Capítulo 25
Una vez en la ambulancia, camino del hospital, Mac no empezó a sentirse mejor hasta que la medicación dejó notar sus efectos. Al poco se sintió como drogado, lo cual no solía gustarle. No obstante, en sus circunstancias, casi lo agradeció. Le habían puesto un gota a gota que se balanceaba cada vez que el vehículo pillaba un bache o daba un bandazo. La sirena hacía un ruido atronador.
Su actual situación tenía una cosa buena, reflexionó. De hecho, tres cosas buenas, o tal vez una que constaba de tres partes. Lo mismo daba.
Lo primero era que Julie, mojada y sucia pero ilesa, vestida con una camisa que le había entregado uno de los policías, iba sentada en la ambulancia junto a él, con su mano entre las suyas. Josephine estaba acurrucada a sus pies. Mac no podía imaginar qué habría hecho Julie para lograrlo, porque no estaba permitido que los perros viajasen en ambulancia. La perrita estaba igualmente ilesa y Mac supuso que ahora también eso contaba como algo bueno.
Aquella noche, Josephine había compensado con creces todas las diabluras que había cometido desde que vivía con él. Jamás volvería a pensar en llevarla a ninguna protectora de animales. Se había ganado un lugar de honor en su familia.
Y Julie también. Sólo que aún no había encontrado el momento de decírselo.
Lo segundo era que Greg Rice le había dicho que, gracias a él y a Hinkle, se había descubierto la red de crimen organizado más grande de toda la Costa Este. Podrían reincorporarse a la policía, si lo deseaban. Mac iba a tener que pensárselo. Lo de ser investigador privado había resultado, cuando menos, interesante. Además recibirían las pertinentes disculpas. No iban a presentar cargos contra él por haber hecho picadillo a dos de los suyos. Por fortuna para Mac, Dorsey y Nichols eran policías corruptos y se iba a hacer la vista gorda.
La tercera cosa buena era que Roger Basta había sido capturado vivo. No había hablado de momento, pero aún era pronto. Cuando viera la clase de cargos que le imputaban, sin duda cantaría.
Aunque ahora ya sabía que su hermano estaba muerto, Mac aún deseaba encontrarlo. Basta era la clave para hacerlo, pues él sabía dónde se encontraba. Negándose a permanecer anclado en el dolor que siempre sentía al pensar en su hermano, Mac miró a Julie y le apretó la mano. Había muchas cosas que quería decirle, que necesitaba decirle, pero, consciente de la presencia del enfermero que controlaba sus signos vitales, observando diversas máquinas que no paraban de hacer bip—bip, Mac se contuvo.
En lugar de ello, dijo:
—Por cierto, estuvo muy bien lo de decirle a Basta que sabías dónde estaba escondida la cinta que buscaba. De lo contrario, creo que nos habría matado allí mismo. Zas, pum, gracias, señora.
Julie lo miró. Sus grandes ojos castaños estaban cansados e inyectados en sangre, pero seguían siendo de una incomparable belleza. Toda ella era de una incomparable belleza.
—Sé dónde está escondida la cinta. Al menos, eso creo. En cuanto supe que se trataba de una cinta, supe dónde debía de estar. Cuando mi padre vino a verme la última vez, me regaló un osito de peluche. Era el único regalo que me había hecho jamás y sigo conservándolo después de tantos años. Me dijo que era mi regalo de cumpleaños y que debía cuidarlo muy bien. Dijo que regresaría dentro de un par de semanas para asegurarse de que lo cuidaba. Nunca regresó, murió antes de poder hacerlo. Pero incluso entonces pensé que era extraño: él nunca venía a visitarnos, pero allí estaba, llamando a nuestra puerta y trayéndole un osito de peluche como regalo de cumpleaños a una niña bastante crecidita. Es un osito blando y mullido. Al principio, lo usé a veces como almohada. Dejé de hacerlo porque notaba algo duro debajo de toda aquella pelusa. Duro y rectangular, y del tamaño aproximado de una cinta, ahora que lo pienso. Entonces creí que formaba parte del osito. Apostaría cualquier cosa a que la cinta está dentro.
—¿Dónde está ahora el osito? —Mac no daba crédito a sus oídos. ¿La clave de todo aquel enredo había estado desde el principio en poder de Julie sin que ella lo supiese? La miró con incredulidad.
—Sobre mi cama. Lo he conservado durante todos estos años, pero nunca le he dicho a nadie de dónde salió. —Julie hizo una mueca, poniendo cara de estar triste, arrepentida y un poco incómoda a la vez—. ¿Sabes?, era el cumpleaños de Becky, no el mío. Tuve tantos celos de que mi padre se acordara de ella y no de mí que jamás le hablé del osito. Me lo quedé yo.
La expresión de su rostro le llegó a Mac al corazón.
—Bueno. —Mac se llevó la mano de Julie a los labios, con enfermero o sin él, y le besó la palma. Luego, como aún parecía triste, optó por enviar al infierno su orgullo masculino y se decidió—. Julie. Te amo.
Ella le sonrió, una sonrisa lenta que fue como el amanecer.
—También yo.
Ignorando al enfermero, que parecía no inmutarse por nada, Mac le besó uno a uno los esbeltos dedos de uñas rosa. Luego la curiosidad se apoderó de él y alzó la vista.
—¿Nunca le hablaste a Sid del osito? —Si lo hubiera hecho, Sid habría sospechado de inmediato y se lo habría llevado.
Julie negó con la cabeza y los ojos le brillaron con una chispa de diversion.
—Siempre se mostraba muy desagradable cuando le hablaba de mi familia. Yo no era capaz de decirle que mi padre ni siquiera nos distinguía a Becky y a mí.
Mac se echó a reír. Desde el principio, Julie había tenido la clave de aquel rompecabezas y Sid no había sido capaz de sacarle nada a Julie porque era un gilipollas. ¿Había sido aquello un acto de justicia poética?
—Tenemos que decírselo a Greg. —Mac intentó incorporarse, pero las correas que lo sujetaban por el pecho se lo impidieron.
—Ya lo he hecho.
La mano de Julie y la dura amonestación del enfermero lo obligaron a tumbarse de nuevo.
—Va a enviar a alguien en busca del osito. Me ha dicho que, aunque la cinta esté dentro, se encargará de que me lo devuelvan en cuanto la saquen, como nuevo. Supongo que ahora tendré que contárselo a Becky.
—Eres asombrosa, ¿lo sabías? —le dijo Mac con ternura.
Julie le sonrió y, de repente, Mac sintió una euforia que ninguna medicación sedante le había producido jamás. Julie lo hacía levitar, a él y a alguna otra parte de su cuerpo.
Llegaron finalmente al hospital, sacaron a Mac de la ambulancia, lo metieron en la sala de urgencias y ya no hubo más oportunidad de hablar.
Tres semanas más tarde Mac volvía a hallarse al borde de precipicio del lago Moultrie. Hacía calor, el cielo era de un azul radiante y el sol brillaba en lo alto.
Era uno de esos días para pasárselo bien, para comerse un perrito caliente, echar a volar una cometa y pasear por la playa. Para Mac, sin embargo, era un día agridulce. Una grúa estaba sacando del agua un Chevy Cougar oxidado. Conocía ese coche. Daniel lo había comprado dos meses antes de su desaparición.
El corazón le dolió de un modo casi insoportable cuando, chorreando agua, lo vio perfilarse contra el cielo azul.
Basta les había dicho dónde buscar. Por lo que se había descubierto, Basta tenía otra identidad opuesta por completo: en su vida cotidiana era un agente de alto nivel de la DEA, la agencia gubernamental para el control de estupefacientes. Había trabajado para ella durante más de treinta años y estaba tan corrupto como la mayoría de sus agentes. Al principio había traficado con drogas, aceptado sobornos y amañado casos. Luego, por iniciativa propia, al empezar a detener traficantes que trabajaban para John Carlson, se había pasado definitivamente al otro bando. Cuando Carlson averiguó quién era y qué hacía, se valió de ello para tenerlo en la palma de la mano. Al final se había apropiado por completo de él. Entre otras cosas, había aprovechado el entrenamiento y el talento de Basta para utilizarlo como su asesino a sueldo particular, llamándolo siempre que alguien se interponía en el camino de la organización.
Mac se sorprendió y se enorgulleció al saber que Daniel también había sido agente de la DEA. Según Basta, lo habían reclutado justo después de que terminara el servicio militar, que, al igual que Mac, había cumplido en las fuerzas especiales del ejército. Debido a su amistad con Sid, Daniel llevaba tiempo sospechando que los Carlson estaban implicados en el tráfico de drogas. Con el entusiasmo propio de la juventud, había sido lo bastante ingenuo como para poner a su superior al corriente de sus sospechas. Su superior era Basta, que no tuvo más remedio que darle carta blanca; de lo contrario Daniel habría sospechado de él. Desde el momento en que empezó a investigar a los Carlson, Daniel fue hombre muerto.
Luego, Kelly Carlson grabó por accidente a Basta, Sid y John Carlson hablando sobre un asesinato que Basta acababa de cometer por encargo. Cuando escuchó la cinta, Kelly se asustó. Acudió a Daniel, pues había salido con él antes de casarse con Sid, y se lo contó todo. Daniel aceptó la cinta sin titubear y ya estaba en camino para entregársela a Basta cuando Kelly lo llamó, aterrorizada. Por la forma en que Sid se comportaba, creía que sabía lo de la cinta. Así pues, Daniel escondió la cinta y regresó con Kelly.
Daniel y Kelly murieron aquella noche.
Basta añadió que Mike Williams, que también había realizado trabajitos para los Carlson en la nómina de la Rand Corporation, tenía instrucciones de no perder de vista a Daniel. Williams vio dónde escondía la cinta, se la llevó y la escuchó. Al igual que a Kelly, su contenido lo asustó. Sabía que lo matarían si alguien averiguaba que estaba al corriente. Salió huyendo, y se llevó la cinta con él. Pero al parecer la codicia fue más fuerte. Cometió el error de regresar al cabo de cinco años e intentar chantajear a los Carlson con el contenido de la cinta. Para cubrirse las espaldas, la ocultó en un osito de peluche y se lo regaló a Julie. Cuando lo encontraron e intentaron sacarle a golpes el paradero de la cinta, Williams fue poco preciso, pero les dijo lo suficiente como para hacerles sospechar que Julie sabía dónde estaba, antes de morir durante otro interrogatorio. Basta lo arregló todo para que pareciese un ahogamiento accidental.
Luego Sid había entrado en la vida de Julie para dar con el paradero de la cinta y el resto ya era historia. Ahora los federales tenían la cinta en su poder, que era tan explosiva como se preveía. La persona asesinada era Henry Jacobs, un veterano juez federal. Era uno de los crímenes más investigados de las últimas dos décadas. Nunca se había resuelto, hasta la aparición de la cinta. La grabación dejaba a las claras que Basta había sido el autor, que John Carlson le había pagado para hacerlo y Sid estaba al corriente de todo.
Cuando la policía abrió el maletero del Cougar y encontró a Daniel y a Kelly, la historia quedó al fin cerrada. Al menos para Mac.
Mientras sacaban los cadáveres y los introducían en bolsas para restos humanos, Mac se dio cuenta que tenía lágrimas en las mejillas y dejó de mirar. Se apoyó con todo su peso en las muletas y cerró los ojos.
«Ah, Daniel —pensó—. Te quería, hermano mío.»
Viendo su dolor, Julie se colocó frente a él, lo rodeó por la cintura y luego se puso de puntillas para besarlo. Su boca era suave y dulce, como el resto de su ser, y Mac la besó con avidez. Le sorprendió comprobar que la deseaba, incluso en un momento como aquél, impregnado de recuerdos trágicos y muerte. Era, supuso, una afirmación de la vida.
—Lo siento, Mac —dijo Julie con suavidad, despegando al fin los labios. Mac vio que tenía los ojos bañados en lágrimas y cayó en la cuenta de que en los últimos tiempos la había visto llorar con demasiada frecuencia: en el funeral de Sid y en los de John Carlson y Carlene Squabbs. No quería volver a ver lágrimas en aquellos ojos nunca más, pensó, a menos que fueran de alegría. Se prometió que haría todo lo que estuviera en su mano para lograrlo.
—No pasa nada —dijo él—. En mi fuero interno, yo ya sabía desde hacía tiempo que Daniel había muerto. Encontrarlo era lo último que podía hacer por él. Se lo debía: era mi hermano.
—Ojalá lo hubiese conocido.
Mac consiguió esbozar una sonrisa. No era muy alegre, pero serviría. Quedarse anclado en el pasado no tenía sentido. Había que mirar hacia delante.
—Le habrías gustado. Los bombones como tú eran su debilidad.
Aquello hizo reír a Julie y oírla alivió parte del dolor que Mac no lograba arrancar de su corazón. La miró y se dio cuenta de que al menos algo bueno había salido de aquella tragedia: había encontrado a Julie, el amor de su vida. Posó la mirada en sus brillantes cabellos, negros y ondulados, en su hermoso rostro y su impresionante cuerpo. Se había puesto un vestido corto sin mangas de color amarillo pálido y estaba tan delicada y hermosa como un rayo de sol. Y no llevaba medias.
A Mac le encantaba que llevara las piernas desnudas.
—Vayamos a casa—dijo.
Habían estado viviendo juntos en la casa de Mac, porque Julie no podía soportar poner un pie en la suya y la había puesto a la venta. En cuanto cruzaron la puerta, Josephine los saludó, ladrando y meneando la cola. Mac miró a su alrededor, pero a primera vista no vio ningún destrozo en la casa. De hecho, desde que les había salvado la vida, Josephine apenas se había comido nada que no debiera. Julie decía que convertirse en una heroína la había reformado.
Mac estaba casi convencido de que no era por eso, pero, como mínimo, confiaba en que siguiera así.
Echó a Josephine una galleta que le había traído del coche, dejó las muletas apoyadas en la pared, se mantuvo en equilibrio sobre la pierna buena y tomó a Julie en sus brazos.
Ella lo miró sonriente y le ofreció los labios, en espera de que la besara.
En lugar de hacerlo, Mac se limitó a mirarla. Si el destino había decidido colocar en su camino un regalo para el resto de su vida, sin duda era el que quería: Julie.
—Te amo —dijo—. Cásate conmigo.
Julie abrió mucho los ojos. Por un momento, un momento arrebatador, Mac contempló aquellos grandes ojos castaños a los que él pertenecería ya para siempre, dijera lo que dijese Julie, y aguardó su respuesta. Julie frunció el entrecejo, como si estuviera meditándolo.
—¿Josephine forma parte del trato? ¿Con collar de brillantitos incluido?
Mac sonrió.
—Querida, por ti, hasta la sacaría a pasear con él puesto.
—Entonces sí. Sí, me casaré contigo.
Mac se inclinó y la besó. Entonces la Tierra giró sobre su eje. Las motas de polvo danzaron y cantaron a su alrededor y el aire se transformó en vapor con la llamarada de su pasión. Mac le hizo el amor con una vehemencia que expresaba sin palabras la forma en que Julie le hacía sentir. Y cuando ella no fue más que un cuerpo tembloroso y abandonado en sus brazos, Mac volvió a hacerle el amor otra vez desde el principio.