3.

Por la forma de sonar el teléfono supo que era Maica. Cuando era ella quien llamaba, el timbre sonaba diferente: primero una especie de breve preaviso, y luego, el sonido habitual, se diría que algo más imperioso.

—Soy yo —dijo.

—Eso ya lo sé.

—Quisiera saber cuándo te viene bien que pase a recoger algunas cosas personales.

—¿Cómo es que no me lo comunicas vía abogado? El otro día me llegó una carta suya y no me hablaba para nada de cosas personales.

—Ni debiera hacer falta.

—Allá tú. Yo, naturalmente, no le contesté. Mandé su carta a mi abogado. Que ellos se entiendan.

—De lo que te hablo es de cosas sin importancia. Me pareció innecesario meter a los abogados también en eso.

—¿Un tubito de Vaseline Care?

—¿Qué dices?

—Nada. Una broma. Estoy de excelente humor aunque no te lo creas.

—Me alegra mucho.

—Pues mira: corno yo tengo un plan que me gustaría exponerte, lo que te propongo es que tomemos una cerveza juntos.

—Pero lo que yo quiero es recoger mis cosas.

—A eso me refiero. Sólo que lo que te propongo es tratarlo en un marco más amplio. Tomamos una cerveza y hablamos de todo. De tus cosas, de mi plan, de todo.

—Por mí, no hay inconveniente.

—Espléndido. ¿Cómo quedamos?

—Cuando quieras. Cuanto antes, mejor.

—Pues esta tarde a las siete, en Recoletos. En la terraza de siempre.

Pablo esperó a oírla colgar para colgar a su vez. Tomó las fotos, se sirvió un whisky y encendió un cigarrillo: mirarlas era casi una satisfacción. Le hacía gracia, le divertía corno si en lugar de fotos estuviera barajando naipes y se dispusiera a hacer solitarios. Sí: como naipes, figuras totalmente ajenas a su vida, y eso ya suponía un buen paso hacia delante en el terreno del autodominio. Dos simples cuerpos pálidos, de contornos difusos, a la vez escuálidos y fusiformes debido a la mala calidad de la imagen, posiblemente fragmentos de una cinta de vídeo centrada con poca fortuna. Parecían muñecos; peor aún, piezas de un mecanismo.

Llegó a la terraza del bar con veinte minutos de antelación. Divisó a Maica aproximándose a lo lejos, airosa, ligera, decidida. Como si acudiera a una entrevista normal. Como si todo fuera normal y ella, lo más normal de todo.

—Te veo agitada —dijo Pablo.

—Será que lo estoy aun sin saberlo. Pues tiene poco de novedad.

—¿El qué?

El que estés agitada.

Eso ya lo sé. Lo que te pregunto es lo de la novedad. No sé qué quieres decir.

—Que para ti no es precisamente nuevo eso de tener una aventura.

—Oye, yo no he venido a hablar de eso. Además, lo creas o no, no ha habido más aventuras desde que nos casamos. Si mal no recuerdo, el último en tener una aventura fuiste tú.

—¿Lo de Amparito? Eso fue antes de casarnos. Y si lo hice fue porque tú te habías visto con tu ex novio, Luis, o como se llame. Además, entonces aún no estábamos casados.

—Lo de verme con Luis fue exactamente eso, vernos, tomar un café juntos. Cuanto te empeñes en añadirle pertenece exclusivamente a tu imaginación. Y el que tú te acostaras con Amparito, como puedes suponer, me tiene sin cuidado. Si ahora estamos aquí es porque tú me querías contar algo y porque yo quiero recoger mis cosas. El resto sobra.

—Cierto. Sería absurdo resucitar viejos fantasmas.

—Y más, a estas alturas.

—Tienes razón.

—Pues vamos a lo nuestro. Te cuento lo de mis cosas.

—Cuenta, cuenta. Entretanto, podemos ir mirando estas fotos, que es lo que quería enseñarte. No, no te asustes, no son las del otro día. Éstas son mejores y quiero que las veamos con calma. ¿Por qué crees que te he citado aquí, en un lugar público? Pues porque quiero que las veamos como si fueran fotos de familia. Y luego te explico mi plan.

Le pasó el sobre con las fotos. Al atisbar el contenido, Maica hizo ademán de levantarse. Pablo la retuvo. «Quieta, quieta, no te asustes. Sólo quiero que las mires con calma y tranquilidad.» Le llenó de alegría contemplar el cambio que se registraba en la expresión de Maica, normalmente tan estirada: su asombro, su pavor.

—Mira, aquí se la estás chupando. Y aquí y aquí. No son muy buenas, pero se te reconoce perfectamente. Aquí tú estás de cuatro patas y él, detrás. ¡Ni que te estuviera dando por el culo! Parecéis perros. Enganchados como perros. Desde luego que lo que parece es que te esté dando, fíjate...

—¿Quieres verme tranquila, no? —dijo Maica—. Bien, pues mira con qué tranquilidad me largo.

Pablo la retuvo de nuevo.

—Si te largas, no hay trato. ¿Qué crees que voy a hacer con ellas?

Maica volvió a sentarse.

—¿Darlas a tus abogados? ¡Y a mí qué! Lo que yo quiero es, precisamente, que nos divorcien cuanto antes. Con estas fotos será más fácil.

—No, no es eso. Estás confundida. Una vez más te estás equivocando conmigo. ¿Me tomas por un imbécil? Yo no quiero que se las guarde un juez. Lo que yo quiero es que circulen, que si llegan al juez sea porque son de dominio público. Que todo el mundo sepa qué cara pones cuando la chupas. Y lo mucho que te pareces a una perra cuando te pones de cuatro patas. No sé si te van a caer muchos encargos después de esto. ¿Quién va a querer que tú le montes una exposición? ¡Como no seas tú misma la que se exponga a cuatro patas!

Según Pablo elevaba la voz y perdía visiblemente el control de sí mismo, Maica se fue serenando. Le dejó terminar y entonces se echó a reír.

—Tú, en cambio, venderás muchos más libros —dijo incorporándose.

—¿Qué quieres decir?

—Lo que he dicho: que venderás muchos más libros, de eso puedes estar seguro.

—¿Por qué? ¿Qué piensas hacer?

—¿Yo? Nada. Tú eres quien lo hace todo. Encargas que nos saquen fotos, las difundes, todo. Te harás muy popular. A mí nadie va a dejarme de encargar nada por haber tenido un marido cornudo. Y no te digo nada del prestigio que vas a dar a Máximo. Todos salimos ganando.

Se desasió de un tirón y se alejó con paso decidido.

—¡Ven aquí! —gritó Pablo, conteniéndose para no abalanzarse sobre su espalda.

Miró en derredor: la gente de las otras mesas, el camarero que aguardaba de pie a la entrada de la terraza. ¿Habría oído alguien algo?

No había sido una buena idea citarla allí. Tampoco, enseñarle enseguida las fotos. Se había precipitado en todo. Y Maica ni siquiera pudo llegar a decir cuáles eran las cosas que deseaba llevarse, probablemente efectos personales, un dato que Pablo estaba ansiando conocer. Y se las había arreglado para no darle oportunidad de que lo revelara.

Se terminó la cerveza y se levantó sin prisas. No había visto caras conocidas y el camarero parecía estar papando moscas.

Procuró demorarse ante un quiosco próximo, como interesado en las revistas expuestas, y luego siguió paseando. En cualquier caso, lo importante era que esta vez Maica no iba a poder arramblar con sus cosas aprovechando que él dormía, corno hizo a la mañana siguiente de la noche en que se largó. Sabía que él no se levantaba hasta las diez, y arrambló con lo que pudo con ayuda de Manoli. Pero ahora Manoli tenía órdenes terminantes de no dejarla entrar, y él se había encargado personalmente de cambiar la cerradura.

Ahora las fotos le hacían daño, daño físico, en el pecho, y con gusto las hubiera destrozado. Ver al tío aquel, haciendo lo que quería con el cuerpo de Maica. Y a Maica complaciéndole, a la vez sumisa y vehemente, entregada como una esclava y exultante corno una diosa. Corno si al tipo le fuera debido todo lo que a él le era negado. Un tipo de lo más engreído, seguro de sí mismo, seguro de gustar, de volverlas locas. Pero lo último que debía hacer con aquellas fotos era destruirlas.

Además, aparte de enfurecerle, algo había en ellas que, al mismo tiempo, le excitaba. Actos, posturas, detalles que, al mismo tiempo que dolor, le producían excitación. Por defectuosas que fueran las copias. Cosas que nunca había imaginado en relación a Maica. Ni siquiera al principio, cuando aún se llevaban bien. Porque, de un tiempo a esta parte, todo se reducía a estimularle el clítoris antes de penetrarla, o a bajarse al pilón, como decían en la mili. Y eso, de higos a brevas. Y ella, tiesa como una escoba. Como si lo que él hacía no fuera infalible con las mujeres; como si para ella eso no contase. Era raro que en ninguna de las fotos estuvieran haciéndolo. Pura casualidad, seguramente.