En el casi inabarcable océano literario que hoy denominamos género negro —«noir» cuando queremos americanizar la expresión—, las etiquetas se multiplican: «country noir», «gothic thriller», «psychological thriller», «sensation novel», «locked-room mystery», «cozy mystery», «humdrum mystery», «hard-boiled fiction», «domestic noir»… todas ellas con sus correspondientes traducciones al castellano, que ya se ha preocupado de crear nuevas definiciones como «novela gris asfalto», «novela negra de barrio», etc…

Jo March, heroína creada por Louisa May Alcott en su obra Mujercitas, fue la joven en la que se reflejaron las inquietudes y sentimientos de la propia escritora. A March le gustaban las «sensation novels», aquellas obras de suspense que escritoras y escritores de la talla de Mary Elizabeth Braddon o Wilkie Collins publicaron en Inglaterra en 1860 y años posteriores. En Estados Unidos, aquella corriente literaria fue acogida por los magazines, donde A. M. Barnard, un escritor desconocido que se ocultaba tras aquel seudónimo, comenzó a publicar las que pronto fueron conocidas como «historias de sangre y truenos».

Louisa May Alcott comenzó a escribir desde muy joven para ayudar económicamente a su familia, pero, para muchos lectores, el punto de arranque de esa actividad literaria se sitúa en el año 1868, fecha de publicación de Mujercitas. Sin embargo, Madeleine B. Stern y Leona Rostenberg, dos libreras especializadas en la obra de Alcott que investigaban la correspondencia de la autora en la biblioteca Houghton de Harvard, hallaron varias cartas que modificaban y adelantaban esa fecha. Esas cartas, escritas por los editores Elliott, Thomes & Talbot, revelaban un seudónimo, A. M. Barnard, que, aunque no fue el único que utilizó durante su vida, sí fue el usado por Alcott durante sus primeros años como escritora. Gracias a este alias, del que se desconocía su existencia, salió a la luz toda una obra literaria ajena al mundo creado en Mujercitas.

En 1863, Alcott ganó un concurso literario convocado por un periódico con Pauline’s passion and punishment, obra en la que se mencionaba por primera vez el término «sangre y truenos», iniciando una producción literaria con el seudónimo A. M. Barnard que solo abandonó a partir del éxito de Mujercitas. No obstante, antes de 1863 ya había publicado numerosos relatos de forma anónima, a veces reeditados con pequeñas variaciones, con un estilo literario ajeno al utilizado bajo la pluma de A. M. Barnard. En 1848 escribió sus primeras piezas teatrales, destinadas a ser representadas junto con sus hermanas en el hogar familiar. De 1849 data un manuscrito encontrado en la biblioteca Houghton, The inheritance, que, tras acreditarse la autoría de Alcott, fue publicado por primera vez en 1997[17]. En 1851 publicó su primera poesía bajo el seudónimo de Flora Fairchild… ya fuese con este último alias, con el más fácilmente reconocible de L.M.A., o de forma anónima, se sucedieron más de veinte publicaciones —poesías, artículos, relatos— entre 1852 y 1862.

Pauline’s passion and punishment, también publicado de forma anónima en 1863, fue el primero de los thrillers —o «domestic noir», si se prefiere— escrito por Louisa May Alcott. A partir de 1863 escribió varias obras de «sangre y truenos», que fueron publicadas de forma anónima o bajo el seudónimo de A. M. Barnard: A whisper in the dark (1863), A pair of eyes, or, Modern magic (1863), V. V.: or, Plots and counterplots (1865), A marble woman, or, The mysterious model (1865, A. M. Barnard), The tale of the forest (1865), Tras la máscara (1866, A. M. Barnard), The abbot’s ghost, or, Maurice Treherne’s temptation (1867, A. M. Barnard), Taming a tartar (1867), The mysterious key and what it opened (1867) o The skeleton in the closet (1867).

V. V.: or, Plots and counterplots (1865) fue publicado de forma anónima[18] en The flag of our Union, semanario en el cual A. M. Barnard también publicó A marble woman y Tras la máscara. Estas tres obras constituyen los thrillers más perfectos elaborados por Alcott, a los que habría que añadir A Modern Mephistopheles, or, The Fatal Love Chase, remitida al mismo semanario para su publicación en 1866, y que fue rechazada por ser considerada una novela «demasiado atrevida» —tuvo que esperar hasta 1889 para verla impresa en Boston—. El rechazo a la publicación de esta obra ejemplifica el motivo por el que Louisa May publicaba de forma anónima o bajo seudónimo, llegando a afirmar lo siguiente: «Siempre seré una víctima desdichada de las respetables tradiciones de Concord». Sin embargo, fue capaz de absorber la tradición literaria de la ciudad en que vivía, representada en dos de los escritores más increíbles de Nueva Inglaterra, Nathaniel Hawthorne y Edgard Allan Poe, que guiaron sus primeros pasos literarios en el misterio y el suspense.

Concord (Massachusetts) era una comunidad puritana y tradicionalista, una ciudad rodeada de extensos bosques y de una naturaleza primigenia y opresora. El padre de Louisa May Alcott, Amos Bronson Alcott, era un respetado miembro de la comunidad incapaz de llevar dinero a su hogar: educador, vegetariano —cuando aún no se había inventado tal término— y, a la postre, un idealista. Se casó con Abigail «Abba» May, una mujer con la que compartía unas ideas reformistas que intentaba aplicar, muchas veces sin éxito, en las escuelas que dirigió a lo largo de su vida[19]. De su padre, Louisa May heredó un marcado espíritu abolicionista y un apasionado respeto por los derechos de las mujeres. Además, las amistades que rodearon a su familia fueron un elemento esencial para que naciera su pasión por la literatura.

Ralph Waldo Emerson —filósofo, creador de la corriente trascendentalista americana, poeta y ensayista— conoció a Amos Bronson Alcott en 1836. La familia Alcott se trasladó a Concord en 1940, manteniendo un círculo de amistad en el que se integró el escritor Henry David Thoreau —defensor de la filosofía de la desobediencia civil, educador, escritor, naturalista y autor de Walden, o La vida en los bosques—. Ambos autores encontraron en Amos una pasión intelectual con la que conectaron de inmediato. Bajo el liderazgo de Emerson, la ciudad de Concord se convirtió en el eje geográfico desde el que se expandieron las ideas del trascendentalismo, una filosofía cuyo ideario estaba basado en la naturaleza. Esas ideas revolucionarias, que a veces no eran entendidas por los padres de los niños a los que Amos daba clase, sí calaron en su hija.

El debate sobre el ideario común fomentó interminables reuniones y conversaciones. Amos Bronson defendía el poder de la palabra: «Toda la belleza y las ventajas de una conversación», escribió, «residen en sus contrastes audaces y diligentes sorpresas… La prosa y la lógica están fuera de ese lugar, donde todo es fluido, mágico y libre». Sin embargo, Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau impregnaron el intelecto de Louisa May Alcott con el amor por la literatura. Thoreau fue su profesor, y gustaban de hablar sobre la naturaleza mientras daban paseos en su barco, el «Musketaquid», a través de los ríos que surcaban los bosques de Concord; Emerson fue su gran amigo, aquel cuya inacabable biblioteca le proveía de los libros que devoraba y que crearon su alma de escritora.

Los dos escritores eran vecinos de la familia Alcott y, según algunas biografías, fueron objeto de un amor no correspondido por parte de Louisa May. En 1863, Louisa era ya una solterona que había regresado a Concord tras trabajar como enfermera voluntaria durante la Guerra Civil. Pauline’s passion and punishment, su primer thriller, nació posiblemente de aquellas lecturas juveniles de la biblioteca de Emerson… y también de la obra de otro escritor a quien los Alcott vendieron «Hillside», el hogar en Concord en el que la escritora y sus hermanas vivieron muchas de las escenas que luego fueron recordadas en Mujercitas.[20]

Hablamos de Nathaniel Hawthorne, autor de La letra escarlata y primer gran narrador de relatos cortos. Hawthorne no era trascendentalista; su obra está inmersa en lo que se denomina «romanticismo oscuro», donde es el mal, y no la naturaleza, el que guía la mente humana. Es imposible que Louisa May no hubiera leído La letra escarlata (1850), una novela que precedió a muchas otras en las que la mujer se convertía en la antiheroína, creando un cliché absolutamente novedoso para su época y que sería repetido años más tarde en las «sensation novels» victorianas, de las que El secreto de lady Audley, de Mary Elizabeth Braddon, es un buen ejemplo. Poca discusión cabe en considerar La letra escarlata como uno de los primeros thrillers literarios. Además, en la protagonista de la novela, Hester Prynne, reside una fortaleza mental, un rechazo a la moral puritana de Nueva Inglaterra, un reconocimiento al poder de decisión de la mujer sobre su vida y la asunción de un nuevo rol de rechazo ante una sociedad patriarcal que quiere controlar la sexualidad femenina, que también se aprecia en las protagonistas de las «historias de sangre y truenos» que escribió Louisa May Alcott.

La letra escarlata tenía todavía mucho de novela histórica. Dar el paso a la creación de un thriller y, lo que es más, a un «domestic noir», pudo tener que ver con otras lecturas de Louisa May Alcott. En 1842, Edgard Allan Poe, escritor también oriundo de Nueva Inglaterra, había publicado su primer relato con el detective Auguste Dupin, Los crímenes de la calle Morgue, al que siguió al año siguiente El misterio de Marie Rogêt. Al igual que Hawthorne, Poe lideraba la corriente literaria del «romanticismo oscuro», pero creó los primeros relatos que configuran el futuro de la novela criminal. Combina el relato enigma —el «whodunit» o «quién lo hizo»—, que representan Los crímenes de la calle Morgue o La carta robada, con la investigación del mundo sórdido del crimen pasional de El misterio de Marie Rogêt. Además, crea al primer detective, el caballero francés Auguste Dupin, un modelo que muchos escritores desarrollarían después.

Louisa May Alcott se vio sin duda atraída por estas historias surgidas de la imaginación de Poe, y se convirtió en una de las primeras escritoras americanas en crear a un detective a imagen y semejanza de Auguste Dupin. En V. V.: or, Plots and Counterplots (1865), creó a un detective francés como Dupin: lo llamó monsieur Antoine Dupres, aunque también usaba el alias de Mr. Dupont; se autodenominaba «el magnífico» y estaba claramente modelado en el Auguste Dupin de Poe. Aun así, Louisa May no fue la única escritora en seguir los pasos del autor nacido en Boston. En The Dead Letter (1866), la novelista Metta Victoria Fuller Victor, escribiendo con el seudónimo Seeley Regester, creó al detective Mr. Burton, un eficiente detective que requería la ayuda de una mujer con poderes de clarividencia para resolver un crimen. Harriet Elizabeth Prescott Spofford, por su parte, escribió un relato, Mr. Furbush (1865), con un detective protagonista.

En las novelas de Alcott/Barnard se produce la recreación del romanticismo oscuro de Poe y los primeros ejemplos del thriller doméstico. Si en el siglo XVIII la heroína era acosada por el mal en un entorno tenebroso como una mansión, un castillo o un convento —como ejemplo, Los misterios de Udolfo, de Ann Radcliffe—, en el siglo XIX se accede a un nuevo escenario: el «ambiente doméstico», y el terror es sustituido por el crimen y un asesino que busca apropiarse de una herencia —El misterio de Notting Hill (1865)— o asesinar a la protagonista. La dama de blanco de Wilkie Collins es el paradigma de este género, la «sensation novel», denominada por algunos «domestic detective fiction». La trama se desarrolla en la casa familiar y se basa en una investigación a lo largo de la novela, como en La piedra lunar, del propio Collins, o en The adventures of Susan Hopley, la novela de Catherine Crowe que se publicó en el mismo año que el primer relato de Auguste Dupin. La mujer aterrorizada que sustentaba la novela gótica fue sustituida por la mujer que debía enfrentarse al criminal. Fue Anna Katharine Green, la madre de la novela de detectives, quien dio continuidad a la mujer investigadora creando el personaje de Amelia Butterworth y, aunque fue considerada durante años la escritora pionera de la novela criminal en Estados Unidos, el papel fundamental de la obra de Louisa May Alcott como precursora del género es incuestionable. Además, en la obra de Alcott hay una pátina reivindicativa de la mujer y de su papel en la sociedad que convierte su obra en progresista a la vez que pionera y, por ello, en merecedora de un reconocimiento especial.

En V. V.: or, Plots and Counterplots (1865), más importante que el personaje que conduce la investigación, Antoine Dupres, es el de la posible criminal a la que investiga, Virginia Varens, una mujer que esconde su identidad y su pasado como actriz. En Tras la máscara, posiblemente el mejor «domestic noir» escrito por Louisa May Alcott, la autora rompe moldes y refleja en una novela su personalidad valiente en defensa de la mujer. En esta obra existe una profunda reflexión sobre el papel de la mujer victoriana en la sociedad, y se propone un nuevo modelo femenino que atesora un poder que hasta entonces era un patrimonio del masculino, un poder que se reflejaba en la política, en el acceso a la universidad o en el derecho al sufragio. Louisa May Alcott fue pionera en ejercer el derecho al voto y tuvo que demostrar que sabía escribir para poder ejercerlo. En la sociedad en la que le tocó vivir, la mujer ocupaba un papel secundario, incluidos los ámbitos del hogar o la sexualidad, contra el que Alcott se rebeló. Aceptó firmar bajo seudónimo o de manera anónima, igual que tuvo que hacerlo Mary Shelley con su Frankenstein, pero ella sabía que estaba ganando una batalla. El seudónimo de A. M. Barnard no era más que una máscara que debía aceptar para presentar su obra y su visión de la nueva mujer. Esta puede verse obligada a usar dicha máscara como si usara un maquillaje, pero, como sucede con la protagonista de Tras la máscara, debe ser consciente del poder que atesora —incluido el poder de su sexualidad— si quiere asegurar su felicidad y su éxito. La máscara es un rol, una fachada impostada. Tal y como expresa la protagonista en la novela, cuando cae el telón, sabe que puede ser ella misma durante unas pocas horas.

Puede que las novelas firmadas como A. M. Barnard supusieran para Louisa May Alcott «potboilers» o «necessity stories», es decir, novelas escritas para cubrir el sustento de su familia, pero es indudable que Alcott sabía que había una tradición literaria anterior a ella a la que dio nueva forma. El lector o lectora de Tras la máscara encontrará en la novela el misterio de la Rebecca de Daphne du Maurier, trasponiendo a la siniestra gobernanta de Rebecca —la señora Danvers— en la institutriz Jean Muir, un rol femenino tal vez no muy alejado en su personalidad a la institutriz de la familia Hawthorne, mujer de gran personalidad y capacidad literaria a la que Louisa May Alcott conocía de cerca. El lector encontrará en Tras la máscara una novela oscura, un thriller doméstico de perfecta factura no muy diferente de los que en la actualidad inundan los estantes de las librerías y, sobre todo, una obra que transmite la ideología feminista de su autora con sagaz inteligencia.

Louisa May Alcott, escritora inteligente y reivindicativa —«Estoy tan atareada en luchar por la igualdad de derechos de la mujer en el trabajo que no me queda tiempo para luchar por la igualdad de sufragio», se lamentaba—, pasará a la posteridad por Mujercitas, pero sería injusto no reconocer su papel pionero en la novela de suspense en una época en la que no se había inventado ni el thriller ni el «domestic noir», aunque lo apropiado sería recuperar la calificación que la autora concibió: «historias de sangre y truenos».


Juan Mari Barasorda[21]

Bilbao, mayo de 2018