SECCIÓN SÉPTIMA
EL PROCESO DE ACUMULACIÓN DEL CAPITAL
[691]
Hemos visto cómo el capital, bajo la forma de la mercancía, produce plusvalor. Es sólo a través de la venta de la mercancía como se realiza el plusvalor oculto en ella, junto con el valor de capital adelantado para la producción de la misma. El proceso de acumulación del capital, por consiguiente, supone su proceso de circulación. Reservamos, no obstante, para el libro siguiente el análisis de este segundo proceso. Las condiciones reales de la reproducción, esto es, de la producción continua, en parte sólo aparecen dentro de la circulación, y en parte no pueden ser examinadas antes de que pasemos a analizar el proceso de la circulación.
Pero esto no es todo.(1) «La primera condición de la acumulación consiste en que el capitalista haya conseguido vender sus mercancías y reconvertir en capital la mayor parte del dinero así obtenido. En lo que sigue, damos siempre por supuesto que el capital recorre de manera normal su proceso de circulación. El análisis más detallado de este proceso corresponde al libro segundo.». El capitalista que produce el plusvalor, es decir, el que directamente succiona de los [692] obreros trabajo impago y lo fija en mercancías, es por cierto el primer apropiador, pero en modo alguno el propietario último de ese plusvalor. Posteriormente tiene que compartirlo con capitalistas que desempeñan otras funciones en el conjunto de la producción social, con los terratenientes, etc. El plusvalor, pues, se escinde en varias partes. Sus fracciones corresponden a diversas categorías de personas y revisten formas diferentes e independientes entre sí, como ganancia, interés, ganancia comercial, renta de la tierra, etc. No hemos de examinar estas formas transmutadas del plusvalor antes del libro tercero.
Suponemos aquí, por una parte, que el capitalista que produce la mercancía la vende a su valor, y no nos detenemos más en el retorno del capitalista al mercado o en las nuevas formas que se adhieren al capital en la esfera de la circulación, ni tampoco en las condiciones concretas de reproducción ocultas bajo esas formas. Por otra parte, el productor capitalista cuenta para nosotros como propietario de todo el plusvalor o, si se quiere, como representante de todos sus copartícipes en el botín. De ahí que, por de pronto, consideremos la acumulación en términos abstractos, es decir, como mera fase del proceso inmediato de la producción.
Por lo demás, en la medida en que se opera la acumulación el capitalista logra vender la mercancía producida y reconvertir en capital el dinero extraído de la misma. El fraccionamiento del plusvalor en varias partes, además, no altera en nada su naturaleza, ni tampoco altera las condiciones necesarias bajo las cuales se convierte en el elemento de la acumulación. Sea cual fuere la proporción de plusvalor que el productor capitalista retenga para sí mismo o ceda a otros, es siempre él quien se lo apropia en primer término. Lo que damos por supuesto en nuestro examen de la acumulación, pues, está supuesto en su proceso real. Por otra parte, el fraccionamiento del plusvalor [693] y el movimiento mediador de la circulación velan la forma básica simple del proceso de acumulación. Su análisis puro, por consiguiente, requiere que prescindamos transitoriamente de todos los fenómenos que ocultan el juego interno de su mecanismo.
[695]
CAPITULO XXI
REPRODUCCIÓN SIMPLE
Cualquiera que sea la forma social del proceso de producción, es necesario que éste sea continuo, que recorra periódicamente, siempre de nuevo, las mismas fases. Del mismo modo que una sociedad no puede dejar de consumir, tampoco le es posible cesar de producir. Por tanto, considerado desde el punto de vista de una interdependencia continua y del flujo constante de su renovación, todo proceso social de producción es al propio tiempo proceso de reproducción.
Las condiciones de la producción son, a la vez, las de la reproducción. Ninguna sociedad puede producir continuamente, esto es, reproducir, sin reconvertir continuamente una parte de sus productos en medios de producción o elementos de la nueva producción. Bajo condiciones en lo demás iguales, esa sociedad sólo puede reproducir o mantener en la misma escala su riqueza si a los medios de producción —o sea los medios de trabajo, materias primas y materiales auxiliares— consumidos por ejemplo durante un año, los remplaza in natura [en especie] por una cantidad igual de ejemplares nuevos, separados de la masa anual de productos e incorporados nuevamente al proceso de producción. Determinada cantidad del producto anual pertenece, pues, a la producción. Destinada desde un principio al consumo productivo, dicha cantidad existe en gran parte en formas naturales que excluyen de por sí el consumo individual. [696]
Si la producción reviste una forma capitalista, no menos la reproducción. En el modo de producción capitalista, así como el proceso de trabajo aparece tan sólo como medio para el proceso de valorización, la reproducción no se pone de manifiesto más que como medio de reproducir como capital el valor adelantado, es decir, como valor que se valoriza a sí mismo. De ahí que la máscara económica que caracteriza al capitalista sólo se adhiere a un hombre porque su dinero funciona continuamente como capital. Si, por ejemplo, la suma de dinero adelantado de £ 100 se transforma este año en capital y produce un plusvalor de £ 20, tendrá que repetir la misma operación el año siguiente y los sucesivos. En cuanto incremento periódico del valor de capital o fruto periódico del capital que se procesa, el plusvalor asume la forma de un rédito devengado por el capital.1
Si al capitalista este rédito sólo le sirve como fondo de consumo o lo gasta tan periódicamente como lo obtiene, se verifica, siempre que las demás condiciones se mantengan iguales, una reproducción simple. Ahora bien, aunque ésta es meramente la reiteración del proceso de producción en la misma escala, esa mera repetición o continuidad imprime al proceso ciertas características nuevas o, más bien, disuelve las características aparentes ostentadas por el proceso cuando sólo transcurría de manera aislada.
La introducción al proceso de producción es la compra de la fuerza de trabajo por un tiempo determinado, y dicha introducción se renueva constantemente no bien vence el plazo de venta del trabajo, cerrándose, con ello, determinado período de producción: semana, mes, etc. Pero al obrero sólo se le paga después que su fuerza de trabajo ha actuado y cuando ya ha realizado en mercancías tanto su propio valor como el plusvalor. El obrero, pues, ha [697] producido el plusvalor que por el momento sólo consideramos como fondo de consumo del capitalista y asimismo el fondo mismo con el que se le paga, el capital variable, antes que éste revierta a él bajo la forma del salario, y sólo se lo ocupa mientras lo reproduzca constantemente. De ahí deriva la fórmula de los economistas citada en el capítulo XVI,(2) la cual presenta al salario como participación en el producto mismo.2 Se trata de una parte del producto reproducido constantemente por el propio obrero, parte que retorna constantemente a éste bajo la forma del salario. El capitalista, sin duda, le paga en dinero el valor de la mercancía. Pero este dinero no es más que la forma transmutada del producto del trabajo, o más bien una parte de dicho producto.(3) Mientras el obrero transforma una parte de los medios de producción en producto, una parte de su producto anterior se reconvierte en dinero. Es con su trabajo de la semana anterior o del último semestre con lo que se paga su trabajo de hoy o del semestre venidero. La ilusión generada por la forma dineraria se desvanece de inmediato, no bien tomamos en consideración no al capitalista individual y al obrero individual sino a la clase capitalista y a la clase obrera. La clase capitalista entrega constantemente a la clase obrera, bajo la forma dineraria, asignados sobre una parte del producto creado por esta última clase y apropiado por la primera. También constantemente, el obrero devuelve a la clase capitalista esos asignados y obtiene de ésta, así, la parte que le corresponde de su propio producto. La forma mercantil del producto y la forma dineraria de la mercancía disfrazan la transacción.
El capital variable, pues, no es más que una forma histórica particular bajo la que se manifiesta el fondo de medios de subsistencia o fondo de trabajo que el trabajador requiere para su autoconservación y reproducción, fondo éste, que, en todos los sistemas de la producción social, [698] tiene siempre que producir y reproducir. Si el fondo de trabajo afluye constantemente a él sólo bajo la forma de medios de pago por su trabajo, es porque su propio producto se aleja constantemente de él bajo la forma del capital. Pero esta forma en que se manifiesta el fondo de trabajo en nada modifica el hecho de que el capitalista adelanta al obrero el propio trabajo objetivado de este último.3 Tomemos el caso de un campesino sujeto a prestaciones personales serviles. Cada semana trabaja con sus propios medios de producción y en su propio terreno durante 3 días, por ejemplo. Los otros tres días de la semana efectúa prestaciones personales en el dominio señorial. Reproduce constantemente su propio fondo de trabajo, y éste nunca reviste ante él la forma de medios de pago adelantados por un tercero para pagar su trabajo. En cambio, su trabajo obligatorio gratuito jamás asume, tampoco, la forma de trabajo voluntario y pago. Si mañana el señor se apropia de la tierra, de las bestias de labor, de las semillas, en suma de los medios de producción pertenecientes al campesino sujeto a prestaciones serviles, de aquí en adelante éste tendrá que vender su fuerza de trabajo al señor. Bajo condiciones en lo demás iguales, trabajará 6 días por semana, como siempre: 3 días para sí mismo, 3 para el ex señor feudal, convertido ahora en patrón de asalariados. Como siempre, utilizará y consumirá los medios de producción como medios de producción y transferirá al producto el valor de los mismos. Como siempre, determinada parte del producto ingresará a la reproducción. Pero así como la prestación personal servil adopta la forma del trabajo asalariado, el fondo de trabajo —producido y reproducido como siempre, por el campesino sujeto a prestaciones personales— asume la forma de capital que el ex(4) señor feudal le adelanta al campesino. El economista burgués, cuyo limitado cerebro no puede separar la forma de manifestación de lo que en ella se manifiesta, cierra los ojos ante el hecho de que incluso [699] hoy en día sólo por excepción, en la redondez de la Tierra, el fondo de trabajo aparece bajo la forma de capital.4
Sin duda, el capital variable pierde el carácter de un valor adelantado de su propio fondo por el capitalista(5) [201] sólo cuando consideramos el proceso capitalista de producción en la fluencia constante de su renovación. Pero ese proceso tiene necesariamente que iniciarse en algún lugar y en algún momento. Desde el punto de vista que hemos mantenido hasta aquí, por consiguiente, es verosímil que el capitalista se haya convertido en poseedor de dinero gracias a alguna acumulación originaria que tuvo lugar independientemente del trabajo ajeno impago. Aun así, la mera continuidad del proceso capitalista de producción, o la reproducción simple, opera también otros cambios notables que no sólo afectan al capital variable, sino al capital en su conjunto.
Si el plusvalor generado de manera periódica, por ejemplo anualmente, con un capital de £ 1.000 asciende a £ 200 y este plusvalor se consume también anualmente, es obvio que tras una repetición quinquenal del mismo proceso la suma del plusvalor consumido será = 5 x 200, o sea igual al valor de capital adelantado en un principio, £ 1.000. Si sólo se consumiera parcialmente el plusvalor anual, por ejemplo sólo la mitad, se obtendría el mismo resultado tras una repetición decenal del proceso de producción, pues 10 x 100 = 1.000. En términos generales: el valor de capital adelantado, dividido por el plusvalor consumido anualmente, da el número de años, o el número de períodos de reproducción, luego de cuyo transcurso el capital adelantado en un primer momento ha sido consumido por el capitalista y por tanto ha desaparecido. Que el capitalista se figure que él consume el producto del [700] trabajo impago ajeno, el plusvalor, y que conserva el capital originario, no puede modificar absolutamente en nada la realidad de las cosas. Una vez transcurrido cierto número de años, el valor de capital que poseía iguala a la suma del plusvalor apropiada sin equivalente durante esos mismos años, y la suma de valor consumida por él al valor de capital originario.(6)
Ni un solo átomo de valor perteneciente a su antiguo capital sigue existiendo. Prescindiendo por entero de toda acumulación, pues, la mera continuidad del proceso de producción, o la reproducción simple, al cabo de un período más breve o más dilatado transforma necesariamente todo capital en capital acumulado o plusvalor capitalizado. Aun cuando al ingresar al proceso de producción ese capital fuese propiedad adquirida a fuerza de trabajo personal por su empleador, tarde o temprano se convierte en valor apropiado sin equivalente, en concreción material, ya sea en forma dineraria o de otro tipo, de trabajo ajeno impago.
El supuesto originario para la transformación de dinero en capital era no sólo la producción y circulación de mercancías. Era necesario que en el mercado se enfrentaran como comprador y vendedor el poseedor de valor o de dinero y el poseedor de la sustancia creadora de valor; el poseedor de los medios de producción y de subsistencia y el poseedor de la fuerza de trabajo.(7) (8) La escisión entre [701] el producto de trabajo y el trabajo mismo, entre las condiciones objetivas del trabajo y la fuerza de trabajo subjetiva, era pues el fundamento, efectivamente dado,(9) del proceso capitalista de producción. Su mera continuidad, o la reproducción simple, reproduce y perpetúa ese punto de partida del proceso como resultado del mismo. El proceso de producción transforma continuamente el dinero en capital, los medios de producción en medios de valorización.(10) Por otra parte, el obrero sale del proceso de producción, constantemente, tal como entró en él.(11) Como antes de ingresar al proceso su propio trabajo ya se ha convertido en ajeno, ha sido apropiado por el capitalista y se ha incorporado al capital, dicho trabajo se objetiva constantemente, durante el proceso, en producto ajeno. Como el proceso de producción es, al mismo tiempo, proceso de consumo de la fuerza de trabajo por el capitalista, el producto del obrero no sólo se transforma continuamente en mercancía, sino además en capital: valor que succiona la fuerza creadora de valor, medios de subsistencia que compran personas, medios de producción que emplean a los productores.5 El obrero mismo, por consiguiente, produce constantemente la riqueza objetiva como capital, como poder que le es ajeno, que lo domina y lo explota, y el capitalista, asimismo, constantemente produce la fuerza de trabajo como fuente subjetiva y abstracta de riqueza, separada de sus propios medios de [702] objetivación y efectivización, existente en la mera corporeidad del obrero; en una palabra, produce al trabajador como asalariado.6 Esta constante reproducción o perpetuación del obrero es la [conditio] sine qua non de la producción capitalista.
Como es sabido, la transacción entre el capitalista y el obrero es la siguiente: el capitalista intercambia una parte de su capital, el capital variable, por fuerza de trabajo e incorpora ésta, como fuerza viva de valorización, a sus medios inanimados de producción. Precisamente por este medio el proceso de trabajo se convierte a la vez en proceso capitalista de valorización. Por su parte, el obrero gasta en medios de subsistencia, gracias a los cuales se conserva y reproduce a sí mismo, el dinero obtenido a cambio de su fuerza de trabajo. Es éste su consumo individual, mientras que el proceso de trabajo, durante el cual consume medios de producción transformándolos en productos, constituye su consumo productivo y, a la vez, el consumo de su fuerza de trabajo por el capitalista. El consumo individual y el consumo productivo del obrero difieren esencialmente. En el uno, el obrero pertenece como fuerza de trabajo al capital y está incorporado al proceso de producción, en el otro, se pertenece a sí mismo y ejecuta actos vitales individuales al margen del proceso de producción.(12) [703]
El examen de la «jornada laboral», etc., nos hizo ver, ocasionalmente, que a menudo se fuerza al obrero a convertir su consumo individual en un mero incidente del proceso de producción. En este caso él se suministra medios de subsistencia, para mantener en funcionamiento su fuerza de trabajo, de la misma manera que se suministran carbón y agua a la máquina de vapor, aceite a la rueda, etcétera. Sus medios de consumo son entonces meros medios de consumo de un medio de producción, y su consumo individual pasa directamente a ser consumo productivo. Esto, no obstante, se manifiesta como un abuso accidental del proceso capitalista de producción.7
Pero si no se examina el proceso aislado de producción de la mercancía sino el proceso capitalista de producción en su fluencia interconexa y en su escala social, el consumo individual del obrero sigue siendo también(13) un [704] elemento de la producción y reproducción del capital, ya se efectúe dentro o fuera del taller, de la fábrica, etc., dentro o fuera del proceso laboral; exactamente al igual que lo que ocurre con la limpieza de la máquina, ya se efectúe dicha limpieza durante el proceso de trabajo o en determinadas pausas del mismo. El hecho de que el obrero efectúe ese consumo(14) en provecho de sí mismo y no para complacer al capitalista, nada cambia en la naturaleza del asunto. De la misma suerte, el consumo de la bestia de carga no deja de ser un elemento necesario del proceso de producción porque el animal disfrute de lo que come. La conservación y reproducción constantes de la clase obrera siguen siendo una condición constante para la reproducción del capital. El capitalista puede abandonar confiadamente el desempeño de esa tarea a los instintos de conservación y reproducción de los obreros. Sólo vela por que en lo posible el consumo individual de los mismos se reduzca a lo necesario, y está en los antípodas de esa tosquedad sudamericana que obliga al trabajador a ingerir alimentos más sustanciosos en vez de otros menos sustanciosos.8
Mediante la conversión de una parte del capital en fuerza de trabajo, el capitalista mata dos pájaros de un tiro. Transforma una parte de su capital en capital variable y valoriza así su capital global. Incorpora la fuerza de trabajo a sus medios de producción. Consume productivamente la fuerza de trabajo al hacer que el obrero, mediante su trabajo, consuma productivamente los medios de [705] producción. Por otra parte, los medios de subsistencia, o sea la parte del capital enajenada a los obreros, se transforman en músculos, nervios, huesos, cerebro, etc., de obreros. Dentro de sus límites necesarios, pues, el consumo individual de la clase obrera es la operación por la cual los medios de subsistencia enajenados a cambio de fuerza de trabajo, se reconvierten en fuerza de trabajo nuevamente explotable por el capital, es la producción y reproducción de su medio de producción más necesario: del obrero mismo. El consumo individual del obrero, pues, constituye en líneas generales un elemento del proceso de reproducción del capital.(15)
Es por eso también que el capitalista y su ideólogo, el economista, sólo consideran productiva la parte del consumo individual del obrero que se requiere para la perpetuación de la clase obrera, esto es, aquella parte que de hecho debe consumirse para que el capital consuma la fuerza de trabajo del obrero; lo demás, lo que éste consuma para su propio placer, es consumo improductivo.9 Si la acumulación del capital ocasionara un aumento del salario y por tanto un acrecentamiento de los medios de consumo del obrero, sin que tuviera lugar un mayor consumo de fuerza de trabajo por el capital, el capital adicional se habría consumido improductivamente.10 En efecto: el consumo individual del obrero es improductivo para él mismo, puesto que únicamente reproduce al individuo lleno de necesidades, es productivo para el capitalista y el estado, puesto que es producción de la fuerza que produce la riqueza ajena.11 [706]
Desde el panto de vista social, la clase obrera, también cuando está fuera del proceso laboral directo es un accesorio del capital, a igual título que el instrumento inanimado de trabajo. Incluso su consumo individual no es, dentro de ciertos límites, más que un factor del proceso de reproducción del capital. Pero el proceso vela para que esos instrumentos de producción autoconscientes no abandonen su puesto, y para ello aleja constantemente del polo que ocupan, hacia el polo opuesto ocupado por el capital, el producto de aquéllos. El consumo individual, de una parte, vela por su propia conservación y reproducción, y de otra parte, mediante la destrucción de los medios de subsistencia, cuida de que los obreros reaparezcan constantemente en el mercado de trabajo. El esclavo romano estaba sujeto por cadenas a su propietario; el asalariado lo está por hilos invisibles. El cambio constante de patrón individual y la fictio juris [ficción jurídica] del contrato, mantienen en pie la apariencia de que el asalariado es independiente.
Anteriormente, cuando le parecía necesario, el capital hacía valer por medio de leyes coercitivas su derecho de propiedad sobre el obrero libre. Así, por ejemplo, en Inglaterra estuvo prohibida hasta 1815, bajo severas penas, la emigración de obreros mecánicos.
La reproducción de la clase obrera implica, a la vez, que la destreza se trasmita y acumule de una generación a otra.12 Hasta qué punto el capitalista cuenta, entre las condiciones de producción que le pertenecen, con la existencia de tal clase obrera diestra, considerándola de hecho como la existencia real de su capital variable, es una circunstancia que sale a luz no bien una crisis amenaza la pérdida de aquélla. Como es sabido, a consecuencia de la guerra civil norteamericana y de la consiguiente escasez de algodón, la mayor parte de los obreros algodoneros de Lancashire, etc., fueron arrojados a la calle. Del seno de la clase obrera misma, así como de otras capas de la sociedad, se elevó el reclamo de un subsidio estatal o [707] de colectas nacionales voluntarias para posibilitar la emigración de los «superfluos» hacia las colonias inglesas o los Estados Unidos. Por ese entonces el Times publicó (24 de marzo de 1863) una carta de Edmund Potter, ex presidente de la Cámara de Comercio de Manchester. Su carta fue denominada en la Cámara de los Comunes, y con razón, «el manifiesto de los fabricantes».13 Brindamos aquí algunos pasajes característicos, en los que se reafirma sin rodeos el título de propiedad del capital sobre la fuerza de trabajo:
«A los obreros del algodón se les podría decir que su oferta es demasiado grande…, tendría […], quizás, que reducirse en un tercio, y entonces habría una demanda sana para los dos tercios restantes… La opinión pública […] exige que se recurra a la emigración… El patrón» (es decir, el fabricante algodonero) «no puede ver con buenos ojos cómo se le aleja su suministro de trabajo; puede pensar […] que esto es tan injusto como equivocado… Pero si se subvenciona la emigración con fondos públicos, el patrón tiene derecho a que se lo escuche, y quizás a protestar.» El mismo Potter expone más adelante lo útil que es la industria algodonera; cómo «no cabe duda de que ha drenado la población[202] de Irlanda y los distritos agrícolas ingleses», en qué escala enorme se la práctica, cómo en 1860 proporcionó los 5/13 de todo el comercio inglés de exportación; cómo, al cabo de pocos años, volverá a expandirse gracias a la ampliación del mercado, en particular del de la India y merced a la imposición de una suficiente «oferta algodonera, a 6 peniques la libra». Continúa luego: «El tiempo […], uno, dos, tal vez tres años, producirá la cantidad necesaria… La interrogante que quisiera plantear es entonces si esta industria es digna de que se la mantenga, si vale la pena conservar en orden la maquinaria» (esto es, las máquinas vivas de trabajo) «y si no es el colmo de la estupidez pensar en deshacerse de ellas. Creo que lo es. Admito que los obreros no son una propiedad (I allow that the workers are not a property), que no son la propiedad de Lancashire [708] y de los patrones; pero son la fuerza de ambos, son la fuerza espiritual y adiestrada que no se puede remplazar en una generación; la otra maquinaria con la que trabajan (the mere machinery which they work), por el contrario, podría sustituirse ventajosamente y perfeccionarse en doce meses.14 Fomentad o permitid (!) la emigración de la fuerza de trabajo: ¿qué será entonces del capitalista? (Encourage or allow the working-power to emigrate, and what of the capitalist?)». Este suspiro que brota del corazón nos recuerda al mariscal de corte Kalb.[203] «Quitad la flor y nata de los obreros y el capital fijo se desvalorizará en grado sumo y el capital circulante no se expondrá a la lucha con un suministro reducido de una clase inferior de trabajo […]. Se nos dice que los obreros mismos desean emigrar. Es muy natural que lo deseen… Pero si reducís, comprimís el negocio algodonero mediante el retiro de sus fuerzas de trabajo (by taking away its working power), reduciendo su gasto de salarios, digamos en 1/3 o sea 5 millones, ¿qué ocurrirá entonces con la clase que está inmediatamente por encima de ellos, los pequeños tenderos? ¿Qué pasará con la renta de la tierra, con el alquiler de las cottages?… ¿Qué será del arrendatario pequeño, de los propietarios de casas mejor acomodados […] y de los terratenientes? Y decid ahora si existe un plan que sea más suicida, para todas las clases del país, que este de debilitar la nación exportando sus mejores obreros fabriles y desvalorizando una parte de su capital y riqueza más [709] productivos». «Propongo que se emita un empréstito de 5 a 6 millones, distribuido en dos o tres años, administrado por comisionados especiales, coordinado con la asistencia a los pobres en los distritos algodoneros y sujeto a regulaciones legales especiales, con cierto trabajo obligatorio para mantener en alto el nivel moral de quienes reciben la limosna… ¿Puede haber algo peor para los terratenientes o patrones (can anything be worse for landowners or masters) que renunciar a sus mejores obreros y desmoralizar y disgustar a los demás con una emigración amplia y vaciadora, un vaciamiento del valor y el capital de una provincia entera?».
Potter, el vocero selecto de los fabricantes algodoneros, distingue entre dos clases de «maquinaria», pertenecientes ambas al capitalista, y de las cuales una se halla en su fábrica y la otra se aloja por la noche y los domingos fuera de la fábrica, en cottages. Una es inanimada; la otra, viva. La maquinaria muerta no sólo se deteriora y desvaloriza cada día, sino que una gran parte de su masa existente envejece constantemente debido al incesante progreso tecnológico,(16) a tal punto que a los pocos meses se la puede sustituir ventajosamente por maquinaria más moderna. La maquinaria viva, por el contrario, cuanto mayor es su duración, cuanto más acumula en ella la destreza de generaciones y generaciones, tanto más se perfecciona. El «Times» respondió al magnate fabril, entre otras cosas:
«Al señor Edmund Potter lo impresiona tanto la importancia excepcional y suprema de los patrones algodoneros que, para salvaguardar esa clase y perpetuar su profesión, querría confinar a medio millón de integrantes de la clase obrera, contra su voluntad, en un gran workhouse [hospicio] moral. “¿Esta industria es digna de que se la mantenga?”, pregunta el señor Potter. “Ciertamente”, respondemos, “por todos los medios honestos”. “¿Vale la pena conservar en orden la maquinaria?”, vuelve a preguntar el señor Potter. Aquí nos domina la perplejidad. Por maquinaria el señor Potter entiende la maquinaria humana, pues asegura que no pretende usarla como propiedad absoluta. Hemos de confesar que, a nuestro juicio, no “vale la pena” y ni siquiera es posible conservar en [710] orden la maquinaria humana, esto es, aceitarla y guardarla bajo llave hasta que se la necesite. La maquinaria humana tiene la propiedad de herrumbrarse cuando está inactiva, por mucho que se la aceite y frote. Además la maquinaria humana, como se advierte a simple vista, es capaz de soltar por sí misma el vapor y estallar, provocando un lío infernal en nuestras grandes ciudades. Es posible, como dice el señor Potter, que se requiera un tiempo mayor para reproducir a los obreros, pero disponiendo de maquinistas y dinero, siempre podremos encontrar gente emprendedora, sólida e industriosa para fabricar con ella más patrones fabriles de los que podamos necesitar… El señor Potter discurre acerca de una reanimación de la industria dentro de uno, dos o tres años y nos reclama que no fomentemos o permitamos (!) la emigración de la fuerza de trabajo. Afirma que es natural que los obreros quieran emigrar, pero entiende que, a pesar de tal deseo, la nación tiene que mantener a ese medio millón de obreros, con las 700.000 personas que de ellos dependen, confinados en los distritos algodoneros, reprimiendo —consecuencia lógica de lo anterior— su descontento por la fuerza y alimentándolos con limosnas. Y todo ello fundándose en la posibilidad de que un buen día los patrones algodoneros los necesiten de nuevo… Ha llegado la hora de que la gran opinión pública de estas islas haga algo para salvar a esa “fuerza de trabajo” de los que quieren tratarla como tratan el carbón, el hierro y el algodón (to save this “working power” from those who would deal with it as they deal with iron, coal, and cotton)».15
El artículo del Times era, simplemente, un jeu d’esprit [alarde de ingenio]. En realidad, la «gran opinión pública» compartía la opinión del señor Potter, según la cual los obreros fabriles constituían accesorios móviles de las fábricas. Se impidió su emigración,16 confinándolos en el [711] «workhouse moral» de los distritos algodoneros, y hoy como ayer constituyen «la fuerza (the strength) de los patrones algodoneros de Lancashire».
El proceso capitalista de producción, pues, reproduce por su propio desenvolvimiento la escisión entre fuerza de trabajo y condiciones de trabajo. Reproduce y perpetúa, con ello, las condiciones de explotación del obrero. Lo obliga, de manera constante, a vender su fuerza de trabajo para vivir, y constantemente pone al capitalista en condiciones de comprarla para enriquecerse.17 Ya no es una casualidad que el capitalista y el obrero se enfrenten en el mercado como comprador y vendedor. Es el doble recurso del propio proceso lo que incesantemente vuelve a arrojar al uno en el mercado, como vendedor de su fuerza de trabajo, y transforma siempre su propio producto en el medio de compra del otro. En realidad, el obrero pertenece al capital aun antes de venderse al capitalista. Su servidumbre económica18 está a la vez mediada y encubierta por la renovación periódica de la venta de sí [712] mismo, por el cambio de su patrón individual y la oscilación que experimenta en el mercado el precio del trabajo.19
El proceso capitalista de producción, considerado en su interdependencia o como proceso de reproducción, pues, no sólo produce mercancías, no sólo produce plusvalor, sino que produce y reproduce la relación capitalista misma: por un lado el capitalista, por la otra el asalariado.20 [204] [205]