—Ninguna novedad —dice la madre de Tomi, sonriente—. Trabajando, como de costumbre. Tengo correo para usted…
Champignon lee las letras doradas del sobre, pone unos ojos como platos y se deja caer sobre una silla.
—Señor Champignon, ¿se encuentra mal? —pregunta Lucía, preocupada.
El cocinero se seca la frente con un pañuelo, afloja el nudo del fular que lleva al cuello y explica:
—Si es lo que creo, voy a sentirme estupendamente…
Se seca las manos en el delantal, abre el sobre con manos temblorosas y lee la carta. Luego se levanta de un salto y da un gran beso en la mejilla a la madre de Tomi:
—¡Querida Lucía, me ha traído la mejor noticia posible!, ¡soy candidato al Tenedor de Oro! ¡El Tenedor de Oro! ¿Sabe lo que quiere decir eso?
—Ni idea… —sonríe Lucía, divertida ante tanto entusiasmo.
—Todos los años —explica Champignon—, la asociación de los cocineros más prestigiosos de Francia premia al mejor restaurante francés en el mundo. En esta carta me anuncian que estoy entre los tres primeros candidatos, junto a un restaurante de Nueva York y otro de Londres. ¿Comprende? ¡Puedo ganar el Tenedor de Oro, que para un cocinero es como ganar la Copa del Mundo!
—¿Y cómo lo eligen? —pregunta Lucía.
—Muy fácil —contesta el cocinero—. Enviarán a un catador a los tres restaurantes, y después escogerá el mejor. Naturalmente, vendrá de incógnito y no se presentará.
—Entonces lo que tiene que hacer es tratar con guante blanco a todos los clientes con acento francés —sugiere la madre de Tomi.
—¡Tendremos que ser impecables! Tener siempre las mejores flores y los mejores platos. Tendré que cocinar a la perfección y vosotros, queridos amigos —dice Champignon a los padres de Becan, que acaban de entrar en la cocina—, tendréis que sacar lustre a los platos y los vasos. ¡Podemos ganar el Tenedor de Oro!
Los padres de Becan se miran algo sorprendidos. Lucía sonríe y vuelve a coger la bici. Tiene que entregar más correo en el barrio.
Jueves por la tarde. Todavía faltan un par de horas para el entrenamiento y los Cebolletas están jugando al ping-pong en el patio de la parroquia. De pronto, aparece Fidu con su collar de lucha libre al cuello y un nuevo amigo, que presenta a todos:
—Se llama Liao. Es un mago del ping-pong y de las cometas, como todos los chinos. Y observándome en el gimnasio se convertirá también en un gran judoka…
Liao, pequeño y delgado, tiene una sonrisa simpática y el pelo negro azabache cortado a tazón. Saluda a todos los Cebolletas con una inclinación amable.
Fidu reta enseguida a João, que juega mucho mejor con el balón. El ex portero de los Cebolletas pega un mate detrás de otro y puede permitirse chulear: con una mano sujeta la pala y con la otra un cucurucho de helado.
—¡Veintiuno! —grita triunfalmente Fidu lamiendo encantado su helado—. Has perdido, amigo. ¡Que pase el siguiente!
João deja la pala sobre la mesa y dice con cara de decepción:
—Cuestión de suerte…
—¡Qué tendrá que ver la suerte! —rebate el ex portero engullendo un trozo de helado a la stracciatella—. ¡Los orientales somos unos maestros del ping-pong!