Capítulo 4
AMIRA comprendió que, en cierto sentido, estaba viendo desnudo a Brent. Se sentía vulnerable y débil y por eso había ordenado a Flora que nadie lo molestara. Era de la clase de personas que luchaban hasta el final, hasta el último aliento.
—Estoy haciendo la ronda con los ejecutivos que han sido atacados esta noche —respondió ella en tono de broma—. Algo me dijo que no estabas cumpliendo las órdenes del médico.
—Si Flora te ha llamado, la despediré.
—Ni se te ocurra. Hizo lo correcto. Está preocupada por ti. Brent. Deberías estar en el hospital. ¿Por qué no te has quedado allí?
—Insistieron en que me pusiera una de esas batas de enfermos —respondió mientras tomaba un trago de whisky—. Y no estaba dispuesto a ponerme una de esas batas.
La intención de Brent había sido mostrarse irónico, pero no lo consiguió porque en realidad solo pretendía parecer menos herido de lo que estaba.
—Aún no me has dicho qué haces aquí —continuó él.
—Cuando Flora me llamó, me preocupé mucho.
Amira se aproximó a él, sin saber si había hecho bien al presentarse en su casa de aquel modo. Se detuvo a su lado y vio que llevaba pantalones cortos y zapatillas deportivas.
—¿Te ha dicho el médico que tomaras whisky?
—No, me ha recetado unas pastillas. Lamentablemente quitan el dolor, pero me marean. Y necesito pensar con claridad.
—¿Qué te ha dicho el médico?
—Algo sobre descansar y no moverme demasiado.
—Entonces, deberías estar en la cama.
—Tengo trabajo que hacer —gruñó.
—No puedes trabajar en tus condiciones.
—No tienes la menor idea de en qué condiciones me encuentro —murmuró.
—Sí, claro que sí. Por tu expresión, resulta evidente que sientes un gran dolor. Y tienes muy mala cara. Además, y por el tamaño de tus vendas, yo diría que las heridas duelen más de lo que dices.
—¿Eras enfermera en una vida anterior?
—Puede que viva en un palacio, pero no soy ajena a la condición humana. Sé que no me quieres en tu casa, pero creo que en este momento me necesitas. Al menos, permíteme que te ayude a sentarte en el sofá...
—No necesito una enfermera.
—Pero tal vez sí una amiga.
—Mira, puede que no esté tomando los analgésicos que me han recetado, pero estoy tomando los antibióticos. No soy tonto y no estoy jugando con mi salud. No quiero arriesgarme a sufrir una infección.
—Magnífico. Me alegra que demuestres tanto sentido común.
—Dime una cosa. ¿Qué ha pasado con la dama contenida y apropiada con la que cené el otro día?
—Digamos que ha cambiado tras enfrentarse a un hombre cabezota que no sabe lo que es bueno para él.
Brent la miró y negó con la cabeza, frustrado.
—Márchate, Amira.
En lugar de obedecer la orden, la joven se arrodilló a su lado y lo tomó de la mano.
—¿Qué vas a ganar trabajando esta noche? Si te acuestas y descansas, te recuperarás mucho antes. ¿O es que has bebido tanto que ya no puedes razonar?
—Esta es la primera copa que tomo. Y no me he bebido ni siquiera la mitad.
—¿Quieres que te lleve al sofá?
—A mis piernas no les sucede nada malo. Lo único que me duele es el brazo y el hombro.
Amira se levantó y esperó a que él hiciera lo mismo.
Cuando Brent se incorporó, vaciló un momento. Era evidente que el movimiento acentuaba el dolor que le producían las heridas.
Evitó la mirada de la mujer y caminó hacia el sofá, pero Amira se adelantó a él y le preparó un cojín para que se apoyara al sentarse, cosa que hizo segundos después.
—Te traeré algo de beber. ¿Quieres comer algo?
—No necesito nada.
—Tomar líquidos te ayudará a recuperarte.
—Ah, está bien —dijo con un suspiro.
Amira se dirigió a la cocina. Flora había preparado té, un zumo de manzana y unos bollitos, que la joven colocó en una bandeja.
—¿Tienes una manta para él?
—Sí claro. Me alegra mucho que te haya hecho caso.
—Me he limitado a insistir. Cuidaré de él, y si empeora, llamaremos a urgencias.
—Espero que no sea necesario. No le gustaría nada.
—Lo sé.
Las dos mujeres se miraron con complicidad, como si ambas conocieran a aquel hombre más de lo que él pensaba.
—Gracias por todo, Flora. ¿Por qué no te acuestas? Si necesito algo, te prometo que te llamaré.
—¿Estás segura? No me importa quedarme despierta.
—Estoy segura. ¿Dónde está Cacao, por cierto?
Flora sonrió.
—Tumbada junto a mi cama. Lleva un buen rato dormida.
—Espero que Brent también duerma un rato. Sería lo mejor para él.
El ama de llaves asintió y se alejó hacia su dormitorio, que se encontraba al otro lado de la cocina.
Amira volvió con Brent, bandeja en mano, y se acercó para dejar la comida sobre el escritorio y cubrirlo con la manta.
—¿Por qué has venido? —preguntó él.
—Porque me importas.
—No deberías preocuparte por mí.
—No puedo evitarlo, Brent. Son cosas que pasan.
Amira acercó una silla al sofá y le dio el zumo de manzana.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, señalando la silla.
—Voy a quedarme aquí, vigilándote un rato. Le he dicho a Flora que se vaya a la cama. Necesita dormir.
—¿Y tú no?
Amira hizo caso omiso de la pregunta.
—¿Quieres tomarte el té, o prefieres el zumo?
—El zumo está bien.
Brent echó un buen trago y ella se sentó en la silla.
—¿Han atrapado al hombre que te atacó?
—Sí.
—Siento mucho lo que te ha pasado, Brent —declaró con sinceridad.
El ejecutivo la miró con expresión inescrutable, pero extendió un brazo y la acarició.
—Eres una mujer muy especial, Amira.
—No tan especial. Cualquiera te habría traído zumo y algo caliente.
—Tal vez. Pero no permitiría que cualquier persona entrara en mi casa.
—Anda, intenta descansar...
—Lo intentaré. Sin embargo, no puedes pasarte aquí toda la noche —murmuró él con los ojos cerrados.
—Me quedaré aquí hasta que te duermas.
Brent la tomó de la mano, como si necesitara el contacto de su piel.
—Gracias, Amira.
Amira lo miró y pensó que no necesitaba que le diera las gracias. Necesitaba mucho más que eso.
Los primeros rayos del sol ya brillaban a través de las ventanas de la casa cuando Amira despertó a la mañana siguiente. La noche anterior se había sentado junto a Brent y más de una vez había deseado acariciarlo, pero no sabía cómo reaccionaría si lo hacía, así que se había limitado a observarlo con admiración.
En algún momento de la noche, Cacao había entrado en la habitación y se había tumbado sobre el regazo de la joven, que sonrió al verla, pero en ese momento solo tenía ojos para Brent.
—Buenos días —le dijo con voz aún somnolienta.
Brent tenía mejor aspecto, y estaba realmente atractivo con el pelo revuelto y sin afeitar.
—Buenos días —dijo él abriendo los ojos—. ¿Has pasado aquí toda la noche?
—Sí. No pensarías que iba a marcharme en plena madrugada, ¿verdad? Quise quedarme a tu lado por si necesitabas algo.
Cacao saltó al suelo, corrió hacia Brent y lo lamió en la cara. Después, se apartó y se tumbó sobre una alfombra.
—Sigo sin poder creer que vinieras anoche.
—¿Por qué no?
—Porque solo me conoces desde hace unos días.
—Es cierto, pero me siento como si hubiera pasado mucho más tiempo. Además, Flora me dijo que me necesitabas. Y no hay mucha gente que me haya necesitado en toda mi vida —confesó.
Brent se quitó la manta y preguntó:
—¿Has mantenido alguna relación seria con un hombre?
—No, seria no, aunque cuando tenía diecisiete años creí estar enamorada.
—¿De alguien de palacio?
—De uno de los jardineros. Recuerdo el día que lo conocí. Hasta entonces no había salido con nadie, y él me miró de un modo tan intenso que me detuve a charlar con él.
—¿A los diecisiete años no habías salido con nadie?
—Ten en cuenta que siempre que salgo me acompaña un miembro de la Guardia Real. Y Sean era tan diferente de todos los hombres que había conocido... No era estirado, ni formal. Se comportaba como si yo le importara realmente.
—¿Cuántos años tenía?
—Veinticuatro.
—Lo suficientemente mayor como para saber que no debía coquetear con una chica tan joven —gruñó él.
—Oh, vamos, tampoco se puede decir que él tuviera mucha experiencia. Pero en cualquier caso, no quise hacer el amor con él y se alejó de mí.
—Yo no soy mucho mejor que él —dijo Brent de repente—. El día que te conocí no podía pensar en otra cosa que en acostarme contigo.
La mirada de deseo de Brent la estremeció.
—Eres el hombre más sincero que he conocido, Brent.
Él apartó la mirada, incómodo.
—Amira, hay algo que debo decirte.
Amira permaneció en silencio, esperando, pero Brent añadió:
—No es nada importante, puede esperar. Además, me gustaría darme una ducha y afeitarme.
—No creo que sea bueno que te mojes el hombro.
—Intentaré no mojarlo, pero huelo a antiséptico y a sudor. Será mejor que me duche, y me cambie la ropa y las vendas.
—Puedo ayudarte con las vendas.
—¿Y también vas a ayudarme con la ducha? —preguntó con malicia.
—Eso depende. ¿Necesitas realmente mi ayuda o solo pretendes que me sienta incómoda? —preguntó.
Brent se llevó las manos a la cabeza y se las pasó por el pelo. La joven deseó poder hacer lo mismo que él. Aún recordaba sus besos, y no podía superar el deseo que sentía.
—En realidad no sé lo que quiero —respondió el hombre—. Me duele el hombro y aún más mi orgullo. No puedo creer que aquel individuo pudiera asaltarme con tal facilidad. No me di cuenta y no pude detenerlo.
—Comprendo que te sientas frustrado, pero le podría haber pasado a cualquiera.
—Eso no hace que me sienta mejor.
—¿Qué haría que te sintieras mejor?
Brent la miró con intensidad.
—No quieres saberlo.
—Sí, sí quiero.
—No me tientes, Amira, o seré como ese jardinero del que hablabas.
—No podrías serlo.
—Confías demasiado en mí.
—Tal vez, porque lo mereces.
Ambos permanecieron en silencio unos segundos, atrapados en el deseo que sentían el uno por el otro. Por fin, ella habló.
—Quiero ayudarte, como sea.
—Te estás buscando problemas. Además, los hombres no suelen aceptar ayuda tan fácilmente. Les molesta.
Ella rió.
—Pues no pienso alejarme de ti solo porque mi presencia te moleste un poco. ¿Qué diría eso sobre mi carácter?
—Vamos, Amira, estoy bien. Necesito salir de esto yo solo.
—De acuerdo, pero te seguiré a tu dormitorio. Quiero asegurarme de que desayunas convenientemente.
—Tal vez tengas razón. Pasaré por la cocina y le diré a Flora que me prepare algo.
—Podría traerte el desayuno...
—No quiero comportarme como si fuera un discapacitado. Yo no soy así. Pero puedes desayunar conmigo si te apetece —declaró el hombre—. Ven, Cacao, vamos a ver a Flora...
Brent salió de su despacho con tanta naturalidad como si no tuviera ninguna herida. Amira lo siguió a la cocina, y cuando Flora los vio, dijo:
—Debería estar en cama, señor.
—Cuando me tome su desayuno, me sentiré como nuevo...
Quince minutos más tarde, Brent solo se había tomado la mitad del desayuno que le había preparado Flora. Su aspecto había empeorado de nuevo y Amira pensó que su pequeña excursión a la cocina lo había agotado.
—Creo que deberías descansar un rato —le dijo.
—Ya te he dicho que quiero ducharme.
—Está bien. Pero permaneceré junto a la puerta del cuarto de baño, mientras te duchas, por si me necesitas para algo.
—Eso no es necesario —protestó.
—Puede que no, pero es mejor que tomemos precauciones. Además, tengo algunos conocimientos de enfermería y puedo ayudarte después a cambiarte las vendas.
Brent se marchó a la ducha y Amira permaneció en el pasillo, tal y como había prometido, por si la necesitaba. Pero el hombre era muy orgulloso y se las arregló para ducharse solo.
Diez minutos más tarde, Brent salió y la miró. Estaba tan pálido como la noche anterior y tan débil que tuvo que apoyarse en el marco de la puerta. Su pelo estaba mojado, y por su expresión, Amira supo que le dolían mucho las heridas.
La joven pasó una mano por la venda de su hombro y comprobó que estaba seca. De algún modo se las había arreglado para ducharse sin mojarla. Pero al tocarlo, sus dedos también acariciaron la piel del hombre y el ambiente se cargó de electricidad.
—Odio tener que confesarlo, pero no creo que pueda cambiarme las vendas yo solo.
—Entonces, vamos a cambiártelas en tu dormitorio.
Amira sabía que estaría más cómodo en la cama. Además, podría descansar un rato después de que se las cambiara.
—He dejado todo lo necesario sobre el lavabo —dijo él—. Mientras lo preparas, te esperaré en el cuarto de baño.
Al pasar a su lado, uno de los brazos de Brent rozó los senos de la joven. Ninguno de los dos pudo ignorar el deseo que compartían, pero a pesar de todo, Amira sacó fuerzas de flaqueza y recogió las vendas y los antisépticos para seguirlo al dormitorio.
Una vez allí, Amira echó un vistazo a su alrededor. La cama estaba cubierta con una colcha azul y blanca, con las cortinas de las ventanas a juego. Había un gran armario, una cómoda sobre la que se veía la cartera de Brent y algunas monedas, y otros muebles típicos de dormitorio.
—Siéntate en el borde de la cama —ordenó ella.
Brent lo hizo y entonces ella se dio cuenta de que para cambiarle las vendas en esa posición no tenía más remedio que colocarse entre sus piernas. Era una situación altamente problemática para los dos, pero el deseo del hombre desapareció de inmediato, bajo el peso del dolor, cuando Amira comenzó a quitarle las vendas del hombro. Cuando terminó de realizar su trabajo, Brent estaba más pálido que nunca.
—¿Quieres tomar algún analgésico para sentirte mejor?
—Prefiero sentir el dolor y saber lo que está pasando. Además, mirarte me basta para sentirme mejor.
A pesar de su estado, Amira notó la mirada de deseo de sus ojos y se preguntó qué pasaría si cedía a su deseo y se dejaba llevar.
—Si eso es cierto, ¿por qué insististe en que me marchara anoche?
Amira estaba tan cerca que podía notar el calor de Brent y hasta oler el jabón con el que se había duchado. Ni siquiera se habían tocado y ya estaba temblando.
—Creo que conoces la respuesta a esa pregunta, Amira. Si seguimos viéndonos, uno de los dos, o los dos, saldrá herido.
Amira no quería creerlo, pero sabía que era verdad. Si permanecía a su lado, se querrían cada vez más. Y resultaba evidente que Brent no deseaba que eso sucediera. Por otra parte, más tarde o más temprano tendría que regresar a Penwyck. Sus vidas eran muy distintas. El vivía y trabajaba allí, en Chicago, y ella en una isla a miles de kilómetros de distancia.
Pensó en todo lo que había sucedido desde que se habían conocido. Solo habían pasado unos días y se encontraba allí, en su dormitorio, a solas con él. Los valores que su madre le había inculcado parecían haber desaparecido de repente.
Cuando estaba con Brent las cosas dejaban de ser blancas o negras. Empezaban a tener detalles, a ser reales, pero no quería decepcionar ni a su madre ni a la Reina.
—Tienes razón —dijo al fin—. Saldríamos heridos... Bueno, voy a tirar las vendas viejas y después me marcharé. Le diré a Flora que estás descansando. Y si necesitas algo, estoy segura de que ella podrá ayudarte.
Brent no pareció decepcionado ni sorprendido, y desde luego no le pidió que permaneciera con él.
—Gracias por todo, Amira. Nunca lo olvidaré.
—Y yo nunca te olvidaré a ti —declaró con lágrimas en los ojos.
Entonces, Amira se dio la vuelta y salió del dormitorio a toda velocidad. De haber permanecido allí unos segundos más, se habría tumbado a su lado, en la cama, y le habría dado todo lo que le hubiera pedido.