
A) La Tranquilidad.
B) La Naturaleza.
Cuando se lo dije a mi padre se quedó pensando y luego me
dijo que se arrepentía de haber reclamado en el colegio el test de
inteligencia que me hicieron: «¡Es imposible que una hija mía tenga
un coeficiente tan bajo! Como era un colegio privado me lo subieron
un poco». Mi padre dice que empieza a pensar que el primer
resultado era el verdadero. Quiere minarme la moral y que me vuelva
a España, pero de eso nada.
Puede que en el aspecto A (Tranquilidad) me equivocara un
poco, porque, joder, es que fue bajarme del taxi y empezar a caerse
edificios; pero lo que yo digo, con el miedo la gente se achanta y
no sale. En definitiva, reina la tranquilidad. Está mal que yo lo
diga, pero estoy contribuyendo bastante a la reconstrucción de
Nueva York. Ha sido una suerte para ellos tenerme
aquí.
Un día Giuliani dijo que para ayudar a la ciudad había que
gastar un poco más. «¡Ése es mi alcalde!», pensé. Luego me
decepcionó porque la cantidad de más que nos pedía eran cinco
dólares. Lo que yo digo: ya que ayudas, te tiras a la
piscina.
Dirán ustedes que es muy fácil gastar cuando se tiene detrás
un gran periódico haciéndose cargo de los gastos. Un momentito,
quede claro que a mí no me paga nadie nada. Yo hago las cosas por
vocación, no soy de esos corresponsales que con gélida frialdad
pasan la cuenta de los gastos. Todo corre de mi bolsillo. Soy
supermachadiana: «Al cabo nada os debo,
debeísme cuanto he escrito / con mi dinero pago / etcétera». Al
hilo de esto dice mi padre que el primer test de inteligencia dio
demasiado alto.
A veces voy a actos gratuitos para que descanse la tarjeta.
Ésa fue la razón por la que fui al Desfile del Columbus Day. Y para
decirle a Rudy (Giuliani) que me paso el día reconstruyendo Nueva
York. Mas no lo hallé. Vi desfilar a soldados que hacían
malabarismos con el rifle como si fueran majorettes. Pelín mariconada. Incluso me pareció que
a alguno se le iba la mano como a Kevin Kline en In and out. O será que mis amigos gay me tienen la mente deformada.
Yo me integro enseguida, no como esos corresponsales que
encima de ir a gastos pagados cuentan la feria sin implicarse. Yo
me hago partícipe: fue llegar la banda de soldaditos tocando
God bless America y es que se me saltaron
las lágrimas a borbotones. Una señora que también se hacía
partícipe me dio un kleenex. Claro que ella
lloraba de emoción; yo lloraba, coño, porque dicha canción es que
me tiene los nervios alterados. Te la cantan por la radio, por la
tele, un trompetista que se coloca aquí abajo la toca por las
noches. Estoy en un tris de decirle: «Oye, que las criaturas
tenemos un límite», pero no puedo: me falta nivel de inglés.
También desfilaron representantes de todos los países con su
bandera correspondiente. Me quedé con la ilusión de ver a Chencho
Arias portando la bandera española. Pero ni rastro de Chencho.
Sentí un vacío diplomático.
En cuanto a la parte B (Naturaleza) por la que me vine a
Nueva York está más que cubierta. A mí me gusta la naturaleza tipo
Central Park, rodeada de rascacielos.
Por las mañanas voy a pasear con mi CD de Judy Garland, y
según me veo en un puentecillo solitario interpreto a grito pelao
el Over the rainbow. Ayer me interrumpió la
interpretación un grupo de madres que hacen gimnasia con los
carritos de los bebés, guiadas por una monitora. Aquí todo el mundo
se agrupa. El mes pasado le pregunté a la monitora si me podía
apuntar, pero me dijo que si no llevaba un hijo en un carrito no
podía admitirme. Le dije que podía llevar a mi hijo de dieciséis
años y dijo que con esas condiciones mejor me apuntaba al grupo que
van empujando una silla de ruedas. Mi hijo dijo: «Vale, vale,
alquilamos una», pero a mí me pareció una falta de respeto a las
minorías. Y eso que aquí hay muchos paralíticos falsos. Hay unas
sillas de ruedas que te cagas, a motor, con marchas, con mesita
como las de los aviones. Una monada. Pero luego ves a la señora que
va sentada que de pronto se levanta a comprar el periódico. No me
parece serio.
Habrán notado que no he hablado de mi santo en todo el
artículo. Le estoy haciendo el vacío porque no me quiere acompañar
a un espectáculo de marionetas que está teniendo un éxito atroz.
«Saca el niño que tienes dentro», digo (emulando a Pedro Ruiz). Son
unos tíos que hacen muñecos sirviéndose de sus miembros viriles.
Quisiera ir para que ustedes tuvieran una información de la cultura
en este Nueva York en tiempos de crisis. Pero mi santo dice: «Yo no
voy a ir ahí a ver a unos tíos tocándose la polla». Lo encuentro
reaccionario.