CAPITULO XXII
TRANSFORMACIÓN DE PLUSVALOR EN CAPITAL

[713]

1. Proceso de producción capitalista en una escala ampliada. Trastrocamiento de las leyes de propiedad correspondientes a la producción de mercancías en leyes de la apropiación capitalista

Con anterioridad debimos considerar cómo el plusvalor surge del capital; ahora hemos de examinar cómo el capital surge del plusvalor. El empleo de plusvalor como capital, o la reconversión de plusvalor en capital, es lo que se denomina acumulación del capital.21

Supongamos que un capital asciende a £ 10.000 y su parte constitutiva variable a £ 2.000. Si la tasa del plusvalor es de 100%, ese capital producirá en cierto período —por ejemplo un año— un plusvalor de £ 2.000. Si nuevamente se adelantan esas £ 2.000 como capital, el capital originario habrá aumentado de £ 10.000 a 12.000, es decir que se habrá acumulado. Nos resulta indiferente por el momento, que el capital suplementario se haya sumado al viejo o que se haya valorizado de manera autónoma.(17) [714]

Una suma de valor de £ 2.000 es una suma de valor de £ 2.000. No se huele ni se ve, en ese dinero, que sea plusvalor. El carácter de un valor en cuanto plusvalor muestra cómo llegó a las manos de su propietario, pero no modifica en nada la naturaleza del valor o del dinero.(18) 21bis 21bis2 21bis3 22 [206] [207] [715] La transformación de las £ 2.000 suplementarias en capital, pues, se efectúa de la misma manera que la transformación de las £ 10.000 originarias. Las condiciones de la metamorfosis siguen siendo las mismas. Una parte de las £ 2.000 tiene que transformarse en capital constante, [716] la otra en capital variable; la una en los factores objetivos del proceso laboral, en material de trabajo y medios de trabajo, la otra en su factor subjetivo, en la fuerza de trabajo. El capitalista, pues, tiene que encontrar en el mercado, preexistentes, esos elementos. Así se presenta el [717] proceso desde el punto de vista del capitalista individual que convierte la suma dineraria de £ 10.000 en un valor mercantil de £ 12.000, reconvierte ese valor mercantil en dinero por el importe de £ 12.000 y ahora, junto al valor originario de £ 10.000, hace que el valor suplementario de £ 2.000 funcione también como su capital. ¡Pero consideremos las £ 10.000 como el capital social o como el capital global de la clase capitalista, y las £ 2.000 como su plusvalor producido durante el año, por ejemplo! El plusvalor está corporificado en un producto suplementario o plusproducto. Una parte de ese plusproducto entra en el fondo de consumo de los capitalistas o se lo consume como rédito. Haciendo caso omiso de esa parte y asimismo del comercio internacional, que sustituye variedades locales de mercancías por extranjeras, el plusproducto se compone, en su forma natural, únicamente de medios de producción, materias primas, materias auxiliares, medios de trabajo y de los medios de subsistencia necesarios, o sea de los elementos materiales del capital constante y del variable. Estos medios, pues, no se encuentran casualmente en el mercado, sino que ya son modos de existencia previos del propio plusvalor producido. En lo que respecta, empero, al trabajo suplementario requerido, hasta cierto punto es posible ocupar más plenamente [718] las fuerzas de trabajo que ya están en funcionamiento, emplearlas en un grado mayor de extensión o intensidad. Por otra parte, el proceso capitalista de producción ya ha proporcionado, junto a los elementos materiales del capital suplementario, también fuerzas de trabajo adicionales. Ocurre, en efecto, que la clase obrera sale del proceso tal como ingresó al mismo, por lo cual es necesario que sus niños de diversas edades, cuya existencia es asegurada por el salario medio, entren constantemente junto a ella al mercado de trabajo. Examinándola concretamente, pues, la acumulación es el proceso de reproducción capitalista en escala ampliada.

Al plusvalor de £ 2.000 transformado en capital suplementario denominémoslo pluscapital n.º 1. Para simplificar, supongamos que su división en componentes constante y variable siga siendo la misma que en el caso del capital originario, y que otro tanto ocurra con la tasa del plusvalor —100%—; ya conocemos, además, el método por el cual este capital de £ 2.000 produce un plusvalor de £ 400. Este plusvalor se transformará a su vez en capital. Obtenemos, de esta suerte, el pluscapital n.º 2, de £ 400, y así sucesivamente.

Ahora bien, ¿qué se ha modificado? Las £ 10.000 transformadas originariamente en capital, eran propiedad de su poseedor, quien las lanzó al mercado de mercancías y al de trabajo. ¿De dónde las había obtenido? No lo sabemos. La ley del intercambio de mercancías, según la cual por término medio se intercambian equivalentes y cada uno sólo compra mercancía con mercancía, favorece la suposición de que las £ 10.000 son la forma dineraria de sus propios productos y por consiguiente de su propio trabajo, o del trabajo de personas a las que representa legítimamente.

Conocemos exactamente, en cambio, el proceso por el que se genera el pluscapital n.º 1. Es la forma transfigurada de plusvalor, y por tanto de plustrabajo, de trabajo ajeno impago. No hay en él un solo átomo de valor por el cual su poseedor haya pagado un equivalente. Sin duda el capitalista, así como antes compraba fuerza de trabajo con una parte del capital originario, ahora reitera esa compra con una parte del pluscapital, y nuevamente extrae plustrabajo de la fuerza de trabajo y, por ende, produce de nuevo plusvalor. Pero ahora compra al obrero con el producto o valor [719] de productos propio de éste y del que lo ha despojado antes sin equivalente, así como lo ocupa con medios de producción que son in natura, o por su valor, producto que se le ha confiscado al obrero, sin equivalente. Nada cambia en la naturaleza de las cosas el hecho de que los mismos obreros individuales que han producido el pluscapital sean empleados con éste, o que con el trabajo impago, transformado en dinero, del obrero A se ocupe al obrero B. Esto no hace más que modificar la manifestación, sin embellecerla. Como la relación entre el capitalista individual y el obrero individual es la que existe entre poseedores de mercancías que no dependen el uno del otro y de los cuales el primero compra fuerza de trabajo, el segundo la vende, su vinculación es casual. Puede ocurrir que el capitalista transforme el pluscapital en una máquina que arroje a la calle a los productores de dicho pluscapital y los remplace por un par de niños.

En el pluscapital n.º 1 todos los componentes son producto de trabajo ajeno impago, plusvalor capitalizado. Se desvanece la apariencia de la primera presentación del proceso de producción o del primer acto de la formación del capital, cuando parecía, en realidad, como si el capitalista arrojara a la circulación, de su propio fondo, cualesquiera valores. En un primer momento, la magia invisible del proceso desvía del obrero el plusproducto, haciéndolo pasar de su polo al polo opuesto, ocupado por el capitalista. Luego el capitalista transforma esa riqueza, que para él es una creación de la nada, en capital, en medio para emplear, dominar y explotar fuerza de trabajo suplementaria.22

Originariamente, el proceso capitalista de producción se limitaba a transformar en capital, y por tanto en fuente de plusvalor, una suma de valor que pertenecía —no sabemos por qué motivos— al poseedor de dinero. Esa suma de valor experimenta una modificación, pero ella misma no es el resultado del proceso, sino más bien su presupuesto, independiente del mismo. En el proceso de reproducción simple, o proceso de producción continua, [720] hay una parte del producto del obrero que siempre se le enfrenta de nuevo como capital variable, pero si su producto asume siempre de nuevo esa forma es porque el obrero, desde un principio, vendió su fuerza de trabajo por el dinero del capitalista. Por último, en el curso de la reproducción todo el valor de capital adelantado se transforma en plusvalor capitalizado, pero esta transformación misma supone que el fondo haya surgido, originariamente, de los medios propios del capitalista. Las cosas suceden de otra manera en el proceso de acumulación o proceso de reproducción en escala ampliada. El dinero mismo o, hablando materialmente, los medios de producción y de subsistencia, esto es, la sustancia del nuevo capital, es el producto del proceso que succiona trabajo ajeno impago. El capital ha producido capital.

Una suma de valor de £ 10.000, perteneciente al capitalista, constituía el supuesto para la formación del pluscapital n.º 1, de £ 2.000. El supuesto del pluscapital n.º 2 de £ 400, no es otra cosa que la existencia del pluscapital n.º 1. La propiedad de trabajo pretérito impago se manifiesta ahora como la única condición en que se funda la apropiación actual de trabajo vivo impago, en escala siempre creciente.

En la medida en que el plusvalor del que se compone el pluscapital n.º 1 es el resultado de la compra de la fuerza de trabajo por medio de una parte del capital originario —compra que se ajusta a las leyes del intercambio mercantil y que, desde el punto de vista jurídico, no presupone otra cosa que la libre disposición por parte del obrero sobre sus propias capacidades, y por parte del poseedor de dinero o de mercancías la libre disposición de los valores que le pertenecen—; en la medida en que el pluscapital n.º II, etc., es el mero resultado del pluscapital n.º I, y por tanto consecuencia de esa primera relación; en cuanto cada transacción singular se ajusta continuamente a la ley del intercambio mercantil, y el capitalista compra siempre la fuerza de trabajo y el obrero siempre la vende —queremos suponer que a su valor efectivo—, es evidente que la ley de la apropiación o ley de la propiedad privada, ley que se funda en la producción y circulación de mercancías, se trastrueca, obedeciendo a su dialéctica propia, [721] interna e inevitable, en su contrario directo.23 (19) El intercambio de equivalentes, que aparecía como la operación originaria, se falsea a tal punto que los intercambios ahora sólo se efectúan en apariencia, puesto que, en primer término, la misma parte de capital intercambiada por fuerza de trabajo es sólo una parte del producto de trabajo ajeno apropiado sin equivalente, y en segundo lugar su productor, el obrero, no sólo tiene que reintegrarla, sino que reintegrarla con un nuevo excedente. La relación de intercambio entre el capitalista y el obrero, pues, se convierte en nada más que una apariencia correspondiente al proceso de circulación, en una mera forma que es extraña al contenido mismo y que no hace más que mistificarlo. La compra y venta constantes de la fuerza de trabajo es la forma. El contenido consiste en que el capitalista cambia sin cesar una parte del trabajo ajeno ya objetivado, del que se apropia constantemente sin equivalente, por una cantidad cada vez mayor de trabajo vivo ajeno. Originariamente, el derecho de propiedad aparecía ante nosotros como si estuviera fundado en el trabajo propio. Por lo menos habíamos tenido que admitir esta suposición, ya que sólo se enfrentaban poseedores de mercancías igualados ante el derecho, el medio para la apropiación de la mercancía ajena era solamente la enajenación de la mercancía propia, y ésta sólo podía producirse por el trabajo propio. La propiedad aparece ahora, de parte del capitalista, como el derecho a apropiarse de trabajo ajeno impago o de su producto; de parte del obrero, como la imposibilidad de apropiarse de su propio producto. La escisión entre propiedad y trabajo se convierte en la consecuencia necesaria [722] de una ley que aparentemente partía de la identidad de ambos.24 (20) (21) 24 Veíamos que, incluso en el caso de la reproducción simple, todo capital adelantado, cualquiera que fuese la manera en que originariamente se lo hubiera adquirido, se transformaba en capital acumulado o plusvalor [723] capitalizado. Pero en el fluir de la producción, todo capital adelantado originariamente deviene, en general, una magnitud evanescente (magnitudo evanescens en el sentido matemático), comparada con el capital acumulado directamente, esto es, con el plusvalor o plusproducto [724] reconvertido en capital, ya funcione ahora en las manos que lo acumularon o en manos extrañas. De ahí que la economía política, en general, presente al capital como «riqueza acumulada» (plusvalor o rédito transformado) «que se emplea de nuevo para la producción de plusvalor»,25 (22) [725] o al capitalista, asimismo, como «poseedor del plusproducto».26 El mismo modo de contemplar las cosas posee otra forma de expresión: que todo el capital existente es interés acumulado o capitalizado, ya que el interés es meramente una fracción del plusvalor.27 [726]

2. Concepción errónea, por parte de la economía política, de la reproducción en escala ampliada

Antes que pasemos a caracterizar más de cerca la acumulación, o sea de la reconversión del plusvalor en capital, hemos de disipar un equívoco fraguado por la economía clásica.

Así como las mercancías que el capitalista compra con una parte del plusvalor para su propio consumo no le sirven como medios de producción y de valorización, el trabajo que adquiere para la satisfacción de sus necesidades naturales y sociales no es trabajo productivo. Mediante la compra de esas mercancías y de ese trabajo, en vez de transformar el plusvalor en capital, efectúa una operación inversa: lo consume o gasta como rédito. Frente al modo de operar de la vieja aristocracia, que, como dice acertadamente Hegel, «consiste en el consumo de lo existente»[208] y que se despliega especialmente también en el lujo de los servicios personales, para la economía burguesa era decisivamente importante poner de relieve que el evangelio de la nueva sociedad, o sea la acumulación del capital, predicaba como conditio sine qua la inversión de plusvalor en la adquisición de obreros productivos.(23) Hubo que polemizar, por otra parte, contra el prejuicio popular, que confunde la producción capitalista con el atesoramiento28 [209] y que por tanto se imagina absurdamente que la riqueza acumulada es riqueza sustraída a la destrucción, y por tanto al consumo, bajo su forma natural existente, o también salvada de la circulación. Rescatar el dinero [727] de la circulación sería precisamente lo contrario de valorizarlo como capital, y acumular mercancías para atesorarlas, pura necedad.(24) La acumulación de mercancías en grandes cantidades es el resultado de que la circulación se ha estancado o de la sobreproducción.29 Ciertamente, en la idea popular subyace, por una parte, la imagen de los bienes acopiados en el fondo de consumo de los ricos, bienes que se consumen lentamente, y por otra parte el almacenamiento, un fenómeno que se da en todos los modos de producción y en el que nos detendremos un momento cuando analicemos el proceso de circulación.

La economía clásica acierta, pues, cuando pone de relieve, como rasgo característico del proceso de acumulación, el consumo del plusproducto por trabajadores productivos en vez de por improductivos. Pero aquí comienza también a errar. Adam Smith ha convertido en una moda el presentar la acumulación meramente como consumo del plusproducto por trabajadores productivos, o la capitalización del plusvalor como la mera conversión del mismo en fuerza de trabajo. Oigamos, por ejemplo, a Ricardo: «Hemos de comprender que todos los productos de un país se consumen, pero existe la mayor diferencia imaginable entre que los consuman quienes reproducen otro valor o que lo hagan aquellos que no lo reproducen. Cuando decimos que el rédito se ahorra y se agrega al capital, lo que queremos significar es que la parte del rédito de la que se dice que se agrega al capital, es consumida por trabajadores productivos y no por improductivos. No puede haber error mayor que suponer que el capital se acrecienta por el no consumo».30 No puede haber error mayor que el que repiten —siguiendo a Adam Smith— Ricardo y todos los economistas posteriores, cuando afirman que «la parte del rédito de la que se dice que se agrega al capital, es consumida por trabajadores productivos». Según esta representación, todo el [728] plusvalor que se transforma en capital se convertiría en capital variable. Por el contrario se distribuye —al igual que el valor adelantado originariamente— en capital constante y capital variable, en medios de producción y fuerza de trabajo. La fuerza de trabajo es la forma bajo la cual el capital variable existe dentro del proceso de producción. En este proceso ella misma es consumida por el capitalista. Por medio de su función —el trabajo— ella consume medios de producción. A la vez, el dinero pagado en la adquisición de la fuerza de trabajo se transforma en medios de subsistencia que no son consumidos por el «trabajo productivo» sino por el «trabajador productivo». A través de un análisis cabalmente equivocado, Adam Smith llega al resultado absurdo de que aun cuando cada capital individual se divida en un componente constante y otro variable, el capital social se resuelve únicamente en capital variable, o sea se gasta exclusivamente en el pago de salarios. Supongamos, por ejemplo, que un fabricante de paños transforma £ 2.000 en capital. Invierte una parte del dinero en la adquisición de tejedores, la otra en hilado de lana, maquinaria para elaborar ese textil, etc. Pero, a su vez, la gente a la que él compra el hilado y la maquinaria, con una parte de esa suma paga el trabajo, etcétera, hasta que las £ 2.000 en su totalidad se hayan gastado en el pago de salarios, o sea hasta que todo el producto representado por las £ 2.000 haya sido consumido por trabajadores productivos. Como vemos, todo el peso de este argumento radica en la palabra «etcétera», que nos envía de la Ceca a la Meca. En realidad, Adam Smith interrumpe la investigación precisamente allí donde comienzan las dificultades de la misma.31 (25) En el [729] capítulo III(26) del libro segundo efectuaré el análisis de la conexión real.(27) [210] 32 Se mostrará allí cómo el dogma legado por Adam Smith a todos sus sucesores ha impedido a la economía política comprender, incluso, el mecanismo elemental del proceso social de reproducción.32 (28)

3. División del plusvalor en capital y rédito. La teoría de la abstinencia

En el capítulo anterior consideramos el plusvalor, o en su caso el plusproducto, sólo como fondo individual de consumo del capitalista; en este capítulo, hasta aquí, [730] únicamente como fondo de acumulación. Pero no es ni una cosa ni la otra, sino ambas a la vez. El capitalista consume como rédito una parte del plusvalor,33 y emplea o acumula otra parte como capital.

Una vez dada la masa del plusvalor, la magnitud de la acumulación depende, como es obvio, de cómo se divida el plusvalor entre el fondo de acumulación y el de consumo, entre el capital y el rédito. Cuanto mayor sea una parte, tanto menor será la otra. La masa del plusvalor o del plusproducto, y por tanto esa masa de la riqueza disponible de un país a la que es posible transformar en capital, es siempre mayor, pues, que la parte del plusvalor transformada efectivamente en capital. Cuanto más desarrollada esté la producción capitalista en un país, cuanto más rápida y masiva sea la acumulación, cuanto más rico sea dicho país y más colosal, por consiguiente, el lujo y el derroche, tanto mayor será esa diferencia. Prescindiendo del incremento anual de la riqueza, la riqueza que se encuentra en el fondo de consumo del capitalista y que sólo es susceptible de destrucción gradual, posee en parte formas naturales bajo las cuales podría funcionar directamente como capital. Entre los elementos existentes de la riqueza que podrían funcionar en el proceso de producción, se cuentan todas aquellas fuerzas de trabajo que no son consumidas o que lo son en prestaciones de servicio puramente formales y a menudo infames. La proporción en que se divide el plusvalor entre capital y rédito varía incesantemente y está sujeta a circunstancias que no hemos de examinar aquí. El capital empleado en un país, pues, no es una magnitud fija, sino fluctuante, una fracción siempre variable y elástica de la riqueza existente que puede funcionar como capital.

Puesto que la apropiación constante del plusvalor o plusproducto producido por el obrero aparece, a los ojos del capitalista, cual fructificación periódica de su capital o, dicho de otra manera, puesto que el producto del trabajo ajeno que él adquiere sin cambiarlo por equivalente de [731] ningún tipo se le presenta como incremento periódico de su patrimonio privado, resulta también natural que la división de este plusvalor o plusproducto en capital suplementario y fondo de consumo esté mediada por un acto voluntario ejecutado por el capitalista.(29)

Sólo en cuanto capital personificado el capitalista tiene un valor histórico y ese derecho histórico a la existencia que, como dice el ingenioso Lichnowski, ninguna fecha no tiene.[211] Sólo en tal caso su propia necesidad transitoria está ínsita en la necesidad transitoria del modo capitalista de producción. Pero en cuanto capital personificado, su motivo impulsor no es el valor de uso y el disfrute, sino el valor de cambio y su acrecentamiento. Como fanático de la valorización del valor, el capitalista constriñe implacablemente a la humanidad a producir por producir, y por consiguiente a desarrollar las fuerzas productivas sociales y a crear condiciones materiales de producción que son las únicas capaces de constituir la base real de una formación social superior cuyo principio fundamental sea el desarrollo pleno y libre de cada individuo. El capitalista sólo es respetable en cuanto personificación del capital. En cuanto tal, comparte con el atesorador el afán absoluto de enriquecerse. Pero además, las leyes inmanentes del modo capitalista de producción, que imponen a todo capitalista individual la competencia como ley coercitiva externa, lo obligan a expandir continuamente su capital para conservarlo.(30) Por consiguiente, en la medida en que sus [732] acciones son únicamente una función del capital que en él está dotado de voluntad y conciencia, su propio consumo privado se le presenta como un robo perpetrado contra la acumulación de su capital, así como en la contabilidad italiana los gastos privados figuran en la columna de lo que el capitalista «debe» al capital. La acumulación es la conquista del mundo de la riqueza social. Al expandir la masa del material humano explotado, dilata el dominio directo e indirecto ejercido por el capitalista”.34 [212] [733]

Pero el pecado original acecha en todas partes. Al desarrollarse el modo capitalista de producción, al crecer la acumulación y la riqueza, el capitalista deja de ser la mera encarnación del capital. Siente un «enternecimiento humano»[213] por su propio Adán[214] y se civiliza hasta el punto de ridiculizar como prejuicio del atesorador arcaico la pasión por el ascetismo. Mientras que el capitalista clásico estigmatizaba el consumo individual como pecado contra su función y como un «abstenerse» de la acumulación, el capitalista modernizado está ya en condiciones de concebir la acumulación como «renunciamiento» a su afán de disfrute. «¡Dos almas moran, ay, en su pecho, y una quiere divorciarse de la otra!»[215]

En los inicios históricos del modo capitalista de producción —y todo capitalista advenedizo recorre individualmente esa fase histórica— el afán de enriquecerse y la avaricia prevalecen como pasiones absolutas. Pero el progreso de la producción capitalista no sólo crea un mundo de disfrutes. Con la especulación y el sistema del crédito, ese progreso abre mil fuentes de enriquecimiento repentino. Una vez alcanzado cierto nivel de desarrollo el «desgraciado» capitalista debe practicar, incluso como necesidad del negocio, cierto grado convencional de despilfarro, que es a la vez ostentación de la riqueza y por ende medio de crédito. El lujo entra así en los costos de representación del capital. Por lo demás, el capitalista no se enriquece —como sí lo hacía el atesorador— en proporción a su trabajo personal y a su no consumo individual, sino en la medida en que succiona fuerza de trabajo ajeno e impone al obrero el renunciamiento a todos los disfrutes de la vida. Por tanto, aunque el derroche del capitalista no posee nunca el carácter bona fide [de buena fe] que distinguía al del pródigo señor feudal, y en su trasfondo acechan siempre la más sucia de las avaricias y el más [734] temeroso de los cálculos, su prodigalidad se acrecienta, no obstante, a la par de su acumulación, sin que la una perjudique necesariamente a la otra y viceversa. Con ello, a la vez, se desarrolla en el noble pecho del individuo capitalista un conflicto fáustico entre el afán de acumular y el de disfrutar.

«La industria de Manchester», se afirma en una obra publicada en 1795 por el doctor Aikin, «puede dividirse en cuatro períodos. En el primero, los fabricantes se veían obligados a trabajar duramente para ganar su sustento.» Se enriquecían, en particular, robando a los padres que les confiaban sus hijos como apprentices y que tenían que pagar buenas sumas por ello, mientras que los aprendices se morían de hambre. Por otra parte, las ganancias medias eran exiguas y la acumulación exigía un ahorro estricto. Vivían como atesoradores y no consumían, ni mucho menos, los intereses de su capital. «En el segundo período comenzaron a adquirir fortunas pequeñas, pero trabajaban tan duramente como antes» —pues la explotación directa del trabajo cuesta trabajo, como lo sabe todo capataz de esclavos— «y vivían como siempre con la misma frugalidad… En el tercer período comenzó el lujo, y el negocio se expandió gracias al envío de jinetes» (commis voyageurs [viajantes de comercio] montados) «que gestionaban pedidos en todas las ciudades de mercado existentes en el reino […]. Es probable que antes de 1690 sólo existieran pocos capitales de £ 3.000 a £ 4.000 adquiridos en la industria, o ninguno. Sin embargo, alrededor de esa fecha o algo después ya los industriales habían acumulado dinero y comenzaron a construirse casas de piedra, en vez de las de madera y estuco. Todavía en los primeros decenios del siglo XVIII, un fabricante de Manchester que ofreciera una pinta(31) de vino importado a sus huéspedes, se exponía a los comentarios y murmuraciones de todos sus vecinos.» Antes de la aparición de la maquinaria, el consumo de un fabricante, en las tabernas donde se reunía con sus cofrades, nunca pasaba cada noche de 6 peniques por un vaso de ponche y 1 penique por un rollo de tabaco. No fue hasta 1758, y el acontecimiento hizo época, cuando se vio «que una persona realmente dedicada a los negocios poseyera un coche». «El cuarto período», el último tercio [735] del siglo XVIII, «es el de gran lujo y derroche, fundados en el auge de los negocios».35 ¡Qué diría el bueno del doctor Aikin si resucitara en el Manchester de hoy día!

¡Acumulad, acumulad! ¡He ahí a Moisés y los profetas![216] «La industria provee el material que el ahorro acumula».36 Por tanto, ¡ahorrad, ahorrad, esto es, reconvertid en capital la mayor parte posible del plusvalor o del plusproducto! Acumulación por la acumulación, producción por la producción misma; la economía clásica expresa bajo esta fórmula la misión histórica del período burgués. Dicha economía no se engañó ni por un instante acerca de los dolores que acompañan el parto de la riqueza,37 [217] ¿pero de qué sirven los lamentos frente a la necesidad histórica? Mas si para la economía clásica el proletario sólo era una máquina destinada a producir plusvalor, tampoco el capitalista era, para ella, más que una máquina dedicada a la transformación de ese plusvalor en pluscapital. Esa escuela toma terriblemente en serio la función histórica del capitalista. Para que el pecho de éste no pueda ser asaltado por el conflicto funesto entre el afán de disfrute y el de enriquecerse, Malthus preconizó, a comienzos del tercer decenio de este siglo, una división del trabajo según la cual al capitalista que efectivamente interviene en la producción le atañe el negocio de la acumulación, y a los otros partícipes del plusvalor —la aristocracia rural, los prebendados estatales y eclesiásticos, etcétera— el cometido de despilfarrar. Es importantísimo, dice, «mantener separadas la pasión de gastar y la pasión de acumular (the passion for expenditure and the passion for accumulation)».38 Los señores capitalistas, transformados desde hace mucho tiempo en derrochadores y hombres de mundo, pusieron el grito en el cielo. ¡Cómo!, exclama uno de sus corifeos, un ricardiano, ¡el señor Malthus [736] propugna elevadas rentas de la tierra, pesados impuestos, etc., de manera que los consumidores improductivos se constituyan en un acicate continuo para el industrial! El shibboleth [la consigna],[218] sin duda, es producir, producir en una escala ampliada incesantemente, pero «tal proceso trabará, más que fomentará, la producción. No es enteramente justo, tampoco (nor is it quite fair), mantener así en la ociosidad a cierto número de personas, sólo para aguijonear a otras de cuyo carácter cabe inferir (who are likely, from their characters) que, si fuera posible obligarlas a funcionar, lo harían con éxito».39 Por injusto que le parezca acicatear al capitalista industrial para que acumule, quitándole la gordura de la sopa, a nuestro ricardiano se le ocurre que es forzoso reducir al obrero al salario mínimo, en lo posible, «para que se conserve laborioso». Tampoco oculta, ni por un instante, que el secreto de la producción de plusvalor es la apropiación de trabajo impago, «una demanda mayor por parte de los obreros no significa nada más que su mayor disposición a tomar menos de su propio producto para sí mismos y a dejar una parte mayor del mismo a sus patrones, y cuando se afirma que esto, al reducirse el consumo» (por parte de los obreros) «genera glut» (abarrotamiento de los mercados, sobreproducción), «sólo puede responderse que glut es sinónimo de ganancias elevadas».40

La docta controversia acerca de cómo el capitalista industrial y el ocioso terrateniente debían repartirse, de la manera más ventajosa para la acumulación, el botín extraído al obrero, enmudeció ante la Revolución de Julio.[219] Poco después, en Lyon, el proletariado urbano tocó las campanas a rebato, y en Inglaterra el proletariado rural le prendió fuego a la campaña. Aquende el Canal cundía el owenismo; allende, el sansimonismo y el furierismo. Había sonado la hora de la economía vulgar. Justamente un año antes que Nassau William Senior efectuara en Manchester el hallazgo de que la ganancia (incluido el interés) del capital era el producto de «la última hora» (impaga) «de trabajo, de la doceava», ese mismo autor había anunciado al mundo otro descubrimiento. «Yo» [737] aseveró con solemnidad, «sustituyo la palabra capital, considerado como instrumento de producción, por la palabra abstinencia».41 [220] [221] ¡Insuperable muestra, ésta, de los «descubrimientos» de la economía vulgar! Lo que la misma sustituye es una categoría económica por una frase propia de sicofantes. Voilá tout [eso es todo]. «Cuando el salvaje hace arcos», adoctrina Senior, «ejerce una industria, pero no practica la abstinencia.» Esto nos explica cómo y por qué, en estadios anteriores de la sociedad, se fabricaban medios de trabajo «sin la abstinencia» del capitalista. «Cuanto más progresa la sociedad, más abstinencia requiere la misma»,42 esto es, más abstinencia por parte de quienes ejercen la industria de apropiarse de la industria ajena y de su producto. Todas las condiciones del proceso laboral se transforman, de ahora en adelante, en otras tantas prácticas de abstinencia ejercidas por el capitalista. Que el trigo no sólo se coma, sino que además se siembre, ¡he ahí un caso de abstinencia del capitalista! Si al mosto se le deja el tiempo necesario para que fermente totalmente, ¡abstinencia del capitalista!43 [222] El capitalista despoja [738] a su propio Adán[214] cuando «presta (!) sus medios de producción al obrero», es decir, cuando los valoriza como capital, mediante la incorporación de la fuerza de trabajo, en vez de comerse las máquinas de vapor, el algodón, los ferrocarriles, el abono, los caballos de tiro, etc., o, tal como se lo figura puerilmente el economista vulgar, en lugar de dilapidar «su valor» en lujo y otros medios de consumo.44 Cómo la clase capitalista podría ejecutar esa tarea, es un misterio guardado obstinadamente hasta ahora por la economía vulgar. Baste decir que el mundo vive únicamente de la mortificación que se inflige este moderno penitente de Visnú,[223] el capitalista. No sólo la acumulación; la simple «conservación de un capital exige un esfuerzo constante para resistir a la tentación de consumirlo».45 El humanitarismo más elemental exige, evidentemente, que redimamos al capitalista de ese martirio y esa tentación, del mismo modo como la abolición de la esclavitud, hace muy poco tiempo, liberó al esclavista de Georgia del penoso dilema que lo atormentaba: gastarse alegre e íntegramente en champán el plusproducto de sus esclavos negros, arrancado a latigazos, o reconvertirlo aunque fuera parcialmente en más negros y más tierra.

En las formaciones económico-sociales más diversas no sólo nos encontramos con la reproducción simple sino, aunque en diferente grado, con la reproducción en escala ampliada. Progresivamente se produce más y se consume más, y por ende también se transforma más producto en medios de producción. Pero este proceso no se manifiesta como acumulación de capital, y por ende tampoco como función del capitalista, hasta tanto al trabajador no se le [739] enfrentan sus medios de producción, y por consiguiente también su producto y sus medios de subsistencia, bajo la forma de capital.46 Richard Jones, sucesor de Malthus en la cátedra de economía política en Hertford(32) y fallecido hace pocos años, discutió muy acertadamente esta cuestión a la luz de dos hechos de gran importancia. Como la parte más numerosa del pueblo de la India se compone de campesinos que cultivan la tierra por sí mismos, su producto, sus medios de trabajo y de subsistencia, tampoco existen jamás «bajo la forma (in the shape) de un fondo ahorrado gracias al rédito ajeno (saved from revenue),[224] rédito que por tanto ha pasado por un proceso previo de acumulación (a previous process of accumulation)».47 (33) Por otra parte, en las provincias donde la dominación inglesa ha disuelto en menor grado el viejo sistema, los trabajadores no agrícolas laboran directamente para los potentados, hacia quienes fluye una parte del plusproducto rural como tributo o como renta de la tierra. Los potentados consumen en especie una parte de ese producto; otra parte la transforman los trabajadores, para aquéllos, en medios de lujo y otros artículos de consumo, mientras que el resto constituye el salario de los trabajadores, que son propietarios de sus medios de trabajo. La producción, así como la reproducción en escala ampliada, siguen aquí su curso sin injerencia alguna de aquel santón extravagante, de aquel Caballero de la Triste Figura: el capitalista que practica el «renunciamiento».

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4. Circunstancias que, independientemente de la división proporcional del plusvalor en capital y rédito, determinan el volumen de la acumulación: grado de explotación de la fuerza de trabajo; fuerza productiva del trabajo; magnitud del capital adelantado; diferencia creciente entre el capital empleado y el consumido.(34)

Hemos considerado la masa del plusvalor, hasta ahora, como una magnitud dada. En este caso su división proporcional en rédito y pluscapital determinaba el volumen de la acumulación. Pero esta última varía, independientemente de dicha división, cuando varía la magnitud misma del plusvalor. Las circunstancias que regulan la magnitud del plusvalor se exponen detalladamente en los capítulos sobre la producción del mismo. Bajo condiciones en lo demás iguales, esas circunstancias regulan el movimiento de la acumulación. Si volvemos a ocuparnos de ellas aquí es en la medida en que ofrecen, con respecto a la acumulación, puntos de vista nuevos.

Se recordará qué importante papel desempeña el grado de explotación del trabajo en la producción del plusvalor.(35) La economía política justiprecia tanto ese papel que, ocasionalmente, identifica la aceleración de la acumulación mediante la mayor fuerza productiva del trabajo con su aceleración mediante una mayor explotación del obrero.48 [741] En las secciones referentes a la producción del plusvalor partimos constantemente del supuesto de que el salario era, cuando menos, igual al valor de la fuerza de trabajo. Se expuso, además, que el salario, ya sea en cuanto a su valor o en cuanto a la masa de los medios de subsistencia por él representada, puede incrementarse aunque se eleve el grado de explotación del obrero. En el movimiento práctico del capital, empero, también se produce plusvalor mediante la reducción violenta del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo. De hecho, una parte del fondo para el consumo necesario del obrero se transforma así en fondo para la acumulación del capital.(3) «Los salarios», afirma John Stuart Mill, «carecen de fuerza productiva; son el precio de una fuerza productiva; los salarios no contribuyen, junto con el trabajo, a la producción de mercancías, como tampoco lo hace el precio de la maquinaria junto a la maquinaria misma.(37) [225] Si se pudiera obtener trabajo sin adquirirlo, los salarios serían superfluos».49 Pero si los obreros pudieran vivir del aire, tampoco se los podría comprar, cualquiera que fuere el precio. La gratuidad de los obreros, pues, es un límite en el sentido matemático, siempre inalcanzable, aunque siempre sea posible aproximársele. Es una tendencia constante del [742] capital reducir a los obreros a ese nivel nihilista. Un escritor dieciochesco que suelo citar, el autor del Essay on Trade and Commerce, no hace más que traicionar el secreto más íntimo que anida en el alma del capital inglés, cuando declara que la misión vital histórica de Inglaterra es rebajar el salario inglés al nivel del francés y el holandés.50 Dice ingenuamente, entre otras cosas: «Pero si nuestros pobres» (término técnico por obreros) «quieren vivir nadando en la abundancia… entonces su trabajo tendrá que ser caro, naturalmente. Téngase en cuenta, simplemente, la horripilante masa de superfluidades (heap of superfluities) que nuestros obreros manufactureros consumen, tales como aguardiente, ginebra, té, azúcar, frutas importadas, cerveza fuerte, lienzos estampados, rapé, tabaco etc.».51 El autor cita el escrito de un fabricante de Northamptonshire que, mirando torvamente al cielo, se lamenta: «El trabajo es una tercera parte más barato en Francia que en Inglaterra, pues los franceses pobres trabajan duramente y economizan en los alimentos y la vestimenta; su dieta se compone principalmente de pan, frutas, verduras, zanahorias y pescado salado. Muy raras veces comen carne, y si el trigo está caro, muy poco pan».52 «A lo cual ha de agregarse», prosigue el ensayista «que su bebida se compone de agua o de otros licores flojos de ese tipo, de manera que en realidad gastan poquísimo dinero… Difícilmente se pueda implantar tal estado de cosas, por cierto, pero no es algo inalcanzable, como lo demuestra de manera contundente su existencia tanto [743] en Francia como en Holanda».53 Dos decenios después un impostor norteamericano, el yanqui baronizado Benjamin Thompson (alias conde de Rumford), siguió la misma línea filantrópica, con gran complacencia de Dios y de los hombres. Sus Essays son un libro de cocina con recetas de todo tipo, para remplazar por sucedáneos las comidas normales —más caras— de los obreros. Una de las recetas más logradas de este prodigioso «filósofo» es la siguiente: «Con cinco libras de cebada, cinco libras de maíz, 3 peniques de arenques, 1 penique de sal, 1 penique de vinagre, 2 peniques de pimienta y otros condimentos (en total 20¾ peniques), se puede obtener una sopa para 64 personas. Teniendo en cuenta los precios medios del cereal […], puede abatirse el costo a ¼ de penique por cabeza».54 [226] Con el progreso de la producción capitalista, la adulteración de mercancías ha vuelto superfluos los ideales de Thompson.55 A fines del siglo XVIII y [744] durante los primeros decenios del XIX, los arrendatarios y terratenientes ingleses impusieron el salario mínimo absoluto, pagando a los jornaleros agrícolas menos del mínimo bajo la forma de salario, y el resto como socorro parroquial. Véase un ejemplo del espíritu bufonesco con que procedían los Dogberries[175] ingleses cuando fijaban «legalmente» la tarifa del salario: «Cuando los squires [hacendados] fijaron los salarios para Speenhamland, en 1795, ya habían almorzado, pero evidentemente pensaron que no era necesario que los obreros hicieran otro tanto… Decidieron que el salario semanal fuera de 3 chelines por persona mientras el pan de 8 libras y 11 onzas(38) costara 1 chelín, la remuneración del obrero debía aumentar regularmente hasta que ese pan costara 1 chelín y 5 peniques. No bien sobrepasara ese precio, el salario se reduciría proporcionalmente hasta que el precio del pan llegara a 2 chelines, en cuyo caso la alimentación del obrero disminuiría en 1/5».56 Ante la comisión investigadora de la House of Lords [cámara de los Lores], en 1814, se le preguntó a un tal A. Bennett, gran arrendatario, magistrado, administrador de un hospicio y regulador de salarios: «¿Existe alguna relación entre el valor del trabajo diario y el socorro parroquial a los trabajadores?» Respuesta: «Sí. El ingreso semanal de cada familia se completa, por encima de su salario nominal hasta el pan de un galón (8 libras y 11 onzas) y 3 peniques por cabeza… Suponemos que el pan de un galón alcanza para mantener a todas las personas de la familia durante la semana, y los 3 peniques son para ropa. Cuando la parroquia prefiere proporcionar ella misma la vestimenta, se descuentan los 3 peniques. Esta práctica impera no sólo en todo el oeste de Wiltshire, sino, a mi parecer, en todo el país».57 «De [745] esta manera», exclama un escritor burgués de la época, «los arrendatarios degradaron durante años a una clase respetable de sus coterráneos, obligándolos a recurrir al workhouse [hospicio]… El arrendatario ha aumentado sus propias ganancias impidiéndole al obrero la acumulación del fondo de consumo más indispensable».58 [200] La llamada industria domiciliaria,(39) por ejemplo, ha mostrado cual es el papel que desempeña actualmente, en la formación del plusvalor y por tanto del fondo de acumulación del capital, el robo directo que se perpetra contra el fondo de consumo necesario del obrero. En el curso de esta sección expondremos nuevos hechos relacionados con el punto.

La elasticidad de la fuerza de trabajo o su capacidad de una tensión mayor —en intensidad o en extensión— constituye, dentro de ciertos límites, una fuente creadora de riqueza adicional y por tanto del fondo de acumulación, fuente que no depende del volumen dado de los medios de producción en funcionamiento, ya producidos, ni de los elementos materiales del capital constante. En la industria extractiva, por ejemplo en la minería, el objeto de trabajo existe por obra de la naturaleza. Por consiguiente, estando dados los propios medios de trabajo necesario —y la industria extractiva misma suministra a su vez, en su mayor parte, la materia prima de esos instrumentos de trabajo, metales, madera, etc., y los medios auxiliares, como el carbón—, el producto de ninguna manera está limitado por el volumen de esos medios de trabajo. Ocurre, tan sólo, que se los consume más rápidamente, debido al mayor gasto de fuerza de trabajo, y por tanto que se abrevia su período de reproducción. Bajo condiciones en lo demás iguales, en cambio, la masa misma de productos —como carbón, hierro— se incrementa en proporción al trabajo gastado en el objeto natural. Como en el primer día de la producción, convergen aquí el hombre y la naturaleza, esto es, los creadores originarios del producto, y por tanto [746] los creadores también de los elementos materiales del capital. En la agricultura propiamente dicha, en efecto, las simientes y los abonos desempeñan el mismo papel que la materia prima en la manufactura, y no es posible sembrar más tierra sin disponer previamente de más semilla. Pero dada esa materia prima y los instrumentos de trabajo, es conocido el efecto prodigioso que el laboreo puramente mecánico del suelo —cuya intensidad depende de la tensión a que es sometida la fuerza de trabajo— ejerce sobre el carácter masivo del producto. Se trata, nuevamente, de una acción inmediata del hombre sobre el objeto natural, acción que se convierte en fuente directa de la riqueza. La industria extractiva y la agricultura, por otra parte, proporcionan a la manufactura la materia prima y las materias auxiliares, o sea los elementos materiales que aquí están presupuestos a todo gasto mayor de trabajo, mientras que los medios de trabajo propiamente dichos también en esta esfera no hacen más que abreviar su período de reproducción por la tensión mayor —en extensión o intensidad— de la fuerza de trabajo. El capital, pues, al incorporarse los dos creadores originarios de la riqueza —la fuerza de trabajo y la tierra— adquiere en ellos otros tantos factores de la reproducción en escala ampliada y por tanto de la acumulación, factores elásticos que no dependen del propio volumen material del capital.

Prescindiendo del grado de explotación del trabajo, la producción del plusvalor —y por tanto la acumulación del capital, acumulación cuyo elemento formativo es el plusvalor— se determina en lo esencial por la fuerza productiva del trabajo.(40) [747]

Al aumentar la fuerza productiva del trabajo se acrecienta la masa de productos en los que se manifiesta un valor determinado, y por ende también un plusvalor de magnitud dada. Si la tasa de plusvalor se mantiene [748] incambiada, e incluso si baja, siempre que baje más lentamente de lo que aumenta la fuerza productiva del trabajo, se acrecienta la masa del plusproducto. Manteniéndose inalterada la división de éste entre rédito y pluscapital, pues, el consumo del capitalista puede aumentar sin que decrezca el fondo de acumulación. La magnitud proporcional de dicho fondo, incluso, puede acrecentarse a expensas del fondo de consumo, mientras que el abaratamiento de las mercancías pone a disposición del capitalista tantos o más medios de disfrute que antes. Pero, como hemos visto, la productividad creciente del trabajo va a la par del abaratamiento del obrero, y por tanto de una tasa creciente del plusvalor, incluso cuando el salario real aumenta. El aumento de éste nunca está en proporción al de la productividad del trabajo. Por consiguiente, el mismo valor de capital variable pone en movimiento más fuerza de trabajo y por tanto más trabajo. El mismo valor de capital constante se presenta en más medios de producción, esto es, en más medios de trabajo, material de trabajo y materias auxiliares, suministra, por tanto, más elementos formadores de producto y asimismo más elementos formadores de valor, o absorbedores de trabajo. Por ende, si el valor del pluscapital se mantiene incambiado, e incluso si disminuye, se opera una acumulación acelerada. No sólo se amplía materialmente la escala de la reproducción, sino que la producción del plusvalor se acrecienta más rápidamente que el valor del pluscapital.

El desarrollo de la fuerza productiva del trabajo reactúa también sobre el capital original, esto es, sobre el capital que se encuentra ya en el proceso de producción. Una parte del capital constante en funciones se compone de medios de trabajo, tales como maquinaria, etc., que sólo se consumen, y por tanto se reproducen —o se los remplaza por nuevos ejemplares del mismo tipo— en períodos prolongados. Pero cada año perece, o alcanza el término final de su función productiva, una parte de esos medios de trabajo. Esa parte, por consiguiente, se encuentra cada año en la fase de su reproducción periódica o de su remplazo por nuevos ejemplares de la misma clase. Si en los lugares de nacimiento de esos medios de trabajo la fuerza productiva del trabajo se ha ampliado —y se amplía continuamente gracias al aporte ininterrumpido de la ciencia y de la técnica—, las máquinas, herramientas, aparatos, [749] etcétera, viejos son desplazados por otros más eficaces y, teniendo en cuenta el volumen de su rendimiento, más baratos. El capital antiguo se reproduce en una forma más productiva, aun si prescindimos de la continua modificación de detalle en los medios de trabajo existentes. La otra parte del capital constante —la materia prima y los materiales auxiliares— se reproduce continuamente a lo largo del año; la que procede de la agricultura, en su mayor parte lo hace anualmente. Por lo tanto, toda introducción de métodos, etc., perfeccionados, opera aquí casi simultáneamente sobre el capital adicional y el que ya está en funciones. Todo progreso de la química multiplica no sólo las aplicaciones útiles del mismo material,(41) extendiendo así, con el crecimiento del capital, las esferas en que éste se invierte; hace más: enseña a arrojar de nuevo al ciclo del proceso de la reproducción las deyecciones del proceso de producción y consumo, creando así, sin una inversión de capital previa, nueva materia de capital. Al igual que en el caso de una explotación de la riqueza natural incrementada por el mero aumento en la tensión de la fuerza de trabajo, la ciencia constituye(42) una potencia de expansión del capital en funciones, independientemente de la magnitud dada que haya alcanzado el mismo. Dicha potencia reacciona a la vez sobre la parte del capital original que ha ingresado a su fase de renovación. En su nueva forma, el capital se incorpora gratuitamente el progreso social efectuado a espaldas de su forma precedente. Por cierto, este desarrollo de la fuerza productiva se ve acompañado, al propio tiempo, por la depreciación parcial de los capitales en funciones. En la medida en que esa depreciación se vuelve más aguda por la competencia, su peso principal recae sobre el obrero, con cuya explotación redoblada el capitalista procura resarcirse.

Cuando analizamos el plusvalor relativo, vimos como el desarrollo de la fuerza productiva social del trabajo exigía que aumentara sin cesar la masa de capital constante puesta en movimiento por la misma fuerza de trabajo. Al aumentar la riqueza o la abundancia y eficacia del trabajo [750] objetivado en la maquinaria, etc. —trabajo objetivado del cual el obrero parte como de una condición, ya producida, del proceso de producción—, se acrecienta la masa del antiguo valor de capital, al que se conserva —y en este sentido se la reproduce— por la mera adición de trabajo nuevo, esto es, por la producción de valor nuevo. Compárese, por ejemplo, un hilandero inglés con uno de la India. Supongamos, para simplificar, que la jornada laboral inglesa y la índica sean de la misma extensión e intensidad. El hilandero inglés a lo largo de un día transforma en hilado una masa muchos cientos de veces mayor de algodón, instrumentos de hilar, etc. Conserva en su producto, por tanto, un valor de capital muchos cientos de veces mayor. Incluso si el producto de valor de su trabajo diario, es decir, el valor nuevo añadido por dicho trabajo a los medios de producción, sólo equivaliera al del indio, pese a ello su trabajo diario no sólo se representaría en una cantidad mayor de productos, sino en un valor de producto, en un valor previo, infinitamente mayor, transferido por él al producto nuevo y en condiciones de funcionar nuevamente como capital.(43) «En 1782», nos informa Friedrich Engels, «toda la cosecha lanera de los tres años precedentes estaba aún sin elaborar» (en Inglaterra) «por falta de [751] obreros, y hubiera seguido así de no haber llegado en su ayuda la maquinaria recién inventada, gracias a la cual se pudo hilar el textil».59 El trabajo objetivado bajo la forma de maquinaria, como es obvio, no sacó directamente de abajo de la tierra ni un solo hombre, pero permitió a un exiguo número de obreros, mediante el añadido de relativamente poco trabajo vivo, no sólo consumir de manera productiva la lana y agregarle valor nuevo, sino conservar bajo la forma de hilado, etc., el valor antiguo de la misma. Proporcionó con ello, al mismo tiempo, un medio y un estímulo para la reproducción ampliada de la lana. Conservar valor viejo mientras crea el nuevo, es un don natural del trabajo vivo. Al aumentar la eficacia, el volumen y el valor de sus medios de producción, o sea con la acumulación que acompaña el desarrollo de su fuerza productiva, el trabajo conserva y perpetúa, pues, bajo formas siempre nuevas, un valor de capital en crecimiento incesante.60 [752] Esta fuerza natural del trabajo se manifiesta como facultad de autoconservación del capital que se lo ha incorporado, del mismo modo que las fuerzas productivas sociales del trabajo aparecen como atributos del capital, y así como la constante apropiación de plustrabajo por el capitalista se manifiesta como constante autovalorización del capital. Todas las potencias del trabajo se proyectan como potencias del capital, así como todas las formas de valor de la mercancía lo hacen como formas del dinero. [753]

Bajo condiciones en lo demás iguales, la magnitud del plusvalor producido y por tanto la acumulación están determinadas, en último término, por la magnitud del capital adelantado. Al acrecentarse el capital global crece también su parte constitutiva variable, aunque no en la misma proporción. Cuanto mayor sea la escala en que produzca el capitalista individual, tanto mayor será el número de obreros que explote simultáneamente, o la masa del trabajo impago de la que se apropia.61 (44) Por consiguiente, cuanto más se acreciente el capital individual, tanto mayor será el fondo que se divide en fondo de acumulación y fondo de consumo. El capitalista, por tanto, puede vivir más pródigamente y al mismo tiempo «abstenerse» más.(45)

Con el acrecentamiento del capital, aumenta la diferencia entre el capital empleado y el consumido. En otras palabras: crece la masa de valor y la masa material de los medios de trabajo —locales, maquinaria, tuberías, animales de tiro, aparatos de todo tipo— que durante períodos más largos o más breves, en procesos de producción constantemente repetidos, funcionan en todo su volumen o sirven para obtener determinados efectos útiles, desgastándose sólo paulatinamente y perdiendo por tanto su valor sólo fracción a fracción, o sea, transfiriéndolo también sólo de manera fraccionada al producto. En la misma proporción en que estos medios de trabajo sirven como creadores de producto sin agregarle valor a éste —o sea, en la misma proporción en que se los emplea de manera total, pero se los consume sólo parcialmente—, prestan el mismo servicio gratuito, como ya hemos indicado, que las fuerzas naturales, el agua, el vapor, el aire, la electricidad, etc. Este servicio gratuito del trabajo pretérito, cuando el trabajo vivo se apodera de él y le infunde un alma, se acumula, a medida que se amplía la escala de la acumulación. [754]

Como el trabajo pretérito se disfraza siempre de capital, esto es, como el pasivo del trabajo de A, B, C, etc., figura como el activo del no trabajador X, los burgueses y los economistas se deshacen siempre en alabanzas sobre las excelencias que adornan al trabajo pretérito, el cual, según el genio escocés MacCulloch, debe incluso percibir un sueldo.(46) 62 (47) El peso siempre creciente del trabajo pretérito que coopera bajo la forma de medios de producción en el proceso vivo del trabajo, se asigna así a su figura de capital, la cual ha sido enajenada al propio obrero y no es más que el trabajo pretérito e impago del mismo. Los agentes prácticos de la producción capitalista y sus lenguaraces ideológicos son tan incapaces de quitar mentalmente al medio de producción la máscara social antagónica que hoy se le adhiere, como incapaz es un esclavista de concebir al trabajador mismo separado de su caracterización como esclavo.(48)

5. El llamado fondo de trabajo

En el curso de esta investigación hemos llegado al resultado de que el capital no es una magnitud fija, sino una parte elástica de la riqueza social, una parte que fluctúa constantemente con la división del plusvalor en rédito y pluscapital. Vimos, además, que aun cuando esté dada [755] la magnitud del capital en funciones, la fuerza de trabajo, la ciencia y la tierra a él incorporadas (y por tierra entendemos, desde el punto de vista económico, todos los objetos de trabajo existentes por obra de la naturaleza, sin intervención del hombre) son potencias elásticas del capital, las que dentro de ciertos límites, le dejan un margen de actividad independiente de su propia magnitud. Hemos hecho caso omiso aquí de todas las relaciones del procese de circulación, que ocasionan grados muy diversos de eficiencia de la misma masa de capital. Y como presuponemos los límites de la producción capitalista, o sea una figura puramente espontánea y natural del proceso social de producción, hemos prescindido de toda combinación más racional que pudiera efectuarse de manera directa y planificada con los medios de producción y la fuerza de trabajo existentes. La economía clásica gustó siempre de concebir el capital social como una magnitud fija cuyo grado de eficacia también sería fijo. Pero el prejuicio no fue establecido como dogma sino en las obras del archifilisteo Jeremy Bentham, ese oráculo insípidamente pedante, acartonado y charlatanesco del sentido común burgués decimonónico.63 (49) Bentham es entre los filósofos lo que Martir Tupper entre los poetas.[227] A uno y a otro sólo se los podía fabricar en Inglaterra.64 (50) [228] Con el dogma benthamiano [756] se vuelven completamente incomprensibles los fenómenos más comunes del proceso de producción, como por ejemplo sus expansiones y contracciones súbitas, e incluso la acumulación.65 (51) Tanto Bentham como Malthus, James Mill, MacCulloch y otros, utilizaron el dogma con finalidades apologéticas, y en particular para presentar como una magnitud fija una parte del capital, el capital variable, o sea el que se convierte en fuerza de trabajo. La existencia material del capital variable, esto es, la masa de medios de subsistencia que ese capital representa para el obrero, o el llamado fondo de trabajo, fue convertida fantásticamente en una parte especial de la riqueza social, infranqueable y circunscrita por barreras naturales. Para poner en movimiento la riqueza social que ha de funcionar como capital constante o, expresándolo materialmente, como medios de producción, se requiere una masa determinada de trabajo vivo. Dicha masa está tecnológicamente dada. Pero lo que no está dado es el número de obreros que se requiere para poner en acción [757] esa masa de trabajo, ya que varía con el grado de explotación de la fuerza de trabajo individual, y tampoco está dado el precio de esa fuerza de trabajo, sino sólo sus límites mínimos, por lo demás muy elásticos. Los hechos sobre los que reposa el dogma son los siguientes: por una parte, el obrero no tiene por qué entremeterse en la división de la riqueza social entre medios de disfrute para el no trabajador, por un lado, y medios de producción, por el otro. Por otra parte, sólo en casos excepcionalmente favorables puede ampliar el llamado «fondo de trabajo» a expensas del «rédito» de los ricos.66 (52)

A qué insulsa tautología lleva el imaginar que los límites capitalistas del fondo de trabajo son sus lindes naturales sociales, nos lo muestra el profesor Fawcett: «El capital circulante67 (53) de un país», nos dice, «es su fondo de trabajo. Por consiguiente, para calcular el salario dinerario medio que percibe cada obrero, simplemente tenemos que dividir el monto de ese capital por el número de la población laboriosa».68 (54) Es decir: primero sumamos los [758] salarios individuales efectivamente abonados, y luego sostenemos que esta adición constituye la suma de valor del «fondo de trabajo» establecido por Dios y la naturaleza. Por último, dividimos la suma así obtenida entre el número de obreros, para descubrir nuevamente cuánto puede corresponder, promedialmente, a cada obrero individual. Es un procedimiento insólitamente astuto. Pero ello no le impide decir al señor Fawcett, sin detenerse a tomar aliento: «La riqueza global acumulada anualmente en Inglaterra se divide en dos partes. Una parte se emplea en Inglaterra para la conservación de nuestra propia industria. Otra, se exporta a otros países… La parte empleada en nuestra industria no constituye una porción importante de la riqueza acumulada anualmente en este país».69 (55) Como vemos, la parte mayor del plusproducto anualmente creciente, sustraído al obrero inglés sin darle un equivalente, no se capitaliza en Inglaterra, sino en países extranjeros. Pero con el pluscapital exportado de esta suerte, se exporta también una parte del «fondo de trabajo» inventado por Dios y Bentham.70 (56)