18

Era evidente que las imágenes habían sido grabadas hacia el anochecer, puede que el día anterior. Sin camiseta al abrir la puerta trasera y salir al jardín, a Joe se le veía el torso musculoso y bronceado, con una bonita zona de pelo negro en el pecho. Estaba delgado, atlético, sin un gramo de grasa, y era de complexión corpulenta, alto y ancho de espaldas, con un pecho acorde que terminaba en unas caderas estrechas. Llevaba los vaqueros bajos, de modo que le dejaban al descubierto unos abdominales impresionantes y un ombligo vistoso.

«Humm...», pensó Nicky con admiración, y supuso que una infinidad de colegialas congelaría la imagen y la colgaría de la pared.

Eso fue antes de que empezara a hablar con el cerdo, claro. La cámara retrocedió y ahí estaba, a su lado en la terraza de madera, prácticamente bailando sobre sus cuatro pezuñitas con la mirada puesta en el plato que Joe tenía en la mano. Supuso que era guapo, por lo menos en lo que a cerdos se refería: negro, un poco más alto y mucho más gordo que un perro basset, con las orejas caídas, un gracioso hocico redondeado y un rabito retorcido que se agitaba frenético. Pero seguía tratándose de un cerdo.

—Muy bien — le decía Joe, que parecía de mal humor—. ¿Quieres esto? Está bien. Aquí lo tienes. ¿Te crees que puedo comer mientras me miras? Pues no, joder. Además, ¿qué clase de cerdo come emparedados de jamón y alubias con beicon?

Y dejó el plato en el suelo, delante del animal.

Al verlo, Nicky no pudo evitar comparar en Joe el coeficiente de ser atractivo, que era deliciosamente alto, con el de la capacidad de hacer el ridículo, que también era elevado.

Mientras la cuestión estaba pendiente de un hilo, Joe se enderezó y detectó la cámara. Su expresión cambió en un instante de sólo irritada a totalmente colérica.

—¿Qué? ¿Quién carajo...? ¡Saquen esa cámara de aquí! ¡Salgan de mi casa!

Al salir disparado por la terraza, era de suponer que para enfrentarse con el equipo que seguía grabando, casi se tropezó con el cerdo, que se escabullía para quitarse de en medio.

Nicky no pudo evitar reír y gemir a la vez.

Pero como la narración que acompañaba las imágenes se centraba en la ineptitud del Departamento de Policía en su investigación, la cosa no tenía nada de gracioso. Por lo menos, estaba segura de que, desde el punto de vista del jefe Franconi, no la tendría.

Más tarde, cuando volvieron a encontrarse en el vestíbulo de Twybee Cottage como dos barcos que se cruzan en la noche, Nicky no pudo evitar decirle:

—Hoy te vi por televisión. No sabía que tenías un cerdo.

Joe hizo un gesto irónico con los labios.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí, cariño.

Lo que, como reflexionó Nicky sentada en el buró de su habitación mientras trabajaba de madrugada porque sólo el agotamiento le permitía dormir sin soñar cosas terribles, era indudablemente cierto. Pero sabía lo bastante de él como para no preocuparse por que el asesino Lazarus llegara a ella de algún modo mientras él pasara las noches en su casa.

Y decidió que esto era mucho.

El caso era que, como ahora había tantos equipos de periodistas en la isla, se encontraban sin cesar dondequiera que fueran. A algunos de sus compañeros ya los conocía y a otros, no. Pero se había establecido una especie de compañerismo entre ellos, junto con una fuerte sensación de competencia. Dos de los equipos habían llevado sus propios médiums, quienes, a pesar de no estar bloqueados que ella supiera, no parecían tener más suerte que Leonora en lo que a la identificación del asesino se refería. La mayoría, en cambio, continuaba siguiendo a varios agentes de policía y autoridades públicas para hacer lo que denominaban «grabación de guerrillas» mientras los policías se dedicaban a interrogar a testigos y a seguir pistas, y las autoridades hablaban sobre cómo los asesinatos iban a afectar la próxima temporada alta. Aun así, como había tantos equipos haciendo refritos de la misma información, los productores empezaron a exigirles algo nuevo. Pasó el viernes, luego el sábado y por fin el domingo, con su emisión de Investigamos las veinticuatro horas. Los índices volvieron a subir: estaban ahora en el 32. Los mandamases estaban entusiasmados, llamaban para felicitar a Nicky, le mandaban flores, la alentaban. Mientras, la isla contenía colectivamente el aliento. Sólo seis días habían separado los asesinatos de Karen Wise y Marsha Browning, y ya habían pasado diez sin que el asesino hubiera hecho nada. Al empezar la semana siguiente, la mayoría de la información empezó a concentrarse, pues, en la isla en sí y en la personalidad de la gente implicada en el caso.

Un equipo de la CNN decidió efectuar un reportaje sobre la capacidad de los investigadores, lo que rápidamente se redujo a un reportaje sobre Joe. Nicky oyó con consternación algunos de los rumores sobre lo que tenían planeado emitir. Consternación, enojo e incredulidad.

Llamó de inmediato a Sarah Greenberg y pidió que su departamento de documentación analizara la trayectoria profesional de Joe, para asegurarse.

Sarah la llamó con los resultados hacia las siete de la tarde del miércoles, momentos después de que hubiera terminado una entrevista con el sobrino de Marsha Browning, quien, de manera decepcionante, había resultado ser el hombre a quien la señora Ferrell había visto correr las cortinas de Marsha la noche del asesinato. El sobrino había ido a su casa para dejarle unas fotos familiares. Se había ido hacia las nueve, lo que significaba que si él no era el asesino, y Nicky no creía que lo fuera, aunque Joe se negaba a eliminarlo de la lista de sospechosos hasta recibir los resultados de unas pruebas de ADN, era la última persona que había visto con vida a Marsha Browning, lo que significaba que seguía siendo viable entrevistarlo.

Pero Nicky se olvidó por completo del sobrino de Marsha Browning cuando oyó lo que Sarah tenía que decirle.

—Es verdad — aseguró Sarah—. Hasta el último detalle.

—No puede ser. — Estaba tan asombrada que le sorprendió poder hablar siquiera.

—Lo es — replicó Sarah con energía y certeza—. Tienes un buen instinto, Nicky. Es indudable que esta historia será una bomba. Consíguela.

—Sí, lo haré. Gracias, Sarah — dijo, y colgó con un nudo en el estómago. Estaba sentada en el asiento del conductor de su Maxima, que seguía estacionado delante de la casa del sobrino de Marsha, y por un instante, sólo pudo quedarse mirando a través del parabrisas los últimos rayos rojos de sol que cruzaban el cielo del atardecer. Gordon, que había grabado la entrevista con la cámara, tocó el claxon al pasar a su lado. Como ésta era la última entrevista que Nicky había programado para el día, iba a tomar algunos planos de la playa y el mar mientras oscurecía. El sonido la sacó de su ensueño, y lo saludó con la mano. Después, comprobó por el espejo retrovisor que el policía que la escoltaba seguía allí, puso en marcha el coche y arrancó.

Apenas había llegado al final de la calle cuando supo qué tenía que hacer.

Tenía que avisar a Joe.

Al salir de la ducha, Joe reflexionó que, en medio del caos, había conseguido establecer una rutina. Cada día, hacia la hora de cenar, iba a su casa, hacía algunas llamadas, se preparaba una comida rápida y alimentaba al cerdo. En realidad, no era que tuviera que alimentar al cerdo. Dave le dejaba el dispensador rebosante de comida para cerdos, de modo que el animal no iba a quedarse sin comer si Joe no aparecía por su casa. Pero la cuestión era que a Joe le gustaba cenar cuando iba a casa, y le resultaba imposible hacerlo si el cerdo lo miraba a través de la ventana a no ser que le diera también algo. Aunque Dave había vuelto a su casa después de pasar sólo una noche en la de Joe, el cerdo seguía con él de modo estrictamente temporal. Amy se negaba a que volviera, y Joe tenía demasiadas ganas de estar solo para insistirle a Dave que se lo llevara con él. Además, en el momento en que había aceptado esta solución había pensado que, como no iba a pasar mucho tiempo en casa en el futuro inmediato, ¿qué tenía de malo?

Había conocido la respuesta cuando había visto el pequeño reportaje sobre él y el cerdo en televisión.

Si sus compañeros de Jersey lo habían visto, y no había oído nada que sugiriera que sí, todavía se estarían riendo.

La buena noticia era que no había visto a Brian desde que le había dicho que saliera de su vida. Si hubiera sabido que librarse del muy hijo de puta era tan fácil, lo habría hecho muchísimo antes.

La mala noticia era que tenía tantos problemas que Brian era lo de menos.

Hoy, como al cruzar la puerta de su casa estaba acalorado, sudado y agotado, había añadido una ducha a su rutina habitual. Se estaba secando cuando empezó a sonar el móvil.

Se enrolló la toalla a la cintura y fue corriendo hacia el salón, donde el televisor tenía puesta la ESPN y el teléfono descansaba en la mesita de centro. Lo tomó y contestó.

—¿Joe?

Conocería su voz en cualquier parte: Nicky.

—Sí. ¿Qué pasa? — Se puso inmediatamente alerta, ya que sólo lo llamaba para darle malas noticias.

—Tengo que hablar contigo.

—Dime.

Pasó un instante. Joe frunció un poco el ceño al captar la naturaleza de su silencio.

—En persona — indicó por fin Nicky—. En privado.

—¿Estás bien? — No había duda de que algo la preocupaba. Joe no le había oído nunca ese tono concreto. No creía que estuviera en peligro porque su voz no contenía la urgencia suficiente, pero...

—Estoy bien. ¿Podemos vernos en algún sitio? ¿Ahora?

—Estoy en mi casa. Podemos hablar aquí. ¿Sabes dónde está? El 264 de...

—Sé dónde está — lo interrumpió—. Estaré ahí en unos minutos.

Y colgó.

Para cuando Joe acababa de vestirse, Nicky llegaba en el coche. La vio a través de la ventana delantera, fue a la puerta, la abrió y salió para esperarla. Estaba casi oscuro del todo, y había luces en las casas situadas calle arriba y calle abajo. El aire estaba cargado de una humedad que le resultaba nueva, y que olía más a vegetación abundante que a mar. Unos niños que jugaban en los jardines cercanos hacían tanto ruido que tapaban cualquier otro sonido. Mientras Nicky se acercaba a él por el jardín, que necesitaba un corte de césped, le llamó la atención lo mucho que le gustaba ver cómo se movía. Con motivo del calor (la temperatura rondaba los veintisiete grados pero había sido mucho más alta a lo largo del día), llevaba una especie de vestido recto sin mangas que le llegaba hasta las rodillas. Era de un color verde amarillento que sólo podía llevar una auténtica pelirroja, y las piernas se le veían largas, delgadas y pálidas. Bill Milton, el policía que la escoltaba, había estacionado detrás de ella y esperaba en el coche, seguramente observando también cómo cruzaba el césped. Joe lo saludó con la mano. Y cuando Nicky llegó a la entrada y lo miró con una expresión casi feroz en la penumbra, le sonrió porque no pudo controlarse.

La ferocidad le sentaba bien.

Nicky no le devolvió la sonrisa.

—La CNN se está preparando para emitir una historia de la que creo que deberías estar informado — soltó sin preámbulos mientras pasaba a su lado para entrar en el salón.

Mientras cerraba la puerta, Joe pensó con resignación que tenía que ser algo malo si se lo advertía, y de inmediato volvió a sentirse agotado. Era algo nuevo con lo que enfrentarse, y no tenía ni tiempo ni paciencia.

—¿Sobre qué?

Nicky se volvió para mirarlo.

—Sobre ti.

Nicky vio que Joe llevaba puesta una camiseta gris oscuro con un logotipo de Miami Heat y unos vaqueros raídos. Tenía el pelo despeinado y húmedo, e iba descalzo. Había un ligerísimo rastro de jabón y vapor en el ambiente, aunque estaban en el salón, sin ningún cuarto de baño a la vista, pero era una casa pequeña.

Lo observaba a la espera de una reacción, pero la que obtuvo no fue la que esperaba. Le dedicó una sonrisa.

—Si es el cerdo otra vez, Dave se va a pasar el resto de su vida dirigiendo el tráfico.

—No es el cerdo. — Mientras le hablaba, Joe corrió las cortinas y pasó a su lado para tomar el mando a distancia de una mesita situada junto al sofá para apagar el televisor; tuvo que girarse para poder seguir mirándolo—. Eres tú.

—Yo — suspiró, se volvió para mirarla y señaló el sofá con la mano. Una sola lámpara iluminaba el salón, que parecía carecer de adornos y de cuadros, incluso en las paredes, pero que estaba ordenado y limpio, con unos muebles prácticos aunque no especialmente bien conjuntados—. ¿Quieres sentarte y me lo cuentas todo?

Nicky no se movió. Tenía el pulso acelerado y un nudo en el estómago. Estaba con los puños cerrados, situados a los costados del cuerpo. Sólo fue consciente de todas estas cosas cuando miró a Joe y trató de conciliar a este hombre tan presente en su vida con lo que acababa de saber.

—Eras un policía corrupto — anunció.

Joe se quedó muy quieto. Luego, le cambió la cara. Se le tensó, se le endureció el semblante y los ojos se le volvieron inexpresivos.

No dijo nada.

—Aceptabas sobornos a cambio de proporcionar protección a una red de narcotráfico a la que tenías que investigar.

Flexionó las manos. Aparte de eso, permaneció inmóvil, como si estuviera esperando. Nicky sabía qué esperaba: el resto de la historia.

—Por desgracia para ti, la DEA estaba investigando la misma red de narcotráfico y preparó una operación. Te grabaron aceptando dinero, diez mil dólares. Varias veces. Te pillaron in fraganti, junto con tres policías más. Cuando los agentes federales os sorprendieron, estabais en un almacén con los narcotraficantes. Alguien empezó a disparar y, cuando terminó todo, había nueve personas muertas, incluidos los demás policías. Tú resultaste gravemente herido después de que te dispararan dos veces en la cabeza. Creyeron que morirías. Cuando saliste del peligro te detuvieron en el hospital, te acusaron de múltiples cargos, incluido asesinato, y te enviaron a un hospital penitenciario a la espera de juicio. Seguías en él cuando retiraron los cargos a raíz de un tecnicismo legal. Sólo que no podías recuperar tu empleo. Imposible. Así que terminaste aquí.

Pasó un instante en que ambos se miraron. Hasta que Joe parpadeó.

—Ahora ya sabes mi secreto — dijo sin darle importancia, con sorna.

A Nicky le cayó el alma a los pies. Inspiró aire mientras sentía un dolor que la atravesaba como un cuchillo. Seguía siendo Joe, alto, moreno, sexy, capaz de hacerle flaquear las rodillas; seguía siendo un hombre al que confiaría su vida sin vacilar. Pero ya había presentido antes que tenía otra cara, una cara peligrosa, una cara que no había conocido y no quería conocer, aunque ahora sabía irrefutablemente que estaba ahí.

—Es cierto. — Su tono convirtió la frase en una afirmación más que en una pregunta.

Joe se movió en dirección a la cocina.

—¿Quieres algo de beber? — preguntó—. Porque yo sí.

Cuando pasó a su lado, lo sujetó por los brazos para retenerlo. Notó sus bíceps cálidos y duros bajo sus manos.

—¿Es cierto? — tuvo que preguntar a pesar de que sabía que lo era, a pesar de que la CNN iba a emitir un reportaje sobre ello, a pesar de que Sarah Greenberg se lo había confirmado.

Joe la miró. Sus labios esbozaron una sonrisita irónica, pero sus ojos, sombríos e impenetrables, no expresaban lo mismo.

—¿Y a ti qué te importa?

Nicky reflexionó un momento y supo algo.

—Mucho — dijo.

Joe movió la cabeza y la luz de la lámpara le iluminó la cara de otra forma. Nicky vio dos cicatrices pálidas que le partían de la piel bronceada de la sien y le desaparecían bajo la mata despeinada de cabellos negros.

Fijó los ojos en ellas. Contuvo el aliento.

—¿Es ahí donde te dispararon? — Al preguntarlo, alargó sin querer la mano para tocar con suavidad la piel lastimada.

Joe le agarró la mano justo cuando deslizaba los dedos por la cicatriz. Lo hizo con fuerza, con una expresión salvaje y, cuando sus miradas se encontraron, Nicky creyó que le iba a alejar la mano de las terribles marcas para rechazar por completo su caricia instintiva.

Pero, en lugar de eso, los ojos le centellearon y la sujeción se suavizó.

—Sí, ahí es donde me dispararon — respondió con voz ronca y, sin desviar la mirada, se llevó su mano a los labios. Le besó el dorso y, a continuación, las puntas de los dedos, una a una. Nicky sintió el roce de sus labios en la piel como si la marcara con hierro. Se quedó sin respiración, el corazón le dio un vuelco, y cuando Joe le bajó la mano y acercó la cabeza hacia sus labios, cerró los ojos, levantó la cara y le devolvió el beso, suave y apasionado.

Joe la estrechó entre sus brazos mientras la besaba con más fuerza, y se sintió algo aturdida. Le rodeó el cuello con los brazos y se puso de puntillas para besarlo con toda la emoción contenida desde que había hablado con Sarah Greenberg por teléfono.

Fue un beso desgarrador, lleno de deseo. Sentía a Joe tan cálido y firme contra su cuerpo. Olía ligeramente a jabón y sabía ligeramente a cigarrillos, una combinación que asociaba a él. Lo deseaba tanto que el corazón le latió con fuerza, el estómago se le tensó, y empezó a notar una sensación palpitante en lo más profundo de su ser.

Cuando Joe levantó la cabeza para interrumpir el beso, Nicky emitió un pequeño sonido de protesta y abrió los ojos para ver qué hacía. La estaba mirando con la cara a pocos centímetros de la suya, los ojos medio cerrados y relucientes, y los pómulos algo sonrojados. Notaba la firmeza de los brazos que la rodeaban, el vaivén del tórax al respirar contra sus pechos, la prueba inequívoca de su deseo contra su vientre.

—Joe — dijo con sentimiento.

—Soy un policía corrupto, ¿recuerdas? Deberías irte.

—No quiero irme.

Para impedirle hablar, e impedirse a sí misma pensar, cerró los ojos y lo besó otra vez. Puso sus labios contra los de Joe, le deslizó la lengua en la boca y se estremeció contra su cuerpo. Joe dejó que lo besara un momento, reaccionando a sus movimientos pero nada más hasta que, de pronto, sus brazos la estrecharon con fuerza y la besó como ella quería que la besara, como necesitaba que la besara, como un hombre besa a una mujer por la que está loco. Sus labios eran apasionados, húmedos, ansiosos e insistentes, y con la lengua le acariciaba y mimaba la suya para poseerle la boca. Ella le devolvió el beso con abandono y sintió que un fuego abrasador le recorría todo el cuerpo.

Entonces, Joe le deslizó una mano sobre el pecho, se lo cubrió y lo acarició por encima de las finas capas del vestido y del sujetador. Nicky notó el calor de esa mano, su peso, y le temblaron las piernas. El contacto de su palma le irguió el pezón. Se aferró a Joe, mareada de repente, mientras él apartaba los labios de los suyos.

—Ahora no estamos en la playa — dijo en voz baja y pastosa mientras le deslizaba la boca por la mejilla hacia el cuello. Su aliento le acarició la piel. El deslizamiento cálido y húmedo de su boca por la sensible zona del cuello la hizo estremecer. Sabía lo que le pedía, y pensarlo le aceleró el corazón y la derritió por dentro.

—Ya lo sé. — Sencillamente, no podía contestarle otra cosa.

Joe le deslizó entonces la mano desde el pecho hacia la espalda. Cuando notó el leve tirón en la nuca y oyó el inconfundible sonido de la cremallera al abrirse, se estremeció. El aire fresco le acarició la columna vertebral. Notó los nudillos de Joe al final de la espalda, justo debajo de donde terminaba la cremallera. Ésta se abrió y Joe deslizó una mano en el interior para depositarla en su espalda desnuda. La sensación la dejó sin aliento. Con motivo del calor, llevaba un vestido suelto de lino, fácil de poner y de quitar, y unas sandalias de tacón alto, sin medias. Joe le recorrió la piel con la boca hasta la base del cuello y le acarició la espalda con la mano. Nicky abrió los ojos, sacudió un poco la cabeza para intentar despejarla y se separó de él dando un paso hacia atrás. Mientras mantenía las manos en los brazos fuertes de Joe, fue consciente de tener una ligerísima duda sobre lo que estaba haciendo.

Era Joe, pero lo cierto era que, realmente, no conocía a aquel hombre.

—Nicky — dijo Joe con la voz ronca y la cara tensa de deseo. Pero no intentaba retenerla. Si quería irse, no la retendría. Fuera lo que fuera ese hombre, fuera lo que fuera lo que hubiera hecho o sido, siempre la había protegido. Esta idea eliminó las pocas dudas que le quedaban. La expresión de sus ojos la mareó. Había un calor abrasador entre ambos, pura química, pero también algo más. Algo hacia lo que Nicky se había estado acercando pero con lo que ahora, dadas las circunstancias, no se quería enfrentar. Todavía no.

Dejó caer los brazos, se encogió de hombros con delicadeza y dejó que el vestido le resbalara por el cuerpo hasta los tobillos. A Joe le centellearon los ojos, ahora abiertos del todo. Parecían quemarla mientras seguían el recorrido del vestido en un reconocimiento rápido. Su ropa interior era bonita y delicada, de nylon y encaje color café. Sabía que le quedaba muy bien y vio que él tenía la misma opinión.

—Eres preciosa — soltó Joe, que alargó la mano hacia ella. Nicky salió del círculo de lino que le rodeaba los pies y, cuando sintió que tiraba de ella hacia él, le deslizó las manos por debajo de la camiseta. Su cintura era cálida y suave. Sus músculos, tensos y fuertes, se contrajeron al acariciarlos. Le subió las manos por el tórax, por una amplia extensión de piel firme y curtida. Mientras seguía deleitándose con su cuerpo, Joe emitió un sonido algo entrecortado que le hizo alzar la vista.

La miró un segundo, no más, con los ojos brillantes de pasión mientras ella le acariciaba el tórax con las manos. Y, entonces, la besó. La soltó otra vez para quitarse la camiseta. Nicky sólo tuvo un momento para captar el esplendor de sus espaldas anchas, su pecho y sus brazos musculosos, el triángulo de pelo negro que se estrechaba hacia unos abdominales duros como una tabla para desaparecer bajo la cinturilla de los vaqueros, antes de que la levantara en brazos y empezara a caminar a la vez que la besaba.

Nicky le rodeó el cuello con las manos, deslumbrada por la facilidad con que la cargaba, recostó la cabeza en su hombro y lo besó como si eso fuera lo que más deseaba hacer en el mundo.

Perdió los zapatos, primero uno y luego el otro. Ambos hicieron algo de ruido al golpear la madera noble. No lo oyó, ni se dio cuenta de que estaba descalza.

Estaba tan deslumbrada que ni siquiera se percató de que estaban en el dormitorio hasta que Joe cerró la puerta de un puntapié.

El sonido fue lo bastante fuerte como para captar su atención. Y reaccionó abriendo los ojos.

El salón estaba bien iluminado. La habitación estaba oscura y fresca. Las persianas que cubrían la ventana estaban llenas de unas finas rayas de luz de la luna. Un pequeño aparato de aire acondicionado zumbaba afanosamente. Vio un sillón en el rincón del fondo y, cuando Joe apartó los labios de los suyos y apoyó una rodilla en algo, comprendió que habían llegado a la cama. Recordó que hacía tiempo que Joe no dormía en ella al percatarse de que estaba hecha. Por lo menos, notó bajo la espalda el grosor blando y suave de lo que parecía ser un edredón de un color tenue y, por lo que pudo ver, las almohadas parecían estar bien puestas, de modo que supuso que estaba hecha. Luego, Joe se acostó a su lado. El colchón se hundió bajo su peso y la acercó hacia él. Nicky perdió la conciencia de todo lo demás.

Sintió los labios de Joe fuertes, apasionados y apremiantes en los suyos mientras también le deslizaba las manos por el cuerpo para tocarla, para buscarle y acariciarle los pechos, el vientre, los muslos. Nicky se estremecía, temblaba, se apretaba contra él, y sus manos y sus labios lo ansiaban tanto como los suyos a ella. Los dos tenían prisa, y se quitaron mutuamente la ropa hasta que estuvieron desnudos. Nicky gimió al sentir la boca cálida y húmeda de Joe en sus pechos, en sus pezones. Joe le deslizó una mano entre los muslos y jugueteó con ella hasta que jadeó y se retorció de placer, y arqueó la espalda extasiada. Cuando creía que iba a llegar al clímax, que tenía que llegar al clímax, Joe interrumpió lo que estaba haciendo y volvió a besarla en la boca dejándola temblorosa, aturdida y vacía. Como respuesta, Nicky le descendió las manos por la espalda hacia el contorno firme y redondeado del trasero para arañarle suavemente la piel con las uñas a modo de castigo cariñoso.

—¡Oh, Dios! — exclamó Joe con una voz tan baja y tan ronca que casi era un gruñido. Deslizó los muslos, cálidos, fuertes y curtidos, entre los de Nicky. Y entonces la penetró.

Cuando lo tuvo dentro de ella, sintió que el cuerpo le abrasaba. Se consumía y se derretía con los movimientos de Joe, profundos y rápidos, que la zarandeaban de pasión. Se aferró a él y gritó al alcanzar por fin el clímax en medio de una serie demoledora de explosiones rápidas y violentas que la lanzaron a un misterioso universo policromo en el que no había estado nunca.

—Nicky — gimió Joe en el cuello antes de penetrarla con un impulso fuerte y profundo que le envió de nuevo al límite el cuerpo, aún tembloroso, mientras él llegaba a su vez al clímax—. Dios mío, Nicky.

Después de esto, Nicky apenas podía respirar. Estaba exhausta, saciada de placer y totalmente sin sentido.

Pero no por mucho rato. Lo que tiene la realidad es que no hay forma de huir de ella, ni siquiera después de un sexo extasiante. Así que cuando el cerebro de Nicky regresó a este planeta y el cuerpo se le calmó un poco, tuvo que enfrentarse con la situación en la que se había metido, que era, en resumen, que estaba desnuda en la cama con Joe.

Para entonces los ojos se le habían acostumbrado a la penumbra, y las pequeñas rendijas por donde la luz de la luna se filtraba a través de las persianas le facilitaban las cosas. Podía verlo bastante bien. Estaba a su lado, tumbado boca arriba mirando al techo con la cabeza apoyada en un brazo. La posición de sus mandíbulas era adusta. La línea que esbozaban sus labios era adusta. De hecho, toda su expresión era severa, y Nicky cayó de nuevo en la cuenta de que no conocía a ese hombre en absoluto.

La constatación no era una idea especialmente reconfortante en ese instante. Estaba desnuda a su lado, le apoyaba una mano en el pecho y le pasaba un muslo por encima de los suyos mientras él le rodeaba los hombros con un brazo.

Un poco más allá, en la mesilla de noche, descansaba una reluciente pistola negra.

Era un policía corrupto, acusado de asesinato, que había estado involucrado en el narcotráfico.

En cuanto a nuevos amantes se refería, ninguna de las cosas anteriores era demasiado prometedora. Tomadas en conjunto, daban miedo. Hasta entonces Nicky siempre había ido a lo seguro: médicos, abogados, contables.

Puede que aburrido, pero seguro.

Ni en sus sueños más alocados se había imaginado nunca que pudiera acabar desnuda y en posición horizontal con alguien que no fuera de los probos.

Pero ahí estaba.

Joe dirigió los ojos hacia ella. Casi dio un brinco.

—Si se te salen los ojos un poco más de las órbitas, se te van a caer de la cabeza — comentó Joe con sequedad. Retiró el brazo con que le rodeaba el cuerpo y se levantó de la cama. Nicky pudo ver un trasero terso y redondo, y una espalda esbelta y musculosa, y cuando se volvió hacia ella, un full Monty. Todo estaba cubierto de sombras, desde luego, pero a pesar de no verlo con claridad, era evidente que lo que tenía delante era impresionante.

Entonces se dio cuenta de que él también la estaba observando. Su mandíbula y sus labios seguían siendo adustos, pero en sus ojos había algo...

Era evidente que, adusto o no, le gustaba lo que veía.

—Y bien — soltó Nicky, porque él no hablaba y parecía que alguien debería hacerlo. Se incorporó, dobló las piernas lo más elegantemente que pudo y contuvo la necesidad de taparse con la sábana enredada (el edredón y las almohadas habían ido a parar al suelo hacía rato) al pensar que semejante muestra de pudor podía dar a entender que tenía poco control sobre sí misma, sobre él y sobre la situación, y como, en realidad, no lo tenía, valía la pena mantener la impresión de que sí. Además, estaba oscuro. Razonablemente oscuro—. ¿Qué hacemos ahora?

Sin responder, Joe alargó la mano para encender la lámpara que había junto a la cama. Nicky apenas pudo contener un chillido cuando esta acción proyectó un círculo suave de luz sobre el sitio en el que ella estaba sentada. Los ojos de Joe le recorrieron el cuerpo, tocando todos los lugares pertinentes, y pudo ver que se encendían de pasión. Estaba ahí de pie, tranquilamente desnudo, y no pudo evitar observarlo a su vez. Era delgado y musculoso, y tan atractivo que se le aceleró el pulso a pesar de que unos segundos antes habría jurado estar tan saciada que era imposible que volviera a estar nunca otra vez dispuesta. Se percató entonces de que, sin importar lo que pudiera saber sobre él, la atracción física que sentían uno por otro era tan fuerte que no iba a poder volverle la espalda y marcharse.

Y, ya que era sincera consigo misma, también podía admitir que la atracción superaba lo puramente físico. ¿Dónde la dejaba exactamente esto?

—Y bien, ¿qué hacemos ahora? — preguntó otra vez.

Joe frunció la boca y entrecerró los ojos.

—Nos vestimos y seguimos con nuestras vidas — respondió, y ya estaba recogiendo los vaqueros de los pies de la cama—. El cuarto de baño está al fondo del pasillo.

—No me refería a esto y tú lo sabes — replicó Nicky, pero Joe ya había cruzado la puerta. Si la oyó, no dijo nada.

Con el ceño fruncido, Nicky se levantó de la cama y se rodeó el cuerpo con la sábana. Dadas las circunstancias, sólo le faltaba su actitud. Y no lo entendía. Era ella quien debería estar odiándose después de lo que había pasado, no él.

A no ser que...

A no ser que no fuera culpable y fuera demasiado estúpido, testarudo o macho orgulloso (que era básicamente la suma de las dos primeras opciones) para decírselo.

El caso era que siempre la había hecho sentir segura.

Iba a seguirlo pero se detuvo para pensar. Su mirada se posó en sus braguitas, que asomaban por debajo del edredón, ahora en el suelo. Echó un vistazo a su alrededor y detectó su sujetador arrugado cerca de la mesilla de noche. La situación de ambas prendas era una prueba silenciosa de la urgencia con que se habían desembarazado de ellas. Joe y ella se deseaban tanto que habían actuado de una forma casi frenética. Que se mostrara tan quisquilloso y distante después de un sexo tan fantástico era sin duda una lucecita roja. La pregunta era: «¿Una lucecita roja para indicar qué?» Recogió la ropa interior y se fue al cuarto de baño. Iban a hablar abiertamente de ello, tanto si a Joe le gustaba como si no. Siendo así, prefería no iniciar la conversación envuelta en una sábana y todavía acalorada y sudada después del sexo.

Sonrió burlona al ver las margaritas gigantes en las puertas de cristal de la bañera y tomó una ducha más rápida. Después, se secó, se puso el sujetador y las braguitas, se cepilló el pelo y, tras dirigir una sonrisa de ánimo a su imagen reflejada, salió del cuarto de baño. Se alegró al ver que Joe no estaba en el salón, de modo que pudo ponerse el vestido sin público. Subió la cremallera a toda velocidad y se dirigió descalza al único sitio donde Joe podía estar: la cocina.

Efectivamente, allí estaba, apoyado en el tablero que ocupaba la otra punta de la pequeña habitación, fumándose un cigarrillo. Un poco más lejos, unos ojitos negros la observaron a través del cristal de la puerta trasera y, pasado un instante de sorpresa, imaginó que se trataría del cerdo que había visto con Joe por televisión. Como en este momento estaba mucho más interesada en el hombre en cuestión, ignoró al animal para concentrarse en él. Llevaba los mismos vaqueros y la misma camiseta que se había quitado antes, y como ella, estaba descalzo. Tenía las mejillas cubiertas de una barba incipiente y los cabellos despeinados, e irradiaba determinación.

Ahora estaba preparada para enfrentarse a él.

—Muy bien — soltó a la vez que rodeaba la mesa que parecía servir tanto para comer como para trabajar—. Vamos a hablar.

Joe se sacó el cigarrillo de la boca.

—Pues sí, me ha gustado — dijo con un fingido tono de entusiasmo que chirrió—. ¿Y a ti? — Entonces, torció el gesto y su voz volvió a la normalidad—. ¿Era esto lo que tenías en mente?

Nicky no hizo caso de este intento descarado de provocarla. Se plantó delante de él, cruzó los brazos y le dirigió la misma mirada directa que dedicaba a una persona a la que podía resultar difícil entrevistar.

—Ahora viene cuando me cuentas tu versión de la historia.

Joe volvió a llevarse el cigarrillo a los labios y dio una larga calada. Soltó el aire antes de contestar, y el humo se le arremolinó alrededor de la cabeza.

—¿Por qué crees que existe mi versión de la historia?

—¿No existe? — El olor a humo le hizo cosquillas en la nariz. Por lo general, detestaba este olor, pero se trataba del humo de la boca de Joe.

—No, Pollyanna, no existe.

—De modo que todo eso es cierto — lo desafió con los ojos.

—Espera. Un momento. No estoy admitiendo nada. Se retiraron los cargos, ¿recuerdas? No me gustaría que volvieran a presentarlos.

—Los retiraron debido a un tecnicismo legal.

—A mí me fue bien — aseguró mientras se encogía de hombros.

—¿No quieres limpiar tu nombre?

—No especialmente.

—La CNN va a decir que aceptabas sobornos de narcotraficantes para que les dejaras seguir con su negocio.

—No tengo control sobre la CNN. Pueden decir lo que quieran.

—Si no es cierto, podemos detenerlos. O, por lo menos, emitir un reportaje donde cuentes tu versión de los hechos.

—No existe mi versión de los hechos. No tengo nada que decir.

—Eso es absurdo.

—¿Ah, sí? ¿Y si no tengo una versión distinta de los hechos? ¿Y si su versión de los hechos es la única que hay?

—No me lo creo — contestó Nicky con los ojos entrecerrados.

—¿Qué no te crees?

—Nada de todo esto. Que eras un policía corrupto. No suena cierto.

Joe se la quedó mirando un momento, suspiró y apagó el cigarrillo en el cenicero que tenía delante antes de volver a dirigir la vista hacia ella.

—Creo que todavía estás bajo los efectos del clímax. Que te hayas acostado conmigo no me convierte en un santo.

Pasó un instante. Nicky notó que estaba a punto de estallar. Se dio cuenta de que la actitud de Joe empezaba a molestarla. Y mucho.

—Muy bien. — Dio media vuelta y salió de la cocina—. No hace falta que me digas nada. Ya lo averiguaré.

—Espera un momento — dijo Joe, que la siguió, como estaba convencida de que haría. Cuando entró en el salón y se detuvo para observarla con el ceño fruncido, ella ya se estaba poniendo un zapato—. ¿Qué haces?

—Tengo trabajo — respondió haciendo equilibrios para colocarse el segundo zapato—. Oh, por cierto, a mí también me ha gustado mucho.

—Nicky — exclamó Joe con una dureza subyacente en la voz que la obligó a alzar la vista hacia él cuando no había terminado de calzarse, de modo que se sostenía sobre un pie como un flamenco—. Deja mi pasado en paz. No es asunto tuyo.

—Lo es si vamos a tener una relación.

—¿Quién ha dicho que vayamos a tener una relación? — preguntó Joe con el ceño fruncido y los brazos cruzados—. Para que lo sepas, cariño, no me van lo que tú llamas relaciones.

Nicky apretó los labios y, bien calzada por fin, se dirigió hacia la puerta.

—Ya tenemos una. Sólo que te niegas a admitirlo. Quítate de en medio. Me voy.

—Espera — pidió a la vez que le sujetaba un brazo cuando pasaba a su lado. Entonces, la giró y le acabó de subir la cremallera del vestido antes de que pudiera protestar—. Y, por cierto, no me niego a admitirlo. Acostarse una vez con alguien no equivale a tener una relación.

Estas palabras la hirieron. Se separó de él, tensa, abrió la puerta y lo fulminó con la mirada.

—Me alegro de saberlo — replicó con mordacidad, y salió para sumergirse en la calurosa noche.