16

Ista atravesó a toda prisa el arco que conducía al patio de entrada a tiempo de ver al enrojecido y jadeante docto de Cabon derrumbarse de su caballo en brazos de uno de los hombres de lord Arhys. El soldado ayudó al divino a avanzar unos pocos pasos a duras penas, para derrumbarse a la sombra de una pared junto al almendro. El soldado le puso una mano preocupada en la frente a de Cabon y le dijo algo a un criado, que se fue apresuradamente. De Cabon forcejeó hasta quitarse el capote marrón que ocultaba parcialmente su túnica, dejándolo caer al suelo tapizado de pétalos.

Foix, con un aspecto igual de acalorado y cansado, bajó de un salto de su caballo, soltó las riendas y fue a grandes zancadas junto al divino.

—Maldita sea, Foix —resolló de Cabon levantando los ojos para mirarlo—, te dije que dejaras de jugar con esa cosa.

—Muy bien —gruñó Foix en respuesta—. Si no te gusta, vuelve al camino y échate en la cuneta para servir de comida a los perros jokonios. Tendrían comida para un mes.

El criado volvió y, a un gesto del soldado, volcó un cubo de agua sobre de Cabon poco a poco, empapando sus sucios ropajes blancos. De Cabon no se apartó ni protestó, se limitó a quedarse sentado sin fuerzas, levantando la barbilla y abriendo la boca.

Foix asintió agradecido y cogió una taza de hojalata con agua que otro criado había sacado de un segundo cubo, se la tragó, la volvió a llenar por segunda vez, por tercera y repitió la actuación. Con una mueca de inquietud llenó otra taza, se agachó junto a de Cabon y se la puso al divino en los labios. De Cabon alargó una mano temblorosa para cogerla y tragó ruidosamente.

El soldado le dirigió un respetuoso saludo a Ista cuando se acercó.

—Ese está muy cerca de la insolación —le murmuró—. Mala señal cuando un hombre tan grande para de sudar. Pero no os preocupéis, royina, nos encargaremos de que se ponga bien.

Foix giró la cabeza.

—¡Royina! —gritó—. ¡Gracias a los cinco dioses! ¡Os beso las manos, os beso los pies! —Apretó otra taza de agua en las manos del divino e hincó la rodilla ante las faldas de ella, cogiéndole las manos y plantando sendos acalorados besos al dorso—. ¡Ah! —Las apretó contra su sudorosa frente en un gesto menos formal pero completamente sincero. No se puso de pie inmediatamente, sino que pasó una pierna por detrás de la otra y se sentó con las piernas cruzadas y resollando, permitiendo que sus anchos hombros, sólo en este momento de seguridad, se hundieran. Le sonrió a Liss, que estaba junto a Ista—. Así que tú también has logrado llegar aquí. Debería haberlo sabido.

Ella le devolvió la sonrisa.

—Sí, deberías.

—Llevo siguiéndote desde Maradi. Por algún motivo, siempre se habían llevado los caballos más rápidos.

La sonrisita de ella se ensanchó hasta una animada sonrisa de satisfacción. Él entrecerró los ojos.

—Bonito vestido. Menudo cambio.

Ella se echó un poco hacia atrás, tímidamente.

—Es prestado.

Al sonar cascos de caballos, Foix levantó la mirada y se puso de pie tambaleándose. Lord Arhys, junto a otro soldado a caballo, entró trotando por la puerta a lomos de su gris moteado, desmontó y le arrojó las riendas a un mozo de cuadras.

—Y bien, royina. —Arhys se volvió hacia ella, con su sonrisa centelleando—. Creo que vuestros perdidos han vuelto a vos.

Foix le dedicó una reverencia.

—Solo por virtud de vuestra ayuda, Sir. Ahí afuera no he tenido tiempo de presentarme. Foix de Gura, a vuestro servicio.

—Aunque no hubiera conocido a vuestro hermano, vuestra espada y vuestros enemigos eran motivo más que suficiente. Arhys de Lutez. Porifors es mío. Luego os daré una bienvenida más adecuada, pero primero tengo que hablar con mis exploradores. Esos jokonios no deberían haber estado en esa carretera. Hemos tomado dos prisioneros vivos, así que tengo la intención de descubrir cómo llegaron tan cerca sin que los vieran. —Le dirigió a Ista una mirada triste—. Ahora echo de menos doblemente a Illvin. Su dominio de la lengua roknari es mejor que el de cualquier otro de aquí. —Arhys saludó al dedicado Pejar, que llegó corriendo al patio de entrada con la blusa a medio abrochar y el cinturón de la espada torcido para saludar a su recuperado oficial—. Aquí está uno de vuestros propios hombres, que podrá serviros de guía. —Llamó a un criado—. Encárgate de que tengan todo lo que necesiten hasta que yo vuelva. Cualquier cosa que pidan Pejar o la royina.

El sirviente le hizo una rápida reverencia. La mirada de Arhys era de preocupación, dirigida hacia de Cabon, que aún estaba sentado rendido sobre el pavimento. El divino hizo un cansado gesto con la mano, una bendición truncada, prometiendo mayores formalidades para después.

Arhys se volvió para dirigirse de nuevo hacia su caballo, pero Ista lo cogió de la manga. Alargó la mano y tocó la blusa de él, desgarrada y ensangrentada en el hombro derecho, tanteó a través del desgarrón y pasó los dedos por su piel fría e intacta. Le enseñó la palma de la mano para mostrarle en silencio la oscura mancha carmín.

—En cuanto tengáis un momento libre, marzo, os sugiero que vayáis a inspeccionar la herida de vuestro hermano. La nueva herida de vuestro hermano.

Los labios de él se abrieron en una muestra de desánimo; la miró a los ojos e hizo una mueca.

—Ya veo.

—Hasta entonces, montad con cuidado. Y poneos la cota.

—Teníamos prisa… —Pasó los dedos por el desgarrón, frunciendo el ceño—. Pues sí. —Asintió lúgubremente y volvió junto a su nervioso caballo. Haciendo un gesto a sus hombres para que lo siguieran, partió a medio galope.

Foix miró a su alrededor y de nuevo a Pejar, con ojos de preocupación.

—¿Está Ferda aquí? ¿Está bien?

—Está bien, señor, pero ha partido en vuestra búsqueda. —Contestó Pejar—. Probablemente ya haya llegado a Maradi. Supongo que dará la vuelta y regresará en pocos días, maldiciendo el desperdicio de herraduras.

Foix hizo una mueca.

—Confío en que no use la misma carretera que nosotros. No era ni mucho menos lo que el marzo de Oby me dio a entender.

¿Cómo es que no estás ahora mismo en el hospital del templo de Maradi? Quería preguntarle Ista, pero decidió esperar. El alma de Foix era tan vigorosa y centrada como la de Liss, pero ante su segunda visión aparecía una sombra con forma de oso enroscada en sus entrañas. Y pareció sentir el escrutinio de ella, ya que se enroscó más apretada, como si estuviera intentando hibernar. Ista le hizo un gesto al sirviente que estaba por allí para que se acercara.

—Encárgate de que estos hombres se refresquen cuanto antes, especialmente el divino, y que se los aloje en habitaciones junto a las mías.

—Sí, royina.

—Tenemos que hablar de… todo —le añadió a Foix— tan pronto como podamos. Que Pejar os traiga hasta mí en el patio empedrado tan pronto os hayáis recuperado los dos.

—Sí —dijo él ansiosamente—. Tenemos que oír vuestro relato. Ayer, la emboscada de lord Arhys era la comidilla de Oby.

Ista suspiró.

—Han pasado tantas cosas de muchísima importancia desde entonces, que casi la había olvidado.

Él enarcó las cejas.

—¿Sí? Entonces nos apresuraremos a volver a vuestro lado.

Hizo una reverencia y fue a ayudar al sirviente a obligar a de Cabon a ponerse en pie. Foix parecía tener bastante práctica en ello, como si cargar con el obeso hombre y obligarlo a moverse se hubiera convertido últimamente en una segunda naturaleza para él; los gruñidos de de Cabon eran igualmente mecánicos. El empapado divino no chorreaba tanto como echaba vapor, pero parecía estar aliviándose de la tensión inicial.

Las suaves pisadas de Cattilara resonaron en el pórtico. Los hombres miraron a su alrededor. A pesar de su sobrecalentada debilidad, de Cabon sonrió obviamente impresionado por Cattilara. Foix parpadeó, y se envaró un tanto.

—¿Dónde está mi señor? —Inquirió ansiosa Cattilara.

—Ha vuelto a salir con sus exploradores —dijo Ista—. Parece que la lanzada que vimos encontró otro blanco.

Cattilara abrió los ojos de par en par. Volvió la cabeza hacia el patio empedrado.

—Sí. —Dijo Ista—. Pero ya se están encargando de él.

—Ah, bien.

A juicio de Ista, el suspiro de alivio de Cattilara era prematuro. La muchacha todavía no lo había pensado bien. Pero lo haría.

—Sin duda, lord Arhys volverá al mediodía. —Cattilara le frunció los labios brevemente. Ista continuó—. Lady Cattilara de Lutez, marcesa de Porifors, permitidme que os presente a mi director espiritual, el docto Chivar de Cabon, y a Foix de Gura, oficial dedicado de la Orden de la Hija. Ya conocéis a su capitán y hermano Ferda.

—Ah, sí. —Cattilara logró hacer una distraída reverencia—. Bienvenidos a Porifors—. Hizo una pausa, devolviendo la mirada insegura de Foix. Por un momento se quedaron tan rígidos como dos gatos extraños que acabaran de cruzarse. Las dos sombras demoníacas dentro de ellos estaban tan enroscadas en la presencia de Ista que le costaba percibir su reacción ante esta proximidad, pero no parecía una de alegre saludo. Liss, al observar en Foix la ausencia de la respuesta masculina más habitual ante la adorable marcesa, se animó un poco.

Ista le hizo un gesto al criado que esperaba, y habló con un énfasis deliberado.

Lord Arhys ha ordenado a este hombre que se ocupe de sus necesidades. El divino está peligrosamente fatigado por el calor y necesita atención inmediata.

—Oh, sí —añadió Cattilara de forma un tanto vaga—. Os ruego que continuéis. Os dedicaré una bienvenida más apropiada… más tarde.

Hizo una breve inclinación. Foix le dedicó una reverencia, y ella se deslizó escaleras arriba. Foix y de Cabon siguieron al criado y a Pejar por el pórtico, supuestamente hacia donde estaban acuartelados los hombres de la Orden de la Hija.

Ista vio partir a Cattilara inundada de incomodidad. De repente recordó el testimonio de lord de Cazaril de que los demonios tenían formas más lentas de matar a sus monturas. Por ejemplo, los tumores. ¿Habría brotado ya alguno? Intentó leerlo en el alma de Cattilara, alguna mancha negra de desorden y podredumbre. La chica iba tan rápido que era difícil saberlo con seguridad. Ista podía imaginarse las consecuencias. La apasionada Cattilara, loca de esperanza, insistiendo que los síntomas eran su ansiada preñez, guardando celosamente un vientre que se hinchaba no con vida, sino con muerte… Ista experimentó un escalofrío.

Illvin dice la verdad. Tenemos que encontrar un camino mejor. Y pronto.

Pasó menos de una hora antes de que los dos perdidos regresaran a Ista en el patio empedrado. Ambos parecían muy revividos, habiéndose dado evidentemente un buen baño a base de echarse cubos por encima y escurrirse. Con el pelo húmedo, peinado y ropas secas que, si bien no estaban exactamente limpias, sí que estaban menos manchadas de sudor, lograban mantener cierto desaliñado aspecto cortesano en su honor.

Ista le hizo un gesto al divino hacia un banco de piedra a la sombra del pórtico, y se sentó junto a él. Foix y Liss se sentaron a sus pies. Liss pasó un momento arreglando esas faldas a las que no estaba acostumbrada en una disposición más elegante.

—Royina, habladnos de la batalla —pidió Foix entusiasmado.

—Tu hermano lo vio mejor. Deberías pedirle su relato cuando vuelva. Me gustaría oír primero vuestra historia. ¿Qué pasó después de que os abandonáramos en la carretera?

—Yo no diría abandonar —objetó de Cabon—. Mejor decid salvar. Vuestro escondite funcionó, eso, o el dios oyó las plegarias de mi corazón. Y de mis tripas. No me atrevía siquiera a susurrar.

Foix resopló para indicar que estaba de acuerdo.

—Sí. Fue una hora muy fea, agazapados en el agua fría, aunque en retrospectiva no parece tan malo, escuchando como los jokonios pasaban por encima. Finalmente nos arrastramos fuera del puentecillo y nos refugiamos en la maleza, tratando de mantenernos fuera de la vista de la carretera pero siguiéndoos. Eso fue una marcha. Ya había pasado el anochecer cuando llegamos a la aldea en el cruce de caminos, y los pobres aldeanos justo estaban volviendo a sus casas. Bastante más pobres después de que las langostas jokonias hubieran pasado por allí, pero podría haber sido mucho peor. Evidentemente al principio pensaron que Liss era una loca, pero para entonces ya la estaban alabando como si fuera una santa enviada por la mismísima Hija.

Liss sonrió de oreja a oreja.

—No dudo de que parecía una loca cuando llegué gritando. Hay que darle gracias a mi librea de la cancillería. Me alegro de que me escucharan. No me quedé a ver.

—De eso nos enteramos. Para entonces el divino estaba agotado…

—Tú no estabas mucho mejor —murmuró de Cabon.

—… así que aceptamos su caridad por esa noche. Nunca deja de asombrarme cuando la gente que tiene tan poco, comparte lo suyo con extraños. Que los cinco dioses hagan llover bendiciones sobre ellos, porque acaban de tener su parte de mala suerte al menos por un año. Los convencí para que le prestaran una mula al divino, aunque enviaron a un chico con ella para asegurarse de recuperarla, y por la mañana partimos hacia Maradi, siguiendo a Liss. Hubiera preferido ir tras vos, royina, pero no sin equipar como íbamos. Quería un ejército. La diosa tuvo que habernos oído, porque nos encontramos con uno algunas horas después, viniendo por la carretera. El provincar de Tolnoxo nos prestó monturas, y podéis creer que me apresuré a unirme a su tropa. Nos habríamos ahorrado camino si hubiéramos esperado en la aldea, ya que volvimos a pasar por allí poco después del mediodía; por lo menos les devolvimos la mula, lo que alegró al dueño. —Le echó una ojeada a de Cabon—. Posiblemente debería haber enviado a de Cabon al templo de Maradi, así puede que hubiera alcanzado a Liss, pero se negó a separarse de mí.

De Cabon gruñó un reticente asentimiento por lo bajo.

—Desperdicié dos días miserables en el tren de bagaje de de Tolnoxo. Para entonces, las partes de mí que iban en contacto con la silla habían sido reducidas a moratones, pero hasta yo podía ver que los íbamos siguiendo con demasiada lentitud.

—Sí, a pesar de mis protestas. —Foix hizo una mueca de desagrado—. Los tolnoxanos se detuvieron en la frontera, afirmando que la columna jokonia se dividiría en una docena de grupos y se dispersaría, y que sólo los hombres de Caribastos, que conocían el terreno, tendrían posibilidades de atraparlos. Yo dije que sólo necesitábamos seguir a una parte. De Tolnoxo me dio permiso para coger mi caballo e intentarlo, y casi lo hice sólo para desafiarlo. Si lo hubiera hecho, puede que hubiera llegado a tiempo para la fiesta de bienvenida de lord Arhys. Pero el divino estaba enloquecido por llevarme de vuelta a Maradi, para todo lo que sirvió, y yo estaba preocupado por Liss, así que me dejé convencer.

—No estaba enloquecido —negó de Cabon—. Justamente preocupado. Vi aquellas moscas.

Foix resopló exasperado.

—¡Ya está bien de las malditas moscas! No eran las queridas mascotas de nadie. Había un millón más en la pila de estiércol de la que salieron. No hay escasez de moscas en Tolnoxo. No hace falta racionarlas.

—Ésa no es la cuestión, y lo sabes.

—¿Moscas…? —dijo Liss, extrañada.

De Cabon se volvió hacia ella con una vehemente y enfadada explicación.

—Fue después de que dejáramos la tropa de de Tolnoxo y llegáramos por fin al templo de Maradi. A la mañana siguiente fui a la habitación de Foix y me lo encontré haciendo desfilar una docena de moscas.

Liss arrugó la nariz.

—Ugh, qué asco.

—Estaban marchando. En formación de desfile, de un lado para otro sobre la mesa, en pequeñas filas.

—Moscas de caballería —murmuró Foix con un entusiasmo incontenible.

—Estaba experimentando con su demonio, eso era —dijo de Cabon—. ¡Después de que yo le dijera que dejara la cosa estrictamente en paz!

—Sólo eran moscas —Foix sonrió azorado—. Aunque admito que lo hicieron mejor que algunos reclutas a los que he intentado entrenar.

—Estabas empezando a introducirte en la hechicería —el divino hizo una mueca de disgusto—. Y no has parado. ¿Qué hiciste para que el caballo de aquel jokonio tropezara?

—Nada contrario a la naturaleza. Comprendí la lección perfectamente. ¡Vuestro dios sabe que me la habéis repetido muchas veces! No podéis afirmar que el tumulto y el desorden no fluyeron libremente del demonio. ¡Qué batacazo más espléndido! ¡Ni que no provocó bien alguno! Si los hechiceros de vuestra orden pueden hacerlo, ¿por qué yo no?

—¡Ellos están adecuadamente supervisados e instruidos!

—Los cinco dioses saben que vos estáis ciertamente supervisándome e instruyéndome. O al menos espiándome e incordiándome. Que creo que viene a ser más o menos lo mismo. —Foix se encogió de hombros—. De todos modos. —Volvió a su narración—, en Maradi nos dijeron que Liss había cabalgado hacia la fortaleza de Oby en Caribastos, pensando que sería el lugar más probable para encontrar a la royina. O si no a la royina, a alguien para perseguirla. Así que la seguimos tan rápido como pude hacer cabalgar a de Cabon. Llegamos dos días después de que Liss hubiera partido, pero oímos que la royina había sido rescatada y se encontraba a salvo en Porifors, así que nos tomamos un día para descansar las enrojecidas posaderas del divino…

—Y las tuyas —murmuró de Cabon.

—Y seguimos hasta Porifors —Foix levantó la voz al decir esto— por una carretera que el marzo de Oby nos había dicho que era perfectamente segura e imposible perderse en ella. La segunda parte de lo dicho demostró ser cierta. Por las lágrimas de la Hija, pensé que los jokonios habían vuelto por la revancha y que esta vez íbamos a perder la carrera con nuestro refugio a la vista.

De Cabon se frotó la frente con un gesto de cansancio y preocupación. Ista se preguntó si la peligrosa cabalgada de esta mañana le habría provocado un persistente dolor de cabeza.

—Estoy muy preocupada por el demonio de Foix —dijo Ista.

—Yo también —dijo de Cabon—. Pensé que el templo podría tratarlo. Pero no es así. La Orden del Bastardo ha perdido a la santa de Rauma.

—¿A quién? —preguntó Ista.

—A la divina del dios en Rauma. Es una ciudad de Ibra, no muy lejos de las montañas fronterizas. Era la agente viviente del dios para el milagro de… ¿Os acordáis de aquel hurón, royina? ¿Y de lo que os dije acerca de él?

—Sí.

—Con los elementales débiles que han establecido residencia en animales, para forzar al demonio hacia el divino moribundo que lo devolverá al dios, es suficiente matar al animal en su presencia.

—Así acabó el hurón —dijo Ista.

—Pobre cosa —dijo Liss.

—Así es —admitió de Cabon—. Es duro para la inocente bestia. ¿Pero qué hacer? Normalmente dichos sucesos son muy poco frecuentes. —Respiró hondo—. Los quadrenos usan un sistema parecido para librarse de los hechiceros. Una cura peor que la enfermedad. Pero, muy de vez en cuando, puede llegar un santo bendecido por el dios con el truco.

—¿El truco de qué? —preguntó Ista, con una paciencia que no sentía.

—El truco de extraer al demonio de una montura humana y devolvérselo al dios, dejando a la persona viva. Y con su alma y sesera íntegras, o casi, si va bien.

—Y… ¿cuál es el truco?

—No lo sé —él se encogió de hombros.

La voz de Ista se endureció.

—¿Dormisteis durante todas vuestras clases en el seminario de Casilchas, de Cabon? ¡Se supone que sois mi director espiritual! ¡Juraría que no podríais dirigir una pluma de un lado de una página a otra!

—¡No es un truco! —Dijo él agobiado—. Es un milagro. No se pueden sacar milagros de un libro repitiéndolos hasta aprendérselos de memoria como un loro.

Ista apretó los dientes, a la vez furiosa y avergonzada.

—Sí —dijo en voz baja—. Lo sé. —Se recostó—. ¿Y qué le pasó a la santa?

—Asesinada. Por la misma tropa de incursores jokonios que nos alcanzó en la carretera de Tolnoxo.

—Ah —dijo Ista—. Esa divina. Oí hablar de ella. La hermanastra bastarda del marzo de Rauma, según me dijo una de las mujeres cautivas. Violada, torturada y quemada viva en los escombros de la torre del Bastardo. Así recompensan los dioses a quienes les sirven.

—¿Lo es? —Dijo de Cabon con tono interesado—. Quiero decir; ¿lo era?

—¡Qué blasfemia matar a un santo! —Terció enojada Liss—. Lord Arhys dijo que de los trescientos hombres que salieron de Jokona, no más de tres volvieron vivos. ¡Ahora veo el porqué!

—Qué desperdicio. —El divino se persignó—. Pero si es así, fue vengada.

—Estaría considerablemente más impresionada con vuestro dios, de Cabon —dijo Ista entre dientes— si pudiera disponer protección para una sola vida por adelantado en vez de venganza para trescientas después. —Respiró hondo, con dificultad—. Mi segunda visión ha vuelto.

La cabeza de él se volvió, y su mirada temerosa se clavó en el rostro de ella.

—¿Cómo ha sucedido esto? ¿Cuándo?

Ista resopló.

—Vos estabais allí, o casi. Dudo que hayáis olvidado ese sueño.

Su rojez de acaloramiento se hizo más intensa, y luego palideció. Fuera lo que fuese que intentaba decir, no pudo hacerlo salir. Se atragantó y volvió a intentarlo.

—¿Aquello fue real?

Ista se tocó la frente.

—Me besó en la frente, aquí, como una vez hizo su Madre, y allí me dejó una carga indeseada. Os dije que aquí habían sucedido cosas de una importancia terrible. Y ésa es la menor de ellas. ¿Habéis oído el rumor en Oby del asesinato de la princesa Umerue a manos de uno de sus cortesanos celoso, hará unos dos o tres meses aquí en Porifors? ¿Y el del apuñalamiento de Sir Illvin de Arbanos?

—Oh, sí —dijo Foix—. Era de lo que más se hablaba allí, después de vuestro rescate. Lord de Oby dijo que sentía mucho lo de lord Illvin, y que lord Arhys debía echarlo mucho de menos. Dijo que conocía a los hermanos desde mucho antes de convertirse en suegro de lord Arhys, y dijo que siempre habían permanecido juntos, arriba y abajo por este rincón de Caribastos, como las manos izquierda y derecha de un hombre en las riendas.

—Bueno, pues ésa no es la verdadera historia del crimen.

Foix parecía interesado, aunque escéptico; de Cabon parecía interesado y extremadamente preocupado.

—Llevo tres días sorteando las mentiras y los engaños. Puede que una vez Umerue fuera princesa, pero para cuando llegó aquí era una hechicera devorada por su demonio. Enviada, se me dijo, y esa parte la creo, para sojuzgar Porifors y entregárselo a alguien de la corte de Jokona próximo a ella. El efecto que esto podría haber tenido en la próxima campaña contra Visping, especialmente si la traición no se revelaba hasta el momento más crítico posible, lo dejo a tu imaginación militar, Foix. —Foix asintió lentamente. Obviamente, la primera parte no había tenido problemas para seguirla. Lo que venía después…— En un forcejeo secreto, tanto Umerue como lord Arhys resultaron muertos.

De Cabon parpadeó.

—Royina, ¿no querréis decir lord Illvin? Acabamos de ver a lord Arhys.

—Lo dicho. El demonio saltó a la esposa de Arhys; al parecer un error, ya que inmediatamente ésta se hizo con el control y lo obligó a devolver el alma separada de Arhys a su cuerpo, robando energía de su hermano menor Illvin para mantener su cadáver en movimiento como si nada. Alguna especie retorcida de magia de la muerte. Os pediría docto que estudiarais su teología en cuanto pudierais. Y luego la marcesa fingió que era Illvin el que había resultado herido, y la princesa asesinada, por el cortesano jokonio, al que aterrorizó para que huyera.

—Así que eso es lo que sentí cuando la vi —susurró Foix, sonando como si por fin hubiera comprendido algo—. Otro demonio.

—Yo fui testigo de los testimonios de todos —afirmó lealmente Liss—. Todo es cierto. Incluso interrogamos al demonio, aunque eso no fue de demasiada utilidad. Cuando lord Arhys fue alcanzado en la lucha de esta mañana por ese lancero jokonio, el corte apareció en el cuerpo de lord Illvin. Fue terriblemente extraño —añadió meditabunda—. Y también sangró como un cerdo. Bueno y… pinchan a los cerdos con lanzas, creo.

Ista miró al sol y midió las sombras que se acortaban en el patio empedrado.

—En poco tiempo hablaréis con todos los implicados, y también seréis testigo. Pero escuchadme, de Cabon. No sé por qué vuestro dios me ha traído a esta casa de lamentaciones. No sé qué, o quién, podrá salvarse de este infernal enredo. Sé que en algún momento, de un modo u otro, hay que expulsar al demonio de lady Cattilara. Está enfebrecido por escapar, preferentemente con el cuerpo de ella, pero la matará para volar a otro si tiene oportunidad. Arhys está empezando a deteriorarse en cuerpo y me temo que también en mente. Peor; creo que su alma ya puede estar desterrada. Lord Illvin se muere lentamente, ya que esta hechicería le roba a su cuerpo más vida de la que puede recuperar. Cuando muera, será el fin de su hermano, y me temo que Cattilara será engullida por su demonio. —Se detuvo, tomó aliento, miró a su alrededor a los rostros conmocionados que la miraban a ella. Con un escalofrío se dio cuenta de que ninguno la miraba como si se hubiera vuelto loca. Todos la miraban fijamente como si fuera a decirles qué era lo próximo que había que hacer.

En el pórtico resonaron las pisadas de unas botas. Ista levantó la mirada para ver entrar a lord Arhys, observarla a ella y a su pequeña corte y acercarse. Se detuvo y le dedicó una reverencia, y luego se puso de pie, un tanto desconcertado por las miradas anonadadas e inquisitivas que estaba recibiendo de sus nuevos huéspedes.

—Lord Arhys. —Ista agradeció la reverencia con una inclinación de cabeza—. He estado informando al capitán en funciones de mi escolta y a mi director espiritual del verdadero estado de las cosas aquí en Porifors. Es necesario que lo sepan, para que puedan protegerme y aconsejarme adecuadamente.

—Ya veo —obligó a su mueca a convertirse en una sonrisa forzada. Hizo una pausa como pensando qué decir de sí mismo. ¿Quizá disculparse por estar muerto? Luego, aparentemente vencido por el problema, pasó a los asuntos más inmediatos—. He despachado a los exploradores, pero no han vuelto todavía. Nuestros prisioneros no se han mostrado muy dispuestos a cooperar, pero parece que su patrulla era la avanzadilla de un contingente mayor, con la misión de cortar las comunicaciones por la carretera entre Porifors y Oby. Y que el ataque contra de Gura y el divino fue prematuro por alguna razón que no hemos podido sonsacarles, a pesar de todos los aullidos que han soltado. Estamos tomando precauciones: tapando los aljibes, avisando a la ciudad, enviando jinetes para alertar a las zonas circundantes y que se pongan en guardia. No he oído nada de una fuerza jokonia así de mis hombres en la frontera pero… estos últimos días he estado muy distraído de mis deberes.

Ista frunció los labios con preocupación.

—¿Un ataque de Jokona? ¿Por qué ahora?

Él se encogió de hombros.

—¿Una represalia retrasada por la muerte de su princesa? Habíamos esperado una antes de ésta. O… un intento mucho menos retrasado por recuperar un gran premio, recientemente perdido. —Su mirada sobre ella era muy seria.

A pesar del calor, Ista sufrió un escalofrío.

—No deseo hacer caer tal problema sobre ninguna hueste, y menos sobre la vuestra. Quizá… debería trasladarme a Oby. —¿Huir? Una cobardía atrayentemente sensata. Dejar este castillo, dejar este enredo, dejar a esas angustiadas e ignorantes almas que se hundieran bajo el peso acumulado de sus errores de juicio, de su desgracia y de su amor… podía huir. Podía.

—Quizá. —Él le dedicó una ambigua inclinación de cabeza—. Pero sólo si podemos asegurarnos de que controlamos la carretera, o si no lo único que haríamos sería entregaros en manos jokonias, un regalo ya desenvuelto. Tengo que salir esta tarde. Ahora no puedo detenerme. Tenéis que verlo. No podéis detenerme ahora —añadió con especial entusiasmo.

—Puesto que no sé cómo —suspiró ella—, estáis a salvo de esa posibilidad. De otras posibilidades no puedo hablar.

—Pronto me veré obligado a descansar…

Debe permitirse que Illvin coma, especialmente ahora —dijo ella alarmada.

—No deseo que sea de otro modo. Pero primero quiero ver su nueva herida.

—Ah. Creo que eso sería una sabia decisión.

Como él parecía esperar su compañía, ella se levantó y lo siguió por las escaleras, seguida por su gente con una curiosidad sin tapujos. La entrada de tanta gente alarmó a Goram, a quien Ista trató de tranquilizar con algunas suaves palabras; pareció más consolado por la amable palmada en el hombro de Liss. Siguiendo las instrucciones del marzo, deshizo el nuevo vendaje de Illvin. La inspección de Arhys fue breve, experimentada y lúgubre. Foix y de Cabon fisgaron con cohibido interés el ensangrentado desgarrón en la blusa de Arhys mientras se inclinaba sobre su silencioso hermano. Cuando el marzo se apartó, se reunieron junto a la cama para que Liss se lo contara todo en susurros.

La mano de Arhys aferraba y soltaba la empuñadura de su espada.

—Confieso que no estaba completamente preocupado de encontrar a esos soldados jokonios en la carretera esta mañana. Creo que una parte de mí empezaba a esperar una muerte mejor. Menos… ignominiosa que la primera, menos vergonzosa para el honor de mi padre. Ya veo que hay un problema con ese plan.

—Sí —dijo Ista.

—Creo estar perdido en algún laberinto oscuro y maligno, y no puedo encontrar la salida.

—Sí —dijo Ista—. Pero… por lo menos ya no estáis solo en el laberinto.

La sonrisa de él tembló; apretó la mano de ella.

—Ciertamente. Mi buena compañía crece a pasos agigantados desde que los dioses os guiaron aquí. Ése es un apoyo más grande del que había esperado.

Llegó la bandeja de la comida. Lord Arhys se excusó; Ista confiaba que encontrara el refugio de su cama antes de que lo abrumara su colapso del mediodía. Hizo salir a su gente para darle tiempo a Goram de hacer su necesario trabajo, pero ordenó a de Cabon que se quedara para ayudar y observar.

Apoyándose en la balaustrada, observó como lord Arhys se perdía de vista abajo, siguiendo el rastro de humo de su alma que se erosionaba. Se frotó la mano, que todavía le picaba donde él la había cogido.

Podría huir. Nadie más de aquí puede, pero yo sí.

Si quisiera.