21
Veintiún años después de que los médicos lo pusieran en las manos de su padre, Ryan atraviesa en silencio el umbral de su casa.
Ha calculado la hora para que sus hermanos ya se hayan ido al colegio o a la facultad, pero para que a su padre todavía no le haya entrado la sed. Y, en efecto, se lo encuentra en la cocina, con el pelo alborotado y de punta, pantalones de chándal azul marino y una sudadera con capucha llena de bolas. Está puesta la lavadora y hay platos secándose en el escurridero y un tipo por la radio se dedica a quejarse de que haya gente sin techo.
—Eh, papá.
—Caray, el que cumple años. —Tony pone la espalda recta y sonríe—. Vienes temprano. —Y luego, cuando se fija—. ¿Qué te ha pasado?
—Me arrearon.
—¿Quién?
—Un gilipollas. Fue una chorrada, se arregló nada más empezar. —Aunque el mal gusto de su pregunta le da a Ryan ganas de preguntar: ¿Qué pasa? ¿Que el único que tiene aquí permiso para pegarme eres tú?
Tony va a por la tetera. Ryan coge una silla y saca su hierba, cigarrillos y papeles. Por temprano que sea, ya piensa que a los dos les va a ayudar tener un cojín.
Su padre sale de la cocina cuando el agua de la tetera hierve y regresa con una bolsa plateada de regalo.
—Feliz cumpleaños —le dice; le da a Ryan la bolsa y le agarra el hombro más lejano en el clásico abrazo Tony Cusack.
Es una chaqueta de chándal de los Azzurri. Ryan se vuelve a levantar y se la pone.
—Te queda bien —dice Tony.
Ryan se sube la cremallera y se la alisa con las manos.
—Es muy chula.
—Supongo que te mataría llevar una de Irlanda.
Pero se lo dice con buen humor. Tony vuelve a la tetera. Ryan saca un cuchillo del cajón y corta las etiquetas. Se reúnen otra vez en la mesa. Tony le da un tazón a Ryan. Ryan le da un pellizco de hierba. Tony echa otro vistazo a la chaqueta de chándal, asiente con la cabeza y dice en tono nostálgico:
—¿Cómo coño puedo tener un hijo de veintiún años?
—Creí que a estas alturas ya lo tendrías claro, papá.
Tony se ríe como si no estuviera seguro de si le gusta cómo suena.
—Te lo juro por Dios, Rocky, es como si fuera ayer. Solo tenía un año más que tú ahora. Me doy la vuelta y tengo cuarenta y tres.
Es un chiste que Ryan haya venido a informar a su padre de algo que lo va a hacer sentir más viejo todavía.
—Tengo que decirte una cosa —le murmura.
No le presta atención pero sabe que Tony ha arrugado el ceño y se ha parado en mitad de hacerse un porro. Ryan tiene la frente apoyada en la mano derecha. Se queda mirando un punto indefinido de la superficie de la mesa, a la derecha de su padre.
—¿Qué pasa?
Hum… Ryan se apoya ahora en la palma de la mano y cierra los ojos.
—Karine está embarazada —consigue decir al final.
Tony se queda de piedra.
—Idiota de los cojones —consigue decir.
No lo ha dicho con malicia. Se ha quedado fuera de juego: él tiene cuarenta y tres años y apenas puede mantener a sus hijos. Niega con la cabeza.
—Carajo —dice. Se quita unas briznas verdes de las yemas de los dedos y aparta las manos del porro sin liar—. No me lo esperaba.
—Ni yo tampoco, sinceramente.
—¿No? ¿Y cómo te las has apañado, en los tiempos que corren?
—Esas cosas pasan, ¿no?
—Si tú lo dices. ¡Carajo! —repite, a medida que se propaga el shock. Consigue soltar una risa—. Vaya, menudo notición. ¿De cuánto está?
—De quince semanas.
—¿Es por eso por lo que ha estado rara contigo desde Navidad?
—Sí. —Es la primera vez que Tony lo menciona.
—Ya sabía yo que algo habías hecho —dice—. Es una chica estupenda. Aunque no sé en qué estabais pensando los dos, si es que estabais pensando. ¿Qué vais a hacer?
—No lo sé.
—Pues te conviene empezar a pensarlo.
Las manos de Tony se acercan al porro pero se quedan suspendidas encima de él. Flexiona los dedos, retira las manos y apoya las yemas en el borde de la mesa.
—¿Cómo te sientes tú? —le pregunta.
—Tengo miedo.
—¿Miedo? ¿Miedo de qué?
Regresa ese rubor de rabia. Como si ser padre fuera sencillo. Como si a Tony se le hubiera dado bien alguna vez. ¿Pues para qué has venido? Ryan no lo sabe. Quería decírselo a su padre. Su padre es un gilipollas de remate pero quería estar con él. ¿Por qué? No lo sabe. No tiene ni puta idea. ¿Por qué? Oh, Dios, porque Tony es su padre, ¿y qué pasa si es él quien le ha enseñado a Ryan a ser padre, y qué pasa si Karine tiene razón, y qué pasa si todo esto está jodido e irreparablemente jodido?
—¿Por qué, papá? ¿Qué pasa, no hay nada de que tener miedo?
—Hay mucho —dice Tony en voz baja; ha avistado la llama—. Solo te preguntaba qué te preocupa, chaval. O sea, qué te preocupa en concreto.
—Tendré suerte si Karine me deja tener alguna relación con la criatura. Ya ha decidido que no valgo nada.
—Se equivoca pues, ¿no?
—¿En qué se equivoca, papá? ¿No lo dijiste tú mismo, que lo único que quiero es perseguirme la puta cola?
—Bueno, quizá esto te despeje la cabeza, chico.
—¿Qué, crees que puedo sentar la cabeza?
—Sí. —Frunce el ceño—. Claro que lo creo.
—Joder, ella me odia, papá.
—No es verdad.
—Sí es verdad. Ya me ha dicho que no va a volver conmigo de ninguna manera. Que no soy de confianza. Que soy malo por dentro.
Tony sacude la cabeza y sonríe mirando al suelo.
De forma que Ryan pierde los nervios.
—¿Y tú qué coño sabes, a todo esto? —Se levanta, coge su droga de la mesa y se la mete de cualquier modo en el bolsillo derecho de su nueva chaqueta de chándal—. ¿Cómo coño vas a saber tú qué clase de persona soy? Aparte del hecho de que si estoy jodido, estoy jodido como tú. Me lo ha dicho ella, ¿sabes? El lunes. Que voy a terminar como tú. Es gracioso, ¿verdad, papá? —Echa a caminar hacia atrás, en dirección a la puerta de la cocina—. El lunes. Que es cuando me dijo también que estaba embarazada. No me lo dijo hasta el puto lunes pasado, y solo como último recurso. O sea, cuando por fin decidió tenerlo. El anterior había decidido no tenerlo, pero yo tampoco supe nada hasta el lunes. ¡Así de mala persona soy, papá!
Tony se pone de pie para seguirlo, de manera que Ryan da media vuelta y sale disparado hacia la puerta de la calle.
—Por eso estaba rara conmigo mientras yo estaba en Saint Patrick’s. Porque se había ido a Inglaterra a abortar. Y no me lo ha dicho hasta años más tarde. Así de mala persona soy, papá. Así soy de puta mala persona.
Tony lo alcanza antes de que llegue a la manecilla. Sigue teniendo fuerza, aunque haga años que Ryan no la siente. Lo coge de los hombros y Ryan lo aparta de un empujón. Su padre tropieza y la espalda le choca contra la barandilla.
—¡No me toques, joder! —le brama Ryan; la situación es lo bastante nueva como para que su padre se quede en punto muerto, o eso se habría imaginado Ryan, pero así es Tony Cusack; una ley en sí mismo, no se puede confiar en que entre en razón.
Esta vez coge a Ryan. Primero de los hombros, después de alrededor de los hombros, y lo sigue aferrando aun cuando su hijo se pone a patalear y temblar.
—No pasa nada, chaval.
—Sí que pasa. Me odia, joder.
Tony le inmoviliza los brazos en los costados, de manera que no pueda hacer más que inclinar la cabeza.
—No pasa nada —repite.
Ryan pega la nariz al hombro de su padre y se pone a decirle con la cara pegada al hombro:
—¿Tan malo soy, papá? —Y Tony sube los brazos por la espalda de Ryan y lo abraza con fuerza mientras Ryan se viene abajo, se pone a berrear—. Es lo único que yo quería —le dice a Tony.
—Ya lo sé —le dice Tony, y le frota el pescuezo a Ryan, y Ryan le vuelve a decir:
—Es lo único que yo quería, papá.
—Ya lo sé, chico. Ya lo sé.