—¿Y desde cuándo eres oriental? —pregunta el número 9 de los Cebolletas, que ha cogido la raqueta.
—Desde que practico el noble arte del judo —responde Fidu—. Adelante, capi, ahora te daré una lección a ti también.
El partido está de lo más igualado. Tomi demuestra que posee una gran técnica también al ping-pong. Su especialidad son los tiros con efecto, con los que responde a los ataques de Fidu.
Liao, Nico, Becan y João sueltan una carcajada.
Fidu mira su cucurucho con cara de decepción: tendrá que tirarlo. Limpia la pelotita con un pañuelo de papel y sigue jugando, pero el partido acaba enseguida porque, después de un mate de Tomi, la pelota va a parar al callejón y es aplastada por la bici de Pedro.
—Vaya, lo siento… —se excusa el delantero centro de los Tiburones Azules, que como siempre lleva el pelo recogido en una coleta—. No lo he hecho aposta.
—Claro que lo has hecho aposta —responde Fidu—. ¡Te he visto girar el manillar para aplastar la pelota!
—Te equivocas, luchador —rebate Pedro—. En cualquier caso, dile a tus amigos de los Cebolletas que, si por casualidad llegan a la final, los aplastaremos como a esta pelotita. —Levanta la bici y se aleja hacia la verja, seguido por los compañeros de los Tiburones, que se ríen divertidos.
—No le hagas caso, Fidu —trata de calmarlo Nico—. Vamos a buscar al padre Calisto para que nos dé otra pelota.
El sacerdote acaba de aparcar su coche azul delante de la iglesia.
—¿Que han caído gotas? —pregunta don Calisto, que es un poco duro de oído—. ¡Pero si hace sol!
—¡Pelota! ¡Gotas, no; la pelota! —explica Tomi, enseñándole la que lleva, aplastada por la rueda de la bici.
—¡Ah, pelota! Entiendo. Las tengo en casa. Os daré otra, pero primero ayudadme a descargar el coche —propone don Calisto—. He comprado unos geranios maravillosos y hoy los plantaré en mis macetas. ¡Las flores son mi pasión!
Los chicos cogen los geranios del maletero del coche y los llevan al interior de la parroquia, junto a la casita del sacerdote, que luego sube a su piso y les tira por la ventana una nueva pelota.
Mientras van hacia la mesa de ping-pong, oyen a Sara, que grita:
—Pero ¡cómo se atreve! ¡Le haré tragarse el boli que lleva en la oreja!
En el tablón de anuncios, Tino ha colgado su artículo con la nota que ha dado a los Cebolletas por el partido contra el Real Baby.
A Sara le ha puesto un seis, con esta valoración: «Mejor en la portería que en defensa. De hecho, las niñas están acostumbradas a jugar con muñecas y a hacer ganchillo: usan más las manos que los pies».
También se enfada Dani:
—Me ha puesto un 5…
El MatuTino dice de él: «Dani-Espárrago es tan alto como un farol y le han metido un gol como si fuera un enano…».
—Tino se divierte tomándonos el pelo y creando polémica. ¡No volvamos a leer el MatuTino! —propone Lara.
—Tienes razón —aprueba Dani—. Si se nota que nos hemos enfadado, el único que se pondrá contento será él. Además, no tiene ni idea de fútbol…
—Bueno, no estoy seguro —dice Nico, que tiene un 8 y mira su nota en el tablón con los ojos brillantes—. El periodista ha sabido apreciar mi gran clase…
—¡La verdad es que eres un empollón hasta cuando juegas al fútbol! —bromea Fidu, dándole una palmada en el hombro que hace que casi se le caigan las gafas.
—Me parece —señala Tomi, con el tono de un capitán— que, en lugar de perder el tiempo con el MatuTino, sería mejor que estudiáramos los resultados de nuestros adversarios. ¿Habéis visto? El Dinamo, con el que nos enfrentaremos el próximo domingo, ha ganado por 4 a 1 al Arco Iris. Deben de estar en forma.
—Y están a un solo punto de nosotros —añade Becan—. Si nos ganan, nos adelantarán y ya podemos despedirnos de la gran final…
—También han ganado los Diablos Rojos, para variar —dice João, leyendo los resultados en el tablón—. Siguen en cabeza de la clasificación y nos sacan dos puntos.
—Ya pensaremos en ellos cuando llegue el momento —sugiere el capitán de los Cebolletas—. Ahora concentrémonos en el Dinamo. ¿Os acordáis de lo grandes que eran?
—Sí —responde Sara—. Su número 9 era una verdadera fiera. Y el número 5 podría echar abajo un muro de un balonazo…
—Ahí viene el señor Champignon —avisa João—. Hoy tendremos que entrenarnos a fondo. Nos espera un partido difícil.
El cocinero-entrenador, vestido con un chándal, se dirige hacia los vestuarios con el saco de los balones a la espalda.
—¿Por qué no te quedas a entrenar con nosotros? —pregunta Becan a Fidu.
—No puedo, tengo que ir al gimnasio. La próxima semana haré mi primera exhibición como cinturón amarillo. ¡Y quiero lucirme! —contesta este.
Los Cebolletas se van a los vestuarios pensando todos lo mismo: una flor a la que le falta un pétalo no es la misma flor. Era hermosa cuando también jugaba Fidu.
En la puerta del despacho del señor Armando está colgado un letrero negro: una calavera con dos huesos cruzados, como la bandera de los piratas, y el mensaje «Peligro de muerte».
Tomi, lleno de curiosidad, llama a la puerta con mucha cautela.
—¡Adelante! —dice la voz de su padre.
Sobre la mesa del despacho hay desparramada una infinidad de trocitos de madera. El padre de Tomi le enseña una caja sobre la que se ve dibujado un espléndido velero.
—¡El velero del Corsario Negro! —le aclara con orgullo—. Hacía años que lo quería construir. Será una gran obra: ¡750 piezas! Una reproducción idéntica al original hasta en los más pequeños detalles. Me harán falta mucha paciencia y habilidad. Y yo, modestamente, tengo las dos cosas.
—¿Por qué has colgado ese letrero en la puerta? —pregunta Tomi.
—¡Porque ya te estoy viendo entrar con tu pelota y rompiendo en mil pedazos mi obra de arte! —responde el padre, mientras saca un cañoncito de la caja—. Así que, por favor, nada de balones aquí dentro. ¡O te disparará el Corsario Negro!
Tomi sonríe y vuelve al salón.
—¡Me olvidaba, Corsario Negro! Acaba de telefonear la princesa Eva. Quiere que la llames o le envíes un mensaje en una botella…
Tomi marca el número de Eva que, con una voz de lo más alegre, exclama:
—¡Tengo una gran sorpresa!