
Al día siguiente me puse a leer bajo el ciruelo. El cartel
pegado al árbol decía eso: «Ciruelo», aunque pensé, qué ciruelas
más raras está dando este árbol, tan peludas, tan amarillas, me
recuerdan a Erice. Extraña asociación de ideas. Ahora sospecho que
mi santo me está cambiando los carteles que me había escrito para
que distinguiera los árboles. A él le hace mucha gracia que yo
diga: «Aquí estoy, debajo del ciruelo», y en realidad sea un
membrillo. Es la venganza del niño de campo a la niña de ciudad.
Pero eso no es lo que iba a contar. Resulta que, de pronto, vi a
Evelio, el albañil con el que estamos pasando el verano, que salió
de casa con una escoba. Por un momento pensé: «Evelio, que va a
barrer el césped». Pero no, Evelio fue al borde de la piscina y
empezó a dar golpes en el suelo. Entonces comprendí que mi santo,
aún dormido, siempre tiene razón: una rana vivía entre nosotros.
Tuvimos que sujetar a Evelio para que no se la cargara porque no
entendía muy bien para qué queríamos una rana
viva.
Durante unos días no nos bañamos para no molestar a la rana.
A la caída de la tarde el animalito se tiraba a la piscina y se
hacía varios largos. Por las noches oíamos plof y plof y yo soñaba con
las huertas de mi santo: los dos éramos niños y él me decía: «Algún
día yo tendré mi propia rana y mi propia piscina», y yo le decía:
«Yo escribiré artículos sobre ranas en el periódico El Mundo» (así era el sueño). Un día nuestra rana
hizo algo fantástico: saltó a una raqueta hinchable de los niños y
fue de un lado a otro de la piscina en aquella raqueta que se movía
con el viento. Como si fuera el Príncipe (encantado) en Mallorca.
El final de la historia es que ayer la rana desapareció. A mi santo
se le ocurrió mirar en el interior del limpiafondos: allí estaba,
muerta. El tubo se la había tragado. A nuestros jóvenes mastuerzos
la pena se les pasó pronto. Pero mi santo y yo nos quedamos un rato
mirando aquel cadáver diminuto. Evelio nos observaba desde su zanja
pensando seguramente que somos gilipollas. Y se echó a reír cuando
vio que el perro se llevó entre los dientes la rana
muerta.