CAPÍTULO XI

John Forsythe permaneció unos segundos pensativo, con la mano en el pomo de la puerta. Intentaba recordar si dejaba olvidado algo en el departamento. No, todo estaba en el coche. Cerró, y echó la llave.

En el vestíbulo no encontró a Peter. Se encogió de hombros y salió a la calle.

Metióse en el automóvil y exhaló un suspiro de satisfacción al poner las manos sobre el volante.

De repente, oyó que alguien gritaba:

—¡Johnny!… ¡Johnny!

La voz le era conocida, muy conocida.

Marcia Pickens se acercaba corriendo por la acera. La joven abrió la portezuela del «Ford» y se sentó con la respiración jadeante junto a Forsythe.

—¿Qué te ocurre? —inquirió éste.

Ella lo miró con los ojos muy abiertos, y contestó:

—¡Se trata de una amiga! Se encuentra en un atolladero.

—¿Sí? ¿Qué le pasa?

—Recibió una carta, un anónimo. La van a matar. La firma «el as de diamantes». ¡Es terrible, John!… ¡Debemos hacer algo por ella!

Forsythe se pellizcó el lóbulo de la oreja.

—¡Oh, sí! Debe ser grave. ¿Verdad?

—Gravísimo.

—Y vivirá contigo esa señorita.

—Ajá.

—En la pensión de la señora Smith.

—¡Qué sagacidad! ¡Es cierto!

—Bueno, en ese caso…

Transcurrieron unos segundos de silencio. Las pupilas de él estaban clavadas en las de la joven.

—¡Marcia Pickens!

—¿Qué, John?

—Eres la mayor embustera que he conocido en mi vida.

—¡Pero, Johnny!

—¡Cállate! Por lo visto te has propuesto estropearme las vacaciones. ¡Bien! Me obligas a hacer algo con lo que no contaba antes de salir de Nueva York.

—¿Qué es ello?

—Casarme.

—¡Johnny! —gritó ella en una explosión de alegría, pasando sus brazos sobre el cuello varonil.

—¡Eh, eh! ¡Espera! Antes he de decirte algo, querida.

—¡Soy toda oídos!

—¡Que yo voy a Barton River a pescar salmones! ¡He estado esperando mis vacaciones desde hace dos años… para pescar salmones!

—Sí querido. Será estupendo. Tú pescarás y yo te observaré, mientras tanto, apoyada sobre el tronco de un sauce.

—De acuerdo —rió John—. Me alegro de que seas tan comprensiva.

—¿Puedes darme un beso ahora? No te preocupes. No tienes que mover el brazo herido.

Marcia atrajo hacia ella la cabeza de Johnny y besó sus labios.

Al separarse, el policía dio un silbido, pisó el embrague y el coche salió disparado.

En aquel momento, Peter salió corriendo del edificio.

—¡Eh! ¡Señor Forsythe! ¡Señor Forsythe!

Pero Forsythe no lo oyó, porque en pocos segundos el automóvil desapareció por una curva.

Entonces Peter miró desconsolado las cañas de pescar que tenía en la mano y dijo:

—Se olvidó de que me las había dejado en la portería.

Y regresó a la casa, moviendo de un lado a otro la cabeza.

FIN