38

La gigantesca masa cubierta de cicatrices y quemaduras del Destructor Estelar estaba sobrevolando los cada vez más debilitados escudos defensivos de la Instalación de las Fauces a una altitud tan baja que la primera reacción instintiva de Luke fue agacharse. El complicado amasijo de componentes y estructuras que era el casco del Gorgona fluía sobre los tragaluces como un río interminable, demostrando lo inmenso que era el navío de combate.

—Los escudos acaban de dejar de funcionar —dijo un técnico—. No sobreviviremos a otra pasada, ¡y el reactor del asteroide está entrando en la fase crítica!

Wedge conectó el intercomunicador general del complejo y empezó a gritar órdenes. Su voz envuelta en ecos resonó por todo el laberinto de túneles excavados en los asteroides que formaban la Instalación de las Fauces.

—Última llamada para la evacuación. Que todo el mundo vaya a las naves de transporte ahora mismo... ¡Sólo disponemos de unos minutos para salir de aquí!

Las sirenas de alarma parecieron hacerse todavía más estridentes y ensordecedoras. Luke se volvió para seguir a los soldados que habían echado a correr hacia la puerta. Wedge agarró el esbelto brazo azulado de Qwi Xux, pero ella se resistió y lanzó una mirada llena de horror a las pantallas de los ordenadores.

—¡Mira! —exclamó—. ¿Qué está haciendo esa mujer? ¡No puede hacerlo!

Wedge volvió la cabeza hacia los chorros de datos que se sucedían velozmente en las pantallas. Parpadeó y vio que las pantallas habían quedado inundadas por un chorro increíblemente rápido de diseños de armas, planos y datos de prueba que aparecían y se esfumaban en fracciones de segundo.

—La almirante Daala debía de conocer la contraseña del director Sivron —dijo Qwi—. Está recuperando todas las copias de seguridad de los datos a los que no conseguimos acceder... ¡Está transmitiendo toda la información referente a los sistemas de armamento a sus ordenadores!

Wedge agarró a Qwi por la cintura, la apartó de la terminal y echó a correr hacia la puerta.

—Bueno, ya no podemos hacer nada respecto a eso... Tenemos que salir de aquí.

Recorrieron los pasillos a la carrera precedidos por un grupo de soldados. La fina cabellera plumosa de Qwi flotaba detrás de ella, y la áspera claridad blanca de los paneles luminosos la llenaba de reflejos.

Wedge se sentía abrumado y cada vez más tenso, como si su cronómetro interno estuviera contando los segundos que faltaban para que se produjera la explosión del reactor en fase crítica, para que llegara el próximo ataque de la almirante Daala y para que toda la Instalación estallara quedando convertida en una nube de fragmentos al rojo blanco.

Wedge nunca había querido ser general. Era un buen líder de ala, y un buen piloto de caza. Había volado al lado de Luke por el desfiladero de la primera Estrella de la Muerte, y después había volado al lado de Lando Calrissian para destruir la segunda esfera gigante.

Hasta el momento la misión más agradable de todas las que le habían sido asignadas era la de escoltar y proteger a la hermosa Qwi Xux, que seguía teniendo un aspecto exótico y hermoso incluso cuando estaba asustada y llena de consternación. Wedge quería abrazarla y consolarla, pero ya podría hacerlo cuando estuvieran a bordo del transporte alejándose de la Instalación de las Fauces con rumbo hacia la fragata Yavaris. Si no salían de allí inmediatamente, todos morirían.

Los grupos de técnicos y soldados seguían llegando a la zona de lanzamiento, y un transporte informó de que ya estaba lleno. Wedge cogió su comunicador portátil.

—¡Despegue, despegue! ¡No nos espere!

Subieron corriendo por la rampa de otra lanzadera que estaba aguardándoles con las compuertas abiertas. Los soldados que habían subido con ellos empezaron a ponerse los arneses de seguridad. Wedge invirtió un segundo en asegurarse de que Qwi tuviera un puesto libre, y Luke fue corriendo a la cabina, se dejó caer en el asiento del copiloto y conectó los motores sublumínicos.

Wedge lanzó una última ojeada al compartimento de personal para asegurarse de que todo el mundo estaba sentado o a punto de sentarse.

—¡Asegurad la puerta! —gritó.

Un teniente golpeó los controles de la escotilla con la palma de su mano, y la rampa fue desapareciendo dentro del casco con un siseo impaciente, como si la nave fuera una serpiente que estuviera retrayendo su lengua. Los paneles se cerraron con un chasquido.

Wedge no desperdició ni un segundo poniéndose el arnés de seguridad antes de hacer despegar el transporte de la pista. La nave salió disparada de la agonizante Instalación de las Fauces con un estridente gemido de máxima aceleración.

Los tacones de las botas del comandante Kratas martillearon las planchas metálicas cuando subió corriendo a la plataforma de observación del puente. La almirante Daala giró sobre sí misma, esperando nerviosamente un informe favorable.

Kratas intentó recuperar la compostura, pero no logró borrar la sonrisa que curvaba sus labios en una mueca tan exagerada que le daba un aspecto de franca estupidez.

—La transferencia ha sido completada con éxito, almirante —dijo—. Todo el núcleo de las copias de seguridad de los ordenadores de la Instalación de las Fauces ha quedado registrado en nuestros sistemas de datos. Usted tenía razón, almirante... —añadió bajando la voz—. El director Sivron nunca se tomó la molestia de alterar su contraseña. Seguía utilizando la misma que usted sacó de sus archivos hace diez años.

Daala soltó un bufido.

—Sivron ha sido un incompetente en todo lo demás —dijo—. ¿Por qué razón iba a cambiar ahora?

Casi todos sus cazas TIE habían sido destruidos, y todas las baterías turboláser de estribor se hallaban inutilizadas. La eficiencia de los sistemas motrices había quedado reducida al cuarenta por ciento, y muchos sistemas estaban empezando a sufrir un severo recalentamiento.

Daala nunca había imaginado que la batalla pudiera durar tanto tiempo. Había atacado con la intención de aniquilar a las fuerzas rebeldes y terminar las operaciones de limpieza sin apresurarse, y no entendía por qué Sivron y la Estrella de la Muerte no hacían nada. Pero por fin algo había salido bien, y Daala había logrado salvar aquellos datos inapreciables sacándolos de los ordenadores de la instalación de las Fauces.

Daala contempló cómo un transporte de tropas de la Nueva República huía de la aglomeración de rocas que giraba debajo de ella, pero pensó que era un blanco demasiado insignificante.

—Los escudos de la Instalación han dejado de funcionar —dijo el teniente del puesto táctico.

—Bien —replicó secamente Daala—. Viren y prepárense para una última pasada de ataque, y...

—Discúlpeme, almirante —la interrumpió Kratas—. Estamos recibiendo lecturas anómalas del asteroide del reactor. Parece haber sufrido graves daños y hallarse en una situación altamente inestable.

El rostro de Daala se iluminó.

—Ah, excelente... Bien, será nuestro nuevo objetivo. Tal vez el reactor pueda hacer la mayor parte del trabajo destructivo por nosotros.

Volvió la mirada hacia la torre del puente y clavó la vista en el océano de gases que aullaban alrededor de los puntitos infinitamente negros. El Gorgona viró y empezó a avanzar hacia la Instalación de las Fauces.

—Adelante a toda máquina —dijo Daala, rígidamente inmóvil en su puesto con las manos enguantadas unidas a la espalda. Su cabello color cobre fundido fluía a su espalda como un chorro de lava—. Disparen repetidamente hasta que la Instalación haya quedado totalmente destruida..., o hasta que los acumuladores de nuestras baterías turboláser se hayan quedado sin carga.

La gigantesca nave fue acelerando, y el Gorgona se dispuso a iniciar su última pasada sobre la aglomeración de asteroides.

Wedge pulsó el botón de encendido de la unidad de comunicaciones para ponerse en contacto con la flota de la Nueva República. El secreto era la última de sus preocupaciones en aquellos momentos, pues las fuerzas imperiales no tendrían tiempo para actuar ni aun suponiendo que consiguieran descifrar sus transmisiones.

—Atención todos los cazas: reagrúpense y vuelvan al Yavaris. Prepárense para emprender la retirada. Vamos a salir de las Fauces. Ya tenemos todo lo que habíamos venido a buscar.

La enorme fragata flotaba en el cielo como un arma repleta de ángulos cortantes, esperando recibir los escuadrones de cazas. Los cazas X y los cazas Y empezaron a alterar sus cursos, y fueron abandonando los combates individuales en los que se habían enzarzado para regresar a sus naves primarias. Wedge aceleró hacia la Yavaris. La gigantesca abertura cuadrada de los hangares inferiores de la fragata estaba iluminada por el resplandor de un campo de retención atmosférica, y hacía pensar en una colosal puerta abierta que estuviera dándoles la bienvenida.

Cuatro cazas TIE de alas cuadradas surgieron repentinamente del punto ciego de Wedge con todo su armamento en acción, y azotaron implacablemente la proa de la lanzadera de transporte con sus andanadas láser.

Una lanzadera de asalto con las insignias imperiales en el casco apareció por la derecha antes de que Wedge hubiese tenido tiempo de reaccionar y disparó ráfagas de haces múltiples con sus cañones desintegradores delanteros de gran calibre. El ataque cogió desprevenidos a los pilotos de los cazas TIE, que intentaron huir desviándose en todas direcciones. Dos cazas TIE colisionaron en su frenético intento de escapar y los otros dos sucumbieron a los haces desintegradores, estallando y convirtiéndose en masas de restos fundidos.

Wedge oyó un ensordecedor grito de triunfo wookie por el canal de comunicaciones abierto, y el grito fue contestado un instante después por un coro de gruñidos y alaridos procedentes del compartimento de pasaje de la lanzadera de asalto.

—¡Deja de fanfarronear de una vez, Chewbacca! —gritó la voz metálica de Cetrespeó, intentando imponerse al estruendo—. Tenemos que volver a la Yavaris.

Luke utilizó su panel de comunicaciones.

—Gracias, chicos.

—¡Amo Luke! —gritó Cetrespeó—. ¿Qué está haciendo aquí? ¡Tenemos que huir!

—Es una historia muy larga, Cetrespeó... Todos queremos largarnos de aquí, y estamos haciendo cuanto podemos para conseguirlo.

El Gorgona viró al otro extremo del cúmulo de agujeros negros y empezó a acelerar en un nuevo rumbo directo hacia la desprotegida Instalación de las Fauces, lanzándose sobre ella tan deprisa como un bantha enloquecido. Sus motores traseros despedían chorros de fuego estelar, y un diluvio de haces turboláser surgió de la parte delantera del casco del Destructor Estelar y descendió en un ángulo vertiginoso para caer sobre los asteroides que formaban la Instalación. Los escudos del complejo habían dejado de funcionar, y los chorros de roca ionizada no tardaron en llenar el espacio.

Daala disparó sus baterías una y otra vez, acelerando continuamente en lo que parecía ser una embestida suicida. Los haces mortíferos martillearon la Instalación y fueron cayendo sobre un asteroide detrás de otro. Puentes metálicos quedaron vaporizados, y las estructuras de transpariacero se convirtieron en diminutos fragmentos que salieron despedidos hacia el exterior.

El Gorgona siguió adelante en un avance incontenible, disparando incesantemente hasta que el ataque continuado creó una brecha en el blindaje del reactor de energía desestabilizado justo cuando el Destructor Estelar se encontraba encima de él.

Wedge y Luke se encogieron en sus asientos de la cabina del transporte de personal cuando toda la Instalación de las Fauces se convirtió en una bola de luz tan cegadora como una estrella en miniatura que estallara. El centro de las Fauces quedó lleno de un incandescente fuego purificador.

La oleada de luz empezó a expandirse rápidamente, y las mirillas reaccionaron automáticamente oscureciéndose. Wedge tuvo que volar a ciegas, confiando en los controles del ordenador de navegación mientras dirigía la proa de la lanzadera hacia los navíos insignia de la Nueva República que les aguardaban.

Cuando por fin pudo volver a ver algo, volvió la cabeza hacia el punto estable que había contenido el laboratorio de investigación armamentística más sofisticado del Imperio. Sólo pudo ver un enjambre de rocas desmenuzadas y gases remolineantes que continuaban desplegándose en una imparable oleada de energía. El viaje de los restos terminaría cuando hubieran llegado lo bastante lejos para ser aspirados hacia el infinito a través de uno de los agujeros negros.

La nube de luz empezó a disiparse y los torbellinos de gases se fueron deteniendo, y Wedge no pudo ver rastro alguno de la almirante Daala o de su último Destructor Estelar.