cárcel—. Entonces, retuerce el puñal sobre tu corazón y deja que yo ocupe tu cuerpo. Es el único modo que tengo de salir de aquí, por ahora: romper la cárcel de cristal y regresar físicamente tomará un tiempo.
—Pero ¿moriré para siempre? —había preguntado él, clavando centímetro a centímetro la daga divina en su pecho.
—Vivirás en mí. ¿No crees que no hay mejor regalo que ése? Soy tu padre. El único que te aceptó. El único que vio que lo que se hizo contigo fue injusto. Fui yo quien te quitó el velo de los ojos, ¿verdad? Gracias a mí pudiste ver.
—Sí, es cierto.
Él había sido el hijo castigado de Odín: el desterrado, el que no quisieron por haber cometido un terrible pecado contra su hermano. En realidad, de haber sabido que sucedería lo que pasó, jamás lo habría hecho.
Sin embargo, el castigo fue inmerecido, demasiado cruel.
Loki le ayudó a salvarse. Su padre creyó haberlo matado, pero, en realidad, fue Loki quien lo salvó y le dio una segunda oportunidad de vivir, con lo que evitó que su alma inmortal desapareciera. Le dio la vida que tenía en el Midgard.
—Ahora retuerce tu puñal, relájate y déjame entrar —dijo Loki a través del hielo.
Hummus podía ver su cuerpo inmóvil a través de las capas y capas de agua helada. Él estaba ahí. Jamás lo había visto. Pero estaba ahí.
—Retuércelo ahora, o no podré cumplir mi venganza —repitió Loki con voz implacable—. ¡Ahora!
Hummus se sacrificó y decidió morir para que Loki se hiciera cargo de su cuerpo y de su mente.
Y ahora era él quien estaba de pie sobre los restos de la cima a la que se llegaba a través de la escalera de los trolls. Hummus seguía allí de algún modo, pero era Loki quien mandaba.
Y el panorama de aquel lugar era tan apocalíptico y terrorífico como a él le gustaba.
Sí. Sí, señor.
Era justo lo que él esperaba. Era exactamente lo que quería.
Los guerreros de Odín, conocedores de ese último cónclave científico en la Tierra, irían a por ellos. Intentarían destruir sus instalaciones sin saber que en esa parte del mundo ellos eran más.
Más numerosos. Más ansiosos de sangre y de venganza.
Más protectores. Sabedores de que él, su dios, se hallaba justo en algún lugar de aquel país, bajo el hielo, esperando a salir.
Ahora el hechizo de su cárcel ya se había roto. Lo había logrado. Su plan, con muchas dificultades, seguía adelante.
Pero era él quien pisaba el Midgard. Y no Odín. Aquel mundo era de su propiedad, siempre lo había sido.
Y se lo iba a demostrar. Pero antes debía resolver el enigma de aquel guerrero rubio, pues no sabía hasta qué punto podría molestarle. Tenía que quitarse del medio cualquier contratiempo que pudiera surgir.
Aquella hermosa tierra estaba infestada de sus hijos. Y, tal vez, los einherjars y el Niño Perdido pudieran ir allí y acabar con todo, pero ellos se asegurarían de acabar con sus vidas.
Los humanos lo llamaban «daños colaterales». Para lograr un objetivo a veces se debía sacrificar algo.
Hummus inclinó la cabeza. Sus ojos grises, entrecerrados, observaron atentamente ese ser que irradiaba una energía extraña, sobrehumana. Su puñal guddine se calentaba y lo señalaba.
No había duda. No había pérdida.
Era Noah Thöryn, el protegido de As Landin.
¿Quién sería en realidad? ¿Qué sería?
¿Y por qué no lo reconocía?
¡Era un semidios! ¡De eso no había duda!
Pero era un berserker. Sus colmillos, su pelo largo, rubio blanquecino, sus músculos superdesarrollados. No era un hijo puro de dioses.
Los dioses no tenían esa complexión, excepto los destinados a la guerra, como Odín, Thor y Tyr.
Entonces, ¿quién demonios era? ¿De cual de esos dioses era hijo?
El cuerpo de Hummus dio un saltito y bajó de la roca negra y llena de nieve en la que estaba.
Lo iba a descubrir enseguida.
—Lárgate de aquí. Llévate a Nanna —ordenó Gabriel, espalda con espalda con Noah.
—¡¿Cómo dices?! ¡No! ¡Ni hablar!
—Noah, somos un eslabón más en el Midgard. —Gabriel lucharía hasta morir, igual que sus guerreros, igual que las valkyrias—. Pero tú tienes algo que hacer. ¡Vete de aquí y hazlo!
Noah se giró y encaró al Engel.
—Yo no abandono —le aseguró, desafiante como un lobo.
—¡Haz caso al Engel! —rugió Ardan tras ellos—. ¡Casi siempre tiene razón! Te agradecemos que hayas pasado a saludar… ¡Pero debes irte! —Levantó un lobezno con sus manos, por encima de su cabeza, y lo dejó caer hasta partirle la columna con su pierna—. ¡Y llévate a Nanna! Contigo estará a salvo. Juntos tendréis una posibilidad de sobrevivir.
—¡No! —protestó él.
—¡¿Por qué no?! —Róta se levantó por encima de ellos; juntó las piernas y golpeó a un troll que iba a por ellos; lo alejó de su cerco y provocó que se reuniera con su manada—. ¡Bryn! ¡Ahí! —La valkyria señaló la nueva manada que aparecía, y lanzó una flecha hacia ellos.
La Generala, desde el aire, los electrocutó con sus potentísimos rayos. Era la más fuerte de todas. Eso llenaba de orgullo a Róta.
¡Era su hermana, joder! ¡Viva Bryn!
—¡Obedece al Engel! —repitió Róta.
Noah miró a su alrededor. ¿Dejarlos? Ni hablar. Con él tendrían más posibilidades. Era un guerrero, como Nanna.
Además, no había ido hasta allí para abandonar.
Había ido allí a pedirles un favor y así poder continuar el viaje solo.
—¡Nanna no puede venir conmigo! —le explicó a Gabriel con los dientes apretados.
—¿Por qué no?
—Porque, si viene conmigo, morirá. La he traído aquí para que os la llevéis. Dile a Gunny que convoque una tormenta. Marchaos de aquí y lleváosla con vosotros. Yo seguiré mi camino solo.
—Hace un buen rato que Gúnnr intenta abrir un portal eléctrico. Pero no puede. —Gabriel lo cogió por la solapa de su chaleco—. ¡Mira sobre tu cabeza! ¡Estamos en el ojo de un huracán de vampiros! ¿Cómo se supone que vamos a salir de aquí? ¡¿Eh?! ¡Coge a tu chica y vete!
—¡No! ¡Se morirá! ¡Lo sé!
—¡Me cago en todo, Noah! —rugió Gabriel.
Al ver que no iba a obedecerle, dio un salto por encima de sus cabezas, abrió las alas y él solo se enfrentó al enjambre de nosferatus que se movía como una bandada de pájaros en el cielo, dispuestos a aniquilar a Gunny y a Bryn.
Nanna observaba atentamente la discusión que tenía lugar en la planicie, donde todo el mundo mataba a todo el mundo, donde la nieve se deshacía con la sangre caliente de los muertos y de los esbirros de Loki, y se moteaba con las heridas abiertas de los guerreros de Odín y de Freyja.
Gabriel alzó el vuelo como un ángel vengador y luchó junto a ellas.
Nanna no paraba de lanzar rayos.
Bryn quemaba y atravesaba con sus flechas a todo el que podía.
Róta hacía lo propio desde el suelo.
Miya cortaba y atravesaba a todo aquél que se moviera a menos de dos metros de distancia de él o de la valkyria de pelo rojo. ¡Y lo hacía con una sola mano!
Ardan… Ardan parecía estar creando su propia cámara de los horrores. Parecía que quería erigir una montaña de muertos a sus pies. Su propio cementerio.
—¡Nanna! —gritó Gabriel atravesando la espalda de un nosferatu—. ¡Tienes que convencer a Noah!
—¡¿De qué?! —preguntó ella, que armó de nuevo el arco y agitó sus alas con fuerza para mantenerse en su lugar.
—¡No quiere que viajes con él!
—¡¿Cómo dices?!
—¡Que no quiere que viajes con él! ¡Y los dos sois indivisibles! ¡Él es tu einherjar! ¡Y tú eres su valkyria! Si os hieren, tendréis posibilidad de sobrevivir con la helbredelse. ¡Así pues, cualquiera que sea vuestro objetivo, debéis alcanzarlo juntos!
Nanna se quedó inmóvil por un momento. Ni siquiera las alas se movieron.
«¿Que Noah no me quiere a su lado?».
No quería que viajara con él. No quería que viajara con él. No quería que viajara con él.
No era en eso en lo que habían quedado. Cualquiera que fuera su destino, debían cumplirlo juntos. ¡¿Y aquel perro rubio quería romper de nuevo su palabra?!
—¡¿Te ha dicho eso?!
—Él teme por ti… Quiere que te llevemos con nosotros.
Nanna dirigió su mirada roja y enfurecida hacia su berserker luchador y carnicero.
—¡¿Él teme por mí?! ¡Y una mierda!
—Sí… —contestó Gabriel—. Largaos de aquí los dos. Nosotros entretendremos a los jotuns. Cógelo y llévatelo.
Ella fijó su mirada en Gabriel.
—Yo no abandono a mis hermanas ni a mis amigos —aseguró fulminándolo.
—¿Tú también? —replicó Gabriel, agotado—. ¡No me jodas!
Nanna se encogió de hombros. Bryn lanzó un grito al cielo.
—¡Dale su merecido, Nanna!
Ella desplegó las alas y se tiró en picado hacia el círculo de vampiros que rodeaba a Noah y a Róta.
—Y a mí nadie me abandona —exclamó con voz grave y asustada.
Cuando cayó con los pies por delante y un cúmulo de hebras eléctricas rodeando su cuerpo, los esbirros de Loki se apartaron, asustados.
—¡Arriba! —le ordenó Nanna a Noah.
El berserker frunció el ceño, sorprendido de tenerla en frente.
—No —contestó—. Protégete. —La colocó tras él.
—¿Para qué? ¿Para que me dejes?
Él chasqueó con la lengua. Mataría a Gabriel.
—¡Ardan! —El highlander se asustó al escuchar el tono maquiavélico de Nanna, cuya era bien palpable—. Coge a Noah y a Miya, y llévatelos arriba —le ordenó la valkyria.
Róta la miró por encima del hombro y sonrió feliz de tener a la loca de su hermana a su lado.
Ardan asintió, cogió a Noah y ordenó a Miya que levantara el vuelo.
—Vamos a freír a cualquiera que esté pisando el suelo —le dijo Nanna a Róta.
Ambas se juntaron hombro con hombro, entrelazaron sus manos y se acuclillaron en el suelo. Después, pegaron las palmas a la superficie helada y rojiza. Sus cuerpos atrajeron la energía electrostática de todo lo que las rodeaba.
Sus melenas vibraron con el poder chispeante que emanaban de sus cuerpos.
Sus manos y sus dedos se iluminaron. Una onda expansiva recorrió toda la superficie, electrocutando y paralizando a todo jotun o esbirro de Loki que corriera hacia ellos.
Róta se echó la melena sobre un hombro, conjuró su arco y dijo:
—Coño, Nanna. Eres peor que un matamoscas.
Nanna sonrió y repuso:
—Ahora empieza la verdadera exterminación. Vamos a por las cucarachas.
Cuando las dos guerreras utilizaron sus trucos para dejar parcialmente inmóviles y desvalidos a todos los monstruos de su alrededor, Ardan, Miya y Noah regresaron a sus puestos para hacer la cirugía a todos y cada uno de sus enemigos.
Bryn, Gúnnr y Gabriel se quedaron en los cielos, ocupándose de la nube de nosferatus que cada vez se hacía más y más grande.
Era como luchar contra los habitantes de ciudades enteras. Había miles.
Las flechas, las espadas, las manos, los rayos… Todo valía para ganar y vencer.
Y en una esquina, resguardado del caos y de la destrucción, Hummus levitaba dos palmos sobre el suelo. Lo presenciaba todo en primera fila.
Él había visto llegar desde lejos el ataque de las guerreras de la diosa Freyja.
Valkyrias. Sonrió, pues sabía que el destino que iban a correr en el Midgard iba a ser insufrible. Morirían todas bajo su bota, o bajo su bastón. Y morirían llorando, agonizando de dolor.
Noah estaba ajeno a todo, entretenido sacando corazones de trolls y lobeznos.
Ése sería su momento, pensó Hummus.
Tenía al semidios a tiro: debía actuar con rapidez.
Sus vampiros se encargarían de comerse literalmente a la hija de Thor; aquella semidiosa cuya réplica del Mjölnir traía a sus jotuns por el camino de la amargura.
Pero ella no le importaba tanto como ese misterioso guerrero que tenía ante sí.
Lo mataría como se mataba a un berserker: le arrancaría la cabeza de cuajo.