27
Kyp Durron se agachó para pasar por debajo de una liana cubierta de espinos en el mismo instante en que una bandada de pájaros-insecto color escarlata emprendía el vuelo con una vibración ahogada. Los espinos le rozaron el brazo y la cara, impregnándole la piel con su olor acre. Las ramas que se unían unas a otras formando un telón casi continuo susurraron sobre su cabeza cuando las criaturas arbóreas huyeron del ruido. El sudor goteaba de la oscura cabellera de Kyp, y el aire cálido y sofocante era como una manta húmeda que le envolviera impidiéndole respirar.
Estaba haciendo cuanto podía para no perder de vista al Maestro Skywalker, que parecía fluir a través de los matorrales y la espesura de la jungla encontrando senderos secretos que le permitían pasar sin ninguna dificultad. En el pasado Kyp había utilizado trucos del lado oscuro para esquivar la vegetación espinosa y encontrar las rutas más libres de obstáculos a través de la maleza, pero después de sus últimas experiencias le bastaba con pensar en esas técnicas para sentir un estremecimiento de repugnancia.
Cuando fue a la jungla con Dorsk 81, Kyp había utilizado sin ningún escrúpulo una técnica Sith para generar alrededor de su cuerpo un aura repulsiva, ahuyentando a los insectos y las pequeñas criaturas que chupaban la sangre y haciendo que le considerasen como una presa poco apetecible. Pero eso pertenecía al pasado, y Kyp estaba decidido a soportar todas las incomodidades mientras el Maestro Skywalker iba alejándole poco a poco del Gran Templo.
Habían dejado que los otros estudiantes Jedi siguieran con sus estudios independientes. El Maestro Skywalker se sentía muy orgulloso de ellos, y ya había dicho que los candidatos estaban alcanzando los límites de todas las técnicas que podía enseñarles a utilizar. Los nuevos Caballeros Jedi continuarían desarrollándose siguiendo las direcciones que ellos mismos se marcaran, e irían descubriendo poco a poco cuáles eran sus grandes capacidades.
Pero desde aquel momento en que había estado a punto de aniquilar a Han Solo con el Triturador de Soles, Kyp había sentido una considerable reluctancia a utilizar su poder y temía lo que éste podía impulsarle a hacer en el caso de que lo empleara.
El Maestro Skywalker había decidido llevarle a la jungla, y la gran pirámide había ido desapareciendo a sus espaldas mientras Erredós emitía zumbidos y pitidos de disgusto al tener que quedarse en el templo.
Kyp no estaba muy seguro de qué podía querer de él su instructor Jedi. El Maestro Skywalker apenas había abierto la boca mientras avanzaban hora tras hora, atravesando la jungla que vibraba con el lento repiquetear del agua que corría y goteaba por todas partes y la asfixiante humedad que rezumaba de ella, abriéndose paso por aquella atmósfera saturada de insectos y atravesando los matojos de espinos que parecían garras.
Kyp se sentía un poco incómodo e intimidado al estar a solas con el hombre al que había derrotado mediante los poderes malignos de Exar Kun. El Maestro Skywalker había insistido en que Kyp debía ir armado, y le había explicado que debía llevar consigo la espada de luz construida por Gantoris. ¿Tendría Luke la intención de desafiarle a un duelo..., que esta vez se libraría a muerte?
En ese caso, Kyp se había jurado a sí mismo que no lucharía. Ya había permitido que su ira causara demasiada destrucción. El Maestro Skywalker había sobrevivido al terrible ataque de las arteras maquinaciones Sith, cierto, pero eso había sido un auténtico milagro.
Kyp había reconocido la insidiosa llamada del lado oscuro cuando Exar Kun empezó a susurrarle al oído, pero había pecado de exceso de confianza y había creído que sería capaz de resistir cuando incluso Anakin Skywalker no había podido hacerlo. Kyp había acabado siendo engullido por el lado oscuro, y aunque había logrado escapar de él, eso hacía que no le quedase más remedio que dudar de todas sus capacidades. De hecho, Kyp incluso deseaba poder verse libre de su talento Jedi para no estar obligado a temer lo que podía llegar a hacer con él.
El Maestro Skywalker se detuvo en el comienzo de un claro donde tallos de hierba muy altos oscilaban lentamente rozándose los unos a los otros. Kyp se detuvo junto a él y vio a dos depredadores de aspecto muy feroz cuyos cuerpos estaban cubiertos por escamas iridiscentes de color púrpura claro y verde moteado, lo que les proporcionaba un excelente camuflaje en aquella frondosa vegetación. Su aspecto general hacía pensar en grandes felinos cazadores que hubieran sido cruzados con unos reptiles enormes: tenían los hombros cuadrados, y sus antebrazos eran tan poderosos como gruesos pistones. Sus cabezas en forma de caja tenían tres ojos amarillos de pupila vertical que no parpadearon mientras miraban fijamente a los intrusos.
El Maestro Skywalker les devolvió la mirada en silencio. La brisa dejó de soplar. Los depredadores gruñeron, abriendo sus bocas para revelar colmillos tan grandes como cimitarras, y dejaron escapar una mezcla de aullido y ronroneo antes de volver a esfumarse en la jungla.
—Sigamos —dijo el Maestro Skywalker, y empezó a cruzar el claro.
—Pero ¿adónde vamos? —preguntó Kyp.
—Pronto lo verás.
Kyp no podía soportar por más tiempo las terribles sensaciones de aislamiento y soledad que estaba experimentando, e intentó conseguir que el instructor Jedi siguiera hablando.
—¿Y qué ocurrirá si no consigo distinguir entre el lado oscuro y el lado de la luz, Maestro Skywalker? —preguntó—. Temo que cualquier poder que posea ahora también pueda acabar impulsándome por el camino de la destrucción.
Una mariposa de alas plumosas revoloteó delante de ellos, buscando el néctar de las flores de vivos colores que crecían entre las lianas. Kyp contempló el vuelo de la mariposa hasta que escarabajos-piraña de alas color zafiro surgieron repentinamente de la nada para atacar desde cuatro direcciones distintas a la vez, cayendo sobre la mariposa y haciendo pedazos sus alas. La mariposa se debatió y osciló de un lado a otro, pero los escarabajos-piraña la devoraron a tal velocidad que ni siquiera tuvo tiempo de caer al suelo. Los insectos pasaron zumbando tan cerca del rostro de Kyp que éste pudo ver sus mandíbulas llenas de temibles dientes de sierra preparadas para desgarrar la carne, pero los escarabajos se alejaron velozmente en busca de otra presa.
—El lado oscuro es más sencillo, más rápido y más seductor, pero siempre podrás identificarlo por tus propias emociones —dijo Luke—. Si lo utilizas para ayudar a otros y para seguir creciendo y desarrollándote, puede que lo que obtengas venga del lado de la luz. Pero si lo utilizas únicamente en tu beneficio o impulsado por la ira y la venganza, entonces el poder estará manchado. No lo utilices. Siempre sabrás darte cuenta de en qué momentos estás lleno de calma y paz.
Kyp le había estado escuchando con mucha atención, y comprendió de repente que se había equivocado desde el principio. Exar Kun le había proporcionado información falsa. El Maestro Jedi se volvió hacia él. Su rostro parecía acusar el cansancio del enorme peso que sostenía sobre sus hombros.
—¿Lo has entendido? —preguntó el Maestro Skywalker.
—Sí —respondió Kyp.
—Bien.
El Maestro Skywalker separó las ramas del otro lado del claro, y dejó al descubierto algo que hizo que Kyp se quedara totalmente inmóvil y se sintiera incapaz de dar ni un solo paso más. Habían llegado hasta allí desde una dirección distinta, pero Kyp nunca podría olvidar aquel lugar. Fragmentos de hielo abrasador gotearon lentamente a lo largo de su columna vertebral.
—Tengo frío —dijo—. No quiero volver ahí.
Siguieron avanzando hasta llegar al lugar en el que la vegetación desaparecía junto a la orilla de un lago de aguas tan lisas como un espejo, un estanque reflectante de forma circular donde el agua estaba, muy límpida y totalmente incolora, reflejando los cielos vacíos de nubes que se extendían sobre ella con tanta claridad como si fuese un depósito de mercurio.
En el centro del lago había una isla de roca volcánica sobre la que se alzaba una angulosa pirámide de obsidiana con una hendidura central. Las dos mitades de aquella cara de la pirámide parecían haber sido apartadas por un poder titánico para que enmarcaran la estatua negra, aquel coloso de piedra pulimentada que representaba a un hombre de cabellera ondulante, uniforme acolchado y larga capa negra. Kyp conocía demasiado bien aquella imagen.
Era Exar Kun, tal como había sido en vida.
Kyp había recibido su iniciación en las enseñanzas Sith dentro de aquel templo mientras Dorsk 81 había yacido pegado a una pared, sumido en un coma antinatural. El espíritu de Exar Kun había estado a punto de destruir al estudiante Jedi clonado por puro capricho y como gesto demostrativo de su poder, pero Kyp le había detenido y había insistido en que el Señor Sith le enseñara cuanto sabía. Kyp había visto cosas tan horribles que las pesadillas resultado de ellas todavía balbuceaban y acechaban en las profundidades de su mente.
—El lado oscuro es muy fuerte en ese lugar —dijo Kyp—. No puedo ir ahí.
—Hay cautela en tu miedo, y hay sabiduría y fortaleza en esa cautela —replicó el Maestro Skywalker. Se sentó sobre una roca plana al borde del lago de aguas cristalinas, y se hizo sombra en los ojos con una mano para protegerlos de la luz que se reflejaba en la superficie del lago—. Yo esperaré aquí —dijo—, pero tú debes entrar en la pirámide.
Kyp tragó saliva y sintió cómo el terror y la repugnancia se adueñaban de él. Aquel templo negro simbolizaba todo lo que había ido pudriendo lentamente el núcleo de su ser, todo aquello que le había impulsado a seguir un camino equivocado y todos los errores que había cometido. Las oscuras mentiras y seducciones de Exar Kun habían hecho que Kyp matara a su propio hermano, que amenazara la vida de su amigo Han Solo y que fulminara a su instructor Jedi.
—¿Qué encontraré ahí dentro? —preguntó.
—No hagas más preguntas —replicó el Maestro Skywalker—. No puedo darte respuestas. Ahora debes decidir si quieres llevar tu arma contigo o ir sin ella. —Movió la cabeza señalando la espada de luz que colgaba del cinturón de Kyp—. Sólo dispondrás de aquello que hayas traído contigo.
Kyp deslizó los dedos sobre los surcos de la empuñadura de la espada de luz sin atreverse a conectarla, y se preguntó si el Maestro Skywalker quería que la dejara allí o que se la llevara consigo. Kyp titubeó durante unos momentos, y acabó decidiendo que disponer del arma y no utilizarla siempre sería preferible a necesitarla y carecer de ella.
Kyp fue hacia la orilla del lago sin poder reprimir sus temblores. Las aguas ondularon alrededor de su pie cuando lo metió en ellas. Respiró hondo, alzó la cabeza y trató de acallar las voces envueltas en ecos que resonaban dentro de su mente. Tenía que enfrentarse a aquello, fuera lo que fuese. Kyp no volvió la mirada hacia el Maestro Skywalker.
Atravesó las aguas, trepó sobre las rocas volcánicas recubiertas de liquen de la isla y avanzó por el angosto sendero que llevaba hasta la entrada triangular del templo.
La negra abertura que parecía bostezar bajo la imponente estatua de Exar Kun resplandecía con el fulgor de las gemas corusca incrustadas en ella. Runas y jeroglíficos tallados interrumpían la pulida brillantez de la obsidiana. Kyp contempló aquellos símbolos y descubrió que si se esforzaba podía recordar una parte de su significado, pero enseguida se apresuró a menear la cabeza para expulsar las palabras de sus pensamientos.
El templo parecía respirar, exhalando una corriente de aire frío que entraba y salía lentamente del recinto. Kyp no sabía qué encontraría dentro de él, y la tensión nerviosa de la expectativa envaró su cuerpo. Miró a su alrededor, negándose a anunciarse con un grito. Kyp dio un paso hacia el umbral, alzó la mirada hacia el hosco rostro cincelado del Señor Sith muerto hacía muchísimo tiempo, y acabó entrando en la cámara del templo después de haber contemplado las facciones de la estatua durante unos instantes.
Las paredes relucían con una misteriosa claridad interior que había quedado atrapada dentro del cristal volcánico. Dibujos de escarcha trazaban espirales que subían y bajaban por los gruesos muros describiendo una danza congelada. Una cisterna llena de agua muy fría goteaba en el otro extremo de la cámara.
Kyp esperó.
Y de repente sintió un tirón desgarrador en el estómago, y notó que se le ponía la piel de gallina. El aire se volvió repentinamente granuloso a su alrededor, como si la mismísima luz se hubiera disgregado dentro del templo.
Intentó darse la vuelta, pero descubrió que se movía tan lentamente y con tanta torpeza como si la atmósfera le ofreciera una extraña resistencia y estuviera solidificándose a su alrededor. Todo parecía centellear con un veloz parpadeo.
Kyp se adentró en el templo con paso tambaleante. Intentó moverse más deprisa, pero su cuerpo se negaba a responder con la velocidad habitual.
Una sombra surgió del negro muro, una silueta ominosa que tenía los contornos de un ser humano. La sombra fue adquiriendo poder, creciendo rápidamente a medida que Kyp la iba alimentando con su miedo. La silueta se fue alzando sobre él en un veloz rezumar de las grietas, surgiendo de una negrura que se hallaba más allá del tiempo. No tenía rasgos visibles, pero Kyp descubrió que le resultaba muy familiar.
—Estás muerto —dijo Kyp, intentando que su voz sonara desafiante y llena de furia, pero sin lograr impedir que temblara.
—Sí —replicó desde las sombras aquella voz extrañamente familiar—, pero sigo viviendo dentro de ti. Sólo tú puedes hacer que mi recuerdo vuelva a ser fuerte, Kyp.
—No. Te destruiré —dijo Kyp.
Sintió en sus manos el chisporroteo del poder negro y la presencia del relámpago de ébano que había utilizado para atacar al Maestro Skywalker: el poder de las serpientes aladas, las enseñanzas oscuras del Sith... ¡Qué irónico resultaría emplear el poder del mismo Exar Kun contra él! La energía se intensificó todavía más y suplicó ser dejada en libertad, exigiendo que Kyp se entregara a ella para que pudiese erradicar la negra sombra de una vez por siempre.
Pero Kyp se obligó a detenerse. Podía sentir el veloz palpitar de su corazón, el canturreo de la sangre en sus oídos y cómo su ira iba tomando el control..., y comprendió que todo aquello era un error. Empezó a respirar profundamente y se calmó. No debía seguir aquel camino.
El negro poder Sith se fue desvaneciendo de las puntas de sus dedos. La sombra esperaba en silencio, pero Kyp obligó a su poder a que continuara retrocediendo y fue reprimiendo su ira poco a poco. La ira era exactamente lo que Exar Kun deseaba, y Kyp no estaba dispuesto a dejarse arrastrar por ella.
Lo que hizo fue alargar la mano hacia la espada de luz que colgaba de su cadera, descolgarla y presionar el botón activador. La hoja blanca y violeta surgió de la nada en un arco resplandeciente de limpia electricidad, derramando un torrente de la luz más pura imaginable.
La sombra seguía flotando ante sus ojos como si esperase luchar con Kyp y aguardara a que fuese éste quien hiciera el primer movimiento. Alzó sus brazos nebulosos, más negros que cualquier negrura que Kyp hubiese visto hasta aquel momento. Kyp levantó la espada de luz de Gantoris disponiéndose a golpear con ella, y se sintió orgulloso de lo que iba a hacer. Utilizaría un arma Jedi, y emplearía un arma de luz para golpear a la oscuridad.
Se preparó para lanzar su mandoble. La sombra permanecía totalmente inmóvil, como si estuviera aturdida..., y Kyp volvió a vacilar.
No podía atacar, y no podía hacerlo ni aunque fuese armado con una espada de luz. Si atacaba a Exar Kun, eso también significaría seguir sucumbiendo a la tentación y a la engañosa facilidad de la violencia, y en ese caso daría igual cuál fuese el arma con la que hubiese escogido hacerlo.
La empuñadura de la espada de luz parecía haberse vuelto muy fría entre sus dedos, pero Kyp presionó el botón desactivador y volvió a colgar la espada de luz de su cinturón. Se irguió y se encaró con la sombra que parecía haberse encogido hasta no ser más alta que él, convirtiéndose en el contorno negro de un ser humano envuelto en una túnica con capuchón.
—No lucharé contigo —dijo Kyp.
—Me alegra oírlo —dijo la voz, que se había vuelto más límpida y, al mismo tiempo, todavía más extraña e incomprensiblemente familiar que antes.
Aquella voz ya no se parecía en nada a la voz de Exar Kun, y nunca lo había sido.
Los brazos de sombra subieron para echar hacia atrás el capuchón, y revelaron un rostro luminoso que sólo podía ser el de Zeth, el hermano de Kyp.
—Estoy muerto —dijo la imagen de Zeth—, pero sólo tú puedes hacer que mi recuerdo siga siendo fuerte. Te agradezco que me liberases, hermano.
La imagen de Zeth le abrazó, envolviéndole en una breve y cosquilleante oleada de calor que derritió el hielo que se había ido acumulando en la columna vertebral de Kyp. Después el espíritu se desvaneció, y Kyp volvió a encontrarse solo en un templo vacío que olía a moho y que ya no tenía el más mínimo poder sobre él.
Kyp volvió a emerger a la cálida luz del sol, libre de las sombras, y vio cómo el Maestro Skywalker se levantaba en la orilla opuesta y alzaba la mirada hacia él. Luke estaba sonriendo de oreja a oreja, y abrió los brazos en un gesto de celebración.
—¡Vuelve con nosotros, Kyp! —gritó el Maestro Skywalker, y su voz creó un sinfín de ecos que se extendieron sobre la lisa superficie de las aguas inmóviles—. Bienvenido a casa, Caballero Jedi...