Todavía no se ha presentado ningún cliente francés y los dos que acaban de entrar tampoco lo son: uno es alto y el otro más bajo. A pesar de todo, a Champignon se le acelera el corazón…
El cocinero se quita el sombrero y les dedica una reverencia elegante:
—¡Dos campeones brasileños en mi restaurante! ¡Qué honor!
—Así es. Mi amigo y ex compañero de equipo, Zidane, me ha recomendado que si quiero saborear buena cocina francesa, que visite Pétalos a la Cazuela —añade Marcelo, el defensa del Madrid.
—Para mí es un honor que mi también buen amigo Zizou recomiende mi cocina con tanto entusiasmo —contesta el cocinero sonriendo—. Siéntense y decidan con tranquilidad qué les apetece.
Marcelo y Alves estudian la carta, mientras Champignon se dirige hacia la mesa donde está un hombrecillo elegante, que lleva una pajarita roja al cuello. Es delgado, pero debe de tener buen apetito. Ha comido de todo y ahora pide tres postres…
Marcelo y Alves no pueden cometer excesos: son dos atletas y tienen que cuidar su dieta.
—¿Cómo son estas albondiguillas al nomeolvides? —pregunta Marcelo.
—¡Inolvidables! —responde Champignon.
El cocinero regresa a la cocina, pero antes de plantarse delante de los fogones llama a Tomi. Cuando van a tomar el postre, los dos campeones del mundo están rodeados por los Cebolletas al completo.
—Marcelo y Alves —anuncia el cocinero—, les presento el equipo que entreno, modestia aparte: ¡los míticos Cebolletas!
—¿Cebolletas? —dice Alves—. ¡Es un nombre bellísimo!
Los dos jugadores chocan la mano de los chicos, pero Sara y Lara no se quedan satisfechas.
—¿Podemos daros un beso? —preguntan las gemelas—. Sois nuestros futbolistas preferidos. ¡Tenemos colgados vuestros posters en la habitación!
Sara y Lara besan a Marcelo en cada mejilla y luego hacen lo mismo con Alves, que pregunta con curiosidad:
—¿Y por qué somos vuestros jugadores favoritos? Metemos pocos goles y jugamos bastante duro…
—¡Porque a nosotras también nos gusta dar patadas! —responde Sara.
Los Cebolletas sueltan una carcajada.
También sonríe Marcelo:
—¡Nosotros no damos patadas! ¡Jugamos con mucha fogosidad, pero procurando no cometer faltas!
—Eso es lo que quería decir mi hermana —aclara Lara—, solo que se ha explicado un poco mal… Nosotras también somos defensas, como dice nuestro míster, tenemos garra para regalar.
—¿Cómo conseguís que vuestros equipos ganen siempre? —pregunta Becan.
—Nuestro secreto es la amistad —responde Alves—. Siempre estamos muy unidos, en el campo todos nos sacrificamos por los compañeros y no nos peleamos nunca.
—El lema de los Cebolletas es: «Somos una flor, no pétalos sueltos» —explica Tomi.
—Una idea estupenda —continúa Alves—. Amistad y diversión: si el fútbol es hermoso es por eso.
—Marcelo, cuando te hacen una falta muy violenta, ¿te hace mucho daño? —pregunta Sara.
—Más que daño, muchas veces lo que es desagradable es que alguien estropee un partido bonito —responde Marcelo—. Sobre todo cuando hay muchos niños mirando la tele.
—¿Y es verdad que muchas veces, después de un encontronazo en un partido, no conseguís hacer las paces entre vosotros? —pregunta Lara.
—Es que de mayor se olvida uno muy a menudo de cómo hacerlo… —contesta Marcelo—. A los niños os cuesta mucho menos pedir perdón.
—Pero estoy seguro de que todos vosotros —dice Nico—, como grandes deportistas que sois, acabáis siempre encontrando el momento para daros la mano y ser amigos como antes.
—Sí, así es —afirma Dani Alves—. Lo único que hace falta es encontrar el momento justo y el lugar apropiado.
Champignon interviene para dar por concluida la charla:
—Chicos, dejemos que nuestros amigos acaben los merengues a la rosa, porque si no se les hará tarde. Mañana por la mañana tienen que entrenar.
Tomi les regala a cada uno una camiseta de los Cebolletas.
—A partir de hoy —promete Marcelo—, los míticos Cebolletas tendrán dos nuevos y ardientes hinchas.
Miércoles por la tarde. Es el día de la exhibición en el gimnasio de judo. Fidu, con su uniforme y su cinturón amarillo, saluda a los amigos.
—¿Estás en forma, campeón? —pregunta Tomi.
—Sí, pero estoy un poco preocupado —contesta el antiguo portero de los Cebolletas.
—¿Tienes miedo de hacer el ridículo?
—No, al contrario —responde Fidu—. En el sorteo me ha tocado Liao. Tendré que luchar con él.
—Pero ¡si es la mitad de grande que tú! —exclama Nico.
—Precisamente por eso —aclara Fidu—. Tendré que tener cuidado de no hacerle daño.
—De vez en cuando podrías fingir que te tira al suelo, como hacías conmigo en la playa de Río de Janeiro —sugiere el número 10.
—¡Buena idea, Nico! —concluye Fidu—. Ganaré el combate, pero dejaré que Liao también se luzca.
Los dos Cebolletas van a instalarse en las gradas. Fidu se sienta con las piernas cruzadas al borde del tatami, el colchón sobre el que tendrá que hacer su exhibición. Empiezan los combates.
—Ahora le toca a él —avisa Nico.
Fidu y Liao se ponen uno delante del otro sobre el tatami, se saludan con una inclinación y luego el instructor indica el principio de la lucha. Fidu pone las manos sobre los hombros de Liao, que hace lo mismo con él y, durante unos segundos, se quedan quietos, formando una especie de puente.