OCHO
Puso sus manos en mis muslos y me atrajo desde el montículo de almohadas. Tirando de mí para que la parte superior de mi cuerpo estuviera fuera del plano inferior de la cama, pero mi cuerpo superior aún estaba un poco apoyada. Puso un dedo dentro de mí, sólo un dedo, pero la sensación hizo que me retorciera en la cama, me hizo gritar.
—Tan húmeda, y tan estrecha. Estás tan estrecha después de hacértelo con la boca.
Estaba de rodillas entre mis piernas, su cuerpo tan duro, tan maduro, tan dispuesto. Me dijo que yo era en lo único que estaba pensando.
—Fóllame, Micah, fóllame.
—Estás estrecha, Anita, muy estrecha.
Me levanté sobre los codos.
—Pero húmeda. Estoy demasiado húmeda. Me haces estar demasiado mojada.
Se lamió los labios y tragó saliva. Podía ver su pulso saltando en la garganta.
—No quiero hacerte daño.
—Si me duele, te lo diré.
Me miró, y su rostro no parecía lujurioso ahora, parecía nervioso, inseguro. Sabía que quería intentar entrar en mí de un solo golpe, pero tenía miedo. ¿Cuántas mujeres le habían hecho daño? ¿Cuántas le habían dicho que era un monstruo, un monstruo, simplemente porque era tan masculino? Me senté lo suficiente como para envolver mi mano alrededor de su dura longitud. Sólo por sostenerlo en mi mano echó mi cabeza hacia atrás, haciéndome gritar. Me quedé mirándole, sabiendo que mis ojos eran salvajes, apreté mi mano a su alrededor hasta que su cabeza fue hacia atrás, con los ojos en blanco.
Deslicé mi mano sobre él, acariciándole la suave y deliciosa cabeza. Me recosté sobre mis codos, mirándolo.
—Fóllame, Micah. Fóllame antes de que deje de tener pequeños espasmos dentro de mí. Me haces estar tan húmeda, tan estrecha, que mi cuerpo sigue teniendo pequeños mini orgasmos. Te quiero dentro de mí, mientras mi cuerpo todavía se está estremeciendo.
Se reclinó y me besó, su boca aún húmeda, aún con el sabor de la carne y ese fresco gusto, casi como la lluvia. Las personas pueden hacer chistes de pescado, pero no todas las mujeres tienen el mismo sabor.
Se echó hacia atrás desde el beso, se mantenía apoyado sobre sus brazos. Pero su cuerpo ya estaba empujando contra mí.
Sentir su peso contra mí hizo que arqueara la espalda contra la cama. Mantuvo su cuerpo por encima del mío para poder ver cada pulgada de él cuando empezó a tratar de abrirse paso dentro de mí.
Estaba lo suficientemente mojada, pero él la tenía tan amplia, tan, tan amplia, que tenía que facilitar su camino para entrar, e incluso facilitado tenía que forzarse. Tuvo que abrirse paso para entrar. Si hubiera lanzado el ardeur, habría estado más abierta, más dispuesta para él. Sólo el ardeur, sin mucho juego previo podía hacer que mi cuerpo estuviera listo, ansioso, y más abierto. Pero los dos queríamos que estuviera apretada, ambos queríamos sentir su lucha por abrirse camino a través de mí.
La punta desapareció dentro de mí, con mucho aún por entrar. Verle empujándose centímetro a centímetro dentro de mí me hizo llorar, hizo que mi cuerpo se levantara, por lo que mis manos se fueron alrededor de mis muslos. Así que tenía mis piernas y mi cuerpo hechos un ovillo. Para poder verle y sentirle completamente.
A medio camino a través de sus ojos cerrados, dejó de moverse, bajando la cabeza. Su voz fue tensa.
—Tan húmeda. Dios, tan estrecha. Sigues agarrándome con tu cuerpo. Es como si cuanto más empujara, más espasmos tienes. Sólo empujando dentro de ti, causo pequeños orgasmos.
—Sí —dije, y mi voz era entrecortada, era ansiosa—. Sí, la sensación de tenerte dentro de mí, cuando estoy tan estrecha, tan húmeda. Es increíble. ¡Oh, Dios, Micah, no pares, no pares!
Alzó el rostro, entonces me miró a los ojos. Buscó mi cara como si pensara que le estaba mintiendo.
—¿Hablas en serio?
—Sí, Dios, sí.
—Estas lo suficientemente mojada, pero nunca habíamos tratado de hacer esto cuando estabas tan cerrada, Anita. —Una impaciencia luchaba en sus ojos por la preocupación—. Puedo presionar más rápido, pero no quiero hacerte daño.
Le miré a la cara y le dije lo que pensaba.
—No sé con qué fantasma estás luchando ahora mismo, pero no soy yo. Cualquiera en que pensaras que le harías daño, no soy yo. Fóllame, fóllame, fóllame de la forma en que ambos tanto deseamos.
Lo vi decidirse con nuestras caras a pulgadas de distancia, nuestros cuerpos enlazados el uno con el otro. Vi que se decidía. Sus caderas se movieron hacia adelante, empujándose dentro de mí. Le dije que dejara de ser cuidadoso. Me tomó la palabra.
Se metió dentro de mí, luchó por imponer su dureza dentro de mí, tan lejos y tan rápido como pudo. Estaba demasiado apretada y él la tenía demasiado amplia para la velocidad, pero mientras que anteriormente cuando había sentido la resistencia había dudado, ahora se empujó más fuerte. Mi cuerpo se resistió, y su cuerpo se estrelló contra el mío. Empujó todo esa dura, y amplia carne, toda dentro de mí. Se abrió paso en mí, mientras mi cuerpo todavía estaba tratando de averiguar si era algo bueno o malo.
Por un lado se sentía increíble, tan duro, tan largo y tan ancho, y todo dentro de mí. Dios, se sentía bien. Eso me arrojó de nuevo contra la cama, arrancando gritos de placer de mi boca. Me hizo retorcerme a su alrededor, retorciéndome y luchando, atrapados entre el orgasmo y mi cuerpo que me decía que tal vez no deberíamos estar haciendo esto. Para ese momento pensé, demasiado, demasiado grande, hay que disminuir la velocidad, y de hecho tomé aire para decirlo, el orgasmo se detuvo en espasmos y de pronto fue completo. Me pilló con la guardia baja, al igual que hacían muchos de los orgasmos sexuales. Resultó casi doloroso para un increíble placer. Me hizo arrojar mi cuerpo a su alrededor, por encima de él, tiré mi parte superior del cuerpo contra las almohadas, una y otra vez como una marioneta cuyos hilos se han cortado. Me retorcía y gritaba, y luchaba, y bailé bajo su mando. Y se metió dentro de mí en la medida que pudo hacerlo, golpeando el final de mí cuando todavía quedaba parte de él por introducir.
Él se salió, y se frotó, porque el orgasmo me apretó a su alrededor, tratando de aferrarse a su todo mientras retrocedía para salir. Comenzó a empujar de nuevo dentro y tan fuerte como la sujeción se lo permitió. Se abrió camino dentro y fuera, mientras yo me retorcía y gritaba. Tuve que agarrarme a algo. Mis manos encontraron sus hombros, sus brazos, y los hice sangrar al descender.
Demasiado placer, demasiadas sensaciones, como si todo ese placer fuese derramado fuera de mí por la sangre que corría por su cuerpo.
Su voz llegó jadeando.
—Alimenta el ardeur pronto, Anita, por favor. Dios, pronto. No voy a durar mucho más tiempo. —Me había olvidado de lo que estábamos haciendo. Me había olvidado del ardeur. Me había olvidado de todo menos el sexo. Me llevó sólo un pensamiento, y de repente apareció el ardeur. Pero había ido demasiado lejos en el orgasmo, el placer, y nuestros cuerpos. Siempre antes, el ardeur se había sentido más, al igual que su propia presencia, pero ahora era sólo otra parte del sexo. Era como una capa extra de calor añadida a una hoguera que ya estaba ardiendo por la habitación.
Arrancó los sonidos de mi garganta, mis uñas rayaron la espalda de Micah, y sólo entonces me di cuenta de que estaba encima de mí, no por encima de mí, sino presionado por encima de mí en la posición del misionero más estándar. No me acordaba de cuando había cambiado de posición.
El ardeur me había abierto a él, y finalmente fue capaz de empujarse dentro y fuera de mí, luchando contra mi cuerpo ahora, pero entrando y saliendo. Llegó al final de mí antes de que su empuje se terminara, pero no había más de mí, ningún otro sitio a donde ir. Se levantó en sus brazos por un momento para que pudiera mirar hacia abajo por mi cuerpo hacia su carne que entraba en mí, una y otra y otra vez, y el orgasmo era casi, casi, casi. Podía sentir su cuerpo que cambiaba el ritmo, sentir que estaba cerca. El ardeur no podía alimentarse de Micah hasta que el orgasmo llegara. Era demasiado dominante, demasiado controlado; sólo con el orgasmo bajaba lo suficientemente sus escudos como para ser alimento para mí.
Gritó por encima de mí, sus caderas haciendo un último empuje que me llevó a gritar fuera de la cama, inclinando la espalda, cerrando los ojos. Grité para él mucho tiempo después de haber terminado, y se tumbó encima de mí, tratando de volver a aprender a respirar. Grité y me retorcí debajo de él, todavía atrapados en las réplicas de lo que habíamos hecho.
Cuando pudo moverse, salió de mí, y eso me hizo retorcerme de nuevo, pero casi tan pronto como salió el dolor comenzó. Que las endorfinas hubieran comenzado a desvanecerse tan rápido significaba que estaría dolorida más tarde. Pero era del tipo de dolor que no me importaba. El tipo de lesión que sería como un recuerdo, que podía sacar y mirar y recordar lo que había hecho. Recordar el placer de hacerlo con cada dolor entre mis piernas.
Micah estaba extrañamente tumbado, medio sobre su estómago, medio de lado. El brazo que estaba sobre mí sangraba. Tendría sus propios dolores y los dolores de recordar esto. Se movió, apoyándose en los codos, y vi su espalda.
Abrí la boca y dije:
—Jesús, Micah, lo siento.
Dio un respingo.
—Las uñas no suelen doler tan pronto después del buen sexo.
Asentí con la cabeza.
—Cuando las endorfinas se van rápido, sabes que estás herido. —Su espalda parecía que había sido atacada por algo con más garras que yo.
—¿Estás herida? —preguntó.
—Un poco de dolor.
Me miró con ojos serios.
—Cuando salí, había sangre. No mucha, pero algo.
—Antes hemos tenido un poco de sangre —dije.
—Sí, pero normalmente está cerca tu periodo. Esto no lo está. —Su rostro estaba serio de nuevo. Esa sombra de viejos recuerdos, antiguas novias en sus ojos.
—¿Cómo se siente tu espalda? —pregunté.
Me sonrió.
—Duele.
—¿Te lamentas?
Negó con la cabeza.
—Dios, no, fue una-cabalgada-increíble.
—Pregúntame cómo me siento —dije.
—¿Te he hecho daño?
—Ya me duele, lo que significa un poco. —Me tocó la cara antes de que pudiera apartar la mirada—. Ahora me preguntarás si me arrepiento.
Me dio esa sonrisa triste, mezcla de la suya.
—¿Te lamentas?
—Dios, no —dije—. Fue una-cabalgada-increíble.
Sonrió, y era una verdadera sonrisa. Vi desaparecer los fantasmas de sus ojos hasta que no quedó nada más que el tibio placer.
—Te amo —dijo—. Te quiero demasiado.
—Yo te amo.
Bajó la mirada a la colcha, que estaba un poco peor.
—Será mejor que nos levantemos de esto antes de dejar más sangre. —Se puso de pie, afirmándose en el borde de la cama como si sus piernas no estuvieran funcionando del todo todavía. Yo no podría haber caminado ni siquiera si una alarma de incendios se hubiera encendido, así que simpaticé.
Había manchas de sangre aquí y allá, casi esbozando la parte superior de su cuerpo. También había una mancha de carmín en donde su parte inferior del cuerpo había estado presionada contra la colcha. El blanco había sido una mala opción. Me esforcé lo suficiente como para mirar hacia abajo de mi propio cuerpo. Había sangre entre mis piernas y un poco sobre la colcha debajo de mi cuerpo.
—¿Piensas que la criada llamará a la policía? —pregunté.
Empezó a caminar tambaleante hacia la puerta. Creo que se dirigía al cuarto de baño.
—No, si le damos lo suficiente de propina. —Cogió la puerta como si se hubiera caído sin ella.
—Cuidado —dije.
Se apoyó contra la puerta un momento y luego me miró.
—Haces todo bien para mí, Anita. Me haces sentir como un ser humano en lugar de un monstruo.
—Y amas todo de mí, Micah, hasta lo último, y despiadado de mí. Haces que este bien las veces en que yo soy el monstruo. Sabes lo que hago, y aún me amas.
—No eres un monstruo, Anita, —me sonrió—. Pero eres despiadada. Pero entonces eso me gusta en una chica. —Se dirigió hacia el baño aun estando un poco tembloroso, pero moviéndose mejor. Me acomodé en la cama y esperé a que mis rodillas y muslos trabajaran lo suficiente como para caminar. Podría ser que también me sentía cómoda, iba a tardar un rato antes de que pudiera moverme.