CAPÍTULO XXII

DESBARAJUSTE GENERAL

DOC Savage estaba corriendo. No gritaba y corría doblado sobre sí, dedicando toda su energía a aumentar la velocidad de su carrera. Los demás prisioneros debieron oír lo que dijo previamente en maya.

Les habían comunicado lo que pensaba intentar, aconsejándoles derivar la atención de sus enemigos si les era posible.

Doc sabía dónde se encontraba la cabaña en la cual Renny estaba encerrado.

Miró en su dirección y vió que el guardia se disponía a disparar sobre él.

EL hombre de bronce llevaba consigo una pistola que había pertenecido a uno de los guardias. Blandió el arma,...

El hecho de que no llevaba nunca armas de fuego, no quería decir que fuese mal tirador. Había invertido más horas practicando su puntería que una mecanógrafa intentando perfeccionar el uso de la máquina de escribir.

Apretó el gatillo, alcanzó el guardia en la pierna izquierda y el hombre cayó gritando. Renny salió y le redujo al silencio con un formidable puñetazo.

Se oían varios disparos y las balas convergían hacia el hombre de bronce.

Este se movía de un lado a otro.

La maquinaria que proyectaba las ondas magnéticas al cielo, se hallaba al otro lado de una pequeña loma. Doc subió hasta la cumbre, divisó el edificio y se le acercó.

Era circular y tenía un techo móvil que podía correrse en su sitio en caso de tormenta. La alteración de la temperatura normal en la región ocasionaba, sin duda, tempestades y de ahí la precaución y la fuerte construcción del edificio de la maquinaria.

Un motor a gasolina provisto de gran número de cilindros, giraba rápidamente en el interior del edificio.

Doc llegó a la puerta que era baja y cuadrada y se metió en el interior. Dos hombres se le enfrentaron, portadores de fusiles. Eran guardias que, sin duda, no habían oído el tiroteo debido al ruido que hacían el motor de gasolina y las dínamos.

Doc tiró su pistola y tocó a uno de los guardias, dejándole sin aliento.

El segundo guardia que luchaba con su arma, sin poder quitarle el seguro, intentó batirse en retirada..

No hizo más que un paso atrás antes que un puño metálico le alcanzase en la mandíbula. El hombre cayó y perdió el arma, pero no perdió el conocimiento, puesto que el golpe había sido ligero.

Se levantó y echó a correr. Doc le persiguió, pero vió algo y desvió a la derecha.

Derek Flammen y Cheaters Slagg llegaban acompañados de Thurston H. Wardhouse. Flammen y Slagg iban armados y empezaron a disparar.

Dando un salto a la derecha, Doc Savage se ocultó detrás de la dínamo.

—¡Ve a la derecha! —gritó Flammen.

—O. K., jefe! —contestó Slagg.

Se oyeron pisadas rápidas detrás del edificio, Doc notó una leve vibración en el suelo, además del temblor engendrado por la dínamo.

De pronto, Slagg empezó a blasfemar.

—¿Qué pasa? —aulló Flammen.

—¡Mis lentes! —chilló Slagg—. Ese maldito Wardhouse me las ha arrancado y la luz me hace daño en los ojos hasta el punto que no veo...

Un golpe cortó su queja.

Doc alcanzó una caja de metal que estaba a su lado y la vació. Contenía herramientas... Se apoderó de un martillo con la mano derecha y de una llave inglesa, de unos alicates y de un formón en la izquierda.

Eran las herramientas más pesadas que había en la caja.

Tiró el martillo a la cabeza de Flammen tan pronto como le vió. Flammen era ágil y estaba ojo avizor. Esquivó el golpe y simultáneamente disparó, pero la bala se perdió.

Quiso volver a disparar y Doc le tiró los alicates que esquivó igualmente, aunque no pudo esquivar la llave inglesa que le tocó en el hombro y le hizo soltar el revólver.

Flammen dio media vuelta y echó a correr.

Wardhouse y Slagg daban tumbos en el suelo como gato y perro. Flammen se paró para dar una patada a Wardhouse en la cabeza y Wardhouse cayó inerte.

Flammen recogió a Slagg y corrió con él hasta una puerta trasera por la cual salió.

Tan pronto como Flammen y Slagg hubieron salido, las balas empezaron a entrar.

Doc Savage se hizo a un lado, alcanzó la puerta sin ser herido y la cerró de golpe. A continuación, miró en torno suyo.

Las paredes habían sido hechas a prueba de balas y para resistir a los elementos. Esta circunstancia favorecía en la actualidad a Doc.

Doc se acercó a Wardhouse. Este tenía una herida de bala en el muslo.

Debió ser herido mientras yacía sin conocimiento por uno de los proyectiles que penetró por la puerta, aunque la sangre no manaba peligrosamente de su pierna.

Doc se irguió y lanzó una ojeada a su alrededor. Era la primera vez que veía el aparato. Este era aproximadamente lo que esperaba.

Las ondas eran creadas, desde luego, por el aparato, que no difería mucho en aspecto del mecanismo de una poderosa emisora de radio.

Había incluso una antena, pero de forma distinta, colgada sobre el aparato.

Se parecía a una gran telaraña de barras de cobre.

Había lámparas, numerosos hilos condensadores y tableros negros que soportaban contadores de oscilantes agujas.

Doc recogió las armas que el cuarteto vencido había dejado caer y se acercó a la puerta.

Sus ayudantes luchaban para abrirse camino hasta la instalación proyectora de ondas.

Todos habían logrado escapar de sus cabañas en las que se les retenía prisioneros.

Doc Savage vació uno tras otro todos los revólveres, disparando lentamente y con eficacia. Su puntería era notable. No infligía heridas que, con cuidados normales, pudiesen ser peligrosas.

Desconocía las armas que empleaba y todas eran distintas, pero tan sólo dos veces erró el tiro y eso porque a dos de los revólveres les faltaba la guía.

Sus disparos hicieron efecto y sus amigos no tardaron en llegar.

—¡Maldición! —exclamó Monk—. Aquí estamos, pero ¿qué sacaremos con ello?

No esperó una contestación y, agarrando su marrano, Habeas, por una oreja, le sacudió como prueba de cariño.

Thurston H. Wardhouse volvió en sí e intentó ponerse de pie. Gimió fuertemente, se apretó la herida y volvió a dejarse caer en el húmedo suelo.

Doc Savage se le acercó: —El proyector no está funcionando con la máxima fuerza, ¿verdad?

Wardhouse parpadeó, mirando los contadores: —No.

—Si se le da toda la fuerza ¿habrá mucha diferencia? —preguntó Doc—. ¿Hará que la mayor cantidad de rayos cósmicos penetren en la atmósfera?

—Muchos más.

Renny exclamó: —¡Rayos y truenos! ¡Ven aquí, Doc!

Renny estaba mirando por la puerta y Doc se le reunió.

—Mira —dijo Renny.

Desde donde estaban veían el valle y en éste una excavación bastante considerable. Unas largas mangueras la cruzaban y habían construido allí varios depósitos.

—Ahora comprendo —añadió Renny—. Era de la única manera que podían apoderarse del género. Les habría costado demasiado llevarlo por aeroplano a la costa antes de extraerlo. Era preciso que tuviesen agua para trabajar en los yacimientos y ésta está helada todo el año en esta región, de manera que es probable que no había agua hasta que montaron ese aparato que engendra calor.

Monk se acercó y miró: —¡Una mina! ¡Trabajan en un yacimiento arenoso con fuerza hidráulica y presas!

Renny llamó: —¡Wardhouse!

—¿Sí?

—¿Qué extraen esos pájaros?

—Platino —contestó Wardhouse—. Hay oro también. ¿No lo sabíais?

—No —contestó Renny—. Pero me parece recordar que deseaba saberlo.

Wardhouse iba a contestar, pero en vez de eso, prestó el oído.

Derek Flammen, estaba gritando.

—Tenemos bombas en los aeroplanos. ¡Salid de ahí u os haremos saltar al infierno!

La amenaza era brutal y concreta.

Monk murmuró: —Tal vez podremos tumbar sus aeroplanos...

—No seas tonto —le dijo secamente Ham—. Es imposible hacerlo con rifles y más tratándose de tres aeroplanos.

Flammen gritó desde fuera: —No voy a esperar aquí mucho tiempo. ¿Sí o no?

Doc Savage se acercó rápidamente a Wardhouse.

—Le sostendré. Ayúdeme a aumentar la radiación del aparato.

Wardhouse crujió los dientes mientras Doc lo sostenía y empezó a manipular botones y palancas.

EL ruido de la dínamo aumentó en intensidad al abrirse completamente el gollete. Las agujas indicadoras se inclinaron hasta los sectores rojos que marcaban un exceso de presión.

Doc Savage ayudó a Wardhouse, manipulando él también los controles.

—¡Caramba! —exclamó Wardhouse—. ¡Parece conocer el funcionamiento de este aparato!

Doc contestó: —He hecho experimentos de este género en otras ocasiones. ¿Cuánto tiempo lo ha experimentado usted con este sistema?

—Unos meses. ¿Por qué?

—A menos de que me equivoque —le dijo Doc,— todos los que quedan expuestos a esos rayos sufren quemaduras que no son aparentes al principio, pero salen después, por el estilo de algunos tipos de envenenamientos por radio y requieren tratamiento.

—Temí esto —admitió Wardhouse—. Quería experimentar más detenidamente, pero Flammen y Slagg no dejaban de acosarme.

Flammen gritó desde fuera.

—¿Qué decís ahí dentro? ¡No queremos echar a perder el aparato para deshacernos de vosotros, pero lo haremos sin reparos si es preciso!

Doc Savage se situó cerca de la puerta, teniendo cuidado de permanecer debajo de los escudos que cubrían parte del local que contenía el aparato.

Sus enemigos empezaban a sufrir molestias bajo sus sombrillas. Se retorcían y muchos se habían puesto el brazo sobre los ojos.

Un verdadero bombardeo de rayos cósmicos iba llegando y no tardaría en ser seguido de otros.

Doc levantó la poderosa voz para que todos le oyeran desde fuera.

—Tenéis media hora de vida —dijo—. El aparato está funcionando con toda la potencia...

Flammen aulló: —¡No podéis hacer eso!

Su protesta arrancó una risa a Monk.

—¡Me gustaría saber por qué no! —gritó a Flammen.

Doc Savage se retiró y agarró la primera hoja de una pila de metal —escudo que se hallaba en un extremo del edificio.

—Ayudadme —pidió—. Es preciso que preparemos abrigos más fuertes para nosotros.

Todos acudieron. Empezaban a sentir la necesidad de los escudos protectores: La cabeza les dolía, los ojos les escocían y tenían la piel seca y caliente.

Fuera, Derek Flammen empezó a gritan frenéticamente, dando órdenes.

—¡Subid en avión! ¡Bombardearlos antes de que los rayos cósmicos nos hagan caer!

En el interior del edificio, los sitiados no paraban, preparándose gruesos escudos debajo de los cuales se acurrucaban.

Renny exclamó: —No entiendo eso de que los rayos cósmicos aumenten gradualmente. Son rayos de luz ¿no? ¿Y acaso la luz no viaja a ciento ochenta y seis mil millas por minuto o algo por el estilo?

Wardhouse se mordía los labios de dolor. —El aumento gradual es una sensación engañadora.— dijo penosamente —. El bombardeo de rayos cósmicos ocurre casi instantáneamente después de empezar a funcionar el aparato. Pero es preciso un momento para que el aire se caliente. Y cuando llegan, los rayos cósmicos no derriban instantáneamente a una persona, al contrario, su efecto es acumulativo y obra con el tiempo, como las quemaduras del sol. Una leve exposición no es necesariamente mortal.

Llegó a sus oídos el ruido de un motor de aeroplano. Fue un aviso breve y un cambio en la calidad del sonido indicó que el aparato había despegado.

—¡El rifle! —exclamó Doc Savage, con voz breve.

Le alargaron el rifle, el único que tenían. Doc se colocó sobre la dinamo, sitio ventajoso desde el cual veía, llegar el avión.

—Pero no puedes apuntar acertadamente con esos rayos cósmicos —gimió Monk—. ¡Son cegadores!

Doc llamó a Wardhouse: —Cierre la corriente tan pronto como mueva el brazo.

Wardhouse asintió y se colocó delante de los mandos.

Doc esperó. No veía el aeroplano... era imposible ver nada y la vista dolía atrozmente al mirar el cielo.

Tuvo que basarse en el ruido del motor para juzgar de la distancia a la cual estaría el aeroplano y finalmente movió el brazo.

Wardhouse cerró el contacto. Instantáneamente fue posible ver, con lo cual quedó probado que los rayos cósmicos dejaban de penetrar tan pronto como el aparato no funcionaba.

Doc apuntó y disparó. Nada ocurrió. El aeroplano estaba desagradablemente cerca. Volvió a disparar una y otra vez.

El motor del aeroplano se paró.

Lo que ocurrió entonces no habría pasado si el piloto del aeroplano no se hubiera apresurado tanto a tratar de salvar el pellejo.

Hizo una evolución brusca, creyendo tal vez que el motor se había parado por si solo y queriendo regresar al campo de aterrizaje, mientras le quedaba fuerza impulsadora.

Entonces, Wardhouse volvió a dar la corriente.

Doc Savage, que miraba el aeroplano, lanzó una exclamación involuntaria y se tapó los ojos cuando el terrible brillo de los rayos cósmicos le hirió las pupilas.

Se alejó de un salto de la dínamo y tomó refugio bajo el escudo que había erigido.

Los rayos cegadores fueron la pérdida del piloto. Cegado, no veía lo que hacia.

Realizó una falsa maniobra después de la media vuelta que dio, perdió el dominio del aparato y cayó en barrena. Se desplomó en el valle y saltó en medio de una nube de humo y llamas. Los explosivos de que el aparato estaba cargado, saltaron bajo el impacto. La tierra tembló y los restos del aeroplano cayeron al cabo de un momento sobre la vasta extensión de terreno.