
Son muchas cosas en las que yo voy notando la conjunción de
nuestras almas. Por ejemplo, sé que hay gente que ha comentado
maliciosamente que nos ha visto en restaurantes y que no nos
dirigimos la palabra, como si fuéramos uno de esos matrimonios
amargados. Muy bien, ésa es la apariencia; la realidad es que ya no
nos hace falta hablar, hemos pasado a un nivel superior: lo que él
va a decir ya lo tengo yo en la cabeza, y lo que yo le voy a
contestar él ya se lo imagina. Más cosas: hay veces que tengo que
escribir uno de estos artículos y no siempre estoy de humor, porque
tengo trastornos hormonales, porque estoy hasta los huevos de
escribir estos artículos, por lo que sea, pues le digo, «Cariño,
escríbemelo, que yo escribiré el tuyo cuando estés espeso». ¿Lo
nota la gente? Qué va a notar. Más: muchas mañanas me dice mi
santo, «¿Te parece que hoy haga unas albóndigas?», y resulta que yo
misma me había levantado ya con cuerpo de albóndigas. Otra prueba:
el tránsito intestinal, está feo decirlo pero podemos pasar de la
contención al explayamiento casi a la par. ¿Tiene la ciencia
explicación? Dice el maestro que estos fenómenos paranormales se
dan entre parejas hiperunidas, del tipo Víctor Manuel y Ana Belén.
Este verano hemos comido unos melones llamados Víctor Manuel. Venía
el nombre con la foto del niño del melonero. Según me dijo el
frutero, la sandía se llama Ana Belén. ¿Es que no es esto una señal
de que hay algo cósmico en esa relación? Conste que yo no lo
envidio: a nosotros nos caduca el pasaporte el mismo día. Son
señales de que hay algo que nos trasciende. Mi santo dice que está
preocupado por los porros del carnicero, y el otro día oí que le
decía a Juan Cruz por teléfono: «Tal vez la he tenido en el campo
demasiado tiempo».