15
La casa era un pequeño bungalow estucado, muy parecido al que ocupaba Joe pero, en lugar de ser azul como el suyo, éste estaba pintado de un alegre amarillo limón y sombreado por un frondoso papayo en una tranquila calle lateral llena de casas iguales salvo por el color. La única diferencia era el par de coches patrulla estacionados en el camino de entrada.
El destello azul de sus luces estroboscópicas iluminaba la noche.
«Demasiado tarde, demasiado tarde, demasiado tarde», se repetía Joe mentalmente al ritmo de los latidos acelerados de su corazón cuando aparcó detrás de los otros coches y bajó del suyo. Los vecinos ya empezaban a salir de las casas cercanas; algunos observaban la acción desde la entrada, otros se atrevían a acercarse. Joe los ignoró y avanzó a zancadas hacia la puerta principal, donde vio de inmediato que una tercera parte de sus hombres pululaba a la espera de que él llegara. Con el rabillo del ojo vio que el coche patrulla de Dave se detenía frente a la casa. Oyó cómo la puerta del coche se cerraba antes de que Dave cruzara también el jardín a toda velocidad.
—No contesta — dijo a modo de saludo George Locke. Locke, Andy Cohen, Randy Brown y Bill Milton estaban apiñados en la entrada con aspecto tenso. Locke, Cohen y Brown eran blancos, de edad mediana. Milton era de la misma quinta, pero de raza negra. Todos ellos llevaban años en el Departamento. Era la clase de trabajo que conseguías, dominabas y conservabas hasta que te jubilabas, a no ser que pasara algo que te fastidiara. Pequeños hurtos, agresiones simples, embriaguez en lugares públicos, conducción peligrosa, riñas domésticas, alguna que otra detención por posesión de drogas: era a lo que estaban acostumbrados.
Los homicidios no formaban parte del programa. No estaban formados para investigar esa clase de delito. No estaban preparados para ello. Pero, de repente, todo parecía girar alrededor de los homicidios.
—Está cerrado con llave — añadió Cohen—. Y también la puerta trasera. Lo he comprobado.
La casa estaba a oscuras; no había ninguna luz encendida en el interior. Cabía la posibilidad de que no hubiera nadie en casa, pero...
Había un coche en el camino de entrada.
Eso, junto con la llamada a Nicky, bastaba a Joe.
—Derribadla — ordenó.
—Esperen, esperen. No hagan eso; tengo una llave. — Quien hablaba era una mujer rolliza de unos setenta años, con los cabellos plateados y una bata floreada, que había cruzado el jardín y había llegado a la entrada a tiempo para oír lo que Joe había dicho. Tenía un llavero en la mano y trataba de encontrar la llave adecuada—. Aquí está. ¿Qué pasa? ¿Le ha ocurrido algo a Marsha?
—Váyase a casa, Greta — le pidió Milton mientras otro vecino, un hombre mayor encorvado que llevaba puesta una bata sobre lo que parecían ser unos pantalones de pijama, llegaba y empezaba también a hacerles preguntas.
—Que no entren — ordenó Joe a Milton.
Con la llave, la puerta se abrió sin dificultad. Joe se encontró ante un salón oscuro. Nada se movió. Sólo se veían sombras.
—¡Policía! — gritó a través de la puerta abierta—. ¿Hay alguien en casa?
No hubo respuesta. Hizo una señal para que entraran con él en la casa, con precaución, con las armas preparadas. Para asegurarse, gritó de nuevo. Nada.
—No toquéis nada si no es necesario — advirtió a sus hombres.
Ya se estaban abriendo en abanico y se desplegaban con cuidado por la habitación hacia los dos arcos del fondo, uno de los cuales conduciría seguramente a la cocina y el otro, a los dormitorios. El salón en sí estaba organizado de forma típica: un sofá, dos sillones, algunas mesitas, lámparas, un televisor. Al acercarse al sofá, un zumbido peculiar captó la atención de Joe. No era demasiado fuerte, pero sí insistente, irritante, conocido. Frunció el ceño e intentó identificarlo mientras se detenía para encender la lámpara que había junto al sofá. En cuanto hubo luz, vio lo que era.
Había un teléfono blanco en la mesa situada al otro extremo del sofá. Estaba descolgado, con el auricular suspendido del cable hacia el suelo, y era el origen del pesado ruido.
¿Estaría mirando el teléfono desde el que se había hecho la llamada a Nicky? Tal vez. Era factible.
—Mierda — exclamó Joe casi al mismo tiempo que Locke, que se había dirigido hacia el pasillo que conducía a los dormitorios, empezaba a gritar:
—¡Aquí! ¡Venid aquí!
Unos segundos después, Joe estaba en el umbral del único cuarto de baño de la casa observando el cadáver bañado en sangre de una mujer menuda que yacía desmadejada en el suelo embaldosado de gris. Era rubia, estaba descalza y llevaba un camisón largo de nylon azul cielo remangado hasta más arriba de las rodillas. El pequeño cuarto de baño parecía un matadero. Había sangre por todas partes: en el suelo, en las paredes, en el lavabo, en el retrete y en la bañera: Sangre que teñía las cortinas y las toallas. La mujer estaba tumbada boca abajo entre el retrete y la bañera en medio de un todavía creciente charco rojo que brillaba bajo la luz del techo como si fuera pintura colorada.
El olor era nauseabundo. Le recordó el de la carne en putrefacción. Lo respiró procurando mantener una expresión impasible.
Conocía ese olor. Lo detestaba.
—¡Oh, Dios mío! — susurró alguien detrás de él—. Es Marsha Browning.
Marsha Browning. Ése era el nombre que había aparecido el primero en el registro de llamadas del móvil de Nicky. La llamada que Nicky había recibido en la playa procedía de su teléfono. Una vez más, el asesino había llamado a Nicky desde el teléfono de su víctima.
La idea le revolvió el estómago.
—Yo tengo una llave de su casa y ella tenía una de la mía, por si se presentaba alguna emergencia o algo como una urgencia médica, ¿sabe? Hacía nueve años que éramos vecinas — explicó Greta Frank con lágrimas en las mejillas mientras observaba la cámara que Gordon tenía apoyada en el hombro—. Era una persona encantadora. Me parece mentira que... ¿Por qué haría alguien algo así?
—¿Cuándo fue la última vez que la vio con vida? — preguntó Nicky en voz baja. Las verdaderas ramificaciones del horrible acto que había tenido lugar en la casa que estaba detrás de ella era algo en lo que no quería pensar todavía. De momento, echaría mano de su profesionalidad hasta terminar el trabajo. El frío cosquilleo del miedo que asomaba a los límites de su conciencia tendría que esperar.
El asesino la había llamado desde el teléfono de Marsha Browning, probablemente cuando ya estaba muerta, lo mismo que había hecho desde el teléfono de Karen después de haberla matado. Había sabido que estaba en la playa. Puede incluso que la estuviera observando en este mismo momento, y esta posibilidad era como una garra gélida que le arañaba la espalda.
Al tener esta idea, tuvo que reunir hasta la última pizca de autocontrol para lograr mantener los ojos puestos en la señora Frank.
—Alrededor de las siete — contestó ésta—. Estaba regando las flores del jardín trasero. Nos saludamos con la mano y entré en casa. No sé qué hizo después de eso.
Estaban en el jardincito bien cuidado de la casa de Marsha Browning, a unos metros de la puerta principal abierta. A través de la mosquitera, apenas visible, que estaba cerrada, Nicky y la cámara habían captado ya imágenes del metódico registro de la policía, de cómo empolvaban el salón en busca de huellas dactilares, así como otras imágenes que no sabía si podría aprovechar o no, como el sanitario que salía del interior de la casa quitándose los guantes de látex ensangrentados y el fornido alcalde maldiciendo como un loco al llegar a la escena del crimen. Ahora, mientras entrevistaba a la señora Frank, toda la casa estaba inundada de luz. Más allá de esta iluminación artificial, la oscuridad esperaba como un depredador al acecho. La luna se veía pequeña, pálida y distante, y lucía muy alta en un cielo nocturno lleno a rebosar de diminutas estrellas. Una fuerte brisa llegaba del océano cargada de olor a coco y papaya. Apartaba el pelo de Nicky de la cara y lo ondeaba hacia atrás, como si fuera una bandera. Vestida aún con el mismo atuendo que llevaba ya desde hacía más de dieciocho horas, empezaba a ser consciente de un agotamiento exasperante que le reducía la concentración. Con el micrófono en la mano, se había situado junto a la señora Frank de modo que el plano incluyera lo máximo posible la escena del crimen, por detrás de ellas. Eran cerca de las dos de la madrugada del domingo, y Gordon y ella habían trabajado en la historia desde poco después de que se hubiera encontrado el cadáver, alrededor de las once. Habían logrado obtener muchos planos justos y unas cuantas entrevistas buenas, que tendrían que editar aún para que aparecieran en la emisión de esa noche, lo que significaba que dormir era un concepto remoto y teórico más que una posibilidad concreta. Por suerte tenía la sensación de que la actividad en la escena del crimen estaba terminando. El juez de instrucción del condado había llegado hacía poco rato, y había una ambulancia aparcada en la calle. Habían entrado una camilla en la casa. Los policías y los diversos funcionarios se iban marchando en lugar de llegar, como sucedía hasta un rato antes. Los vecinos seguían en el césped cercano al acceso al camino de entrada, pero el grupo era ya más reducido, ya que los menos morbosos y ávidos, o más exhaustos, habían empezado a dispersarse. En la escena del crimen había también otro equipo de televisión, perteneciente a la WBTZ, una cadena local, y un par de reporteros de prensa escrita.
Nicky sabía que pronto, cuando se supiera lo que había pasado, habría más. El asesinato abriría los informativos matutinos locales, salvo si había alguna catástrofe, claro, y eso alertaría a los demás. Su propio reportaje sobre el asesinato de Marsha Browning se incluiría en la edición de Investigamos las veinticuatro horas de esa noche, lo que, según calculaba, sería una primicia en el ámbito nacional en virtud de su horario por lo menos. Sin embargo, era de esperar que hubiera otros equipos cubriendo las noticias de Pawleys Island muy poco después de su emisión. El sensacionalismo del crimen atraería, sin duda, a la competencia como un animal atropellado en la carretera a los carroñeros.
—Cada vez está más claro que se trata del segundo de los tres asesinatos que amenazó cometer Lazarus508 — dijo Nicky a la cámara—. La última víctima, Marsha Browning, era reportera del Coastal Observer, un periódico local. Tenía cuarenta y seis años, acababa de divorciarse, no tenía hijos y vivía sola. Como la víctima anterior, Karen Wise, Marsha fue apuñalada brutalmente. El asesino le cortó el cabello alrededor de la cara. Y llamó a esta reportera con...
—¿Qué carajo crees que estás haciendo? — La pregunta explotó detrás de ella sin previo aviso. Nicky dio un brinco y casi se le cayó el micrófono. Era una voz de hombre, cargada de una rabia contenida, y conocida. Muy conocida.
—Corto — soltó Gordon, indignado, y bajó la cámara mientras Nicky se volvía para encontrarse, nada sorprendida, con que Joe la fulminaba con la mirada. No lo había visto desde que la había dejado en la cocina de su madre. Hasta donde sabía, no tenía ni idea de que ella estaba allí. Era evidente que ahora se había enterado. Estaba detrás de ella, en jarras, con una postura que irradiaba agresividad. Bajo el brillo estridente de las luces que se habían instalado alrededor de la casa, su rostro parecía tenso y demacrado, y se le marcaban unas arrugas alrededor de los ojos y la boca que ella no había detectado antes. Ya no llevaba la chaqueta ni la corbata, iba con los dos botones superiores de la camisa desabrochados, las mangas remangadas y el cabello negro y abundante despeinado, como si se hubiera estado pasando los dedos por él.
En conjunto, se veía cansado, malhumorado y, aun así, indiscutiblemente sexy.
—Me asustaste — dijo Nicky con un suspiro de alivio. A pesar de que era evidente que él no compartía este sentimiento, se alegraba de verlo. Sus labios esbozaron espontáneamente una sonrisa.
—Me gusta saber que algo te asusta — aseguró Joe en un tono adusto. Su expresión, al mirarla, también lo era.
—Oh, jefe Franconi, ¿tiene alguna idea de quién lo hizo? — intervino con voz temblorosa la señora Frank, que tocó a Joe en el brazo y lo distrajo.
—Lo estamos investigando. — Al hablar con ella el tono de Joe se suavizó—. Hacemos todo lo que podemos para averiguarlo. ¿Por qué no se va a casa? Y dígaselo a sus vecinos: todo el mundo debe irse a casa.
—Tengo tanto miedo...
Nicky vio entonces que estaban sacando el cadáver de la casa en una camilla. El cadáver. Al pensar en ello se le alteró el cuerpo. Era convertir en algo impersonal, en un mero objeto putrescente, lo que unas horas antes había sido una mujer viva que regaba las flores, saludaba a una vecina y entraba en casa, la rubia con minifalda que había hablado con entusiasmo a su madre en el vestíbulo de Old Taylor Place el domingo anterior por la noche, se había proclamado admiradora suya y le había pedido una entrevista. Reportera como ella. Nicky sintió frío en todo el cuerpo.
«Podría haber sido yo...»
Pero se negó a pensar en eso ahora, se negó a pensar en nada que no fuera hacer su trabajo lo mejor posible. Hizo una señal a Gordon, se alejó de Joe, que seguía tranquilizando a la señora Frank y se situó. Cuando la cámara empezó a grabar de nuevo, se puso a describir lo que ocurría detrás de ella: la camilla que recorría el jardín hacia la ambulancia, el cadáver envuelto en una sábana blanca con una mancha roja que aumentaba despacio, horriblemente, de tamaño, los sanitarios que abrían las puertas traseras del vehículo...
—... La autopsia se practicará el lunes a primera hora de la mañana — explicó Nicky mientras cargaban el cadáver en la ambulancia y cerraban después las puertas—. En este momento, se sabe que la muerte se produjo aproximadamente entre las nueve y las diez de la noche. Según parece, la señorita Browning fue sorprendida en su casa...
—¿Puedo hablar contigo? — preguntó Joe, que volvía a estar a su lado y le rodeaba el brazo con una mano para sujetárselo con fuerza. Lo hizo en un tono casi demasiado agradable. Nicky se detuvo para levantar la vista hacia él con cierto fastidio. Así, con la luz de la casa detrás de él, se erguía amenazadoramente corpulento, y las vibraciones que emitía indicaban que estaba exasperado. Lo que era una lástima. Joe estaba interfiriendo en su trabajo, y a pesar del estado incipiente de su relación, eso no le gustaba. Estaba cansada, estaba triste, estaba asustada. En ese momento, lo único que le faltaba era que Joe se mostrara sobreprotector.
—Ahora mismo estoy ocupada — se excusó a la vez que señalaba a Gordon y la cámara.
—Sólo será un minuto. — Los ojos le echaban chispas, y su expresión contradecía la cortesía de su tono. Tenía la mandíbula tensa y estaba serio. En resumen, parecía irritado. Dirigió una mirada a Gordon—. Quizá debería apagar la cámara.
Nicky se aprovechó de que Joe no la estaba mirando para indicarle a Gordon con la cabeza que no lo hiciera y señalarse a sí misma. El cámara la obedeció e hizo un zoom sobre ella.
—Estamos con Joe Franconi, jefe de policía de Pawleys Island — dijo Nicky a la cámara, y vio cómo la lente se abría para tomar un plano más amplio que incluyera a Joe a su lado. Entonces, miró a Joe, al que se le desorbitaron un poco los ojos cuando le acercó el micrófono—. ¿Cree que se trata de un asesino en serie, señor Franconi?
Joe le sonrió. No era una sonrisa agradable.
—Sin comentarios — respondió.
—Nos han informado de que no había signos de que se hubiera forzado la entrada de la casa. ¿Significaría esto que la víctima conocía al asesino?
—Sin comentarios. — Ya no sonreía.
—También sabemos que la víctima fue apuñalada muchas veces, y que le cortaron parte del pelo como si fuera, al parecer, un trofeo. ¿Considera que estos detalles son suficientes para confirmar una relación, no sólo con el asesinato de Karen Wise, sino también con el de Tara Mitchell, hace quince años?
Joe apretó los labios.
—Sin comentarios.
—¿Tienen algún sospechoso en este momento?
—¡Maldita sea, Nicky!
—Cuidado, señor Franconi, está ante la cámara le advirtió, y le sonrió. De acuerdo, su sonrisa tenía cierto aire provocador; y no podía esperarse que un hombre irritado reaccionara bien ante una burla. Pero la cólera que de repente le brilló en los ojos podía calificarse de exagerada.
—Muy bien, ya me he hartado — soltó, y añadió hacia Gordon—: Si no apaga ese trasto, voy a metérselo por el culo, ¿entiende lo que le digo?
Mejor dicho, una cólera fuera de lugar.
—¡Mierda! No puede decirse eso por televisión. No podemos usarlo — se quejó Gordon, que se calló en cuanto vio la cara que ponía Joe—. De acuerdo — masculló, y la luz que indicaba que la cámara estaba grabando se apagó.
—Gracias — dijo Joe en un tono más controlado que antes, si es que eso era posible. Dirigió la mirada hacia Nicky y le sujetó el brazo con fuerza—. Y ahora...
—No puedes interferir así en mi trabajo — le espetó Nicky—. Soy una buena profesional, y pienso cumplir con mis obligaciones.
—Como te dije antes, sólo será un minuto — insistió con una voz todavía calmada, aunque era evidente que estaba llegando al límite de su paciencia. La idea de ver a Joe fuera de sus casillas era interesante, pero estaba cansada y sabía que él también lo estaba, y dadas las circunstancias, no parecía el lugar ni el momento de seguir provocándolo.
—Muy bien. Enseguida vuelvo — dijo a Gordon, y dejó que Joe se la llevara hacia el otro lado del jardín, donde se habían congregado menos personas. Cuando se detuvieron, estaban envueltos en sombras. Nicky estaba bastante segura de que nadie podía oírlos aunque no estuvieran totalmente escondidos del resto de la gente que pululaba por el exterior de la casa.
—¿Qué quieres? — preguntó. Soltó el brazo que le sujetaba y, basada en la teoría de que la mejor defensa es el ataque, usó un tono beligerante. Lo cierto era que sabía muy bien por qué Joe estaba molesto.
—¿Qué parte de «quédate en casa con las puertas cerradas con llave» no entendiste?
Sí, tenía razón. Entrecerró los ojos hacia él.
—La parte en que tú me das órdenes.
—¡Oh! ¿Así que se trata de eso? ¿Eres una de esas personas que tiene que hacer lo contrario de lo que les digan sólo para demostrar que pueden hacerlo?
—Entérese de algo, señor jefe de policía Franconi: esto no tiene nada que ver con usted. Se trata de mi trabajo, simplemente de eso.
—A la mierda tu trabajo.
—¿Sabes qué? Hay más reporteros. Ve a acosarlos a ellos.
—¿Acosar...? — Se interrumpió como si luchara consigo mismo y empezó a hablar de nuevo en el tono que un hombre razonable usaría para dirigirse a un loco o a un niño—. Por el amor de Dios, estoy intentando mantenerte con vida. Me importa un comino si hay o no reporteros en la escena del crimen. Pueden informar todo lo que quieran. Tú también puedes informar todo lo que quieras. No se trata de eso, y si tuvieras un mínimo de sentido común, lo sabrías.
—¿De qué se trata entonces?
—De que, por alguna razón, el asesino se comunica contigo. Te llamó después de los dos asesinatos que sabemos que cometió. Esta noche sabía que estabas en la playa, lo que significa que te vigila. Me apuesto lo que quieras a que en las próximas horas recibirás un e-mail o alguna otra forma de comunicación, sino es que ya lo has recibido. Y, por si no te has dado cuenta, las dos víctimas trabajaban en algún medio de comunicación, como tú. Si necesitas ayuda para entender la situación, permíteme que te la aclare: es posible que tú figures en lo más alto de su lista.
Nicky inspiró con fuerza. Había llegado a la misma conclusión, claro. Pero que Joe la formulara con palabras, le daba un aspecto más concreto y aterrador, y también más posible, que antes.
—Ya lo sé. Pienso ir con cuidado.
La mirada que Joe le dirigió fue tan penetrante que casi le dolió.
—No me parece que vayas con demasiado cuidado — soltó con tristeza—. Si lo hicieras, te habrías quedado en Chicago.
—Voy con cuidado. ¿Ves que no estoy sola? Gordon me recogió en casa y, cuando hayamos terminado aquí, volverá a llevarme.
Los ojos de Joe la dejaron un momento para posarse en Gordon. Estaba más o menos donde lo habían dejado, y parecía estar grabando cómo se iba la ambulancia.
—Ah, bueno. No me había percatado de que Gordon estaba contigo. Esto lo cambia todo.
Ya volvía a desplegar su sarcasmo. Nicky iba a intervenir, pero antes de que pudiera hacerlo, Joe puso cara de sorpresa.
—¿Es tu madre, aquélla?
Nicky no tuvo que dirigir la mirada hacia donde él la tenía puesta para conocer la respuesta: sí. Leonora, Livvy, el tío Ham y el tío John habían insistido en seguirlos a ella y a Gordon hasta la escena del crimen. No se había opuesto, aunque tampoco habría servido de nada hacerlo, y, de todos modos, su ayuda había resultado ser valiosísima. Nicky había pasado mucho tiempo fuera, pero la mayoría de estas personas eran vecinas y amigas de su familia desde hacía años, incluidos los policías, excepto Joe. La mayoría de la información que planeaba dar en el aire procedía de las fuentes que su familia le había conseguido.
—Y tu hermana. Ésa es tu hermana, ¿no? ¿Qué hiciste? ¿Convertiste esto en una salida familiar?
De acuerdo, que su familia la siguiera a cubrir una historia no era lo más profesional. En este caso, era una de esas cosas, como la muerte o los impuestos, que no puedes evitar. Habían decidido ir y habían ido. Se acabó. Así era, en pocas palabras, la vida en su familia.
—Te dije que iba con cuidado — comentó Nicky, que levantó el mentón con orgullo—. Nos siguieron a Gordon y a mí hasta aquí, y después nos seguirán hasta casa. Entonces, entraré con ellos y pasaremos juntos toda la noche bajo el mismo techo. ¿Te parece lo bastante seguro?
—Dios mío. — Joe inspiró y, cuando habló de nuevo, le había desaparecido de la voz hasta el último rastro de sarcasmo—. Me parece que no lo estás entendiendo. A esta mujer la masacraron. Por lo que sabemos en este momento, y es algo preliminar, pero estoy bastante seguro de que es correcto, no hubo agresión sexual, ni robo, ni ningún motivo para lo que hizo salvo matar por matar. Quienquiera que sea este hombre, es perverso, es peligroso y, al parecer, ha entablado alguna clase de relación contigo. Cuando vaya a por ti, si va a por ti, va a salir de la nada, no obstante la presencia de Gordon y de tu familia. Cuando te des cuenta de lo que está pasando, puede que ya sea demasiado tarde.
Al oír las palabras de Joe, Nicky sintió pánico. Pero, para entonces, esto ya empezaba a ser casi normal.
—¿Y qué sugieres que haga? ¿Que me vaya corriendo a Chicago a esconderme en mi casa?
—Sí, ésa sería la idea.
—¿Y puedes garantizarme que, si vuelvo a Chicago, no me seguirá?
Sabía que lo había pillado. Joe se la quedó mirando un momento sin responder.
—No puedes, ¿verdad? — soltó triunfalmente.
—Estarás más segura — dijo Joe—. Aunque sólo sea porque tendrá que hacer más esfuerzo para llegar a ti. Si es un asesino en serie, es probable que no quiera abandonar su terreno conocido.
—¿Y si no es un asesino en serie? ¿O si últimamente no ha hecho una búsqueda en Google sobre asesinos en serie y no sabe que debería limitarse a un terreno conocido?
—Muy graciosa — comentó Joe con los ojos entrecerrados. Y, tras un instante, añadió—: Pues no vuelvas a Chicago. Ve a algún otro sitio. Tómate unas vacaciones en las Bahamas o algo así, y no digas a nadie dónde estás hasta que lo hayamos atrapado.
—Nadie lo ha atrapado en quince años. ¿Por qué crees que lo vas a hacer mejor?
—No sabemos si es el mismo asesino.
—¿Por qué crees que no lo es?
Frunció el ceño, pensativo, pareció que iba a decir algo, y después le dirigió una mirada penetrante.
—Oh, no. ¿Crees que voy a decírtelo? ¿Para poder verlo por televisión? Ni hablar.
—Muy bien — soltó Nicky—. No me lo digas. Lo averiguaré yo sola. El programa se llama Investigamos las veinticuatro horas por algo: investigamos las cosas. Como estos asesinatos. Que es lo que vine a hacer.
—Espléndido — dijo Joe con un inequívoco tono de crispación en la voz—. Pero quizá, mientras lo estés haciendo, tu programa debería pensar en cambiar de nombre. ¿Qué tal si, en lugar de Investigamos las veinticuatro horas, lo llamáis La hora amateur?
Nicky frunció el ceño. Estaba harta de su sarcasmo e iba a decírselo.
—¿Cómo...?
—Joe — llamó el subjefe Dave, que apareció de entre la penumbra antes de que Nicky pudiera dar rienda suelta a su disgusto. Joe se volvió—. El alcalde me ha dado un mensaje para ti: quiere que... Humm... — se interrumpió al ver a Nicky.
—¿Qué? — soltó Joe.
—Que eches a todos los periodistas de aquí — concluyó Dave, abatido—. Ahora mismo.
—¡Vaya! — comentó Joe, que volvió a mirar a Nicky a los ojos—. Eso sí que es un buen plan.
—No puede echarnos — replicó Nicky al instante—. Si lo intenta, se enfrentará con una demanda por un importe tan elevado que la ciudad se arruinará, por no hablar de la mala imagen que dará cuando empecemos a criticar duramente la investigación por televisión.
La amenaza permaneció un momento suspendida en el aire entre ambos.
—Espléndido. Realmente espléndido. — Joe sonó verdaderamente harto. Dirigió una mirada hacia la casa iluminada pasándose la mano por el cabello y Nicky supo entonces cómo se había despeinado tanto. Joe la miró de nuevo—. Serías capaz de hacerlo, ¿verdad?
—Sin dudarlo — le sonrió.
Se miraron un momento a los ojos mientras medían sus fuerzas. Luego, Joe cedió, tal como Nicky sabía que no tenía más remedio que hacer.
—Bien — dijo despacio—. Supongo que tendré que ir a explicarle a Vince el concepto de libertad de prensa. — Y mirando a Dave, añadió—. Mientras tanto quiero que lleves a Lois Lane a su casa y que te quedes ahí hasta que yo llegue.
Se volvió hacia Nicky, que ya se preparaba para protestar.
—Y si te da algún problema — prosiguió—, o trata de darte esquinazo de alguna forma, quiero que la detengas, la lleves a comisaría, la encierres en una celda y te sientes delante hasta que yo llegue. ¿Entendido?
Dave miró a Nicky con los ojos desorbitados, llenos de alarma. La chica estaba a punto de explotar de rabia.
—Claro, Joe, lo que tú digas.
—Espera un momento — soltó Nicky—. No puedes...
—Ya lo creo que puedo. — La voz de Joe era suave, tan agradable como mortífera. Una mirada a sus ojos indicó a Nicky que esta vez no hablaba en broma—. Y créeme que lo haré, cariño. Así que lo aceptas o vas a la cárcel. Tú misma.
Y, acto seguido, se volvió y se dirigió hacia la casa.
Nicky, furiosa, iba a gritarle algo por el estilo de «vete a la mierda», sin importarle que tuviera un buen trasero y unos bonitos ojos, pero recordó su dignidad justo a tiempo, y recordó también que es más fácil atrapar moscas con miel que con vinagre. Así que se encogió de hombros y dirigió una sonrisa compungida a Dave, cuya expresión indicaba con tanta claridad como si lo dijera en palabras que desearía estar muy lejos de allí.
—Parece que vamos a estar juntos — dijo en un tono deliberadamente encantador—. Pero está bien. De hecho, ya había terminado aquí. Sólo me gustaría que me dijera algo antes...
Había enviado a Dave con Nicky porque no podía ir él mismo y Dave era el único de sus hombres al que conocía lo bastante bien como para confiarle la vida de la chica. Fue algo que le hizo reflexionar. Era un forastero en un sitio desconocido, lo que lo dejaba en una situación de gran desventaja. Como había advertido antes a Nicky, ser policía no convertía necesariamente aun hombre en honesto, o digno de confianza, o en nada más que no fuera el simple hecho de ser policía. Dos mujeres habían muerto salvajemente asesinadas en menos de una semana mientras él estaba al mando. Iba a asegurarse de que Nicky no fuera la tercera.
Si ella no tenía cuidado, él lo tendría por ella.
—¿Estabas concediendo una entrevista? — le bramó Vince en cuanto cruzó la puerta—. Queremos ser discretos, no convertir esto en un circo.
Hacía demasiado calor en la casa debido a todas las personas que estaban en ella y a todas las luces que se habían instalado en su interior para facilitar la búsqueda de todas las pruebas posibles, hasta las más insignificantes. Y resultaba de lo más claustrofóbica también. Ahora que sabía qué era, hasta el menor rastro del olor a muerte en el aire le provocaba náuseas. Cuando la puerta mosquitera se cerró tras él, fue consciente de querer volver a respirar aire fresco. No podía dar media vuelta y salir, pero le hubiera gustado hacerlo.
—Vamos a tener que tratar con los medios de comunicación — indicó Joe en un tono tranquilo mientras se acercaba a Vince.
El alcalde, vestido aún con los pantalones caqui y la chaqueta verde que llevaba antes, aunque sin la corbata, estaba de pie detrás del sofá observando cómo Milton, bajo la supervisión de un miembro de la policía científica del condado de Georgetown, a la que se había llamado para que acudiera a la escena del crimen debido a la insistencia de Joe, se esforzaba por usar una cuchilla para cortar un trozo de moqueta del rincón del salón que podría tener o no un par de manchas de la sangre de la víctima. Los flashes procedentes del cuarto de baño indicaron a Joe que todavía se estaban tomando fotografías de la escena del crimen. El cadáver ya no estaba, pero Joe sabía que las manchas y las salpicaduras de sangre podrían revelarles muchos datos sobre el ataque. Un brillo azul en el dormitorio significaba que estaban utilizando «luminol» para encontrar más sangre.
—No se van a marchar — prosiguió Joe—, y no podemos obligarlos a hacerlo. Lo que tenemos que hacer es cooperar con ellos hasta cierto punto, proporcionarles información seleccionada mientras mantenemos en secreto lo que queramos que no se sepa y, de esta forma, procurar gestionar el caso lo mejor que podamos.
—¡Y una mierda! — Vince prácticamente echaba espuma por la boca. Fulminó a Joe con la mirada—. ¿Qué pasa? ¿No tienes pelotas para decirle a tu novia que se largue? Sí, señor. No te creas que no me enteré de que cenasteis la mar de acaramelados. Por el amor de Dios, hombre, soy el propietario del hotel. En un sitio como éste, se sabe todo, joder.
A Joe se le hizo un nudo en el estómago.
—Te daré un consejo, Vince — dijo—: No te metas en mi vida privada.
Sus ojos se encontraron y ambos sostuvieron la mirada.
—No me interesa tu vida privada — aseguró Vince en un tono más suave pasado un momento—. Pero tenemos que contener esto. Sino lo hacemos, nos vamos a arruinar. ¿Crees que el hombre que lo hizo es el mismo que mató a la otra chica en Old Taylor Place el domingo pasado?
—Es difícil estar seguro al cien por cien en este momento, pero yo diría que sí — comentó Joe a la vez que se encogía de hombros.
—¿El mismo hombre que mató a la chica fantasma hace quince años?
—No lo sé. Puede que sí. Puede que no.
—También crees que no — tradujo Vince—. ¿Por qué?
—Por muchas cosas — explicó Joe—. En primer lugar, ¿dónde ha estado estos quince años? En segundo lugar, corta el pelo pero no mutila la cara. La de Tara Mitchell estaba hecha trizas. A Karen Wise y a la mujer de hoy las masacraron pero no les tocaron la cara. En tercer lugar, no tenemos ningún indicio de que el asesino se pusiera en contacto con nadie hace quince años. Este hombre llamó a Nicky Sullivan desde el teléfono de la víctima después de ambos asesinatos, como si quisiera que supiera que estaba ahí fuera. Por cierto, voy a asignarle protección. Creo que está justificado.
—¿Tienes idea de lo que va a costar? — exclamó Vince, horrorizado.
—Sí — contestó Joe—. Mucho. Y me da igual. Puedes despedirme si quieres, pero mientras sea jefe de policía, una persona amenazada estará protegida.
Una mancha colorada empezó a cubrir las mejillas de Vince. Significaba que no estaba contento, y Joe lo sabía. También sabía que él no iba a echarse para atrás. Desde que había llegado a Pawleys Island, había dicho «¿A qué altura?» cada vez que Vince decía «Salta». Pero había sido porque no le importaba. Nada.
Pero ahora sí.
—Mierda — soltó Vince—. ¿Quieres que tenga protección? Muy bien. Dásela. Pero tenemos que resolver el caso. No podemos permitirnos toda esta mierda. Ahora no. En ningún momento, pero ahora menos que nunca.
—Por Dios, ¿qué tiene de especial que pase ahora?
—Se acerca la temporada turística — dijo Vince mirándolo a los ojos.
Cuando Nicky entró en la cocina de Twybee Cottage, estaba tan agotada que apenas se notaba los huesos. La comitiva que la había seguido hasta la casa entró tras ella, a excepción de Gordon, que se había ido a su hotel. Hasta Dave entró. Las luces estaban encendidas, el ventilador daba vueltas en el techo y el olor a café impregnaba el ambiente. Harry estaba junto al tablero sirviéndose una taza. Se volvió cuando entraron y miró a los siete con el ceño fruncido: Nicky, Livvy, Leonora, el tío Ham, el tío John, Marisa y Dave.
—¿Dónde habéis ido tan deprisa? Me estaba empezando a preocupar por vosotros. Creí que a lo mejor Olivia... Pero veo que sigue de una pieza.
—¿Quieres decir que no te has enterado de...? — empezó a preguntar Leonora, y entonces todos metieron baza para poner al corriente a Harry de los detalles del asesinato de Marsha Browning. Nicky, mientras tanto, los dejó y subió a su dormitorio cargando con la maleta y el ordenador portátil, que había sacado del maletero del coche. Fue encendiendo las luces a medida que avanzaba hacia su dormitorio, uno de los cuatro del primer piso. Casi lo único que había cambiado en él era la posición de la fotografía enmarcada donde se la veía con el vestido de graduación del bachillerato que seguía sobre el tocador, donde la había dejado cuando se había ido a la universidad once años antes. Era una habitación grande, de unos cuatro metros y medio por cinco metros y medio, y el mismo techo alto de toda la casa: dos metros setenta en el piso superior y tres metros en el resto. Las paredes eran de color verde musgo, las cortinas y la tapicería eran blancas, y los muebles eran viejos, aunque no tanto como para calificarlos de antigüedades. La cama, de matrimonio y con dosel, situada entre el par de ventanas altas, el tocador y el buró eran de madera de cerezo. El marco del espejo rectangular que había sobre el tocador estaba cubierto de valvas que ella misma había pegado con una pistola de cola caliente en la fase artesanal de su adolescencia, y la butaca donde había pasado horas leyendo, que seguía en el mismo rincón que había ocupado siempre, lucía un estampado de helechos verde y blanco a juego con la colcha. Había dos puertas, una que daba al pasillo y otra que daba al cuarto de baño que compartía con Livvy, cuya habitación, idéntica (salvo por la decoración rosa fuerte y los muebles pintados de blanco), daba al otro lado del cuarto de baño.
Nicky dejó la maleta en el suelo, junto al buró, y sacó el portátil de la funda. Al dejarlo sobre la mesa, se le empezó a acelerar el pulso. Conectar con Internet le costó un poco porque el tejado de Twybee Cottage era de metal, lo que provocaba interferencias en la recepción de todo, desde la televisión hasta las llamadas telefónicas. Pero, al final, lo consiguió. No tardó nada en revisar su correo electrónico.
El corazón le dio un vuelco al verlo: un mensaje de Lazarus514. El catorce de mayo. El día antes, la fecha del asesinato de Marsha Browning.
Lo había esperado, lo había temido, pero, aun así... La fría realidad le revolvió el estómago.
Inspiró de modo entrecortado e hizo clic en el mensaje:
De noche oirás un aullido fuerte,
el aullido de un perro a la muerte.
Te aseguro que no me lo invento.
Que me caiga muerto si miento.
Seguía leyéndolo cuando, con el rabillo del ojo, captó la sombra alta de un hombre tras ella.