Capítulo 18
—¿Los vecinos te espían para informar a tu abuela? —Aquello era tan irresistiblemente encantador que a Julie se le pasó el enfado y sonrió.
—Mi abuela vivía en esta casa y ellos eran sus vecinos. Se la compré hace cinco años, cuando ella decidió irse a vivir con su hermana y yo me divorcié. Apenas he hecho cambios, excepto deshacerme de algunas chucherías. El viejo Chevy de mi abuela sigue aparcado en el garaje. De todas formas, tía Rose vendió la suya hace sólo cinco semanas, fue entonces cuando obtuve la custodia de Josephine, y ella y mi abuela se fueron juntas una residencia, pero sigue en contacto con los vecinos.
—Es adorable.
La casa era igual a como la recordaba, pensó Julie al entrar: fresca, oscura y gratamente destartalada. Las cortinas estaban echadas para que no entrara el sol. El sofá, el sillón y el televisor estaban en el mismo lugar. La gan diferencia es que ya no había periódicos ni revistas en el suelo junto al sillón. Al mirar con más atención, Julie descubrió que los había apilado encima del televisor y su sonrisa se ensanchó. El adiestramiento canino parecía funcionar: era obvio que Josephine había enseñado a Mac a no dejar las cosas en el suelo.
—Sí, bueno, tú no tienes que soportarlo. —Con aspecto de estar más enfadado que nunca, Mac cerró la puerta, aislándolos de la señora Lieferan y de la calle, y luego se quitó las gafas de sol, dejándolas sobre una mesa cercana. Su arma, que llevaba escondida en algún sitio de la espalda, siguió a las gafas. Entretanto, Josephine miró a Julie, meneó la cola como si le estuviese diciendo «discúlpame» y desapareció en dirección a la cocina.
—Por cierto, ya puedes irte olvidando de pelearte conmigo —le dijo Julie—. No te va a funcionar.
—Querida, no sé de qué estás hablando.
Mac se le acercó por detrás. Julie estaba a punto de decir algo —después ya nunca recordaría de qué se trataba— cuando la rodeó por la cintura y le cubrió los senos con las manos.
La sorpresa la tensó y la obligó a bajar la vista, pero ver y notar sus manos palpándole los senos la encendió como si fuera fuego en lugar de sangre lo que corriese por las venas.
—Muy bien —dijo Mac. Julie notó su aliento en el pelo, su cuerpo embriagador, fuerte y duro, apretándose contra el suyo—. Ya tienes lo que querías. Estamos solos. Si aún sigues decidida a follar conmigo para vengarte de Sid, aquí me tienes.
Algo en su tono —por no hablar de su acercamiento— le dijo que esperaba enojarla o desconcertarla para que ella lo rechazara. Julie reflexionó durante los segundos que permaneció inmóvil mientras las manos de Mac le estrujaban los pechos. Si no lo conociese lo bastante bien como para darse cuenta de lo que pretendía, es posible que lo hubiera logrado.
Pero ella lo conocía.
Julie se dio la vuelta, se abrazó a él y se tomó un momento para valorar la situación. Sus esbeltos brazos desnudos estaban bronceados y contrastaban con las llamativas palmeras verdes repletas de loros que crecían en la camisa de Mac. La camiseta que llevaba debajo parecía muy blanca comparada con su cuello bronceado. Sus anchos hombros y la solidez de su pecho contra sus senos ya sensibilizados la fascinaban. Aunque llevaba zapatos de tacón, Mac le sacaba casi una cabeza y eso volvió a recordarle lo grande que era. Él tenía el ceño fruncido, con las cejas más juntas que de costumbre, y aún parecía estar de mal humor.
Tratándose de Mac, Julie decidió que aquella expresión resultaba sexy. De hecho, todo en él lo era, se pusiera como se pusiese. Y si tenía que verlo de malhumor, se conformaría con eso.
—Pues empieza por quitarme la ropa —dijo Julie, sonriendo cuando lo miró a los ojos—. Y, después, no te olvides de que tienes que hacerme gritar.
A Mac se le encendió la mirada. Luego, en lugar de abrazarla laxamente, como había hecho hasta entonces, bajó los brazos y la asió con firmeza por las caderas. Julie se temió que fuera a apartarla y se aferró a él con más fuerza.
—Te pones muy mono cuando estás de mal humor —dijo.
—¿Mono? —Mac no parecía muy complacido por la expresión y Julie no pudo evitar sonreír. Dando por terminada la conversación, se puso de puntillas con la intención de besarle. Cuando sus labios rozaron los de Mac, Julie pensó que besarle de aquella forma, sólo porque le apetecía, era un verdadero lujo. Significaba que su relación estaba tomando un cariz del todo nuevo. Por encima y más allá de la intensa atracción sexual que la hacía vibrar hasta los mismos dedos de los pies, entre ellos se había creado intimidad, amistad, afecto, lo cual ella valoraba muchísimo. Estar así con Mac marcaba el inicio de todo un nuevo capítulo en su vida, pensó Julie con una sensación muy próxima a la felicidad. Amoldó entonces con mimo sus labios a los de él y le introdujo la lengua en la boca, incitándolo a unirse al juego. Incluso en sus circunstancias, ella no podría haber hecho aquello con cualquiera. Mac podía llamarlo un polvo vengativo si lo deseaba, pero lo cierto era que el único hombre con quien Julie deseaba acostarse era él.
De igual forma que Mac era el único hombre a quien ella quería besar, y eso era lo que estaba haciendo. Su lengua, caliente y suave, opuso cierta resistencia cuando ella la tocó con la suya. Julie la empujó, la acarició y al fin consiguió que entrara en su boca. Le mordisqueó la punta, la chupó y, de repente, Mac le estrujó las caderas con tanta fuerza que incluso le hizo daño. Su lengua se despertó y le llenó la boca, llevando el juego a su terreno con un fogoso ímpetu. Julie sólo pretendía besarlo de forma breve y suave, pero con su respuesta saltaron chispas entre los dos y el beso adquirió vida propia.
Cuando al fin Julie retiró los labios, porque ya no podía aguantar más la respiración, miró a Mac para calibrar los efectos del beso. Vio signos inconfundibles de que había sido todo un éxito: tenía la mandíbula tensa, los pómulos sonrojados, y había fuego en su mirada.
—Julie. —Su voz, ahora ronca, tenía un timbre muy distinto del habitual. Seguía estrujándole las caderas—. Esto es un error.
No era precisamente lo que ella esperaba oír. Entornó los ojos.
—¿Qué eres tú, un chico tímido que aún no se ha estrenado? —Julie volvió a sonreírle, apretándose más contra él para amoldar sus suaves curvas a su cuerpo duro y sensual, y le hundió los dedos en el crespo pelo de la nuca. Lo miró a través de las pestañas (haber sido miss tenía su utilidad: Julie sabía hacer cosas como aquélla) y las batió con coquetería—. No te preocupes, tendré mucho cuidado.
—Estoy hablando en serio. —Mac parecía más malcarado que nunca, pero tenía la voz pastosa y Julie supo que había ganado la batalla por mucha resistencia que opusiera él. Por alguna razón oculta (¿ética profesional? ¿escrúpulos caballerosos? ¿una aversión encomiable a enredarse con una mujer que aún no estaba divorciada?) Mac estaba intentando resistirse a algo Que deseaba hacer con toda su alma. Por fortuna, desde el punto de vista de Julie, no lo estaba consiguiendo. Sus ojos, ahora puro hierro candente, le quemaron el rostro cuando, contradiciendo sus palabras, Mac dejó de estrujarle las caderas y la rodeó por la cintura. La atrajo hacia sí, abrazándola con tanta fuerza que Julie creyó fundirse con él. Incluso a través de la ropa, su calor y su fuerza la hicieron vibrar.
Por no hablar de la inconfundible erección que notaba en el abdomen, justo debajo del ombligo.
—Yo también estoy hablando en serio —dijo ella con suavidad, volviendo a acercar su rostro al de él—. Hazme el amor, Mac.
A Mac se le dilataron las pupilas, haciendo que sus ojos se volvieran casi negros por completo. Inspiró y dejó escapar el aire entre los dientes con un silbido audible. Su rostro se tensó, cincelando sus hermosas facciones. Luego agachó la cabeza, moviéndose tan despacio que Julie se estremeció en espera del beso. Notó su cálido aliento rozándole la cara. Se le aceleró el pulso. Cerró los ojos. El corazón empezó a palpitarle con fuerza. Lo deseaba tanto que la mera idea la mareaba, y reparó en que aquella intensa espera era maravillosa; hacía mucho tiempo que no deseaba nada tanto; hacía tanto tiempo que ya no lo recordaba.
Entonces, Mac posó los labios en los de Julie y ella dejó de pensar, abandonándose al beso.
Suspiró en la boca de Mac, abrazándolo con más fuerza y besándolo con toda su pasión. Él era el dueño de aquel beso, lo dominaba, y su fogosa violencia la hizo retorcerse de placer. Los ardientes labios de Mac eran duros y apremiantes y su lengua reclamaba su boca. Le deslizó una mano por la espalda, recorriéndole la columna vertebral. Julie notó un tirón, oyó un ruido, leve pero distintivo, y supo, con la pequeña parte de su cerebro que aún era capaz de registrar algo aparte del fogoso beso de Mac, que estaba bajándole la cremallera.
Notó que las piernas le flaqueaban.
El aire fresco le acarició la parte de la espalda que Mac iba descubriendo y Julie se estremeció. Él debió de notar aquel ligero temblor, porque dejó la mano apoyada al final de la cremallera, en la rabadilla, la apretó todavía más contra la apremiante prueba de su deseo, y alzó la cabeza para mirarla. Tenía los ojos encendidos por la pasión y su respiración era irregular. Julie estaba pegada a él, notaba todos los músculos, huesos y cartílagos de su cuerpo, y todos los latidos de su corazón. Le latía deprisa, como el de un corredor, y se dio cuenta de que también el suyo estaba acelerado. Estrujados contra la firmeza de su pecho, notaba los senos duros e inflamados; los pezones erizados estaban presos en su sujetador, que de repente le apretaban en demasía. El calor que irradiaban sus partes íntimas pareció extenderse por el resto del cuerpo, convirtiéndole la sangre en fuego líquido.
Mac se quedó mirándola durante unos instantes, sin decir nada. Julie apreció tanta pasión en sus ojos que tembló mientras él le examinaba el rostro. Sabía que estaba sonrojada, que tenía los ojos turbios y muy abiertos y los labios separados, húmedos y claramente ávidos. Ahora ya no podía ocultar cuán excitada estaba, aunque tampoco deseaba hacerlo.
Había llegado su hora, se recordó. De ahora en adelante, haría todo lo posible por conseguir lo que quisiese. Y lo que más quería en este mundo en aquel preciso instante era…
—Mac. —Pronunció su nombre en un susurro apenas audible.
—Es tu última oportunidad para cambiar de idea. —Parecía que le costara esfuerzo mantener la voz firme. Ya estaba introduciéndole la mano por la cremallera abierta. Julie miró su enjuta barbilla, ya con una sombra de barba. Se detuvo en las sensuales curvas de su boca, admiró las líneas clásicas de sus mejillas, la nariz recta, los ojos azules, el pelo rubio.
—Ni lo sueñes. —Julie sacudió la cabeza, temblando al notar la suave caricia de Mac en su espalda, las cálidas yemas de los dedos. Antes le habían flaqueado las piernas, pero ahora eran gelatina pura. Sus ojos se encontraron. Los de Mac eran implacables e impacientes, casi negros a causa del deseo. Con una mano le acariciaba la espalda desnuda, la otra seguía en su rabadilla, apoyada sobre su vestido lila. Julie la notaba justo encima de sus nalgas, apretándola contra él. Ella se movió, amoldando su pelvis a la de Mac, y contuvo la respiración cuando Mac respondió con un sensual movimiento de cadera que la hizo vibrar de medio cuerpo para abajo.
—Recuerda que has sido tú quien lo ha dicho. —Había un matiz de advertencia en su voz.
Entonces Julie perdió por completo el hilo de la conversación. Mac bajó la cabeza. Notó sus labios calientes y húmedos posándose en la sensible piel del hombro, descendiendo un poco y siguiéndole la clavícula, apartando el vestido a su paso. Sus besos le dejaron una estela de fuego en la piel que la instó a apretarse aún más contra él. Sin previo aviso, Mac alzó la cabeza y la asió por las muñecas, apartándole los brazos de su cuello. Le besó primero una palma y luego la otra, mirándola a los ojos, luego la soltó y empezó a quitarle el vestido. Julie se aferró a su cintura para no perder el equilibrio y observó su rostro mientras lo hacía. Ahora Mac tenía puesta toda su atención en la piel que iba quedando al descubierto a medida que la fina tela lila se deslizaba por sus brazos. Pero antes de que pudiera verle nada aparte de los hombros y el valle de los senos, Julie lo detuvo, sujetándose el vestido con una mano.
—Espera. —Meneó la cabeza
Mac alzó entonces la vista, mirándola ceñudo. Julie respiró hondo, reunió fuerzas, y se retiró. Él la soltó sin protestar, aunque tensó la mandíbula, como si hacerlo le costase trabajo. Dejó caer las manos y cerró los puños, como si se estuviera conteniendo para no volver a tocarla.
Julie le sonrió.
—Déjame a mí—dijo.
Mac la devoró con los ojos, pero no dijo nada. Tomando su silencio por un sí, Julie dejó de sujetar el vestido y se contorneó sensualmente. El fino tejido de lino resbaló hasta el suelo sin apenas hacer ruido. Luego, sin apartar los ojos de su rostro, Julie salió del charco lila y lo echó a un lado con el pie. Durante unos instantes, dejó que Mac la mirara, retirándose la espesa cabellera negra de la cara, manteniendo la espalda erguida y la barbilla alta. Respiraba con los labios entreabiertos y tenía las manos apoyadas en sus muslos desnudos.
Al menos, su lencería sexy serviría para algo, reflexionó mientras notaba la mirada de Mac quemándole la piel. De hecho, por la expresión de su rostro, hasta el último centavo que había gastado en ella había merecido la pena.
Sabía cómo debía de verla él: esbelta, bronceada, torneada donde debía, con un collar crema de perlas en la garganta y más perlas en las orejas, sus turgentes senos y sus pezones erizados atrapados en las copas casi traslúcidas de su sujetador sin tirantes rosa pálido, el estómago terso y suave, apenas cubierto por unas braguitas a juego a través de las que se adivinaba el triángulo oscuro de su sexo. Sabía que tenía las piernas bonitas, largas y elegantes como los tallos de una rosa de invernadero, y también sabía que en ese momento debían de parecer aún más tentadoras, porque las sandalias de tacón estaban diseñadas con el único propósito de resaltar su belleza.
—Dime una cosa. —Mac alzó los ojos para mirarla. Su voz tenía un timbre ronco que a ella le encantó—. ¿No tienes ropa interior que no vuelva a uno loco?
Julie negó con la cabeza.
—¿Te importa?
Mac emitió un gruñido que podría haber sido una risotada.
—Es un peso difícil de llevar, pero supongo que podré soportarlo.
Luego, volvió a bajar la mirada. Julie se humedeció los labios con la lengua porque, de repente, notó la boca seca. Mac la estaba mirando de arriba abajo, consumido por la pasión, provocándole deliciosos temblores en la piel allí donde posaba los ojos. Julie vio que abría los puños y luego volvía a cerrarlos, con más fuerza que antes. Vio que los nudillos se le quedaban blancos antes de volver a abrirlos. Entonces alzó la cabeza y sus ojos encontraron. El brillo adamantino que tenían los de Mac bastó para que Julie temblara como una hoja.
—Eres la cosa más hermosa que he visto en mi vida, y te deseo tanto que voy a enloquecer.
Mac se puso en movimiento antes de terminar la frase. Fue tan rápido que Julie no supo lo que iba a hacer hasta que la tomó en sus brazos y se la llevó al dormitorio, besándola por el camino con un erotismo tórrido que casi le hizo perder el sentido.
Como el resto de la casa, el dormitorio estaba a oscuras, con las cortinas echadas, y hacía un poco de frío a causa del aire acondicionado. Mac la llevó a la cama y se inclinó para dejarla allí, besándola en los senos incluso antes de que Julie hubiese apoyado la espalda en el colchón. La cama estaba sin hacer y olía ligeramente a suavizante. El edredón y la sábana estaban hechos un ovillo en una esquina, medio caídos en el suelo. El colchón era duro y la sábana bajera —Julie se fijó en que era de color azul oscuro— estaba fresca y suave. Pero era la boca de Mac, posada en uno de sus senos, lo que captaba toda su atención.
Caliente, húmeda y abierta, descansaba sobre la punta de su pecho, quemándole la piel incluso a través del sujetador. Empezó a estimularle el pezón con la lengua y éste se erizó de inmediato. Siguió haciéndolo y Julie gimió. Le clavó las uñas en la nuca y arqueó la espalda.
—Mac…
—Julie.
Por el momento, ninguno de los dos parecía tener nada más que decir. Mac se concentró en el otro seno, besando y lamiendo el pezón hasta dejarlo también duro, húmedo y excitado.
Colocó el muslo, enfundado aún en el vaquero, entre los de Julie y apretó, abrasándole la sensible piel de las ingles y despertando increíbles reacciones en aquella parte de su anatomía, ya húmeda y preparada para recibirlo. El placer que le producía incluso aquel limitado contacto era increíble y Julie cerró sus piernas sobre la de él. Mac aumentó la presión sobre ese punto central de su cuerpo, provocando una enloquecedora descarga eléctrica que la hizo olvidarse de todo lo demás.
Julie gimió cuando notó una serie de intensas contracciones, y luego se quedó callada, en un intento de contrarrestar el efecto. Había esperado mucho tiempo para sentir algo así, pensó mientras relajaba los muslos y se concentraba en respirar con regularidad. Mac ni siquiera la había desnudado y ella ya estaba al borde del orgasmo.
«No tan deprisa», se dijo. Quería disfrutarlo. Tenía que durar… mucho.
Mac alzó la cabeza y la miró. Empezó a mover sensualmente el muslo, firme y cálido contra ella. Julie notó que separaba los labios y se le velaban los ojos. Dios, el roce de su muslo era tan y tan placentero…
—Vamos a ver, ¿qué tocaba ahora? Ah, sí, querías que te desnudase. —Mac esbozó una leve sonrisa; su tono de voz era ronco y su mirada ardiente.
Julie respiró hondo, incapaz de hacer otra cosa que no fuera aferrarse a sus hombros en señal de asentimiento. Mac se apoyó en el codo y le pasó una mano por la espalda. Le desabrochó con habilidad el sujetador y se lo quitó, echándolo a un lado de la cama. Se quedó mirándole los pechos mientras ella le observaba el rostro. Tenía la mandíbula tensa y sus ojos brillaban como dos joyas.
Mac ahuecó la mano sobre uno de sus senos, como si calibrase su forma y tamaño, luego pasó el pulgar por el pezón, que ya estaba distendido y brillaba por la humedad de la saliva.
—Oh, Dios mío, Mac. —Ante aquella sensación tan exquisita, Julie apretó los dientes, estiró los dedos de los pies e intentó acordarse de respirar.
—Son muy hermosos —dijo él, ahora en un tono gutural, mirándola a los ojos. Luego le cubrió el pecho con una mano y la besó en la boca.
Julie lo rodeó por el cuello y lo besó con tanta avidez como lo hacía él, impregnándose del sabor almizclado de su boca, el calor inconfundiblemente viril de su mano acariciándole el seno, la presión de su muslo firme en la entrepierna, el peso y el roce de su cuerpo, aún vestido, sobre el suyo, ya casi desnudo por completo. Julie quería verlo desnudo, quería estar desnuda con él, más de lo que había deseado nada en su vida. Deslizó las manos por sus anchas espaldas, cubiertas por el resbaladizo tejido de rayón, hasta llegar a la cintura. Luego las metió por debajo de la camiseta para tocarle la piel. Era cálida y suave, y estaba un poco húmeda; los músculos que iba descubriendo Julie, a medida que le acariciaba la espalda, eran firmes y torneados. Mac se estremeció al notar las manos de Julie en la piel y alzó la cabeza.
—Quítate la camisa —dijo Julie.
Mac la miró y luego se quitó la camisa y la camiseta en un único y ágil movimiento. Mientras lo hacía, Julie se quedó extasiada, admirando aquel magnífico cuerpo. Había olvidado lo impresionante que era su torso. Tenía los hombros anchos, bronceados y muy musculosos. Su pecho era ancho y estaba cubierto por un espeso triángulo de pelo castaño que apenas ocultaba sus tersos pezones masculinos. El abdomen era como el de un levantador de pesas. Tenía la musculatura muy marcada y todo parecía increíblemente duro y tentador sobre la cinturilla de los vaqueros, que al quedarle muy anchos dejaban al descubierto el ombligo y una sensual flecha de vello que se perdía en su interior.
Julie se dio cuenta de que estaba contemplando el equivalente de su marca de chocolate preferida, la cosa que ella más había anhelado en toda su vida.
Ahora, el chocolate era la segunda cosa que ella más había anhelado en su vida. Mac acababa de ocupar merecidamente el primer puesto.
—Dios mío, eres magnífico. —Sin darse cuenta, Julie había puesto en palabras lo que pensaba desde la primera vez que lo vio sin la ropa de Debbie.
—Creo que eso debería decirlo yo —dijo Mac, y se inclinó sobre ella para besarla. Julie le acarició el pecho, hundiendo los dedos en el rizado pelo que recubría su musculatura como una capa de azúcar particularmente erótica. Le pellizcó con suavidad los pezones con las uñas y él gimió y se tendió sobre ella. Era pesado, pero Julie apenas lo notó; ni le importó. Abrazándolo, se abandonó a la placentera sensación de notar aquel cuerpo firme aplastándola contra el colchón. Sentir su pecho peludo, tan cálido y musculoso, apretado contra sus senos resultaba muy erótico. Julie empezó a frotarse contra él, disfrutando del calor y la presión, del delicioso roce de su cuerpo sobre el de ella.
Cuando al fin Mac volvió a alzar la cabeza, respirando hondo y mirándola a los ojos, ella tomó su cara entre las manos y la guió hacia su pezón, arqueándose para ofrecerse a él.
Esta vez, cuando la boca de Mac se cerró sobre el seno de Julie, ya ni siquiera había una fina capa de tela entre los dos.
Si hubiera muerto en aquel mismo instante, habría muerto feliz, pensó Julie, cerrando los ojos y temblando de placer. La sensación de notar su boca pegada a su pezón, chupándoselo, lamiéndolo con la lengua, era exquisita. Julie gimió y apretó aún más la cabeza de Mac contra sus pechos, dejando atrás las pocas inhibiciones que aún le quedaban. Tenía las manos hundidas en el pelo de Mac y sus piernas se ceñían a él como un corsé. Ahora él yacía entre sus muslos y Julie alzó las rodillas para que se acoplara. Aquel cambio de postura situó la pelvis de Mac en contacto con esa parte de ella que ardía y anhelaba dolorosamente su posesión. Él se frotó contra ella y Julie gritó. Incapaz de ir más despacio esta vez, levantó las caderas con apremio para unirse a sus rítmicos movimientos.
—Tranquila. —Mac alzó la cabeza y se separó con habilidad de Julie justo cuando ella estaba a punto de alcanzar el éxtasis. Al dejar de notarlo entre sus piernas, Julie levantó los brazos para atraerlo hacia sí, asombrada de que la hubiese abandonado en aquel crucial momento. Mac la asió entonces por las muñecas y le colocó los brazos a ambos lados de la cabeza. Después, sin soltárselos, se arrodilló sobre ella. Ahora las piernas de Julie estaban entre sus muslos, atrapadas debajo de él.
—Mac. —Julie se retorció para frotarse, pero ahora él no le tocaba ninguna parte vital y la tenía casi inmovilizada. Julie se mordió el labio inferior con frustración, mirándolo ceñuda mientras él contemplaba su cuerpo con evidente placer. Lo que estaba haciendo con ella confería un significado nuevo a la frase «tan cerca, y no obstante tan lejos».
—Vamos a tomárnoslo con calma.
—Yo no quiero tomármelo con calma.
—Sí que quieres. Sólo que no lo sabes.
Con semejante argumento lógico, ¿qué podía decir ella? Además, el corazón le palpitaba tan fuerte y respiraba tan aprisa que era incapaz de mantener una conversación prolongada y sensata; por no hablar de discutir si era mejor despacio o deprisa. Mac parecía enojosamente tranquilo, hasta que Julie lo miró con atención. Entonces se dio cuenta de que tenía la mirada encendida, los labios apretados y la mandíbula tensa, como si le costara mucho trabajo mantener el control. Lo observó mientras la miraba, vio cómo el rubor de sus mejillas se extendía al resto de su cara, y notó que su frustración remitía un poco.
Mac la apaciguó todavía más soltándole las muñecas para embarcarse en una exploración de su cuerpo. Le acarició un seno y luego el otro, deslizó una mano por su estómago, recorrió con cariño el cardenal en forma de V, tocándole el ombligo, dejando una estela de fuego a su paso. Julie notó que las manos le temblaban y que su torso musculoso se tensaba en cada nuevo movimiento. Ambas cosas suponían para ella un afrodisíaco casi tan potente como la forma en que la tocaba.
—Qué guapa eres —dijo Mac en voz baja, siguiendo con los dedos la silueta de sus bragas, de un extremo a otro de la cadera primero, y luego por el triángulo intermedio. Aquel susurro, combinado con sus caricias, fue para Julie como una marca de fuego a través del tejido en su suave vello público. Cuando Mac introdujo los dedos por debajo de la goma elástica y empezó a bajárselas, Julie respiró con alivio.
«Al fin», pensó, y notó que se tensaba. Mac se arrodilló junto a ella para poder quitarle las bragas. Observándolo con la boca seca, sintiendo que sus entrañas se habían transformado por ensalmo en gelatina, Julie se percató, no sin cierta sorpresa, de que aún llevaba las sandalias puestas.
Mac le levantó un pie y luego el otro para sacarle las bragas sin necesidad de descalzarla. Luego tiró el fino triángulo rosa más o menos en la misma dirección que el sujetador.
Clavando las uñas en el colchón en un desesperado intento de no perder por completo el control, Julie se miró. Vio los globos rematados por un círculo marrón que eran sus senos, brillantes aún por las atenciones que la boca de Mac les había prodigado; las delicadas curvas de su cintura y sus caderas; su liso estómago, suave como el satén; el triángulo oscuro entre sus muslos. Sus ojos se posaron en sus largas y elegantes piernas, ahora en una postura bastante indecente porque Mac tenía uno de sus delicados pies calzados sujeto por el tobillo.
Verse desnuda, a excepción de la gargantilla de perlas y las delicadas sandalias moradas de tacón, tendida ante Mac como un festín, era la cosa más erótica que había visto jamás.
—Muy bonitas. —Mac aún le tenía sujeto el pie derecho y, mientras hablaba, volvió la cabeza y posó sus labios en el delicado hueso del tobillo, que estaba rodeado por una fina tira morada. Con el corazón a toda máquina, Julie notó que una corriente ascendía por su pierna desde el lugar en el que Mac le estaba acariciando la piel con la lengua. Contuvo la respiración al ver que empezaba a desabrocharle la hebilla—. Sobre todo, cuando son lo único que llevas puesto.
Antes de terminar la frase, Mac ya le había desabrochado la hebilla y la había descalzado. Luego hizo lo mismo con la otra sandalia.
A continuación le besó ese tobillo y luego su boca empezó a ascender por la cara interna de la pierna.
Al darse cuenta de cuál era su intención, Julie se echó a temblar.
Cuando Mac alcanzó el aterciopelado triángulo que anidaba entre sus piernas, Julie cerró los ojos. La besó allí, quemándola con su boca. Le rozó con la lengua el diminuto botón que tanto anhelaba su atención y ella gritó.
—¿Te gusta? —le preguntó él en un ronco susurro.
Julie asintió sin abrir los ojos.
—Me lo imaginaba.
En cualquier otro momento, su presunción masculina podría haberla irritado. Pero el placer que estaba experimentando era demasiado exquisito para permitirle pensar en otra cosa. Tenía la sensación de que los huesos se le habían convertido en agua y las entrañas en fuego. Respirando ahora de forma entrecortada, aferrándose a la sábana como si le fuese la vida en ello, Julie yacía boca arriba, con el cuello arqueado, temblando de pies a cabeza mientras Mac la besaba. Luego la sujetó por las nalgas para poder moverla a voluntad y, mientras su boca obraba milagros, Julie pensó que había muerto y que se hallaba en un lugar mucho más maravilloso que el cielo.
Su cuerpo ardía, vibraba, temblaba; se retorcía y se arqueaba, como un gusano en un anzuelo. El orgasmo estaba allí, justo allí, elevándose en el horizonte como el llameante sol de estío, cegándola con el brillo que prometía, abrasándola con su creciente calor…
Y entonces Mac dejó de hacer lo que estaba haciendo, así, sin más. Retiró la boca, se incorporó y se levantó de la cama.
—¡Mac! —Julie abrió los ojos. Él estaba de pie junto a la cama, mirándola, con los ojos llameantes, el cabello revuelto, quitándose los vaqueros. Julie vio lo que estaba haciendo, sabía lo que venía a continuación, pero seguía indignada, casi frustrada. Se quedó tendida en la cama, observándolo, temblando y poseída por la pasión, tan excitada y ávida de él, y con el cuerpo tan ardiente, tan vacío y necesitado, que ni siquiera podía estarse quieta. Sus pechos subían y bajaban con sus jadeos de placer. Las piernas y las caderas se movían inquietas. Mac se bajó los vaqueros y los calzoncillos de una sola vez. Julie vio su enorme erección y se incorporó para tocarlo, incapaz de contenerse.
Mac ya estaba por tumbarse a la cama cuando Julie lo encontró. Su verga, caliente y dura como el acero, tenía la textura del terciopelo y Mac gimió cuando ella la tomó en sus manos, perdiendo al fin el control. La devoró con la mirada, apretó la mandíbula y todos los apetitosos músculos que Julie podía ver parecieron tensarse como la cuerda de un arco. Luego se movió, empujándola sobre la cama y colocándose sobre ella. Julie se ciñó a su cintura con las piernas, se agarró a sus hombros y se arqueó para recibirlo.
La penetró de una sola embestida. Sentirlo fue tan increíblemente placentero, llenándola en toda su capacidad, que Julie gritó. Después empezó a moverse con dureza y rapidez, embistiéndola hasta que Julie respondió a aquel ritmo febril perdiendo el sentido del tiempo y del espacio, atrapada en un ardiente vórtice de placer. Sólo de forma muy dispersa registró Julie que era ella quien gritaba una y otra vez. Cuando Mac la besó, notó su íntimo sabor en los labios de él y empezó a temblar. Mac la penetró entonces con una serie de embestidas feroces y profundas al tiempo que ella se corría con violencia y, de un modo espasmódico, le clavó las uñas en la espalda y gritó su nombre.
—Mac, Mac, Mac, Mac, ¡Mac!
—Julie —gimió él como respuesta. Enterró la boca en el sensible hoyo de su clavícula y la embistió por última vez, hallando su propia culminación. Luego tembló y se quedó inmóvil.
Julie yacía ahora en la cama, colmada por completo. Tenía los ojos cerrados y permanecía inmóvil, salvo por los temblores que aún le recorrían el cuerpo de vez en cuando. Mac estaba encima de ella, sudoroso y caliente; casi pesaba tanto como un cargamento de cemento húmedo. Y casi tenía el mismo umbral de reacción. Su rostro estaba enterrado en el hueco del cuello de Julie y respiraba de forma estertórea, cada vez con más fuerza.
Julie se preguntó si no se habría quedado dormido. Por su peso muerto, y por la forma en que respiraba, parecía muy probable.
Dios mío, ¿es que todos los hombres eran iguales?
Desde que había dicho «sí, quiero», aquélla era la primera vez que Julie se acostaba con un hombre que no fuera Sid.
¿Podía aquello considerarse adulterio?
Julie abrió los ojos. Un hombro ancho y bronceado le impedía ver toda la habitación. Cuando cambió de postura para mirar a la derecha, vio una parte del pelo rubio muy corto, una oreja, la dura curva de la mandíbula, parte de la mejilla y los labios semiabiertos. Si aquello no era roncar, que viniera Dios y lo viera.
Mirando a la izquierda, vio una sola ventana con las cortinas azules echadas, una pared blanca sin ningún tipo de decoración y la mano de Mac, aún asida a uno de sus senos.
Julie notó que le remordía la conciencia. ¿Qué había hecho?
Su matrimonio había terminado, se recordó, apartando la mirada de aquellos dedos largos y bronceados que con tanta intimidad la tocaban, a todos los niveles; ninguno de ellos legal. No había nada de qué sentirse culpable. Es más, había hecho lo que hacían casi todas las mujeres cuando su matrimonio se acababa: irse a la cama con el primer tipo presentable que se lo pedía.
Pero la cuestión es que Mac no había sido precisamente, quien se lo había pedido.
Y era algo más que presentable; mucho más.
Y Julie no se arrepentía.
¿Cómo iba a hacerlo? Había sido fenomenal. Había sentido que la tierra temblaba bajo sus pies. Ahora ya sabía lo que era tener un superorgasmo.
Pero yacer allí con él de aquella forma, desnuda, sudorosa y oyéndolo roncar, se le hacía… extraño. Como si no fuese ella misma. Lo que de verdad quería hacer era irse a casa y darse tiempo para aclarar las ideas. Pero, recordó con tristeza, no tenía hogar al que volver. Ningún hogar que ella sintiese como propio, en cualquier caso. Ya no.
Primero, la habían agredido de manera cruel. Segundo, Sid había llevado a una mujer, una muchacha, una niña —Amber—, a su casa.
Julie se dio cuenta de que estaba compadeciéndose y respiró hondo. En lugar de mirar atrás con pesar, iba a mirar hacia delante con optimismo. Iba a afrontar los problemas de cara y a solucionarlos de uno en uno. Eso es lo que había hecho siempre, desde que era niña. Durante demasiado tiempo, había perdido su identidad encarnando el papel de esposa de Sid. Ahora iba a recuperar su vida.
La fase uno de su recuperación ya la había completado: se había acostado con un tío que estaba para caerse de culo.
La fase dos entrañaba enfrentarse a Sid, despedir a Amber, contratar un abogado, contárselo a su madre, solicitar el divorcio… En otras palabras, borrar del mapa su vida tal y como ella la conocía.
Cierto, la perspectiva era lo bastante negra como para provocarle un sarpullido. «Reponte», se dijo. La fase uno tal vez había sido más divertida, pero también superaría la fase dos. El secreto residía, como ya había aprendido tantas veces, en no detenerse nunca, en ir paso a paso.
Su vida tal vez hubiese quedado reducida a escombros, pero ella iba a sobrevivir. Iba a dejarlos atrás y seguir adelante.
Y el primer paso para seguir adelante era salir de aquella cama.
Algunas cosas, incluyendo la dirección que podría tomar su relación futura con Mac, necesitaban distanciamiento antes de poder tomar ninguna decisión racional y, en ese caso en particular, el distanciamiento debía ser también físico.
Con cautela, deseando no despertarlo hasta haber hallado una respuesta madura y sofisticada a aquella situación, Julie le retiró la mano de su seno. Se deslizaría con mucho cuidado y se vestiría…
Mac se revolvió, alzó la cabeza y la miró. Julie notó que se le formaba un nudo en el estómago cuando sus ojos se encontraron.
Adiós distanciamiento.
Sintiéndose atrapada y e incluso algo asustada, Julie le mantuvo la mirada. Con el pelo revuelto, los ojos soñolientos y los labios sonrientes, parecía un hombre satisfecho por completo; que era, sin duda, como debía de sentirse. Ella acababa de entregarse a él.
Julie torció el gesto al pensarlo.
Mac debió de darse cuenta, porque dejó de sonreír y la miró interrogante. Julie percibió una nota de ironía en su expresión. La mano que tenía posada en sus costillas, la que ella acababa de retirarle de su seno, se tensó. La intimidad de su cálido tacto sobre su piel le resultó incómoda.
Sintiéndose más atrapada que nunca, Julie se puso rígida.
—¿Lo has pasado tan bien como yo? —Por la ligera nota de ironía que notó en su voz, Julie supo que Mac era consciente de que ella no iba a rodearlo con sus brazos y suplicarle que repitiera.
Gracias a Dios, no parecía pegajoso ni besucón. Ése fue el pensamiento coherente que predominó en Julie al registrar su tono de voz. Puede que estuviera desnuda y que lo tuviera encima, pero Mac seguía comportándose como Mac, y eso podía soportarlo. Nada de besos y ni de arrumacos, no. No hasta que se hubiera aclarado las ideas.
—Me lo he pasado muy bien. Muchas gracias. Ahora, ¿podrías apartarte? —Lo dijo con educación; con el tono que a menudo había empleado en el pasado para darle las gracias por la cena a la anfitriona de una velada.
Él no lo vio así. La miró con los ojos entornados.
—O sea que ahora estás en la fase de odiarte por lo que acabamos de hacer, ¿no? Dios bendito, Julie, ¿es que no te lo imaginabas?
Mac no sabía por qué se sentía como si hubiera encontrado el boleto del número premiado entre un montón de papeles en su cartera sólo para descubrir, minutos después, que había expirado hacía una semana. Tenía una hermosa mujer desnuda en su cama. Una hermosa mujer desnuda a que le había hecho pasar un rato increíble. Una hermosa mujer desuda que lo había puesto caliente desde el momento en que se vieron por primera vez.
¿Qué había en aquella situación que pudiera dejarlo a uno tan descolocado?
—No me odio, y creo que acabo de pedirte que te apartes. Por favor.
Si seguía insistiendo en tratarlo con aquel tono ultracortés iba a acabar por sacarlo de sus casillas, pensó Mac, haciéndose a un lado pero sin quitar el brazo, para impedir que Julie pudiera levantarse y largarse. Imaginar que salía corriendo desnuda a la calle y que él, también en cueros, se lanzaba tras ella, tenía cierto atractivo, pero Mac no creía que hubiesen muchas posibilidades de que eso ocurriera. Además, si sucedía, la señora Lieferman se iría de excursión y él tendría que vérselas con su abuela.
—¿Sabes lo que son las charlas poscoitales? —Mac no sabía por qué le molestaba tanto que Julie se empeñara en dejar atrás su fogoso interludio: ya había previsto su reacción. Sintió su piel sedosa y tersa bajo la mano y tuvo que contenerse para no acariciarla, presintiendo que, en aquel preciso instante, su iniciativa no sería bien recibida. Julie tenía todo su lado derecho pegado a él y su olor era delicioso. La tenue fragancia del perfume que solía llevar, mezclada con el aroma de su cuerpo y el inconfundible olor a sexo, era el afrodisíaco más potente que su olfato había olido en su vida. Debía de ser ese olor lo que le obnubilaba. Mientras lo inhalase, no podría pensar con claridad—. ¿Algo en la línea de «Oh, Mac, ha sido maravilloso»?
—¿Qué quieres, una narración pormenorizada?
Era su incisiva actitud, decidió Mac, lo que le molestaba, además de unas cuantas cosas más. Ahora se cubría los senos con las manos, comprobó, como si quisiera ocultarlos de su vista. La pierna, francamente deliciosa, que tenía más cerca estaba levantada y doblada por la rodilla, lo cual prácticamente le impedía ver cualquier otra parte relevante de su cuerpo. Julie parecía haber olvidado que él acababa de hacer muchísimo más que mirar su cuerpo. Por eliminación, Mac observó su rostro. Y deseó no haberlo hecho. Sus ojos, grandes y castaños, echaban chispas. Tenía las mejillas encendidas. El cabello era una masa de brillantes ondas negras que formaban un halo alrededor de su cabeza. Mac frunció el entrecejo. Incluso con el carmín corrido, la nariz brillante y aquella contrariada expresión, estaba tan guapa que lo emocionaba.
Entonces, Julie empezó a morderse el labio inferior y Mac notó que estaba a punto de perder la paciencia.
Maldita sea. Lo que le estaba sucediendo no le gustaba nada.
—Eh —dijo—. No te pongas así, ¿de acuerdo? Te lo has pasado bien. Te has corrido.
Julie dejó de morderse el labio y lo fulminó con la mirada.
—Deja que me levante.
Mac alzó el brazo y su buena conducta se vio recompensada con una excelente vista del torneado culo de Julie y sus largas piernas cuando ella se levantó dándole la espalda. Apoyándose en el codo, admiró, muy a su pesar, sus cremosos omóplatos, la delicada curva que trazaba su columna vertebral y sus apetitosas nalgas antes de que ella se agachara para recoger la sábana del suelo. Mac estiró el cuello para seguir contemplándola, pero no le sirvió de nada: ella ya estaba envolviéndosela alrededor del cuerpo. Cuando se enderezó, tapándose las piernas con pudor y sujetándosela sobre los senos, él se miró. Lo que vio le impulsó a agarrar el borde de la sábana bajera —que se adaptaba a la cama y se resistió a abandonar la esquina del colchón—, dando un tirón considerable para colocarla sobre su cintura y ocultar su patente erección.
En cuanto estuvo envuelta en aquella inmensa sábana desde las axilas hasta los tobillos, Julie pareció considerar que ya estaba lista para la batalla. Se apartó el cabello del rostro, respiró hondo y lo miró, echando fuego por los ojos.
—¿Podrías levantarte y vestirte, por favor? Tengo que regresar a la tienda. A las tres viene una clienta importante.
Mac miró el reloj y sonrió. Tenía que admitir que no era una sonrisa agradable. Sino más bien todo lo contrario. Pero ahora él no estaba para sutilezas.
—Me parece que no es tu día de suerte, miss América. Son las cuatro y cuarto. Además, creía que hoy no ibas a volver al trabajo.
—¡Oh, no! Era Carlene Squabb. —Su rostro era la viva imagen de la consternación. Luego clavó los ojos en él con una expresión que a Mac le hizo temer lo peor—. Y si estamos hablando de cómo me he puesto, tú no te quedas corto. No sé por qué estás tan gruñón. Has tenido lo que querías.
—¿Yo? —Mac la recorrió con la mirada, desde la punta de su revuelta cabellera negra hasta los delicados dedos de los pies con las uñas pintadas de rosa, y notó que su disgusto aumentaba a la misma velocidad que otras artes de su cuerpo—. No lo creo. No he sido yo quién ha dicho —aquí adoptó el falsete de Debbie—: «Llévame a algún sitio donde podamos estar solos, quítame toda la ropa y follame hasta hacerme gritar.» Yo me he limitado a obedecer. Y, querida, has gritado.
Julie apretó los dientes y lo miró con furia. Aun así, intentó conservar el poco control que le quedaba. Apretó los puños, cerró los ojos —Mac se la imaginó contando mentalmente hasta diez— y luego respiró hondo.
Cuando volvió a abrir los ojos, la forma en que lo miró era mucho más fría. Y más irritante, descubrió Mac. Pelearse con ella era mucho más llevadero que notarla distante.
—Mira, no te culpo por esto, ¿de acuerdo? Tienes razón. Yo quería, y nada de lo que ha ocurrido aquí es culpa tuya. Soy consciente de que estoy alterada porque mi matrimonio ha fracasado y porque ahora sé que acostarme contigo ha sido una fase por la que tenía que pasar para empezar a superarlo. Sería bueno que los dos pudiéramos dejar todo esto atrás y olvidarnos de que ha sucedido.
Mac tardó unos segundos en asimilarlo. O sea que él era una fase, ¿no era eso? Comprobó que saberlo le gustaba menos que todo lo que había oído desde que Julie había abierto la boca; y ya le había dicho unas cuantas cosas desagradables.
—No hay problema. —Mac se levantó por el otro lado de la cama, sin dejar de sostenerse la sábana en la cintura. No tenía sentido hacerle saber que estaba preparado y dispuesto para el segundo asalto. La vio recoger el sujetador y las bragas y se dio cuenta de que estaba cabreado de verdad. Lo cual era absurdo, se dijo. ¿Julie le había puesto en bandeja lo que sin duda era el sueño húmedo de cualquier hombre, una sesión de sexo desenfrenado con una mujer impresionante sin asquerosos besuqueos posteriores, y él se enfadaba?
¿Qué diablos le ocurría?
La respuesta era obvia: Julie conseguiría agotarle la paciencia a un santo y, de momento, él no tenía ninguna intención de que lo canonizaran.
—¿Te importa que me duche?—Julie había retomado su tono educado, el cual, supuso Mac, no era ni más ni menos irritante que nada de lo que había hecho desde el momento en que decidió sacar el hacha de guerra. Era un verdadero estúpido por permitir que su actitud le afectara.
Pero no parecía ser capaz de evitarlo.
—Tú misma. —Le señaló el cuarto de baño, hablándole ahora con la misma cortesía que empleaba ella. Se felicitó por la frialdad, digna de un farol de póquer, que aparentaba.
«Mierda», pensó. Así era también como se sentía: una mierda. Nunca en su vida habría imaginado que pudiera sentirse tan mal después de una sesión de sexo tan alucinante.
¿Qué había sucedido?
Mac seguía dándole vueltas al asunto mientras recogía su ropa del suelo, se vestía, se peinaba con los dedos y se dirigía a la cocina. Pensaba tomarse una cerveza y después, tal vez, si Julie aún seguía en la ducha —según su experiencia, las mujeres podían tardar tres días en darse una ducha de cinco minutos— dedicaría un minuto o dos a descargar los archivos de Sid en su ordenador. Después de todo, lo importante no era hacérselo con Julie, sino echarle el guante a Sid.
El sonido de la ducha lo siguió a la cocina. No imaginarse a Julie desnuda debajo del agua le exigía un esfuerzo superior a sus fuerzas en aquel momento. Sacó una cerveza de la nevera y la abrió de mala gana. Le dio un sorbo, se dirigió al salón. Se quedó petrificado al llegar al umbral.
Josephine tenía el cable del teléfono en la boca. El aparato estaba en el suelo, tumbado de lado, el auricular boca arriba, como un pez de colores muerto. El hecho de que no emitiera zumbido alguno le indicó a Mac que debía de llevar ya en aquella posición bastante rato.
—¡Maldita seas, Josephine! —bramó Mac. La caniche, que no tenía un pelo de tonta, se puso en pie de un salto y salió zumbando hacia e! dormitorio, aún con el cable en la boca, arrastrando el auricular por el suelo de madera.
Mac soltó una sarta de palabrotas mientras recogía el teléfono decapitado. Tras examinar los restos, constató que no había nada que hacer, aparte de echarlo a la basura. Había muerto.
Por fortuna, el supletorio del dormitorio serviría hasta que lo repusiera. Desenchufó el cadáver de la pared y lo colocó en el borde de la mesa junto a pistola, a la espera de un funeral decente en el cubo de la basura.
La muerte de su teléfono era una más de la lista de cosas, grandes y peñas, que hoy no le habían salido como él tenía previsto. Mac corrió las cortinas, confiando en que una infusión de sol mejora su humor. La habitación se inundó al instante de luz, lo cual le obligaba parpadear y reveló todas las deficiencias de sus dotes como amo de casa desde las telarañas en las esquinas hasta el polvo sobre la mesita. Perfecto. Se hundió en el sofá, apoyó los pies en la mesita y dio otro sorbo cerveza. Su mirada se posó en el vestido lila de Julie, convertido en un bulto arrugado junto a la pared. Si no era un caballero, se quedaría allí sentado, esperando a que saliera de la ducha para recogerlo. Si lo era, lo recogería iría hasta el cuarto de baño, llamaría a la puerta y le diría a Julie que se lo dejaba colgado en el pomo para cuando hubiese terminado.
La decisión no fue difícil. Se quedó donde estaba, viendo cómo las motas de polvo se arremolinaban a la luz del sol y bebiéndose la cerveza.
Oyó que llamaban a la puerta. Frunció el entrecejo y volvió la cabeza para mirar por la ventana que daba a la fachada. Él y Julie ya llevaban más de una hora en la casa y, a esas alturas, la curiosidad debía de estar matando a la señora Lieferman.
No era su modus operandi habitual, pues ella solía entrar en acción sólo cuando Mac salía de casa, pero tal vez había sido incapaz de soportar el suspense y se le había ocurrido la brillante idea de pedirle una taza de azúcar o algo similar.
No obstante, la pernera blanca de pantalón que veía desde su posición no pertenecía a la señora Lieferman. Era masculina.
Se levantó y fue a abrir la puerta.