Aquí no hay música. No hay platos, no hay teclados y no hay pianos. No tengo espacio en la cabeza. Me gustaría recuperarlo. Mis dedos lo anhelan pero no consigo relajarme, dejar caer los hombros y menear el cuello. No me imagino dando lástima a nadie, sin embargo, después de todo lo que he hecho, y en realidad es una queja bastante banal, ¿no?

Así pues, Natalie está aguantando. Estamos a finales de junio y ella sigue aquí, en Nápoles, en este piso de alquiler a corto plazo situado a menos de quince minutos de la casa de tus padres. Se quedó emocionada cuando conseguí un piso con balcón; se imaginaba a sí misma en el balcón cada día al anochecer, bebiendo vino y contemplando la bahía. Desde el balcón no se puede ver la bahía para nada, solo se ven otros apartamentos. Intenté decírselo pero no me hizo caso y cuando resultó que yo tenía razón se quitó la decepción de encima con un gesto. Se le da cada vez mejor.

Ha decepcionado a tu madre. O sea, mi nonna estuvo encantada de verme y luego horrorizada por la razón de mi presencia. Como es natural no le hablé de todo el trabajo en equipo y las lluvias de ideas que me han traído a la ciudad en sí, o que me han hecho venir hasta Salerno. Que ella sepa, solo estoy en Nápoles porque ya no tendré ocasión de disfrutar de unas vacaciones al sol, broncearme y practicar el idioma después de agosto, cuando sea padre. Aun así, no soy quién para tener una mujer nueva después de dejar embarazada a Karine. Estoy harto de decirle que fue una coincidencia de mierda que pasaran las dos cosas al mismo tiempo, pero ella no me cree. Puede que sea su primer nieto, y eso hace que a menudo crea que soy la hostia, pero esta… Esta no me la va a perdonar tan fácilmente.

Hizo gala de la hospitalidad italiana, claro. Simplemente hizo gala de hospitalidad lanzándole a Natalie el mal de ojo, y Natalie, como es costumbre en ella, se lo pasó por el forro.

Karine estuvo encantada cuando se lo conté por FaceTime mientras me bebía dos cervezas en el balcón. Es tan incapaz de esconder su petulancia como de esconder su barriga. Tiene la panza en punta hacia delante, lo cual quiere decir, según su abuela, que vamos a tener un niño. No hace falta que me lo digan, es un chaval, claro que sí.

Karine se agranda y mi fortuna también. El cargamento de Dan llegó y el dinero de Dan lo pagó todo. Phelan hizo inmediatamente el pedido del siguiente: esta vez un cuarto de millón de pastillas. A principios de mes me mandó concertar una reunión y la quiso entre capos, y los camorristi, convencidos de que Dan solo había sido un mensajero al que seguramente ahora le habían asignado otro trabajo, se llevaron con Phelan como culo y mierda. Nuevamente se pidió a los irlandeses que pagaran por adelantado y nuevamente el dinero entró en la cuenta falsa de Dan y Natalie le quitó un diez por ciento que nos supuso a ella y a mí veinticinco mil pavos.

Una vez le dije: me dejas alucinado, genio, mientras ella ejecutaba algún truco entre cuentas bancarias. Tú no te preocupes por nada de esto, nene, me dijo ella. Solo te hace falta saber que los dos constituimos una entidad devastadora. Natalie no siente ninguna culpa. Lo tiene todo planeado: vamos a ser empresarios sobre el papel e inversores en Internet. Porque ahora está trabajando con Colm. El Club Catalizador continúa, a modo de tapadera y también de entidad beneficiaria de la mente brillante de Natalie.

Natalie no siente ninguna culpa, a pesar de que sabe todo lo que ha pasado. Sabe que Dan está muerto y que Shakespeare lo mató, y estuvo cargando con eso durante una temporada antes de reunir el valor para quitárselo de encima. A mí me trata muy bien, sin embargo. Sabe que me ha afectado más, y como vive atada a mí, está encantada de cuidarme. De forma que básicamente me deja dormir y yo hablo con Karine por FaceTime todo el tiempo que quiero y me jura que no se quejará cuando yo esté listo para volverme a Cork.

Shakespeare y yo no hemos tenido más que una sola conversación después de la entrega de la remesa de Dan. En ella me dijo que Gina había entrado en razón. No le contó que Dan estaba muerto, sino que le insinuó que quizá hubiera puesto pies en polvorosa después del tiroteo que se cargó a Pender, y claro, como Gina es igual de culpable que el resto de nosotros, ha aceptado quedarse con la casa, con el coche y con las tapaderas del negocio y mantener la boca cerrada. Sé por Phelan que Shakespeare ha resultado ser más que capaz de ganarse el pan.

No me molesto en escribirle cartas a Dan, pero se me ocurren preguntas que hacerle a su fantasma cabreado, si alguna vez viene a por mí. Por ejemplo, ¿te lo esperabas, colega? Aquella vez que te reuniste con Pender en el pub de O’Connell tú solo, ¿qué le dijiste? ¿«Las rulas las tengo yo, tú no hagas nada y cállate la boca y nadie te matará»? ¿Cuándo iban a reaparecer? ¿Por qué no volvieron a aparecer cuando te diste cuenta de que yo le había revelado la ruta a J. P.? ¿Me habrías matado y después le habrías enseñado las rulas a Shakespeare? En plan: «Mira, chaval, todo este tiempo las tenía Cusack. Un hombrecillo con ambiciones enormes».

Me vuelve loco. Pienso en eso todo el tiempo.

He estado poniéndolo por escrito y luego rompiéndolo y quemándolo.

Lo he estado escribiendo otra vez y escondiéndolo por si acaso me pasa algo y mi padre necesita saber mi versión de la historia.

Estamos a finales de junio y esta tarde yo estaba en el balcón hablando por teléfono con Phelan. Phelan está loco de contento con todo esto. Se está planteando vender rulas en Reino Unido, basándose en la idea de que nadie se lo esperaría. Las pastillas están arrasando en las pistas de baile, fiestas privadas y raves playeras de toda Irlanda. Nadie más que nosotros parece tener ni idea de de dónde sale todo el MDMA, pero nadie se queja. Los camellos de la calle cobran quince pavos por pastilla en algunos casos. Los asiduos a clubes de baile las compran por paquetes y lo consideran una inversión.

Así que he estado pensando en nuestro impuesto secreto del diez por ciento y quiero que esta próxima remesa sea la última con la que tengo algo que ver.

Le he planteado la idea con todos los respetos a Phelan, el jefe de ceremonias, y me dice que ni hablar, joder. Claro, ¿qué soy yo para él más que un animal de circo con una colección muy limitada de trucos, al que solo se permite vivir gracias a su pedigrí?

Esto no puede seguir para siempre, simplemente, le digo, y vigilo el patio de abajo, bajo el cual gira la tierra misma. Y me temo que es adecuado para la sangre inquieta, este suelo napolitano, de forma que no sé, cuando me renueven la sangre, si dejaré de ser yo, tal como le prometí a Karine, o bien si volveré a ser malo otra vez. Porque ¿sabes qué? Me alegro de estar vivo. Me alegro de que se la cargara Dan y no yo. Y me avergüenza mucho alegrarme.

Esto seguirá hasta que yo lo diga, me dice Phelan, casi con amabilidad. Está en buena forma últimamente. Entre las fragilidades de Dan y las mías, se ha forrado. Puede que pienses que eres un simple diplomático, Cusack. Pero eres más: eres un puto diplomático que sabe demasiado. ¿Por qué no te iba a tener donde te quiero?

Pero, entonces, ¿cuándo se termina mi contrato? Y miro por encima del hombro y al otro lado del cristal mi catalizadora está tumbada en el sofá con su portátil apoyado en la barriga, el portátil desde el que puede acceder al tapiz entero de nuestras fechorías, con sus hilos por toda Europa.

¿Por qué ibas a querer salirte de tu contrato?, me dice riendo Phelan, que tanto sabe de lo que he hecho y le importa un carajo. No me vas a dejar en la estacada, Ryan, cuando me debes tanto. ¿Acaso no te he salvado ya la vida?