6. La teoría de la compensación, respecto a los obreros desplazados por la maquinaria
Toda una serie de economistas burgueses, como James Mill, MacCulloch, Torrens, Senior, John Stuart Mill, etc., sostienen que toda maquinaria que desplaza a obreros libera siempre, al mismo tiempo y de manera necesaria, un capital adecuado para la ocupación de los mismos e idénticos obreros.213
Supongamos que un capitalista, por ejemplo, emplee 100 obreros en una manufactura de papel de empapelar, a razón de £ 30 anuales por obrero. El capital variable desembolsado anualmente por él ascenderá, pues, a 3.000 libras. Digamos que despide a 50 obreros y que ocupa a los restantes 50 con una maquinaria que le cuesta £ 1.500. Para simplificar, hagamos abstracción de locales, carbón, etcétera. Supongamos, además, que la materia prima consumida anualmente cueste siempre £ 3.000.214 ¿Se «libera» algún capital gracias a esta metamorfosis? En el sistema industrial anterior, la suma global desembolsada, £ 6.000, se componía de una mitad de capital constante y de una mitad de capital variable. Consta ahora de £ 4.500 (£ 3.000 para materia prima y £ 1.500 en maquinaria) de capital constante y de £ 1.500 de capital variable. En vez de la mitad, el capital variable, o invertido en fuerza de trabajo viva, constituye únicamente ¼ del capital global. En vez de liberación, encontramos aquí sujeción de capital bajo una forma en la que cesa de intercambiarse por fuerza de trabajo, esto es, transformación de capital [534] variable en capital constante. Si las demás circunstancias se mantienen incambiadas, el capital de £ 6.000 ya no podrá ocupar nunca a más de 50 obreros. Con cada mejora introducida a la maquinaria, ese capital ocupará menos obreros. Si la maquinaria recién introducida cuesta menos que la suma de la fuerza de trabajo y herramientas de trabajo desplazadas por ella, por ejemplo sólo £ 1.000 en vez de £ 1.500, un capital variable de £ 1.000 se convertirá en constante, o quedará ligado, mientras que se liberará un capital de £ 500. Este último, suponiendo que se mantenga igual el salario anual, constituiría un fondo de ocupación para unos 16 obreros, cuando los despedidos son 50, y en realidad para mucho menos de 16 obreros, ya que para su transformación en capital las £ 500 tienen en parte que convertirse de nuevo en capital constante, y por tanto sólo es posible convertirlas parcialmente en fuerza de trabajo.(47)
En realidad, aquellos apologistas no se refieren a esta clase de liberación de capital. Se refieren a los medios de subsistencia de los obreros liberados. No puede negarse que la maquinaria, por ejemplo en el caso aducido más arriba, no sólo libera a 50 obreros y los convierte de esa manera en «disponibles», sino que a la vez anula su conexión con medios de subsistencia por un valor de £ 1.500, «liberando» así esos medios de subsistencia. El hecho simple, y en modo alguno novedoso, de que la maquinaria libera de medios de subsistencia a los obreros, se formula en términos económicos diciendo que la maquinaria libera medios de subsistencia para el obrero o [535] convierte esos medios en capital para su empleo. Como vemos, todo depende del modo de expresión. Nominibus mollire licet mala [es lícito atenuar con palabras el mal].[183] (48)
Los medios de subsistencia por un monto de £ 1.500 nunca se enfrentaban como capital con los obreros despedidos. Las que se contraponían a ellos como capital eran las £ 1.500 ahora convertidas en maquinaria. Consideradas más de cerca, aquellas £ 1.500 sólo representaban una parte de los papeles de empapelar producidos anualmente por los 50 obreros despedidos, parte que su empleador les entregaba como salario, bajo la forma de dinero en vez de in natura [en especie]. Con los papeles pintados convertidos en £ 1.500, compraban medios de subsistencia por el mismo importe. Éstos, por ende, existían para ellos no como capital, sino como mercancías, y ellos mismos no existían como asalariados para esas mercancías, sino como compradores. La circunstancia de que la maquinaria se haya «liberado» de los medios de compra transforma a esos obreros de compradores en no-compradores. Demanda reducida para aquellas mercancías, pues. Voilà tout [eso es todo]. Si esa demanda reducida no se compensa de otra parte con una demanda aumentada, baja el precio de mercado de las mercancías. Si esta situación se prolonga y adquiere mayor amplitud, se operará un desplazamiento de los obreros ocupados en la producción de aquellas mercancías. Una parte del capital, que antes producía medios de subsistencia imprescindibles, se reproducirá ahora bajo otra forma. Al bajar los precios de mercado y desplazarse el capital, también los obreros ocupados en la producción de los medios de subsistencia necesarios se verán «liberados» de una parte de su salario. [536] Por tanto, en vez de demostrar que la maquinaria, al liberar de los medios de subsistencia a los obreros, convierte al mismo tiempo a aquéllos en capital para emplear a éstos, lo que demuestra el señor apologista, con su incuestionable ley de la oferta y la demanda, es a la inversa que la maquinaria arroja obreros a la calle no sólo en el ramo de la producción en el que se introduce, sino también en aquellos en que no se introduce.
Además de la buena intención de encubrir las cosas, lo que sirve de fundamento a la absurda teoría de la compensación es, primero, que la maquinaria libera fuerza de trabajo antes sujeta, y que en caso de que un capital suplementario pugne por encontrar colocación, aquélla pone a disposición del mismo, junto a la fuerza de trabajo disponible, y al mismo tiempo, los medios de subsistencia que se han convertido en disponibles. Pero la maquinaria no sólo desplaza a los obreros que se han vuelto «supernumerarios», sino, a la vez, a esa nueva corriente humana que suministra a cada ramo de la industria el contingente necesario para remplazar las bajas y crecer de manera regular. Se distribuye nuevamente este personal sustitutivo, al que absorben otros ramos del trabajo, mientras que las víctimas originarias languidecen y sucumben, en su mayor parte, durante el período de transición. Además, su fuerza de trabajo se ha vuelto tan unilateral por la división del trabajo, que sólo encuentran acceso a unos pocos ramos laborales inferiores y por tanto constantemente saturados.215 (49) 215 [537]
Pero, en segundo término, es un hecho indudable(50) que la maquinaria no es responsable en sí de que a los obreros se los «libere» de los medios de subsistencia. Abarata y acrecienta el producto en el ramo del que se apodera, y en un primer momento deja inalterada la masa de medios de subsistencia producida en otros ramos de la industria. Después de su introducción, pues, la sociedad dispone de tantos o más medios de subsistencia que antes para los obreros desplazados, sin hablar de la enorme parte del producto anual que dilapidan los que no trabajan. ¡Y es aquí donde estriba la gracia de la apologética capitalista! ¡Las contradicciones y antagonismos inseparables del empleo capitalista de la maquinaria no existen, ya que no provienen de la maquinaria misma, sino de su utilización capitalista! Por tanto, como considerada en sí la maquinaria abrevia el tiempo de trabajo, mientras que utilizada por los capitalistas lo prolonga, como en sí facilita el trabajo, pero empleada por los capitalistas aumenta su intensidad; como en sí es una victoria del hombre sobre las fuerzas de la naturaleza, pero empleada por los capitalistas impone al hombre el yugo de las fuerzas naturales; como [538] en sí aumenta la riqueza del productor, pero cuando la emplean los capitalistas lo pauperiza, etc., el economista burgués declara simplemente que el examen en sí de la maquinaria demuestra, de manera concluyente, que todas esas contradicciones ostensibles son mera apariencia de la realidad ordinaria, pero que en sí, y por tanto también en la teoría, no existen. Con ello, se ahorra todo quebradero adicional de cabeza y, por añadidura, achaca a su adversario la tontería de no combatir el empleo capitalista de la maquinaria, sino la maquinaria misma.216 (51) 216 216bis [539]
Puesto que todo producto de las máquinas, una vara de tejido hecha a máquina, por ejemplo, es más barato que el producto manual del mismo tipo desplazado por él, se sigue de ello esta ley absoluta: si la cantidad total del artículo producido a máquina es igual a la cantidad total del artículo de producción artesanal o manufacturera al que sustituye, habrá de disminuir la suma total del trabajo empleado. El aumento de trabajo requerido por la producción del medio de trabajo mismo, de la maquinaria, del carbón, etc., tendrá necesariamente que ser menor que la reducción de trabajo debida al empleo de la maquinaria. El producto de la máquina, en caso contrario, sería tan o más caro que el producto hecho a mano. Pero en vez de mantenerse igual, en realidad la masa total del artículo producido a máquina por un número menor de obreros aumenta muy por encima de la masa total del artículo artesanal desplazado. Supongamos que 400.000 varas de tejido a máquina son producidas por menos obreros que 100.000 varas de tejido hecho a mano. En el producto cuadruplicado se encierra cuatro veces más materia prima. Es necesario, por tanto, cuadruplicar la producción de la misma. Pero en lo que respecta a los medios de trabajo consumidos, como edificios, carbón, máquinas, etc., el límite dentro del cual puede acrecentarse el trabajo adicional requerido para su producción varía con la diferencia entre la masa del producto hecho a máquina y la masa del producto manual fabricable por el mismo número de obreros.
Al extenderse la industria maquinizada en un ramo de la industria, pues, al principio aumenta la producción en los otros ramos que le proporcionan sus medios de producción. Hasta qué punto esto hará que aumente la masa de obreros ocupados, es algo que depende, si están dadas la extensión de la jornada laboral y la intensidad del trabajo, de la composición del capital empleado, esto es, de la proporción entre sus componentes constante y variable. Esta proporción, a su vez, varía considerablemente según la amplitud con que la maquinaria se haya apoderado o se apodere de esas industrias. El número de los hombres condenados a trabajar en las minas de carbón y de metales creció de manera enorme con el progreso del sistema maquinista inglés, aunque ese aumento se ha enlentecido en los últimos decenios debido al uso de nueva maquinaria [540] en la minería.217 Una nueva especie de obreros surge a la vida con la máquina: sus productores. Sabemos ya que la industria maquinizada se apodera de este ramo mismo de la producción en escala cada vez más masiva.218 En lo que se refiere, además, a la materia prima,219 no cabe duda alguna, por ejemplo, de que el avance arrollador de la hilandería algodonera no sólo hizo crecer como planta de invernadero el cultivo del algodón en los Estados Unidos, y con ese cultivo la trata de africanos, sino que a la vez convirtió la cría de esclavos en el principal negocio de los llamados estados esclavistas limítrofes.[184] Cuando en 1790 se efectuó en los Estados Unidos el primer censo de esclavos, el número de los mismos ascendía a 697.000; en 1861, por el contrario, era aproximadamente de 4.000.000. Por otra parte, no es menos cierto que el florecimiento de la fábrica lanera mecánica produjo, con la transformación progresiva de las tierras de labranza en pasturas para ovejas, la expulsión masiva y la conversión en «supernumerarios» de los obreros agrícolas. Irlanda pasa aún en estos momentos por el proceso que consiste en que su población disminuida desde hace 20 años(52) a casi la mitad se reduzca aún más, exactamente a la medida correspondiente a las necesidades de sus terratenientes y de los señores fabricantes laneros de Inglaterra. [541]
Si la maquinaria se apodera de algunas de las etapas previas o intermedias que el objeto de trabajo tiene que recorrer para adoptar su forma última, con el material de trabajo aumentará la demanda de trabajo en aquellas industrias, explotadas aún sobre una base artesanal o manufacturera, en las que entra el producto fabricado a máquina. La hilandería mecánica, por ejemplo, suministraba hilado a tan bajo precio y con tal abundancia, que los tejedores manuales, en un principio, pudieron trabajar a tiempo completo y sin mayor desembolso. Sus ingresos aumentaron, por tanto.220 De ahí que se produjera un aflujo de personal a la tejeduría de algodón, hasta que finalmente los 800.000 tejedores algodoneros cuya aparición habían provocado, por ejemplo en Inglaterra, la jenny [torno de hilar], el throstle [telar continuo] y la mule [hiladora alternativa], fueron aplastados por el telar de vapor. De la misma manera, con la abundancia de los géneros de vestir producidos a máquina, crece el número de sastres, modistas, costureras, etc., hasta que aparece la máquina de coser.
A medida que la industria maquinizada, con un número de obreros relativamente menor, suministra una masa creciente de materias primas, productos semielaborados, instrumentos de trabajo, etc., la elaboración de estas materias primas y productos intermedios se desglosa en muchas variedades, y aumenta por tanto la diversidad de los ramos de la producción social. La industria maquinizada impulsa la división social del trabajo muchísimo más que la manufactura, puesto que acrecienta en un grado incomparablemente mayor la fuerza productiva de las industrias en las que ha hecho presa.
El resultado inmediato de la maquinaria consiste en aumentar el plusvalor y, a la vez, la masa de productos en que el mismo se representa; acrecentar, por ende, a la par de la sustancia que consumen la clase capitalista y todos sus dependientes, a esas capas sociales mismas. La riqueza creciente de éstas y la mengua constante, en [542] términos relativos, del número de obreros requerido para la producción de artículos de primera necesidad, generan, junto a nuevas necesidades suntuarias, nuevos medios para satisfacerlas. Una parte mayor del producto social se transforma así en plusproducto, y una parte mayor de éste se reproduce bajo formas refinadas y diversificadas. En otras palabras: aumenta la producción de lujo.221 El refinamiento y diversificación de los productos deriva, asimismo, de las nuevas relaciones con el mercado mundial, creadas por la gran industria. No sólo se importa una cantidad mayor de artículos extranjeros de lujo, intercambiados por productos locales, sino que, además, una masa mayor de materias primas, ingredientes, productos semielaborados, etcétera, procedentes del exterior, ingresan como medios de producción en la industria vernácula. A la par de estas relaciones con el mercado mundial, se intensifica la demanda de trabajo en la industria del trasporte, la que se escinde a su vez en numerosas variedades nuevas.222
El aumento de los medios de producción y de subsistencia, acompañado por una disminución relativa del número de obreros, promueve la expansión del trabajo en ramos de la industria cuyos productos —tal como los canales, muelles de mercancías, túneles, puentes, etc.— sólo son lucrativos en un futuro distante. Se forman —ya sea directamente sobre la base de la maquinaria o del trastocamiento industrial general suscitado por la misma— ramos de la producción enteramente nuevos y por consiguiente nuevos campos de trabajo. El espacio que les corresponde en la producción global no es en modo alguno considerable, ni aun en los países más desarrollados. El número de los obreros ocupados en esos ramos aumenta en razón directa a la medida en que se reproduce la necesidad de trabajo manual más tosco. Hoy en día puede considerarse a las fábricas de gas, el telégrafo, la fotografía, la navegación de vapor y el ferrocarril como industrias principales de esta clase. Según el censo de 1861 (para [543] Inglaterra y Gales), en la industria del gas (fábricas de gas, producción de los aparatos mecánicos, agentes de las compañías, etc.) trabajan 15.211 personas; en el telégrafo, 2.399; en la fotografía, 2.366; en los servicios de navegación de vapor 3.570 y en los ferrocarriles 70.599, entre los cuales se cuentan unos 28.000 obreros «no calificados», ocupados de manera más o menos permanente en obras de terraplén, y además todo el personal comercial y administrativo. Por tanto, el número global de los individuos ocupados en esas cinco nuevas industrias, asciende a 94.145.
Finalmente, el extraordinario aumento de fuerza productiva en las esferas de la gran industria —acompañado, como lo está, de una explotación intensiva y extensivamente acrecentada de la fuerza de trabajo en todas las demás esferas de la producción— permite emplear improductivamente a una parte cada vez mayor de la clase obrera, y ante todo reproducir de esta manera, y en escala cada vez más masiva, a los antiguos esclavos familiares, bajo el nombre de «clases domésticas», como criados, doncellas, lacayos, etc. Según el censo de 1861, la población global de Inglaterra y Gales era de 20.066.224(53) personas, de los cuales 9.776.259 varones y 10.289.965 mujeres. Descontando todos los que son demasiado viejos o demasiado jóvenes para el trabajo, todas las mujeres, jóvenes y niños «improductivos», luego las capas «ideológicas» —como el gobierno, el clero, los togados, los militares, etc.—, además de todos aquellos cuya ocupación exclusiva es el consumo de trabajo ajeno bajo la forma de renta de la tierra, intereses, etc., y por último los indigentes, vagabundos, delincuentes, etc., restan, en números redondos, 8 millones de personas de uno u otro sexo y de las más diversas edades, inclusive todos los capitalistas que de alguna manera desempeñan funciones en la producción, el comercio, las finanzas, etc. Entre esos 8 millones se cuentan:
Obreros agrícolas (inclusive pastores, así como los peones y criadas que viven en las casas de los arrendatarios)…………………… | 1.098.261 | [544] |
Todas las personas ocupadas en las fábricas elaboradoras de algodón, lana, estambre, lino, cáñamo, seda y yute y en la producción mecánica de medias y la fabricación de puntillas…………………… | 642.607 | 223 |
Todas las personas ocupadas en las minas de carbón y metalíferas…… | 565.835 | |
Todo tipo de personas ocupadas en la totalidad de las plantas metalúrgicas (altos hornos, talleres de laminado) y de las manufacturas de metales… | 396.998 | 224 |
Clases domésticas…………………… | 1.208.648 | 225 |
Si sumamos el número de todas las personas ocupadas en la totalidad de las fábricas textiles al del personal de las minas de carbón y de metales, obtendremos como resultado 1.208.442; y si a los primeros les sumamos el personal de todas las plantas metalúrgicas y manufacturas de metales, el total será de 1.039.605; en ambos casos, pues, un guarismo menor que el número de los esclavos domésticos modernos. ¡Qué edificante resultado de la maquinaria explotada de manera capitalista!
7. Repulsión y atracción de obreros al desarrollarse la industria maquinizada. Crisis de la industria algodonera
Todos los expositores responsables de la economía política admiten que la introducción inicial de la maquinaria actúa como una peste con respecto a los obreros [545] de las artesanías y manufacturas tradicionales con las que aquélla, en un primer momento, compite. Casi todos deploran la esclavitud del obrero fabril. ¿Y cuál es el gran triunfo que casi todos ellos sacan de la manga? ¡Que la maquinaria, tras los horrores de su período de introducción y desarrollo, en última instancia aumenta, en lugar de disminuirlo, el número de los esclavos del trabajo! Sí, la economía política se regodea con el horrible teorema —horrible para todo «filántropo» que crea en la eterna necesidad natural del modo capitalista de producción— de que incluso la fábrica fundada ya sobre la industria maquinizada, tras determinado período de desarrollo, luego de una «época de transición» más o menos prolongada, ¡somete a un trabajo agotador a más obreros de los que en un principio arrojó a la calle!226 [185]
Es cierto que, como lo demostraban ya algunos casos, por ejemplo los de las fábricas inglesas que elaboran estambre y seda, cuando la expansión extraordinaria de ramos fabriles alcanza cierto grado de desarrollo, la misma no sólo puede estar acompañada de una reducción relativa del número de obreros ocupados, sino de una [546] reducción en términos absolutos.(54) En 1860?, al efectuarse por orden del parlamento un censo especial de todas las fábricas del Reino Unido, la sección de los distritos fabriles de Lancashire, Cheshire y Yorkshire, asignada al inspector Robert Baker, contaba 652 fábricas; de éstas, 570 disponían de 85.622 telares de vapor, 6.819.146 husos, (excluyendo los husos de torcer), 27.439 caballos de fuerza en máquinas de vapor, 1.390 en ruedas hidráulicas y 94.119 personas ocupadas. En 1865, en cambio, las mismas fábricas disponían de 95.163 telares, 7.025.031 husos, 28.925 caballos de fuerza en máquinas de vapor, 1.445 en ruedas hidráulicas y 88.913 personas ocupadas. De 1860 a 1865, por consiguiente, el aumento de telares de vapor representó en esas fábricas un 11%, el de husos un 3%, el de fuerza de vapor en caballos un 5%, mientras que el número de personas ocupadas había decrecido en un 5,5%.227 Entre 1852 y 1862 se verificó un considerable crecimiento de la fabricación lanera inglesa, mientras que la cantidad de obreros ocupados se mantuvo prácticamente estacionaria. «Esto demuestra en qué medida tan grande la nueva maquinaria introducida había desplazado el trabajo de períodos precedentes».228 En ciertos casos empíricos, el aumento de los obreros fabriles ocupados no es a menudo más que aparente, esto es, no se debe a la expansión de la fábrica ya fundada en la industria mecánica, sino a la paulatina anexión de ramos accesorios. [547] «El aumento entre 1838 y 1858 en el número de los telares mecánicos y en el de los obreros fabriles ocupados en los mismos, se debió por ejemplo, en el caso de la industria algodonera (británica), simplemente a la expansión de este ramo industrial; en las otras fabricas, en cambio, fue originado por la aplicación de fuerza de vapor a los telares de alfombras, cintas, lienzo, etc., impulsados antes por la fuerza muscular humana».229 De ahí que el incremento de estos obreros fabriles sólo fuera la expresión de una mengua en el número global de los obreros ocupados. Por último, aquí prescindimos enteramente de que en todas partes, excepto en las fábricas metalúrgicas, los obreros adolescentes (menores de 18 años), las mujeres y los niños constituyen el elemento ampliamente preponderante del personal fabril.
Se comprende, no obstante, a pesar de la masa obrera desplazada de hecho y sustituida virtualmente por la industria maquinizada, que con el crecimiento de ésta, expresado en un mayor número de fábricas del mismo tipo o en las dimensiones ampliadas de fábricas existentes, los obreros fabriles pueden ser más numerosos en último término que los obreros manufactureros o artesanos desplazados por ellos. Supongamos que en el viejo modo de producción, por ejemplo, el capital de £ 500 empleado semanalmente se compusiera de una parte constante de 2/5 y de una parte variable de 3/5, esto es, que se invirtiesen £ 200 en medios de producción y £ 300 en fuerza de trabajo, digamos que a razón de £ 1 por obrero. Al surgir la industria maquinizada, la composición del capital global se transforma. Se divide ahora, por ejemplo, en una parte constante de 4/5 y una parte variable de 1/5, o sea que únicamente se invierten £ 100 en fuerza de trabajo. Se despide, por tanto, a dos tercios de los obreros ocupados anteriormente. Si esta industria fabril se expande y el capital global invertido —permaneciendo inalteradas las demás condiciones de producción— aumenta de 500 a 1.500, ahora se ocupará a 300 obreros, tantos como antes de la revolución industrial. Si el capital empleado sigue aumentando hasta 2.000, se ocupará a 400 obreros, por tanto a 1/3 más que con el viejo modo de producción. En términos absolutos el número utilizado de obreros ha [548] aumentado en 100; en términos relativos, esto es, en proporción al capital global adelantado, ha descendido en 800, ya que en el viejo modo de producción el capital de libras 2.000 habría ocupado a 1.200 obreros, en vez de a 400. La disminución relativa del número de obreros ocupados es compatible, pues, con su aumento absoluto. Partíamos más arriba del supuesto de que al crecer el capital global su composición seguía siendo constante, puesto que no se modificaban las condiciones de producción. Pero sabemos ya que con cada progreso del régimen maquinista la parte constante del capital, esto es, la que se compone de maquinaria, materia prima, etc., aumenta, mientras que disminuye la parte variable, invertida en fuerza de trabajo, y sabemos, asimismo, que en ningún otro modo de producción el perfeccionamiento es tan constante, y por tanto es tan variable la composición del capital global. Este cambio constante, sin embargo, es interrumpido de manera también constante por lapsos de reposo y por una expansión meramente cuantitativa sobre la base técnica dada. Aumenta, con ello, el número de los obreros ocupados. Así, por ejemplo, el número de todos los obreros en las fábricas elaboradoras de algodón, lana, estambre, lino y seda del Reino Unido ascendía en 1835 apenas a 354.684, mientras que en 1861 sólo el número de los tejedores con telares de vapor (de uno u otro sexo y de las más diversas edades, a partir de los 8 años) se elevaba a 230.654. Este crecimiento aparece como menos grande si se tiene en cuenta que en 1838 los tejedores manuales británicos del algodón, junto con los familiares ocupados por ellos, eran 800.000,230 para no hablar de los tejedores desplazados en Asia y en el continente europeo.
En las pocas observaciones que hemos de formular todavía respecto a este punto, nos referiremos en parte a [549] relaciones puramente de hecho, a las que aún no ha conducido nuestra exposición teórica misma.
Mientras la explotación maquinizada se expande en un ramo industrial a costa del artesanado o la manufactura tradicionales, sus éxitos son tan seguros como lo serían los de un ejército que, armado con fusiles de percutor, luchara contra un ejército de arqueros. Ese período inicial en que la máquina conquista por primera vez su campo de acción, es de una importancia decisiva a causa de las ganancias extraordinarias que ayuda a producir. No sólo constituyen éstas, en sí y para sí, una fuente de acumulación acelerada, sino que atraen a la esfera de producción favorecida gran parte del capital social adicional que constantemente está creándose y que pugna por hallar nuevos campos de inversión. Las ventajas particulares del período inicial fermental y de turbulencia se reiteran constantemente en los ramos de la producción donde la maquinaria se introduce por vez primera. Pero no bien el régimen fabril ha conquistado cierta amplitud de existencia y determinado grado de madurez; no bien, ante todo, su propio fundamento técnico, la maquinaria misma, es a su vez producido por máquinas; no bien se revolucionan la extracción del carbón y el hierro así como la metalurgia y el trasporte y, en suma, se establecen las condiciones generales de producción correspondientes a la gran industria, este modo de producción adquiere una elasticidad, una capacidad de expansión súbita y a saltos que sólo encuentra barreras en la materia prima y en el mercado donde coloca sus propios productos. La maquinaria, por un lado, promueve un incremento directo de la materia prima; de esta suerte, pongamos por caso, la cotton gin [desmotadora de algodón] incrementó la producción de algodón.231 Por otro lado, la baratura de los productos hechos a máquina y los sistemas revolucionados de trasporte y comunicación son armas para la conquista de mercados extranjeros. Al arruinar el producto artesanal de éstos, la industria maquinizada los convierte forzadamente en campos de producción de su materia prima. Así, por ejemplo, las Indias Orientales han sido constreñidas a producir algodón, lana, cáñamo, yute, [550] añil, etc., para Gran Bretaña.232 (55) La constante conversión en «supernumerarios» de los obreros en los países de gran industria fomenta, como en un invernáculo, la emigración hacia países extranjeros y la colonización de los mismos, transformándolos en semilleros de materias primas para la metrópoli, como se transformó por ejemplo a Australia en un centro de producción lanera.233 (56) Se crea así una nueva división internacional del trabajo, adecuada a las principales sedes de la industria maquinizada, una división que convierte a una parte del globo terrestre en campo de producción agrícola por excelencia para la otra parte, convertida en campo de producción industrial por excelencia. Esta revolución va acompañada de profundas transformaciones en la agricultura, de las cuales no habremos de ocuparnos aquí.234 (57) (58) (59) [186] (60) [551]
La enorme capacidad, inherente al sistema fabril, de expandirse a saltos y su dependencia respecto del mercado mundial generan necesariamente una producción de ritmo febril y la consiguiente saturación de los mercados, que al contraerse originan un período de paralización. La vida de la industria se convierte en una secuencia de períodos de animación mediana, prosperidad, sobreproducción, crisis y estancamiento. A raíz de estos cambios periódicos del ciclo industrial, se vuelven normales la inseguridad e inestabilidad que la industria maquinizada impone a la ocupación del obrero y por tanto a su situación vital. Excepto en las épocas de prosperidad, los capitalistas se empeñan en una lucha encarnizada por su participación individual en el mercado. Esta cuota parte se halla en razón directa a la baratura del producto. Además de la rivalidad que esa lucha provoca en cuanto al uso de maquinaria perfeccionada, sustitutiva de fuerza de trabajo, y a la aplicación de nuevos métodos de producción, se llega siempre a un punto en que se procura abaratar la mercancía mediante la reducción violenta del salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo.235 [552]
Como vemos, el aumento en el número de los obreros fabriles está condicionado por un aumento, proporcionalmente mucho más rápido, del capital global invertido en las fábricas. Este proceso, empero, sólo se cumple dentro de los períodos de flujo y reflujo del ciclo industrial. Es, además, interrumpido siempre por el progreso técnico que ora suple virtualmente a los obreros, ora los desplaza de manera efectiva. Este cambio cualitativo en la industria maquinizada constantemente expulsa de la fábrica a obreros o cierra las puertas de la misma al nuevo aflujo de reclutas, mientras que la mera expansión cuantitativa de las fábricas absorbe, junto a los desplazados, a nuevos contingentes. De esta suerte, los obreros se ven continuamente repelidos y atraídos, arrojados dentro de la fábrica y fuera de ella, y esto en medio de un cambio constante en lo que respecta al sexo, edad y destreza de los reclutados.
Las vicisitudes del obrero fabril quedarán expuestas de la manera mejor, si lanzamos una rápida ojeada sobre las vicisitudes de la industria algodonera inglesa.
Periodos quinquenales y año 1886(61) [553]
De 1770 a 1815 la industria algodonera experimentó 5 años de depresión o estancamiento. Durante ese primer período de 45 años los fabricantes ingleses disfrutaban del monopolio de la maquinaria y del mercado mundial. De 1815 a 1821, depresión; 1822 y 1823, prosperidad; 1824, se derogan las leyes de coalición,[187] expansión general de las fábricas; 1825, crisis; 1826, gran miseria y revueltas de los obreros del algodón; 1827, leve mejoría; 1828, gran incremento de los telares de vapor y de la exportación; 1829, la exportación, particularmente a la India, [554] sobrepuja a la de todos los años anteriores; 1830, mercados saturados, situación calamitosa; de 1831 a 1833, depresión sostenida; a la Compañía de las Indias Orientales se la priva del monopolio del comercio con el Extremo Oriente (India y China). 1834, gran incremento de fábricas y maquinaria, escasez de brazos. La nueva ley de pobres promueve el éxodo de los trabajadores rurales hacia los distritos fabriles. Barrido de niños en los condados rurales. Trata de esclavos blancos. 1835, gran prosperidad. Simultáneamente, mueren de hambre los tejedores algodoneros manuales. 1836, gran prosperidad. 1837 y 1838, estado de depresión y crisis. 1839, reanimación. 1840, gran depresión, insurrecciones, intervención del ejército. 1841 y 1842, terribles padecimientos de los obreros fabriles. 1842, los fabricantes echan de las fabricas a la mano de obra para imponer la derogación de las leyes cerealeras. Muchos miles de obreros afluyen a Yorkshire, en donde los rechaza el ejército; sus dirigentes son llevados ante los tribunales en Lancaster. 1843, gran miseria. 1844, reanimación. 1845, gran prosperidad. 1846, primero auge sostenido, luego síntomas de reacción. Derogación de las leyes cerealeras. 1847, crisis. Reducción general de los salarios, en 10% y más, para celebrar la «big loaf» [gran hogaza de pan].[128] 1848, depresión sostenida. Manchester ocupada militarmente. 1849, reanimación. 1850, prosperidad. 1851, precios mercantiles en baja, salarios bajos, frecuentes, strikes [huelgas]. 1852, principia una mejoría. Continúan las strikes, los fabricantes amenazan con importar obreros extranjeros. 1853, exportación en alza. Strike de ocho meses y gran miseria en Preston. 1854, prosperidad, saturación de los mercados. 1855, de los Estados Unidos, Canadá y los mercados asiáticos orientales afluye un torrente de noticias referentes a bancarrotas. 1856, gran prosperidad. 1857, crisis. 1858, mejoría. 1859, gran prosperidad, aumento de las fábricas. 1860, apogeo de la industria algodonera inglesa. Los mercados indios, australianos y de otros países se hallan tan saturados, que todavía en 1863 casi no han podido absorber toda la pacotilla. Tratado comercial con Francia. Enorme crecimiento de las fábricas y la maquinaria. 1861, el auge se mantiene durante algún tiempo, reacción, guerra civil norteamericana, escasez de algodón. De 1862 a 1863, colapso total. [555]
La historia de la escasez del algodón es demasiado característica como para no detenernos un instante en ella. De las indicaciones acerca de la situación del mercado mundial en 1860 y 1861 se desprende que la escasez de algodón resultó para los fabricantes oportuna y hasta parcialmente ventajosa, hecho reconocido en los informes de la Cámara de Comercio de Manchester, proclamado en el parlamento por Palmerston y Derby y confirmado por los acontecimientos.236 Por cierto, entre las 2.887 fábricas algodoneras del Reino Unido había, en 1861, muchas pequeñas. Según el informe del inspector fabril Alexander Redgrave, cuyo distrito administrativo comprendía 2.109 de esas 2.887 fábricas, 392 de las primeras, o sea el 19%, sólo empleaban menos de 10 caballos de fuerza; 345, o el 16%, 10 y menos de 20; 1.372, en cambio, 20 y más caballos de fuerza.237 La mayor parte de las fábricas pequeñas eran tejedurías fundadas a partir de 1858, durante el período de prosperidad, en los más de los casos por especuladores de los cuales uno suministraba el hilado, otro la maquinaria, un tercero el local, quedando la fábrica bajo la dirección de ex overlookers [capataces] o de otras personas de escasos recursos. En su mayor parte estos fabricantes pequeños se arruinaron. La crisis comercial evitada por la catástrofe algodonera les habría deparado el mismo destino. Aunque constituían 1/3 del número de empresarios, sus fábricas absorbían una parte incomparablemente menor del capital invertido en la industria algodonera. En lo que respecta a la magnitud de la paralización, según estimaciones fidedignas el 60,3% de los husos y el 58% de los telares estaban parados en octubre de 1862. Esto se refiere a todo el ramo industrial y, naturalmente, se modificaba mucho en los diversos distritos. Sólo muy pocas fábricas trabajaban a tiempo completo (60 horas por semana); las demás, con interrupciones. Incluso en el caso de los pocos obreros que trabajaban a tiempo completo y con el pago a destajo habitual, su salario semanal se reducía necesariamente a causa del remplazo de algodón mejor por algodón peor, del Sea Island[187bis] por egipcio (en las hilanderías finas), del norteamericano y egipcio por el surat (de las Indias Orientales) y del algodón puro [556] por mezclas de desperdicios de algodón con surat. La fibra más corta del algodón surat, su estado de suciedad, la mayor fragilidad de las hebras, la sustitución de la harina en el apresto de los lizos, etc., por todo tipo de ingrediente más pesados, disminuían la velocidad de la maquinaria o el número de los telares que podía vigilar un tejedor, aumentaban el trabajo, a causa de las fallas de la máquina y reducían, junto a la masa de productos, el pago a destajo. Utilizando surat y trabajando a tiempo completo, la pérdida del obrero ascendía a 20%, 30% y más. Pero además la mayor parte de los fabricantes redujo la tarifa del destajo en 5, 7½ y 10%. Se comprende, por tanto, cuál sería la situación de quienes sólo estaban ocupados 3, 3½ o 4 días por semana o sólo 6 horas por día. En 1863, ya después que se hubiera experimentado una mejoría relativa, los salarios semanales de los tejedores, hilanderos etc., eran de 3 chelines y 4 peniques, 3 chelines y 10 peniques, 4 chelines y 6 peniques, 5 chelines y 1 penique, etc.238 Incluso bajo estas circunstancias angustiosas, no se agotaba la inventiva del fabricante en materia de descuentos salariales. Éstos en parte se imponían como multas por las fallas del artículo debidas al mal algodón proporcionado por el fabricante, a la maquinaria inadecuada, etc. Pero allí donde el fabricante era propietario de las cottoges [casitas] de los obreros, se cobraba por sí mismo el alquiler, descontándolo del salario nominal. El inspector fabril Redgrave narra el caso de self-acting minders (los que vigilan varias self-acting mules) «que al término de una quincena de trabajo completo ganaban 8 chelines y 11 peniques, suma de la cual se les descontaba el alquiler —aunque el patrón les devolvía la mitad como regalo—, de tal manera que los minders llevaban a su casa 6 chelines y 11 peniques. […] El salario semanal de los tejedores era, durante la última parte de 1862, de 2 chelines y 6 peniques en adelante».239 Aun cuando los operarios trabajaban sólo a tiempo reducido, era frecuente que de los salarios se les descontara el alquiler.240 ¡Nada de extraño, entonces, que en algunas zonas de Lancashire estallara una especie de peste del hambre! Pero más característico que todo esto [557] era cómo el revolucionamiento del proceso de producción se verificaba a costa del obrero. Se trataba de genuinos experimenta in corpore vili [experimentos en un cuerpo carente de valor], como los efectuados en ranas por los anatomistas. «Aunque he consignado», dice el inspector fabril Redgrave, «los ingresos efectivos de los obreros en muchas fábricas, de esto no debe deducirse que cada semana perciban el mismo importe. Los obreros están sujetos a las mayores fluctuaciones a causa del constante experimentar (experimentalising) de los fabricantes… Los ingresos de los obreros aumentan o disminuyen según la calidad de las mezclas de algodón; a veces sólo distan un 15% de sus ingresos anteriores, y una o dos semanas después disminuyen hasta un 50 o 60%».241 Dichos experimentos no sólo se hacían a costa de los medios de subsistencia de los obreros: éstos tenían que pagarlos con todos sus cinco sentidos. «Los obreros ocupados en abrir los fardos de algodón me informan que el hedor insoportable les provoca náuseas… En los talleres de mezcla, scribbling [carmenado] y cardado, el polvo y la suciedad que se desprenden irritan todos los orificios de la cabeza, producen tos y dificultan la respiración. Como las fibras son muy cortas, se les agrega una gran cantidad de apresto, y precisamente todo tipo de sustitutos en lugar de la harina, usada antes. De ahí las náuseas y la dispepsia de los tejedores. Debido al polvo, la bronquitis está generalizada, así como la inflamación de la garganta y también una enfermedad de la piel ocasionada por la irritación de ésta, a causa a su vez de la suciedad que el surat contiene.» Por otra parte, los sustitutos de la harina, como aumentaban el peso del hilado, eran para los fabricantes un saco de Fortunato.[188] Gracias a ellos, «15 libras de materia prima, una vez hiladas, pesaban 26(62) libras».242 En el informe de los inspectores fabriles fechado el 30 de abril de 1864 puede leerse: «La industria actualmente explota esta fuente de recursos en una medida realmente vergonzosa. De buena fuente sé que 8 libras de tejido se fabrican con 5¼ libras de algodón y 2¾ libras de apresto. Otro tejido de 5¼ libras contenía 2 libras de apresto. Se trataba en este caso [558] de skirtings [telas para camisas] ordinarias destinadas a la exportación. En géneros de otros tipos se agrega a veces un 50% de apresto, de manera que los fabricantes pueden jactarse, y efectivamente se jactan, de que se enriquecen vendiendo tejidos por menos dinero del que cuesta el hilado contenido nominalmente en los mismos».243 Pero los obreros no sólo tuvieron que padecer bajo los experimentos de los empresarios en las fábricas y de los municipios fuera de éstas, no sólo por la reducción de salarios y la carencia de trabajo, por la escasez y las limosnas, por los discursos encomiásticos de los lores y de los comunes. «Infortunadas mujeres a las que la crisis algodonera había dejado sin ocupación, se convirtieron en la escoria de la sociedad y siguen siéndolo… El número de las prostitutas jóvenes ha aumentado más que de 25 años a esta parte».244
Como habíamos visto, pues, en los primeros 45 años de la industria algodonera inglesa, de 1770 a 1815, sólo se encuentran 5 años de crisis y estancamiento, pero éste era el período en que dicha industria ejercía un monopolio mundial. El segundo período, o sea los 48 años que van de 1815 a 1863, sólo cuenta 20 años de reanimación y prosperidad contra 28 de depresión y estancamiento. En 1815-1830 principia la competencia con la Europa continental y Estados Unidos. A partir de 1833 la expansión de los mercados asiáticos se impone a través de la «destrucción de la raza humana».[189] Desde la derogación de las leyes cerealeras, en 1846, hasta 1863, hubo 8 años de animación media y prosperidad y 9 de depresión y estancamiento. La nota que incluimos al pie permite juzgar acerca de cuál era la situación de los obreros varones adultos en las fábricas algodoneras, incluso durante las épocas de prosperidad.245 [559]
8. Revolución operada por la gran industria en la manufactura, la artesanía y la industria domiciliaria
a) Se suprime la cooperación fundada en el artesanado y la división del trabajo
Hemos visto cómo la maquinaria suprime la cooperación fundada en las artesanías, así como la manufactura basada en el trabajo artesanal. Un ejemplo del primer tipo es la máquina segadora, que sustituye la cooperación de los segadores. Un ejemplo concluyente del segundo tipo es la máquina para la fabricación de agujas de coser. Según Adam Smith, en su época 10 hombres, mediante la división del trabajo, terminaban diariamente más de 48.000 agujas de coser. Actualmente, en cambio, una sola máquina suministra 145.000 agujas en una jornada laboral de 11 horas. Una mujer o una muchacha vigila término medio 4 de tales máquinas y por tanto produce diariamente, gracias a la maquinaria, 600.000 agujas de coser, y por semana más de 3.000.000.246 Pero cuando una sola máquina de trabajo [560] ocupa el puesto de la cooperación o de la manufactura, puede convertirse a su vez, nuevamente, en fundamento de una industria artesanal. Aun así, esta reproducción, fundada en la maquinaria, de la industria artesanal sólo constituye el tránsito a la industria fabril, tránsito que por lo regular se verifica toda vez que la fuerza motriz mecánica —el vapor o el agua— sustituye en el movimiento de la máquina a los músculos humanos. Esporádicamente, pero en todos los casos sólo de manera transitoria, la industria practicada en pequeña escala puede asociarse a la fuerza motriz mecánica: alquilando el vapor, como ocurre en algunas manufacturas de Birmingham, utilizando pequeñas máquinas calóricas,[164] como en ciertos ramos de la tejeduría, etc.247 En las sederías de Coventry se desarrolló de manera natural el experimento de las «fábricas-cottages». En el medio de filas de cottages [casitas], dispuestas en cuadro, se levantaba una llamada engine-house [casa de máquinas], unida por árboles con los telares en las cottages. En todos los casos se alquila el vapor, por ejemplo a 2½ chelines por telar. Este alquiler del vapor era pagadero semanalmente, funcionaran los telares o no. Cada cottage contenía de 2 a 6 telares, pertenecientes a los trabajadores o comprados a crédito o alquilados. La lucha entre la fábrica-cottage y la fábrica propiamente dicha duró más de doce años, y ha finalizado con la ruina total de las 300 cottage factories.248 Cuando la naturaleza del proceso no implicaba desde un principio la producción en gran escala, las industrias implantadas en los últimos decenios —como por ejemplo la fabricación de sobres, la de plumas de acero, etc.— por lo general pasaron primero por el régimen artesanal y luego por el manufacturero, como efímeras fases de transición que desembocan finalmente en el régimen fabril. Esta metamorfosis sigue presentando las mayores dificultades allí donde la producción manufacturera del artículo no incluye una secuencia de procesos evolutivos, sino una multiplicidad de procesos [561] dispares. Fue éste, por ejemplo, el gran obstáculo que encontró la fabricación de plumas de acero. No obstante, hace ya unos quince años se inventó un autómata que ejecuta simultáneamente seis procesos heterogéneos. En 1820, la industria artesanal suministró la primera gruesa de plumas de acero, al precio de £ 7 y 4 chelines; la manufactura las entregaba en 1830 a 8 chelines, y hoy el sistema fabril la vende a los mayoristas al precio de 2 a 6 peniques.249
b) Repercusión del régimen fabril sobre la manufactura y la industria domiciliaria
Con el desarrollo del sistema fabril y el consiguiente trastocamiento de la agricultura, no sólo se amplía la escala de la producción en todos los demás ramos de la industria, sino que además se modifica su carácter. En todas partes se vuelve determinante el principio de la industria maquinizada, esto es, analizar el proceso de producción en sus fases constitutivas y resolver, mediante la aplicación de la mecánica, de la química, etc., en una palabra, de las ciencias naturales, los problemas así planteados. La maquinaria, por tanto, se abre paso ora en este, ora en aquel proceso parcial dentro de las manufacturas. Se disuelve, con ello, la cristalización rígida inherente a la organización de aquéllas, surgida de la vieja división del trabajo, dejando el lugar a un cambio incesante. Prescindiendo de ello, se trastoca de manera radical la composición del obrero global o del personal combinado de trabajo. Por oposición al período manufacturero, el plan de la división del trabajo se funda ahora, siempre que sea factible, en el empleo del trabajo femenino, de niños de todas las edades, de obreros no calificados, en suma: en el «cheap labour» o trabajo barato, como [562] característicamente lo denominan los ingleses. Se aplica esto no sólo a toda la producción combinada y en gran escala, emplee o no maquinaria, sino también a la llamada industria domiciliaria, ya se la practique en las viviendas de los obreros o en talleres pequeños. Esta llamada industria domiciliaria, la de nuestros días, no tiene nada en común, salvo el nombre, con la industria domiciliaria al estilo antiguo, que presuponía un artesanado urbano independiente, una economía campesina autónoma y ante todo un hogar donde residía la familia trabajadora. Actualmente, esa industria se ha convertido en el departamento exterior de la fábrica, de la manufactura o de la gran tienda. Además de los obreros de las fábricas y manufacturas y de los artesanos, a los que concentra espacialmente en grandes masas y comanda de manera directa, el capital mueve, por medio de hilos invisibles, a otro ejército: el de los obreros a domicilio, dispersos por las grandes ciudades y la campaña. Un ejemplo: la fábrica de camisas de los señores Tillie, en Londonderry, Irlanda, ocupa a 1.000 obreros fabriles y a 9.000 obreros domiciliarios desperdigados por el campo.250
La explotación de fuerzas de trabajo baratas e inmaduras llega a ser más desvergonzada en la manufactura moderna que en la fábrica propiamente dicha, porque la base técnica existente en ésta, así como el remplazo de fuerza muscular por las máquinas y la facilidad del trabajo, en gran parte no existen en aquélla, que a la vez somete el cuerpo de mujeres o niños, de la manera más inescrupulosa, al influjo de sustancias tóxicas, etc. Esa explotación es más desvergonzada en la llamada industria domiciliaria que en la manufactura, porque con la disgregación de los obreros disminuye su capacidad de resistencia, porque toda una serie de parásitos rapaces se interpone entre el verdadero patrón y el obrero, porque el trabajo hecho a domicilio tiene que competir en todas partes y en el mismo ramo de la producción con la industria maquinizada o por lo menos con la manufacturera, porque la pobreza lo priva al obrero de las condiciones de trabajo más imprescindibles, de espacio, luz, ventilación, etc., porque se acrecienta la inestabilidad de la ocupación y, finalmente, porque en esos últimos refugios de los obreros convertidos en «supernumerarios» [563] por la gran industria y la agricultura, la competencia entre los obreros alcanza necesariamente su nivel máximo. La economización de los medios de producción, hecho que la industria maquinizada desarrolla de manera sistemática por primera vez y que implica al mismo tiempo y desde un principio el despilfarro más despiadado de fuerza de trabajo, así como el despojo de los supuestos normales de la función laboral, pone ahora tanto más de relieve su aspecto antagónico y homicida cuanto menos desarrolladas están en un ramo industrial la fuerza productiva social del trabajo y la base técnica de los procesos combinados de trabajo.
c) La manufactura moderna
Ilustraré ahora con algunos ejemplos las proposiciones enunciadas arriba. El lector, en realidad, conoce ya la amplísima documentación que figura en la sección sobre la jornada laboral. Las manufacturas de metales en Birmingham y sus alrededores emplean, en trabajos en gran parte muy pesados, 30.000 niños y adolescentes y además 10.000 mujeres. Se los encuentra aquí en las insalubres fundiciones de latón, fábricas de botones, talleres de vidriado, galvanización y laqueado.251 A causa del trabajo excesivo que deben ejecutar sus obreros, adultos y no adultos, diversas imprentas londinenses de periódicos y de libros han recibido el honroso nombre de «el matadero».251bis Los mismos excesos, cuyas víctimas propiciatorias, principalmente, son aquí mujeres, muchachas y niños, ocurren en los talleres de encuadernación. Trabajo pesado para niños y adolescentes en las cordelerías, trabajo nocturno en las salinas, en las manufacturas de bujías y otras manufacturas químicas, utilización criminal de adolescentes, para hacer andar los telares en las tejedurías de seda no accionadas mecánicamente.252 Uno de los trabajos más infames y mugrientos [564] y peor pagos, en el que preferentemente se emplea a muchachitas y mujeres, es el de clasificar trapos. Es sabido que Gran Bretaña, aparte de sus inmensas existencias de harapos, es el emporio del comercio trapero de todo el mundo. Afluyen a raudales, hacia Gran Bretaña, trapos procedentes de Japón, de los más remotos estados sudamericanos y de las islas Canarias. Pero las principales fuentes de abastecimiento son Alemania, Francia, Rusia, Italia, Egipto, Turquía, Bélgica y Holanda. Se los utiliza como abono, para la fabricación de relleno (de acolchados), shoddy (lana artificial) y como materia prima del papel. Las clasificadoras de trapos sirven de vehículos difusores de la viruela y otras enfermedades infecciosas, de las que son las primeras víctimas.253 Un ejemplo clásico de trabajo excesivo, de una labor abrumadora e inadecuada y del consiguiente embrutecimiento de los obreros consumidos desde la infancia en esta actividad, es —junto a la producción minera y del carbón— la fabricación de tejas o ladrillos, en la cual en Inglaterra sólo se emplea esporádicamente la máquina inventada hace poco.(63) Entre mayo y setiembre el trabajo dura de 5 de la mañana a 8 de la noche, y cuando el secado se efectúa al aire libre, el horario suele abarcar de 4 de la mañana a 9 de la noche. La jornada laboral que se extiende de las 5 de la mañana a las 7 de la noche se considera «reducida», «moderada». Se emplea a niños de uno u otro sexo desde los 6 y a veces desde los 4 años de edad, incluso. Cumplen el mismo horario que los adultos, y a menudo uno más extenso. El trabajo es duro, y el calor estival aumenta aún más el agotamiento. En un tejar de Mosley, por ejemplo, una muchacha de 24 años hacía 2.000 tejas por día, ayudada por dos muchachitas que le llevaban el barro y apilaban las tejas. Estas chicas transportaban diariamente 10 toneladas: extraían el barro de un pozo de 30 pies(64) de profundidad, subían por las resbaladizas laderas y llevaban su carga a un punto situado a 210 pies(65) de distancia. «Es imposible [565] que un niño pase por el purgatorio de un tejar sin experimentar una gran degradación moral… El lenguaje procaz que se los acostumbra a oír desde su más tierna infancia, los hábitos obscenos, indecentes, desvergonzados entre los que se crían, ignorantes y semisalvajes, los convierten para el resto de su vida en sujetos desaforados, corrompidos, disolutos… Una fuente terrible de desmoralización es el género de vida. Cada moulder [moldeador]» (el obrero verdaderamente calificado, jefe de un grupo de obreros) «proporciona a su cuadrilla de 7 personas casa y comida en su choza o cottage. Hombres, muchachos y muchachas, pertenecientes o no a la familia del moldeador, duermen en la choza, que generalmente se compone de dos, sólo excepcionalmente de tres, habitaciones a ras del suelo y malamente ventiladas. Esta gente se halla tan exhausta tras el día de duro trabajo, que no se observan ni en lo más mínimo las reglas de la salud, de la limpieza o de la decencia. Muchas de estas chozas son verdaderos modelos de desorden, suciedad y polvo… El mayor mal del sistema de emplear muchachitas en este tipo de trabajo, consiste en que por regla general las encadena desde la niñez y por toda la vida a la chusma más depravada. Se convierten en muchachos groseros y deslenguados (rough, foul-mouthed boys) antes que la naturaleza les enseñe que son mujeres. Vestidas con unos pocos trapos sucios, con las piernas desnudas muy por encima de la rodilla y el cabello y las caras pringosos y embarrados, aprenden a tratar con desprecio todo sentimiento de decencia y de pudor. A la hora de comer están tumbadas en el suelo u observan cómo los jóvenes se bañan en un canal vecino. Finalmente, una vez terminada su ruda labor, se ponen vestidos mejores y acompañan a los hombres a las tabernas.» Nada más natural que la enorme difusión del alcoholismo, ya desde la infancia, entre este tipo de obreros. «Lo peor es que los ladrilleros desesperan de sí mismos. ¡Usted, le decía uno de los mejores al vicario de Southallfield, lo mismo podría tratar de educar y mejorar a un ladrillero que al demonio, señor!» («You might as well try to raise and improve the devil as a brickie, Sir!»).254 [566]
Acerca de cómo los capitalistas economizan las condiciones de trabajo en la manufactura moderna (por la cual entendemos aquí todos los talleres en gran escala, a excepción de las fábricas propiamente dichas), se encuentra abundantísimo material oficial en los Public Health Reports IV (1861) y VI (1864). Las descripciones de los work-shops (talleres), particularmente los de los impresores y sastres londinenses, sobrepujan las fantasías más repulsivas de nuestros novelistas. Se comprende de suyo el efecto sobre el estado de salud de los obreros. El doctor Simon, el funcionario médico de mayor rango del Privy Council[107] y editor oficial de los Public Health Reports, dice entre otras cosas: «En mi cuarto informe» (1861)(66) «mostré cómo para los obreros es prácticamente imposible insistir en lo que es su primer derecho sanitario: el derecho, sea cual sea la tarea para la que los reúne su patrón, a que el trabajo esté exento, en todo lo que de aquél dependa, de toda condición insalubre evitable. Demostré que mientras los obreros sean prácticamente incapaces de imponer ellos mismos esta justicia sanitaria, no podrán obtener ninguna ayuda efectiva de los funcionarios designados por la policía sanitaria… La vida de miríadas de obreros y obreras es ahora inútilmente atormentada y abreviada por los interminables sufrimientos físicos que su mera ocupación les inflige».255 Para ilustrar la influencia que ejercen los locales de trabajo sobre el estado de salud, el doctor Simon incluye en su informe la siguiente tabla de mortalidad: 256
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d) La industria domiciliaria moderna
Paso ahora a la llamada industria domiciliaria. Para formarse una idea de esta esfera capitalista de explotación erigida en el traspatio de la gran industria, así como de sus monstruosidades, considérese por ejemplo el caso, al parecer tan plenamente idílico, de la producción de clavos que se lleva a cabo en algunas apartadas aldeas de Inglaterra.257 Basten aquí unos pocos ejemplos que nos proporciona la confección de puntillas y de paja trenzada, ramos aún no maquinizados o que compiten con la industria maquinizada o manufacturera.
De las 150.000 personas ocupadas en la producción inglesa de puntillas, se aplican aproximadamente a 10.000 las disposiciones de la ley fabril de 1861. La abrumadora mayoría de las 140.000 restantes son mujeres, adolescentes y niños de uno u otro sexo, aunque el masculino sólo está débilmente representado. Del siguiente cuadro preparado por el doctor Trueman, médico en el General Dispensary [Policlínica general] de Nottingham, se deduce cuál es el estado de salud de este material «barato» de explotación. De cada 686 pacientes puntilleras, en su mayor parte entre los 17 y los 24 años de edad, estaban tísicas:
1852, 1 de cada 45 | 1857, 1 de cada 13 |
1853, 1 de cada 28 | 1858, 1 de cada 15 |
1854, 1 de cada 17 | 1859, 1 de cada 9 |
1855, 1 de cada 18 | 1860, 1 de cada 8 |
1856, 1 de cada 15 | 1861, 1 de cada 8258 |
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Este incremento en la tasa de la tisis ha de resultar suficiente al progresista más lleno de optimismo y al más embustero faucheriano[105bis] de los mercachifles alemanes del librecambio.
La ley fabril de 1861 regula la confección de puntillas propiamente dicha, siempre que ésta se efectúe por medio de maquinaria, lo cual en Inglaterra es lo normal. Los ramos que examinaremos aquí con brevedad, y precisamente sólo aquellos en que los obreros en vez de estar concentrados en manufacturas, grandes tiendas, etc., son los llamados obreros a domicilio, se dividen en dos: 1) el finishing (última mano dada a las puntillas fabricadas a máquina, una categoría que a su vez reconoce numerosas subdivisiones); 2) la confección de encajes de bolillos.
El lace finishing [terminación de las puntillas] se practica como industria doméstica, ora en las llamadas «mistresses houses» [casas de patronas], ora por mujeres que trabajan en sus propias casas, solas o con sus niños. Las mujeres que regentean «mistresses houses» son también pobres. El local de trabajo constituye una parte de su vivienda. Reciben pedidos de fabricantes, propietarios de grandes tiendas, etc., y emplean mujeres, muchachas y niños pequeños, según el tamaño de las habitaciones disponibles y la demanda fluctuante del negocio. El número de las obreras ocupadas oscila entre 20 y 40 en algunos de estos locales, y entre 10 y 20 en otros. 6 años es la edad mínima media a la que los niños empiezan a trabajar, pero hay no pocos que no han cumplido los 5. La jornada laboral habitual dura de 8 de la mañana a 8 de la noche, con 1½ horas para las comidas, las cuales se efectúan a horas irregulares y a menudo en las mismas covachas hediondas donde se trabaja. Si los negocios marchan bien, la tarea suele durar desde las 8 (a veces desde las 6) de la mañana hasta las 10, las 11 o las 12 de la noche. En los cuarteles ingleses las ordenanzas fijan en 500-600 pies cúbicos(67) el espacio que toca a cada soldado; en los lazaretos militares, de 1.200(68). En esas covachas donde trabajan las puntilleras corresponden de 67 a 100 pies cúbicos(69) a cada persona. Al mismo tiempo, la luz de gas consume el oxígeno [569] del aire. Para que no se ensucien las puntillas, a menudo se obliga a los niños a descalzarse, incluso en invierno, aunque el piso sea de baldosa o ladrillo. «No es nada inhabitual encontrar en Nottingham de 15 a 20 niños apeñuscados en un cuartito de, tal vez, apenas 12 pies(70) de lado, ocupados durante 15 de las 24 horas en un trabajo agotador en sí mismo por su aburrimiento y monotonía, y practicado además en las condiciones más insalubres. Incluso los niños más pequeños trabajan con una atención reconcentrada y una velocidad asombrosas, no dando casi nunca descanso a los dedos ni enlenteciendo su movimiento. Si se les dirige una pregunta, por temor a perder un instante no levantan los ojos del trabajo.» La «vara» sirve a las «mistresses» como estímulo, al que se recurre a medida que se prolonga la jornada de trabajo. «Los chicos se cansan poco a poco y se vuelven tan inquietos como pájaros, a medida que se acerca el término de su larga sujeción a una actividad monótona, dañina para la vista, agotadora por la posición uniforme del cuerpo. Es un verdadero trabajo de esclavos.» («Their work [is] like slavery.»).259 Cuando las mujeres trabajan con sus propios hijos en su casa —en el sentido moderno, esto es, en un cuarto alquilado—, por lo común en una buhardilla, las condiciones son aún peores, si cabe. Este tipo de trabajo se reparte en un círculo de 80 millas(71) de radio con centro en Nottingham. Cuando el chico empleado en una gran tienda deja el trabajo a las 9 o 10 de la noche, es frecuente que se le entregue un paquete con puntillas para que las termine en casa. El fariseo capitalista, representado por uno de sus siervos asalariados, naturalmente que lo hace con la untuosa frase: «Esto es para mamá», pero sabe muy bien que el pobre niño tendrá que sentarse y ayudar.260
La industria de los encajes de bolillos está establecida principalmente en dos distritos agrícolas ingleses; el distrito puntillero de Honiton, que ocupa de 20 a 30 millas(72) a lo [570] largo de la costa meridional de Devonshire e incluye unos pocos lugares de North Devon, y otro distrito que abarca gran parte de los condados de Buckingham, Bedford, Northampton y las comarcas colindantes de Oxfordshire y Huntingdonshire. Las cottages de los jornaleros agrícolas son, por regla general, los locales de trabajo. No pocos dueños de manufacturas emplean más de 3.000 de esos obreros a domicilio, de sexo femenino sin excepción, principalmente niñas y adolescentes. Se repiten aquí las condiciones descritas en el caso del lace finishing. Sólo que las «mistresses houses» ceden el lugar a las llamadas «lace schools» (escuelas puntilleras), regenteadas por mujeres pobres en sus chozas. Desde los 5 años de edad —y a veces desde antes— hasta los 12 o 15 trabajan las niñas en esas escuelas, durante el primer año, las más jóvenes trabajan de 4 a 8 horas, y más adelante de las 6 de la mañana a las 8 y las 10 de la noche. «Los locales, en general, son las salas ordinarias de chozas pequeñas, la chimenea está tapada para evitar las corrientes de aire, y quienes ocupan aquéllos no cuentan con más calefacción que su propio calor animal, a menudo también en el invierno. En otros casos estas presuntas aulas escolares no son más que locales semejantes a cobertizos pequeños, desprovistos de hogar… El hacinamiento en estas covachas y el consiguiente enviciamiento del aire son a menudo extremos. A esto se agrega el efecto nocivo de las canaletas, letrinas, sustancias en descomposición y otras inmundicias usuales en las inmediaciones de las cottages pequeñas». Y en lo que respecta al espacio: «En una escuela de puntillas, 18 muchachas y la maestra, 33 pies cúbicos(73) por persona; en otra, insoportablemente hedionda, 18 personas, 24½ pies cúbicos(74) por cabeza. En esta industria trabajan niñas de 2 años y 2½ años».261
Donde termina el encaje de bolillos en los condados rurales de Buckingham y Bedford, comienza el trenzado de paja. Se extiende por gran parte de Hertfordshire y las comarcas occidentales y septentrionales de Essex. En 1861 [571] estaban ocupadas en la industria de trenzar paja y hacer sombreros de ese material 48.043(75) personas, 3.815 de las cuales eran de sexo masculino, de todas las edades, de las restantes, de sexo femenino, 14.913 eran menores de 20 años, entre ellas 7.000 niñas. En lugar de las escuelas puntilleras aparecen aquí las «straw plait schools» (escuelas de trenzar paja). Los niños suelen comenzar su instrucción en el arte de trenzar paja a los 4 años de edad, pero a veces entre los 3 y los 4. Educación, naturalmente, no reciben ninguna. Los propios niños denominan a las escuelas elementales «natural schools» (escuelas naturales), por oposición a estas instituciones succionadoras de sangre, en las que se los obliga a trabajar hasta que terminen la cantidad de producto exigida por sus madres medio hambrientas, por lo general 30 yardas(76) cada día. Estas madres suelen hacerlos trabajar luego en sus casas, hasta las 10, las 11 y las 12 de la noche. La paja les corta los dedos y la boca, en la que la humedecen constantemente. Según el dictamen conjunto de los funcionarios médicos de Londres, resumido por el doctor Ballard, el espacio mínimo requerido para cada persona, en un dormitorio o cuarto de trabajo, es de 300 pies cúbicos.(77) Pero en las escuelas de tejer paja el espacio se distribuye más ahorrativamente que en las escuelas puntilleras: 12 2/3, 17, 18½ y menos de 22 pies cúbicos(78) por persona. «Los guarismos más pequeños de éstos», dice el comisionado White, «representan menos espacio que la mitad del que ocuparía un niño empaquetado en una caja que midiera 3 pies(79) en todos los sentidos». Así disfrutan de la vida estos chicos hasta los 12 o los 14 años. Los padres, miserables y degradados, sólo piensan en extraer lo más posible de sus hijos. A éstos, una vez crecidos, se les importa un comino de sus progenitores, como es lógico, y los abandonan. «Nada de extraño tiene que la ignorancia y el vicio cundan en una población educada de esta manera… Su moralidad está en el nivel más bajo… Gran parte de las mujeres tienen hijos ilegítimos, y no pocas a edades tan tempranas que aun las personas versadas en [572] estadística criminal se asombran de ello».262 ¡Y la patria de estas familias ejemplares, si hemos de creer al conde de Montalembert, seguramente un especialista en materia de cristianismo, es el modelo de los países cristianos de Europa!
El salario, ya miserable de por sí en los ramos de la industria que acabamos de examinar (el ingreso máximo que excepcionalmente perciben los niños en las escuelas de tejer paja es de 3 chelines), se ve mucho más reducido aún, con respecto a su importe nominal, a causa del truck system [pago con bonos], dominante de manera general en los distritos puntilleros.263
e) Transición de la manufactura y la industria domiciliaria modernas a la gran industria. Esta revolución se acelera al aplicarse las leyes fabriles a esos modos de explotación
El abaratamiento de la fuerza de trabajo por el mero empleo abusivo de fuerzas de trabajo femeninas e inmaduras, por el mero despojo de todas las condiciones normales de trabajo y de vida y la simple brutalidad del trabajo excesivo y del trabajo nocturno, termina por tropezar con ciertas barreras naturales que ya no es posible franquear, y lo mismo le ocurre al abaratamiento de las mercancías y a la explotación capitalista fundados sobre esas bases. No bien se ha alcanzado definitivamente ese punto —lo que tarda en ocurrir— suena la hora para la introducción de la maquinaria y la transformación, ahora rápida, de la industria domiciliaria dispersa (o incluso de la manufactura) en industria fabril.
La producción de «wearing apparel» (indumentaria) nos proporciona el ejemplo más colosal de ese movimiento. Según la clasificación de la «Children’s Employment Commission», esta industria comprende a los productores de sombreros de paja y de sombreros de señoras, de gorros, a los sastres, milliners y dressmakers,264 camiseros y [573] costureras, corseteros, guanteros, zapateros, además de muchos ramos menores, como la fabricación de corbatas, cuellos, etcétera. El personal femenino ocupado en Inglaterra y Gales en esas industrias ascendía en 1861 a 586.298, de las cuales por lo menos 115.242 eran menores de 20 años y 16.560 no habían cumplido 15. El número de estas obreras era en el Reino Unido de 750.334 (1861). La cantidad de obreros de sexo masculino ocupados por esa misma fecha, en Inglaterra y Gales, en la fabricación de sombreros, zapatos, guantes y en la sastrería, ascendía a 437.969: 14.964 eran menores de 15 años, 89.285 tenían entre 15 y 20 años, 333.117 más de 20 años. En esta serie de datos no figuran muchos ramos menores que correspondería incluir en ella. Pero si tomamos estos guarismos tal cual están, resulta sólo para Inglaterra y Gales, según el censo de 1861, una suma de 1.024.267 personas, o sea aproximadamente tantas como las que absorben la agricultura y la ganadería. Comienza a comprenderse por qué la maquinaria ayuda a producir, como por arte de encantamiento, tan ingentes masas de productos y a «liberar» tan enormes masas de obreros.
La producción del «wearing apparel» se efectúa en manufacturas que, en su interior, se limitan a reproducir esa división del trabajo cuyos membra disiecta [miembros dispersos][62] aquéllas encuentran listos, preexistentes; corre a cargo de pequeños maestros artesanos, pero que ya no trabajan como antaño para consumidores individuales, sino para manufacturas y grandes tiendas, de tal manera que a menudo ciudades y comarcas enteras ejercen tales ramos, por ejemplo la zapatería, etc., como una especialidad; por último, y en gran medida, corre a cargo de los llamados obreros a domicilio, que constituyen el departamento exterior de las manufacturas, de las grandes tiendas y hasta de los pequeños maestros artesanos.265 La gran industria suministra las masas de materiales de trabajo, materia prima, productos semielaborados, etc., la masa de material humano barato (taillable à merci et miséricorde [explotable a capricho]) se compone de personas «liberadas» por la [574] gran industria y agricultura. Las manufacturas de esta esfera deben su origen, principalmente, a la necesidad de tener a su disposición un ejército siempre preparado para enfrentar todo movimiento de la demanda.266 Estas manufacturas, no obstante, dejan que a su lado subsista, como base amplia, la dispersa industria artesanal y domiciliaria.
La elevada producción de plusvalor en estos ramos de trabajo, así como el abaratamiento progresivo de sus artículos, se debía y se debe principalmente a que el salario es el mínimo necesario para vegetar de manera miserable, y el tiempo de trabajo el máximo humanamente posible. Ha sido, precisamente, la baratura del sudor y la sangre humanos, transformados en la mercancía, lo que expandió constantemente y expande día a día el mercado donde se colocan los productos, y para Inglaterra, ante todo, también el mercado colonial, en el que además predominan los hábitos y gustos ingleses. Advino, finalmente, un punto nodal. La base del método antiguo —mera explotación brutal del material de trabajo, acompañada en mayor o menor grado de una división del trabajo desarrollada sistemáticamente— ya no era suficiente para habérselas con un mercado en expansión y con la competencia entre los capitalistas, que se ampliaba con rapidez aún mayor. Había sonado la hora de la introducción de la maquinaria. La máquina decisivamente revolucionaria, la que se apodera indistintamente de todos los innumerables ramos de esta esfera de la producción —modistería, sastrería, zapatería, costura, sombrerería, etc.—, es la máquina de coser.
Su efecto inmediato sobre los obreros es, aproximadamente, el de toda maquinaria que conquista nuevos ramos de actividad en el período de la gran industria. Se prescinde de los niños pequeños. El salario de los obreros mecánicos asciende comparativamente al de los obreros a domicilio, muchos de los cuales se cuentan entre «los más pobres de los pobres» (the poorest of the poor). Desciende el salario de los artesanos mejor remunerados, con quienes compite la máquina. Los nuevos obreros mecánicos son [575] exclusivamente muchachas y mujeres jóvenes. Con la ayuda de la fuerza mecánica aniquilan el monopolio masculino en el trabajo pesado y expulsan de los trabajos livianos a multitud de mujeres de edad y niños pequeños. La competencia, todopoderosa, aplasta a los obreros manuales más débiles. Durante el último decenio, el incremento terrible en el número de muertes por hambre (death from starvation) en Londres, transcurre paralelamente a l expansión de la costura a máquina.267 Las nuevas obreras que trabajan con máquinas de coser —movidas por ellas con la mano y el pie o sólo con la mano, sentadas o de pie, según el peso, tamaño y especialidad de la máquina— despliegan una fuerza de trabajo muy considerable. Su ocupación se vuelve insalubre por la duración del proceso, aunque por regla general ésta es menor que en el sistema anterior. En todas partes donde la máquina de coser —como en la confección de calzado, corsés, sombreros, etc.— invade talleres ya estrechos y abarrotados, acrecienta los influjos insalubres. «El efecto», dice el comisionado Lord, «que se experimenta al entrar en estos talleres de techo bajo, en los cuales trabajan juntos de 30 a 40 obreros mecánicos, es insoportable… Y es horrible el calor, debido en parte a los hornillos de gas en que se calientan las planchas… Incluso cuando en tales locales prevalecen jornadas laborales tenidas por moderadas, esto es, de 8 de la mañana a 6 de la tarde, por regla general se desmayan cada día 3 o 4 personas».268
El trastocamiento del modo social de explotación, ese producto necesario de la metamorfosis operada en el medio de producción, se verifica a través de una abigarrada maraña de formas de transición. Las mismas varían según la escala en que la máquina de coser se haya apoderado de uno u otro ramo industrial y según el período durante el cual se haya adueñado del mismo, según la situación de los obreros, la preponderancia de la manufactura, del [576] artesanado o de la industria domiciliaria, el alquiler de los locales de trabajo,269 etc. En la modistería, por ejemplo, donde el trabajo en la mayor parte de los casos ya estaba organizado —sobre la base, principalmente, de la cooperación simple—, la máquina de coser constituye en un principio tan sólo un nuevo factor de la industria manufacturera. En la sastrería, camisería, zapatería, etc., se entrecruzan todas las formas. Aquí impera la explotación fabril propiamente dicha. Allí, los intermediarios reciben del capitalista en chef [en jefe] la materia prima y agrupan en «cuartuchos» o «buhardillas», alrededor de las máquinas de coser, de 10 a 50 y aún más asalariados. Finalmente, como en el caso de toda maquinaria que no constituya un sistema articulado y que sea utilizable en un tamaño diminuto, artesanos u obreros a domicilio emplean también, con la ayuda de su propia familia o el agregado de unos pocos obreros extraños, máquinas de coser que les pertenecen a ellos mismos.270 El sistema preponderante hoy en Inglaterra, consiste en que el capitalista concentre en sus locales gran cantidad de máquinas y que luego distribuya el producto de éstas, para su elaboración ulterior, entre el ejército de los obreros a domicilio.271 El abigarramiento de las formas de transición no logra ocultar, sin embargo, la tendencia hacia la conversión de las mismas en sistema fabril propiamente dicho. Esta tendencia es fomentada por el carácter de la propia máquina de coser, que gracias a la multiplicidad de sus aplicaciones induce a la unificación en el mismo local y bajo el mando del mismo capital, de ramos de la actividad antes separados; por la circunstancia de que las labores de costura preparatorias y algunas otras operaciones se ejecutan de la manera más adecuada en el lugar donde funciona la máquina, finalmente, por la inevitable expropiación de los artesanos y obreros a domicilio que [577] producen con sus propias máquinas. En parte, este destino actualmente ya se ha concretado. La masa, siempre creciente, de capital invertido en máquinas de coser272 acicatea la producción y provoca paralizaciones del mercado, haciendo sonar así la señal para que los obreros a domicilio vendan sus máquinas. Incluso la sobreproducción de tales máquinas obliga a sus productores, ávidos de encontrar salida a las mismas, a alquilarlas por un pago semanal, creándose con ello una competencia mortífera para los pequeños propietarios de máquinas.273 Los cambios que siguen operándose en la construcción de las máquinas y su abaratamiento, deprecian, de manera igualmente constante, los viejos modelos y hacen que sólo sean lucrativos cuando, comprados a precios irrisorios, los emplean en masa grandes capitalistas. Aquí, por último, como en todos los procesos similares de trastocamiento, lo que inclina decisivamente la balanza es la sustitución del hombre por la máquina de vapor. El empleo de la fuerza del vapor tropieza al principio con obstáculos puramente técnicos, como la vibración de las máquinas, las dificultades en controlar su velocidad, el deterioro acelerado de las máquinas más livianas, etc., obstáculos, en su totalidad, que la experiencia pronto enseña a superar.274 Si la concentración de muchas máquinas de trabajo en grandes manufacturas, por una parte, promueve el empleo de la fuerza del vapor, por otra la competencia del vapor con la musculatura humana, acelera la concentración de obreros y máquinas de trabajo en fábricas grandes. Así, por ejemplo, Inglaterra experimenta actualmente, tanto en la colosal esfera de producción de la «wearing apparel» como en la mayor parte de las demás industrias, la trasmutación de la manufactura, de la artesanía y de la industria domiciliaria en explotación fabril, después que todas esas formas, enteramente modificadas, corroídas y desfiguradas bajo la influencia de la gran industria, hubieran reproducido desde hacía mucho, [578] e incluso ampliado, todas las monstruosidades del sistema fabril pero no los aspectos positivos de su desarrollo.275 Esta revolución industrial, que se verifica como producto de un proceso natural, es acelerada artificialmente por la extensión de las leyes fabriles a todos los ramos de la industria en los que trabajan mujeres, adolescentes y niños. La regulación coactiva de la jornada laboral —en cuanto a su duración, pausas, horas de comienzo y terminación—, el sistema de relevos para los niños, la exclusión de todo niño que no haya alcanzado a cierta edad, etc., exigen por una parte el aumento de la maquinaria276 y que el vapor supla a los músculos como fuerza motriz.277 Por otra parte, para ganar en el espacio lo que se pierde en el tiempo, se amplían los medios de producción utilizados en común, los hornos, edificios, etc.; en suma: mayor concentración de los medios de producción y, consiguientemente, mayor aglomeración de obreros. La objeción principal, repetida apasionadamente por toda manufactura amenazada por la ley fabril, es, en efecto, la necesidad de una mayor inversión de capital para que el negocio se mantenga en su escala anterior. Pero en lo que se refiere a las formas intermedias entre la manufactura y la industria [579] domiciliaria, e incluso a esta última, la base en que se fundan se desmorona al limitarse la jornada laboral y el trabajo infantil. La explotación ilimitada de fuerzas de trabajo baratas constituye el único fundamento de su capacidad de competir.
Condición esencial del régimen fabril, ante todo cuando está sometido a la regulación de la jornada laboral, es que exista una seguridad normal en el resultado, esto es, en la producción de determinada cantidad de mercancía, o del efecto útil perseguido, en un espacio de tiempo dado.
Las pausas que, en su regulación de la jornada laboral, fija la ley, presuponen además que el trabajo se detenga súbita y periódicamente sin que ello perjudique al artículo que se encuentra en proceso de producción. Esta seguridad del resultado y esa capacidad de interrumpir el trabajo son más fáciles de alcanzar en las industrias puramente mecánicas, naturalmente, que allí donde desempeñan un papel procesos químicos y físicos, como por ejemplo en la alfarería, el blanqueado, la tintorería, la panificación y la mayor parte de las manufacturas metalúrgicas. Cuando se sigue el camino trillado de la jornada laboral sin límites, del trabajo nocturno y de la devastación libre de la vida humana, pronto todo obstáculo resultante de un proceso natural es mirado como «barrera natural» eterna opuesta a la producción. Ningún veneno extermina las alimañas más seguramente que la ley fabril a tales «barreras naturales». Nadie vociferó con más vigor sobre «imposibilidades» que los señores de la alfarería. En 1864 se les impuso la ley fabril y apenas 16 meses después habían desaparecido todas las imposibilidades. «El método perfeccionado consistente en preparar la pasta por presión en vez de por evaporación, la nueva construcción de los hornos para el secado de las piezas no cocidas, etc.», estas mejoras suscitadas por la ley fabril, pues, «constituyen acontecimientos de gran importancia en el arte de la alfarería y son índice, en la misma, de un progreso con el que el siglo precedente no puede rivalizar… Se ha reducido considerablemente la temperatura de los hornos, con un importante ahorro de combustible y un efecto más rápido sobre la mercancía».278 A pesar de todas las profecías, no aumentó el precio de costo de los artículos de cerámica; aumentó, [580] sí, la masa de productos, a tal punto que la exportación de los doce meses que van de diciembre de 1864 al mismo mes de 1865, mostró un excedente de valor de £ 138.628 sobre el promedio de los tres años precedentes. En la fabricación de fósforos se consideraba ley natural que los adolescentes, al mismo tiempo que engullían su almuerzo, mojaran los palillos en una composición caliente de fósforo, cuyos vapores venenosos les subían hasta el rostro. Con la necesidad de economizar tiempo, la ley fabril obligó a usar una «dipping machine» (máquina de remojar), gracias a la cual aquellos vapores no podían alcanzar a los obreros.279 Así, por ejemplo, en los ramos de la manufactura de puntillas aún no sometidos a la ley fabril, se afirma actualmente que las horas de las comidas no podrían ser regulares, ya que los lapsos que requieren para secarse los diversos materiales de las puntillas son diferentes, oscilan entre 3 minutos y una hora y más. Sobre el particular, responden los comisionados de la Children’s Employment Commission: «Las circunstancias […] son las mismas que en la impresión de papeles de empapelar […]. Algunos de los principales fabricantes en este ramo insistían vehementemente en que la naturaleza de los materiales empleados y la diversidad de los procesos a que eran sometidos, no permitirían, sin graves pérdidas, que se detuviera súbitamente el trabajo a las horas de comer… Por el artículo 6.º de la sección VI de la Factory Acts Extension Act» [Ley de ampliación de las leyes fabriles] (1864) «se les concedió un plazo de 18 meses a partir de la fecha de promulgación de la ley, vencido el cual tendrían que ajustarse a las horas de comidas especificadas legalmente».280 El parlamento apenas había sancionado la ley, cuando los señores fabricantes descubrieron, a su vez, que «no se han presentado los inconvenientes […] que esperábamos resultarían de la aplicación de la ley fabril. A nuestro juicio la producción no ha experimentado ningún tipo de interferencias. En realidad, producimos más en el mismo tiempo».281 [581] Como se ve, el parlamento inglés, a quien nadie tachará de genial, ha llegado empíricamente a la conclusión de que una ley coactiva puede suprimir de un plumazo todos los presuntos obstáculos naturales de la producción que se oponen a la limitación y regulación de la jornada laboral. De ahí que al implantarse la ley fabril en un ramo de la industria, se fije un plazo de 6 a 18 meses dentro del cual incumbe al fabricante suprimir los obstáculos técnicos. El dicho de Mirabeau: «Impossible? Ne me dites jamais cet imbécile(80) de mot!» [¿Imposible? ¡Nunca me vengan con esa palabra imbécil!], es particularmente aplicable a la tecnología moderna. Pero si la ley fabril hace que, de este modo, los elementos materiales necesarios para la transformación de la industria manufacturera en industria fabril maduren como en un invernadero, al mismo tiempo acelera, por la necesidad de una mayor inversión de capital, la ruina de los patrones pequeños y la concentración del capital.282
Prescindiendo de los obstáculos puramente técnicos y de los técnicamente suprimibles, la regulación de la jornada laboral tropieza con hábitos irregulares de los obreros mismos, en especial allí donde predomina el pago a destajo y donde la pérdida de tiempo en una parte del día o de la semana puede subsanarse trabajando después de manera excesiva o por la noche, método que embrutece al obrero adulto y arruina a sus compañeros jóvenes y compañeras.283 [582] Aunque esta irregularidad en el gasto de fuerza de trabajo es una reacción tosca y espontánea contra el hastío inherente a un trabajo matador y monótono, surge también, en grado incomparablemente mayor, de la anarquía de la producción, que a su vez presupone una explotación desenfrenada de la fuerza de trabajo por el capital. Además de los altibajos periódicos generales del ciclo industrial y de las oscilaciones particulares del mercado en cada ramo de la producción, tenemos también lo que se llama la temporada, ya se base en la periodicidad de las estaciones del año propicias a la navegación o en la moda, y el carácter súbito con que se formulan grandes pedidos a ejecutar en plazo brevísimo. El hábito de estos pedidos se extiende a la par de los ferrocarriles y el telégrafo. «La extensión del sistema ferroviario por todo el país», dice por ejemplo un fabricante londinense, «ha fomentado considerablemente la costumbre de colocar órdenes que deben cumplirse en plazos reducidos. Los compradores vienen ahora de Glasgow, Manchester y Edimburgo una vez por quincena o compran al por mayor en los grandes almacenes de la City a los que nosotros abastecemos de mercancías. En vez de comprar de lo que hay en depósito, como era antes la costumbre, colocan pedidos que requieren ejecución inmediata. Hace unos años teníamos siempre la posibilidad de trabajar por anticipado, durante la estación muerta, para hacer frente a la demanda de la temporada siguiente, pero ahora nadie puede predecir cuál será entonces el objeto de la demanda.»284
En las fábricas y manufacturas aún no sometidas a la ley fabril, durante la llamada temporada impera de manera periódica, intermitente, el exceso de trabajo más terrible. En el departamento exterior de la fábrica, de la manufactura o de la gran tienda, en la esfera de la industria domiciliaria, de por sí absolutamente irregular y por entero [583] dependiente, en cuanto a la materia prima y a las órdenes, del humor del capitalista —a quien no contiene aquí ningún miramiento con respecto a la valorización de edificios, máquinas, etc., y que no arriesga nada más que el pellejo de los propios obreros—, en esa esfera, pues, se cría sistemáticamente un ejército industrial de reserva, siempre disponible, diezmado durante una parte del año bajo una coyunda laboral inhumana y degradado durante la otra por la carencia de trabajo. «En las épocas en que es necesario efectuar trabajo extra», dice la «Children’s Commission», «los patrones se valen de la irregularidad habitual del trabajo a domicilio para imponer que se lo efectúe hasta las 11, las 12 de la noche o las 2 de la mañana, o, como reza la frase consagrada, a toda hora», y esto en locales «donde el hedor es suficiente para voltearlo a uno (the stench is enough to knock you down). Quizás ustedes lleguen hasta la puerta y la abran, pero retrocederán asustados en vez de seguir adelante».285 «Tipos raros, nuestros patrones», dice uno de los testigos, un zapatero; «creen que a un muchacho no le hace daño alguno matarse trabajando durante medio año si durante la otra mitad se lo obliga o poco menos a vagabundear».286
Como en el caso de los obstáculos técnicos, los capitalistas interesados presentaban y presentan estos llamados «hábitos del negocio» («usages which have grown with the growth of trade») como «barreras naturales» opuestas a la producción, un clamor favorito de los lords algodoneros en la época en que la ley fabril los amenazaba por primera vez. Aunque su industria, más que cualquier otra, se funda en el mercado mundial y por tanto en la navegación, la experiencia les dio un mentís. Desde entonces los inspectores fabriles ingleses han tachado de simple pamplina a todo presunto «obstáculo del negocio».287 Las profundas y [584] concienzudas investigaciones de la «Children’s Employment Commission» demuestran, en efecto, que en algunas industrias la regulación de la jornada laboral no hizo más que distribuir durante todo el año, de manera uniforme, la masa de trabajo ya empleada;288 que dicha regulación constituye el primer freno racional aplicado a los desmesurados caprichos de la moda, homicidas, carentes de sentido e incompatibles de por sí con el sistema de la gran industria;289 que el desarrollo de la navegación oceánica y de los medios de comunicación en general ha eliminado el único fundamento técnico del trabajo de temporada;290 que todas las demás circunstancias presuntamente incontrolables se suprimen construyendo nuevos edificios, agregando maquinaria, aumentando el número de los obreros ocupados simultáneamente291 y gracias a la repercusión que se opera de suyo sobre el sistema del comercio al por mayor.292 [585] El capital no obstante, tal como lo ha declarado reiteradamente por boca de sus representantes, sólo consiente en tal trastocamiento «bajo la presión de una resolución parlamentaria de validez general»,293 que regule por la fuerza de la ley la jornada laboral.
9. Legislación fabril. (Cláusulas sanitarias y educacionales). Su generalización en Inglaterra
La legislación fabril, esa primera reacción planificada y consciente de la sociedad sobre la figura natural de su proceso de producción, es, como hemos visto un producto necesario de la gran industria, a igual título que el hilado de algodón, las self-actors [hiladoras alternativas automáticas] y el telégrafo eléctrico. Antes de referirnos a su inminente(81) generalización en Inglaterra, hemos de mencionar brevemente algunas cláusulas de la ley fabril inglesa que no guardan relación con el horario de la jornada laboral.
Prescindiendo de su redacción, que facilita al capitalista el trasgredirlas, las cláusulas sanitarias son extremadamente insuficientes. En realidad se reducen a disposiciones sobre el blanqueo de las paredes y algunas otras medidas de limpieza o relativas a la ventilación y la protección contra maquinaria peligrosa. En el libro tercero volveremos a examinar la resistencia fanática de los fabricantes contra la cláusula que les imponía un pequeño desembolso para proteger los miembros de su «mano de obra». Aquí se confirma una vez más, de manera brillante, el dogma librecambista de que en una sociedad de intereses antagónicos cada cual promueve el bien común al perseguir su interés particular. Baste un ejemplo. Como es sabido, durante los [586] últimos veinte años se ha incrementado notablemente en Irlanda la industria del lino, y con ella las scutching mills (fábricas para aplastar y agramar el lino). En 1864 había allí 1.800 de esas mills. Periódicamente, en el otoño y el invierno, se retira de los trabajos del agro sobre todo a adolescentes y personas de sexo femenino, a los hijos, hijas y mujeres de los pequeños arrendatarios vecinos, en suma, a gente que carece de todo conocimiento acerca de la maquinaria, para que alimente con lino las máquinas laminadoras de las scutching mills. La cantidad e intensidad de los accidentes no tiene precedente alguno en la historia de la maquinaria. En una sola scutching mill de Kildinan (en Cork), de 1852 a 1856 se registraron 6 casos fatales y 60 mutilaciones graves, todos los cuales se podrían haber evitado con algunos dispositivos simplísimos, al precio de unos pocos chelines. El doctor W. White, certifying surgeon de las fábricas de Downpatrick, declara en un informe oficial fechado el 16 de diciembre de 1865: «Los accidentes en las scutching mills son de la naturaleza más terrible. E muchos casos es arrancada del tronco una cuarta parte del cuerpo. La muerte, o un futuro de miserable invalidez y sufrimiento, son las consecuencias habituales de las heridas. El aumento de las fábricas traerá naturalmente aparejados, en este país, esos terribles resultados. Estoy convencido de que una adecuada supervisión estatal de las scutching mills evitaría grandes sacrificios de vidas y cuerpos».294 ¿Qué podría caracterizar mejor al modo capitalista de producción que la necesidad de imponerle, por medio de leyes coactivas del estado, los más sencillos preceptos de limpieza y salubridad? «En la alfarería, la ley fabril de 1864 ha blanqueado y limpiado más de 200 talleres, tras una abstinencia de veinte años —o total— de cualquiera de esas operaciones» (¡he aquí la «abstinencia» del capital!), «y en lugares donde están ocupados 27.878 obreros. Hasta el presente éstos respiraban, durante su desmesurado trabajo diurno y a menudo nocturno, una atmósfera mefítica que impregnaba de enfermedad y muerte una ocupación que, en lo demás, es relativamente inocua. La ley ha mejorado considerablemente la ventilación».295 Esta parte de la ley fabril ha demostrado de [587] manera contundente cómo el modo de producción capitalista, conforme a su esencia, a partir de cierto punto excluye todo perfeccionamiento racional. Reiteradamente hemos indicado que los médicos ingleses declaran a una voz que 500 pies cúbicos(82) de aire por persona constituyen el mínimo apenas suficiente en caso de trabajo continuo. ¡Y bien! Si la ley fabril acelera indirectamente, por medio de la totalidad de sus disposiciones coercitivas, la transformación de talleres pequeños en fábricas, atacando por ende indirectamente el derecho de propiedad de los pequeños capitalistas y afianzando el monopolio de los grandes, ¡la imposición legal de la cantidad de aire necesaria para cada obrero en los talleres expropiaría directamente y de un solo golpe a miles de pequeños capitalistas! Atacaría la raíz del modo capitalista de producción, es decir, la autovalorización que el capital —grande o pequeño— alcanza mediante la compra y el consumo «libres» de la fuerza de trabajo. Y de ahí que ante esos 500 pies cúbicos de aire a la ley fabril se le corte la respiración. Las autoridades sanitarias, las comisiones investigadoras industriales, los inspectores fabriles, insisten una y otra vez en la necesidad de los 500 pies cúbicos y en la imposibilidad de imponérselos al capital. Lo que declaran, en realidad, es que la tisis y otras enfermedades pulmonares de los obreros constituyen una condición de vida del capital296 (83) (84) (85) (86) (87)
[588] Aunque, tomadas en conjunto, las cláusulas educacionales de la ley fabril son mezquinas, proclaman la enseñanza elemental como condición obligatoria del trabajo.297 Su éxito demuestra, en primer término la posibilidad de combinar la instrucción y la gimnasia298 con el trabajo manual, y por tanto también la de combinar el trabajo manual con la instrucción y la gimnasia. Los inspectores fabriles pronto descubrieron, por las declaraciones testimoniales de los maestros de escuela, que los chicos de las fábricas, aunque sólo disfrutaban de la mitad de enseñanza, aprendían tanto como los alumnos corrientes que asistían a clase durante todo el día, y a menudo más que éstos. «La cosa es sencilla. Los que sólo asisten medio día a la escuela están siempre despejados y casi siempre en condiciones y con voluntad de recibir la enseñanza. El sistema de mitad trabajo y mitad escuela convierte a cada una de las dos ocupaciones en descanso y esparcimiento con respecto a la otra; en consecuencia, ambas son mucho más adecuadas para el niño que la duración ininterrumpida de una de las dos. Un muchacho que desde temprano en la mañana está sentado en la escuela, especialmente cuando el tiempo es caluroso, es imposible que pueda rivalizar con otro que vuelve alegre y despejado de su trabajo».299 Más documentación [589] sobre el particular encuéntrase en el discurso pronunciado por Senior ante el congreso sociológico de Edimburgo, en 1863. El disertante expone además aquí, entre otras cosas, cómo la jornada escolar prolongada, unilateral e improductiva a que están sometidos los vástagos de las clases medias y superiores, acrecienta inútilmente el trabajo del maestro, «mientras dilapida no sólo en balde, sino también de manera absolutamente nociva, el tiempo, la salud y energía de los niños».300 Del sistema fabril, como podemos ver en detalle en la obra de Robert Owen, brota el germen de la educación del futuro, que combinará para todos los niños, a partir de cierta edad, el trabajo productivo con la educación y la gimnasia, no sólo como método de acrecentar la producción social, sino como único método para la producción de hombres desarrollados de manera omnifacética.
Hemos visto que la gran industria suprime tecnológicamente(88) la división manufacturera del trabajo, con su anexión vitalicia y total de un hombre a una operación de detalle, mientras que a la vez la forma capitalista de la gran industria reproduce de manera aún más monstruosa esa división del trabajo: en la fábrica propiamente dicha, transformando al obrero en accesorio autoconsciente de una máquina parcial; en todos los demás lugares, en parte mediante el uso esporádico de las máquinas y del trabajo mecánico,301 en parte gracias a la introducción de [590] trabajo femenino, infantil y no calificado como nuevo fundamento de la división del trabajo. La contradicción entre la división manufacturera del trabajo y la esencia de la gran industria sale violentamente a luz. Se manifiesta, entre otras cosas, en el hecho terrible de que una gran parte de los niños ocupados en las fábricas y manufacturas modernas, encadenados desde la edad más tierna a las manipulaciones más simples, sean explotados a lo largo de años sin que se les enseñe un trabajo cualquiera, gracias al cual podrían ser útiles aunque fuere en la misma manufactura o fábrica. En las imprentas inglesas, por ejemplo, anteriormente tenía lugar, conforme al sistema de la vieja manufactura y del artesanado, un pasaje de los aprendices desde los trabajos más fáciles hasta los más complejos. Recorrían un curso de aprendizaje hasta convertirse en impresores hechos y derechos. Saber leer y escribir era para todos un requisito del oficio. Todo esto se modificó con la máquina de imprimir. La misma emplea dos tipos de obreros: un obrero adulto, que vigila la máquina, y asistentes jóvenes, en su mayor parte de 11 a 17 años, cuya tarea consiste exclusivamente en introducir en la máquina los pliegos en blanco o en retirar de la misma los pliegos impresos. En Londres, principalmente, ejecutan esa tarea agobiadora a lo largo de 14, 15, 16 horas ininterrumpidas, durante varios días de la semana, ¡y a menudo 36 horas consecutivas, sin más que 2 horas para la comida y el sueño!302 Gran parte de ellos no sabe leer, y por regla general son criaturas extremadamente salvajes y anormales. «Para capacitarlos, de manera que puedan ejecutar su labor, no se requiere ningún tipo de adiestramiento intelectual; tienen pocas [591] oportunidades de ejercer la destreza y aún menos el entendimiento; su salario, aunque más bien alto tratándose de muchachos, no aumenta proporcionalmente a medida que ellos crecen, y la gran mayoría no tiene perspectiva alguna de pasar al puesto de maquinista, mejor remunerado y de mayor responsabilidad, ya que por cada máquina hay sólo un maquinista […] y a menudo 4 muchachos».303 No bien se vuelven demasiado veteranos para ese trabajo pueril, o sea a los 17 años en el mejor de los casos, se los despide de la imprenta. Se convierten en reclutas del crimen. Diversos intentos de procurarles ocupación en algún otro lugar fracasan debido a su ignorancia, su tosquedad y su degeneración física e intelectual.
Lo que es válido para la división manufacturera del trabajo dentro del taller, también lo es para la división del trabajo en el marco de la sociedad. Mientras la industria artesanal y la manufactura constituyen el fundamento general de la producción social, es una fase necesaria del desarrollo la subsunción del productor en un ramo exclusivo de la producción, el descuartizamiento de la diversidad de las ocupaciones ejercidas por dicho productor.304 Sobre ese fundamento, cada ramo particular de la producción encuentra empíricamente la figura técnica que le corresponde, la perfecciona con lentitud y, no bien se alcanza cierto grado de madurez, la cristaliza rápidamente. Salvo los nuevos materiales de trabajo suministrados por el comercio, lo único que provoca cambios aquí y allá es la variación gradual del instrumento de trabajo. Una vez adquirida empíricamente la forma adecuada, ésta también se petrifica, como lo demuestra el pasaje de esos instrumentos, a menudo milenario, de manos de una generación a las de las siguientes. Es característico que ya entrado el [592] siglo XVIII, todavía se denominaran mysteries (mystères)305 [misterios] los diversos oficios, en cuyos secretos sólo podía penetrar el iniciado por experiencia y por profesión.[190] La gran industria rasgó el velo que ocultaba a los hombres su propio proceso social de producción y que convertía los diversos ramos de la producción, espontáneamente particularizados, en enigmas unos respecto a otros, e incluso para el iniciado en cada uno de esos ramos. El principio de la gran industria —esto es, el de disolver en sí y para sí a todo proceso de producción en sus elementos constitutivos y, ante todo, el hacerlo sin tener en cuenta para nada a la mano humana— creó la ciencia modernísima de la tecnología. Las figuras petrificadas, abigarradas y al parecer inconexas del proceso social de producción, se resolvieron, según el efecto útil perseguido, en aplicaciones planificadas de manera consciente y sistemáticamente particularizadas de las ciencias naturales. La tecnología descubrió asimismo esas pocas grandes formas fundamentales del movimiento bajo las cuales transcurre necesariamente, pese a la gran variedad de los instrumentos empleados, toda la actividad productiva del cuerpo humano, exactamente al igual que la mecánica no deja que la mayor complicación de la maquinaria le haga perder de vista la reiteración constante de las potencias mecánicas simples. La industria moderna nunca considera ni trata como definitiva la forma existente de un proceso de producción. Su base técnica, por consiguiente, es revolucionaria, mientras que todos los modos de producción anteriores eran esencialmente conservadores.306 La industria [593] moderna, mediante la maquinaria, los procesos químicos y otros procedimientos, revoluciona constantemente, con el fundamento técnico de la producción, las funciones de los obreros y las combinaciones sociales del proceso laboral. Con ellas, revoluciona constantemente, asimismo, la división del trabajo en el interior de la sociedad y arroja de manera incesante masas de capital y de obreros de un ramo de la producción a otro. La naturaleza de la gran industria, por ende, implica el cambio del trabajo, la fluidez de la función, la movilidad omnifacética del obrero. Por otra parte, reproduce en su forma capitalista la vieja división del trabajo con sus particularidades petrificadas. Hemos visto cómo esta contradicción absoluta suprilne toda estabilidad, firmeza y seguridad en la situación vital del obrero, a quien amenaza permanentemente con quitarle de las manos, junto al medio de trabajo, el medio de subsistencia;307 [191] con hacer superflua su función parcial y con ésta a él mismo. Vimos, también, cómo esta contradicción se desfoga en la hecatombe ininterrumpida de la clase obrera, en el despilfarro más desorbitado de las fuerzas de trabajo y los estragos de la anarquía social. Es éste el aspecto negativo. Pero si hoy en día el cambio de trabajo sólo se impone como ley natural avasalladora y con el efecto ciegamente destructivo de una ley natural que por todas partes topa con obstáculos,308 la gran industria, [594] precisamente por sus mismas catástrofes, convierte en cuestión de vida o muerte la necesidad de reconocer como ley social general de la producción el cambio de los trabajos y por tanto la mayor multilateralidad posible de los obreros, obligando, al mismo tiempo, a que las circunstancias se adapten a la aplicación normal de dicha ley. Convierte en cuestión de vida o muerte el sustituir esa monstruosidad de que se mantenga en reserva una miserable población obrera, pronta para satisfacer las variables necesidades de explotación que experimenta el capital, por la disponibilidad absoluta del hombre para cumplir las variables exigencias laborales, el remplazar al individuo parcial, al mero portador de una función social de detalle, por el individuo totalmente desarrollado, para el cual las diversas funciones sociales son modos alternativos de ponerse en actividad. Una fase de este proceso de trastocamiento, desarrollada de manera natural sobre la base de la gran industria, la constituyen las escuelas politécnicas y agronómicas; otra, las «écoles d’enseignement professionnel» [escuelas de enseñanza profesional], en las cuales los hijos de los obreros reciben alguna instrucción en tecnología y en el manejo práctico de los diversos instrumentos de producción. Si la legislación fabril, esa primera concesión penosamente arrancada al capital, no va más allá de combinar la enseñanza elemental con el trabajo en las fábricas, no cabe duda alguna de que la inevitable conquista del poder político por la clase obrera también conquistará el debido lugar para la enseñanza tecnológica —teórica y práctica— en las escuelas obreras. Tampoco cabe duda alguna de que la forma capitalista de la producción y las correspondientes condiciones económicas a las que están sometidos los obreros, se hallan en contradicción diametral con tales fermentos revolucionarios y con la meta de los mismos, la abolición de la vieja división del trabajo. El desarrollo de las contradicciones de una forma histórica de producción, no obstante, es el único camino histórico que lleva a la disolución y transformación de la misma. «Ne sutor ultra crepidam!» [«¡Zapatero, a tus zapatos!»],[192] ese nec plus ultra [ese extremo insuperable][36] de la sabiduría [595] artesanal, se convirtió en tremebunda necedad a partir del momento en que el relojero Watt hubo inventado la máquina de vapor, el barbero Arkwright el telar continuo, y el orfebre Fulton el barco de vapor.309
En tanto la legislación fabril regula el trabajo en fábricas, manufacturas, etc., ese hecho sólo aparece, ante todo, como intromisión en los derechos de explotación ejercidos por el capital. Por el contrario, toda regulación de la llamada industria domiciliaria,310 se presenta de inmediato como usurpación de la patria potestas —esto es, interpretándola modernamente, de la autoridad paterna—, un paso ante el cual el remilgado, tierno parlamento inglés fingió titubear durante largo tiempo. No obstante, la fuerza de los hechos forzó por último a reconocer que la gran industria había disuelto, junto al fundamento económico de la familia tradicional y al trabajo familiar correspondiente a ésta, incluso los antiguos vínculos familiares. Era necesario proclamar el derecho de los hijos. «Desgraciadamente», se afirma en el informe final de la «Children’s Employment Commission» fechado en 1866, «de la totalidad de las declaraciones testimoniales surge que contra quienes es más necesario proteger a los niños de uno u otro sexo es contra los padres.» El sistema de la explotación desenfrenada del trabajo infantil en general y de la industria domiciliaria en particular se mantiene porque «los [596] padres ejercen un poder arbitrario y funesto, sin trabas ni control, sobre sus jóvenes y tiernos vástagos… Los padres no deben detentar el poder absoluto de convertir a sus hijos en simples máquinas, con la mira de extraer de ellos tanto o cuanto salario semanal… Los niños y adolescentes tienen el derecho de que la legislación los proteja contra ese abuso de la autoridad paterna que destruye prematuramente su fuerza física y los degrada en la escala de los seres morales e intelectuales».311 No es, sin embargo, el abuso de la autoridad paterna lo que creó la explotación directa o indirecta de fuerzas de trabajo inmaduras por el capital, sino que, a la inversa, es el modo capitalista de explotación el que convirtió a la autoridad paterna en un abuso, al abolir la base económica correspondiente a la misma. Ahora bien, por terrible y repugnante que parezca la disolución del viejo régimen familiar dentro del sistema capitalista, no deja de ser cierto que la gran industria, al asignar a las mujeres, los adolescentes y los niños de uno u otro sexo, fuera de la esfera doméstica, un papel decisivo en los procesos socialmente organizados de la producción, crea el nuevo fundamento económico en que descansará una forma superior de la familia y de la relación entre ambos sexos. Es tan absurdo, por supuesto, tener por absoluta la forma cristiano-germánica de la familia como lo sería considerar como tal la forma que imperaba entre los antiguos romanos, o la de los antiguos griegos, o la oriental, todas las cuales, por lo demás, configuran una secuencia histórica de desarrollo. Es evidente, asimismo, que la composición del personal obrero, la combinación de individuos de uno u otro sexo y de las más diferentes edades, aunque en su forma espontáneamente brutal, capitalista —en la que el obrero existe para el proceso de producción, y no el proceso de producción para el obrero— constituye una fuente pestífera de descomposición y esclavitud, bajo las condiciones adecuadas ha de trastrocarse, a la inversa, en fuente de desarrollo humano.312 [192bis]
La necesidad de generalizar la ley fabril —en un principio ley de excepción para las hilanderías y tejedurías, esas [597] primeras creaciones de la industria maquinizada—, convirtiéndola en ley para toda la producción social, surge, como hemos visto, del curso histórico de desarrollo seguido por la gran industria: en el patio trasero de la misma se revoluciona radicalmente la figura tradicional de la manufactura, de la industria artesanal y de la domiciliaria; la manufactura se trastrueca constantemente en fábrica, la industria artesanal en manufactura, y por último, las esferas del artesanado y de la industria domiciliaria se transfiguran, en un lapso que en términos relativos es asombrosamente breve, en antros abyectos donde los más monstruosos excesos de la explotación capitalista campean libremente. Las circunstancias decisivas son, en último término, dos: la primera, la experiencia siempre repetida de que el capital, apenas queda sometido a la fiscalización del estado en algunos puntos de la periferia social, se resarce tanto más desenfrenadamente en los demás;313 la segunda, el clamor de los capitalistas mismos por la igualdad en las condiciones de competencia, esto es, por trabas iguales a la explotación del trabajo.314 Escuchemos, al respecto, dos gritos salidos del corazón. Los señores W. Cooksley (fabricantes de clavos, cadenas, etc., en Bristol) implantaron voluntariamente en su negocio la reglamentación fabril. «Como el sistema antiguo e irregular subsiste en los talleres vecinos, los señores Cooksley deben sufrir el perjuicio de que sus jóvenes obreros sean tentados (enticed) a seguir trabajando en otros lados después de las 6 de la tarde. “Esto”, según afirman lógicamente, “constituye para nosotros una injusticia y una pérdida, ya que agota una parte de la fuerza de los muchachos, cuyo beneficio debería correspondernos íntegramente”.»315 El señor J. Simpson (paper box and bagmaker [fabricante de cajas de cartón y bolsas de papel], de Londres), declara a los comisionados de la «Children’s Employment Commission» que «estaría dispuesto a firmar cualquier petición en pro de que se implanten las leyes fabriles. Sea como fuere, una vez que cierra su taller, el pensamiento de que otros hacen trabajar más tiempo a sus obreros y le quitan los pedidos en sus propias [598] barbas, nunca lo deja reposar tranquilo de noche (he always felt restless at night)».316 «Sería injusto para los grandes patrones», dice a modo de resumen la «Children’s Employment Commission», «que sus fábricas quedaran sometidas a la reglamentación, mientras que en su propio ramo industrial la pequeña empresa no está sujeta a ninguna limitación legal de la jornada de trabajo. A la injusticia que representarían las condiciones desiguales de competencia —con respecto a los horarios de trabajo— si se exceptuara a los talleres pequeños, se agregaría otra desventaja para los grandes fabricantes, esto es, que su suministro de trabajo juvenil y femenino se desviaría hacia los talleres no afectados por la ley. Por último, ello significaría un estímulo para la multiplicación de los talleres pequeños, que casi sin excepción son los menos favorables para la salud, comodidad, educación y mejoramiento general del Pueblo».317
En su informe final, la «Children’s Employment Commission» propone someter a la ley fabril a más de 1.400.000 niños, adolescentes y mujeres, de los cuales se explota aproximadamente a la mitad en la pequeña industria y la industria domiciliaria.318 «Si el parlamento», dice, «aceptase nuestra propuesta en toda su amplitud, es indudable que [599] tal legislación ejercería el influjo más benéfico no sólo sobre los jóvenes y los débiles, que son sus objetos más inmediatos, sino también sobre la masa aún mayor de los obreros adultos, comprendidos directamente» (las mujeres) «e indirectamente» (los hombres) «en su esfera de influencia. Les impondría un horario de trabajo moderado y regular; […] economizaría y acrecentaría esas reservas de fuerza física de las que tanto dependen su propio bienestar y el de la nación, salvaría a la nueva generación de ese esfuerzo extenuante, efectuado a edad temprana, que mina su constitución y lleva a una decadencia prematura; les aseguraría, finalmente, por lo menos hasta la edad de 13 años, la oportunidad de recibir la educación elemental y con ello poner término a esa ignorancia extrema […] que tan fielmente se describe en los informes de la comisión y que no se puede considerar sin experimentar la sensación más angustiosa y un profundo sentimiento de degradación nacional».319 En el discurso de la corona del 5 de febrero de 1867, el gabinete tory anunció que había articulado en «bills» [proyectos de leyes] las propuestas(89) formuladas por la comisión de investigación industrial. Para llegar a este resultado se requirieron veinte años adicionales de experimentorum in corpore vili [experimentos en un cuerpo carente de valor]. Ya en el año de 1840 se había designado una comisión parlamentaria para que investigara el trabajo infantil. Su informe de 1842 desplegaba, según palabras de Nassau William Senior, «el cuadro más aterrador de avaricia, egoísmo y crueldad por el lado de los capitalistas y los padres, y de miseria, degradación y destrucción de [600] niños y adolescentes, jamás presentado hasta hoy a los ojos del mundo… Tal vez suponga alguien que ese cuadro describe los horrores de una era pasada… Esos horrores persisten hoy, más intensos que nunca… Los abusos denunciados en 1842 florecen hoy» (octubre de 1863) «plenamente… El informe de 1842 fue adjuntado a las actas, sin que se le prestara más atención, y allí reposó veinte años enteros mientras se permitía a esos niños, aplastados física, intelectual y moralmente, convertirse en los padres de la generación actual».(90) [192bis2] 320 La actual comisión investigadora propone, asimismo, que se sujete la industria minera a una nueva reglamentación”.321 (91) El profesor Fawcett, por [601] último, presentó en la Cámara de los Comunes (1867) propuestas similares para el caso de los obreros agrícolas.(92) 321
Si la generalización del cuerpo de leyes fabriles como medio físico y espiritual de protección a la clase obrera [602] se ha vuelto inevitable, dicha generalización por su parte y como ya se ha indicado, generaliza y acelera la transformación de procesos laborales dispersos, ejecutados en [603] escala diminuta, en procesos de trabajo combinados, efectuados en una escala social, grande; esto es, acelera la concentración del capital y el imperio exclusivo del régimen [604] fabril. Destruye todas las formas tradicionales y de transición tras las cuales el capital todavía estaba semioculto, y las sustituye por su dominación directa, sin tapujos. Con [605] ello, la legislación fabril generaliza también la lucha directa contra esa dominación. Mientras que en los talleres individuales impone la uniformidad, la regularidad, el orden y la economía, al mismo tiempo acrecienta —por el enorme [606] estímulo que para la técnica significan la limitación y regulación de la jornada laboral— la anarquía y las catástrofes de la producción capitalista en su conjunto, así como la intensidad del trabajo y la competencia de la maquinaria [607] con el obrero. Al aniquilar las esferas de la pequeña empresa y de la industria domiciliaria, aniquila también los últimos refugios de los «supernumerarios», y con ello la válvula de seguridad de todo el mecanismo social. Al hacer [608] que maduren las condiciones materiales y la combinación social del proceso de producción, hace madurar las contradicciones y antagonismos de la forma capitalista de ese [609] proceso, y por ende, al mismo tiempo, los elementos creadores de una nueva sociedad y los factores que trastuecan la sociedad vieja”.322 (93) [610]
10. Gran industria y agricultura
Sólo más adelante podremos exponer la revolución que la gran industria provoca en la agricultura, así como en las relaciones sociales de sus agentes productivos. Aquí bastará con que indiquemos brevemente y por anticipado algunos de los resultados. Si bien el uso de la maquinaria en la agricultura está exento, en gran parte, de los perjuicios físicos que ocasiona al obrero fabril,323 su acción, [611] en cuanto a convertir en «supernumerarios» a los obreros, es aún más intensa y no encuentra resistencia, tal como veremos en detalle más adelante. En los condados de Cambridge y Suffolk, a modo de ejemplo, el área cultivada se ha ampliado muy considerablemente en los últimos veinte años, mientras que la población rural, en el mismo período, no sólo decreció relativamente, sino en términos absolutos. En los Estados Unidos de Norteamérica las máquinas agrícolas, por el momento, sólo sustituyen virtualmente a los obreros, es decir, permiten que el productor cultive una superficie mayor, pero sin desalojar efectivamente a los obreros ocupados. En Inglaterra y Gales, en 186l, el número de personas que participaba en la fabricación de máquinas agrícolas ascendía a 1.034, mientras que el de obreros agrícolas ocupados en el uso de las máquinas de vapor y de trabajo era apenas de 1.205.
Es en la esfera de la agricultura donde la gran industria opera de la manera más revolucionaria, ya que liquida el baluarte de la vieja sociedad, el «campesino», sustituyéndolo por el asalariado. De esta suerte, las necesidades sociales de trastocamiento y las antítesis del campo se nivelan con las de la ciudad. Los métodos de explotación más rutinarios e irracionales se ven remplazados por la aplicación consciente y tecnológica de la ciencia. El modo de producción capitalista consuma el desgarramiento del lazo familiar originario entre la agricultura y la manufactura, el cual envolvía la figura infantilmente rudimentaria de ambas. Pero, al propio tiempo, crea los supuestos materiales de una síntesis nueva, superior, esto es, de la unión entre la agricultura y la industria sobre la base de sus figuras desarrolladas de manera antitética. Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. Con ello destruye, al mismo tiempo, la salud física de los obreros urbanos y la vida intelectual [612] de los trabajadores rurales.324 Pero a la vez, mediante la destrucción de las circunstancias de ese metabolismo, circunstancias surgidas de manera puramente natural, la producción capitalista obliga a reconstituirlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al desarrollo pleno del hombre. En la agricultura, como en la manufactura, la transformación capitalista del proceso de producción aparece a la vez como martirologio de los productores; el medio de trabajo, como medio de sojuzgamiento, de explotación y empobrecimiento del obrero, la combinación social de los procesos laborales, como opresión organizada de su vitalidad, libertad e independencia individuales. La dispersión de los obreros rurales en grandes extensiones quebranta, al mismo tiempo, su capacidad de resistencia, mientras que la concentración aumenta la de los obreros urbanos. Al igual que en la industria urbana, la fuerza productiva acrecentada y la mayor movilización del trabajo en la agricultura moderna, se obtienen devastando y extenuando la fuerza de trabajo misma. Y todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. Este proceso de destrucción es tanto más rápido, cuanto más tome un país —es el caso de los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo— a la gran industria como punto de partida y fundamento de su desarrollo.325 La producción [613] capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador.