Capítulo IV
AL día siguiente, Mark Hooman, Bannion y las autoridades de Post City se hallaban en la estación de postas, donde había llegado el oro fuertemente custodiado por el personal de la mina La Solitaria.
Mientras dirigían la carga del oro en la diligencia escondida en el fondo del patio interior, vieron llegar al vejete Pip.
Se cuadró delante de los personajes.
—Buenos días —saludó militarmente—. He venido a rajarme.
El sheriff, el juez y Bannion respingaron a coro.
Mark se volvió y ladeó la cabeza.
—¿Qué dice, Pip?
El vejete tragó saliva.
—He dicho que vengo a dar mi renuncia.
—¿No quiere cobrar los quinientos dólares?
Pip se apuntó con el pulgar.
—Costé mucho de criar a mi madre.
—No entiendo, Pip —dijo Mark, que ya entendía muy bien.
Pip tosió.
—Verán, señores. Acabo de enterarme de lo que decían y resulta que no vamos a llevar habichuelas, como se dijo en un principio. Van a transportar oro.
Bannion rió con fuerza.
—No creería que íbamos a pagarle quinientos dólares por llevar habichuelas, Pip. Ya que estamos solos, se le puede decir que llevará cien mil dólares en polvo de oro.
Los ojos de Pip parecieron desencajarse, pero volvieron al sitio a base de una vertiginosa rotación.
—¿Ha dicho cien mil dólares? —galleó.
—Aún tiene el oído fino, Pip —dijo Bannion.
Pip se encasquetó el sombrero y movió las piernas en el aire, esperando tocar tierra para salir disparado hacia la salida.
Pero ya estaba la zarpa del sheriff presta y lo cazó por el pescuezo antes de que pudiera escaparse.
—Tú cumplirás como los buenos, Pip.
—¡No puedo, sheriff! ¡Quiero vivir muchos años! ¡Soy un viejo lleno de achaques! ¡Y también soy dado a las bebidas espirituosas, como dice la señora Benson, presidenta del Círculo Antialcohólico! Soy un crápula. No sirvo.
—Cuentos —gruñó el sheriff.
Pip buscó auxilio en Mark Hooman.
—Señor profesor… ¡Por todos los santos, sáqueme de este berenjenal!
Mark tosió.
—¿Por qué tiene tanto miedo, abuelo?
Pip tragó saliva, pero se le quedó a medio camino y le dio tos.
—¿Sabe lo que pasará cuando se filtre la noticia de que acarreamos oro, profesor?
—Todos somos de casa, Pip. Ni los que están cargando el carromato saben de qué se trata. Creen que es plechblenda para un laboratorio. Galga aurífera para química.
—Hombre, déjese de galgos y de tías Elisendas, profe. La noticia se filtrará. Y habrá hule del bueno. ¡Plomo, profesor! Eso es lo que habrá. Cuando asaltan una diligencia lo primero que apiolan son los surigas. ¡Y para eso estudié tanto! ¡Madre mía! ¿Me ves desde el Cielo?
—Vamos, vamos, Pip —Mark sonrió—. Usted tiene que tranquilizarse.
—Calle, profe. Ya no me tranquilizo ni con tila mexicana aunque me sirvan un balde. Bueno, hasta la Navidad. Abur.
Bannion atrapó al viejo por una oreja.
—Escupa primero los cien dólares que le di como anticipo.
Pip cerró los ojos con fuerza como si le hubieran golpeado el bazo.
—Se los devolveré poco a poco… ¡Seré capaz incluso de trabajar…! ¡Pero, infiernos, no me obligue…!
—Conque se gastó toda la plata, ¿eh?
Pip tragó saliva con un sonido extraño.
—Le daré los diez dólares que me quedan. Me limpiaron el resto al poker.
Mark disimuló una sonrisa pasándose un dedo por debajo de la nariz.
—Tengo un plan con el que correrá un riesgo mínimo, Pip.
—Prefiero correr la Olimpiada de Texas que es el año que viene, profe. Déjenme morir en silencio.
Bannion intervino:
—Ustedes serán acompañados por alguien que es un as con las armas, Pip.
—¿Johnny Ringo? Pues entonces sí que me hago humo.
—Se trata de Vic Murphy.
Pip pestañeó.
—¿Quién es ese as del «Colt»? No podrá con un batallón de pistoleros que nos caerán encima cuando suene la Hora Cero.
Mark tenía el entrecejo fruncido.
—Tampoco sé nada de ese Vic Murphy, señor Bannion. ¿Tan bueno es con las armas?
Bannion sonrió de oreja a oreja. Mostró dos buenos puentes de oro en los molares.
—Es el individuo que hemos contratado para esta ocasión especial. Un tipo decente, honrado a carta cabal. Ustedes irán seguros en el pescante con ese hombre viajando en compañía del oro.
—Un gun-man, ¿eh?
Bannion sonrió misterioso. Guiñó un ojo a los aurigas.
—Aquí se acerca por la puerta de la trastienda. ¡Vean a Vic Murphy!
Al mismo tiempo, Bannion tiró de la puerta y por allí apareció Vic Murphy.
Los circunstantes cortaron el resuello en seco, excepto Bannion que, naturalmente, estaba en el ajo.
Vic Murphy era una mujer. Muy bella.
Tendría unos veintidós años, era morena, de ojos grandes, negros y labios muy rojos. Iba peinada con unos rizos que le caían a ambos costados del rostro y lo enmarcaban maravillosamente.
Pero nadie se fijaba en el peinado ni en la indumentaria.
Todos estaban pendientes de las maravillosas formas de la joven.
Tenía la cintura estrecha, el busto alto, prieto y firme, muy turgente. 'Sus caderas eran anchas, armoniosas y medían lo mismo que sus hombros, dando así las medidas que fueron aprobadas en el último Concurso de Belleza de San Mariano, Nuevo México.
Mark pegó un silbido y a continuación recobró el resuello.
También lo recobraron los demás.
Pero todos tenían los ojos salientes.