17

Foix, con la mirada inquieta, apoyó los codos en la balaustrada junto a Ista para observar la salida de Arhys.

—Un hombre notable —observó—. Si el objetivo de esa hechicera jokonia era eliminar Porifors del mapa estratégico, paralizar su fuerza como fortaleza… puede que haya conseguido algo de éxito dentro de su fracaso, al haber neutralizado a tal comandante. O algo peor que neutralizado, no lo quiera la Hija.

Liss vino a apoyarse en la balaustrada al otro lado de Ista, escuchando con el ceño fruncido de preocupación.

—¿Qué sentiste de ese demonio cuando te encontraste con lady Cattilara en el patio? —le preguntó Ista a Foix.

Él se encogió de hombros.

—Nada claro. Me sentí… raro. Incómodo.

—¿No lo viste cabalgando su alma como una sombra?

—No, royina. —Vaciló—. ¿Vos podéis?

—Sí.

Él se aclaró la garganta.

—¿Podéis ver el mío? —Su mano se frotó el vientre de manera ausente.

—Sí, parece la sombra de un oso escondiéndose en una cueva. ¿Te habla?

—No… exactamente. Bueno, un poco. No con palabras, pero puedo sentirlo si me quedo en silencio y presto atención. Está mucho más calmado y feliz que al principio. Más manso. —Logró poner una sonrisa torcida—. Lo he estado entrenando para hacer algunos trucos, cuando el divino no está encima de mí.

—Sí, ya vi el de la carretera. Muy inteligente de parte de los dos, pero muy peligroso. ¿Tienes idea de qué era, o de dónde estuvo antes de encontrarse contigo?

—Un oso que vagaba por el monte. Antes de eso un pájaro, creo, porque ni yo ni el oso podríamos haber visto las montañas desde arriba, y ahora creo recordarlo. Es confuso, pero no creo haberlo soñado. Tragarme insectos enormes, ugh. Sólo que no eran, ugh. ¡Ugh! Antes de eso… no me acuerdo. Creo que no recuerda ser un neonato más de lo que yo recuerdo ser un bebé. Tenía existencia, pero no intelecto.

Ista se irguió, estirando la dolorida espalda.

—Cuando volvamos a la habitación de Illvin, estudia a Goram, su asistente. Creo que una vez albergó un demonio, igual que tú ahora.

—¿El mozo fue hechicero? Ja. Bueno, ¿por qué no? Si un demonio puede alojarse en un oso ¿por qué no en un simplón?

—Yo no creo que fuera siempre un simplón. Sospecho que antes puede haber sido oficial de caballería del ejército del roya Orico, antes de caer prisionero y ser hecho esclavo al no pagarse rescate. Estudia a Goram de cerca, Foix. Puede que sea tu reflejo.

—Oh —dijo Foix, y se encogió un poco. El ceño de Liss se frunció aún más.

Por fin, la puerta tallada se abrió y Goram les hizo el gesto de que podían volver a entrar. Habían cambiando las sábanas, se habían llevado la ensangrentada bata de lino e Illvin estaba vestido para recibirlos con su blusa y sus pantalones, con el pelo recogido en una coleta. Ista estaba agradecida de que apareciera tan presentable ante sus compañeros. Goram le acercó la silla, y con profusión de pequeñas reverencias la sentó junto a la cama de Illvin.

—Justo ahora acabo de ver cerrarse las heridas. Extraordinario —informó de Cabon en un susurro de pavor.

Lord Illvin se frotaba el hombro derecho con desconfianza y le sonrió a Ista.

—Parece que me he perdido una mañana bulliciosa, royina, aunque no del todo. El docto de Cabon me ha estado contando su alarmante cabalgada. Me alegro de que vuestra compañía perdida vuelva a vos. Espero que vuestro corazón se haya tranquilizado.

—Bastante.

De Cabon se sentó en el taburete a los pies de la cama, un asiento precario para su mole. Ista presentó a Foix e hizo una corta y directa narración de su encuentro con el oso, como preámbulo a la descripción de su actuación en la carretera. Goram estaba nervioso al otro lado de la cama, metiendo cucharadas en la boca de Illvin mientras este escuchaba.

Illvin, frunciendo el ceño, rechazó un trozo de pan.

—Que una partida de incursores de ese tamaño se acerque tanto a Porifors indica o bien un oficial jokonio joven e impulsivo buscando lucimiento, o bien que hay algo detrás. ¿Qué dicen nuestros exploradores?

—Los han despachado, pero aún no han vuelto —dijo Ista—. Lord Arhys nos ha dicho que se está preparando, y ha enviado avisos a las tierras circundantes.

—Bien. —Illvin se recostó en las almohadas—. Que los cinco dioses me ayuden, los días se me pasan volando como horas. ¡Yo sería el que estaría ahí afuera cabalgando!

—Le dije a vuestro hermano que se pusiera la cota de mallas —añadió ella.

—Ah —dijo él—. Sí. —Apretó los labios, y su mano izquierda fue de nuevo a tantear la esquiva herida del hombro. Se miró a los pies, absorto en quién sabe qué reflexiones. Ista se preguntó si su mente estaría tan aturdida como la de ella.

Ista respiró hondo.

—¿Goram?

Éste paró de dar cucharadas a lord Illvin.

—¿Señora?

—¿Has estado alguna vez en Rauma?

Él parpadeó extrañado.

—No conozco el sitio.

—Es una ciudad de Ibra.

Goram negó con la cabeza.

—Hemos estado en guerra con Ibra antes, ¿no? Sé que estuve en Hamavik —dijo como para compensar—. Lord Illvin me encontró allí.

—Tu alma muestra cicatrices de demonio, unas cicatrices terribles. Y sin embargo… si hubieras sido hechicero durante tu cautiverio, si hubieras dispuesto de los recursos de un demonio, deberías haber sido capaz de escapar, o mejorar tu situación de alguna otra manera. —Goram parecía amedrentado, como si lo hubieran regañado por algún error. Ista abrió la mano para tranquilizarlo—. Hay… demasiados demonios sueltos. Como si hubiera sucedido un gran brote, según me dijo el divino, ¿no es así, docto?

De Cabon se frotaba la barbilla.

—Ciertamente es lo que empieza a parecer.

—¿Ha hecho el Templo un mapa de los hallazgos? ¿Vienen de un solo sitio o de todos a la vez?

Un gesto pensativo se aposentó en el seboso rostro de él.

—No he oído que vengan de todas partes, pero por los informes que he oído, parece que ha habido más casos en el norte, sí.

—Hum. —Ista volvió a estirar sus tensos hombros—. Lord Illvin, de Cabon también me ha dicho que la divina del Bastardo en Rauma era una santa de su orden, dotada con la habilidad de expulsar demonios de sus monturas y devolverlos al dios de alguna forma milagrosa. Los incursores jokonios la mataron.

Illvin tomó aire a través de los labios apretados.

Esa es una pérdida desafortunada, justo ahora.

—Sí. De lo contrario habría llevado a Foix directamente hasta ella y no habrían venido hasta aquí. Pero me estoy preguntando si no podría haber sido algo más que una desgraciada coincidencia. Cuando estuve prisionera, cabalgando con el tren de bagaje de la columna jokonia, vi algo extraño. Un oficial de alta graduación, quizá el propio comandante en jefe, cabalgaba atado a la silla como un prisionero, o como un herido que pudiera caer desvanecido. Tenía el rostro ausente… no podía controlar su babeo, farfullaba sin palabras, y a veces gritaba como si tuviera miedo o lloraba. Pensé que quizá un golpe en la cabeza había destruido su razón, pero no tenía ningún tipo de vendaje ni mancha de sangre. Ahora me pregunto, si entonces hubiera tenido mi segunda visión ¿Qué grandes desgarros podría haber visto en su alma?

Illvin parpadeó ante el perturbador prospecto. Su inteligencia dio el salto hasta la conclusión que Ista aún no había formulado en voz alta.

—¿Creéis que podría tratarse de otro hechicero al servicio de Jokona? ¿Al mando de esa columna?

—Quizá. ¿Y si la santa de Rauma no murió sin luchar, o no completamente en vano? ¿Y si fue ella la que le arrancó de raíz los poderes demoníacos, incluso mientras caía víctima de la violencia mundana? Al inicio de una campaña ¿no quemamos el grano del enemigo, obstruimos sus pozos y le negamos sus recursos? Creo que una santa que pudiera expulsar demonios a voluntad sería un recurso poderoso contra un enemigo que, quizá, dispusiera de más hechiceros. Quizá más que esos dos. Ayer me preguntasteis que por qué Rauma. ¿Y si el asesinato de la santa, que tomamos como un perjuicio accidental de la incursión, era en realidad su propósito principal?

—Pero los demonios no se avienen a colaborar entre ellos —objetó de Cabon—. Un hechicero de posición elevada en la corte jokonia podría hacer mucho daño si tuviera inclinaciones malignas. Bueno, si tuviera inclinaciones leales —admitió con ecuanimidad—, a Jokona, claro está. Pero invocar o mandar una legión de demonios… eso es provincia solo del Bastardo. Una soberbia inimaginable en un hombre, y el doble en un quadreno. Además, una concentración tan peligrosa de demonios generaría caos a todo su alrededor.

—La guerra se cierne sobre esta frontera —dijo Ista—. Apenas puedo imaginar una mayor concentración de caos. —Se frotó la frente—. Lord Illvin, según creo habéis estudiado la corte jokonia. Habladme de ella. ¿Cómo son los principales consejeros y comandantes de Sordso?

Él la ojeó con astuto interés.

—Sigue siendo principalmente el cuadro de ancianos que heredó de su padre. Su primer canciller fue su tío paterno, aunque murió no hace mucho. El actual general de Jokona ha servido durante años. Los amigos y compadres de Sordso son un grupo mucho más joven, pero no ha tenido la oportunidad de colocar a ninguno en puestos de poder. Es demasiado pronto para decir si alguno de ellos será apto para la guerra o el gobierno, aunque parecen tratarse principalmente de hijos de ricachones con escasas probabilidades, o voluntad, de aprender su propio oficio. Arhys y yo hemos especulado sobre quiénes ascenderán cuando los ancianos empiecen a morir. Ah, y su madre, la princesa Joen. La princesa viuda Joen. Fue regente de Sordso, junto con su tío y el general, hasta que el príncipe llegó a la mayoría de edad. Yo quise tantear por ese lado cuando ella tomó las riendas hace algunos años, pero Arhys sufrió un ataque de respeto por su sexo y su triste viudedad. Y de todos modos, sumidos en lo que resultó ser la enfermedad final del roya Orico, que lo llevó a la muerte, temimos que Cardegoss no fuera capaz de rescatarnos de nuestros errores. O peor, que no lograra explotar una victoria.

—Habladme más de Joen —dijo Ista lentamente—. ¿La habéis visto alguna vez? Si Umerue se hubiera atenido al plan original, ella se hubiera convertido en vuestra suegra.

—Una idea desalentadora. Que una traba así nunca me preocupara, da una buena idea de los poderes de Umerue. Nunca me he encontrado cara a cara con Joen. Es unos diez o quince años mayor que yo, y más o menos había desaparecido en las cámaras de las mujeres cuando yo tuve edad para echarle cuenta a la política del principado. Diría que ha sido la princesa más continuamente preñada en la historia reciente de Jokona; ciertamente cumplió con sus deberes maritales. Aunque a pesar de todo no tuvo mucha suerte con sus hijos. De una docena o así, sólo tres hijos, y dos de ellos murieron jóvenes. Creo que también algunos abortos y mortinatos. Siete hijas vivieron para casarse. Sordso tiene alianzas familiares por todos los Cinco Principados. Ah, y se toma muy en serio el hecho de descender del General Dorado. Supongo que para compensar las decepciones de su marido y su hijo; o quizá eso mismo es lo que las provoca, no sé.

El General Dorado. El León de Roknar. Durante un tiempo, allá en el reinado del roya Fonsa, el brillante líder quadreno había pretendido unir los Cinco Principados por vez primera en siglos, y pasar como una marea sobre las débiles royezas quintarianas. Pero había muerto a la inoportuna edad de treinta años, destruido por el envejecido roya Fonsa en una obra de magia de la muerte, durante una noche de monumental autoinmolación. El ritual que había matado a ambos líderes había salvado a Chalion de la amenaza roknari, pero también había causado la maldición que perseguiría a los herederos de Fonsa hasta los días de Ista y más allá. El General Dorado sólo dejó como legado en los Cinco Principados un renovado desorden político y unos pocos hijos de corta edad, Joen la última y la más joven.

No era sorprendente que creciera considerándolo un héroe perdido. Pero si Joen no podía seguir los pasos de gigante de su grandioso padre, ya que su sexo la apartaba de la guerra y la política, puede que hubiera intentado al menos recrearlo en un hijo. Todos esos embarazos… Ista, que había experimentado dos, no subestimaba su brutal impacto en el cuerpo y la energía de una mujer.

Ista frunció el ceño.

—Estaba pensando acerca de lo que dijo el demonio de Catti. Ella viene, gritó, como si eso fuera algún acontecimiento terrible. Había supuesto que se refería a mí, porque creo que mi estado de tocada por los dioses resulta muy perturbador para los demonios. Pero… yo no venía, yo ya estaba aquí. Así que eso realmente no tiene sentido. No es que lo que dijo tuviera mucho sentido.

—Si realmente alguien en la corte de Jokona está metido en la hechicería con el objetivo de moverse contra Chalion, tengo que decir —comentó Illvin pensativo— que no le va tan bien. Ambos agentes demoníacos, la triste Umerue y el comandante de la columna, han caído a la primera ocasión en que sus habilidades se han puesto a prueba, si vuestras suposiciones son ciertas.

—Quizá —dijo Ista—. Pero no sin avanzar en los objetivos jokonios. La santa de Rauma está muerta y Porifors… está muy alterado.

Ante esto, él levantó la mirada bruscamente.

—Arhys sigue al mando, ¿no?

—Por el momento. Está claro que sus reservas se agotan.

Illvin, ante la insistencia de Goram, tomó otro bocado de pan y masticó obedientemente. Tenía el rostro arrugado, pensativo. Tragó.

—Se me ocurre que aquí tenemos uno que debe conocer todos los planes desde dentro, si es que existen, de quien sea en la corte de Sordso que esté detrás de esto. El propio demonio. Deberíamos volver a interrogarlo. Con más firmeza. —Tras un momento de reflexión, añadió—: sería mejor si Arhys no estuviera presente esta vez.

—Veo… veo lo que pretendéis. ¿Quizá aquí, mañana?

—Si puede arreglarse. No estoy seguro de si Catti accederá sin que la persuada Arhys.

—Hay que obligarla —dijo Ista.

—Os dejaré esa parte a vos.

Con cierto alivio, si Ista lo leía bien.

—¿Pero representa esto la pérdida de todos los hechiceros jokonios o solo de dos de muchos? Si todos los elementales que se han encontrado últimamente en Chalion se han perdido o escapado de la misma fuente ¿Cuántos más capturaron como pretendían? ¿Y cómo? Quizá a esos dos los sacrificaron, igual que un comandante con muchos hombres envía a algunos a una brecha sabiendo que sufrirá bajas pero contando con que la ganancia superará al precio. Pero no si tiene pocos hombres. A menos que esté muy desesperado… —Tamborileó con los dedos en el brazo de la silla—. No, no puede ser Joen. No pondría un demonio en su propia hija —le echó una ojeada a Goram— a menos que fuera terriblemente ignorante de sus efectos, y en ese caso no creo que pudiera controlar a un hechicero, y mucho menos a varios.

Illvin le dirigió una extraña mirada.

—Me doy cuenta de que queréis mucho a vuestra propia hija.

—¿Y quién no? —La sonrisa de Ista se suavizó—. Es la estrella brillante de Chalion. Más allá de mis esperanzas y merecimientos, ya que pude hacer bien poco por ella durante mis años oscuros.

—Hum. —Él le sonrió con curiosidad—. Y sin embargo dijisteis que nunca habías amado a alguien tanto como para alcanzar la esperanza del cielo.

Ella hizo un pequeño gesto de excusa.

—Creo que los dioses pueden darnos hijos para enseñarnos lo que es el verdadero amor, para que podamos estar preparados para su compañía al fin. Una lección para aquéllos de nosotros cuyos corazones están tan apagados e inertes para aprender de otro modo.

—¿Inertes? ¿O simplemente…?

El cordón de fuego blanco empezaba a atenuarse; la mano de él cayó débilmente sobre la colcha. Goram miraba desanimado la cantidad de comida que quedaba todavía en la bandeja. Ista observó cómo Illvin se iba hundiendo, cómo se iban cerrando sus ojos y apretó los dientes frustrada. Quería que aquella mente volviera a estar a su servicio en este embrollo, pero hoy el cuerpo de Arhys parecía hacer la misma falta. Deseaba que fuera invierno para poder robar otra hora para Illvin. Pero hacía un calor demasiado brutal para dejar que el marzo empezara a pudrirse.

—Volved, brillante Ista —dejó escapar en un débil suspiro—. Traed a Catti…

Ido. Era como verlo morir cada día. No deseaba aquella práctica.

Al bajar las escaleras, Ista dio la vuelta para ir al patio empedrado.

—Docto, por favor, venid conmigo. Tenemos que hablar.

—¿Y yo? —preguntó Liss esperanzada.

—Tú puedes… acomodarte donde pueda llamarte.

Captando la indirecta, Liss se alejó hasta un banco en el extremo opuesto del patio. Tras un momento de incertidumbre, Foix la siguió, con gesto no precisamente descontento. Acercaron las cabezas en el mismo momento en que se sentaron.

Ista condujo a de Cabon de vuelta al banco a la sombra del claustro, y le indicó con un gesto que se sentara.

Él se sentó con un gruñido de cansancio. Esos días de cabalgar y ansiedad se habían cobrado su peaje en él; sus ropajes blancos manchados colgaban más sueltos, y tenía el cinturón algunos agujeros más apretado. Ista, al recordar la inmensa cintura y exuberante abundancia del dios en el cuerpo prestado de de Cabon durante el sueño, no pudo considerar esta reducción como una mejora completa.

Se sentó junto a él y empezó a hablar.

—Decís haber contemplado el desvanecimiento de un elemental, cuando se expulsó del mundo al jinete del hurón. ¿Cómo se logró exactamente? ¿Qué visteis?

Él encogió los gruesos hombros.

—No hubo demasiado que ver con mis pobres ojos. El archidivino de Taryoon me condujo a la presencia de la divina que se había presentado voluntaria para la tarea. Una mujer muy anciana, frágil como el papel, en una cama del hospital del templo. Parecía que ya estaba tres cuartos separada de su cuerpo. Hay tanto que nos deleita en el mundo de la materia… cansarse de ello me parece desagradecido, pero me dijo que ya había tenido todo el dolor que podía comerse y quería pasar de este banquete a otro mejor. Genuinamente deseaba a su dios, igual que un viajero cansado ansía su propia cama.

—Un hombre que conozco —dijo Ista—, que una vez tuvo una visión mística bajo las más extraordinarias circunstancias, me dijo que vio a las almas de los muertos alzarse como flores en el jardín de la diosa. Pero era un devoto de la Señora de la Primavera. Creo que cada dios puede tener una metáfora diferente… magníficos animales para el Hijo del Otoño, según he oído, hombres fuertes y bellas mujeres para el Padre y la Madre. Para el Bastardo… ¿Qué?

—Nos toma tal como somos. Espero.

—Hum.

—Pero no —continuó de Cabon—. No hubo trucos especiales, ni siquiera oraciones. La divina dijo que no lo necesitaba. Como era ella la que estaba a cargo de lo de morirse, no discutí. Le pregunté cómo era, morirse. Me dirigió una mirada de soslayo y me respondió, sarcásticamente, que cuando lo descubriera seguro que me lo diría. Entonces el archidivino me hizo una señal para que le cortara la garganta al hurón sobre un cuenco, cosa que hice. La anciana suspiró y resopló, como ante otro comentario estúpido como el mío que no hubiéramos podido oír. Y entonces se paró. Sólo le llevó un momento pasar de la vida a la muerte, pero fue inconfundible. No era un sueño. Era vaciarse. Y eso fue todo, excepto por la limpieza de después.

—Eso… no ha sido de mucha ayuda —suspiró Ista.

—Fue lo que vi. Sospecho que ella vio más. Pero apenas puedo imaginar el qué.

—En mi sueño, el sueño en que vos entrasteis, el dios me besó dos veces. La primera vez en la frente —se tocó el sitio— como su Madre hizo una vez, y así lo reconocí como el don de la segunda visión, de ver el mundo de los espíritus directamente, como hacen los dioses, puesto que ya lo había recibido antes. Pero luego me besó por segunda vez, en la boca. De forma más profunda y perturbadora. Decidme, docto, ¿cuál era el significado de aquel segundo beso? Debéis saberlo, estabais justo allí.

Él tragó saliva y se sonrojó.

—Royina, no tengo ni idea. La boca es el signo teológico del Bastardo sobre nuestros cuerpos, igual que el pulgar lo es en nuestras manos. ¿No os dio más pista que yo?

Ella negó con la cabeza.

—Al día siguiente Goram, con cierta noción muy confusa de que una royina, aunque sólo fuera una royina viuda, podría deshacer lo que una princesa había hecho, me invitó a besar a su amo. Y por un momento de excitación, pensé que había resuelto el acertijo; que sería un beso de vida como en el cuento infantil. Pero no funcionó. Ni en lord Arhys, cuando lo intenté más tarde con él. Por suerte para mi reputación en este castillo, no llevé más adelante la prueba. Claramente el beso fue otra cosa, algún otro don u otra carga. —Ista tomó aliento—. Me enfrento a un nudo de tres cuerdas. Dos pueden soltarse a la vez; si encontrara alguna forma de expulsar al demonio de Cattilara, Illvin quedaría liberado y la marcesa se salvaría. ¿Pero qué esperanza quedaría para Arhys? He visto su alma, docto. Con toda seguridad está rota, o mi segunda visión está ciega. Ya sería bastante malo completar su muerte y perderlo ante su dios. Sería peor asegurar su condenación y perderlo ante la nada.

—Yo… esto… sé que algunas almas, que han sufrido muertes especialmente convulsas, han permanecido durante algunos días, para ser ayudadas en su camino por las oraciones y las ceremonias de sus funerales. Se han escurrido por las puertas de su muerte antes de que se cerraran por completo.

—¿Es entonces posible que los ritos del Templo le ayuden a encontrar el camino hasta su dios? —Era una imagen grotesca. ¿Iría Arhys andando a su propio funeral? ¿Se tumbaría en su propio féretro?

Él hizo una mueca de disgusto.

—Tres meses parece mucho tiempo. La elección es la prueba de todos aquéllos que están atrapados en el tiempo; y esa elección es la última que impone el tiempo. Si su momento para decidirse aún permaneciera, por algún hábito del cuerpo, ¿podría decirlo vuestra segunda visión?

—Sí —dijo Ista lentamente—. Pero quiero otra respuesta. Ésta no me gusta. Tenía esperanzas en aquel beso, pero fracasé.

Él se rascó la nariz intrigado.

—Dijisteis que el dios os habló. ¿Qué os dijo?

—Que yo había sido enviada aquí en respuesta a las oraciones, probablemente las de Illvin entre otros. El Bastardo me retó, por la muerte de mi propio hijo gracias a la negligencia de los dioses, a no echarme a un lado. —Frunció el ceño furiosamente ante el recuerdo, y de Cabon se apartó un poco de ella—. Le pregunté qué podían darme los dioses que me importara lo más mínimo después de haberse llevado a Teidez. Trabajo. Sus halagos estaban adornados de molestas palabras de cariño que a un pretendiente humano le hubieran ganado un viaje al charco de fango más próximo a manos de mis sirvientes. Su beso en mi frente quemó como un hierro de marcar. Su beso en mi boca… —dudó, y siguió tercamente— me excitó como una amante, lo que ciertamente no soy.

De Cabon retrocedió un poco más, sonriendo nerviosamente para calmarla, e hizo pequeños gestos de asentimiento y negación, moviendo las manos como aletas.

—Por supuesto que no, royina. Nadie os confundiría con tal cosa.

Ella le dirigió una mirada furiosa, y siguió.

—Luego desapareció, dejándoos a vos para cargar con el saco. Por decirlo de alguna manera. Si esto es una profecía, no es nada buena para vos, docto.

Él se persignó.

—Cierto, cierto. Hum. Si el primer beso fue un don espiritual, también debería serlo el segundo. Sí, eso puedo verlo.

—Sí, pero no dijo lo que era. Bastardo. Parece otra de sus bromitas.

De Cabon la miró como tratando de decidir si eso había sido oración o insulto, acertó y respiró hondo, ordenando sus pensamientos.

—Vale. Pero dijo algo. Dijo trabajo. Aunque suene a broma probablemente iba muy en serio. Parece que queráis o no, han vuelto a hacer de vos una santa —añadió más cautelosamente.

—Oh, todavía me queda el no. —Puso mala cara—. Eso es lo que somos todos, ya lo sabéis. Híbridos, de materia y espíritu. Agentes de los dioses en el mundo de la materia, al que ellos no tienen otra forma de entrar. Portales. Él llama a mi puerta pidiendo entrar. Tantea con su lengua como un amante, imitando arriba lo que se desea abajo. No es tan sencillo como un amante, pero desea que me abra y me rinda como ante uno. Y, dejadme que os lo diga. ¡Detesto su gusto para las metáforas!

De Cabon volvía a gesticularle frenéticamente. Hacía que ella quisiera morderle.

—¡Sois una verdadera fortaleza de mujer, eso es cierto!

Ella contuvo un gruñido, avergonzada de haber permitido que su cólera contra el dios se hiciera extensiva a la humilde cabeza de él.

—¿Si no conocéis la otra mitad del acertijo, por qué os han puesto aquí?

—¡Royina, no lo sé! —Vaciló—. Quizá todos deberíamos consultarlo con la almohada. —Se encogió ante la abrasadora mirada de ella, y volvió a intentarlo—. Me esforzaré por pensar en ello.

—Hacedlo.

Al otro extremo del patio, Foix y Liss estaban sentados más juntos que antes. Foix sostenía la mano de Liss, que ella no intentaba retirar, y le estaba hablando. Ella le estaba escuchando, según la amargada opinión de Ista, con una mirada demasiado crédula en el rostro. Ista se puso de pie bruscamente y la llamó para que acudiera. Tuvo que llamarla dos veces para que la muchacha le hiciera caso. La chica se puso de pie enseguida, pero su sonrisa permaneció como el perfume en el aire.

Lady Cattilara, en un intento desesperado de mantener su papel de señora del castillo ante sus nuevos huéspedes, celebró aquella tarde una cena en la misma habitación donde ella y sus damas habían entretenido a Ista durante la segunda noche. Arhys estaba fuera de nuevo; muy pocos de sus oficiales acudieron, claramente más por tomar una conveniente comida rápida que para hacer de cortesanos. Cattilara había sentado a Foix tan lejos de ella en la mesa principal como pudo, dada su posición al lado de Ista como el actual capitán de su guardia. A pesar de la distancia, a Ista le pareció que ambos fueron intensamente conscientes del otro durante toda la tensa comida. Conscientes, pero obviamente no atraídos.

El docto de Cabon, nervioso, a pesar de todo condujo las oraciones con admirable discreción, manteniendo sus peticiones de bendiciones divinas lo suficientemente vagas. Las conversaciones que comenzaron mientras empezaba a pasar la comida renqueaban; el divino se refugió de ellas en su industrioso yantar. Sin embargo, no dejó de escuchar, según comprobó Ista con satisfacción.

Ista se encontró con uno de los oficiales de graduación superior de Arhys a su derecha, entre ella y Liss, y Foix al extremo. El hombre se mostró cortés, no acobardado por la posición de ella, pero preocupado. Tras algunos rutinarios intercambios acerca de la comida y el vino, el oficial cambió de tema súbitamente.

—Mi señor nos ha dicho que se encuentra muy enfermo. ¿Lo habíais oído?

—Sí, lo sé. Lo hemos discutido.

—Ciertamente, había notado que estaba pálido y que ni dormía ni comía bien, pero no me esperaba… si está tan enfermo, ¿no debería descansar? —Miró a Cattilara, como si estuviera considerando una posible alianza contra su terco comandante, por el bien de Arhys.

—El descanso no traerá la cura para lo que tiene —dijo Ista.

—Temo que cabalgar con este tiempo empeore su enfermedad.

—No veo cómo.

Cattilara, a la izquierda de Ista, le dirigió una mirada iracunda.

—No sabía que fueseis médico, royina —dejó la frase inacabada, invitándola a hablar.

—No lo soy.

—Muy al contrario —murmuró resentida Cattilara.

El oficial parpadeó inseguro, pero finalmente reunió la lucidez para apartarse de un tema tan claramente desagradable para la marcesa.

—Los bandidos de los principados no suelen acercarse tanto a Porifors, os lo aseguro, royina. Pero esta mañana les hemos dado lo suyo, creo que los hemos desanimado a intentarlo de nuevo.

—Pensé que eran algo más que bandidos —dijo Ista—. Soldados, o eso afirmaban sus libreas, aunque supongo que los auténticos bandidos no dudarían en disfrazarse. ¿Es que Sordso el Borrachín ha logrado empujarse a una postura más militarista que antes, o creéis que alguien más de su corte puede estar poniendo a prueba vuestras defensas?

—Nunca hubiera pensado esto de Sordso, pero de hecho he oído que desde la desafortunada muerte de su hermana Umerue un gran cambio se ha apoderado de él. Tendremos que encontrarle otro apodo si esto sigue así.

—¿Eh?

Con estos ánimos se dirigió animadamente a un tema de charla más seguro que el anterior.

—Se dice que ha empezado a ocuparse del ejército, algo que nunca había hecho antes. Y que ha dejado la bebida. Y que ha despedido a todos sus amigotes. Y, de forma bastante repentina, se ha casado con una heredera de Borasnen. Y también ha tomado dos concubinas oficiales, que los roknari llaman esposas para eliminar el estigma de la bastardía. Algo de lo que no se había preocupado antes, por mucho que uno haya oído que sus consejeros le urgían a casarse. Parece un alma completamente reformada. Por no mencionar energizada, aunque quizá sus nuevas esposas serán la cura para eso. Esperamos que esta extrema virtud no dure. Su poesía no era mala; sería una pena perderla. —Sonrió amplia y brevemente.

Ista enarcó las cejas.

—Eso no se parece en nada a como lord Illvin describió al hombre, pero supongo que Illvin no ha tenido muchas oportunidades de seguir el desarrollo de los acontecimientos en Jokona, ni de hecho en ninguna otra parte, en los últimos meses.

La cabeza del hombre se volvió bruscamente.

—¿Illvin describió?, ¿puede ya hablar?, ¿ha hablado con vos, royina? Oh, eso sí que son noticias esperanzadoras.

Ista miró a Cattilara, que escuchaba con la boca apretada.

—Tiene breves períodos de lucidez. He hablado con él casi a diario desde que llegué. No hay duda de que su cabeza sigue intacta, pero está muy débil. Creo que de ningún modo está todavía fuera de peligro. —Le devolvió a Cattilara la mirada feroz.

—Aún así… aún así… temíamos que hubiera perdido la cabeza, porque no se despertaba. Fue una pérdida tan grande para Porifors como el brazo de la espada de Arhys… lo sería. —Captó la mueca de la marcesa y ocultó su confusión con un bocado, y luego otro.

La ordalía de la cena solo se vio prolongada con un interludio musical de compromiso, para alivio de Ista. De Cabon fue a su habitación para tomarse un muy necesario descanso, y Foix acompañó al oficial de Arhys para ver qué ayuda podría prestar su pequeña tropa a Porifors a cambio de su alojamiento. Y, si la estimación que Ista hacía de Foix era la correcta, a sonsacarle al hombre la mayor parte de la información defensiva pertinente acerca de la fortaleza y sus habitantes. La próxima carta de Foix a Cardegoss probablemente sería muy informativa. Se preguntó si ya le habría confesado lo de su nueva mascota al canciller de Cazaril, o si dicho hueco podría quedar convenientemente oculto en la abundancia de información.